sábado, 29 de diciembre de 2018

LA SAGRADA FAMILIA, JESÚS, MARÍA Y JOSÉ





La familia cristiana

Hoy la liturgia invita a contemplar una faceta complementaria y necesaria de la encarnación del Hijo de Dios, que no termina con el parto y llegada de un nuevo ser al mundo. Todo recién nacido es un ser débil e indefenso que necesita de una familia que lo acoja y le ayude a crecer y desarrollarse. Por ello Jesús también necesitó de una familia que le ayudara a crecer y desarrollarse. María y José realizaron esta tarea en el seno de una vida familiar que se prolongó bastantes años. El Hijo de Dios por amor al hombre se solidarizó con él y pasó por todas las etapas de una existencia humana normal. Como se lee en la carta a los Filipenses 2,6-7, Jesucristo, “a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (o criatura débil), pasando por uno de tantos...”, necesitado de una educación y un conocimiento experimental día a día. Pudo haber realizado la redención actuando como Hijo de Dios en poder, pero prefirió hacerlo como un humano, igual a los demás, menos el pecado. Esto significa que se hizo bebé necesitado de todo, pasó por la situación infantil, adolescente, juventud... y en esta situación los cuidados de José y María fueron necesarios. De ellos aprendió a andar, a hablar, a comportarse en público, de ellos recibió la cultura judía. Por ello sus padres han contribuido de forma importante en su encarnación.

Con este motivo la Iglesia nos invita a reflexionar sobre la familia en general y la familia cristiana en particular. La familia es una institución natural que aparece en todas las culturas, independientemente de razas y religiones. La unión amorosa y fecunda de un hombre y una mujer, cuyo fruto natural son los hijos, se encuentra por todas partes, no depende de leyes de gobiernos. Es una realidad necesaria para la realización de la persona y por ello debe ser objeto de cuidado y apoyo por parte de la sociedad y sus gobiernos. Jesús asumió esta realidad y la santificó, convirtiéndola en medio de santificación, pues la gracia de Dios no destruye la naturaleza, sino que la purifica, potencia y defiende de aberraciones.

La familia cristiana, a la que pertenecemos los cristianos que estamos celebrando esta fiesta, es el lugar que ha acogido nuestra vida, la ha ayudado a crecer humana y cristianamente, pues en ella hemos recibido la semilla de la fe cristiana que nos ha hecho hijos de Dios.  Para Jesús su familia fue el lugar en que “crecía en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Evangelio) y esta debe ser la tarea de toda familia cristiana, ayudar al crecimiento humano y cristiano ante Dios y los hombres, pues el cristiano pertenece a la vez a la familia humana y a la familia de los hijos de Dios (2ª lectura). De esta forma la vida familiar debe ser lugar de santificación, pues debe ser hogar en que arde constantemente el fuego del amor (hogar viene de hoguera) y se va creciendo en el amor servicial de unos y otros, ayudándose mutuamente en las necesidades materiales y espirituales y respetando la conciencia y libertad de conciencia de cada uno. Jesús se quedó en el templo, los padres no lo comprendieron, pero lo respetaron, conscientes de que sobre ellos estaba el Padre que está en el cielo. En esta época de nueva evangelización, la familia debe potenciar su papel de Iglesia doméstica donde se recibe la fe de forma vital con el ejemplo y las palabras de sus miembros.

Hoy día se combate desde varios frentes la familia como tal y la familia cristiana. La mejor forma de defenderla es el ejemplo de familias unidas y felices que hacen agradable la vida.

La Eucaristía es la reunión de la familia de los hijos de Dios. En ella damos gracias por la familia humana y pedimos la gracia de vivir como miembros que cooperan en la realización de su tarea.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 28 de diciembre de 2018

El nacimiento del Salvador: la muerte de la muerte







   ¡Dios en la tierra, Dios entre los hombres! Ya no es el Dios que da su ley en medio de relámpagos y truenos, al son de trompetas sobre la montaña humeante, en medio de espesos nubarrones (cf Ex 19,18), sino aquel que conversa con los humanos con dulzura y bondad, revestido de un cuerpo humano. ¡Dios en nuestra carne!... 

