Si el grano de trigo no muere, su vitalidad queda amputada, su existir,
esterilizado; la soledad que escogió es el clamor de su fracaso.
Es la soledad de no dar a Dios un
espacio en su corazón. Por el contrario, el grano de trigo que acepta ser
arrojado en tierra y en ella morir, jamás conocerá la soledad. Sólo y desvalido
dejaron a Jesús en el Calvario. Junto a Él, apenas cuatro personas: su Madre,
Juan, María Magdalena y María de Cleofás y a una cierta distancia, como dictaba
la ley romana. Aun así, el poder del Mal, no consiguió, que Jesús alzase sus
ojos para hablar con su Padre. Así atestiguó lo que había dicho a sus
Discípulos: "Yo estoy con el Padre y el Padre está conmigo" (Jn 14,11
).
Es así como los Discípulos de Jesús
dejamos este mundo, porque el Discipulado es, sobre todo, vivir con Dios.
Aunque nos condenaran a vivir en una isla despierta, como aconteció a algún
Discípulo de Jesús de la Iglesia Primitiva- como por ejemplo San Juan que fue
desterrado a la isla de Patmos - no nos alcanzará el estigma de la soledad, espectro
que sí alcanza a otros que dejan este mundo con personas junto él, pero no
Dios, por las razones que sean.
Los Discípulos de Jesús, no somos mejores que ellos pero ya vencimos
nuestra soledad, el día que igual que San Pablo dijimos: "Ya no soy yo
quien vive, es Jesús quien vive en mi" (Gal 2,20 ).
Atentos, no hace falta ser perfectos
para experimentar esto de San Pablo; el hecho, de desearlo, es ya señal de que
Jesús ya vive en ti.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario