El ser humano es un ser en camino y en una marcha continua que impregna por
completo la vida humana y que vive orientado hacia el futuro más que ligado al
presente. Por el presente se limita a
transitar. Lo que define al caminante es
su proyección hacia una meta, es su esperanza del futuro.
Para mí la esperanza en Dios prolonga mi esperanza
terrenal, que es un trayecto más bien corto. La verdad que existe una categoría
especial de personas, dignas de ser admiradas por la seriedad del esfuerzo, por
la virtud de la fortaleza y por la humilde paciencia. Hay otras que sistemáticamente
se dirigen a Dios por el camino más largo, más difícil, más tortuoso, el camino
más indirecto, el más laborioso y el más inadecuado.
Una labor difícil, sin duda, pero lo que unifica a
unos y a otros, lo que les iguala es el amor de Dios.
Caminar, caminar y caminar hacia la relación humana
con Dios.
Hay otros que se deciden ir por el camino de
Jesucristo “ Yo soy el Camino, y la Verdad y la Vida, dice el Señor, nadie va
al Padre, sino por mí. (Jn 14,6).
Ese camino tan enrevesado que las personas
acostumbramos a recorrer hasta llegar a
Dios, es un camino jalonado de dificultades y espejismos, camino del que
arrancan innumerables desvíos, senderos que nos llevan al consumismo, al
derroche, al poder, a acumular muchas cosas para poder ser ricos y hay que ser
ricos para poder adquirir más cosas, abandonar el tú y llenarnos del yo.
Miguel de Unamuno mientras estaba contemplando el
escaparate de unos grandes almacenes manifestó:“ Hay que ver cuántas cosas no necesito”.
Cuando el viajero ya no puede seguir adelante porque
todas sus rutas han quedado bloqueadas, es necesario cambiar de nivel y seguir
caminando. Caminar no es permanecer a la espera, exige ponerse de pie y empezar
a caminar y seguir caminando sin desmayo. A menudo supone enfrentarse al vendaval, nadar contra
corriente y vencer la tendencia a la pasividad.
Escribía
San Buenaventura: “Para que este paso sea
perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar
en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y
secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino
el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el
fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el
Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.
Querida Comunidad, queridos hermanos, queridos
lectores, queridas ovejas y queridos pastores: buen camino y que estemos en
todo momento orientados hacia Dios, y que el amor fraterno sea la brújula que
nos lleve a Él.
Por todo y por todos ¡gracias Señor!
Miguel
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