       ¿Cómo llegó la luz a todo el mundo? ¿De qué manera la divinidad habita la carne? Como el fuego en el hierro...comunicándose. Sin dejar lo que es, el fuego comunica al hierro su propio ardor. No por esto queda disminuido el fuego sino que llena por completo el hierro al que se comunica. Del mismo modo, Dios, el Verbo que “plantó su tienda entre nosotros” (cf Jn 1,14) no ha abandonado su ser. El Verbo que se hace carne no ha sufrido ningún cambio. El cielo no está privado de aquel que lo contiene en sí...

      Entra del todo en el misterio: Dios ha venido en carne para dar muerte a la muerte que se escondía en la carne. Del mismo modo que los medicamentos nos curan cuando son asimilados por el cuerpo, del mismo modo que la oscuridad de una casa se desvanece al encender una luz, así la muerte que nos tenía en su poder ha sido anihilada por la venida de nuestro Dios. Del mismo modo que el hielo formado durante la noche se derrite con el calor del sol, así la muerte ha gobernado hasta la venida de Cristo. Pero, cuando el Sol de justicia se levanta (Ml 3,20) la muerte ha sido engullida en la victoria (1Cor 15,4). No podía soportar la presencia de la vida verdadera...

      Demos gloria con los pastores, cantemos y dancemos en coro con los ángeles, “porque nos ha nacido un Salvador que es Cristo el Señor.” (Lc 2,11)...

Celebremos la salvación del mundo, el día del nacimiento de la humanidad.

San Basilio (330-379

jueves, 27 de diciembre de 2018

"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama" –






 El encuentro de hoy tiene lugar en el clima navideño impregnado de íntima alegría por el nacimiento del Salvador. Acabamos de celebrar, hace unos días, este misterio, cuyo eco se extiende a la liturgia de todos estos días. Es un misterio de luz que los hombres de todas las épocas pueden revivir en la fe.


Resuenan en nuestra alma las palabras del evangelista san Juan, cuya fiesta celebramos precisamente hoy:  "Et Verbum caro factum est", "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Así pues, en Navidad Dios ha venido a habitar entre nosotros; ha venido por nosotros, para estar con nosotros. Una pregunta que se repite a lo largo de estos dos mil dieciocho años de historia cristiana es: "Pero, ¿por qué lo ha hecho?, ¿por qué Dios se ha hecho hombre?".

Nos ayuda a responder a este interrogante el canto que los ángeles entonaron cerca de la cueva de Belén: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama" (Lc 2, 14). El cántico de la noche de Navidad, que entró en el Gloria, ya forma parte de la liturgia, como los otros tres cánticos del Nuevo Testamento, que se refieren al nacimiento y a la infancia de Jesús:  el Benedictus, el Magníficat, y el Nunc dimittis. Mientras los últimos fueron insertados respectivamente en las Laudes matutinas, en la oración vespertina de las Vísperas y en la nocturna de las Completas, el Gloria fue introducido precisamente en la santa misa.

A las palabras de los ángeles, desde el siglo II, se añadieron algunas aclamaciones: "Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias"; y más tarde otras invocaciones: "Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, tú que quitas el pecado del mundo...", hasta formular un armonioso himno de alabanza que se cantó por primera vez en la misa de Navidad y luego en todos los días de fiesta. Insertado al inicio de la celebración eucarística, el Gloria quiere subrayar la continuidad que existe entre el nacimiento y la muerte de Cristo, entre la Navidad y la Pascua, aspectos inseparables del único y mismo misterio de salvación.

El evangelio narra que la multitud angélica cantaba: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que él ama". Los ángeles anuncian a los pastores que el nacimiento de Jesús "es" gloria para Dios en las alturas y "es" paz en la tierra para los hombres que él ama. Por tanto, es muy oportuna la costumbre de poner en la cueva estas palabras angélicas como explicación del misterio de la Navidad, que se realizó en el pesebre.

El término "gloria" (doxa) indica el esplendor de Dios que suscita la alabanza, llena de gratitud, de las criaturas. San Pablo diría: es "el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo" (2 Co 4, 6). "Paz" (eirene) sintetiza la plenitud de los dones mesiánicos, es decir, la salvación que, como explica también el Apóstol, se identifica con Cristo mismo: "Él es nuestra paz" (Ef 2, 14).

Por último, se hace una referencia a los hombres "de buena voluntad". "Buena voluntad" (eudokia), en el lenguaje común, hace pensar en la "buena voluntad" de los hombres, pero aquí se indica, más bien, el "buen querer" de Dios a los hombres, que no tiene límites. Y ese es precisamente el mensaje de la Navidad: con el nacimiento de Jesús Dios manifestó su amor a todos.

