miércoles, 30 de diciembre de 2015

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios



maría, madre del rey de la paz

La liturgia de esta fiesta  se centra en dos ideas básicas, la maternidad de María y el don de la paz. Dos ideas que están inseparablemente unidas, ya que María, por su maternidad, nos ha dado al rey de la paz. Ha sido la mejor contribución a la tarea de colaborar en el establecimiento de la paz; por ello es de una manera especial bienaventurada: bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

La paz es fruto de la justicia, es decir, sólo existe cuando se da la debida armonía en un conjunto, cuando cada uno está en su sitio, tiene todo lo que debe tener, y colabora para que los demás estén en la misma situación. Por eso los hebreos la designaban con la palabra shalom, que etimológicamente significa armonía.  Esta armonía se puede conseguir desde arriba, por medio de leyes justas y un sistema judicial que asegure este fin (es lo propio de un Estado), o desde abajo,  capacitando a la persona con un corazón nuevo, capaz de vivir en paz y de colaborar en la paz de los demás. Éste es el camino elegido por Jesús, rey de la paz, porque por medio de su Espíritu nos ha dado un corazón, capaz de amar, nos ha hecho hijos de Dios  y hermanos entre nosotros y nos urge a trabajar por la fraternidad universal.

Pero el don de la paz es también una tarea que tenemos que realizar en sus diversas facetas, primero creando armonía en nuestra persona, consiguiendo una madurez afectiva en nuestras relaciones con los demás. El que no está en paz consigo mismo difícilmente creará paz. Irá proyectando por ahí sus desarmonías internas, normalmente “en nombre de la justicia”  Después trabajando por la justicia en la sociedad, promoviendo los legítimos derechos de los hombres, derecho al respeto de la vida del nasciturus, derecho al trabajo, derecho a la libertad... La paz es obra de la justicia. De la conjunción armoniosa de un orden social justo y su aplicación por personas justas con el corazón pacificado nacerá la verdadera paz. Finalmente los cristianos tenemos el deber de promover la debida armonía en la comunidad eclesial, asumiendo cada uno su responsabilidad.

En este año nuevo se nos invita a realizar este trabajo en contexto de misericordia, pues la paz implica ciertamente justicia, pero  superada por la misericordia, único medio de trascender situaciones humanamente imposibles, especialmente aquellas en que hay ofensas mutuas. La técnica del ventilador que echa en cara las ofensas mutuas no lleva a ninguna parte, el camino del perdón al que no lo merece lo consigue todo. Este es el camino escogido por Jesús, que perdona en la cruz,  que deben seguir sus discípulos. Misericordia implica actitud de comprensión y benevolencia hacia el otro, un amor fuerte que supera la ingratitud y la ofensa.

En el mensaje de este año el papa Francisco recuerda una faceta importante del camino de la misericordia: evitar la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, postura que se debe especialmente al egoísmo del que solo vive para sí. El indiferente no puede comprender al necesitado y está muy lejos de vivir la misericordia y de contribuir a la paz.

Al comienzo del año, ponemos en manos de María el deseo de colaborar por un mundo más pacificado. La Eucaristía celebra el don de la paz, la pedimos como don de Dios  y nos une al Príncipe de la paz. Por eso nos damos un saludo de paz, que debe ser un compromiso por ella.


