martes, 28 de febrero de 2017

La misericordia de Dios para con los penitentes



Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás’  (Génesis 3,19)
quia pulvis es et in pulverem reverteris


‘Convertíos y creed en el evangelio’  (San Marcos 1, 15)


"Quienes anunciaron la verdad y fueron ministros de la gracia divina; cuantos desde el comienzo hasta nosotros trataron de explicar en sus respectivos tiempos la voluntad salvífica de Dios hacia nosotros, dicen que nada hay tan querido ni tan estimado de Dios como el que los hombres, con una verdadera penitencia, se conviertan a él.

Y para manifestarlo de una manera más propia de Dios que todas las otras cosas, la Palabra divina de Dios Padre, el primero y único reflejo insigne de la bondad infinita, sin que haya palabras que puedan explicar su humillación y descenso hasta nuestra realidad, se dignó mediante su encarnación convivir con nosotros; y llevó a cabo, padeció y habló todo aquello que parecía conveniente para reconciliarnos con Dios Padre, a nosotros que éramos sus enemigos; de forma que, extraños como éramos a la vida eterna, de nuevo nos viéramos llamados a ella.

Pues no solo sanó nuestras enfermedades con la fuerza de los milagros; sino que, habiendo aceptado las debilidades de nuestras pasiones y el suplicio de la muerte, como si él mismo fuera culpable, siendo así que se hallaba inmune de toda culpa, nos liberó, mediante el pago de nuestra deuda, de muchos y tremendos delitos, y en fin, nos aconsejó con múltiples enseñanzas que nos hiciéramos semejantes a él, imitándole con una calidad humana mejor dispuesta y una caridad más perfecta hacia los demás.

Por ello clamaba: «No vine a llamar a los justos a penitencia, sino a los pecadores». Y también: «No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos». Por ello añadió aún que había venido a buscar la oveja que se había perdido, y que precisamente había sido enviado a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Y, aunque no con tanta claridad, dio a entender lo mismo con la parábola de la dracma perdida: que había venido para recuperar la imagen empañada con la fealdad de los vicios. Y acaba: «En verdad os digo que hay alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta».

Así también, alivió con vino, aceite y vendas al que había caído en manos de ladrones y, desprovisto de toda vestidura, había sido abandonado medio muerto a causa de los malos tratos; después de subirlo sobre su cabalgadura, le dejó en el mesón para que le cuidaran; y después de haber dejado lo que parecía suficiente para su cuidado, prometió dar a su vuelta lo que hubiera quedado pendiente.
Consideró como padre excelente a aquel hombre que esperaba el regreso de su hijo pródigo y le abrazó porque volvía con disposición de penitencia, y le agasajó a su vez con amor paterno y no pensó en reprocharle nada de todo lo que antes había cometido.

Por la misma razón, después de haber encontrado la ovejilla alejada de las cien ovejas divinas, que erraba por montes y collados, no volvió a conducirla al redil con empujones y amenazas, ni de malas maneras; sino que lleno de misericordia la devolvió al redil incólume y sobre sus hombros.

Por ello dijo también: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Y también: «Cargad con mi yugo»; es decir, llama yugo a los mandamientos o vida de acuerdo con el evangelio, y carga, a la penitencia que puede parecer a veces algo más pesada y molesta: «porque mi yugo es llevadero», dice, «y mi carga es ligera».

Y de nuevo, al enseñarnos la justicia y la bondad divina, manda y dice: «Sed santos, sed perfectos, sed misericordiosos, como lo es vuestro Padre celestial». Y: «Perdonad y se os perdonará». Y: «Todo cuanto queráis que los hombres os hagan, hacédselo de la misma manera vosotros a ellos»."


(De las Cartas del abad San Máximo, confesor) 

lunes, 27 de febrero de 2017

Disfrazarse de sí mismo





Mariano González Mangada escribió una fábula que dice así: “Hubo una vez un hombre que en Carnaval se disfrazó de sí mismo, y parecía otro y fue muy feliz, aunque el miércoles de ceniza volvió a ser el de todos los días, es decir, el que los demás querían que fuera”.

Lo sepamos o no lo sepamos, nos guste o no nos guste, el hecho es que todos, en este mundo, andamos disfrazados de algo. Porque todos tenemos una imagen pública y siempre vamos por la vida representando un papel. De ahí que todos tendríamos que preguntarnos qué disfraz llevamos puesto. Seguramente porque no sospechamos que lo que más necesita cada cual es “disfrazarse de sí mismo”, es decir, ser él mismo. Y no ser lo que los demás quieren que uno sea o aparecer como los demás quieren que uno aparezca. Lo digo con pasión y quizá con rabia: “Estoy harto de ir por la vida representando un papel”, o sea, estoy cansado de hacer el cómico y no ser yo mismo. Según lo que de mí espera la gente que me conoce, cada mañana, cuando me levanto, me disfrazo de cristiano, me disfrazo de cura. También me pongo algo de hombre de estudios, para que muchos me vean como quieren verme, como un intelectual. Y así me paso la vida: representando papeles. Porque, vamos a ver: ¿de veras soy yo un cristiano? ¿de veras soy un cura?¿soy un intelectual? La pura verdad es que, a fuerza de ser una cosa y parecer otra, muchas veces ni sé lo que soy.

