lunes, 30 de diciembre de 2013

Feliz Año Nuevo





Los autores de este blog Antonio y Miguel, al terminar este año queremos  daros las gracias por todo aquello que recibimos de vosotros, que fue mucho y bueno. También por vuestra oración, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.

 
Gratitud a Aurora y Ángel, Manuel, Angelo,Juanjo, Maria Dolores,Olga, Mariajosefina, Emma, otros colaboradores, amigos blogueros, Comunidad Bíblica María Madre de los Apóstoles, amigos, seguidores y  a los autores de fotografías utilizadas, por todos los que a través de estos medios evangelizan y por  aquella o aquellas personas que se han podido omitir. Dios sabe de su quehacer y  está en nuestro corazón agradecido.

 
Hoy te pedimos Señor  para todos ellos y los nuestros la paz y la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.

Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad.



viernes, 27 de diciembre de 2013

Un Niño genial



 

- ¿Sabes? Ha nacido un Niño especial…

-¿Quéeeeee?

-¡Que ha nacido un Niño espectacular!

-¡Aaaaaah! Pero… Y, ¿dónde ha sido eso?

-Pues… ¿Has mirado en tu casa?

-Oye… Que en mi casa somos tres…

-Ya, tres… Y un Niño espectacular que desea le atiendas…

-¡Venga ya! que no soy ciego…

-No, si ciego no serás, pero no te enteras… Le tienes tan cerca que no eres capaz de verle, es más real que tú ¡Haz el favor, te está mirando!!!

-Pues si te digo la verdad… No, no le veo ¿Es que tú le ves en mi casa? Pero si vives en la otra punta…

-Sí, le veo en tu casa y también en la mía… Es genial, un bebé internacional, pequeñín y grandioso a la vez, no habla y lo hace en todos los idiomas, no anda y se recorre el mundo, le das algo y te devuelve su ser, le sonríes y se parte de risa…

-¡Qué me aspen! Pero… Si ese Niño ya nació hace 2014 años…

-¡Que no chico! ¿Tú que te creías, que nació hace una pila de años y ya está?, pues no, es que te olvidas de que cada año, cada día, Jesús nace en el pesebre de tu alma y va creciendo como entonces y te hablará como entonces y… Piensa, porque según tú, por esa regla de tres sólo se podría Comulgar una vez, pues ¿Cómo te vas a “comer” el Cuerpo de Cristo miles de veces hoy ayer y mañana?, siempre es como la primera vez... Por eso la Nochebuena es el mejor día del año para el mundo y no te digo el día que se fue…

- ¡Jo! Qué Niño más original… Espera que le busque por mis territorios…

- ¡Pero que no le andes buscando como algo que se te ha perdido!

-¿Entonces como?

- Pues hijo es muy fácil, sólo tienes que mirar dentro de ti, al cielo, a los árboles, al agua… Todo te lo dio para que vivieras y le conocieras, te dio un alma para verle y oírle…

¡Menuda Navidad, amiga! Es lo mejor que me ha pasado este año, ni loterías, ni males, ni dolores, ni… ¡Dios en mi “pesebre”, en mi casa, conmigo, en mi eternidad!

-Te lo diiiiiiiiiije, es el Niño vivo “que has puesto en tu belén, ese de barro que te bendice”.
 
Emma Díez Lobo
 

viernes, 20 de diciembre de 2013

Pastores que reflejan el Misterio


     El discípulo de Jesús es al mismo tiempo el hombre más rico y pobre de la tierra. El más rico porque su Señor pone en su boca palabras de vida eterna; y el más pobre por no tenerlas garantizadas el día siguiente. Es esta precariedad aceptada mañana tras mañana, lo que hace que Dios le ame “cada día”; le sostenga “cada día; le acompañe “cada día”; y, por supuesto, que cada día le dé sus palabras que son espíritu y vida (Jn 6,63b). Esta es la sublime precariedad que enamora a Dios.



 

Son hombres de Dios para el mundo, hombres para los demás, que han plantado su tienda al pie de la Cruz de su Señor y beben de la herida de su costado abierto, herida de la que mana su riqueza insondable. Saben del Misterio y el Misterio anuncian. No necesitan explicarse con palabras altisonantes, ya que el mismo Dios se explica a sí mismo, por medio de ellos, con las palabras que pone en sus labios. Cada vez que predican y anuncian el Evangelio, no se fían en absoluto de sí mismos sino del Pastor que les llamó, y a Él recurren. Son tan conscientes de su pobreza que incluso piden a sus ovejas que intercedan por ellos ante Dios a fin de que les haga aptos para transmitir el Misterio del Evangelio.

A este respecto, recurrimos a nuestro querido amigo Pablo, quien nos brinda un fiel testimonio de esta precariedad que a él mismo le acompaña: “… Siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con franca audacia el Misterio del Evangelio, del que soy embajador entre cadenas” (Ef 6,18-20).

Son hombres de Dios, Él los hizo plantación suya. Con especial mimo y cuidado los sembró en las márgenes del Manantial de Vida que fluyó, como dije antes, del seno del Crucificado, manantial de Vida que ya había sido profetizado por Ezequiel: “Me llevó a la entrada del Templo, y he aquí que debajo del umbral del Templo salía agua, en dirección a oriente… A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales… Producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua fluye del Templo. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina” (Ez 47,1 y 12).

