Vemos a Pablo, lleno del Espíritu Santo, a raíz de su conversión. Recorre
incansable una buena parte de Europa anunciando el Evangelio de Jesús. Enormes
son las trabas e impedimentos que se le presentan, pero no se arredra. Hay sin
embargo un momento en el que su ánimo parece quebrarse. Está en Corinto,
anunciando a Jesús a los judíos de la sinagoga y resulta que casi todos le
interrumpieron con blasfemias.
En la noche, el desánimo - la mejor arma de Satanás - hace mella en él.
Quizás pensó que no había valido la pena haber dejado todo, que no fue poco,
por predicar el Evangelio de Jesús. Pero Jesús estaba con él, pendiente de sus
sufrimientos, y en medio de la noche, le dijo en una visión: "...No temas,
sigue hablando, no calles, que yo estoy contigo." (Hch 18,9).
Mil pruebas, sufrimientos e incluso el martirio esperaban a Pablo al
ponerse del lado de Jesús. Lo sabía, pero su amor a Él era tan enorme y
sublime, que se mantuvo firme en su misión evangelizadora. Se nos eleva el alma
hacia lo alto, al escuchar esto que escribe a Timoteo, su compañero de misión:
"Estoy soportando estos sufrimientos, pero no me avergüenzo, porque sé muy
bien de quién -se refiere a Jesús - me he fiado..." (2 Tm 1,12).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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