Volvamos a la pregunta: "¿Por qué Dios se ha hecho hombre?". San  Ireneo escribe. "El Verbo se ha hecho dispensador de la gloria del Padre en beneficio de los hombres... Gloria de Dios es el hombre que vive y su vida consiste en la visión de Dios" (Adv. haer. IV, 20, 5. 7). Así pues, la gloria de Dios se manifiesta en la salvación del hombre, al que —como afirma el evangelista san Juan— tanto amó Dios "que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16).

Por consiguiente, el amor es la razón última de la encarnación de Cristo. Es elocuente, al respecto, la reflexión del teólogo Hans Urs von Balthasar: Dios "no es, en primer lugar, potencia absoluta, sino amor absoluto, cuya soberanía no se manifiesta en tener para sí mismo todo lo que le pertenece, sino en abandonarlo" (Mysterium paschale I, 4). El Dios que contemplamos en el pesebre es Dios-Amor.

En este momento el anuncio de los ángeles resuena para nosotros como una invitación: "sea" gloria a Dios en las alturas, "sea" paz en la tierra a los hombres que él ama. El único modo de glorificar a Dios y de construir la paz en el mundo consiste en la humilde y confiada acogida del regalo de Navidad: el amor.

Entonces, el canto de los ángeles puede convertirse en una oración que podemos repetir con frecuencia, no sólo en este tiempo navideño. Un himno de alabanza a Dios en las alturas y una ferviente invocación de paz en la tierra, que se traduzca en un compromiso concreto de construirla con nuestra vida.

Este es el compromiso que nos encomienda la Navidad.

Para levantar la naturaleza caída tuvo que venir el Creador




Ni los profetas, que habían sido vencidos; ni los doctores, que nada habían adelantado; ni la Ley, que carecía de la fuerza suficiente; ni los frustrados intentos de los ángeles; ni la voluntad de los hombres, reacia a practicar lo que es bueno: para levantar la naturaleza caída, hubo de venir su mismo Creador.

Y vino, no con la manifestación externa de su condición divina: precedido de un gran clamor, con el ensordecedor estruendo del trueno, rodeado de nubes y mostrando un fuego terrible; ni con sonido de trompetas, como antiguamente se había aparecido a los judíos, infundiéndoles terror; tampoco usó de insignias imperiales, ni se presentó con una corte de arcángeles: no deseaba atemorizar al desertor de sus leyes.

El Señor de todas las cosas apareció en forma de siervo, revestido de pobreza para que la presa no se le escapase espantada. Nació en una ciudad que no era ilustre en el Imperio, escogió una obscura aldea para ver la luz, fue alumbrado por una humilde virgen, asumiendo la indigencia más absoluta, para lograr, en silencio, al modo de un cazador, apresar a los hombres y así salvarles….

No existiendo un lecho donde se le reclinase, el Señor fue colocado en un comedero de animales, y la carencia de las cosas más indispensables se convirtió en la prueba más verosímil de las antiguas profecías- Fue puesto en un pesebre para indicar expresamente que venía para ser alimento, ofrecido a todos, sin excepción. El Verbo, el Hijo de Dios, al vivir en pobreza y yacer en ese lugar, atrajo hacia Sí a los ricos y los pobres, a los sabios y a los ignorantes.

(Teodoto de Ancira, Homilía I en la Navidad del Señor)

miércoles, 26 de diciembre de 2018

María, admirada siempre



 He mirado asombrado a María que amamanta a Aquél que nutre a todos los pueblos, pero que se ha hecho niño.
 Habitó en el seno de una muchacha, Aquél que llena de sí el mundo (…).

Un gran sol se ha recogido y escondido en una nube espléndida. Una adolescente ha llegado a ser la Madre de Aquél que ha creado al hombre y al mundo.

Ella llevaba un niño, lo acariciaba, lo abrazaba, lo mimaba con las más hermosas palabras y lo adoraba diciéndole: Maestro mío, dime que te abrace.

Ya que eres mi Hijo, te acunaré con mis canciones; soy tu Madre, pero te honraré. Hijo mío, te he engendrado, pero Tú eres más antiguo que yo; Señor mío, te he llevado en el seno, pero Tú me sostienes en pie.