Acabamos de escuchar la profecía. Estos árboles, cuyos frutos y hojas son medicinales, están al servicio del mundo, aunque éste, en un alarde de autosuficiencia, proclame su superfluidad, e incluso puede llegar a hacerles objeto de todo tipo de ensañamiento. No se trata de ser masoquista y afirmar que esto no importe a los pastores; mas sí tienen asumido con gozo que han sido enviados al mundo, quien les aborrece en la misma medida en que su Señor fue aborrecido (Jn 15,20).

Repito, porque es importante insistir, que estos pastores no son masoquistas ni tienen ninguna pretensión de dar lecciones de nada a nadie. Son conscientes de que todo lo que son y hacen tiene un nombre y una fuente: el Amor de Dios hacia ellos. Saben que su              llamada-ministerio es una gracia; sí, sobre todo gracia. Ellos han sido los primeros en ser rescatados, y se estremecen ante el precio, exorbitantemente elevado, pagado por su rescate: la sangre del Hijo de Dios (1P 1,18). Puesto que saben esto, su anuncio está revestido de la más excelsa de todas las libertades: la de no pedir cuentas a nadie. Saben que Dios lleva a término su obra en todos aquellos que le buscan con sincero corazón: “…Pensad rectamente del Señor y con sencillez de corazón buscadle. Porque se deja encontrar por los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfían de él…” (Sb 1,1-2).

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!, gritaron los niños hebreos cuando Jesús hizo su entrada mesiánica en Jerusalén a lomos de un asno, tal y como Zacarías había profetizado (Za 9,9). ¡Bendito!, gritaban jubilosamente, sin percatarse de que Aquel a quien aclamaban ciertamente venía en Nombre de su Padre…, lo que quiere decir: con su Fuerza, con su Salvación, con la Vida Eterna para todos.

Cambiamos de aclamadores. Ahora son los cielos  los que exultan, los que aclaman, los que viendo a los pastores según el corazón de Dios, gritan y aclaman: ¡Benditos los que recorren el mundo entero en el Nombre de Dios, los que van al encuentro de sus hermanos     –todos lo son- con su Fuerza, su Sabiduría, su Salvación, su Vida Eterna… ¡Benditos, sí, benditos sean estos pastores porque son hombres para los demás, para el mundo! 

 

lunes, 16 de diciembre de 2013

Cuando estés preocupado


 
 
Hoy escuché algo emocionante a una persona  que sentía una gran preocupación por muchas cosas de su vida importantes, dijo:

“No voy a dejar que esto me hunda, no voy a entrar en desesperación por perder mi ilusión o mis proyectos en la vida… Me imagino una sala de espera llena de almas y otra sala contigua repleta de cuerpos inertes deseando tener un alma para bajar a la tierra…

Y Dios preguntó a los cuerpos, uno a uno ¿Qué alma quieres tener?, ¿cuál te gustaría transportar para llevar al mundo? Cuando me llegó el turno dije: Quiero el alma de José Antonio, ese alma que a pesar de las angustias, soledades y preocupaciones, no la cambiaría por ninguna, absolutamente por ninguna”. 

Y Dios se la dio… No importan los percances, no quiso que nadie se la llevara ni para quitarle las penas ¡Qué va! Es única e irrepetible; conoció 177 países, ha vivido experiencias extraordinarias, peligrosas, angustiosas y no las cedería a nadie si con ello perdiera lo vivido, lo que libremente quiso hacer…

Esta es la razón por la que ningún hombre haría un trueque con su vida, con su familia, con el amor por sus seres queridos… No, jamás lo haríamos; todos tenemos problemas, todos sufrimos lo indecible, todos tenemos tiempos malos malísimos y buenos buenísimos, todo depende de lo que arriesguemos por un anhelo o de cómo llevar la adversidad sea cual fuere su naturaleza.

Donde hay guerra hay amor entre los que la sufren; dónde hay hambre hay unidad entre los que la padecen; donde hay enfermedad ahí están los que les aman…

 Al final, cada uno con su vida, porque la vida de cada ser humano es amada por él mismo más que por cualquier semejante. Tener una vida es el mejor regalo de Dios para el mundo, no existe nada insuperable en la tierra que haber tenido la oportunidad de vivir para seguir después viviendo.

Gracias hijo por ayudarte y ayudar a otros a superar cualquier preocupación por importante que sea… Si todos viéramos esas salas llenas de almas y cuerpos, puedo asegurarte que aceptaríamos las adversidades más profundas, pues quererse también es querer al mundo.

Sólo hay que luchar por proyectar una vida, tener esperanza y saber que Dios está ahí para sacarnos siempre una sonrisa, esa que da la luz al final del camino…   

Emma Diez Lobo

jueves, 12 de diciembre de 2013

Siento que vivimos tiempos extraños

     La medida real de un hombre es lo que queda de él una vez que le abandona el éxito. Entonces esta su medida puede ser bien una losa que le paraliza por completo, o bien la piedra angular sobre la que paso a paso se va reconstruyendo. Dicho de otra forma, la pobre medida en tus manos te hunde en la desesperación; la misma en las manos de Dios te engrandece.





