Si siempre tiene sentido rezar por las vocaciones, en
estos momentos lo tiene de manera especial. Por eso la Iglesia ha instituido
esta jornada de oración por las vocaciones consagradas.
Estamos viviendo en toda la Iglesia una situación de
verdadera sequía vocacional. Una nación como España, que en otros tiempos ha
sido un verdadero vergel de vocaciones a la vida consagrada, un verdadero
semillero y tierra fecunda de vocaciones, hoy está atravesando por un momento
de verdaderas dificultades. Esta sequía de vocaciones a la vida consagrada que
sufre toda la Iglesia, reclama de todos los que la formamos una oración
especial por el cultivo de estas vocaciones, que den respuesta a las
necesidades que tienen nuestra Iglesia y nuestro mundo.
Entre los factores que pueden estar contribuyendo a la
actual situación de sequía, de escasez y de raquítica respuesta de los jóvenes
a embarcar su vida por las distintas opciones que la vida consagrada ofrece,
podríamos mencionar, entre otras, tres que yo considero especialmente
significativas:
A. La reinante situación de falta de fe que domina la
sociedad actual.
El materialismo, el secularismo, la descristianización
reinante en nuestra sociedad, la crisis de valores, el menosprecio de quienes
se plantean para sí la vida consagrada; hacen sentir al joven un peso tan grande
que difícilmente puede surgir en dicho ambiente el interrogante por la vocación
al sacerdocio o a la vida religiosa.
Este ambiente de falta de fe y de valoración de Dios y
de la vida del Espíritu lo hemos ido creando entre todos, y todos tenemos la responsabilidad
de restituir a la sociedad los valores del evangelio y la valoración de la fe
como el ambiente desde el que pueda haber personas que se planteen su vida de
entrega radical a Dios y al servicio de los hermanos.
No se trata solo de un problema de la Iglesia o de los
seminarios o de las distintas congregaciones religiosas a las que les faltan
las vocaciones, es un problema de todos los que formamos esta sociedad y de
todos los que nos decimos cristianos. Nos hemos dejado arrebatar la valoración de
Dios y de la fe de nuestra vida y, sin dicha valoración, ciertamente es muy
difícil que surjan vocaciones a la vida consagrada.
B. La descristianización de la familia.
Estamos asistiendo hoy, en las familias, a una
ausencia casi total de la inquietud religiosa. Incluso las familias que
nacieron del sacramento del matrimonio y que, en otro tiempo, fueron las que
alimentaban y transmitían la fe de unas generaciones a otras.
Esta falta de inquietud religiosa lleva a las familias
a animar a sus hijos por otras profesiones con mayor prestigio social y
económicamente más valoradas y rentables y a poner dificultades cuando un hijo
manifiesta una inquietud vocacional de entrega a Dios y al servicio de los
hermanos, sin pensar en la felicidad de los mismos, que tantas veces está en
juego.
Cuando falta el apoyo, la ilusión y
el empuje de la familia, el clima familiar en el que se respira la valoración
de Dios y su llamada, y solo se valora los contante y lo sonante, es muy
difícil que surjan en los hijos planteamientos de este camino al sacerdocio o a
la vida consagrada como vocación posible para ellos.
Hemos de ir, no solo a lamentar la realidad de la
escasez de vocaciones a la vida consagrada, hemos de ir a las raíces, a lo que
origina dicha situación y, desde luego, a preguntarnos cómo estamos
transmitiendo en las familias la valoración de Dios en nuestra vida, cómo está
presente Dios en nuestros hogares, cómo se vive y se transmite la fe de padres
a hijos y cómo estamos creando una familia en la que pueda surgir la pregunta
por la vocación en la que una persona va poder servir mejor a Dios y a los
hermanos.
C. La falta de testimonio que, a veces, podemos estar
dando las personas consagradas.
Todas las personas consagradas tenemos que
preguntarnos si nuestra vida está siendo realmente un reclamo para otros en el
que vean que, consagrando su vida a Dios en la vida religiosa o en el
sacerdocio, se puede ser muy feliz.
La vivencia alegre de nuestra consagración motiva a
otros a plantearse su vida por este camino, lo mismo que la tristeza, la desgana
y la forma de vivir nuestra consagración de cualquier forma, con poca ilusión y
con menos alegría desanima cuando alguien se lo plantea.
Es verdad que Dios puede sacar hijos de Abraham de las
piedras, pero no es menos verdad que el testimonio de la vida religiosa y
sacerdotal vivida con alegría, como lo mejor que nos ha podido pasar en la
vida, es también un elemento muy importante para mover en el corazón de los
jóvenes la llamada a seguir al Señor por el camino que ven en nosotros, para
ser felices, como ven que lo somos nosotros.
Todos debemos tener muy claras estas tres realidades
bien concretas: A. Que Dios sigue llamando hoy. B. Que el mundo y la Iglesia
necesitan que siga habiendo personas que entreguen su vida al servicio de Dios
y de los hombres. C. Que, hoy, como siempre, sigue habiendo jóvenes sensibles a
la llamada de Dios y de las necesidades del mundo, pero que necesitan de
apoyos, de mediaciones, de alguien que les haga la propuesta, la anime y la
alimente con su testimonio de vida para que ellos puedan responder con
generosidad.
Pidamos al Señor por todas las vocaciones, pero
especialmente pidamos por las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio,
para que siga habiendo quien rece por los que no rezan y quienes entreguen su
vida a llevar el evangelio de Cristo al corazón del mundo, para que este siga
creyendo y valorando la presencia de Dios en el mismo.
+ Gerardo Melgar Viciosa
Obispo de Ciudad Real
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