martes, 30 de junio de 2020

El sublime conocimiento de Cristo



Qué estremecedor tuvo que ser para San Pablo su progresivo conocimiento de Jesús al denominarlo: "conocimiento sublime" (Flp 3,8). Al considerarlo como sublime, Pablo no se está sirviendo de un recurso poético, sino que nos está trasmitiendo una vivencia de la que nos quiere hacer partícipes.

Adivinamos tras esta expresión la intensidad de su relación con Él, el fuego que arde en sus entrañas. Entendemos entonces su fortaleza y perseverancia en su Misión de Evangelización, plagada, como todas ellas, de sinsabores, dificultades de todo tipo, y, por supuesto, persecuciones. Ninguno de estos impedimentos consiguió anular la Fiesta perenne de su corazón habitado por Dios.

No es el de Pablo un conocimiento de Jesús instalado en su mente, sino lo que los Santos Padres llaman: la Sabiduría enraizada en el alma, conocimiento más divino que humano, que le permite hablar de Jesús no con palabras fonéticas, sino fogosas, llenas de Espíritu y Vida porque el mismo Jesús es quien habla por él, lo que indica que no predica el Evangelio en su propio nombre, sino en el de Jesús… de la misma manera que Jesús lo predicó en el Nombre de su Padre.

P. Antonio Pavía
Comunidadmariamadreapostoles.com

lunes, 29 de junio de 2020

Sígueme, yo voy al Padre



 Creo que muchos creyentes asocian la llamada de Jesús, su Jesús, solo a tomar la Cruz y seguir sus huellas hasta el Calvario. Por supuesto que esto es esencial al discipulado, lo dice Él mismo (Mc 8,35); sin embargo, es necesario aclarar que el Calvario no es la meta final, el culmen del ¡sígueme! de Jesús… sino el Padre.

Nos asomamos al capítulo 21, el último, del Evangelio de Juan, y vemos que después de que Jesús rehabilitará a Pedro confirmando su elección como Roca de su Iglesia, le mira a los ojos y le hace su última invitación: “¡sígueme!” (Jn 21,15-19). Con esta invitación le anuncia a él y a todos los que le siguen que su llamada culmina en el Padre hacia quién va Jesús después de su resurrección.

No perdamos de vista esta Buena Noticia. Es cierto que Jesús nos llama a seguirle, llevando nuestra Cruz que nos identifica con Él en el Calvario… pero desde el Calvario resuena nuevamente su llamada: ¡Sígueme al Padre!, yo, tu Buen Pastor, te llevaré a Él, que es tu Padre también.

P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com

ORACIÓN A MARÍA, MADRE DE LOS APÓSTOLES



María, Virgen Inmaculada, Reina de los Mártires, Estrella Matutina, Seguro refugio de los pecadores: alégrate porque fuiste Maestra, Fortaleza y Madre de los Apóstoles reunidos en el cenáculo, para invocar, obtener y recibir la plenitud del Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, renovador de los apóstoles, por tu poderosa y humilde oración que conmueve siempre el corazón de Dios, concédeme la gracia de comprender la dignidad del hombre, rescatado de la muerte y de la perdición por la preciosa sangre de Jesucristo. Que cada uno de nosotros se entusiasme por la nobleza del apostolado cristiano: que el amor de Cristo nos apremie, que nos conmuevan las miserias espirituales, de la pobre humanidad. Haz que sintamos en nuestro corazón las necesidades de los niños, de los jóvenes, de los adultos y de los ancianos. Que los pueblos de América, Asia, África, Oceanía y Europa, ejerzan sobre nosotros una poderosa atracción, que el apostolado del ejemplo y de la Palabra, de la oración y de los medios de comunicación social, conquisten muchos corazones generosos, hasta la más costosa entrega. Madre de la Iglesia, Reina de los Apóstoles, abogada nuestra, a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lagrimas. Madre de los Apóstoles...

Ruega por nosotros.

