“…Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con
los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había
sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo en el que
nadie todavía había sido depositado…” (Jn 19, 40-42)
Y ya no sabemos qué fue lo que ocurrió con la Cruz de Cristo.
No nos lo cuenta el Evangelio. Se cuenta que fue santa Elena, la que investigó
sobre el destino posterior de la Cruz; y que andando con un ciego por el lugar
del Calvario donde se presumía había estado el madero, al tocarlo, el ciego
recobró la vista.
Pero lo cierto es que la Cruz quedó sola. Nada, nada de lo
que pasa escapa a la Providencia de Dios. Mucho menos todo lo que se refiere
directamente a los acontecimientos de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor.
¿Por qué quedó sola la Cruz? La cruz te espera y me espera;
nos espera. Está aún esperando que la tomemos con nosotros, la abracemos, la
aceptemos; como la tomó y la aceptó el divino Maestro. “..El que no toma su
cruz y me sigue detrás no es digno de mí” (Mt 10,38)
“…Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y me siga…” (Mt 16, 24)
¡Cómo insiste el Señor, en dos catequesis casi continuas y
con las mismas palabras!
Marcos nos dice a continuación, con palabras casi idénticas a
las de Mateo: “…Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda
su vida por mí Y POR EL EVANGELIO, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre
ganar el mundo entero si pierde su vida?...” (Mc 8, 35-37)
Y ¿Qué nos ocurre a nosotros? Pues que nos espanta la cruz.
Es humano. También la Humanidad de Jesús se reveló: “… ¡Padre, si quieres
aparta de mí esta copa, pero no se haga mi voluntad sino la tuya!” (Lc 22,42)
Pero ahí está el camino indicado por Jesús. Él nos dará la
fuerza necesaria para acometer las pequeñas cruces de cada día. Y la hemos de
llevar con alegría, al hombro como Él, no a rastras, como a veces nos pasa, que
vamos tirando de ella, como algo que de lo que no podemos huir. La Cruz redime
nuestros pecados, nos acerca a Jesús, y nos hace colaboradores de su Reino, en
el camino que Él inició, y cuyas huellas hemos de seguir como camino seguro.
Pidamos pues SABIDURÍA para conocer a Dios; no sabiduría
humana. La Sabiduría no es una cosa. La SABIDURÍA es una Persona; es la Persona de Dios.
Dice el libro de la Sabiduría: “…Pues aunque uno sea
perfecto ante los ojos de los hombres, sin la SABIDURÍA que procede de Ti será
estimado en nada…”(Sb 9,6)
Pidamos de esta Sabiduría, de este agua Viva que es
Jesucristo, revelado en su Evangelio. Él nos enseñará a soportar nuestra cruz,
la quedó desnuda esperando que vayamos a llenarla.
Alabado sea Jesucristo.
Tomás Cremades
Alabado sea Diós... Y que Él nos dé fuerzas y Sabiduría...
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