Meditando en el rezo de Laudes
del primer domingo de Adviento, la antífona 2 dice: “Los montes y las colinas aclamarán en presencia del Señor, y los
árboles del bosque aplaudirán, porque viene el Señor y reinará eternamente”
Y se me ocurre pensar: ¿Cómo es
posible que los accidentes inanimados, como en este caso los montes, las
colinas, los árboles…, tomen presencia humana y sean capaces de tomar
iniciativas de pensamiento, de movimiento y de adoración al encuentro con su
Creador?
La metáfora imaginativa es
bellísima, y pretendo “bucear” un poco en estos pensamientos. En las culturas
orientales-en este caso la judaica-, las imágenes hablan mucho más que en
nuestra cultura, podríamos llamar, romana o helénica; no en vano decimos que una
imagen vale más que mil palabras.
Los montes, en la cultura hebrea,
en la Sagrada Escritura, es el lugar donde habitan los dioses; esos pequeños
dioses que todos tenemos, que comienzan en nuestro propio “yo”, en nuestro
“ego”, y continúan en el “amor propio” como tapadera del orgullo, la soberbia,
y demás pecados capitales, así llamados porque son cabeza u origen de todos los
demás, que “embellecen” nuestra alma, en
una danza infernal con el Príncipe de la Mentira, el diablo.
La Antífona nos recuerda que los
montes y las colinas aplaudirán en presencia del Señor. Este aplaudir no es
realmente un aplauso como el que entendemos en nuestro lenguaje, en el que se
exalta un trabajo bien hecho, o una actividad bien realizada.
Dice el Salmo 47: “¿Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría,
porque Yahvé, el altísimo es terrible, el Gran Rey de toda la tierra! “ Es
este grito de alegría y adoración en la presencia infinita del Dios Creador.
Y continúa con un aplauso de los
árboles del bosque hacia el Creador de todo, Dios, nuestro Señor Jesucristo.
Dice un refrán castellano que los
árboles no dejan ver el bosque, cuando queremos significar que, en ocasiones,
estamos tan metidos dentro de un problema o de una actividad cualquiera, que,
olvidamos el entorno que nos rodea, aunque esté pegado a nuestra piel.
En Dios es diferente: En Dios, el
bosque, que es toda la creación, hecha por Él y para Él, no le impide ver los
árboles, que somos cada uno de nosotros. Por eso, nosotros como árboles de Dios,
creación suya, aplaudimos al Rey de la Creación y del mundo Cristo Jesús.
Alabado sea Jesucristo
Tomas Cremades
No hay comentarios:
Publicar un comentario