Jesús es el Más
Fuerte
Jesús realizó
curaciones y exorcismos en público, el pueblo sencillo reaccionó positivamente
viendo en ellos signos de la llegada del reino de Dios y a Jesús como enviado
divino, en cambio unos escribas venidos de Jerusalén (algo que en los oídos
antiguos sonaría como a nosotros “teólogos venidos de Roma”) atribuían este
poder a Satanás. Jesús rechaza esta
atribución, que había llegado incluso a oídos de su familia. Ésta, alarmada por
lo que se decía, decide ir en busca suya para quitarlo de en medio y llevárselo
a Nazaret, de acuerdo con las normas del AT que manda que si una persona actúa
de esta forma, su familia debe impedírselo. Jesús rechaza esta acusación como
absurda, pues Satanás no puede luchar contra sí mismo, y da el sentido
positivo: significa que ha llegado el Más Fuerte que Satanás con poder para
quitarle su poder. Termina calificando la postura de los escribas como pecado
contra el Espíritu Santo. Cuando llegan sus familiares para llevárselo, Jesús
los rechaza, pues su verdadera familia son los que hacen la voluntad de Dios.
(San Marcos en su relato no tiene preocupación sobre la postura de María, que
estaría totalmente en desacuerdo con la acción de su familia. Es que, como dice
Jn 7,4, su familia no creía en él).
Jesús ha vencido a
Satanás y todo tipo de mal, por eso la humanidad está libre de todo tipo de
fatalismo que la condene irremediablemente al mal. Con Jesús todo hombre puede
vencer todo tipo de mal. La liturgia presenta esta victoria de Jesús como
cumplimiento del “protoevangelio” (1ª lectura), la promesa hecha a Adán y Eva
de que uno de sus descendientes vencería a la serpiente, símbolo de Satanás y
del mundo del mal, que está activo luchando contra los planes de Dios.
Por su parte, san
Pablo en la 2ª lectura, nos recuerda que apoyados en la fe en Cristo muerto y
resucitado, podemos y debemos afrontar la misión y la lucha contra todo tipo de
mal, tarea importante de los cristianos, pues desgraciadamente son muchos los
males en personas e instituciones que impiden al hombre de hoy vivir como Dios
quiere en un mundo justo y fraternal. Esto llevará consigo sufrimientos, pero
el que cree en la muerte y resurrección de Jesús los afronta sabiendo que todo
se traducirá en gloria compartiendo la resurrección de Jesús.
El hecho recordado
recuerda igualmente la maldad del pecado contra el Espíritu Santo. Dios nos ha
creado como personas racionales y libres y actúa con nosotros de acuerdo con
esta realidad. Por ello nos ofrece signos de su salvación invitándonos a
aceptarla libremente, signos capaces de hacer ver su ofrenda como agradable y
ventajosa ante toda persona de buena voluntad, sencilla y sincera. El pecado
contra el Espíritu Santo consiste en rechazar el dinamismo natural del signo y
darle un sentido contrario. Es un pecado que no se perdona por su misma
naturaleza, pues el perdón exige reconocer la verdad de que soy pecador y en
este caso la persona se niega a hacerlo, destruyendo el dinamismo de la
verdad. Este pecado contra el Espíritu
se suma a otras posturas que impidieron –y siguen impidiendo- reconocer a Jesús
y que Marcos ha ido exponiendo en los relatos anteriores: el dogmatismo del que
controla los planes de Dios, el puritanismo del que no reconoce su condición
pecadora, el aburguesado en prácticas religiosas que no le complican la vida,
el legalista que nos busca hacer la voluntad de Dios sino quedarse tranquilo.
En cada Eucaristía se cumple la promesa del
protoevangelio: Jesús muerto y resucitado supera y vence a Satanás y nos
capacita para continuar la lucha contra todo tipo de mal que aún actúa en
nuestro mundo. El cristiano tiene que vivir en contexto positivo.
Dr.
Antonio Rodríguez Carmona
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