domingo, 31 de diciembre de 2017

Una niña de gran­des ojos



Di­cen que du­ran­te las pri­me­ras lu­ces del 1 de enero pasa la Paz por nues­tras ca­lles. En ese pre­ci­so ins­tan­te en que los ma­yo­res ya des­ve­la­dos ven­ti­lan y or­de­nan sus ho­ga­res, los ni­ños se des­pe­re­zan y se es­ti­ran so­bre el edre­dón de la cama y los jó­ve­nes vuel­ven, a cuen­ta go­tas, de las fies­tas de no­che ­vie­ja.

Este, como mu­chos otros años, las per­so­nas que lo sa­ben, es­pe­ran a la Paz. Al­gu­nos pu­sie­ron un ve­lón rojo en­cen­di­do en su ven­ta­na, para que cuan­do la Paz pase y lo vea se dig­ne en­trar.
Así, mien­tras to­ma­ba en un bar el café ne­gro de la ma­ña­na, con­tem­plé a don Fe­li­pe, que vive solo, pe­ga­do a los cris­ta­les, con la mi­ra­da hui­da ha­cia un ho­ri­zon­te en es­pe­ra de la vi­si­ta de sus hi­jos, que des­de hace tiem­po no vie­nen, ata­rea­dos en mil queha­ce­res.
La se­ño­ra Jua­na, tras los vi­si­llos re­bus­ca el con­sue­lo, mien­tras mira de reojo a su ma­ri­do en­fer­mo.
Ma­teo, el peón, sale al qui­cial a apu­rar las pri­me­ras bo­ca­na­das del ci­ga­rro. Tie­ne una se­ria le­sión en la es­pal­da que le im­pi­de tra­ba­jar y mien­tras con­tem­pla el humo, re­vi­ve la an­gus­tia de las po­cas po­si­bi­li­da­des que le que­dan para vi­vir con dig­ni­dad.
So­le­dad, una mu­jer de 54 años que el tiem­po dejó apar­ca­da en los pri­me­ros días de su ni­ñez, jue­ga con una mu­ñe­ca de tra­po, mien­tras sus an­cia­nos pa­dres, apo­ya­dos uno en el otro, la mi­ran des­con­so­la­dos y vi­gi­lan­tes con las lá­gri­mas en los ojos.
Don Ma­nuel, abre las puer­tas de su igle­sia, como to­das las ma­ña­nas para re­zar. Y an­tes de en­trar, mira a un lado y a otro de la ca­lle va­cía, y deja que una cier­ta de­sola­ción le opri­ma el pe­cho.
Pe­tra, sien­te que este año tie­ne que ser dis­tin­to, pues siem­pre se al­bo­ro­ta por nada, pero es su for­ma de ser, aun­que no lo quie­ra, y ru­mia todo esto mien­tras va­pu­lea cada vez con más fuer­za una al­fom­bra en el bal­cón.
El jo­ven San­ti, da vuel­tas al desa­yuno y mira el re­mo­lino sin fin que hace en­si­mis­ma­do con la cu­cha­ra. Es­ta­ba enamo­ra­do y ha su­fri­do el desamor. Ayer no sa­lió de casa.
Mien­tras, el te­le­vi­sor ha­bla y ha­bla de gue­rra, de vio­len­cia, de in­jus­ti­cias, de te­rro­ris­mo, de anal­fa­be­tos y ham­brien­tos, de en­fer­mos de sida, de mu­je­res mal­tra­ta­das, de ase­si­na­tos, de co­rrup­ción… no­ti­cias te­le­vi­sa­das de un año, imá­ge­nes que nos acos­tum­bran al es­pan­to.
Unos jó­ve­nes que vol­vían de pa­sar la úl­ti­ma no­che del año, con la son­ri­sa en los la­bios y la boca lle­na de can­ta­res me di­je­ron que se cru­za­ron en el ca­mino con unas ni­ñas de gran­des ojos. Res­pon­dían a los nom­bres de Ter­nu­ra, Jus­ti­cia y Mi­se­ri­cor­dia…. les acom­pa­ña­ba un niño pe­que­ño, des­nu­do, que se lla­ma­ba Per­dón.
Una a una se fue­ron apa­gan­do las can­de­las en las ven­ta­nas de mi ca­lle. Se re­co­gie­ron y guar­da­ron para otra no­che, para otro paso de año, para al­ber­gar otra es­pe­ran­za de Paz en el co­ra­zón de cada uno.
¡Ánimo y ade­lan­te!
+ An­to­nio Gó­mez Can­te­ro
Obis­po de Te­ruel y Al­ba­rra­cín



En el año 2018, seguimos evangelizando


La Palabra de Cristo  habite entre nosotros en toda su riqueza.

Señor, ayúdame cada día a hacer de Tu palabra la guía de mi vida. Dame la sabiduría para que mis acciones reflejen el aprendizaje que de ella he tomado, de manera que pueda caminar cada día, cercano a Tí. Amén




sábado, 30 de diciembre de 2017

Danos, Señor, un año de bendiciones


Domingo Infraoctava. La Sagrada Familia



La familia cristiana

El nacimiento de una persona no termina con el parto, como sucede en algunas especies animales. El ser humano necesita cuidados físicos y psicológicos que le vayan ayudando a desarrollarse como persona. Con esta finalidad Dios, creador providente, ha dispuesto que el ser humano sea concebido como fruto del amor de un hombre y una mujer, y que una vez nacido, padre y madre se encarguen con amor de su desarrollo. La familia es una institución natural, presente en todas las razas, independientemente de religión y cultura. La Iglesia nos recuerda hoy que el Hijo de Dios nació en el seno de una familia y que necesitó de su ayuda para desarrollar plenamente su personalidad humana. Si María fue la protagonista exclusiva de su nacimiento, ahora coopera también José, el padre legal. De ellos aprendió Jesús la cultura de Israel, aprendió a hablar, a orar, el oficio de carpintero... Jesús vivió sometido a ellos y participó de todas las vicisitudes positivas y negativas de su familia (Evangelio). Hoy la Iglesia nos invita a contemplar esta faceta de la encarnación del Hijo de Dios y propone a la Sagrada Familia como modelo de toda familia. Con los altibajos propios de toda persona normal, María, José y Jesús, supieron ayudarse mutuamente y crecer en el amor.

