Algunos acontecimientos recientes han traído a mi
memoria aquel memorable discurso que san Juan Pablo II pronunció sobre la
identidad europea, en Santiago de Compostela, el 9 de noviembre de 1982, al
término de su primer viaje a España. Hay un párrafo que quedó grabado en mi
mente y en mi corazón: “Desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno
de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus
raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y
benéfica tu presencia en los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual,
en un clima de pleno respeto a las otras religiones y a las genuinas
libertades. Da al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. No te
enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar sus posibles consecuencias
negativas. No te deprimas por la pérdida cuantitativa de tu grandeza en el
mundo o por las crisis sociales y culturales que te afectan ahora. Tú puedes
ser todavía faro de civilización y estímulo de progreso para el mundo”.
Sé tú misma, aviva tus raíces, revive los valores
auténticos, reconstruye tu unidad espiritual. En torno a Santiago se fue
constituyendo el alma europea en los mismos siglos en los que se construía como
continente, por eso la identidad europea es difícil de comprender sin el
cristianismo; de ahí emanan los valores de la dignidad de la persona humana,
del sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad e iniciativa, de amor a
la familia, de respeto a la vida, de tolerancia, de cooperación y de paz. El Papa
constataba también las divisiones en la sociedad, las crisis sociales,
culturales y religiosas, consecuencia de ideologías secularizadas, que niegan a
Dios y limitan la libertad, o que ponen en el centro de la actividad económica
el beneficio en lugar de la persona.
El Papa Wojtyla hacía ejercicio de realismo respecto a
la contribución que la Iglesia está llamada a aportar a la comunidad europea
afirmando que la Iglesia es consciente del lugar que le corresponde en la
renovación espiritual y humana de Europa, que no reivindica ciertas posiciones
que ocupó en el pasado, que en la actualidad se ven como totalmente superadas,
y que se pone al servicio del bien común para contribuir a un auténtico
bienestar material, cultural y espiritual a las personas y a las naciones.
La constitución pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, presenta la
cuestión de la Iglesia en medio del mundo, solidaria del género humano y de su
historia porque no existe nada humano que no encuentre eco en su corazón; con
una visión positiva del mundo que contempla, constituido por toda la familia
humana con el conjunto de realidades en las que ésta vive; el mundo con sus
afanes, sus logros y fracasos; el mundo, creado y conservado por el amor del
Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo,
a fin de que se transforme según la voluntad de Dios y llegue a su plenitud.
La Iglesia peregrina en diálogo con los hombres, al
servicio de las personas concretas, para renovar la sociedad, continuando la
obra de Cristo, dando testimonio de la verdad, con actitud de servicio. Se
trata de un diálogo intraeclesial en primer lugar, pero también ecuménico,
interreligioso y diálogo con los no creyentes. Un diálogo de la fraternidad,
que nos lleva a colaborar en la construcción de la paz. La Iglesia tiene una
finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro podrá
conseguir plenamente, pero también está presente en la tierra, está formada por
hombres y mujeres, comparte los avatares de la humanidad, de la que forma
parte, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad,
que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.
Europa, sé tú misma, aviva tus
raíces, en un clima de respeto. Respetemos la creación, respetemos a las
personas, respetemos, sobre todo, lo más sagrado, a Dios Nuestro Señor y a
María Santísima.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
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