Mi mente está turbada por el temor, concédeme la fuerza para alabarte .No sé explicar cómo estás callado, cuando sé que en Ti retumban los truenos.
Has nacido de mí como un pequeño, pero eres fuerte como un gigante; eres el Admirable, como te llamó Isaías cuando profetizó sobre Ti.

He aquí que todo Tú estás conmigo, y sin embargo estás enteramente escondido en tu Padre. Las alturas del cielo están llenas de tu majestad, y no obstante mi seno no ha sido demasiado pequeño para Ti. Tu Casa está en mí y en los cielos. Te alabaré con los cielos. Las criaturas celestes me miran con admiración y me llaman Bendita. Que me sostenga el cielo con su abrazo, porque yo he sido más honrada que él.

El cielo, en efecto, no ha sido tu madre; pero lo hiciste tu trono. ¡Cuánto más venerada es la Madre del Rey que su trono!

Te bendeciré, Señor, porque has querido que fuese tu Madre; te celebraré con hermosas canciones.

 (San Efrén de Siria. Himno, 18)

lunes, 24 de diciembre de 2018

NATIVIDAD DEL SEÑOR.




La Palabra ha acampado entre nosotros

En Navidad los cristianos no recordamos el nacimiento de un personaje importante, que pasó por este mundo y nos dejó valiosas aportaciones. Para los cristianos el que nació hace XXI siglos es el Hijo de Dios, el Viviente que nos acompaña constantemente. Los cristianos celebramos Navidad a la luz de la resurrección. El que se hizo hombre continúa entre nosotros, nos acompaña y nos capacita para que compartamos plenamente su condición. Esto explica el que en muchos sectores del pueblo cristianos se llame a estos días “Pascua”, pues realmente Navidad no se entiende sin la Pascua de resurrección.

El Evangelio directamente y la segunda lectura indirectamente llama a Jesús la Palabra. Las personas necesitan una lengua común para entenderse, evitando palabras y tecnicismos. Se alaba a la persona a la que todo se le entiende. Aquí radicaba el problema de la humanidad para entender y comunicarse con Dios, ¿cómo puede entender una persona humana con una inteligencia limitada a Dios que es sabiduría infinita? Dios, como dice la segunda lectura,  ha manifestado su plan de salvación de diversas maneras. En la etapa que conocemos como tiempo de preparación o Antiguo Testamento lo dio a conocer de forma parcial, imperfecta y poco a poco por medio de sus enviados los profetas al pueblo judío. El motivo de la imperfección era que el lenguaje empleado por los profetas  no era adecuado al mensaje que tenían que transmitir.   La primera lectura en concreto recuerda un oráculo de Isaías que anuncia algo interesante, que Dios va a salvar por medios de un hombre. No precisa cómo, pero es una pista interesante. Cuando se cumplió este tiempo de preparación, Dios manifestó su plan de forma completa por medio de su Hijo que se ha convertido en su Palabra. En este caso la palabra no es un sonido, es una persona viviente, cuya presencia, actuación y mensaje nos habla de forma clara, elocuente y manifiesta diciéndonos que Dios nos ama y quiere nuestra felicidad. Este es el lenguaje adecuado que entendemos los humanos. Así viendo y escuchando a Jesús, todos podemos conocer cómo piensa Dios, cómo habla, cómo actúa, cómo ama. Por eso san Juan en el Evangelio llama a Jesús Palabra, que  da a conocer  a Dios Padre: A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer (Jn 1,18).

Para ello no se ha hecho un hombre poderoso, una especie de rey que desde fuera nos habla, sino que se ha unido a nuestra caravana de hombres necesitados. Nos lo dice san Juan en el Evangelio: La Palabra se hizo hombre y ha puesto su tienda de campaña entre nosotros. La humanidad era una caravana de personas, perdidas en el desierto de la vida que buscaba el camino de la felicidad sin saber por dónde caminar. La Palabra de Dios se ha unido a nuestra caravana y ha actuado como guía que ha descubierto el camino deseado. Este es que una vida consagrada al amor lleva a Dios porque Dios es amor. Para ello asumió nuestras debilidades, menos el pecado, consagró su vida a hacer la voluntad del Padre por amor, murió en una cruz por nosotros, resucitó y nos trajo la plena salvación.