La segunda lectura ilumina la vida de la familia cristiana: Como elegidos de Dios, santos y amados, y por tanto conscientes de que Dios da los medios para ello en el sacramento del matrimonio, revestíos, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia,  soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.  Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección.  Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos, participando en la Acción de gracias o Eucaristía.  La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza, pues la palabra de Dios debe iluminar toda la vida doméstica. Esta segunda lectura termina dando consejos a los diversos miembros de la familia: “Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor”: literalmente el texto original dice someteos a vuestros maridos, empleando un verbo que no reproduce hoy exactamente el pensamiento de san Pablo. De por sí so-meterse significa meterse entre, integrarse, que es lo contrario de la huida, de querer vivir al margen, de la total independencia. Naturalmente para poder vivir dentro de un grupo, hay que adaptarse a sus exigencias y consecuentemente esto implica también el significado meterse bajo las exigencias de la convivencia. Lo que Pablo quiere decir es que la mujer tiene que adaptarse por amor (no olvidar el contexto anterior) a las exigencias propias del compartir la vida con su marido y que el marido lo haga igualmente por amor. Por su parte, los hijos han de corresponder con la obediencia adecuada. Siempre se trata de una dependencia mutua en Cristo y por amor, que excluye todo lo que sea antievangélico, como la tiranía, el desprecio... Lógicamente este espíritu se ha de vivir de acuerdo con la evolución social de la familia en los distintos tiempos. La familia actual es diferente de la patriarcal, pero su espíritu debe ser el mismo.

La primera lectura toca una faceta de actualidad en muchas familias, los mayores y la atención que se les debe prestar, no solo material sino también y sobre todo psicológica, para que se sientan queridos, escuchados, valorados, y no como un estorbo. La atención amorosa a los mayores agrada a Dios más que un sacrificio de expiación: Quien honra a su  padre expía sus pecados... Sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes... La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta paga pagar tus pecados.

Al celebrar la fiesta de la Sagrada Familia, la Iglesia nos invita a valorar y defender la familia cristiana. Hoy día son muchos los retos que tiene que afrontar esta institución, como muestra el hecho de que la Iglesia haya dedicado dos sínodos de los obispos a ella, que han culminado en la exhortación postsinodal Amoris Laetitia, que ofrece valiosas aportaciones para afrontar la situación. Por una parte, está la ideología de género, que quiere marginar el matrimonio natural como matrimonio “tradicional”, en sentido despectivo, negándole su carácter  “natural” y considerándolo una creación “cultural”, por otra, el gran número de matrimonios rotos y de familias monoparentales. Lo mejor forma de defender y dignificar el matrimonio cristiano es vivirlo. Hoy se nos invita, por una parte, a agradecer todo lo que hemos recibido cada uno de nuestra familia, a pesar de las imperfecciones que hayamos podido encontrar en ella, como cariño, educación, la fe cristiana, ayudas de todo tipo, por otra, a vivir las exigencias del amor en nuestra familia actual. Los esposos viviendo a fondo las exigencias del sacramento del matrimonio, que deben conocer mejor, los hijos correspondiendo al amor de sus padres y cooperando con amor en el bien común de toda la familia. Y todos, teniendo una acogida especial a los mayores.

La Eucaristía, por una parte, debe ser escuela y alimento de toda familia cristiana, en la que ofrece la Acción de gracias a Dios Padre por medio de Jesús por  todos los bienes recibidos y se recibe gracia para continuar creciendo en el amor y, por otra, debe ayudar a todos los participantes a convivir como miembros de una gran familia eclesial.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



Solemnidad de Santa María, Madre de Dios.


maría, madre del rey de la paz

La liturgia de esta fiesta  es rica de contenidos que convergen en las diversas circunstancias que se dan en el día: la primera lectura alude al comienzo del año civil y pide que Dios bendiga al pueblo con la paz. Este tema coincide además con la celebración de la Jornada anual de la paz. La segunda y primera parte del Evangelio ilustran la solemnidad que se celebra, Santa María, madre de Dios. Finalmente el Evangelio, en su segunda parte, recuerda que a los ocho días del nacimiento -un día como hoy-  el Niño fue circuncidado y agregado oficialmente al pueblo de Dios.  Todo se resume en maternidad de María y don de la paz y se puede unificar en “María, madre del Rey de la paz”.

Se suele definir la  paz como ausencia de guerra, situación que se asegura apelando a las exigencias del bien común y especialmente  con el equilibrio de poderes. Para el cristiano la paz es algo más profundo, que se fundamenta en la fraternidad  básica de la humanidad, en cuanto que todos hemos sido creados por Dios iguales, a su imagen y semejanza, aunque hay diferencias, como en los hermanos de una misma familia. Por desgracia, la presencia del pecado en la humanidad rompe esta fraternidad y Caín mata a su hermano Abel. Este relato muestra que la humanidad lleva gravada la marca de la fraternidad, pero también la posibilidad de traicionarla. Cristo ha venido a destruir el pecado y a confirmar esta vocación radical de la humanidad a la fraternidad. El que acoge su mensaje y se deja transformar por su Espíritu forma parte de la nueva fraternidad, integrada por los que hacen la voluntad de Dios (Mt 12,50).