domingo, 28 de junio de 2020

La medida del verdadero amor


Cualquiera que haya tenido el más mínimo contacto con eso que se suelen llamar “sectas destructivas” (sea por relación directa, sea por medio de quienes han estado en sus redes) sabrá que una de las primeras cosas que tratan de hacer estas sectas es romper los lazos familiares del adepto. Esto se puede hacer de formas sutiles o brutales, pero el resultado en el mismo. Las formas sutiles consisten en decir que tu familia te limita, que para empezar una nueva vida hay que romper con los lazos del pasado, que sólo así podrás desarrollarte en todo tu potencial, que tú estás muy por encima de ellos… Y no se refieren sólo a los padres y hermanos, sino también al esposo o la esposa, y hasta los propios hijos. Romper todo tipo de lazos familiares significa dejar al individuo desarmado, inerme, con lo que resulta fácil manipularlo y ponerlo en situación de total dependencia. En cuanto a los métodos brutales, no es difícil imaginar que quien cae en las redes de estos grupos, es prácticamente obligado a aislarse de sus relaciones anteriores y a profesar una relación de casi adoración hacia el líder del grupo o hacia la ideología que lo sustenta.
¿No son las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy una variante de esta actitud sectaria? Porque parece que nos invita a poner en segundo plano nuestras relaciones familiares para centrarnos en exclusiva en su persona, como objeto de nuestro amor. Puede parecerlo, pero no es así. Jesús no dice que no debemos amar a nuestros familiares, padre, madre, hermanos, hijos, sino que el amor a Él debe estar en la cima de la jerarquía de nuestros amores. Y esto es así, sencillamente, porque también el amor familiar está afectado por el pecado y necesita ser redimido. Con mucha frecuencia las relaciones familiares están basadas en la violencia, la manipulación, el egoísmo, los celos. Aunque teóricamente se trata de la forma más incondicional y básica del amor (como el amor de la madre hacia sus hijos), con mucha frecuencia en la práctica no es así y las relaciones familiares se convierten en un infierno del que muchos aspiran sólo a liberarse. Por difícil que parezca, hasta la madre puede llegar a olvidarse de su niño de pecho y a no compadecerse del hijo de sus entrañas, como recuerda con dramatismo el profeta Isaías (49, 15).
La salvación que Jesús ha venido a traer a la tierra afecta también a las relaciones familiares, también este amor tan natural e inmediato necesita ser redimido. Y es Jesús el que nos da la medida de ese amor salvador: es el amor con el que Él mismo nos ha amado, dando su vida por nosotros en la cruz. Amar a Cristo más que al propio padre, madre, hermanos, hijos… es el mejor modo de llegar a amar a estos últimos de verdad e incondicionalmente. Porque en el amor a Cristo se purifica nuestra pobre capacidad de amar, tan afectada por el pecado, y en ese amor aprendemos la sabiduría de la cruz, adquirimos la fuerza y la gracia para vivir dando la vida por aquellos a los que amamos.
Pablo nos ayuda muy bien hoy a entender la naturaleza de este amor prioritario a Cristo: no se trata de algo meramente sentimental o psicológico. No es fácil mandar sobre los propios sentimientos, ni hay que forzar las cosas por la vía emocional, pues el amor cristiano no se reduce a una cuestión de emociones. El amor prioritario a Cristo significa una “incorporación” a su persona y, por tanto, a todo el misterio de su vida y de su muerte. No es una cuestión del mero sentimiento, ni tampoco un ejercicio de voluntarismo moral, sino del don que, por la fe, y en el bautismo, hemos recibido: muertos al pecado, nos convertimos en criaturas nuevas, que viven en la vida nueva de la resurrección. Esto que suena, tal vez, a sutileza teológica, tiene una traducción práctica en nuestra vida cotidiana: no nos guiamos sólo por intereses individuales, más o menos legítimos y más o menos egoístas, no dejamos que los sentimientos espontáneos guíen nuestro comportamiento, sino que el criterio de vida es para nosotros el amor con el que Cristo nos ha amado. Es un amor más fuerte que la muerte, pues en la resurrección la muerte ha sido vencida, y eso nos lleva a la disposición de dar la vida por los hermanos, por los nuestros y por los ajenos, por los cercanos y por los lejanos. Esto significa estar abiertos a las necesidades de los demás, tomar sobre nosotros, en la medida de nuestras posibilidades, la carga de los más débiles, perdonar cuando nos ofenden, no devolver mal por mal, y un largo etcétera que se desgrana a lo largo de los Evangelios. Naturalmente, en esta vida encontramos muchos obstáculos para vivir así, pero precisamente los Evangelios nos hablan de un camino de seguimiento, de un proceso en el que Jesús, Señor y Maestro, nos guía y enseña a crecer en ese amor, cuya semilla ya hemos recibido en el amor que Dios por medio de Jesucristo ya nos ha regalado.
Realmente, podemos pensar que si muchos matrimonios y familias cristianas fracasan es porque no acabamos de tomarnos en serio lo que supone el bautismo y el modo de vida que lleva consigo. No se trata de ser perfecto, sino de iniciar un camino en la escuela del amor que Jesús, no de modo teórico, sino vivo y existencial, nos transmite y enseña. Es ahí dónde podemos experimentar cómo ese perder la vida (las negaciones de uno mismo que el amor a veces exige) es realmente encontrarla, pues es encontrar la vida nueva del Resucitado.
A diferencia de esos amores sectarios, de los que hablábamos al principio, el verdadero amor cristiano es inclusivo y difusivo. Cuando vivimos en Cristo, el bien que hemos recibido de Dios, alcanza a todos los que se encuentran con nosotros, incluso si ellos no lo saben. Porque en la acogida de los discípulos de Cristo se está acogiendo al mismo Cristo. Y esto habla, además, del gran don que hemos recibido con la fe, y del don que podemos hacer a los demás cuando vivimos o tratamos de vivir con coherencia, de nuestra gran responsabilidad. El cristiano no vive para sí, sino para Dios y para los hermanos. Se sabe un “cristóforo”, un portador de Cristo, de modo que con su modo de vida hace posible el encuentro con el mismo Cristo Jesús, pero si no es coherente puede convertirse en un obstáculo de ese mismo encuentro. Ser cristiano de verdad significa automáticamente ser un enviado, un misionero, un testigo de ese amor más grande y primero, que eleva y purifica todos nuestros amores, al ponerlos en contacto con la fuente de todo amor, que no es sino Dios, el Amor puro y perfecto.
José María Vegas, cmf.