 P. Antonio Rodríguez Carmona

domingo, 27 de diciembre de 2015

Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 27 de diciembre de 2015
Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José
Las Lecturas bíblicas que hemos escuchado nos presentan la imagen de dos familias que hacen su peregrinación hacia la casa de Dios. Elcaná y Ana llevan a su hijo Samuel al templo de Siló y lo consagran al Señor (cf. 1 S 1,20- 22,24-28). Del mismo modo, José y María, junto con Jesús, se ponen en marcha hacia Jerusalén para la fiesta de Pascua (cf. Lc 2,41-52).
Podemos ver a menudo a los peregrinos que acuden a los santuarios y lugares entrañables para la piedad popular. En estos días, muchos han puesto en camino para llegar a la Puerta Santa abierta en todas las catedrales del mundo y también en tantos santuarios. Pero lo más hermoso que hoy pone de relieve la Palabra de Dios es que la peregrinación la hace toda la familia. Papá, mamá y los hijos, van juntos a la casa del Señor para santificar la fiesta con la oración. Es una lección importante que se ofrece también a nuestras familias. Podemos decir incluso que la vida de la familia es un conjunto de pequeñas y grandes peregrinaciones.
Por ejemplo, cuánto bien nos hace pensar que María y José enseñaron a Jesús a decir sus oraciones. Y esto es una peregrinación, la peregrinación de educar en la oración. Y también nos hace bien saber que durante la jornada rezaban juntos; y que el sábado iban juntos a la sinagoga para escuchar las Escrituras de la Ley y los Profetas, y alabar al Señor con todo el pueblo. Y, durante la peregrinación a Jerusalén, ciertamente cantaban con las palabras del Salmo: «¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén» (122,1-2).
Qué importante es para nuestras familias a caminar juntos para alcanzar una misma meta. Sabemos que tenemos un itinerario común que recorrer; un camino donde nos encontramos con dificultades, pero también con momentos de alegría y de consuelo. En esta peregrinación de la vida compartimos también el tiempo de oración. ¿Qué puede ser más bello para un padre y una madre que bendecir a sus hijos al comienzo de la jornada y cuando concluye? Hacer en su frente la señal de la cruz como el día del Bautismo. ¿No es esta la oración más sencilla de los padres para con sus hijos? Bendecirlos, es decir, encomendarles al Señor, como hicieron Elcaná y Ana, José y María, para que sea él su protección y su apoyo en los distintos momentos del día. Qué importante es para la familia encontrarse también en un breve momento de oración antes de comer juntos, para dar las gracias al Señor por estos dones, y para aprender a compartir lo que hemos recibido con quien más lo necesita. Son pequeños gestos que, sin embargo, expresan el gran papel formativo que la familia desempeña en la peregrinación de cada día.
Al final de aquella peregrinación, Jesús volvió a Nazaret y vivía sujeto a sus padres (cf. Lc 2,51). Esta imagen tiene también una buena enseñanza para nuestras familias. En efecto, la peregrinación no termina cuando se ha llegado a la meta del santuario, sino cuando se regresa a casa y se reanuda la vida de cada día, poniendo en práctica los frutos espirituales de la experiencia vivida. Sabemos lo que hizo Jesús aquella vez. En lugar de volver a casa con los suyos, se había quedado en el Templo de Jerusalén, causando una gran pena a María y José, que no lo encontraban. Por su «aventura», probablemente también Jesús tuvo que pedir disculpas a sus padres. El Evangelio no lo dice, pero creo que lo podemos suponer. La pregunta de María, además, manifiesta un cierto reproche, mostrando claramente la preocupación y angustia, suya y de José. Al regresar a casa, Jesús se unió estrechamente a ellos, para demostrar todo su afecto y obediencia. Estos momentos, que con el Señor se transforman en oportunidad de crecimiento, en ocasión para pedir perdón y recibirlo y de demostrar amor y obediencia, también forman parte de la peregrinación de la familia.
Que en este Año de la Misericordia, toda familia cristiana sea un lugar privilegiado para esta peregrinación en el que se experimenta la alegría del perdón. El perdón es la esencia del amor, que sabe comprender el error y poner remedio. Pobres de nosotros si Dios no nos perdonase. En el seno de la familia es donde se nos educa al perdón, porque se tiene la certeza de ser comprendidos y apoyados no obstante los errores que se puedan cometer.

