sábado, 16 de junio de 2018

XI Domingo del Tiempo Ordinario




Fe e incredulidad ante Jesús y su mensaje del Reino

El Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios (Flp 2,6) y asumió una naturaleza humana sin la gloria que podría haber tenido, viviendo y actuando como un hombre cualquiera, en todo menos en el pecado. Una de las razones de esta opción fue el respeto de la libertad humana, pues un ministerio acompañado de sus atributos divinos hubiera dejado poco margen a una opción libre por parte del hombre. Jesús anuncia e invita a aceptar el amor de Dios y sólo se puede amar libremente. Consecuencia de esto fue que, de hecho, unos pocos lo aceptaron y otros lo rechazaron, hasta el punto de crucificarle.

Jesús resucitado sigue actuando así, como “Dios oculto”, en la predicación y acción de su Iglesia y por eso hoy día continúa la doble postura de fe e incredulidad. Es un hecho que puede desanimar al creyente, que se ve rodeado por un mundo de incredulidad. Las dos parábolas de hoy quieren iluminar esta situación.

La primera enseña que habrá cosecha final, porque Dios Padre es el protagonista. Él ha sembrado la semilla del Reino por medio de Jesús y este proceso dinámico llegará hasta el final. Por eso ahora no se trata de ver si fracasará o triunfará el plan de Dios, triunfará. De lo que se trata es de que se aproveche el mayor número de personas. Por eso el creyente tiene que mantener su optimismo a pesar de la incredulidad.

La segunda ilumina la pobreza actual de las comunidades cristianas, otro motivo de desánimo. Son frecuentes las noticias negativas sobre la Iglesia, es difícil encontrar comunidades cristianas que nos ilusionen, incluso dentro de las comunidades que nos parecen ideales, aparece el mal... Realmente ¿vale la pena integrarse en la comunidad cristiana? La parábola responde comparando la pequeñez del presente (el grano de mostaza) con la grandeza del futuro (el gran arbusto, “en que anidan los pájaros del cielo”: primera lectura) y afirmando que en la pequeñez del presente está oculta la grandeza del futuro. ¿Cómo? Por un milagro de Dios. Los oyentes de Jesús creían que cada semilla sembrada se transformaba en planta o árbol por un milagro de Dios y Jesús empleó esta creencia para hacer ver a sus oyentes que Dios transformará nuestra pobreza en la riqueza futura. Por ello el cristiano no vive de expectativas humanas (lo que podemos esperar de los miembros actuales de la Iglesia y de sus obras) sino de esperanzas cristianas, fundadas en la palabra de Dios todopoderoso.

Por otra parte, tiene explicación la pobreza actual. La comunidad está compuesta de personas libres, todas “con derecho a pecar” y desgraciadamente todos ejercen este derecho. El resultado será que toda comunidad será pecadora, pero santa a la vez porque en ella está presente Jesús. Hay que evitar las “fiebres puritanas” que de vez en cuando atacan a individuos o grupos con “sueños” utópicos que ni ellos mismos viven. Al final habrá cosecha y ahora se nos pide perseverar en la comunidad, santa y pecadora a la vez, ayudándonos mutuamente a superar nuestras limitaciones y a cooperar con el plan de Dios. Somos comunidad pecadora, pero poseedora de una santidad que la obliga a luchar constantemente contra su pecado. En esta obra del reino Dios cuenta con cada uno de nosotros según su situación, cada uno según “los talentos recibidos”, de lo que tendrá que dar cuenta, como recuerda el final de la segunda lectura: nos esforzamos en agradarle, porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos he­cho.

La celebración de la Eucaristía es garantía del futuro. En ella está presente Cristo resucitado, el que vendrá en la parusía, y que ahora viene a purificar y alimentar a su comunidad pecadora para que crezca en santidad.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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