sábado, 27 de junio de 2020

DOMINGO XIII.T.O.



Leemos en el Evangelio estas palabras bellísimas de Jesús a sus discípulos: "Quien a vosotros recibe, me recibe a mí y a mi Padre" (Mt 10,40).

Se refiere a recibir a unas personas concretas que ondean, en su corazón y en su mirada, la bandera de la libertad. Son libres por el Evangelio que anuncian; libres porque son conscientes de que Jesús ha puesto sus "palabras de Espíritu y Vida” (Jn 6,63) en sus labios; libres porque, mientras sean fieles al Evangelio que su Señor les ha confiado, no tienen que plegarse a nadie que les incite con favores y reconocimientos a desvirtuarlo. Son libres porque quien les envía es el Señor, que ha vencido a la muerte.

Al decirnos Jesús que quien les reciba es a Él y a su Padre a quienes reciben, está señalando implícitamente que únicamente los que acojan el Evangelio que predican, tendrán el corazón lo suficientemente purificado como para reconocerle a Él en sus enviados.

Este es uno de los más brillantes dones que Jesús legó a su Iglesia: que haya hombres que tengan la Gracia de hablar en su Nombre, y que haya personas que reconozcan en sus rostros la Luz de Jesús y los reciban mucho más que por amistad... los reciben porque saben que reciben a Jesús y al Padre.


https://www.youtube.com/watch?v=GdIidbnjweU&feature=youtu.be

P. Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com

viernes, 26 de junio de 2020

La caridad como “obra de todos”




No sabemos cuál será nuestro futuro inmediato y tenemos muchas incertidumbres y muchos interrogantes. Pero, terminado el tiempo más duro de esta pandemia, yo quisiera transmitir a todos vosotros, fieles cristianos granadinos y personas que por casualidad a lo mejor escucháis esto: nunca ha sido tan evidente que lo esencial del cristianismo está en la caridad y que esa caridad no tiene que ser –diríamos- simplemente la obra de una organización, sino la obra de todos. Una obra capilar que se extiende desde la parroquia más pequeña hasta la parroquia más grande, desde el barrio más –diríamos- profesional, hasta los barrios más humildes y más necesitados.
Todos estamos llamados a vivir la caridad de la manera que podamos y a cooperar unos con otros para reconstruir nuestra conciencia de pueblo cristiano, nuestra conciencia de que pertenecemos al pueblo de Dios. Y el pueblo de Dios es la Iglesia. Por lo tanto, todos estamos llamados a vivir esa vocación en primera persona, no delegando en otros, no delegando ni siquiera en los sacerdotes o en los párrocos. Todos somos portadores del Señor en nuestra vida. Luego hay algunos aspectos concretos que a mí me parecen especialmente importantes para las personas que tengan más esta inquietud.
Primero, hay que retomar la vida del campo. Hay que volver a tomarse en serio el campo y la agricultura. No hay cultura sin agricultura y no hay ningún periodo de la Historia que pueda llamarse “post-agrario”. La agricultura se ha vuelto muy industrial en muchos aspectos, pero eso está destrozando también muchas partes de la Tierra, y una sociedad sana sólo puede construirse sobre comunidades sanas. Y comunidades sanas tienen que tener un determinado tamaño; si pasan de ese tamaño, dejan de ser sanas.
Hay que recuperar ese sentido y ese valor. Y hay que recuperar la cultura agraria, en el mejor sentido de la palabra. Luego, quienes tienen o todos tenemos de alguna manera –diríamos- alguna relación con la economía, tenemos que reorientar nuestra economía. Volver a hacer de la economía la ley del hogar y, por lo tanto, algo donde prevalece la gratuidad, la generosidad, la bondad, la misericordia de unos con otros sobre la multiplicación de beneficios y la multiplicación o acumulación de bienes de este mundo.
Muchos bienes de este mundo no los necesitamos y es posible que el incremento inmenso del consumo haga crecer lo que se llama la economía oficial o la economía ortodoxa, pero no hace crecer la calidad de nuestras vidas. Tenemos que recuperar una economía que esté a nuestro servicio, al servicio de los hombres y no una economía a la que nosotros tengamos que servir, sacrificándole todo lo que somos y todo lo que vale nuestra vida, empezando por nuestras familias.
Javier Martínez
Arzobispo de Granada

OBEDECER



Debemos obedecerte porque, ciegos, no vemos lo que tú ves.