        Nuestro Dios es  el Padre revelado por nuestro Señor Jesucristo, no el Dios abstracto de los filósofos. Estos nos pueden aproximar a la existencia de Dios con sus razonamientos, Jesús-Palabra, en cambio, nos habla de Dios de forma concreta, como el misericordioso que ama a los hombres, quiere su salvación, su alegría, comparte nuestros sufrimientos. Toda la vida de Jesús nos grita que Dios Padre nos ama,  entrega a su Hijo (Jn 3,16) y quiere hacernos hijos suyos de una manera especial. Ante nuestros porqués sobre Dios, la mirada a Jesús ayudará a iluminarlos.

Hoy recordamos el comienzo de esta aventura. Dios nos ha hablado con una palabra permanente con la que nos ha dicho todo lo que tenía que decirnos. Entregándonos a su Hijo eterno, no tiene más Palabra que decirnos. Él es la Palabra total. En ella encontramos respuesta a todas nuestras preguntas existenciales. Ahora se trata de contemplar y profundizar en esta palabra, amándola, imitándola y profundizando en su contenido. El tiempo de Navidad nos invita a ello. En la medida en que la escuchamos, nos irá descubriendo la profundidad de su mensaje.

Pero hay que tener en cuenta que, gracias a su resurrección, Jesús se encuentra presente en la Eucaristía, en su palabra y en todos los hombres, especialmente los necesitados y que estas presencias son inseparables, es decir, que se le acoge en todas a la vez o no se le acoge en ninguna. Nuestra tentación es centrarnos en lo aparentemente fácil, como puede aparecer la Eucaristía, pero es una acogida vana si no va unida a las demás  acogidas.

Navidad es tiempo de contemplación, de la que tiene que dimanar la alegría. ¡El Hijo de Dios se ha hecho hombre para que los hombres seamos hijos de Dios! Necesitamos silencio y oración para dar lugar a la contemplación.

Celebrar la Eucaristía es actualizar el diálogo. El Padre nos sigue hablando su amor permanentemente por medio de su Hijo, su Palabra, que nos vuelve a dirigir sacramentalmente. Participar la Eucaristía es acoger esta Palabra en nuestra vida, agradecerla y dejarse transformar.

Dr. don Antonio Rodríguez  Carmona

sábado, 22 de diciembre de 2018

IV Domingo de Adviento






María, modelo de esperanza

        La liturgia invita a terminar el Adviento de la mano de María, la que esperó confiadamente en el primer adviento. Ella es modelo de esperanza.

        La solidaridad juega un papel importantísimo en la Historia de la salvación. Todos nacemos solidarios con el primer Adán, herederos de su pecado. Igualmente todos nosotros hemos sido perdonados y hechos hijos de Dios gracias a la solidaridad del Hijo de Dios, el nuevo Adán, que se hizo hombre y murió y resucitó por nosotros. Dios ama al hombre y lo ha creado libre como condición necesaria para que pueda corresponderle, amándolo libremente. Sin libertad no hay amor. Por eso Dios en la obra de la salvación cuenta con la libertad solidaria de los hombres y mujeres.

        Hoy recuerda la liturgia la solidaridad de María. Su aceptación del plan de Dios hizo posible la encarnación del Hijo de Dios. A partir de su sí, toda su vida gira en torno a su Hijo, espera su nacimiento con ilusión de madre, lo recibe en sus brazos, lo educa y lo acompañará hasta su muerte. Para realizar adecuadamente su tarea se apoyó en su fe y en la oración. El Evangelio de hoy la presenta como la creyente. Es interesante constatar los caminos de Dios. El ángel anuncia a María la encarnación y ella creyó y acepta el ofrecimiento de Dios. Pero, después de su sí, ¿qué pasó? María no sintió inmediatamente nada. Realmente las cosas importantes son invisibles a la experiencia humana. En ese momento el Hijo de Dios se encarnó y se consagró a hacer la voluntad del Padre (2ª lectura). Comienza el sacrificio sacerdotal de Jesús. Prueba de la fe de María es que, sin experimentar nada, se pone en camino a echar una mano a Isabel. Y es ésta la encargada por Dios de dar a conocer a María que ya había concebido al Hijo de Dios y de felicitarla por su fe.  A esta felicitación respondió ella con el Magníficat, una oración de acción de gracias al Dios “revolucionario” que enaltece a los humildes y fecunda a las vírgenes. De esta forma María colabora en la realización de las esperanzas de los hombres con su solidaridad.

