Testigos fidedignos de la muerte y resurrección de
Jesús, los Apóstoles impulsados por el Fuego del Espíritu Santo sienten el
impulso irresistible de anunciar el Evangelio a todos los pueblos empezando por
Jerusalén.
Muchos judíos, incluso sacerdotes y escribas acogen su
predicación lo que provoca un gran malestar en la cúspide religiosa de
Jerusalén que deciden llevar a juicio a Pedro y a Juan. En el juicio los
miembros del Sanedrín les prohíben seguir anunciando a Jesús Resucitado pues
ponían en evidencia su gran error al condenarle a muerte. La respuesta de Pedro
y Juan a estos "letrados" de las Escrituras no tiene desperdicio:
"No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto
y oído" (Hch 4,20). Está es la Fuerza Divina de la misión de la Iglesia.
No se basa en una serie de tratados, documentos o tesis sino en lo que vieron y
oyeron del propio Jesús a pesar de los miedos, dudas, debilidades e incluso
negaciones que les golpearon en su condena y muerte en la Cruz. Todo ello quedó
atrás, muy atrás cuando le vieron y oyeron en su resurrección... y al constatar
que no les pidió cuentas, no siquiera a Pedro de sus cobardías y deserciones.
Han pasado 2000 años y la Misión de la Iglesia es más
vigente que nunca. En un mundo que "ama más las tinieblas que la luz"
(Jn 3, 19-20) anunciamos la Vida y Espíritu que afloran en las palabras de Jesús
(Jn 6,68) a los hombres, no para maniatarlos sino para que se abran a la mayor
e inmortal dignidad que un hombre puede llegar a tener: ¡Llegar a ser hijo de
Dios! (Jn 1,12).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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