Porque esa resistencia que sentimos dentro, es nuestra rebeldía, nuestra forma de decir que no te entendemos.

Obedecemos matando nuestra razón y lo hacemos porque vemos con los sentidos del alma que, detrás de nuestro “si”, hay un espacio de encuentro, donde nos dejas entrar, donde nos dices quién eres.

Obedecer es pactar contigo, es obligarte a cumplir lo que nos has prometido.

Obedecer es el trato que firmaste con tu sello en nuestra incrédula alma cuando la primera vez, olvidamos la razón y apostamos por ti.
Y así, desde aquel momento, cada vez que tus dos ojos nos miran al corazón y le empujan a seguir otro camino distinto que el que había elegido, nuestra vida se rebela, se resiste, se revuelve pero sabemos muy bien que haremos lo que Tú digas.

Que, aunque no te comprendamos y cada paso que demos sea en la oscuridad, nos espera tu respuesta, multiplicando tu gracia………..otra vez “ciento por uno”.

En la obediencia, Señor, vivimos abriendo puertas que no quisimos pasar pero que tú nos ofreces para entrar al otro lado, donde estás Tú esperando, la puerta de la Misericordia.

(Olga) 
comunidadmariamadreapostoles.com


jueves, 25 de junio de 2020

Sígueme, yo voy al Padre



Creo que muchos creyentes asocian la llamada de Jesús, su Jesús, solo a tomar la Cruz y seguir sus huellas hasta el Calvario. Por supuesto que esto es esencial al discipulado, lo dice Él mismo (Mc 8,35); sin embargo, es necesario aclarar que el Calvario no es la meta final, el culmen del ¡sígueme! de Jesús… sino el Padre.

Nos asomamos al capítulo 21, el último, del Evangelio de Juan, y vemos que después de que Jesús rehabilitará a Pedro confirmando su elección como Roca de su Iglesia, le mira a los ojos y le hace su última invitación: “¡sígueme!” (Jn 21,15-19). Con esta invitación le anuncia a él y a todos los que le siguen que su llamada culmina en el Padre hacia quién va Jesús después de su resurrección.

No perdamos de vista esta Buena Noticia. Es cierto que Jesús nos llama a seguirle, llevando nuestra Cruz que nos identifica con Él en el Calvario… pero desde el Calvario resuena nuevamente su llamada: ¡Sígueme al Padre!, yo, tu Buen Pastor, te llevaré a Él, que es tu Padre también.

P. Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com

miércoles, 24 de junio de 2020

Buen árbol… buen fruto



Dice Jesús que el buen árbol da buenos frutos, no así el árbol deficiente. ¿Qué es lo que provoca que dos árboles aparentemente iguales produzcan frutos tan diversos? Jeremías nos ofrece una buena respuesta a esta pregunta. Dice que el hombre que confía en Dios se asemeja a un árbol que, plantado junto a una corriente de aguas, extiende sus raíces hacia ella buscando su vitalidad (Jr 17,8).  Imagen que nos recuerda a la cierva que, casi agotada por la sed, se sirve de las pocas fuerzas que le quedan para buscar aguas que curen su desfallecimiento (Sal 42,1).

La cosa está muy clara; Dios, Manantial de Aguas Vivas (Jr 2,13), es quien vivifica los árboles que dan buenos frutos. Todo hombre que tiende hacia el Evangelio del Señor Jesús sus raíces, sabe lo que es vivir porque está entrelazado con Él que es Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6).

Consideremos esto desde el punto de vista de la oración: el que tiene una espiritualidad superficial hace sus rezos y al terminar se dice satisfecho: ¡Ya he cumplido!

Sin embargo, quien vive una espiritualidad profunda, termina su oración, dirige su mirada a Dios y le dice con gratitud: ¡Gracias, Señor, porque me has dado de tu agua! Estos hombres tienen sus raíces frescas y vigorosas porque rezan para estar junto a Él, no para cumplir con ninguna norma ni con nadie. Estos hombres y mujeres dan a su tiempo frutos de Vida Eterna.

P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com

martes, 23 de junio de 2020

Plenitud de vida





"He venido para que tengáis vida en abundancia" (Jn 10,10). Recogemos con inmenso amor esta promesa de Jesús sabiendo que su Evangelio lleva en sus palabras la Vida en abundancia ilimitada y eterna, pues si de algo andamos escasos en nuestra sociedad, tan aparentemente satisfecha, es de Vida desbordante.