Un aspecto de esta nueva fraternidad es la destrucción de toda forma de esclavitud. Como Pablo recuerda a Filemón, su esclavo se ha convertido en hermano querido (Flm 15-16). Hoy día hay muchos tipos de esclavitud con las que el hombre somete a su hermano: trabajadores y trabajadoras, incluso menores, oprimidos de forma informal en todos los sectores laborales…  los emigrantes que sufren el hambre y el abuso laboral, privados de derechos y dignidad… las personas obligadas a ejercer la prostitución… niños y adultos víctimas del tráfico para la extracción de órganos… niños reclutados como soldados o para la mendicidad o para la venta de drogas… niñas y mujeres vendidas como esclavas sexuales… Y todo esto sucede ante nuestros ojos en un contexto en que se ha globalizado la indiferencia.

La causa última de todo esto es la corrupción del corazón humano, que considera a la persona objeto de explotación en su beneficio, contrariando al plan del Creador, pero hay otras causas inmediatas como son la pobreza, la falta de educación, la falta de trabajo... Ante esto urge la acción de los Estados, las Organizaciones intergubernamentales y las organizaciones de la sociedad civil. Nos compete a todos globalizar la fraternidad, no la indiferencia. Pero esta responsabilidad afecta también a toda persona de a pie. En esta perspectiva se nos invita a cada uno, según la situación en que se encuentra, a realizar gestos de fraternidad con los que se encuentran en un estado de sometimiento o cuando tenemos que elegir productos que con probabilidad podían haber sido realizados mediante la explotación de otras personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia o por motivos económicos, otros, en cambio optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones civiles o haciendo pequeños gestos cotidianos. Realmente estamos ante un problema de inmensas dimensiones, que nos supera, pero esto no nos excusa de hacer lo que esté de nuestra parte a favor de estos mis hermanos pequeños (Mt 25,40.45), por lo que al final seremos juzgados.

La Eucaristía celebra el don de la paz, la pedimos como don de Dios  y nos une al Príncipe de la paz. Por eso nos damos un saludo de paz, que debe ser un compromiso por ella.



Dr. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 29 de diciembre de 2017

Madre de Dios



En la Iglesia católica, comenzamos el año Nuevo celebrando a la Madre de Dios, María Santísima, acostumbramos ir a misa por la mañana y descansar el resto del día. En esta solemnidad ponemos atención al “sí” de María. Que con su cooperación al plan de Dios, no simplemente se convierte en la primera discípula, sino que es el medio mortal por el cual Dios se hace humanidad entre nosotros.

En sus silencios y reflexiones, la escritura nos dice que ella todo “lo guardaba en su corazón”. María manifiesta un gozo profundo, contemplativo y reverente ante la Palabra hecha carne. Esta es una invitación para permitir que Dios también se encarne en nuestras vidas.

Estamos llamados a hacer presente la presencia real y verdadera de Dios en lo concreto de nuestra existencia. El contemplar la Palabra de Dios requiere de una reacción, de una respuesta. Este tipo de contemplación profunda conlleva una acción intencional y genuina en nuestras acciones diarias; con compasión, con tolerancia, con justicia, con unidad con amor. Estas palabras solamente tienen sentido si las arropamos con “frazadas de humanidad” en nuestro contexto cotidiano. Sólo así las palabras adquieren verdadero significado, cuando dejan de ser palabras para ser acciones. 

Para hallar la gracia de Dios hay que hallar a María.

Todo se reduce, pues, a hallar un medio fácil con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es el que te voy a enseñar. Digo, pues, que para hallar esta gracia de Dios hay que hallar a María.

Porque:
Sólo Maria es la que ha hallado gracia delante de Dios, ya para sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particular; que ni los patriarcas, ni los profetas, ni todos los santos de la ley antigua pudieron hallarla.

Ella es la que al Autor de toda gracia dio el ser y la vida, y por eso se la llama Mater gratiae, Madre de la Gracia (AltaGracia).

Dios Padre, de quien todo don perfecto y toda gracia desciende como fuente esencial, dándole al Hijo, le dio todas las gracias; de suerte, que, como dice San Bernardo, se le ha dado en él y con él la voluntad de Dios.

Dios la ha escogido por tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido (según San Bernardino) reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo.

 Así como en el orden de la naturaleza es necesario que tenga el niño padre y madre, así en el orden de la gracia es necesario que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a Dios y a María por Madre; y el que se jacte de tener a Dios por padre, sin la ternura de verdadero hijo para con María, engañador es, que no tiene más padre que el demonio.

Puesto que María ha formado la Cabeza de los predestinadosJesucristo, tócale a ella el formar los miembros de esa Cabeza, los verdaderos cristianos: que no forman las madres cabezas sin miembros, ni miembros sin cabeza.

Quien quiera, pues, ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe formarse en María, mediante la gracia de Jesucristo, que en ella plenamente reside, para de lleno comunicarse a los verdaderos miembros de Jesucristo, que son verdaderos hijos de María.


Dios habla a los hombres a través de esa belleza única llamada María", Madre de Dios y Madre nuestra (S.S. Juan Pablo II - 2004).

jueves, 28 de diciembre de 2017

Señor mi Dios, dueño del tiempo y de la eternidad



"Señor mi Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro.

Al terminar este año quiero darte gracias por todo aquello que he recibido de Ti.

Gracias por la vida y el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por todo aquello que fue posible y por lo que no pudo ser.

Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.

Presento ante ti a los seres que durante tanto tiempo han sido mi vida y mi amor, a mis seres queridos y mis hijos amados, mis padres, las amistades nuevas, los más cercanos a mí y los que están más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría...