 

También en nuestro tiempo  parecen estar ocultas las verdades más simples a los sabios e inteligentes.

Siento que vivimos tiempos donde los hombres ricos y poderosos, simplemente se creen sabios solo por ser ricos y poderosos.

Siento que vivimos tiempos de gran confusión, donde solo se escucha al que grita más fuerte, o mejor dicho, donde nadie escucha a nadie, porque todos creemos ser muy listos y tener la verdad.

Siento que vivimos tiempos donde se confunde la “información” con la sabiduría y la “oratoria florida” con el discernimiento.

Y es por este sentirse tan sabio y capaz que no consideramos necesario bendecir al “Padre, Señor del cielo y la tierra” como hace Jesus; Pues solo nosotros señoreamos.

Siento que vivimos tiempos extraños, donde la libertad se concibe como el poder matar a un hijo próximo a nacer, porque no encaja en nuestros proyectos personales.

Vivimos tiempos curiosos donde los apetitos y deseos personales, se confunden con derechos, aunque sean contra natura.

Vivimos tiempos oscuros, donde todos juzgamos todo y sabemos del bien y del mal y hablamos de ello como si fuéramos Dioses, y es de esta forma que vivimos ocultados de Dios.

Tal vez, solo cuando nos hagamos pobres de espíritu y dejemos de lado nuestros juicios del bien y del mal y dejemos de culpar al mundo por lo que nosotros somos y reconozcamos de una vez que el mundo y las circunstancias, no nos han obligado a ser así.

Solo cuando reconozcamos de una vez, que nuestros juicios, pensamientos, opiniones, criterios, consideraciones y emociones personales son lo más aburrido que existe y aceptemos que Dios ha perdonado al enemigo que nosotros juzgamos, y que Dios también nos ha perdonado a nosotros, solo entonces dejaremos de juzgar al mundo como si fuéramos Dioses.

El mundo no necesita de nuestro juicio ni de nuestra opinión, necesita nuestro perdón. Para ello necesariamente hay que dejar de ser juez del mundo y juez de uno mismo, y reconocer como Jesús nuestra pequeñez y reconocer como Jesús dice “todo me ha sido entregado por mi Padre” y que “solo el Padre reconoce al hijo”.

Y la verdad nos será revelada cuando nos hagamos hijos del Padre.

Pero antes hay que reconocer a Dios como nuestro Dios, como nuestro Padre y dejar de usurpar su papel continuamente.

Desgraciadamente, siento que vivimos tiempos difíciles donde cada noticia en los medios de comunicación parece anunciar que Dios no existe.

Pero si tan solo creyéramos un poquito, ¿Cómo no sentirse afortunado y privilegiado, con un Evangelio donde Dios nos revela que solo él es Dios (afortunadamente para nosotros),y nos muestra su verdad en la medida que nos hacemos pequeños?.
 
J.J. Prieto Bonilla.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Junto al Manantial de la Vida


     Amar la Palabra con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda el alma hasta conocer el temblor de quien se siente y se sabe amado, sin el “hasta donde ni en qué medida”. Es el temblor de saberse amado por el Eterno, el Inmortal, el Dios vivo.




Su ministerio sacerdotal va mucho más allá de los ritos externos y formalistas que, aun cuando necesarios, podrían, por su falta de profundidad, no reflejar a Dios. Es por eso que cuando predican y celebran desaparece su yo para dar paso a Jesucristo en cuyo nombre ejercen su misión, su pastoreo. Todos los hombres y mujeres que buscan ansiosamente el Camino, la Verdad y la Vida, lo encuentran en este Jesucristo que vive y actúa en ellos; es como si estos hombres  le prestaran su cuerpo para que vuelva a acontecer la Encarnación… Mucho saben de esto los pastores que viven la pasión inmortal por el Evangelio.

Encarnan, pues, al Hijo de Dios y, desde Él, comparten sus fatigas. Se da como una especie de causa y efecto entre las fatigas del alma que sobrellevan a causa de su misión y la luz que reflejan. Cuando son conscientes de esta relación causa-efecto desbordan de alegría, pues han venido a saber que su comunión con su Señor y Pastor es real. Comparten su misma fatiga, aquella que es la fuente de su luz, tal y como anunció el profeta Isaías: “Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos…” (Is 53,11).

Esta característica de los pastores no pasa desapercibida para los verdaderos buscadores de Dios. Ven en ellos una respuesta real a su hambre y sed de eternidad; la Trascendencia deja de ser para ellos algo quimérico para convertirse en algo posible, incluso palpable o, por lo menos, algo que va mucho más allá de ínfulas visionarias. Es tan atrayente esta posibilidad que, dejando de lado todo tipo de prejuicio, se acercan -eso sí, muy lentamente- hacia ellos. Saben que son lo que son porque han aprendido a vivir con Alguien…, a quien les gustaría conocer. Efectivamente, son para el mundo entero “robles de justicia y plantación de Dios que irradian su gloria”, como decía Isaías. De ellos dijo el salmista que son “como árboles plantados junto a las corrientes de agua, que a su tiempo dan el fruto, que jamás se amustia su follaje y que todo lo que hacen les sale bien” (Sl 1,3).