Nosotros hemos recibido la fe gracias a la colaboración solidaria de miles de personas que han silo los eslabones de una larga cadena que, empezando por Jesús y María, ha llegado a nosotros por medio de nuestros padres y maestros. Y ahora nos toca ser eslabones en nuestro tiempo, porque la solidaridad sigue siendo ley fundamental de la salvación. Dios cuenta con nosotros para que los frutos de la obra de Jesús lleguen a todos los hombres. Hemos de ser instrumentos de las esperanzas de los demás y de esta forma conseguiremos la plenitud de nuestra esperanza. Esta solidaridad se concreta en nuestra palabra y ejemplo. Como dice san Pablo, Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará.  Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?... Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo (Rom 10,13-17).  Esto implica que tenemos que acoger la palabra de Dios, encarnarla en nuestra propia vida y darla a conocer como testigos. Como la primera encarnación fue fruto del Espíritu Santo y de la solidaridad humana por medio de María, igualmente hoy Jesús se hace presente en los hombres por medio de la gracia del Espíritu Santo y de nuestra solidaridad misionera. El Año de la Fe que celebramos nos urge a asumir esta misión.

En esta tarea es necesario imitar a María en la manera de acoger con fe la palabra. El Evangelio la presenta como la creyente humilde de la palabra y la orante con perseverancia. Y ahora, glorificada, ayuda a la Iglesia peregrina a realizar la tarea de hacer presente a Jesús en todos los hombres.

«La Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como « estrella del mar »: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí » abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)? » (Encíclica Spe Salvi  49).

La Eucaristía es momento privilegiado para alimentar nuestra condición de cooperadores solidarios de las esperanzas de los hombres. En ella recibimos la Palabra y nos convertimos en sus testigos vivientes.

D. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 21 de diciembre de 2018

De parte de Jesús


                


                                                                       

¡Amigos! Ésta es Mi Natividad, en recuerdo del día que llegué a la tierra. No equivoquéis el espíritu de las fiestas y os olvidéis de Mí. No son días de juergas bananeras, ni de Papá Noeles…

- ¡Pues mi vecino se ha ido a las Maldivas!!!  Dice que son vacaciones y en su puerta ha colgado un gordinflón rojo con barba blanca…

-Tu vecino no entiende nada; ni cena junto a Mí, ni Me agradece que naciera en vuestro mundo para salvar su alma, tampoco sabe por qué es Navidad.

-¿Y qué hacemos con ellos? Porque hay tropecientos millones de “vecinos” haciendo lo mismo…

- No te preocupes, tú piensa en tu familia y en ti que de ellos ya me preocupo Yo.

- Mira, yo Te he puesto en una cuevita de corcho con tus padres y animalitos que te dan calor. No es como pasó pero parecido, Te recuerdo como fue: Tú naciste en un establo donde había una vaca. María tenía un manto azul y San José un manto ocre. El pesebre era el comedero de la vaca, no era una cuna de madera…  Y San José, tapó la entrada con una manta porque hacía mucho frío. Cuando José echaba una cabezada, el establo se iluminó con una luz brillantísima. José quedó estático y María envuelta en aquél sublime resplandor, se entregó al ángel que Te puso entre sus brazos. Nacimiento milagroso el Tuyo, no al uso como algunos pretenden.  
    
- Pues me gusta, se nota que has leído mi llegada y conoces mi entorno. Sí allí Nací y ahora lo hago en tu casa, como cada año. Me hace gracia verme representado en figuritas  chiquitas. Me encanta.

- Pues a mí más. Gracias por Nacer en el corazón de la humanidad que CREE.

Emma Díez Lobo

jueves, 20 de diciembre de 2018

Ya vienes al mundo


                                                             


                              
Hoy son días de Navidad  y beso tus pies nacidos; mañana, en tu juventud, besaré tus sandalias y escucharé tu Evangelio y pasado mañana, con toda la pena del mundo, veré tu Muerte, tu herida del costado y tu Resurrección. Sí, es Navidad, un año más para recordar tu amor por nosotros. ¡Qué pena que media humanidad no lo celebre! O hay demasiada ignorancia o demasiada maldad…

¡Navidad, Navidad! Son los días mágicos de Diciembre. ¡Evangelio, Evangelio! 