A todos ellos llénalos de amor y bendiciones...

y a quienes ahora son ángeles junto a ti, llénalos de luz y dales paz eterna...   

Pero también Señor, hoy quiero pedirte perdón, perdón por el tiempo perdido, por la palabra inútil y el amor desperdiciado, perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho, y perdón por vivir sin entusiasmo.

También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte, por todos mis olvidos, descuidos y silencios...nuevamente te pido perdón...

Mañana iniciaremos un nuevo año, detengo mi vida ante el nuevo calendario aún sin estrenar y te presento estos días que sólo TÚ sabes si llegaré a vivir.

Hoy te pido para mí y los que amo la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la humildad y la sabiduría.

Te ofrezco vivir cada día con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.

Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas o hirientes.

Abre en cambio mi ser a todo lo que es bueno, que mi espíritu se llene sólo de bendiciones y las derrame a cada paso que doy.
Cólmame también de bondad y de alegría para que aquellos que conviven conmigo o se acerquen a mí, encuentren en mi vida un poquito de Ti.

“Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad."


miércoles, 27 de diciembre de 2017

Para levantar la naturaleza caída tuvo que venir el creador.


Ni los profetas, que habían sido vencidos; ni los doctores, que nada habían adelantado; ni la Ley, que carecía de la fuerza suficiente; ni los frustrados intentos de los ángeles; ni la voluntad de los hombres, reacia a practicar lo que es bueno...: para levantar la naturaleza caída, hubo de venir su mismo Creador. 


Y vino, no con la manifestación externa de su condición divina: precedido de un gran clamor, con el ensordecedor estruendo del trueno, rodeado de nubes y mostrando un fuego terrible; ni con sonido de trompetas, como antiguamente se había aparecido a los judíos, infundiéndoles terror (...); tampoco usó de insignias imperiales, ni se presentó con una corte de arcángeles: no deseaba atemorizar al desertor de sus leyes. 

El Señor de todas las cosas apareció en forma de siervo, revestido de pobreza para que la presa no se le escapase espantada. Nació en una ciudad que no era ilustre en el Imperio, escogió una obscura aldea para ver la luz, fue alumbrado por una humilde virgen, asumiendo la indigencia más absoluta, para lograr, en silencio, al modo de un cazador, apresar a los hombres y así salvarles.

No existiendo un lecho donde se le reclinase, el Señor fue colocado en un comedero de animales, y la carencia de las cosas más indispensables se convirtió en la prueba más verosímil de las antiguas profecías. Fue puesto en un pesebre para indicar expresamente que venía para ser alimento, ofrecido a todos, sin excepción. El Verbo, el Hijo de Dios, al vivir en pobreza y yacer en
ese lugar, atrajo hacia Sí a los ricos y a los pobres, a los sabios y a los ignorantes (...). 

(Teodoro de Ancira,
Homilía I en la Navidad del Señor)

María se levantó y se puso en camino de prisa



Estas breves palabras del evangelista Lucas (Lc 1, 39) deberían de ser un gran ejemplo y guía de actuación para el cristiano.

María acaba de enterarse por el anuncio del ángel Gabriel que ha sido elegida para ser la Madre de Dios hecho hombre, también se entera por este mismo medio que su prima, ya fuera de tiempo para ser madre, está esperando un niño. Apenas se repone de la turbación lógica que le produce tal noticia, toma enseguida la decisión de ir a ponerse al servicio de su parienta. Su respuesta de entrega es inmediata, decidida y sin demora. Ahora me necesitas, ahora te ayudo. Este “se levantó” tiene una gran carga significativa de acción para actuar, de ponerse en movimiento en el acto para realizar algo, es la actitud  de quien se pone mano a la obra que diríamos en un lenguaje llano; y si todo esto no fuera suficiente, dice el evangelista que “se puso de camino de prisa”. Es como si pensara que el asunto no se puede dejar para después, es de inminente ejecución, de suma urgencia. Así debe ser el actuar cristiano: de servicio inmediato, sin pensárselo dos veces, de entrega sin reservas, de prestar atención con decisión pronta a quien lo necesite.

Otra posibilidad sería que María sentía prisa por felicitar a su prima, toda una vida esperando un hijo y cuando ya parecía imposible, por motivo de la edad, le llega. Aquella noticia bien valía la caminata para ir a compartir una gran alegría con su pariente. También los cristianos debemos alegrarnos con los que se alegran, debemos mostrárselo, ya que las satisfacciones compartidas son más satisfacciones. Los demás deben de darse cuenta de que sentimos y compartimos una gran alegría con sus triunfos, deben de enterarse de que no somos indiferentes a sus acontecimientos vitales, pero no para que nos lo agradezcan o por pura satisfacción propia, sino por mostrarles a los demás la complacencia de compartir sus alegrías.

También se podría interpretar que María tenía prisa por dar la noticia tan esperada y ansiada por el pueblo judío; se moría de alegría, más que por conocer que había sido elegida ella, por comunicar la Nueva Buena de que había llegado el tiempo del cumplimiento de las profecías; por ello tenía prisa, el asunto no era para menos, para anunciar que había llegado el tiempo de la plenitud. Y además ella era la seleccionada por Dios para ser la madre del eslabón de enlace entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Corría prisa por anunciar, de forma simbólica a su prima, a todo el universo que comenzaba el tiempo definitivo de la promesa, de la nueva y última alianza de Dios con los hombres. Y es que así debe ser el actuar del cristiano: disposición a dar a conocer a los demás el mensaje de amor, de comunicar que se ha hecho realidad lo que antes era solo esperanza, que el hombre ha sido redimido de la culpa de su pecado. Esto es algo tan grande que no podemos guardarlo para nosotros solos; no es para un grupo privilegiado, sino que es un bien universal y por ello tenemos que estar decididos a proclamarlo a los cuatro vientos, que se entere todo el mundo a fin de que todos se puedan beneficiar.

