domingo, 6 de diciembre de 2015

El bosque y los árboles



Meditando en el rezo de Laudes del primer domingo de Adviento, la antífona 2 dice: “Los montes y las colinas aclamarán en presencia del Señor, y los árboles del bosque aplaudirán, porque viene el Señor y reinará eternamente”

Y se me ocurre pensar: ¿Cómo es posible que los accidentes inanimados, como en este caso los montes, las colinas, los árboles…, tomen presencia humana y sean capaces de tomar iniciativas de pensamiento, de movimiento y de adoración al encuentro con su Creador?

La metáfora imaginativa es bellísima, y pretendo “bucear” un poco en estos pensamientos. En las culturas orientales-en este caso la judaica-, las imágenes hablan mucho más que en nuestra cultura, podríamos llamar, romana o helénica; no en vano decimos que una imagen vale más que mil palabras.

Los montes, en la cultura hebrea, en la Sagrada Escritura, es el lugar donde habitan los dioses; esos pequeños dioses que todos tenemos, que comienzan en nuestro propio “yo”, en nuestro “ego”, y continúan en el “amor propio” como tapadera del orgullo, la soberbia, y demás pecados capitales, así llamados porque son cabeza u origen de todos los demás,  que “embellecen” nuestra alma, en una danza infernal con el Príncipe de la Mentira, el diablo.

La Antífona nos recuerda que los montes y las colinas aplaudirán en presencia del Señor. Este aplaudir no es realmente un aplauso como el que entendemos en nuestro lenguaje, en el que se exalta un trabajo bien hecho, o una actividad bien realizada.

 Dice el Salmo 47: “¿Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría, porque Yahvé, el altísimo es terrible, el Gran Rey de toda la tierra! “ Es este grito de alegría y adoración en la presencia infinita del  Dios Creador.

Y continúa con un aplauso de los árboles del bosque hacia el Creador de todo, Dios, nuestro Señor Jesucristo.

Dice un refrán castellano que los árboles no dejan ver el bosque, cuando queremos significar que, en ocasiones, estamos tan metidos dentro de un problema o de una actividad cualquiera, que, olvidamos el entorno que nos rodea, aunque esté pegado a nuestra piel.

En Dios es diferente: En Dios, el bosque, que es toda la creación, hecha por Él y para Él, no le impide ver los árboles, que somos cada uno de nosotros. Por eso, nosotros como árboles de Dios, creación suya, aplaudimos al Rey de la Creación y del mundo Cristo Jesús.

Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades

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