También Jeremías profetiza sobre estos pastores comparándolos con árboles que, junto a las márgenes del río, dan fruto incluso en año de sequía. El profeta ofrece un dato revelador que da la razón de su fecundidad: son hombres que han puesto su confianza en Dios; es tal la consistencia de esta confianza, cimentada en la experiencia que de Él tienen, que no conciben la posibilidad de que Dios les defraude. “Bendito aquel que se fía de Dios pues no defraudará su confianza. Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la orilla de la corriente echa sus raíces… En año de sequía no deja de dar fruto” (Jr 17,7-8).

Estos textos son profecías que, al igual que la de Isaías con la que iniciamos este capítulo, se cumplen en Jesucristo, el Hijo de Dios, y en “sus plantíos”, en estos hombres que, cercanos a su corazón, pueden decir al igual que san Juan de la Cruz: “mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio; ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio”.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Mamá te echo de menos

 
 Cuántas veces la tristeza me acosa y me derrumba ¿Dónde estás mamá? Yo no estaba en tu Juicio de Dios, mamá querida, no pude defenderte, no te cogí la mano para que no estuvieras sola.
Mamá de mi alma ¿Dónde estás?, ¿dónde te han llevado? Que alguien me responda. No oigo ninguna voz, Jesús ¿Por qué me haces esto?  Dime algo… ¿Hay tantos en el cielo y nadie me dice nada? Necesito saber dónde estás…
¿Eres feliz? ¿Sufres? Mamaíta de mi alma, diles si ves a alguien  por allí que sin ti yo estoy desvalida, diles que te necesito, que quiero tener tus manos entre las mías, que deseo verte… Cada día se me hace más difícil ¡Ya está bien de ausencia mamá, ya está bien!!!
Diles que te quiero con el alma y quiero abrazarte una vez más, sólo una vez más... Mamá querida, no te veo y te añoro tanto… Te he soñado y tenías una gran pena: Querías estar con nosotras en el mundo y me estrujabas entre tus brazos llorando nuestra ausencia… Junto a ti, papá, con una tristeza inmensa miraba al suelo. No eráis felices mamá ¿Por qué?, ¿qué pasa?
¿No está Dios con vosotros? me partes el alma… Fue tan real tu contacto que no dejé de llorar en varios días… A veces quisiera morir para verte, a veces no tengo consuelo de ningún Evangelio, a veces añoro dormir en tus brazos y no despertar jamás…  ¡Te quiero tanto mamá, tanto!  Y qué vaga es la fe cuando pierdes ese amor.
¡Por qué me diste esa madre, Dios! ¿Para qué amarla de esa manera? Prométeme que algún día si soy digna de ti, la vea con mis ojos, sienta el calor de sus manos y charlemos “mil horas” como cuando estaba aquí. Sé que Tú eres Amor porque ella me lo dio; sé que aunque no lo comprenda, en Ti está ella… La quiero Dios, la quiero con mi vida.
Espérame mamá, intercede por mí cuando me toque marchar para sentir ese amor del que Jesús nos habló y amaros hasta el infinito “y mucho más”, a tu lado, con papá, con todos los que me amasteis como Él lo hizo.  
Yo no era de la “familia” de Dios y sin embargo me quiso hasta el extremo. Mamá escucha, Él te quiere tanto y más que yo… No llores en los sueños por mí, pues yo no sé cómo hacer para traerte de nuevo a la tierra y consolarte… Sólo puedo rezar ¡Qué triste mamá, qué triste! 
Tu sufrimiento me aterra, los Evangelios hablan de cómo ganar el cielo pero no de los que se van. Dios danos ese consuelo que el humano necesita, es el único amor palpable y grande que conoce en vida desde su nacimiento.
Ella nació en Tetuán -Protectorado español-, era singular, inteligente, abnegada, sufriente, culta, poeta, enfermera, hablaba bajito, escribía, pintaba, amaba, “chal-laba” con sentido de humor y optimismo - acento del sur-, rubia y bella de ojos verde claro y piel tostada por la brisa del Atlántico. Tejía y cosía sin cesar, me cantaba, me hacía juguetes y ropita a mis muñecos, me contaba cuentos para dormir. Me enseñó a rezar y me hizo el traje de Comunión. Me dio cinco hermanas (una de ellas a punto de morir en su nacimiento por su perpetua enfermedad); acogía pobres y les daba de comer, cuidó soldados en la guerra, estuvo con leprosos, hablaba francés, árabe… Fue mujer de un piloto del Ejército, mi padre y, tantas veces preocupada -guerra de Ifni, terremoto de Agadir, ETA…-
No hubo un sacerdote en su muerte, no le absolvieron… Dios te he dado muchos datos ¿Sabes dónde está?, ¿en qué morada?
Dime si a mí me darás la misma…  
 Emma Diez Lobo              
 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Testimonio. Palabras de tu hijo pródigo

      Es tan suave e intenso a la vez el querer que anida en mi alma que cuando, desde tu Palabra, te abres a mí, Dios mío, conviertes el instante en eternidad. Sí, un sereno instante tuyo es suficiente para contemplar sin velos la eternidad de tu amor. Sólo ese sereno instante de esos que tú sabes me eleva hacia ti, Dios mío (Paul Jeremie).


