Esta jaculatoria, sencilla y hermosa al mismo
tiempo, ha sido repetida durante siglos por muchos creyentes, hombres y mujeres
buenos que han visto en el corazón de Cristo la fuente de donde mana nuestra
salvación. Es una oración con arraigada inspiración evangélica. San Juan nos
relata el momento en que los soldados, viendo que Cristo ya estaba muerto, no
le quebraron las piernas, sino que uno de ellos, con una lanza, le traspasó el
costado, y en ese momento salió sangre y agua.
La tradición de la Iglesia ha visto desde el
principio en este momento el nacimiento de ésta, es decir, de nuestra vida
cristiana. El agua y la sangre son los símbolos del bautismo y de la
eucaristía, los sacramentos que dan origen y vida a la Iglesia. Hemos nacido,
por tanto, del costado traspasado del Señor, de su corazón que es la expresión
de su amor.
Confiar nuestra vida a su corazón es reconocer
que en él estamos seguros, que con él nada nos puede faltar. El corazón del
Señor nos acoge, y en él somos sanados. Confiar en el corazón de Cristo es
acoger y vivir en su amor. Confío en ti, me fío de ti. Tú eres mi seguridad, mi
fortaleza, mi refrigerio, tú eres mi todo. Es esta también una oración que mira
a los demás, porque en el corazón de Cristo podemos dejar a los otros,
especialmente a los más necesitados.
Todos sabemos lo que significa pasar por
momentos en los que no encontramos salida a nuestros problemas, o situaciones
de otros que no tienen solución. También entonces es bueno repetir: Sagrado
Corazón de Jesús, en vos confío. En este corazón caben, cabemos, todos. Es un
corazón universal y hecho de caridad.
Os invito a repetir esta oración, a repetirla
casi como la respiración, a hacerla vida, a enseñarla a los demás,
especialmente a los niños y a los jóvenes. Es un modo sencillo y precioso de
acercamiento al Señor y de confianza en su amor y en su misericordia.
Mons. Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe
Obispo de Getafe
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