No perdamos la confianza en la familia. Es hermoso abrir siempre el corazón unos a otros, sin ocultar nada. Donde hay amor, allí hay también comprensión y perdón. Me encomiendo a vosotras, queridas familias, esta cotidiana peregrinación doméstica, esta misión tan importante, de la que el mundo y la Iglesia tienen más necesidad que nunca.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Festividad de la Sagrada Familia



Familia, Sagrada Familia.., 

Familia estrechamente unida al misterio que contemplamos el día del nacimiento del Señor ¡guía con tu ejemplo las familias de todo el mundo! ... 

Hijo de Dios, presente entre nosotros en el seno de una familia, concede a todas las familias poder crecer en el amor y de contribuir al bien de toda la humanidad.... 

Enséñales a renunciar al egoísmo, a la mentira, a la búsqueda desenfrenada del provecho personal. Ayuda-las a desarrollar, bajo tu inspiración, las energías inmensas del corazón y de la inteligencia. 
(S. Juan Pablo, II)

jueves, 24 de diciembre de 2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

Visión de la Navidad



  

 "He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no eran ya visibles. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada con la cara vuelta hacia Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el pecho. El resplandor en torno a ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela lumi­nosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la Tierra, y aparecieron con claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tie­rra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María".



»Vi a Nuestro Señor bajo la forma de un pequeño Niño todo luminoso, cuyo brillo eclipsaba el resplandor circundante, acostado sobre una alfombrita ante las rodillas de María. Me parecía muy pequeñito y que iba creciendo ante mis ojos; pero todo esto era la irradiación de una luz tan potente y deslumbradora que no puedo explicar cómo pude mirarla. La Virgen permaneció algún tiempo en éxtasis; luego cubrió al Niño con un paño, sin tocarlo y sin tomarlo aún en sus brazos. Poco tiempo después vi al Niño que se movía y le oí llorar. En ese momento fue cuando María pare­ció volver en sí misma y, tomando al Niño, lo envolvió en el paño con que lo había cubierto y lo tuvo en sus brazos, estrechándole contra su pecho. Se sentó, ocultándose toda ella con el Niño bajo su amplio velo, y creo que le dio el pecho. Vi entonces en torno a los ángeles, en forma huma­na, hincándose delante del Niño recién nacido para adorarlo.



»Cuando había transcurrido una hora desde el nacimiento del Niño Jesús, María llamó a José, que esta­ba aún orando con el rostro pegado a la tierra. Se acercó, prosternándose, lleno de júbilo, de humildad y de fer­vor. Sólo cuando María le pidió que apretase contra su corazón el Don sagrado del Altísimo, se levantó José, recibió al Niño entre sus brazos, y derramando lágrimas de pura alegría, dio gracias a Dios por el Don recibido del Cielo.



»María fajó al Niño: tenía sólo cua­tro pañales. Más tarde vi a María y a José sentados en el suelo, uno junto al otro: no hablaban, parecían absor­tos en muda contemplación. Ante María, fajado como un niño común, estaba recostado Jesús recién naci­do, bello y brillante como un relámpa­go. "iAh, decía yo, este lugar encierra la salvación del mundo entero y nadie lo sospecha!"...



"Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad".



Ana Catalina Emmerich

miércoles, 16 de diciembre de 2015

«¡Déjate curar!»



