Fe e incredulidad ante Jesús y su mensaje del Reino
El Hijo de Dios, a
pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios (Flp
2,6) y asumió una naturaleza humana sin la gloria que podría haber tenido,
viviendo y actuando como un hombre cualquiera, en todo menos en el pecado. Una
de las razones de esta opción fue el respeto de la libertad humana, pues un
ministerio acompañado de sus atributos divinos hubiera dejado poco margen a una
opción libre por parte del hombre. Jesús anuncia e invita a aceptar el amor de
Dios y sólo se puede amar libremente. Consecuencia de esto fue que, de hecho,
unos pocos lo aceptaron y otros lo rechazaron, hasta el punto de crucificarle.
Jesús resucitado sigue actuando así, como “Dios
oculto”, en la predicación y acción de su Iglesia y por eso hoy día continúa la
doble postura de fe e incredulidad. Es un hecho que puede desanimar al
creyente, que se ve rodeado por un mundo de incredulidad. Las dos parábolas de
hoy quieren iluminar esta situación.
La primera enseña que habrá cosecha final, porque
Dios Padre es el protagonista. Él ha sembrado la semilla del Reino por medio de
Jesús y este proceso dinámico llegará hasta el final. Por eso ahora no se trata
de ver si fracasará o triunfará el plan de Dios, triunfará. De lo que se trata
es de que se aproveche el mayor número de personas. Por eso el creyente tiene
que mantener su optimismo a pesar de la incredulidad.
La segunda ilumina la pobreza actual de las
comunidades cristianas, otro motivo de desánimo. Son frecuentes las noticias
negativas sobre la Iglesia, es difícil encontrar comunidades cristianas que nos
ilusionen, incluso dentro de las comunidades que nos parecen ideales, aparece
el mal... Realmente ¿vale la pena integrarse en la comunidad cristiana? La
parábola responde comparando la pequeñez del presente (el grano de mostaza) con
la grandeza del futuro (el gran arbusto, “en que anidan los pájaros del cielo”:
primera lectura) y afirmando que en la pequeñez del presente está oculta la
grandeza del futuro. ¿Cómo? Por un milagro de Dios. Los oyentes de Jesús creían
que cada semilla sembrada se transformaba en planta o árbol por un milagro de
Dios y Jesús empleó esta creencia para hacer ver a sus oyentes que Dios
transformará nuestra pobreza en la riqueza futura. Por ello el cristiano no
vive de expectativas humanas (lo que podemos esperar de los miembros actuales
de la Iglesia y de sus obras) sino de esperanzas cristianas, fundadas en la
palabra de Dios todopoderoso.
Por otra parte, tiene explicación la pobreza actual.
La comunidad está compuesta de personas libres, todas “con derecho a pecar” y
desgraciadamente todos ejercen este derecho. El resultado será que toda
comunidad será pecadora, pero santa a la vez porque en ella está presente
Jesús. Hay que evitar las “fiebres puritanas” que de vez en cuando atacan a
individuos o grupos con “sueños” utópicos que ni ellos mismos viven. Al final
habrá cosecha y ahora se nos pide perseverar en la comunidad, santa y pecadora
a la vez, ayudándonos mutuamente a superar nuestras limitaciones y a cooperar
con el plan de Dios. Somos comunidad pecadora, pero poseedora de una santidad
que la obliga a luchar constantemente contra su pecado. En esta obra del reino
Dios cuenta con cada uno de nosotros según su situación, cada uno según “los
talentos recibidos”, de lo que tendrá que dar cuenta, como recuerda el final de
la segunda lectura: nos esforzamos en
agradarle, porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo
para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho.
La celebración de la Eucaristía es garantía del
futuro. En ella está presente Cristo resucitado, el que vendrá en la parusía, y
que ahora viene a purificar y alimentar a su comunidad pecadora para que crezca
en santidad.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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