De una u otra manera o por la suma de las tres anteriores hipótesis, la realidad es que los cristianos tenemos  que tomar ejemplo de nuestra Madre. Las felicitaciones de los cristianos tienen que ser sinceras y no como un mero protocolo o rutina social. Igual que sufrimos con los que sufren, también nos tenemos que alegrar con los que se alegran y hacérselo saber. Pero sobre todo tenemos que estar prontos a proclamar a los cuatro vientos la Buena Nueva.


Pedro José Martínez Caparrós

martes, 26 de diciembre de 2017

Gratitud



La gratitud es sol que nos recuerda que somos limitados, niños menesterosos a quienes se-iluminando- entrega el mundo como puro regalo.

Pedir y aun implorar es humano y corriente. Ser agradecido es todavía más humano, pero también mucho más caro.

Sin pecar de exageración se puede afirmar que «no hay ninguna otra cualidad humana que manifieste mejor la salud interior, espiritual y moral del que la posee, que su capacidad de agradecer» (Bollnow).

 Es de bien nacido ser agradecido.

Sorpresa siempre fresca

La gratitud sale al encuentro del don, y especialmente del don amoroso. En efecto, el amor humano merece este nombre si es entrega gratuita y sin plazo, y deja de serlo apenas se define en el afán de posesión o se mercantiliza en un simple intercambio de servicios, de placeres, de cosas. El amor sin apelativos es puro regalo, y su piedra de toque es la gratitud. Cuando entre amantes se habla mucho de deberes y derechos, se olvida o maltrata lo decisivo: la dádiva incondicionada y la gratitud que desvela. Y si la fidelidad pasa a ser la preocupación fundamental, no se ha descubierto todavía la médula más arcana y sabrosa del amor entre humanos, pues mientras la fidelidad frecuentemente se define por las múltiples obligaciones contraídas cuya lesión desgarra el vínculo amoroso, la gratitud es una actitud de fondo en extremo delicada, que el simple descuido, la distracción y la omisión hacen desvanecer.

El agradecimiento brilla como signo de la libertad más limpia, como sorpresa siempre fresca ante un don que nunca es obvio ni pudo ser barruntado. Quien no ha experimentado la perfecta libertad del don de sí, no puede tampoco sentir ni expresar la alegría cabal y expedita de la gratitud.

Existe el mercado libre en las relaciones humanas, pero el que vende una mercancía tiene y reclama el derecho de ser pagado por ella. Hay una fidelidad libre, pero tan sólo en el sentido de mantenerla o de quebrantarla no sin mérito y sin culpa; ahora bien, el dar y el recibir se mueven en el ámbito de una libertad más alta, que se actualiza por parte del que da en una modestia elegante y recatada, y por parte del que recibe en un gracioso agradecimiento. 


La palabra «gracia» significa a un tiempo don y gratitud: se concede una gracia a la que se corresponde dando gracias... Y además se llama «gracia» a aquella preciosa cualidad por la que lo que es en sí difícil se hace con facilidad, sin groserías ni descomposturas de esfuerzo: soltura de movimiento en un mundo que bulle de mequetrefes, de falsos titanes y de dolientes esclavos de nuestras complicadas máquinas.

Dice Goethe a través de su Fausto:

«Demos donaire al vivir,
pongamos gracia en el dar
y garbo en el recibir.
Donosamente se alcance el deseo,
sea en el marco de los días quietos
gracioso el agradecimiento».

Gratitud eterna


El don verdadero llega siempre inmerecido e inesperado. En él se funda la novedad absoluta de cada acto de amor, que nunca puede repetirse ni experimentarse como algo ya vivido y cuyo nacimiento siempre renovado da lugar a la «eternidad», a la indisolubilidad y a la indesilusionabilidad del lazo amoroso interpersonal, expresión y revelación de la estupenda libertad del ser espiritual que es el hombre.

Y como el don genuino no puede ser nunca «pagado», ni «correspondido», la gratitud que despierta es por su misma naturaleza «eterna». Este «para siempre» de la gratitud auténtica explica por qué tantas personas evitan con sumo empeño el tener que agradecer algo: huelen que no podrían desembarazarse jamás de la gratitud, y todo lo que es eterno ha asustado siempre a los mortales.

Los jóvenes son famosos por su peculiar «ingratitud», y ello se debe a su repulsa de todo lo que no es merecido o ganado con las propias manos. Son todavía demasiado inexpertos y demasiado orgullosos para saber que en este mundo vivimos todos del apoyo de los demás, que todo vivir es con-vivir, que toda existencia es co-existencia.

Por todo ello, y aunque parezca singular, la gratitud es una de las actitudes fundamentales de la vida, la cual ya en sí misma es un puro don: no sólo la vida, sino el ser. «¿Qué tienes que no hayas recibido?», exclamaba San Pablo. Somos, en realidad, destellos «inútiles» de la gloria de Dios, como «inútil» es la belleza. Por este motivo, dice el cristiano: «Te damos gracias, Señor, por tu inmensa gloria»: estamos aquí tan sólo para brillar, para irradiar misteriosamente su incorruptible belleza.