JUBILEO EXTRAORDINARIO DE LA MISERICORDIA


Nos está tocando vivir tiempos recios, marcados por la inestabilidad e incertidumbre social, política y económica. La mayoría de las personas experimentan, con frecuencia, no sólo esta inclemencia exterior sino también un profundo desarraigo y desgarro interior que suele dejarlas «tocadas», «deshabitadas», «desorientadas», «solas», «vacías», «rotas»…
El Papa Francisco, tan sensible a las necesidades humanas y con esas «entrañas de madre-padre» que le caracterizan, ha convocado un tiempo de GRACIA, el jubileo extraordinario de la misericordia, para que cada uno de sus hijos pueda volver a casa, sanar sus heridas –por profundas que sean–, y experimentar la «ternura»y la «caricia» de Dios. El logotipo que ha escogido –obra del jesuita Marko I. Rupnik– representa al «Buen Pastor» que carga con la humanidad herida, verdadera síntesis teológica de la misericordia divina.
Durante este año jubilar te invito encarecidamente que, a través de tu humilde pero eficiente testimonio, salgas a los caminos para llamar a los que andan errantes y busques a los que se hallan perdidos. Rastrees aunque te desgarren las zarzas del bosque, husmees todos los escondrijos, indagues en todas las matas hasta encontrar la«oveja perdida», la cargues sobre tus hombros, la traigas a casa, le vendes las heridas y le ayudes a reencontrar su propia dignidad, la de ser el ‘hijo amado del Padre’.
Como preparación de este gran acontecimiento eclesial, teniendo como trasfondo la parábola del ‘Padre misericordioso’ que narra el evangelista Lucas, voy a tratar de sumergiros en este «MISTERIO DE GRACIA», para que puedas sentir personalmente el abrazo de Dios. ¡Dejarse abrazar por Dios!–según refiere Henri J.M. Nouwen en su libro «El regreso del hijo pródigo»– no resulta ni tan obvio, ni tan fácil ni sencillo, aunque sea realmente lo que más desees o necesites. ¡Es paradójico que en la vida nos afanemos en buscar amigos en Facebook, que mendiguemos afecto, reconocimiento, prestigio, poder… y después nos resistamos a dejarnos querer y abrazar por Dios, a través del hermano (del próximo)!
Permíteme que concluya esta motivación con la imagen elocuente que Paul Claudel describe en ‘La Anunciación’:
«Cuentan que Violeta era una muchacha muy dichosa porque había encontrado su verdadera vocación. –‘¡Qué feliz soy! –exclamaba –, ¡Dios me ha regalado poderme consagrar a Él’. Violeta era una mujer sencilla, que hacía gala a su nombre (sabéis que las violetas crecen en la oscuridad y que desprenden un olor más intenso cuando son estrujadas), se cuestionaba «¿de qué sirve la vida si no es para darla?»… y derramaba caridad. Una tarde se encontró con Pierre de Craon, un famoso constructor de catedrales, acaso el más famoso. A pesar de su fama, Pierre sufría una desgracia que le marcaría toda su vida, tenía una enfermedad incurable, la lepra. Violeta sentía compasión por aquel ilustre leproso al que todo el mundo requería para construir grandes edificios pero al que nadie podía acercarse. Violeta, movida por la caridad y la compasión, un día se acercó a Pierre. Al despedirse, le besó en la frente. Pierre, pensando que estaba ya en el cielo, sonrió. Y comenzó a vivir con una esperanza nueva. Poco tiempo después, en primavera, Violeta descubrió que en su cuerpo había aparecido una pequeña mancha, era lepra y, paradójicamente, esa misma mañana, Pierre se sorprendió al descubrir su cuerpo totalmente limpio. Aquel beso de Violeta había tomado su lepra.
¡QUÉ ADMIRABLE INTERCAMBIO!
¿No será éste el verdadero secreto del cambio? ¿el anhelo del Papa Francisco?
Descubre que Dios mismo se ha puesto en tu «pellejo», «intercambia los papeles», «indulta TODA tu deuda moral», «formatea el disco duro (corazón)», besa tus llagas (estigmas), las asume y las cura definitivamente…? ¡Déjate besar (curar) por el Señor! Y recuperarás la paz y tu alegría interior.

Con mi afecto y mi bendición.

Ángel Pérez Pueyo Obispo de Barbastro-Monzón






La luz que me coge de la mano




Conocemos el amor que tú nos has dado, amor sin límite, indecible, que nadie puede abarcar; el amor que es luz inaccesible, luz que actúa en todo.

¿Qué es lo que no hace esta luz, qué es lo que no es esta luz?

Ella es belleza y gozo, dulzura y paz, misericordia sin límite, abismo de compasión. Cuando la poseo no la percibo; sólo la veo cuando se aleja. Me echo a correr para retenerla y ella se escapa del todo. No sé qué hacer y me siento consumido por el anhelo. Aprendo a pedir y buscar con humildad y entre lágrimas; aprendo a no considerar como posible aquello que sobrepasa la naturaleza, ni considero como efecto de mi capacidad y esfuerzo humano aquello que proviene únicamente de la compasión de Dios y de su infinita misericordia...

Esta luz nos coge de la mano, nos fortalece, nos enseña pero ser revela huidiza cuando más la necesitamos. No viene en nuestra ayuda cuando nosotros lo queremos- esto sólo es de los perfectos-, sino cuando nos encontramos turbados y completamente agotados. Aparece de lejos y se hace sentir en mi corazón. Me pongo a gritar hasta ahogarme por el deseo de agarrarla, pero todo permanece en la noche y me quedo con las manos vacías. Olvido todo, me siento a llorar, sin esperanza de volverla a ver nunca más. Cuando cesa el llanto y consiento en pararme, entonces, misteriosamente, me coge entre sus manos y me deshago en lágrimas sin saber quién está conmigo iluminando mi espíritu de una suave luz.



(Simeón, el Nuevo Teólogo (hacia 949-1022) monje ortodoxo
Himno 18, SC 174 pág. 74-82)


martes, 15 de diciembre de 2015

Con los años…


                       

                                     

Dime Tristeza ¿Vienes para quedarte?

- ¡No! Entro, descanso y me voy.

Dime Alegría, te doy lo que puedo ¿Te quedas?

- ¡No! Vengo, me estrujo, marcho y vuelvo.

Dime pesada Conciencia ¿Te irás?

- No hay billete de vuelta, moriré contigo a pesar del perdón.

Dime Amor ¿Te quedarás?

- ¡No! Te lo cambio por años, cariño y vida.

Dime Mentira ¿Puedes desaparecer?

- ¡Sí! Siempre que la verdad me aparte.

Dime Perdón ¿Puedes vivir conmigo?

- ¡Sí! Cuando entiendas la vida.

Dime Rencor ¿Puedes no venir?

- ¡Sí! Si hay humildad, no llegaré.

Dime Paz ¿Por qué no estás?

- Porque no entendiste la felicidad.

Dime Dolor ¿Cuándo te vas?

- Cuando el tiempo lo diga.

Dime Felicidad ¿Quieres vivir junto a mí?

- Si me quedo, me abandonarás; si me voy, querrás que vuelva.

Dime Desprecio ¿Porqué vienes?

- Me envían… No me abras la puerta.

Dime Resentimiento ¿Vas a venir?

- Si me adelanta el perdón, no tengo sitio.

Dime Odio ¿Por qué deseas entrar?

- Porque te quiero para mí…

Dime Liberación ¿Me puedes llevar?

- ¡Sí! Cuando creas que Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
 Emma Díez Lobo         

lunes, 14 de diciembre de 2015

Repartir con el que no tiene






Vivir de otra forma

(Lucas 3,10-18)



La Palabra del Bautista desde el desierto tocó el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y al inicio de una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: ¿Qué debemos hacer? Es la pregunta que brota siempre en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos  cómo concretar nuestra respuesta.



El Bautista no les propone ritos religiosos, ni tampoco normas, ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna.



Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Así de simple y claro.



¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida?



Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia más viva de esa insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?



Mientras nosotros seguimos preocupados, y con razón, de muchos aspectos del momento actual del cristianismo, no nos damos cuenta de que vivimos “cautivos de una religión burguesa”. El cristianismo, tal como nosotros lo vivimos, no parece tener fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Al contrario, es ésta la que está desvirtuando lo mejor de la religión de Jesús, vaciando nuestro seguimiento a Cristo de valores tan genuinos como la solidaridad, la defensa de los pobres, la compasión y la justicia.



Por eso, hemos valorar y agradecer mucho más el esfuerzo de tantas personas que se rebelan contra este “cautiverio”, comprometiéndose en gestos concretos de solidaridad y cultivando un estilo de vida más sencillo, austero y humano.





ED. Buenas Noticias




sábado, 12 de diciembre de 2015

III Domingo de ADVIENTO




¿QUÉ TENEMOS QUE HACER?

Lc 3,10-18





“Abrir las puertas,

quitar los cerrojos,

abandonar las murallas que te protegieron,

vivir la vida y aceptar el reto,

recuperar la risa,

ensayar un canto,

bajar la guardia y extender las manos,

desplegar las alas

e intentar de nuevo,

celebrar la vida y retomar los cielos.

Porque cada día es un comienzo nuevo,

porque esta es la hora y el mejor momento.

porque no estás solo, porque yo te quiero”

(Mario Benedetti)




miércoles, 9 de diciembre de 2015

“Paz a vosotros”





Es lo que Jesús dice cuando le abres la puerta…

¿Qué significa? No te está dando la paz como en misa, no, lo que te quiere decir es que si cuentas con su Evangelio -eso es Jesús- haces lo que dice por tu alegría y salvación, tendrás la paz que El mismo te da.

Así sucede:

Se acerca a ti, “llama” a tu alma… Si le dejas “entrar”, mejor dicho, si le escuchas, Le crees y pones tu confianza en Él, Él te responderá con un “Calma, vive tranquilo y déjame tu pena… Confía, siempre te daré la mejor solución, lo comprobarás. Sólo tienes que dejarte caer en Mí y cerrar el capítulo de la angustia”. El recuerdo es otra historia…

Hay una manera de hacer esto, no es fácil para algunos pero sí es fácil. Él nunca nos pone cosas imposibles. Veréis:

Lo primero es rezar y orar para que la fe en lo que te dice, te llene de esperanza y verdad; después el ayuno, un par de días a la semana a pan y agua. Poco a poco iréis viendo el Rostro de Dios; la pena se disipará y encontrarás la Paz. El demonio es quien crea la angustia y el tormento, las ganas de venganza, el ateísmo… ¡Tenlo en cuenta! 

Así pues, combatamos las artimañas de este “pesado terrible”, confiando enserio en Dios, y si podemos sonreír… ¡Ya hemos ganado la partida!

¡Ayuno y oración! No lo olvidéis.
Emma Díez Lobo

martes, 8 de diciembre de 2015

María modelo de Esperanza, Reina del Adviento.








SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN, CICLO C
Esperamos porque creemos. La esperanza cristiana se apoya en las promesas de Dios, que nos fija una meta y nos promete su ayuda eficaz y constante para alcanzarla. El caso de María es una confirmación de esta afirmación. La palabra proclamada ayuda a aproximarnos al misterio que celebramos.


La primera lectura recuerda que en su origen la humanidad hizo una opción contraria al plan de Dios. No sabemos de forma concreta cómo, pues se nos narra con un lenguaje simbólico y figurado, cuyo contenido es que Dios invitó al hombre, creado como pura criatura y mortal, a vivir en su casa-jardín donde podría participar su felicidad y vivir inmortalmente siempre que se sujetara a su voluntad. Pero el hombre no se fio de Dios, quiso “ser como Dios”, independiente, moralmente autónomo, y Dios respetó esta opción, quedando el hombre fuera del paraíso como pura criatura mortal. Es una herencia negativa que el primer hombre transmite a todos sus descendientes, el pecado llamado original. Pero Dios prometió a la humanidad una victoria final sobre el tentador, que restablecería el plan primitivo. La segunda lectura habla del cumplimiento de este plan y de su situación actual con un lenguaje más concreto: Dios nos ha destinado a todos los humanos a ser hijos en su Hijo, y como Dios es amor y el Hijo es la expresión concreta de su amor, ser hijos en el Hijo significa unirse en Cristo y dejarse transformar por él, siendo santos e inmaculados en el amor. Cristo muriendo y resucitando ha hecho posible esta situación, liberando de la herencia de Adán a toda la humanidad.


Desde muy pronto la Iglesia tuvo la corazonada de que María, madre de Dios, y destinada a convivir de forma íntima con su Hijo santísimo, estaría libre del pecado original, la herencia de Adán. ¿Cómo es posible que una mujer, separada de Dios por el pecado original, fuera su madre? Pero contra esta corazonada  estaba la afirmación de la fe que confesaba que Cristo es salvador universal, incluso de su madre. Solo en el bautismo todos recibimos una gracia básica que anula la incapacidad del pecado original y nos capacita para amar y recibir las ayudas necesarias para llegar al final. Este es el camino para todos los humanos, hijos de Adán. Esto es verdad, pero el Espíritu Santo fue ayudando a la Iglesia a profundizar en la palabra de Dios y a descubrir pistas que pudieran resolver esta dificultad. Un texto básico fue el Evangelio que se ha proclamado en que Dios por medio del ángel llama a María llena de gracia, es decir, plenamente agradable a Dios y transformada por él desde el primer momento de su existencia. María era la plenamente amada porque no había nada negativo en ella y la plenamente capacitada para amar desde el primer momento de su existencia. Y no obsta que Cristo sea redentor de todos, pues lo era, pero su madre fue redimida en previsión de sus méritos. Es la fiesta que celebramos.


Hoy celebramos a María como reina del Adviento o de la Esperanza, porque muestra en su vida cómo Dios promete y cumple, dando a cada uno lo que necesita para realizar su misión. Por otra parte, se nos enseña cómo actúa Dios en la Historia de la salvación. Este hecho tan excepcional se realizó en pleno silencio, no lo conocieron los padres que engendraron a María ni lo supo ella. Lo importante no es la notoriedad pública del hecho  sino la certeza del amor inquebrantable de Dios que nos conduce a cada uno por sus caminos siempre inspirados en el amor. Esta certeza confirma nuestra esperanza, a pesar de que a veces no veamos en el horizonte signos de esperanza tangibles, pues frecuentemente Dios actúa en el silencio.


La Eucaristía es lugar privilegiado para agradecer al Padre, en primer lugar, la obra que ha realizado en María, y junto con esto,  la vocación que nos ha dado y los medios que estamos recibiendo para llevarla a cabo. Por otra parte, es alimento de los hijos que  capacita para seguir adelante, creciendo santos e inmaculados en el amor, y garantía de que llegaremos a la meta querida por el Padre.


 
Primera lectura: Lectura del libro del Génesis  3,9-15.20: Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza
Salmo responsorial: Salmo 97,1.2-3ª. 3bc-4: Cantad al Señor un cántico nuevo
Segunda lectura: Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 1,3-6. 11-12: Dios Padre nos ha elegido para ser santos e inmaculados ante él por el amor
Evangelio: Lectura del santo evangelio según san Lucas 1,26-38: Alégrate, llena de gracia
Padre Antonio Rodríguez Carmona

domingo, 6 de diciembre de 2015

El bosque y los árboles



Meditando en el rezo de Laudes del primer domingo de Adviento, la antífona 2 dice: “Los montes y las colinas aclamarán en presencia del Señor, y los árboles del bosque aplaudirán, porque viene el Señor y reinará eternamente”

Y se me ocurre pensar: ¿Cómo es posible que los accidentes inanimados, como en este caso los montes, las colinas, los árboles…, tomen presencia humana y sean capaces de tomar iniciativas de pensamiento, de movimiento y de adoración al encuentro con su Creador?

La metáfora imaginativa es bellísima, y pretendo “bucear” un poco en estos pensamientos. En las culturas orientales-en este caso la judaica-, las imágenes hablan mucho más que en nuestra cultura, podríamos llamar, romana o helénica; no en vano decimos que una imagen vale más que mil palabras.

Los montes, en la cultura hebrea, en la Sagrada Escritura, es el lugar donde habitan los dioses; esos pequeños dioses que todos tenemos, que comienzan en nuestro propio “yo”, en nuestro “ego”, y continúan en el “amor propio” como tapadera del orgullo, la soberbia, y demás pecados capitales, así llamados porque son cabeza u origen de todos los demás,  que “embellecen” nuestra alma, en una danza infernal con el Príncipe de la Mentira, el diablo.

La Antífona nos recuerda que los montes y las colinas aplaudirán en presencia del Señor. Este aplaudir no es realmente un aplauso como el que entendemos en nuestro lenguaje, en el que se exalta un trabajo bien hecho, o una actividad bien realizada.

 Dice el Salmo 47: “¿Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría, porque Yahvé, el altísimo es terrible, el Gran Rey de toda la tierra! “ Es este grito de alegría y adoración en la presencia infinita del  Dios Creador.

Y continúa con un aplauso de los árboles del bosque hacia el Creador de todo, Dios, nuestro Señor Jesucristo.

Dice un refrán castellano que los árboles no dejan ver el bosque, cuando queremos significar que, en ocasiones, estamos tan metidos dentro de un problema o de una actividad cualquiera, que, olvidamos el entorno que nos rodea, aunque esté pegado a nuestra piel.

En Dios es diferente: En Dios, el bosque, que es toda la creación, hecha por Él y para Él, no le impide ver los árboles, que somos cada uno de nosotros. Por eso, nosotros como árboles de Dios, creación suya, aplaudimos al Rey de la Creación y del mundo Cristo Jesús.

Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades

sábado, 5 de diciembre de 2015

II Domingo de Adviento


TODOS VERÁN LA SALVACIÓN
(Lc 3,1-6)





Señor: quiero poner en orden mi interior.

Hacerte sitio para que nazcas en mí.

Señor, quiero arreglar el espacio de mi hogar,
de mi familia, para que nazcas en ella.

Quiero dejarte espacio en mi oración,
para que todos los días nos hablemos.

Quiero sentir la alegría de tu presencia.

Señor: hoy te rezo con San Agustín:
«Tarde te amé:
el caso es que tú estabas dentro de mí
y yo fuera. Y fuera te andaba buscando»

Ven, Señor Jesús.


viernes, 4 de diciembre de 2015

Oración



Madre, sin ti, no hay Gracia de Dios. Tú eres quien siempre lleva cargadas las manos de nuestras peticiones y angustias… Además, fuiste terrenal, como yo, como tu Hijo, Hijo del  Amor Universal. Portadora de un Todo y Madre de lo Absoluto. 

Eres quien mejor nos comprende y tu Hijo quien pone las normas… Sin ellas, no sería posible el cielo, y Tú, tu ayudas a lograrlo con tu mediación.
  
Pero a veces cuando rezamos, “te saltamos” como creyendo que es más seguro y eficaz ir directos a Dios… ¡Qué equivocados, Madre mía! Tanto tiempo para entender que en nuestras oraciones tu presencia es vital, no sólo es rezar Ave Marías…

También he pensado en los Santos, hermanos de la tierra, quienes median de una manera extraordinaria. ¡Oh Dios mío! Es Ella, son Ellos, nuestros aliados ante Ti. Perdóname María, perdonadme todos por no pediros nada.  

Genial, tenemos todo un ejército en nombre de Dios para nosotros. ¡Esto es magnífico, cuántos a nuestro favor!

María, guárdame bajo tu manto, no dejes que me hunda con mis cruces y que sean para mí, “parte” de una imitación de tu vida. Dame esa alegría de parecerme en algo a ti, aunque sea en “las orejas”, porque supiste aceptar con lágrimas pero en silencio, cruces tremendas desde la Anunciación de Jesús, mi Hermano mayor, quien siendo el Primer Profesor del alma, nos abrió el cielo a Ti, al mundo y a mí. 
   
Amén


 Emma Díez Lobo