 Señor… desde siempre Tú has sembrado en mi corazón las ganas de ti. Aún en las peores épocas no permitiste que mi fuego se extinguiese por completo. Te pido HOY, sí  HOY que rasgues el velo que cubre mis ojos y mi corazón para poder contemplar tu rostro pleno y radiante.

Quiero ser uno de tus pequeños… Se bien que he pecado contra ti muchas veces. También sé que Tú me has perdonado en el instante en que mi alma reconoció su culpa y que lo hiciste antes de que yo abriera mis labios. Tú ya habías leído mi corazón.
Ahora te pido una oportunidad… mejor un momento diario para recibir tu alimento. Permíteme serte útil dentro de mi debilidad para hacer tu voluntad. No permitas que haciendo esto la confunda con mis propios deseos y caprichos.
Haz que el Padrenuestro sea para mí oración nueva cada día, todos los días. Aparta de mi todo aquello que pudiese arrancar la semilla que tu amorosamente has sembrado.
Si caigo de nuevo ayúdame a incorporarme rápidamente. Borra de mi mente las cosas de este mundo que por experiencia sé que no me satisfacen.
Acompáñame a pedir perdón a los que he ofendido y ayúdame a deshacerme de mi soberbia en el camino. De igual manera ayúdame a perdonar a quienes me pudiesen haber ofendido antes de que ellos me hablen y aún si nunca llegasen a hacerlo.
Una última cosa…
Como al caracol permíteme llevar tu casa… mi casa… Nuestro sitio de encuentro.
Mauricio Villamil

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Malévolo tifón (Filipinas 2013)





Mientras “por aquí” tenemos algo de frío, nos quitan un trabajo, vemos anuncios de cremas para las arrugas, mientras por aquí gana Nadal o el Real Madrid… Miles y miles de personas pasean por sus “calles” el dolor de la muerte, el hambre  y la sed…

¡Mirad ahí, están al lado, a la derecha de tu mapa! Tienen nuestra edad, la de nuestros jóvenes, nuestros niños y nietos… Llevan camisetas como las nuestras, tienen manos y pies como nosotros, miradas como las de tu hijo y llanto de bebés como lloran todos los bebés del mundo…

Yo “aquí” no puedo sufrir su sufrimiento; lo escribo pero no lo veo, les rezo pero no están en mis brazos, no puedo mitigar su tristeza y desesperación, lo sé, porque también sé que no hay consuelo ni para Dios.

El hombre a veces cambia la naturaleza de la tierra y su atmósfera con experimentos nucleares, emisión de gases… Provocando calamidades devastadoras; y aún siendo responsable, no quiere impedir ni retirar a la humanidad de los lugares de riesgo porque al miserable ser humano no le preocupa el dolor de los otros… Ninguno daría un pedazo de su territorio para protegerles y sabed que toda la humanidad cabría en un solo país del tamaño de Texas… Sin embargo ahí están, en las costas de los continentes más pobres viviendo una pobreza alarmante.

No somos solidarios… Tenemos fronteras, visados y policías que no te dejan pasar… Sí, estamos acostumbrados a eso, es el “orden de la tierra”. Nadie se mete en nuestra “casa” sin papeles a pesar de los peligros a los que se les somete…

¿Son nuestros hermanos? Yo diría que no, ellos dicen que no… Son gente necesitada, nada más ¡Qué pena de humanidad pudiente! ¡Qué fácil es tan sólo rezar!

Señor dime qué hacer para mirar a mi prójimo como a mí mismo y publicarlo en los corazones de hielo; no somos un solo pueblo, no somos los hermanos que soñaste…  Dime Dios, son tantas las miserias y tantos los miserables… No sé qué aportar desde mi mesa sino lágrimas de angustia como las tuyas… No tengo poder ni alas pero sí la fe de creer en un mudo nuevo porque Tú lo dijiste, aunque pasen miles o cientos de años. Por ahora dime, dime Dios si la oración y un céntimo del humilde te valen más que todas las oraciones del poderoso juntas…   

 

Emma Díez Lobo   

martes, 12 de noviembre de 2013

Impulsar la renovación evangélica



Carta de José Antonio Pagola | Sacerdote y teólogo.

 
 
Querido hermano Francisco:

Desde que fuiste elegido para ser la humilde “Roca” sobre la que Jesús quiere seguir construyendo hoy su Iglesia, he seguido con atención tus palabras.

 Ahora, acabo de llegar de Roma, donde te he podido ver abrazando a los niños, bendiciendo a enfermos y desvalidos y saludando a la muchedumbre

Dicen que eres cercano, sencillo, humilde, simpático… y no sé cuántas cosas más.

Pienso que hay en ti algo más, mucho más. Pude ver la Plaza de San Pedro y la Via della Conciliazione llena de gentes entusiasmadas. No creo que esa muchedumbre se sienta atraída solo por tu sencillez y simpatía.