Luz que resplandece

Siempre habrá gente que maldiga la existencia, pues, según su propia declaración, no tuvieron más que malas experiencias. Pero prescindiendo del hecho de que muchos hombres se arrojan literalmente al abismo de la infelicidad —sin quererlo, claro está, pero de modo muy real, porque ya desde la infancia vivieron bajo el terror de caer en él y crecieron como esclavos de un fatalismo imaginario, pero psicológicamente eficacísimo—, todos deberíamos aprender, con los años, que en este mundo hay sombras cabalmente porque la luz existe y resplandece: la innegable coexistencia con el mal, en mí y en los demás, en el instante y en la historia, está más preñada de esperanza que de negros presagios.

Vivir significa pasar de la nada al ser, esto es, aspirar a poseer una cantidad de posibilidades existenciales, ciertamente limitada, pero relativamente grande. 

Dolor y dicha son tan sólo colores diversos del amor que nos llamó a la vida y nos re-crea a cada instante. Hay que recibirlos, pues, con gratitud, por las posibilidades que contienen y ofrecen a la fortuna de cada uno. «Todo lo que acontece es adorable», escribió Léon Bloy, y aquella amable figura femenina protagonista de La alegría, de Bernanos, repite casi lo mismo con palabras conmovedoras: «Todo lo recibo de las manos de Dios, como en mi infancia recibía cada sábado las notas de mi escuela, y decía para mis adentros: una vez más me he salvado».

Más sencillamente aún, encontramos el mismo sentimiento en una antigua canción francesa que cantaba Jacqueline François

«No tengo nada;
tú me lo has dado todo:
alegría en el vivir,
en el amar y en el ser amado.
Por todo esto sucede
lo que tiene que suceder:
gracias, mil veces, gracias».


Más superficiales que los textos de las canciones ligeras son, en todo caso, el rencor y la desesperanza, aunque se muestren tan serios y ceñudos. Hay que desenmascarar de una vez la miopía y la frivolidad de misántropos y suspicaces, pero aquí nos interesa sobre todo subrayar que la gratitud se coloca en la ribera opuesta de todas estas actitudes negras, por falta de realismo.


Gratitud significa abrir los ojos ante el abanico multicolor de las posibilidades vitales que a todos se nos ofrecen; denota capacidad de ajustarse al ritmo misterioso del gobierno universal y, con ello, de tomar parte activa en la continua creación divina. La gratitud es confianza en el presente y esperanza en el futuro: una actitud briosa y festiva, en espera de dones de amor siempre nuevos e inesperados y aun contradictorios. 

La verdadera gratitud, como la esperanza de Gabriel Marcel, se dirige a lo que no depende de nosotros y, como dice en otro lugar el mismo filósofo y autor dramático, se puede agradecer sólo en primera persona del plural: dar gracias en nombre de todos, como acto que, de alguna manera, abraza a toda la comunidad humana, esto es, a todos los que comparten mi arriesgada aventura existencial.

Agradecimiento que es plegaria

Navidades y Año Nuevo, como revelación de la vitalidad divina trascendente y descendiente, son los mayores y más generosos dones que el hombre ha recibido y puede recibir. ¡Cuántos «muchas gracias» formalistas y zalameros se pronuncian en esos días! La íntima actitud de agradecimiento, referida no a los que nos regalan sus propinas, más o menos abundantes, sino ante la Vida misma, ante el mundo y ante Dios, que se embarca en nuestra carne de humildad, sería la mejor premisa de la paz tan deseada entre los hombres y de los hombres con Dios.

Fuera de este recinto tan humano y tan sagrado de la gratitud, se persiguen sin cesar ilusiones y desilusiones, idealismos y materialismos frenéticos, codicias y mezquindades. Quien no vive agradecido o ha expulsado de sí el don de Dios, instalándose en la angustia, o no ha vislumbrado aún la divina belleza que se cela en su existencia, y entonces es ciego y desdichado. 

De puro agradecido conserva el hombre consciente el don de su vida en su limpia integridad y desarrolla libremente sus capacidades: nada se le vuelve estéril, nada torcido le crece entre las manos. Todas las virtudes brotan de este humus modestísimo de la gratitud con una frescura y un sumiso ardimiento que garantizan su autenticidad y evitan el calambre belicoso y la exhibición ostentosa del voluntarismo. Cada respiro es agradecimiento que se transforma en plegaria.

¿Quién conserva todavía en nuestros tiempos esta infatigable actitud agradecida? De los diez leprosos curados por Jesucristo sólo uno volvió sobre sus pasos para darle las gracias... y «era un samaritano». Trillada historia: sólo los humildes, aunque pecadores, saben reconocer la generosidad del don recibido, y sólo ellos, por tanto, entran en el goce de la gratitud.

Pedir e implorar es humano; pero ser agradecido, en los buenos y en los malos tiempos, es tan sólo propio de los mejores, de los realistas, de los más sanos y sensibles.



domingo, 24 de diciembre de 2017

Natividad del Señor

  



La Palabra ha acampado entre nosotros

En Navidad los cristianos no recordamos el nacimiento de un personaje importante, que pasó por este mundo y nos dejó valiosas aportaciones. Para los cristianos el que nació hace XXI siglos es el Hijo de Dios, el Viviente que nos acompaña constantemente. Los cristianos celebramos Navidad a la luz de la resurrección. El que se hizo hombre continúa entre nosotros, nos acompaña y nos capacita para que compartamos plenamente su condición. Esto explica el que en muchos sectores del pueblo cristianos se llame a estos días “Pascua”, pues realmente Navidad no se entiende sin la Pascua de resurrección.