Son los pasos para llegar al cielo desde tu cuna. Y yo pongo mi Belén con sus pastores y sus reyes cerca de mí para recrearme en tu venida y, un día poder irme Contigo.

Estamos todos juntos; Vosotros en pequeñas figuras de barro y nosotros con el alma llena de gratitud. Es una noche especial, muy especial y única. 
  
Cuando estos días terminen, guardaré una vez más mi Belén en su caja de cartón en espera de poder abrirla el próximo año, si Tú quieres. De momento nos queda el Evangelio, tu Madre y millones de Gracias. Todo porque un día, hace 2018 años viniste para estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

Me encanta cómo fue, me encanta cómo después hablaste para contarnos las cosas y, me encanta todo de Ti. Solo Te pido que Bendigas esta Noche Buena a toda familia que se reúna en tu Nombre.

Gracias por Nacer, porque también renacemos nosotros con el espíritu verdadero de la Navidad.  

Emma Díez Lobo


lunes, 17 de diciembre de 2018

Villancico de ausencias



Todo preparado, Señor: las luces, la cuna, los turrones, la familia, los amigos, el caviar… Todos han venido a tu gran fiesta, todos, ¿todos?... Bueno, todos menos Tú.

Todos menos la anciana que vive sola y que dos pisos más arriba celebrará tu fiesta anhelando que alguien llame a su puerta y a su corazón.

Todos menos los búlgaros que invaden peligrosamente nuestras calles y que me obligarán a coger un taxi para volver del cotillón.

Todos menos la compañera poco agraciada que “bombardea” inútilmente mi móvil a todas horas… “¿No se dará cuenta de que…?”

Todos menos el mendigo que celebra las fiestas con unas cajas de vino para protegerse del frío…, del frío y de la indiferencia y soledad.

Todo preparado, Señor: las luces, la cuna, los turrones, la familia, los amigos, el caviar…

Todos han venido a tu gran fiesta, todos, ¿todos?... Bueno, todos menos Tú.

Todos menos el enfermo que visitaré tras las fiestas porque no son días, precisamente estos, para el llanto y el dolor.

Todos menos el compañero desempleado que este año verá cómo los Reyes Magos se olvidan de pasar por su hogar.

Todos menos el familiar que hace años se sentaba con nosotros y que por un… dejémoslo, no es cuestión de amargarse las fiestas.

Todos menos la señora de la limpieza que el día de Navidad y el de Año Nuevo y el de Reyes tendrá que limpiar (decisión consensuada) nuestra escalera.

 Todo preparado, Señor: las luces, la cuna, los turrones, la familia, los amigos, el caviar… Todos han venido a tu gran fiesta, todos, ¿todos?... Bueno, todos menos Tú.

Hoy te pedimos, Señor, por los ausentes de nuestra Navidad.

Que te hagamos presente en los ancianos que vive y mueren solos; en los inmigrantes que nos incomodan; en los pobres que nos recuerdan nuestra indiferencia y egoísmo; en los enfermos y hospitalizados; en los parados; en los heridos, muertos en tantas guerras; en los refugiados que huyen del hambre y el terror; en los que sufren las consecuencias de las catástrofes naturales…

En todos ellos Tú nos visitas en Navidad. Que te veamos y te acojamos, porque si Tú estás ausente, no será Navidad.

 J. M. de Palazuelo

sábado, 15 de diciembre de 2018

III Domingo de Adviento




Satisfacer las esperanzas humanas es el camino para satisfacer la esperanza final.

         El domingo pasado escuchábamos el mensaje de Juan Bautista de forma genérica: ¡Convertíos! Hoy el mismo Juan nos dice de forma concreta qué significa convertirse cada uno en su situación concreta, en trabajar por la justicia y la fraternidad: el que tenga dos túnicas, que comparta... no exigir más de lo justo... no robar sino contentarse con la paga.

La palabra conversión significa dar media vuelta (en el caminar), volviendo a la alianza, es decir, a Dios y a los hermanos. Por el bautismo somos miembros integrantes de la nueva alianza, en la que todos somos hermanos y servimos a un mismo Padre por Jesucristo. El pecado hace que caminemos de espalda a los intereses de Dios y de los hermanos, convertirse es volverse a los intereses de Dios, que son los de mis hermanos concretos. Amamos a Dios, a quien no vemos, amando a los hermanos concretos, a los que vemos.

        Esto implica examinar mis relaciones concretas con los diversos círculos de hermanos concretos que me rodean, dentro de la familia, trabajo, ciudad, nación, el mundo... Y examinar mi postura ante Dios, fuente y garantía de la alianza. Este es el camino concreto que llevará a satisfacer las promesas que esperamos.

         Se acusa frecuentemente a la esperanza cristiana de ser alienante e individualista, haciendo volver los ojos al cielo en busca de una esperanza futura, olvidando los problemas actuales de la tierra. Los problemas de la tierra son humanos, han sido causados por hombres y somos los hombres los responsables de su solución. Esto es verdad y hay que hacerlo en la medida de nuestras posibilidades reales, pero lo que hace la esperanza cristiana es integrar este trabajo en el marco superior de la esperanza cristiana, que ayudará, por una parte, a purificar las esperanzas humanas, y, por otra, a fortalecer el compromiso por la solución de los problemas humanos.

        Por una parte purifica las esperanzas  humanas, eliminando las que son contrarias al hombre y no responden al plan de Dios. Por este motivo los cristianos deben practicar el “desprecio del mundo”, es decir, apartarse y combatir todas las actividades que están al servicio de la opresión, la injusticia y la vanidad de unos pocos. Por otra, la esperanza cristiana purifica las esperanzas humanas nobles de elementos impuros, egoísmos personales, y da fuerza para superar las dificultades que se presentan en esta tarea. El amor cristiano, gratuito y fuerte, aumentará la constancia en la consecución de la meta.

        Al final Dios enjugará las lágrimas de los que trabajan ahora por enjugar lágrimas. Por eso esta tarea es motivo de alegría, tema que subraya la liturgia de hoy. El que siembra alegría, cosechará la alegría final. Si guardáis mis mandamientos (el amor fraterno), permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea colmado (Jn 15,10-11). Jesús quiere que compartamos plenamente su alegría y el camino para ello es el servicio concreto al hermano. Servir como él ha servido.

        Finalmente la esperanza cristiana es comunitaria. Cada cristiano, como persona responsable, ha de dar cuenta de su vida, pero camina de la mano de todos sus hermanos hacia la patria común.

        La Eucaristía es fuente de alegría, porque es comunión con Jesús y con su alegría, el que se entregó a hacer la voluntad del Padre. La comunión con él fortalece para trabajar por las esperanzas humanas nobles.

        Dr. don Antonio Rodríguez Carmona


jueves, 13 de diciembre de 2018

Tiempo de Adviento





Tiempo de Adviento,
Tiempo de espera.
Dios que se acerca,
Dios que ya llega.
Esperanza del pueblo,
la vida nueva.
El Reino nace,
don y tarea.
Te cantamos Padre bueno
a la esperanza.
Con María, ayúdanos Señor,
a vivir generosos en la entrega,
a ofrecer nuestra vida como ella,
a escuchar tu Palabra en todo tiempo,
a practicar sin descanso el Evangelio,
ayúdanos a vivir solidarios con los que sufren,
con quienes hoy como ayer
en Belén no tienen lugar.

Te cantamos Padre Bueno
a la esperanza.
Con los pastores de Belén,
ayúdanos señor
a vivir la Vigilia de tu Reino,
a correr presurosos a tu encuentro,
a descubrir tu Rostro en medio del pueblo,
a no quedarnos “dormidos” en la construcción del mundo nuevo.
Te cantamos Padre Bueno
a la esperanza.
Con los ángeles de Belén,
ayúdanos Señor,
a cantar al mundo entero tu Presencia,
¡ Dios-está-con-nosotros !
Construyamos la paz entre los hombres,
Edifiquemos la Justicia entre los pueblos.
Te cantamos Padre Bueno
a la esperanza.
Con Jesús niño-Dios,
ayúdanos Señor,
a abrigar la esperanza que
nace en cada Adviento,
a escuchar los clamores de tu pueblo,
a regar con nuestras vidas
la semilla de tu Reino,
a ser Mensajeros de tu Amor,
a construir comunidades
de servicio y oración.

Navidad, fiesta del hombre.
Navidad, fiesta de Dios.
Queremos ser tus Testigos,
danos la fuerza Señor.

(Marcelo A. Murúa)