Esto indica su gran dimensión espiritual; todo su ser estaba pendiente de
la Venida del Mesías, su Salvador. Dios le había hablado al corazón diciéndole
que no moriría sin ver antes al Mesías. Movido por esta promesa, iba al Templo,
y un día vio a José y María con Jesús en brazos para presentarlo ante Yahvé.
Jesús, no tenía una luz especial, ni una estrella en la frente...etc., pero
Simeón le reconoció, por obra y gracia del Espíritu Santo. Alborozado le tomó
en sus brazos y exclamó: ahora, mi Dios, ya puedo morir en paz, porque mis ojos
han visto a tu Hijo.
Creo que todos tenemos envidia de este hombre; desearíamos tener una
experiencia tan determinante y rompedora del Hijo de Dios, como la suya, que
nos mueva a proclamar: Jesús, ya puedo morir en paz.
Para ello, os invito a leer despacio lo que dice el autor de la carta a los
hebreos sobre Moisés, en su misión de conducir a Israel por el desierto hacia
la Tierra Prometida. Nos dice que caminaba firme como "si viera al
Invisible" (Hb 11,27).
Ahí tenemos el secreto para morir llenos de esperanza, como Simeón.
Moriremos con su misma certeza si hacemos de la Palabra de Dios, sobre todo del
Evangelio, el Manantial Vivo de nuestra oración. ¡¡Es nuestra amorosa relación
con el Evangelio, - como por ejemplo la de San Francisco- lo que abre nuestras
entrañas al secreto …!! ¡Del Misterio de Dios!.
Conforme vamos entrando en el
Misterio de Dios, su Hijo traspasa a nuestro corazón su Sabiduría y un día,
sabremos sin lugar a dudas, que...cuando Jesús dijo: "Nadie va al Padre, si
no es por mi" (Jn 14,6,) …lo decía por ti y por mí. Entonces ya
perderemos el miedo a la muerte. (Jn 5,24) Ya no envidiaremos a Simeón.
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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