Si somos sinceros, a todos (a cada cual en su medida) nos pasa lo mismo. Somos lo que los demás quieren y esperan que seamos, pero no lo que en realidad somos, cuando somos nosotros mismos. Por el ambiente en que vivo, yo sé de obispos que son lo que Roma quiere que sean, pero no son lo que ellos mismos piensan o sienten. Y sé de curas que son lo que el obispo quiere que sean, pero no lo que ellos mismos dicen cuando están solos.

Normalmente, cuanto más alto está uno en la escala de lo religioso, lo social, lo intelectual, más peligro tiene de verse obligado, cada día, a ponerse el correspondiente disfraz. La gente de abajo, los que no pintan nada en la vida, ésos van como son. No tienen nada que representar. Ni nada que aparentar. Las personas de buena familia, los sabios, los poderosos, no tienen más remedio que aparecer como tales. Por eso les importa el “¡qué dirán!”, el “¡qué van a pensar de ti si te ven así!”, etc, etc. O también: ”Este año se lleva esto o se lleva lo otro”. Hay que aparecer como quieren que aparezcamos los que imponen la moda, los que imponen los usos y costumbres, los que imponen lo que se come y cómo se come. O sea, vivimos en un perpetuo miércoles de ceniza aunque sea navidad o viernes santo. El gran teatro del mundo.

En el fondo, el problema está en que le damos más importancia al parecer que al ser. Uno puede ser un egoísta, un orgulloso, un ambicioso, un auténtico estúpido, pero lo que importa es no aparecer como tal. Es la hipocresía. Dueña y señora de nuestras vidas y de nuestras conductas. Con un agravante: estamos convencidos de que así es como hay que ser. Con lo cual se perpetúa la farsa. Y todo lo falso, lo convencional, lo hipócrita, se superpone a lo auténtico, a lo verdadero. Y, sobre todo, se impone la mentira, por encima de la felicidad de las personas. Más aún, se impone toda la farsa y el engaño del mundo, a costa de que los más desgraciados se vean cada día más hundidos en su miseria. Porque la industria y el comercio de los que visten y alimentan a los notables de la sociedad, los que cada día se tienen que vestir y tienen que comer donde se viste y come la gente importante, eso cuesta mucho dinero, demasiado dinero. Y, claro está, luego no queda en los presupuestos, de la familia y del Estado, para subir las pensiones de los viejos que se mueren solos, ni hay dinero para hacer más hospitales, ni para tener nuestras ciudades más limpias, ni por supuesto para dar el 0’7% en favor de los mil millones de criaturas que se mueren de hambre en el mundo. La industria del “parecer”, que es la asombrosa industria de los disfraces, resulta demasiado cara. Pero estamos tan apegados al “parecer”, que, por no “ser” lo que en realidad somos, hacemos lo que sea, aunque eso cueste demasiado dolor, humillaciones indecibles y la eterna desgracia de los que vamos por la vida haciendo de comediantes, para que todos nos vean como quieren vernos. Y así, todos contentos. Como decía un viejo amigo mío: “si cada hipócrita llevara un farolillo, ¡qué verbena!”.


J. Jáuregui

domingo, 26 de febrero de 2017

Nadie puede servir a dos señores



        Lo más corriente es que un trabajador se deba a una sola empresa o que un comercial represente los productos, igualmente, de una sola empresa sobre todos si estos son similares y mutuamente se hacen la competencia.

       En la vida espiritual ocurre lo mismo que en este ámbito terrenal, nadie puede servir a dos señores. No se trata de que Jesús quiera la exclusividad, ‒que se la merece‒ sino que los seres humanos somos tan débiles y perezosos que no somos capaces de entregarnos con la calidad suficiente a las cosas divinas y dejar en segundo plano lo material. Creo que Dios no quiere que todo el mundo abandone toda la vida terrenal y que se dedique en cuerpo y alma a la espiritual. Si Él nos ha puesto en un entorno maravillo de naturaleza, bienestar, familiares y amigos, etc. ¿cómo nos va a pedir, por otra parte, que rompamos con ese medio? Lo que nos quiere decir es que, a causa de esta nuestra flojedad, no nos dediquemos a lo más favorable para nuestra flaca naturaleza.

       Creo que lo que Él quiere es que seamos más diligentes e inteligentes y aprovechemos sus dones y maravillosos regalos para que por medio  de ellos y nuestro esfuerzo seamos capaces de tener una entrega  de más calidad al espíritu. Incluso en este caso deberíamos llevarle la contraria en lo de porque despreciará a uno y amará al otro. Pues no, Señor, te amaremos a Ti y no despreciaremos todo lo que nos has dado. Al contrario, nos valdremos de la gran riqueza de cosas maravillosas que nos has regalado: sol, agua, árboles, animales ‒incluidos los racionales‒, los progresos que nuestros semejantes nos han proporcionado gracias a una inteligencia donada por Ti, el bienestar, descanso, etc. para servirte mejor.

