Ahora que todo está preparado para recorrer el camino
de la Semana Santa sacando a calles y plazas las escenas de la pasión, muerte y
resurrección de Jesús con emoción y fe, nos conviene una mirada especial que
nos ayude a celebrar los días santos con la profundidad que se merecen y
necesitamos.
Por ello, os invito a volver los ojos al corazón en
medio de la celebración del misterio de la redención, que excede a todos los
demás, para vivir una «Pascua interior». Descubriremos con más intensidad que
hemos sido redimidos; que, todavía peregrinos en este mundo, caminamos mejor si
vamos juntos practicando la “excelencia de la caridad fraterna” y, finalmente,
que los cristianos somos hombres y mujeres amigos de la vida, llenos de vida.
Así, en primer lugar, para vivir una «Pascua interior»
reconozcamos que Jesucristo ha derramado su sangre para limpiar nuestras
iniquidades. Aquel que es víctima inocente de una violencia desmedida y una
muerte cruenta nos trae la paz más honda que un ser humano puede desear y
alcanzar. Recordar la Pascua del Señor Jesús nos permite descubrir las fuentes
de la misericordia y la bondad, que nunca se agotan y que son regeneradas por
el admirable sacrificio de Cristo.
En segundo lugar, peregrinos de este mundo, cada vez
somos más conscientes de las ventajas de caminar juntos, sinodalmente. Somos
compañeros de camino y nadie ha de sentirse solo, despreciado o presa de
aquella ofensa que le cuesta perdonar o que él mismo ha infligido. Vivir una
«Pascua interior» nos permitirá hallar semillas de amor y frutos de perdón en
nuestro corazón, haciendo espacio al Redentor que nos inspira pensamientos y
obras de caridad fraterna, compasión y misericordia con los hermanos. De este
modo, podremos crecer en la virtud del amor que contiene todas las demás
virtudes y aleja los errores y los pecados.
En tercer lugar, si hemos acogido el amor y nos hemos
experimentado verdaderamente redimidos, llegaremos a la Pascua de Resurrección
como hombres y mujeres nuevos. El Resucitado es quien hace nuevas todas las
cosas, quien parte el pan vivo y lo multiplica. Veremos lucir el sol de la vida
y sentiremos que Cristo vivo sigue con nosotros, nos acompaña, continúa
haciendo suyos nuestros sufrimientos y esperanzas. Él sabe que andamos escasos
de vida, que estamos sedientos de la vida abundante que ha venido a traernos
(cf. Jn 10,10). Jesús es amigo de la vida, como Dios Padre es creador de la
vida y el Espíritu Santo es dador de vida. Nosotros queremos encaminarnos hacia
la vida plena, experimentándola anticipadamente. De suerte que podamos
contagiar a otros la vida en Dios, las ganas de vivir, el sentido de la
existencia humana cuando se torna dolorosa y frágil. Así mostraremos la firme y
maravillosa esperanza que albergan los ojos llorosos de la Madre Dolorosa y los
brazos caídos de la Soledad al pie de la Cruz, piadosa Virgen del Camino.
Que la celebración de la pasión, muerte y resurrección
de nuestro Señor Jesucristo nos renueve a todos en la vivencia intensa de
nuestra redención, de nuestra caridad fraterna y de nuestra vida nueva en
Cristo con vocación de plenitud y de santidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Luis Ángel de las Heras
Obispo de León
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