miércoles, 18 de febrero de 2015

Miércoles de Ceniza. Comienzo Tiempo de Cuaresma.





La drástica expresión de la primera lectura nos impacta: "desgarren los corazones". Sin embargo, un corazón desgarrado es un corazón próximo al encuentro con el Señor, por más de una razón.

Ante todo, un corazón desgarrado es un corazón ABIERTO. Cerramos el corazón cuando no queremos escuchar; lo cerramos cuando no queremos sentir; lo clausuramos cuando preferimos no compadecernos de nadie si no es de nosotros mismos; lo sellamos a fuego cuando pretendemos que podemos resolverlo todo y que no hace falta un Dios en nuestra vida. Un corazón cerrado es un sepulcro. Abrir el corazón es dejarlo respirar, dejarlo escuchar, dejarlo sentir. Pero para abrir un corazón que se sentía cómodo en su propia cárcel hay que desgarrarlo.

Un corazón desgarrado es un corazón DOLIENTE. El pecado nos atrajo con la seducción de la alegría y con la golosina del placer. El pecado utilizó a la belleza y se hizo acompañar de la risa para envolvernos en su encanto mentiroso. Dejar estas mieles duele y abandonar estas caricias es duro. Pero en ese dolor empieza un camino de genuina salvación, y por eso hemos de considerar como bendito ese sufrimiento primero que nos desprende por fin del engaño.

La voz recia de Jesucristo nos despierta en este día y llama a todos a una religión sincera. Sus palabras se refieren a las tres grandes prácticas de la piedad judía, válidas también para nosotros, como lo enseñó Jesús con su ejemplo. Se trata de la oración, el ayuno y la limosna.

La sinceridad tiene un rostro muy concreto en la predicación de Jesús, y puede resumirse en estas palabras: "evita hacer las cosas para que te vean". No es la aprobación de la gente la que te hará aprobado ante Dios. No es el aplauso de la gente lo que te va a indicar la benevolencia de Dios. Necesitas de silencio y soledad para alcanzar sinceridad. Sólo cuando tus actos tengan por motor el deseo de agradar al Dios "que ve en lo escondido" alcanzarás una religión auténtica y limpia.

Dios "ve en lo escondido". No es un espía, ni tampoco un entrometido, como calumniaron los existencialistas ateos, con Sartre a la cabeza. No es un desocupado, ni tampoco un chismoso. Sencillamente, el universo le pertenece. Simplemente, somos obra suya. No es una elección de Dios conocernos hasta la entraña de nuestro ser: es la consecuencia natural del hecho básico que hizo posible nuestro ser: somos sus creaturas. La mirada divina es el ámbito de verdad en que reconocemos la primera y radical afirmación de lo que somos: creaturas. Sólo ante esa verdad y esa radical pertenencia a él alcanzamos la verdad, primero en nuestra conciencia y luego ante los hermanos.

A la vista de estos llamados de la gracia en la voz de Nuestro Señor y de sus profetas entendemos la expresión apremiante de San Pablo en la segunda lectura de hoy: " ¡En nombre de Cristo les suplicamos que se dejen reconciliar con Dios! ".

Esta época, esta cuaresma, es "un tiempo favorable". Lo mejor que podía sucedernos quiere sucedernos. Dios quiere llegar a nuestra vida y reconstruirla. Dios sabe quiénes somos; conoce lo escondido, y así como somos nos acepta; aunque no para dejarnos cuales somos sino para hacernos cada vez más imagen y semejanza suya. Este es el tono sereno y profundo de gozo que se esconde detrás de la penitencia que hoy empezamos.

Fr. Nelson Medina, OP





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