martes, 3 de junio de 2025
Provocación que nos sana
Fueron unas
palabras desconcertantes. Nunca antes habían sido pronunciadas con tanta
rotundidad y con un halo provocativo que despertaba todos los interrogantes
ante la sospecha de que no se entendía nada. Pero aquel Maestro dijo a
bocajarro y sin anestesia: resulta que he estado en la cárcel y no habéis
venido a mi encuentro, y caí enfermo sin que jamás me visitareis, y me moría de
hambre y sed sin que me ofrecierais un trozo de pan o un sorbo de agua, padecí
la expulsión de mi tierra, de mi cultura y de mi hogar sin el alivio vuestro en
mi condición de extranjero, y sufrí los tiritones de mi desnudez en tantas
intemperies. Entonces los discípulos de aquel Maestro se miraban unos a otros
haciéndose cruces y no pudieron remediar su reacción: ¿cuándo te hemos visto en
esa guisa? Llevamos tres años contigo y jamás te vimos errante, ni hambriento o
sediento, ni detenido entre barrotes, ni adoleciendo enfermedad alguna, ni
desnudo en tus cueros nobles. ¿A qué viene esa especie de reproche?
Pero fue
lapidaria la respuesta, para sumir todavía más en el desconcierto a aquel grupo
de seguidores que acaso cómodamente iban junto a Jesús secando lágrimas,
repartiendo panes y peces, sembrando paz y proclamando bondadosamente tantas
verdades que traían la libertad. Se les agolparían rostros de niños a los que
el Maestro bendijo y puso como ejemplo, personas curadas de tantos males en sus
cuerpos o en sus almas, pecadores con sus mentiras, sus injusticias, sus
abusos, sus excesos o defectos morales. Todos ellos eran testigos de tanto bien
y tanta paz repartida. ¿Por qué entonces esa reprimenda?
Es el texto que
encontramos en el capítulo 25 del evangelio de San Mateo, y representa uno de
los mensajes más comprometedores de los dichos por Jesús. Porque ahí se
manifiesta su divina solidaridad con esas situaciones que a menudo vemos tras
las pateras de cayucos que naufragan, tras las trincheras de guerras que no
acaban, tras las corrupciones de escaños en los que se forran los intereses
bastardos de quienes hacen de la mentira tramposa su gobernanza política, tras
las caravanas de quienes deben dejar todo para salvar vergonzantemente la vida,
tras el miedo en la mirada cuando te asalta una enfermedad sobrevenida, tras el
hambre y la sed de verdad, bondad, belleza y de justicia.
Pero he tenido
el regalo de comprobar una vez más cómo hay gente buena que se deja provocar
por estas palabras de Jesús, que no escurre el bulto ni mira piadosamente para
otro lado parapetándose en sus rezos que no oran al verdadero Dios. Lo he
comprobado en una institución que está de celebración por sus 120 años de
andadura: la Cocina Económica de Gijón. Más de un siglo donde un grupo de
laicos con conciencia cristiana y las Hijas de la Caridad, han dado cauce de
amor solidario al milagro que siguen ofreciendo como un reclamo precioso que a
todos nos embarga. Sucede igual en la Cocina Económica de Oviedo.
No sólo es la
comida y cena que allí se sirve a diario ante el hambre que se experimenta en
el estómago y en la soledad, sino también el ropero con el que cubrir
desnudeces varias; la clínica dental donde unos odontólogos prestan el servicio
gratuito de reparar la dentadura y cambiar el semblante de quien va buscando
trabajo; los talleres que ofrecen ocupación y recursos de los que experimentan
el vacío en sus manos, el alojamiento urgente de tanta gente sin techo y sin
futuro, la higiene cotidiana de quien viene de la calle que mancha la esperanza
y arruga el alma, la posibilidad de rehacer la vida de tantas dependencias con
el alcohol o la droga. Todo eso constituye el milagro cotidiano de quien se
reconoce en las palabras revolucionarias de Jesús que hacen del amor algo
concreto y evangélicamente solidario. Lo he visto. Doy fe de tanta gente buena
que así pone sus granos de arena que son como montañas de caridad que permiten
seguir creyendo en la humanidad tocada por Cristo. Gracias a todos los que hacen
posible el regalo de la Cocina Económica.
+ Fr. Jesús
Sanz Montes, ofm
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