jueves, 16 de febrero de 2017

Un alto en el camino



Fray Luís de León en su oda a la Vida Retirada llama sabios a aquellos que huyen del mundanal ruido:

¡Qué descansada vida
La del que huye del mundanal ruido
Y sigue la escondida
Senda por donde han ido
Los pocos sabios que en el mundo han sido!

         De vez en cuando es saludable aislarse de la vorágine de vida que nos hemos impuesto o que las circunstancias nos obligan, es saludable tomarse un descanso, y para ello nada mejor que aislarse en algún recoveco en medio de la naturaleza.

Esto mismo necesitamos también para nuestra vida espiritual. Hacer un alto en el camino de cada día, apartarnos un tiempo del mundo laboral e incluso familiar. Creo que es lo que nos quiere decir Jesús en la curación del ciego de Betsaida. Lo que pasa, con frecuencia, es que no sabemos cómo desconectarnos, nos creemos imprescindibles y no somos capaces de dejarlo todo durante unos pocos días para aislarnos en un centro a fin de hacer unos ejercicios espirituales, por ejemplo. En este caso necesitamos de alguien de nuestro entorno que nos dé un empujoncito. Le trajeron un ciego pidiéndole que lo tocase. Este ciego se dejó acompañar de ese amigo y esta su buena predisposición junto con la ayuda dieron sus frutos. Pero antes Jesús lo sacó de la aldea. Quiso apartarlo del ruido material de su aldea, de su gente, de sus obligaciones, de su vida cuotidiana y rutinaria y llevándolo de la mano le untó saliva en los ojos. Una vez decididos y convencidos de que necesitamos ese recogimiento tenemos que dejarnos conducir por el Maestro, nosotros solo tenemos que dejar hacer a Él, en aquel caso le untó saliva en los ojos y en el nuestro son sus dones los que nos tienen que curar, en ese ambiente propicio por el aislamiento solo tenemos que dejarnos impregnar por aquello que  nos vaya diciendo. Pienso que aquella unción con saliva es su mensaje, una forma de decirnos que Él es el que nos regala no solo la vista sino toda la vida, que confiemos en Él, que nosotros no somos los que conseguimos, sino que es fruto de su generosidad.

Así que busquemos el momento y ambiente para dejarnos empapar de su gracia y perdón, vayamos a su encuentro para que al igual que le impuso las manos al ciego nos las imponga a nosotros y veamos.


Pedro José Martínez Caparrós

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