El Señor es mi Pastor nada me falta (Sal
23).
Conocíamos el salmo, pero ahora conocemos al Pastor. En cuanto descubrimos a Dios comprendimos que no podíamos hacer otra
cosa más que vivir para Él, pero es muy difícil, debido a nuestra debilidad, conservar bien las gracias recibidas de
Dios. Llevamos el tesoro, más valioso que el cielo y la tierra, en vasijas de
barro, en un cuerpo corruptible, con un alma débil e inconstante que por nada
se turba y se abate.
Si
alguien quiere venir en pos de mí, dice el Señor, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame (Mt 16,24). Necesitamos descubrir todo lo que el
Señor quiere de nosotros. Nunca debemos
quedarnos en meras emociones, sentimientos o reacciones. Hay que sonreír, vivir
y agradecer siempre, a veces no resulta nada fácil, pero el Señor nos dice:” Yo estoy contigo, ven y sígueme”, a pesar
de los altibajos, sombras y luces, susurros y cercanía. Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8,17)
Todo
lo puedo en aquel que me conforta (Fil 4,13). Si alguno tiene sed, venga a mí y
beba (Jn 19,23) y también prometió hacer manar, para aquellos
que tengan fe, fuentes de agua viva. Dialogo
paciente, generoso, apasionante. Este es el camino, el único camino. Dios se conmueve
con nosotros. “Te he amado con un amor
eterno y he tenido piedad de tu nada” (Jr, 31,3). Ahora nos toca gozar y
sobre todo construir. He ahí nuestra responsabilidad.
Tú
eres Señor Jesús, la piedra firme, la piedra inmovible, el Dios fiel ( 2 Tes 3,3). Solo en ti confiamos. No os inquietéis pensando que comeréis, que
beberéis o con que os vestiréis (Mat 6,31), Cristo nos ha dotado con las armas
de la Luz (Rom 13,12), Cristo fuente de la que surge la vida eterna (Jn 4,14).
“He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5)
Todo está en manos de Dios y
confiamos en Él. Una promesa que no defrauda. Dios nos abrió paso a la vida y
aceptamos con benevolencia sus circunstancias.
Benedicto XVI, nos dijo: “En
el mundo hoy hay una sola tristeza: la de no estar cerca de Dios”.
“Si lo que yo anhelo es pertenecer a Dios, no me
entreguéis al mundo ni me seduzcáis con las cosas materiales; dejad que pueda
contemplar la luz pura; entonces seré hombre en pleno sentido. Permitid que
imite la pasión de mi Dios. El que tenga a Dios en sí entenderá lo que quiero
decir y se compadecerá de mí, sabiendo cuál es el deseo que me apremia”. (Ignacio
de Antioquía).
Orad sin interrupción (1Tes 5,17) y permaneced cimentados en
la fe (Col 1,23). No seas de los que extienden la mano para recibir y la
encogen para dar. Amarás como la niña de tus ojos (Dt 32,10) a todo el que te hable del Señor. Mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre (Cfr Mat
12,50),(Lc 8,21), Mc 3,25), seamos, pues, imitadores de su paciencia y, si
por causa de su nombre tenemos que sufrir, glorifiquémosle.
“¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la
tierra!” (Sal 8, 2). Este es el esplendor de
la esperanza y lo que cuenta realmente en la vida, algo fascinante que nos
mueve a estar sumamente agradecidos porque Cristo se hace presente en nuestra
vida.
El
Espíritu del Señor está sobre mí, pues Él me ha consagrado con su unción y me ha
enviado a evangelizar a los pobres (Is
61,2).
Dios escribe recto en
nuestros renglones torcidos.
¡Que Dios en su misericordia
nos bendiga!.
Miguel Iborra
Miguel: cada vez me dejas más sorprendida con tus escritos. ¡Cuanto conoces de Dios! y que cerca te hayas de Él.
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