El Evangelio directamente y la segunda lectura indirectamente llama a Jesús la Palabra. Las personas necesitan una lengua común para entenderse, evitando palabras y tecnicismos. Se alaba a la persona a la que todo se le entiende. Aquí radicaba el problema de la humanidad para entender y comunicarse con Dios, ¿cómo puede entender una persona humana con una inteligencia limitada a Dios que es sabiduría infinita? Dios, como dice la segunda lectura,  ha manifestado su plan de salvación de diversas maneras. En la etapa que conocemos como tiempo de preparación o Antiguo Testamento lo dio a conocer de forma parcial, imperfecta y poco a poco por medio de sus enviados los profetas al pueblo judío. El motivo de la imperfección era que el lenguaje empleado por los profetas  no era adecuado al mensaje que tenían que transmitir.   La primera lectura en concreto recuerda un oráculo de Isaías que anuncia algo interesante, que Dios va a salvar por medios de un hombre. No precisa cómo, pero es una pista interesante. Cuando se cumplió este tiempo de preparación, Dios manifestó su plan de forma completa por medio de su Hijo que se ha convertido en su Palabra. En este caso la palabra no es un sonido, es una persona viviente, cuya presencia, actuación y mensaje nos habla de forma clara, elocuente y manifiesta diciéndonos que Dios nos ama y quiere nuestra felicidad. Este es el lenguaje adecuado que entendemos los humanos. Así viendo y escuchando a Jesús, todos podemos conocer cómo piensa Dios, cómo habla, cómo actúa, cómo ama. Por eso san Juan en el Evangelio llama a Jesús Palabra, que  da a conocer  a Dios Padre: A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (Jn 1,18).

Para ello no se ha hecho un hombre poderoso, una especie de rey que desde fuera nos habla, sino que se ha unido a nuestra caravana de hombres necesitados. Nos lo dice san Juan en el Evangelio: La Palabra se hizo hombre y ha puesto su tienda de campaña entre nosotros. La humanidad era una caravana de personas, perdidas en el desierto de la vida que buscaba el camino de la felicidad sin saber por dónde caminar. La Palabra de Dios se ha unido a nuestra caravana y ha actuado como guía que ha descubierto el camino deseado. Este es que una vida consagrada al amor lleva a Dios porque Dios es amor. Para ello asumió nuestras debilidades, menos el pecado, consagró su vida a hacer la voluntad del Padre por amor, murió en una cruz por nosotros, resucitó y nos trajo la plena salvación.

        Nuestro Dios es  el Padre revelado por nuestro Señor Jesucristo, no el Dios abstracto de los filósofos. Estos nos pueden aproximar a la existencia de Dios con sus razonamientos, Jesús-Palabra, en cambio, nos habla de Dios de forma concreta, como el misericordioso que ama a los hombres, quiere su salvación, su alegría, comparte nuestros sufrimientos. Toda la vida de Jesús nos grita que Dios Padre nos ama,  entrega a su Hijo (Jn 3,16) y quiere hacernos hijos suyos de una manera especial. Ante nuestros porqués sobre Dios, la mirada a Jesús ayudará a iluminarlos.

Hoy recordamos el comienzo de esta aventura. Dios nos ha hablado con una palabra permanente con la que nos ha dicho todo lo que tenía que decirnos. Entregándonos a su Hijo eterno, no tiene más Palabra que decirnos. Él es la Palabra total. En ella encontramos respuesta a todas nuestras preguntas existenciales. Ahora se trata de contemplar y profundizar en esta palabra, amándola, imitándola y profundizando en su contenido. El tiempo de Navidad nos invita a ello. En la medida en que la escuchamos, nos irá descubriendo la profundidad de su mensaje.

Pero hay que tener en cuenta que, gracias a su resurrección, Jesús se encuentra presente en la Eucaristía, en su palabra y en todos los hombres, especialmente los necesitados y que estas presencias son inseparables, es decir, que se le acoge en todas a la vez o no se le acoge en ninguna. Nuestra tentación es centrarnos en lo aparentemente fácil, como puede aparecer la Eucaristía, pero es una acogida vana si no va unida a las demás  acogidas.

Navidad es tiempo de contemplación, de la que tiene que dimanar la alegría. ¡El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres seamos hijos de Dios! Necesitamos silencio y oración para dar lugar a la contemplación.

Celebrar la Eucaristía es actualizar el diálogo. El Padre nos sigue hablando su amor permanentemente por medio de su Hijo, su Palabra, que nos vuelve a dirigir sacramentalmente. Participar la Eucaristía es acoger esta Palabra en nuestra vida, agradecerla y dejarse transformar.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


sábado, 23 de diciembre de 2017

¡Je­sús, nace para to­dos…!


Cuan­do lle­gue a tus ma­nos «Igle­sia en Ara­gón», que pun­tual y di­li­gen­te­men­te re­par­te cada se­ma­na una «pa­tru­lla de men­sa­je­ros» anó­ni­mos, au­tén­ti­cos «sem­bra­do­res de es­pe­ran­za» en nues­tra Dió­ce­sis, es­ta­re­mos a las puer­tas del GRAN ACON­TE­CI­MIEN­TO, la En­car­na­ción del Hijo de Dios.

Dios en per­so­na quie­re ser tu hués­ped. Bus­ca co­ra­zo­nes para «ha­bi­tar». Des­pués de un bre­ve tiem­po de pre­pa­ra­ción du­ran­te el ad­vien­to, con ale­gría con­te­ni­da, es­ta­mos ex­pec­tan­tes ante su ve­ni­da. De la mano del pro­fe­ta Isaías, ató­ni­tos y des­con­cer­ta­dos, he­mos ex­pe­ri­men­ta­do el paso sal­va­dor de Dios en nues­tras vi­das; de la mano de Juan el Bau­tis­ta, he­mos cons­ta­ta­do que la con­ver­sión (cam­bio de chip) es el me­jor ata­jo para lle­gar a Dios; y de la mano de Ma­ría, ba­rrun­ta­mos que algo gran­de se está ges­tan­do en nues­tro in­te­rior… Dios, en per­so­na, quie­re «im­pli­car­te» en su pro­yec­to li­be­ra­dor de la hu­ma­ni­dad. Y con su ve­ni­da, obrar en ti su «re-crea­ción» per­so­nal y so­cial.