       No podéis servir a Dios y al dinero. Pues de nuevo te voy a llevar la contraria, Señor. Las riquezas nos van a servir para que sigas siendo nuestro Dios. Sirviéndonos de ellas y poniéndolas al servicio del prójimo; con mucha voluntad y seguramente yendo contra corriente; cayendo, pero levantándonos, vamos a poner de nuestra parte todo lo posible para que sigas siendo nuestro Dios a pesar de la riqueza. Riqueza que no necesariamente tiene que ser el dinero, sino nuestro afán desordenado de poder y dominio sobre los otros; nuestro excesivo gusto de aprovecharnos de las cosas de los demás, cuando no de ellos mismos; nuestro aprovechamiento del puesto más elevado que hemos conseguido; nuestra soberbia y afán de protagonismo y demás debilidades personales. Estas miserias humanas las convertiremos en opulencias para Ti.


Pedro José Martínez Caparrós

viernes, 24 de febrero de 2017

VIII Domingo del Tiempo Ordinario



el discípulo  ante los bienes

El hombre es un ser limitado que para su desarrollo necesita de bienes materiales, necesarios para el alimento, el vestido y para hacer frente a las demás necesidades. Para eso Dios ha creado los bienes materiales,  los ha puesto a su disposición y le ha dado el encargo de administrarlos debidamente. En ese gran relato simbólico que es el relato de la creación (Gén 1), se presenta a Dios como hábil creador del hombre, que primero prepara el mundo como lugar de residencia adecuado, después los bienes que necesitará para su desarrollo y finalmente crea al hombre, varón y mujer como dueño y señor de todo: creced y multiplicaos y dominad la creación... (Gen 1,28). En el plan de Dios el hombre es señor y no esclavo de los bienes, que están al servicio de toda la humanidad.

Las consecuencias son varias. Primero, el hombre está legitimado para servirse de la creación para su desarrollo, pero no lo está para destruirla.  El uso está condicionado por su conservación, de forma que pueda continuar prestando este servicio a las futuras generaciones. La preocupación ecológica pertenece a la fe cristiana.

Segundo, el hombre está legitimado para servirse de la creación, pero sin exclusivismos que pretendan acaparar bienes, privando a otros de lo necesario. La creación tiene un destinatario social, toda la humanidad.

Y tercero, la creación siempre es un medio al servicio del desarrollo humano, no un dios absoluto que esclaviza al hombre o actúa contra el bien común de la humanidad.

Jesús en el Evangelio de hoy ratifica y profundiza estas enseñanzas del antiguo Testamento. El hombre no puede servir a dos señores, a Dios y al dinero,  porque ambos reclaman un servicio absoluto. Dios Padre pide un amor total: amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón... Si se le da al dinero sólo el 0,1% ya no es todo lo que se le da a Dios. Esto significa que el discípulo tiene que luchar contra la tentación de convertir los bienes en fines, viviendo para ellos, para tener y acumular, consiguiendo bienes como sea, incluso por medios ilegítimos, creyendo que así se asegura el futuro.  

Por eso os digo: esta conexión es importante. Como consecuencia de que tenemos que vivir solo para Dios y no para el dinero, hay que vivir bajo la providencia del amor del Padre, que nos ama y conoce nuestras necesidades.

Esta fe tiene que ser la señal de que creemos en la paternidad de Dios, que nos ama y cuida (cf 1º lectura) y de que no somos gente de poca fe, en cuanto que, por una parte, creemos que Dios es Padre, pero, por otra, no nos fiamos de él. Lo propio del cristiano no es creer en Dios. También creen en Dios los paganos. Lo propio nuestro es que creemos que Dios es Padre. Por eso el discípulo debe tener como única inquietud colaborar con el reino de Dios, lo demás se le dará por añadidura.
        Para aprender a vivir bajo la providencia de Dios, hay que imitar a Jesús, que la vivió de forma total. Buscó como absoluto realizar su tarea de cara al reino de Dios, sabiendo que lo demás vendría por añadidura. Esto no le excusó de buscar cada día los medios para vivir ni le libró de limitaciones físicas ni de períodos de escasez o de persecuciones ni de la muerte en cruz. Pero el Padre siempre tuvo la última palabra y le salió al encuentro por medio de personas que le ayudaban en sus necesidades y finalmente, cuando lo crucificaron, lo resucitó y lo constituyó señor de todas las cosas. Jesús fue buen administrador de los misterios de Dios (2ª lectura).

Éste es el Jesús, cuya inquietud por hacer la voluntad del Padre, celebramos en la Eucaristía y al que nos unimos aceptando seguir su camino. Participar la Eucaristía exige renovar la confianza en el Padre que tuvo Jesús, por un lado, y hacer un uso social de los bienes, pues es celebración de la fraternidad cristiana.