 En pocos meses te has convertido en una “buena noticia” para la Iglesia e, incluso, más allá de la Iglesia. ¿Por qué? Casi sin darnos cuenta, estás introduciendo en el mundo la Buena Noticia de Jesús.

Estás creando en la Iglesia un clima nuevo, más evangélico y más humano. Nos estás aportando el Espíritu de Cristo. Personas alejadas de la fe cristiana me dicen que les ayudas a confiar más en la vida y en la bondad del ser humano. Algunos que viven sin caminos hacia Dios me confiesan que se ha despertado en su interior una pequeña luz que les invita a revisar su actitud ante el Misterio último de la existencia.
 
Yo sé que en la Iglesia necesitamos reformas muy profundas para corregir desviaciones alimentadas durante muchos siglos, pero estos últimos años ha ido creciendo en mí una convicción. Para que esas reformas se puedan llevar a cabo, necesitamos previamente una conversión a un nivel más profundo y radical.

Necesitamos, sencillamente, volver a Jesús, enraizar nuestro cristianismo con más verdad y más fidelidad en su persona, su mensaje y su proyecto del Reino de Dios.

Por eso, quiero expresarte qué es lo que más me atrae de tu servicio como Obispo de Roma en estos inicios de tu tarea.

Yo te agradezco que abraces a los niños y los estreches contra tu pecho. Nos estás ayudando a recuperar aquel gesto profético de Jesús, tan olvidado en la Iglesia, pero tan importante para entender lo que esperaba de sus seguidores. Según el relato evangélico, Jesús llamó a los Doce, puso a un niño en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me está acogiendo a mí”.

Se nos había olvidado que en el centro de la Iglesia, atrayendo la atención de todos ,han de estar siempre los pequeños, los más frágiles y vulnerables. Es importante que estés entre nosotros como “Roca” sobre la que Jesús construye su Iglesia, pero es tan importante o más que estés en medio de nosotros abrazando a los pequeños y bendiciendo a los enfermos y desvalidos, para recordarnos cómo acoger a Jesús. Este gesto profético me parece decisivo en estos momentos en que el mundo corre el riesgo de deshumanizarse desentendiéndose de los últimos.

Yo te agradezco que nos llames de forma tan reiterada a salir de la Iglesia para entrar en la vida donde la gente sufre y goza, lucha y trabaja: ese mundo donde Dios quiere construir una convivencia más humana, justa y solidaria.

Creo que la herejía más grave y sutil que ha penetrado en el cristianismo es haber hecho de la Iglesia el centro de todo, desplazando del horizonte el proyecto del Reino de Dios.

Juan Pablo II nos recordó que la Iglesia no es el fin de sí misma, sino solamente “germen, signo e instrumento del Reino de Dios”, pero sus palabras se perdieron entre otros muchos discursos.

Ahora se despierta en mí una alegría grande cuando nos llamas a salir de la “autorreferencialidad” para caminar hacia las “periferias existenciales”, donde nos encontramos con los pobres, las víctimas, los enfermos, los desgraciados…
 
Disfruto subrayando tus palabras: “Hemos de construir puentes, no muros para defender la fe”; necesitamos “una Iglesia de puertas abiertas, no de controladores de la fe”; “la Iglesia no crece con el proselitismo, sino por la atracción, el testimonio y la predicación”. Me parece escuchar la voz de Jesús que, desde el Vaticano, nos urge: “Id y anunciad que el Reino de Dios está cerca”, “id y curad a los enfermos”, “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”.
 
Te agradezco también tus llamadas constantes a convertirnos al Evangelio. Qué bien conoces a la Iglesia. Me sorprende tu libertad para poner nombre a nuestros pecados. No lo haces con lenguaje de moralista, sino con fuerza evangélica: las envidias, el afán de hacer carrera y el deseo de dinero; “la desinformación, la difamación y la calumnia”; la arrogancia y la hipocresía clerical; la “mundanidad espiritual” y la “burguesía del espíritu”; los “cristianos de salón”, los “creyentes de museo”, los cristianos con “cara de funeral”.

 Te preocupa mucho “una sal sin sabor”, “una sal que no sabe a nada” y nos llamas a ser discípulos que aprenden a vivir con el estilo de Jesús.
 
No nos llamas solo a una conversión individual. Nos urges a una renovación eclesial, estructural. No estamos acostumbrados a escuchar ese lenguaje. Sordos a la llamada renovadora del Vaticano II, se nos ha olvidado que Jesús invitaba a sus seguidores a “poner el vino nuevo en odres nuevos”.

 Por eso, me llena de esperanza tu homilía de la fiesta de Pentecostés: “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades y gustos… Tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes, con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos”.

Por eso nos pides que nos preguntemos sinceramente: “¿Estamos abiertos a las sorpresas de Dios o nos encerramos con miedo a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?”. Tu mensaje y tu espíritu están anunciando un futuro nuevo para la Iglesia.

Quiero acabar estas líneas expresándote humildemente un deseo. Tal vez no podrás hacer grandes reformas, pero puedes impulsar la renovación evangélica en toda la Iglesia. Seguramente, puedes tomar las medidas oportunas para que los futuros obispos de las diócesis del mundo entero tengan un perfil y un estilo pastoral capaz de promover esa conversión a Jesús que tú tratas de alentar desde Roma.