Cuan­do lo más fá­cil era te­ner mie­do, Ma­ría supo con­fiar­se a Dios; cuan­do lo más fá­cil era de­sen­ten­der­se, Ma­ría se com­pro­me­tió por la cau­sa de los hom­bres más des­fa­vo­re­ci­dos; cuan­do lo más fá­cil era acep­tar la in­fe­cun­di­dad de nues­tra vida, Ma­ría nos mos­tró cómo ha­cer ger­mi­nar en nues­tros co­ra­zo­nes la GRA­CIA de Dios. Con su sí, Ma­ría de­vol­vió al mun­do y a los hom­bres la ale­gría y la es­pe­ran­za que ha­bían per­di­do.
Gra­cias por acep­tar ser «la es­tre­lla del be­lén» que orien­ta y con­du­ce a to­dos los hom­bres has­ta Dios. Gra­cias por re­ga­lar­te, por ha­cer de tu vida un ver­da­de­ro don para los más ne­ce­si­ta­dos. Gra­cias por ofre­cer tu va­lio­so tiem­po, tus múl­ti­ples cua­li­da­des, tu pro­pia vida para que to­dos ten­ga­mos más vida, más li­ber­tad, ma­yor ple­ni­tud de sen­ti­do. Gra­cias tam­bién por tu do­na­ti­vo so­li­da­rio. Per­do­na mi osa­día si me atre­vo a «pro­vo­car­te» su­gi­rién­do­te que cada día, como «ca­ri­cia de Dios», in­tro­duz­cas en tu «hu­cha so­li­da­ria», unos cén­ti­mos des­ti­na­dos a las per­so­nas que la so­cie­dad «des­car­ta» o «ig­no­ra». Sólo con 0,50 € dia­rios, po­drías des­gra­var, si lo deseas, has­ta el 75%. Pero, más allá de lo que te aho­rres, lo más im­por­tan­te es PRE­VER (fi­de­li­zar) la ayu­da que ten­dría­mos que ofre­cer a nues­tros po­bres y no te­ner que de­pen­der de las sub­ven­cio­nes que los «po­de­res pú­bli­cos» otor­gan en fun­ción de sus cri­te­rios. Con los cén­ti­mos que echan la ma­yo­ría de nues­tros ma­yo­res en el ce­pi­llo o al­gu­nos «bi­lle­tes azu­les» de los más pu­dien­tes, la cuo­ta de so­cio, los do­na­ti­vos o los le­ga­dos que va­mos re­ci­bien­do… po­dría­mos sos­te­ner a los que la so­cie­dad ex­clu­ye. El mi­la­gro está en que mu­chos po­cos ha­cen más que po­cos mu­chos. Haz­te so­cio de Cá­ri­tas. «¡Sé par­te de este com­pro­mi­so en la Dió­ce­sis!».
Abre bien tus ojos. Des­cu­bre a Dios en la her­mo­sa na­tu­ra­le­za de esta tie­rra, en­tre su gen­te no­ble y sen­ci­lla, en su his­to­ria, en los acon­te­ci­mien­tos hu­mil­des de la vida de nues­tro pue­blo re­cio y ge­ne­ro­so. Des­cú­bre­le en tu fa­mi­lia. En tu pa­rro­quia, en las per­so­nas más cer­ca­nas que co­la­bo­ran con­ti­go, en tus sa­cer­do­tes, con­sa­grados/as, mon­jes y mon­jas de clau­su­ra, en tan­tos se­gla­res que con­for­man las co­mu­ni­da­des pa­rro­quia­les, ca­te­quis­tas, vo­lun­ta­rios, ani­ma­do­res de la co­mu­ni­dad, agen­tes de pas­to­ral, gru­pos apos­tó­li­cos, mo­vi­mien­tos, co­fra­días… que pres­tan un SER­VI­CIO ines­ti­ma­ble en nues­tra Dió­ce­sis. Des­cú­bre­le en tu tra­ba­jo que ilu­mi­na y lle­na de sen­ti­do tu vida… Des­cú­bre­le en tus ve­ci­nos, en tus pai­sa­nos y ami­gos. Tam­bién en los más po­bres y des­he­re­da­dos, en los en­fer­mos, en los que no tie­nen un tra­ba­jo digno, en las mu­je­res mal­tra­ta­das, en los an­cia­nos que es­tán so­los, en los jó­ve­nes aban­do­na­dos a su pro­pia suer­te, en los ni­ños… que tan­tas ve­ces han per­di­do su ver­da­de­ro ros­tro y dig­ni­dad.
¡En­cien­de esta no­che tu es­tre­lla e ilu­mi­na el co­ra­zón de tu ho­gar, de tu ve­cin­dad, de tu pue­blo, de tu pa­rro­quia, de tu dió­ce­sis, de la hu­ma­ni­dad! ¡Con­viér­te­te en bál­sa­mo de to­das aque­llas per­so­nas que te en­cuen­tres he­ri­das, ro­tas, per­di­das, va­cías, de­silu­sio­na­das…! Re­gá­la­les al Dios que ha na­ci­do en tus en­tra­ñas. Se­rán las na­vi­da­des más ale­gres y fe­cun­das de tu vida.
Con mi afec­to y ben­di­ción ¡Fe­liz na­vi­dad para to­dos…!
 + Ángel Pé­rez Pue­yo
Obis­po de Bar­bas­tro-Mon­zón