D. Antonio Rodríguez Carmona


miércoles, 22 de febrero de 2017

Hablar de ÉL



Gran parte de mi vida la pasé hablando de Dios.
No lograba hacerme amigo de Dios.
Hablaba de Él y lo hacía convencido.
Hasta que un día me convencí
de que todo quedaba en ideas
y entonces cambié.
Comencé a hablar con Dios y a Dios.
En vez de hablar de Dios a los demás,
comencé a hablar personalmente con Dios.
Y aquí algo comenzó a cambiar.
Ya no era la cabeza que trabajaba pensando en El.
Fue el corazón el que fue cambiando en mí.
Es que, no es lo mismo hablar de alguien,
que hablar con alguien.
No es lo mismo hablar de Dios que hablar con Dios.
No es lo mismo saber cosas de Dios
que sentirle y experimentarle.
No es lo mismo tener ideas de Dios,
que sentir a Dios en el corazón.
Las ideas nos hacen intelectuales de Dios.
Los sentimientos nos hacen los místicos de Dios.
Las ideas nos convierten en los maestros sobre Dios.
La experiencia nos convierte en testigos de Dios.
No es lo mismo decir “sé cosas de Dios”,
que decir “yo experimenté a Dios”.
Tenemos que hablar de Dios.
Pero antes tenemos que hablar con Él.
Quien solo habla de Dios, puede ser un maestro que enseña.
Quien habla con Dios, puede ser un místico que lo vive.

J. Jáuregui

martes, 21 de febrero de 2017

El poder de la oración

  
       En mi opinión la oración tiene una metodología o camino a recorrer, unas formas e itinerario que hay que andar para llegar al final, que no es lo mismo que la finalidad.

Veamos el evangelio de Mc. 9, 14 y siguientes. Al ver a Jesús, la gente se sorprendió y corrió a saludarlo. Lo primero que tenemos que hacer es esperar su llegada; pero no de una forma pasiva, sino esperar en el lugar adecuado, allí donde sabemos que Él va a hacer acto de presencia. Esperar no es dejar pasar del tiempo, sino que ese tiempo de espera tiene que ser un tiempo ocupado en la preparación del encuentro, esperar con esperanza. Cuando Jesús llega siempre es causa de sorpresa, pero nos sorprende no en el sentido de pillarnos desprevenidos ni maravillarnos con algo imprevisto o raro, sino en el sentido de descubrir lo que el otro oculta. En ese encuentro, o sea en la oración, tenemos que correr a saludarlo y ver qué descubrimos en Él.

Uno de los que le esperaba, con gran esperanza le dijo: “Maestro, te he traído a mi hijo; tiene un espíritu…” Esperaba consumar su esperanza, pero no pidió para él, sino para otro, su hijo. Y no pidió cualquier cosa, nada más y nada menos que expulsara aquel espíritu que tanto daño le estaba haciendo. En este tipo de oración debemos ser generosos y pedir para solucionar los graves problemas de los otros, esto no excluye lo nuestro. No hay nada más urgente que implorar que la sanación del alma, lo espiritual debe prevalecer sobre lo material: “de qué le vale al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma”. Esto no quita que también supliquemos por tantos problemas materiales como tienen nuestro prójimo o nosotros mismos. Pero en este caso había que ayudar a su hijo a desprenderse de pecados muy graves, tanto le urgía y tan acuciante era que, incluso, mientras esperaba, pidió ayuda a los discípulos y, dada la gravedad de los mismos, estos no pudieron quitárselos.

Sus discípulos, a solas en casa, le preguntaron: “Por qué no pudimos echarlo nosotros?” A lo que Jesús respondió: “Esta especie solo puede salir con oración”. De lo que deducimos que la oración nos es necesaria especialmente para arrojar fuera ciertos pecados que los hombres nos empeñamos en que estén enraizados en nuestras vidas. Los hemos hecho vida de nuestra vida.

 Estos no podremos expulsarlos sin una constante oración. De ahí la importancia, necesidad y provecho de la oración. Solo nos veremos libres de ellos corriendo a saludarlo.


Pedro José Martínez Caparrós

sábado, 18 de febrero de 2017

VII Domingo del Tiempo Ordinario




El amor filial y fraternal como criterio para interpretar las leyes

            El Evangelio de este domingo complementa el del domingo pasado, en que Jesús se declara cumplidor de la Ley  y reinterpreta algunos preceptos a la luz del criterio del amor.

            Al final de su interpretación Jesús explicita el principio a la luz del que hay que interpretar todas las leyes: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.  El término perfecto en la cultura semita significa ser lo que se debe ser, de acuerdo con la propia naturaleza. Por eso como Dios es Padre, siempre actúa como padre; para él todos los hombres son hijos; unos se comportan bien, otros mal, pero a ninguno ve como enemigo. Por eso, a la hora de llover o hacer salir el sol, lo hace sobre todos los hombres, se porten bien o mal con él. Es un modo de ser que ha grabado en el corazón de nuestros padres, para los que sus hijos siempre son sus hijos, aunque se comporten mal.