Nadie está excluido de esta promesa de Jesús, de una u otra forma todos tenemos acceso al Evangelio del Hijo de Dios. Acoger el Evangelio de Jesús y hacerlo alma de tu alma librando lo que el Apóstol San Pablo llama: “el combate de la fe” (2 Tm 4,6-7), combate en el que, paulatinamente, vamos tendiendo a dejar de lado estilos de vida, decisiones, etc. que fueron considerados intocables porque creíamos que no podíamos vivir de otra forma.

El Evangelio de Jesús, sin retoques inducidos por la mediocridad, como diría San Francisco, como por ejemplo: ama a tus enemigos, comparte tus bienes con los pobres, etc., es quien provoca en ti el salto de una vida hipotecada por sus límites a la Vida Abundancia, cuyo límite es Jesús, es decir: ninguno, porque Él es y te da Vida Eterna.

No tiene límites, como tampoco su amor, por ti; no los tiene, por eso entregó su Vida para que tú tuvieras dentro de ti la Vida Eterna.

P. Pavia
comunidadmadreapsotoles.com

lunes, 22 de junio de 2020

La mayor bendición de Dios





Creo que es bastante arriesgado señalar cuál pueda ser la mayor bendición que Dios nos quiere dar; aún así voy a intentarlo guiándome por el autor del Salmo 24, en cuanto escribano, ya que el Autor e Inspirador es Dios.

Comienza así este salmo: ¿Quién puede estar en el recinto Santo de Dios, junto a Él? Hecha la pregunta, este hombre orante prosigue: "El de manos inocentes y corazón limpio".

Sabemos por los profetas que Dios proclama que los de manos inocentes y limpio corazón son aquellos que no albergan rencores en su interior, que no hablan mal de nadie, ni siquiera de los que les han hecho y hacen daño con calumnias, difamaciones, burlas, etc. Por si fuera poco continúa el salmista, y nos habla de la vanidad del alma propia de los que hacen obras de caridad que todo el mundo tiene que saber porque las pregona, de una forma u otra, con su incansable lengua...

Bueno, arreglados estamos, pues el listón es inalcanzable, a no ser que nos sintamos tan avergonzados que digamos al Señor: ¡Ya ves qué necio he sido! Cógeme en tus brazos de Buen Pastor y enséñame a ser querido por Ti, de forma que solo me importes tú, y no lo que digan de mí, tanto a favor como en contra.

Cuando llegamos a este bellísimo punto en nuestra vida hacemos nuestra la Gran Bendición de Dios que nos anuncia el mismo salmista: "Éste alcanzará la bendición de Dios”. Y añade: "Esta es la raza de los que buscan a Dios".

P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com


sábado, 20 de junio de 2020

DOMINGO XII T.O.




 Jesús acaba de decir a sus discípulos que les envía al mundo como su Padre le ha enviado a Él; como corderos en medio de lobos y, por si fuera poco, añade que si a Él, que es Hijo de Dios, le han llamado Belcebú -príncipe de los demonios- que no esperen reconocimiento ni agasajos de los siervos de este mundo. ¡Qué cara pondrían estos hombres ante estas palabras de Jesús que inmediatamente les tuvo que decir: No tengáis miedo! Así es, los discípulos de Jesús afrontamos el desdén e incluso el odio del mundo (Jn 15,18) porque somos sostenidos por Él de la misma forma que a Él le sostuvo su Padre. Así es, no tengamos miedo, Él, que nos envía al mundo hostil, es también nuestro Buen Pastor, el que como profetiza el salmista conforta nuestra alma en toda prueba y sufrimiento (Sl 23). Nos conforta como confortó a sus apóstoles, que allá por donde fueron les sobrevinieron violencias encarnizadas que terminaron arrancando sus vidas... y su mayor alegría fue, que si años atrás no pudieron dar la vida por Jesús a causa de su debilidad, ahora, llegado su momento, la pudieron dar; supieron entonces que Jesús estaba con ellos fortaleciéndoles como se lo había prometido antes de su Ascensión al Padre (Mt 28,18-20). Su victoria terminó de sellarse cuando experimentaron que podían ofrecer sus cabezas a sus verdugos, impulsados por una fuerza que no era de este mundo: !La Fuerza de Dios! Solo desde una experiencia así, podemos entender sin fanatismos eso de…  !No tengáis miedo!

P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com



viernes, 19 de junio de 2020

DANDO TUMBOS



Anduve dando tumbos buscando lo que creía que eran mis glorias..., y sin embargo, era el Señor el que me estaba buscando.

Dando tumbos corría ansiando llegar a "mi meta", pero era el Señor quien me estaba esperando.  Me dice..., YO SOY LA META.

Dando tumbos preguntándome quien soy..., y Dios me responde: mi hija amada, y tan solo YO, SOY EL QUE SOY. (Éxodo 3-14)

Dando tumbos construyendo mi vida sin cordura,  cuando desde lo más profundo oigo...,  no lo hagas sola, mejor yo te ayudo..., la estás asentando con cimientos poco sólidos,  de arena, YO te proporcionaré' el material, YO SOY LA ROCA..., merece la pena. 