Francisco, eres un regalo de Dios. ¡Gracias!
 
En el nº 2.863 de Vida Nueva.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Cerca de Tí Señor






Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar;
tu grande eterno amor quiero gozar.
Llena mi pobre ser, limpia mi corazón;
hazme tu rostro ver en la aflicción.
 
Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy buscando paz.
Mas sólo Tú, Señor, la paz me puedes dar,
cerca de Ti, Señor, yo quiero estar.
 
Pasos inciertos doy, el sol se va;
mas, si contigo estoy, no temo ya.
Himnos de gratitud alegre cantaré,
y fiel a Ti, Señor, siempre seré.
 
Día feliz veré creyendo en Ti,
en que yo habitaré cerca de Ti.
Mi voz alabará tu santo Nombre allí,
y mi alma gozará cerca de ti.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Bajo la tierra oscura


 


Hermanos de mi pensamiento, lloré cuando os vi ahí abajo con el grisú en vuestro rostro… Sí, sé que estabais solos, sin otra humanidad que la propia y os imaginé rezando a Dios en la oscuridad de la tierra, pero ¿Sabéis? Dios escuchaba vuestras voces, Dios bajó para agarraros de la mano y subiros a la luz, Él estaba en la mina….

No sé si vuestros equipajes rebosaban de amor, pero os aseguro que llevabais una gran cantidad de sacos de esfuerzo, de trabajo duro por vuestras familias… No os preocupéis ni un segundo, Dios está lleno de carbón como vosotros, tiene su cara oscura como la vuestra, Él estaba en la mina…

Fueron momentos terribles de claustrofobia y angustia, como Dios, igual que Dios… ¿Qué os creéis que se fue de allí?, Él no se va, él siempre está hasta en la piedra más pequeña de vuestra pala…

¡Perdóname Dios!, es todo lo que quiso oír de vuestra boca y aunque no lo dijerais, no os preocupéis, el saco de carbón, vuestro sudor, ha sido la oración para Dios porque él entiende ese lenguaje, el peso de la labor cumplida y el trabajo más tremendo del mundo. Vuestros pecados se han cubierto de grisú y hollín… No os preocupéis por nada, Dios estaba en la mina…

Si ahora os viera… ¡Qué envidia de hermanos en la luz! Estáis arriba en praderas inmensas con un amor que no existe en la tierra… El color negro por el blanco y el verde, así os quiero pensar, porque mi Dios, vuestro Padre, os ha recogido en sus moradas… Son “apartamentos” con vistas al mar del universo. Él da gratis la paz y el sosiego del alma, porque ¿sabéis? Él salió de la mina junto con vosotros para daros el mejor descanso merecido y limpiaros la cara con su mano.

 ¡Chicos lo habéis conseguido!!! Él estaba en la mina…      
Emma Díez Lobo

sábado, 2 de noviembre de 2013

Dios

  No hay experiencia humana más grandiosa y espectacular que el saberse “estando en Dios”, viviendo en Él. Es un saberse que rompe los límites del conocimiento humano, pues sobrepasa toda experiencia empírica y medible. Estoy hablando del Misterio, de Dios que se abaja hacia el hombre, y del hombre que se eleva hacia Él.
 
 
 
                                                                 
Dime Dios ¿Quién eres?, sé quien es Jesús, tu Rostro humano… ¿Pero y Tú? Cuántas veces he querido definirte, cuántas… De chica te imaginaba con un “cuerpo físico”, con barba, sentado a la izquierda de Jesús (como Él se sienta a tu derecha…); pero unas palabras de tu Hijo me aclararon tu Esencia… “A Dios nadie le ha visto jamás”… Tampoco Jesús, porque Tú estabas en su Ser. Como lo explicaría…

Tú eres  sentido, Palabra, oído, inteligencia, perdón, creación, universo… No tienes ni piernas ni brazos, ni cara, ni manos, eres tan invisible como el amor que encierra el corazón humano. Por eso he entendido que yo soy parte de ti, cuando me duele mi prójimo, cuando te defiendo; Tú vives en todo, cómo lo explicaría…

No eres árbol pero estás en su oxígeno, no eres gorrión pero estás en su vuelo, no eres lobo pero estás en su aullido; no eres noche ni día, pero estás en la oscuridad y en la luz. No eres un ser, eres el Verbo Ser y de ahí la frase: “Yo soy el que soy” y… “Vengo de donde vengo” y de ¿Dónde vienes? De la propia Existencia. Como lo explicaría…    

No es un lugar es un adverbio, Él viene del Siempre, del YO eterno. Él no “viene”, está en el Verbo Venir, como dentro de sus letras… Venir es rodearte, acercarse a ti desde el mundo, desde el firmamento. Dónde haya “un lugar” muy lejos o muy cerca de ti, hay un “venir” hacia ese lugar y ese “venir” es más inmenso que el Universo, no tiene fin; pero ni el fin ni el principio están “lejos” de ti, porque Dios no viene de lejos; Él, ni viene ni va, simplemente está. 

Dime ¿Por qué elegiste esa cara para Jesús? Está claro que alguna tenía que tener… Y María portaría sus rasgos sin duda. Pero después de su Resurrección, nadie le reconocería; Dios no debía tener un cuerpo concreto, Él era voz, Espíritu y creó un  hombre sólo con esa intención. Ese “hombre visible” no estaba en el mundo (lógico porque si fuera uno del pueblo… ¿Mira, no es Jesús?, ¡menudo contrasentido!) 

Cuando entiendes que Dios escucha, habla (en alto cuando quiere) y está en todas las cosas, tu vida cambia por completo; has entendido como S. Francisco dónde está Dios. Dios mira y observa hasta de debajo del sofá…

Es tan difícil explicar lo que uno siente fuera de filosofías que si Dios no me ilumina… ¡Pues como qué no! El “vengo de dónde vengo”, me apasiona,  pero eso no importa; sé por Jesús nacido que has venido del “vengo” y que formamos parte de Ti, de tu Cuerpo Místico, de tu YO. Gracias Dios, gracias Mujer, ya  podemos decir que Te hemos visto. Pero ¿Jesús está sentado a tu derecha? ¡A qué no!, otra reflexión…    

Emma Díez Lobo 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Plantación de Dios


Cuando una persona se acerca al Evangelio con especial ternura acariciando sus palabras, éstas, como emprendiendo un vuelo, se elevan hacia su alma. Las palabras pasan de ser tinta impresa en un papel a ser soplo de Dios que transforma en vergel las arideces de nuestras persistentes monotonías.

 
 

Comenzamos este capítulo con una de las profecías de Isaías que, a nuestro parecer, revela con mayor fuerza la misión del Mesías. Nos da a conocer que éste anunciará la Buena Nueva de la salvación a los pobres, a los cautivos, a los que, sobrecargados de tanto sufrimiento, tienen el corazón desfallecido. Contiene tanta fuerza su anuncio, su Buena Nueva, que podrá cambiar totalmente la vida de los que lo acojan: el luto y el abatimiento darán lugar al gozo, resurgirá  la alegría de vivir. Culmina Isaías su profecía con una promesa sorprendente: A estos hombres, rescatados por el Mesías de todas estas profundidades, se les llamará “robles de justicia, plantación de Dios para manifestar, irradiar su gloria” (Is 61,3b).

Por supuesto que el anuncio de Isaías alcanza a todos los discípulos del Hijo de Dios, a todos los que guardan su Evangelio. Hecha esta puntualización y dado el tema señero de este libro, centramos nuestra atención en aquellos a los que Jesús llama de forma especial al sacerdocio, por la particular resonancia con que les alcanza esta profecía. Así lo creemos porque especial es la misión de estos hombres, y que consiste de forma primordial en pastorear las ovejas que el Hijo de Dios les confía. Para llevarla a cabo necesitan un corazón como el suyo. Hablamos de pastores que puedan alimentar sus rebaños en pastos de sabiduría y discernimiento (Jr 3,15).

Plantación de Jesucristo, que es la Sabiduría y Fuerza de Dios (1Co 1,22). Así es como podemos llamar, con la autoridad que nos da la Escritura, a aquellos que el Señor Jesús llamó, y continúa llamando, “para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14a). He aquí un rasgo distintivo de los pastores que Jesucristo reconoce como plantación suya, obra de sus manos. Son hombres expertos en debilidades, empezando por las suyas; pero que, como la esposa del Cantar de los Cantares, están a gusto con Él (Ct 2,3). En esta intimidad son revestidos de su fortaleza. Su profundo estar con su Señor les impulsa a estar con los hombres con la Palabra de gracia que Él –su único Maestro- ha sembrado en el fértil terruño de sus almas.

Hombres que, guiados por su Maestro, han aprendido a estar con Dios como Padre suyo que es, a saborearlo (recordemos que en la lengua y cultura de Israel sabor y saber vienen de la misma raíz). Hablamos de hombres injertados en Dios por cuya razón irradian y manifiestan su gloria, y ante los cuales nadie queda indiferente, porque las huellas de Dios que configuran sus rostros son luminosas. Se les puede aceptar o rechazar, mas nunca ignorar. Su predicación así como sus liturgias llevan la misma firma: el Rostro de Dios, su Teofanía y su Teofonía –su Voz-.

Así como “los cielos proclaman la gloria de Dios, y el firmamento la obra de sus manos (Sl 19,2), las obras de estos pastores (apasionados por Dios y su Evangelio, lo que les hace Dios es bueno con todos, que, “como la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Dios para quienes le buscan…, pues se acuerda de que somos polvo” (Sl 103,13-14). 

Pastores misericordiosos con las debilidades de sus hermanos, porque han conocido en su propia carne la misericordia  y la ternura de Dios. Saben también que no brillan con luz propia, por ello no se atribuyen ningún mérito en su pastoreo; de ahí el auténtico pánico que tienen ante cualquier asomo de adulación. Se sienten entrañablemente cercanos, son testigos de que su hacer emana de la sabiduría y gracia de Dios. Ante estos pastores, los hombres “glorifican a su Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).