En otro lugar del Evangelio se usa otra palabra como equivalente a perfecto, misericordioso (Lc 6,36), es decir, la naturaleza íntima de Dios es ser amor misericordioso y siempre actúa como tal. Amor misericordioso es un amor que se caracteriza por sintonizar con la persona y actuar con ella de acuerdo con su necesidad objetiva. Dios Padre nos conoce perfectamente, sintoniza plenamente con nuestra situación, y siempre actúa con nosotros de acuerdo con nuestra necesidad.  

            Pues si Dios es así, sus hijos tienen que obrar en así. En esto se conocerá que son sus hijos y “comparten la misma sangre”. Al servicio del amor (1ª lectura), Jesús reinterpreta todas las normas, pues fueron dadas para esto, invitándonos a evitar todo legalismo. El legalista cumple con la materialidad de la letra de la ley sin tener en cuenta la finalidad para la que se promulgó, que es esencial. De esta forma se pueden “cumplir” todas las letras, pero no se hace la voluntad de Dios. En el fondo el legalismo es culto a sí mismo, no a Dios; el legalista busca “quedarse tranquilo de que ha cumplido”, sin preocuparse de hacer la voluntad de Dios. A primera vista parece más sencillo, pero a la larga convierte la vida religiosa en una carga insoportable, porque se actúa sin amor. De ella nos quiere liberar Jesús, invitándonos a actuar siempre por amor.

            Las normas son necesarias. El problema está en su interpretación. Jesús acepta  la autoridad, tanto civil como religiosa y todas las normas que dimanan de ellas (cf Rom 13,1-11), pero siempre que estén al servicio del hombre  y el hombre al servicio de Dios por Cristo (2ª lectura).

El domingo pasado se nos recordaba la reinterpretación del quinto precepto: respeto total a la vida del hermano, al que se puede matar incluso con una palabra. Respecto a las relaciones entre hombres y mujeres: ambos son hijos de Dios y tienen la misma dignidad. Por eso no se puede adulterar ni siquiera con el deseo, porque de hecho se profana a una hermana, a la que no se la considera tal sino objeto de placer; por eso Jesús se opone al divorcio, porque considera a la hermana una cosa, que se tira cuando ya no sirve o agrada; igualmente  prohíbe todo juramento que sea expresión de desconfianza, porque entre los hermanos tienen que bastar el simple sí y el no.
            En este domingo Jesús ofrece la reinterpretación relativa a ofensas y enemigos. El que es hijo de Dios no se puede vengar, entrando en el círculo de la violencia. Hay que romper este dinamismo perverso con el perdón, lo mismo que el Padre nos perdona a nosotros. Respecto a los enemigos, en el AT no se obligaba a amarlos, el ofendido era libre de hacerlo, pero Jesús declara que es obligatorio amarlos, porque un hijo de Dios no puede odiar a nadie ni siquiera considerarlo enemigo: tendrá hermanos que se comportan bien y otros que se comportan mal, pero nunca enemigos.

            En la Eucaristía damos gracias por Cristo al amor misericordioso del Padre, que nos conoce y ayuda, nos ha hecho miembros de su pueblo y nos dice cómo tenemos que crecer como tales. Participar la Eucaristía es unirse al que vivió toda su existencia al servicio del amor.

Rvdo.  Antonio Rodríguez Carmona



jueves, 16 de febrero de 2017

Un alto en el camino



Fray Luís de León en su oda a la Vida Retirada llama sabios a aquellos que huyen del mundanal ruido:

¡Qué descansada vida
La del que huye del mundanal ruido
Y sigue la escondida
Senda por donde han ido
Los pocos sabios que en el mundo han sido!

         De vez en cuando es saludable aislarse de la vorágine de vida que nos hemos impuesto o que las circunstancias nos obligan, es saludable tomarse un descanso, y para ello nada mejor que aislarse en algún recoveco en medio de la naturaleza.

Esto mismo necesitamos también para nuestra vida espiritual. Hacer un alto en el camino de cada día, apartarnos un tiempo del mundo laboral e incluso familiar. Creo que es lo que nos quiere decir Jesús en la curación del ciego de Betsaida. Lo que pasa, con frecuencia, es que no sabemos cómo desconectarnos, nos creemos imprescindibles y no somos capaces de dejarlo todo durante unos pocos días para aislarnos en un centro a fin de hacer unos ejercicios espirituales, por ejemplo. En este caso necesitamos de alguien de nuestro entorno que nos dé un empujoncito. Le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase. Este ciego se dejó acompañar de ese amigo y esta su buena predisposición junto con la ayuda dieron sus frutos. Pero antes Jesús lo sacó de la aldea. Quiso apartarlo del ruido material de su aldea, de su gente, de sus obligaciones, de su vida cuotidiana y rutinaria y llevándolo de la mano le untó saliva en los ojos. Una vez decididos y convencidos de que necesitamos ese recogimiento tenemos que dejarnos conducir por el Maestro, nosotros solo tenemos que dejar hacer a Él, en aquel caso le untó saliva en los ojos y en el nuestro son sus dones los que nos tienen que curar, en ese ambiente propicio por el aislamiento solo tenemos que dejarnos impregnar por aquello que  nos vaya diciendo. Pienso que aquella unción con saliva es su mensaje, una forma de decirnos que Él es el que nos regala no solo la vista sino toda la vida, que confiemos en Él, que nosotros no somos los que conseguimos, sino que es fruto de su generosidad.

