SAN PABLO. LA
ENFERMEDAD, COMO ACONTECIMIENTO DE FUERZA
Ya nos
referíamos al hablar de Jacob que el patriarca conoció “luchando” con Dios su
debilidad y que a partir de aquella noche de combate, no fue más Jacob sino
Israel, que significa “fuerte con Dios”.
Acontecimiento
similar experimentó Saulo de Tarso que escribía así a los Corintios siendo ya
el apóstol Pablo: “Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase
de mí (un emisario de Satanás que me abofetea para que no me engría) y me ha
respondido: te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.
Así que muy a gusto presumo de mis debilidades, para que resida en mí
la fuerza de Cristo...por eso vivo contento en medio de mis debilidades….porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor. 12, 8-10).
Saulo perseguía
a una secta herética, los cristianos, y quería exterminarlos sin saber que, a
quien hostigaba, era al mismo Dios, Jesucristo. Creyendo ser fuerte, camino de
Damasco, descubrió su debilidad, una ceguera más profunda que la de sus ojos.
Por el contrario, siendo insultado, perseguido, derribado y enfermo, se
sintió más fuerte que cuando, siendo Saulo, contemplaba el mundo subido en su
caballo.
Asimismo, la
enfermedad resulta ocasión propicia para vivir igual experiencia a la de Pablo;
es decir, caer del caballo primero y sentir la fuerza de Dios en medio de la
aparente debilidad. Oportunidad, por tanto, para tener un encuentro personal
con Dios, con Jesucristo. Porque aquel que se sienta fuerte en medio de
la enfermedad, de los dolores y los sufrimientos es que ha sentido la acción de
Dios en su vida concreta y, siendo así las cosas, inevitablemente en ese
hombre, nace una nueva persona, se produce un cambio de existencia como el que
aconteció a Saulo.
¿Y de dónde
viene esa fuerza? Sin duda de Dios, pero de Dios como Verdad. Me refiero a que
la enfermedad pone delante del hombre la auténtica Verdad de la vida y ésta no
es otra que nos morimos, que somos hombres que caminamos hacia la muerte. La
enfermedad nos despierta del sueño de creernos inmortales y nos hace
tomar en peso nuestra propia vida, nuestros actos pueden comenzar, a partir del
momento de la aceptación de la enfermedad, a tener una dimensión escatológica.
Tal vez, hasta ese momento, aún siendo cristianos confesionales, hemos vivido
como ateos prácticos preocupados exclusivamente de asegurarnos el pan olvidando
que el hombre se alimenta más bien de toda Palabra que sale de la boca de Dios.
La enfermedad,
en definitiva, presenta al hombre la fuerza de la verdad de la Vida, su problemática más profunda, que no es ni familiar, ni social, ni
laboral, ni económica sino fundamentalmente trágica y existencial.
San Pablo es
consciente de esta Verdad, de este caminar hacia la muerte del cristiano; mas
él se siente fuerte en medio de los sufrimientos y las persecuciones porque
asume la muerte como lo mejor que le pudiera pasar, como una ganancia (Flp,
1,21). Porque la fuerza de Pablo le viene del conocimiento de la victoria de
Cristo sobre la muerte y de la seguridad en que estamos resucitados con Cristo.
Por eso morir es mejor que vivir.
Porque morir es partir con Cristo.
Porque morir es partir con Cristo.
Raúl Gavín | Iglesia en Aragón /
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