Querido dolor: He dudado entre escribir “querido” o “despreciable” y tras una breve meditación ya ves por lo que me he decantado, al final te explicaré tal decisión.
Despreciable sí que lo
eres por tu presencia en sí y por tus formas. Eres muy hábil al manifestarte
pues lo haces de miles de maneras y siempre, siempre de doble forma conjunta:
física y moral, para quien te padece y para el que está a su alrededor.
Eres tan hábil como
desvergonzado, tan cruel como astuto porque te presentas sin invitación, por
las bravas y sin dejar resquicio para rechazarte.
Exasperas. Lo mismo apareces
para breves minutos que para un tiempo indefinido o infinito. Te inmiscuyes en
nuestras vidas de repente, sin previo aviso o lo anticipas con tiempo, si malo
es aquello; peor, esto. Vamos a un viaje de placer y zas, tras una curva allí
estás en pie enarbolando la guadaña o sentado en una silla de ruedas. Te
muestras bajo la forma de una cama de hospital en una enfermedad incurable. Lo
mismo te sufre el joven que el anciano, los padres que los hijos, no haces
distinción entre pobres y ricos. Es más, incluso parece que te encarnizas con
el más débil. Irrumpes inopinadamente en cualquier hogar y dejas al paciente
marcado por tu acción física y a los suyos en sus facultades de espíritu.
Siempre la doble forma: física y moral. Malo eres en lo físico, que a veces ni
el analgésico más específico puede contigo, pero ¿y el moral?
A cuántas personas les
“duele hasta el alma”, que diría el poeta, en el sufrimiento propio -léase el
que padece una depresión, por ejemplo- o en el que está alrededor de ese ser depresivo,
obsesionado por el falso abandono ajeno, falso, pero para él, patente. Gentes
que se creen obstáculos en este mundo, hacen mutis por el foro voluntariamente
y dejan un hueco que nadie podrá llenar nunca jamás. Personas que no se sienten
queridas cuando están recibiendo todo el amor de sus allegados. Ambas partes
sufren. ¡Cuánta dolorosa conmiseración!
Llegado a este punto te
desvelaré mi inclinación por el vocablo “querido” cuando el cuerpo me pedía
“despreciable”.
Muy sencillo: no hay
resurrección sin cruz. O, dicho de otra manera, esperanza para los no creyentes.
Virtud que todos la queremos y ansiamos, a ella nos aferramos porque la
desesperación es peor que tú. Por ello concluyo pensando que eres un mal, si no
necesario, sí, al menos, imprescindible para los esperanzados. Para los
cristianos, subjetivamente así lo creo, una de nuestras principales cruces. No
pienses que soy masoquista, pero quizá sí un poco estoico, pues intento sacar
provecho de tu dolor, aquello de “hacer virtud de la necesidad”.
Valencia, abril de 2023.
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