Así que busquemos el momento y ambiente para dejarnos empapar de su gracia y perdón, vayamos a su encuentro para que al igual que le impuso las manos al ciego nos las imponga a nosotros y veamos.


Pedro José Martínez Caparrós

miércoles, 15 de febrero de 2017

¡A pescar otra vez!!!


                                                                                       
Eso dijo Jesús a sus elegidos cuando éstos volvían del lago Tiberiades sin pescar ni un cangrejo… Y es que ellos  “no sabían cómo hacerlo”…  Hubo que seguirLe, hubo que escucharLe, hubo que Escribir y hubo que morir en Su Nombre, para llenar las redes de almas perdidas.

De no haber nacido Jesús, aquellas redes habrían estado siempre repletas de “materia” pero no de eternidad, sin más conciencia que la vida, ni un cielo para el alma.   

Pescar no es fácil y el rechazo está a la orden del día ¡Cuántos aman los “reinos” de Satán! Con Jesús delante, lo hicieron miles; hoy, millones tras religiones infernales o falsos profetas de conveniencia. ¡Es de locos!, prefieren la muerte. 

No puedo soportar los que “conociendo” a Jesús, se despistan con el karma, destino, suerte o el yoga para llegar a la iluminación personal del conocimiento del futuro (el tercer ojo): El dios Shiva que radica en el coxis, debe subir por los chacras (columna vertebral) hasta llegar al coco para casarse con Parvati ¡ea!, ya estás iluminado. Si no lo consigues, te reencarnas (¡jopé, qué lío!). La caridad, el amor y la humildad no entran en ese viaje… Yo, yo y mi ombligo y tú, ahí te quedas…  
    
Pienso en los cárteles de la droga, yihadistas, sectas, asesinos, bombas nucleares, el poder, el dinero, la mentira… Y Dios esperando para perdonar…

Pidamos a Jesús que nuestras redes tengan los boquetillos chiquitos para que no se escapen “peces” en busca de Parvati, por no decir otros caminos peores.

Con que cada uno de nosotros pescara tan sólo “un corazón” ya habría valido la pena nuestra vida.

Emma Díez Lobo



martes, 14 de febrero de 2017

No a la guerra entre nosotros


                                                                                                                  atajar la agresividad…..
(Mateo 5,17-37)

  Los judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.

También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.

Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.

Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.

Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.

No es este un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos». Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».
Así habla el papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». El papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».

Ed. Buenas Noticias

lunes, 13 de febrero de 2017

La oración de Tomás el Mellizo




Hay una tendencia a “demonizar” a Tomás por su increencia. ¡Somos así! Y no se trata de justificar esta postura de Tomás el Apóstol de Jesús. Él, al igual que los demás discípulos, ha sido testigo de toda la vida de Jesús. Ha conocido sus milagros, ha comido y bebido con Él; ha sido catequizado en múltiples ocasiones, al igual que los demás. Y, sin embargo, cuando llega el momento del “aparente” fracaso, cuando ha sido testigo del prendimiento del Maestro, por la traición de Judas, cuando ve con sus ojos el martirio y la muerte del Salvador…sus pies se tambalean, su fe queda cuestionada…y no cree en la Resurrección.

Aquí está la tentación de Tomás. ¡Nosotros no! Le consideramos un incrédulo y un traidor. Traidores fueron todos los discípulos, nadie salió en su ayuda, todos le abandonaron… ¡Nosotros no lo hubiéramos hecho!

¡Nosotros lo hubiéramos hecho igual! ¡Perdón! Lo hemos hecho multitud de veces: cada vez que pecamos, traicionamos a Jesús.

Tomás necesitaba hacer la experiencia real de su vida; necesitaba tocar con sus manos. Él le había tocado tantas veces…Tomás había sentido el calor de sus manos, la mirada indescriptible de Jesús…La mirada de Amor. Y Tomás necesitaba volver a palpar su Divina Presencia. ¡No! No es traición la de Tomás. Es necesidad de su Amor, necesidad de encontrarlo de nuevo vivo y resucitado. Jesús le entendió. Solo Él puede juzgar y comprender lo que hay en cada corazón humano.

Entonces Dios le inspiró la oración más bella salida de los labios de un hombre enamorado: ¡Señor mío, y Dios mío!, reconociendo a Jesús, al Maestro, como Dios, que, como ya hemos dicho, es la palabra reservada por los israelitas SOLO para Dios.

Jesús no castigó a Tomás por su incredulidad, le regaló esta hermosa oración. Y tan hermosa es, que luego la Iglesia, como Madre y Maestra, lo repite en el momento de la Consagración.

Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades Moreno

sábado, 11 de febrero de 2017

VI Domingo del Tiempo Ordinario




Jesús cumplimiento de las promesas y auténtico intérprete
de la voluntad de Dios.

        El Evangelio continúa la presentación del Evangelio del Reino, resumida en el Sermón de la Montaña. En los domingos anteriores se ha presentado la parte fundamental, representada por las bienaventuranzas. Ahora continúa explicitando lo anterior, pero de forma polémica, frente a legalismo y fariseísmo, dos deformaciones de la vida religiosa.

        Dios dio a su pueblo la Ley o Torá, explicada y urgida después por los profetas. Ley o Torá se refiere a los dones que Dios ha dado a Israel, básicamente la liberación del éxodo y la primera alianza en el Sinaí, por la que lo constituye su pueblo, y  una serie de promesas encaminadas a la plenitud de salvación en el futuro. Y junto con estos dones, le dio también el don de normas que les indican cómo tienen que corresponder a ellos. Así el concepto de Ley en la Biblia es más amplio que en nuestras lenguas, que solo alude a normas.

        En este contexto Jesús denuncia dos deformaciones corrientes de la vida religiosa, coincidentes en ponerla al servicio de los propios intereses y no al de Dios: la que se suele dar entre escribas o expertos en la Ley, en los que es frecuente el legalismo, y en los fariseos, grupo de personas que quieren vivir una religiosidad minuciosa y que frecuentemente actúan hipócritamente, de cara a quedar tranquilos y a la aprobación de sus correligionarios, y no de cara a Dios: si vuestra justicia o forma de cooperar con la voluntad de Dios no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos (5,20).

        Jesús declara que no ha venido a destruir la Ley y los profetas, sino a darle cumplimiento.  Cumplir es llenar de contenido. Jesús llena de contenido la Ley sinaítica desde dos puntos de vista, primero, en cuanto que cumple las promesas y lleva a plenitud con su muerte y resurrección la primera alianza, y, segundo, en cuanto ofrece la verdadera interpretación de las normas ya dadas, una de las facetas que se esperaba que realizaría el Mesías (Samaritana: “El Mesías vendrá y lo explicará todo”: Jn 4,25). En su interpretación Jesús enseña cómo hay que cumplir todas las normas como medio que ayude a crecer en el amor a Dios y al prójimo, que es la finalidad de la alianza. Por ello no sólo reinterpreta deformaciones legalistas  del mundo de los escribas, como las referentes a la observancia del sábado, sino que llega incluso a anular algunas normas del Antiguo Testamento, como la del libelo de repudio, porque no corresponden al designio primitivo de Dios, sino que la permitió Moisés por la “dureza de vuestro corazón” (Mt 19,8). Jesús no es legalista ni enemigo de leyes. Acepta normas, pero siempre al servicio de la vida. Realmente no hay vida sin normas. Incluso los que critican su existencia, están sometidos a las normas, a veces no escritas pero reales, que dicta el grupo de lo “políticamente correcto”, sea de carácter progresista como conservador.
        Dios ha creado al hombre libre (1ª lectura) para que pueda elegir el camino de cooperación con el don de Dios, que se reduce a amar a Dios y al prójimo, y el amor exige libertad.

        Al discípulo de Jesús toca recibir el don de Dios y cumplir o llenar de contenido sus exigencias con una vida coherente, iluminada con la interpretación de Jesús, “sabiduría de Dios”  (2ª lectura) que profundiza la sabiduría humana, inspirada en la ley natural y corrige sus desviaciones, inspiradas en el egoísmo, que no conducen a la vida.

        En la Eucaristía damos gracias al Padre por Jesús, porque nos ha hecho miembros de la nueva alianza; en ella nos unimos al sacrificio de Jesús con una vida conforme a la interpretación dada por él.

 D. Antonio Rodríguez Carmona




viernes, 10 de febrero de 2017

Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2017: «La Palabra es un don. El otro es un don»


 <<La Palabra es un don. El otro es un don». Es el Mensaje cuaresmal del Papa Francisco, que ha querido centrar «en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31)».
«Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión», escribe el Obispo de Roma, en su Mensaje, que fue presentado hoy en la Oficina de Prensa de la Santa Sede.
Tras hacer hincapié en que el camino cuaresmal «es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte», señala que, en «este tiempo, recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor».
El Papa reitera que «Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016)».
«La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna», recuerda asimismo el Santo Padre, añadiendo luego que, «en la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia».
«El otro es un don», «El pecado nos ciega», «La Palabra es un don». Son los tres puntos en los que reflexiona el Papa Francisco.
«Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico» (n. 1)
Con el apóstol Pablo el Papa reitera que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10)». Y añade que «ésta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz» (n. 2)
«El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática», asegura una vez más el Santo Padre y subraya que «el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano». (n. 3)
Antes de concluir su Mensaje el Papa Francisco exhorta a «todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma, que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo, para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana».
Y a orar «unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua».


jueves, 9 de febrero de 2017

«El mundo no necesita más comida; necesita más gente comprometida»


Campaña de Manos Unidas.

