“Verbum”, palabra. Fijémonos la importancia de la esta palabra, “palabra”, por su significado: Dios.
Nuestros
mayores sí que lo entendían, pues cuando daban su palabra, la cumplían pasara
lo que pasara y por encima de todo porque era signo de honor, honestos consigo
mismos y con los demás. Empeñar la palabra significa al pie de la letra que esa
palabra es fiadora de uno mismo, es nuestro aval, garantía de nuestra conducta;
lo cual significa que en y a ella confiamos nuestro ser, todo nosotros
íntegros. Si no la cumplimos, perdemos todo nuestro prestigio y honor, seremos
aquella persona que no tiene credibilidad y del que todos desconfían y en
consecuencia no vale nada ante los demás.
También la palabra es
la facultad de transmitir, comunicarse con otras personas. Dar a conocer
nuestro interior, aflorar nuestros sentimientos, exponerlos ante los demás.
Abrirnos para que los otros conozcan lo que siente nuestra alma. Pero, claro,
lo que demos ser es calidad, no podemos ni debemos ser unos defraudadores. Lo
que mostremos será calidad, no baratija. Debemos ser joyas, no bisutería.
Y todo ello porque la
Palabra es el propio Dios. Dios viene a hacerse hombre, acampa entre nosotros,
o sea, vive como uno más y con ello nos eleva a dioses. Por esto es por lo que
debemos ser excelentes guardadores de la Palabra, porque nos ha transformado en
el “súmmum”, Dios. Si somos los transmisores de Dios debemos ser asépticos y
objetivos, no defraudadores de la Verdad y la Luz. Íntegros y cabales porque ya
no somos Pedro, Juan o Andrés, sino que somos seres imbuidos en la calidad
divina y por tanto obligados a ser y actuar en consecuencia. Gran
responsabilidad la nuestra que vamos disfrazados de hombre, pero dentro somos
Dios. Si en todo instante actuáramos en consecuencia, otro gallo nos cantaría,
el mundo sería un verdadero paraíso. Convirtamos la palabra en Palabra.
Pedro J. Martínez
Caparrós
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