Dando tumbos de acá para allá,  mendigando, dando palos de ciego, preguntándome,  indagando..., ¿qué camino he de tomar?

Dando tumbos..., y tú me dices ! Basta ya!  Ven conmigo, quiero ser tu amigo.

Dando tumbos, en fin, entre mil faenas preocupada por encontrar mi felicidad, cuando de nuevo resuena con fuerza retumbando en mi alma YO SOY EL CAMINO, LA VIDA Y LA VERDAD; y siguen repitiéndose una y otra vez estas palabras como un eco calando y calmando mi alma llenándola de paz.

Dando tumbos subiendo a "mis" alturas buscando la cima que yo me estaba proponiendo..., sin darme cuenta que me estaba destruyendo. 

Pero me enseñaste una Cruz,  la de tu Hijo Jesús, y me hiciste comprender que no hay lugar más alto al que se pueda acceder porque en ella fui redimida y no se encontrará jamás un lugar de más altura que se pueda ascender, LA CIMA DEL AMOR, y allí unida a la Cruz con mi amado Jesús. 

Dando tumbos por la vida tantas veces caminamos,  por no asentar nuestras raíces en los fértiles campos. Avanzamos sin rumbo,  a la deriva,  sin sentido, entre tantos caminos mundanos, alimentándonos de cualquier manera por no saber que existen buenos y duraderos pastos. 

Estos manjares nos los regala Jesús. ¿Cómo encontrar este Tesoro? está muy claro ! Escuchando!  de esa manera yo lo he encontrado.

EL nos habla, nos ama inmensamente...,  para eso nos dejó  como testamento su SANTO EVANGELIO,  para que lo escuche, para que lo coma, para degustarlo, saborearlo y darlo a los demás. 

Ya no andaremos dando tumbos, llevando una vida de oscuridad.  Él lo dijo: "Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida"  (Juan 8-12).

"Si os mantenéis firmes en mi Evangelio sois verdaderamente discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres"  (Juan 8, 31-32).

Dando tumbos sin encontrar descanso...,  hasta que llegaste Tú,  mi Señor, mi amado...,  ya puedo reposar en tu regazo.

(Mari Pili) 
comunidadmariamadreapostoles.com


jueves, 18 de junio de 2020

Evangelizar con corazón



Hace un año, al celebrar el Centenario de la Consagración de España al Corazón de Jesús, os escribimos una carta pastoral. En ella decíamos que “el momento presente exige, quizás más que nunca, evangelizar desde el corazón”.
En aquel momento no podíamos imaginar que había de llegar una crisis humana y social como la que estamos viviendo por la pandemia de la Covid-19, un gran sufrimiento infligido al corazón humano, el dolor de tantas familias ante la muerte y la enfermedad de sus seres queridos.
El confinamiento decretado por las autoridades no sólo nos encerraba en nuestras casas, sino que asestaba un duro golpe a nuestro corazón y a nuestras conciencias. Nos hemos refugiado en la incomprensión, el miedo y la sospecha ante un hecho que nos desborda. Hemos mascado nuestra propia vulnerabilidad. No somos tan fuertes ni tan poderosos como creíamos. Somos frágiles y necesitados.
Muchos, en este tiempo, han buscado refugio en la fe, incluso algunos en una fe que habían perdido por el camino, o habían aparcado en su cotidianidad; otros, por el contrario, se han preguntado: ¿dónde está Dios en todo esto? En definitiva, de una u otra manera, todos buscábamos respuestas.
En este contexto, las palabras de la carta pastoral Mirad al que traspasaron, que he citado anteriormente, adquieren un sentido más real, más actual, más necesario. Es momento para anunciar a Jesucristo, y hemos de hacerlo desde el corazón. ¿Cómo llegar al corazón de nuestros contemporáneos? Desde el Corazón de Cristo. La lógica del corazón que brota del misterio del Corazón del Señor es el modo mejor de llenar el vacío del corazón humano. El costado traspasado de Jesús del que nos habla el Evangelio es la imagen de tantos corazones también traspasados por la lanza de la duda, la incomprensión, el temor, la enfermedad, la soledad, la muerte… Es necesario que de esos costados brote la vida como del Corazón de Cristo. Para ello hemos de llevar una palabra que ilumine y sane, además del consuelo de la esperanza y de la caridad.
Hace unos días, hemos celebrado la solemnidad del Corpus Christi, una fiesta para volver a poner ante nuestra mirada el centro de la fe cristiana: la presencia del Señor en las especies eucarísticas del pan y del vino, fuente de toda caridad cristiana. Con este motivo, Cáritas reivindicaba el poder de cada gesto, de cada persona. En estos meses, hemos descubierto que cada gesto es
importante, y los gestos pequeños, aún más. Qué importante un abrazo, la voz de los que queremos, la presencia de los demás; aquí es donde está nuestra fuerza.
No somos más por el poder que tenemos, por el dinero que atesoramos o por el gozo que procuramos. Nuestro poder es la fuerza del amor que damos y recibimos. El amor que se realiza en lo pequeño, en una mirada, en un abrazo, en una visita, en la ternura, en unas manos extendidas…
Dentro de unos días celebraremos  la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Correspondamos al amor infinito de Dios con nuestro amor pequeño, realicemos un gesto para el Señor y para los hermanos.
Eso es evangelizar con y desde el corazón, esa es la lógica del Evangelio.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Getafe