Mons. José Mazuelos Pérez, Obispo de Asidonia-Jerez: A los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas y a todos los fieles,
Damos inicio al segundo año de un trienio dedicado a la lucha contra el hambre y a reforzar el derecho a la alimentación de los más vulnerables del planeta. Durante este año, llevaremos a cabo la Campaña LVIII bajo el lema «EL MUNDO NO NECESITA MÁS COMIDA; NECESITA MÁS GENTE COMPROMETIDA.»
En el mundo tenemos suficiente comida para todos. El hambre no es fruto de falta de alimentos sino del mal uso de los recursos, de los modelos económicos basados en el mayor beneficio y un estilo de vida cimentado en el consumo. Es esto lo que señalaba Francisco en su carta dirigida al presidente de la FAO donde afirmaba: «El reto del hambre y de la malnutrición no tiene sólo una dimensión económica o científica, que se refiere a los aspectos cuantitativos y cualitativos de la cadena alimentaria, sino también y sobre todo una dimensión ética y antropológica.»
Ante esta realidad y teniendo presente la afirmación del Papa es necesario “plantarle cara al hambre” uniéndonos para derribar las barreras del individualismo y despertando la responsabilidad con los más desfavorecidos. Debemos superar las visiones egoístas y liberarnos de la esclavitud de la ganancia a toda costa, haciendo crecer la solidaridad que, con palabras de Francisco, no se reduce a las diversas formas de asistencia, sino que se esfuerza por asegurar que un número cada vez mayor de personas puedan ser económicamente independientes
En este año que comenzamos tenemos que trabajar con Manos Unida para que nuestra sociedad en vez de considerar los alimentos como negocio los ponga al servicio del bien común, comprometiéndose con una agricultura sostenible y con un aprovechamiento integral de la producción, evitando la pérdida y desperdicio de alimentos. Es necesario, como cristianos y desde la Doctrina Social de la Iglesia, unir esfuerzos para alcanzar un desarrollo humano integral.
Ante este reto, quiero invitar a todas las parroquias, movimientos, asociaciones, hermandades y comunidades cristianas de nuestra Diócesis a participar en esta campaña que celebra Manos Unidas. Os animo a uniros al gesto significativo del «Día del Ayuno Voluntario» que se celebrará el viernes 10 de febrero, y a ofrecer una generosa aportación económica tanto en las colectas de las Misas del próximo domingo 12 de febrero, como en las mesas petitorias en las calles de la ciudad.
Por último, deseo enviar un mensaje de felicitación y estímulo a los numerosos asociados y colaboradores que, inspirados por su conciencia cristiana, están comprometidos con Manos Unidas.
Con mi cordial saludo y bendición,



miércoles, 8 de febrero de 2017

Vosotros sois la sal de la tierra



Uno de los encargos que nos hizo Jesús a los cristianos fue que fuésemos las personas que le pusiéramos sabor a la vida: Vosotros sois la sal de la tierra. La vida normalmente es rutinaria, casi a diario hacemos las mismas cosas y a la misma hora, convivimos con las mismas personas: familia y ámbito laboral. Esto, que en principio no debe ser negativo, sí puede convertirse en ello al ser todo tan repetitivo: nos acostumbramos, sabemos cómo actúan los otros, todo es previsible, etc. y nos dejamos llevar. Ahí es donde el cristiano tiene que actuar. Con su ejemplo y modo de proceder tiene que convertir lo repetitivo en novedad, tiene que darle un toque de alegría y chispa a la monotonía diaria. Su trabajo debe de ser sazonador, dar gusto a los sinsabores que nos proporciona el trascurso del día.

       Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? Corremos el peligro contrario, esto es, que nosotros nos contaminemos de ese pasar el tiempo sin pena ni gloria; en este caso no serviremos para nada, sino para tirarla fuera y que la gente la pise. O colaboramos con Jesús o le estamos estorbando, no hay término medio. O sazonamos o contribuimos a hacer la vida insulsa.

       Otra virtud de la sal además de sazonar, más antigua y hasta puede que más importante y necesaria, es la de conservar. La sal conserva los alimentos durante mucho tiempo. También nos pide esto Jesús que le ayudemos a que su venida no sea baldía, a que su obra sea imperecedera. Que nuevamente nuestro actuar y ejemplo ayuden a los demás a conseguir una vida eterna. El pecado es el deterioro peor, pues que no seamos causa de mal ejemplo y mucho menos ayudemos a emponzoñar y podrir la vida del prójimo.

       La sal tiene otra bondad, que es la de cauterizar los pequeños cortes y heridas. Sí, es dolorosa pero efectiva. Quizá alguna vez sea necesario, con mucha educación y delicadeza, hurgar en alguna herida del prójimo. Si vemos que el hermano se desvía y va por malos caminos, habrá que reprenderlo. Si vemos que alguien se comporta de tal forma que desestabiliza el bien común, habrá, por el bien de todos, que conminarle. Si vemos que alguien se aparta de sus deberes con el consiguiente perjuicio ajeno, habrá que advertirle.  A lo largo del día habrá ocasiones en que tendremos que amonestar a alguien. Todo ello dolerá, pero estaremos cumpliendo con nuestro deber de ser sal, especialmente cuando nos la apliquemos a nosotros mismos.


Pedro José Martínez Caparrós