ERES RESPLANDOR DE DIOS



Nos hacemos eco de parte del majestuoso panegírico sobre Jerusalén que Dios puso en la boca del salmista: "Sión la hermosa sin igual en la que Dios resplandece..." (Sl 50,2). La ensalza con especial sublimidad, no tanto por sus palacios, torreones y edificios suntuosos sino, porque Dios escogió su Templo como morada de su Gloria;  por eso el Resplandor de la Ciudad Santa ilumina a todas las naciones. Resplandor, que es figura de la incomparable belleza del alma, que alberga la Luz de Dios y que nos describe este salmo: "Escucha hija, mira inclina el oído y el Rey se prenderá de tu belleza" (Sl 45,11-12a).

Es una profecía, sobre el alma de los discípulos de Jesús, embellecida por Él mismo con el Resplandor de la Gloria que emana de su Evangelio. Esto es lo que lleva haciendo Jesús el Señor con los suyos durante 2000 años y para que nadie piense que estamos haciendo poesía-ficción recordemos que San Pablo tiene plena conciencia de que lo que anuncia incansablemente  a los hombres por todo el Imperio Romano es...!!El Evangelio de la Gloria de Dios!!,(1 Tm 1,11).

El que lo acoge se convierte en el Resplandor del Señor Jesús.

P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com

miércoles, 17 de junio de 2020

ESTOY VELANDO CONTIGO, FUERZA MÍA



Finalizada la Cena Eucarística, Jesús se dirige al Huerto de los Olivos con Pedro, Santiago y Juan. Va a librar su combate final en el que sellará definitivamente su fidelidad al Padre pues como El mismo dijo: "El espíritu está dispuesto pero la carne es débil" (Mt 26,41) Los tres discípulos ven como Jesús no puede más y cae en tierra;  vencidos por la tristeza y el desánimo se duermen. Jesús les despierta y les dice: ¿No habéis podido velar una hora conmigo? Entendamos esto; Jesús no necesita su apoyo. Bien sabía que le dejarían solo en su combate y que su ayuda iba a ser su Padre (Jn 16,32) En su pregunta pretende abrirles los ojos pues está haciendo suya la oración del salmista: " Estoy velando contigo fuerza mía" (Sl 59,10).

Al decirles pues que no habían podido velar una hora con Él nos está dando a todos una catequesis magistral sobre la oración sobre todo en la adversidad, en las pruebas en esas situaciones en las que el sufrimiento y la desdicha nos abaten tanto que no conseguimos centrarnos en nada, mucho menos en la oración. Jesús nos enseña el camino de la oración perfecta; la que nos mueve a velar con nuestro Padre recibiendo de El la Fuerza para vencer al Tentador que agazapado en el envoltorio del sufrimiento te invita a pasar de Dios porque…"no está haciendo nada por ti" Oración de Jesús en el Huerto: La Escuela de la Oración más amorosa y perfecta, la de saber velar con Dios nuestra Fuerza. Así rezo Jesús, así nos lo enseño.

P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com


martes, 16 de junio de 2020

SI TE MIRARA


Si te mirara, Señor, si de verdad te mirara, no dedicaría mi tiempo a tanta fatiga inútil que teje lentamente el día.

Si te creyera, Señor, si de verdad te creyera, cómo desaparecerían el miedo y la incertidumbre que atenazan mi garganta.

Si te buscara, Señor, si de verdad te buscara, no habría disculpas para enredar mi vida en ansiar, en perseguir.

Si te escuchara, Señor, si de verdad te escuchara, no dudaría de ti y tu Palabra ahuyentaría otras voces que tantas veces me confunden.

Si te esperara, Señor, si de verdad te esperara, no permitiría que mis manos y su fiebre posesiva se apresuraran a sujetar, a retener tanta inútil seguridad.

En fin, si te amara, Señor, si supiera amarte, ya no habría razones para escribir este texto.

Pero me amaste primero y ya solo queda esperar a que ese amor con que me amaste transforme mi corazón huérfano y se convierta en tu amor.

(Olga) 
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¿AMAS LA VIDA? !VEN CONMIGO!



Jesús llama necio a todo aquel que edifica su vida: planes, proyectos, realizaciones personales....etc. sobre arena (Mt 7,26-27) Necio porque cree que no pasa el tiempo para él, que es inmune al mal, decepciones, fracasos. Su problema es la escasa consistencia en la que se apoya: solo arena. Sabemos que los años no pasan en balde, que las fuerzas se debilitan, las personas cambian, la enfermedad deteriora y tambalea lo que le parecía consistente. Todo acusa el paso del tiempo menos Dios y su problema es que El no tuvo cabida en sus proyectos y la arena al no dar más de sí, incapaz de sostener tanto peso cede. Grande fue sus ascenso, traumatizante y desoladora su decadencia. Aún así, y porque El Señor es sobretodo Compasión se ofrece a este  hombre y le invita a que le deje la última palabra sobre la construcción de su vida Si acepta la propuesta, El Hijo de Dios se les acerca y le dice: ¿Quieres  vivir? Pues bien, te digo que "al que venga a mí, no le echaré fuera " (Jn 6,37).

P. Antonio Pavía
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lunes, 15 de junio de 2020

Al paso de Dios en la procesión de la vida



Desde unas horas antes, olían a tomillo y romero las calles. Al día siguiente se celebraba algo importante y ya desde la víspera se iba ambientando toda la ciudad en esas calles y plazuelas por donde pasaría en la mañana detrás, quien cada año se aguardaba su visita callejera como quien ve pasar al más esperado. El paso de los viandantes hacía que sus pies fueran la molienda de un aroma que durante días quedaba prendido en nuestras ropas casi estivales, en ese trajinar de aquí para allá, mientras las ramas olorosas del romero y del tomillo campestre, se rendían a nuestros pies haciendo subir su particular y penetrante incienso vegetal. Todo aquel ambiente mágico verdaderamente, nos escenificaba una de las fiestas populares más entrañables del pueblo cristiano: el Corpus Christi. Balcones adornados, pétalos de rosas al pasar, y una profunda adoración mientras se cantaba al Amor de los amores: Jesús, el Señor.

No fue por los modernos sistemas de comunicación rápida de las redes sociales más frecuentadas. No fue tampoco a través de los sistemas antiguos de paloma mensajera, o de mensajeros sin más. Pero llegó un momento en el que Él decidió que mensaje y mensajero coincidiesen, y fue el mismo Dios quien quiso hablarnos de Dios. Jesucristo es el Hijo de Dios, que sin dejar su condición divina no se disfrazó tampoco de una ropería humana. Verdadero Dios y verdadero hombre, para que el hombre tuviera un acceso cordial a la entraña de Dios como hijo adoptado como criatura amada por su Creador.

A través de los tiempos, cada generación se ha preguntado sobre el porqué de semejante lance. ¿Será que Dios se hizo débil y de pronto sintió la necesidad de aliarse con el hombre? ¿Será que Dios envejeció de repente y le entraron morriñas de anciano? ¿Será que el hombre, quizás, forzó un encuentro para negociar con el Altísimo en nuestros parlamentos humanos? Ninguna de esas razones explica lo sucedido. Lo único que cabe y aconteció, es que el Dios Todopoderoso quiso acercarse por amor al hombre todo menesteroso. Es la omnipotencia del amor y no la prepotencia de la soberbia.

La Santa Eucaristía es el sacramento del amor entregado: no os dejaré solos, estaré con vosotros todos los días, nos dijo al despedirse de nosotros, mientras nos decía el “tomad y comed mi Cuerpo”. Y esta presencia que se hace compañía, se hace alimento, es la que celebramos mirando el Cuerpo de Cristo que por nosotros nació de María Virgen, por nosotros aprendió a ser humano, por nosotros se entregó a la muerte de cruz, y por nosotros resucitó su muerte y la nuestra.

Paseamos al Señor por nuestras calles y plazas, tras haber celebrado esa Presencia eucarística en la Santa Misa. Él camina por donde andan nuestros pasos, en las encrucijadas de nuestros encuentros y nuestros desencuentros, allí por donde deambulan nuestras penas y llantos y nuestras esperanzas y sonrisas. Pero ese Dios que pasea su vida por dónde camina la nuestra, quiere que salgamos al encuentro de los hermanos y hermanas que pone a nuestro lado, y que repitamos con ellos su mismo divino gesto solidario: Eucaristía y Caridad se abrazan en una misma fiesta, como si fuera la misma medalla, la idéntica moneda, con sus dos caras tan inseparables como inconfundibles. Amar a Dios y los que Dios ama. Amar al hombre reconociendo en él a quien Dios amó entregándose del todo. Corpus Christi, compromiso de Dios que se pasea en nuestras vidas e historias, que acompaña nuestras soledades y nos abraza con una entraña sólo digna y sólo propia del Señor. Dios es Amor, en la procesión de la vida. ¡Qué hermosa y necesaria compañía en estos tiempos nuestros tan revueltos!

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo