lunes, 30 de noviembre de 2020

Jesús volverá

 

Todos los que creemos sabemos que Jesús volverá pero ¡Cuidado!, si no Leemos el Evangelio, nos iremos detrás de cualquiera que se presente en su Nombre. Que ¿por qué?

Cuando aparezca un señor vestido de humildad con buenísimas intenciones, haciendo milagros y diciendo que es Cristo… Sabréis porqué ¡Como borregos!!!

Todo está Escrito pero somos tan “sabios y buenos” que… ¡Hala! detrás como las ratas de Hamelín camino del precipicio…

- … No, veras, es que no le has escuchado, es un santo, es un profeta…

Ya, y yo astronauta. Pero vamos a ver ¿No nos han repetido dos mil años que no sigamos a falsos profetas y que también lo tenemos en la Biblia por si no lo escuchamos?

- Sí, claro, voy a Leerme yo un Domingo el Apocalipsis o a Lucas… ¡Por favor!, tengo cosas más importantes que hacer…  

Eso, sigue con tus cosas y verás que bien… Que sepas que la ignorancia no tiene excusa y a veces se paga con la muerte.  

Jesús no se paseará por nuestras calles haciendo milagros, ni hablará desde un púlpito, ni estará al alcance de nuestra mano, no, eso lo harán “demonios” revestidos de su Identidad.  

Jesús aparecerá en los cielos con Ángeles y Arcángeles, habrá una gran tribulación y separará padres de hijos e hijos de padres…  

Qué nos quede claro, nada de seguir a charlatanes por muy “guay” que nos parezcan. Rezad sin descanso, “taparos oídos y ojos, quedaros en casa, cerrad puertas y ventanas”. El mal intentará sacarte de la oración y le sigas.    

¡Pues venga!, a Leerse un poco el N.T. que viene genial y además es que… ¡ES GENIAL!

Emma Díez Lobo

 

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

La espera y la esperanza

 


En el corazón el hombre, de todo hombre, habita un anhelo de bien, de felicidad, de plenitud, en definitiva, de salvación. Este anhelo puede revestirse de los más diversos ropajes, de las ideas y representaciones más dispares, pero, en el fondo, todos deseamos que nos vaya bien, que nuestra vida no se malogre; y esto incluye, naturalmente, que tal suerte abrace también “a los nuestros” (cuyos límites, si bien se piensa, se ensanchan hasta incluir a la humanidad entera). Es una sed de amar y ser amado bajo la que late el secreto deseo de Dios. Podemos racionalizar este deseo de mil formas: confiando en una futura realización fruto del progreso de la humanidad, esa idea tan activa y potente de la época moderna, como indefinida y confusa; o bien, negándolo, diciéndonos (cómo hacen los “postmodernos”) que es una utopía irrealizable y resignándonos a ello.

La fe cristiana (ya desde sus raíces veterotestamentarias) nos dice que ese deseo no es una utopía huera y sin esperanza. Pero nos recuerda también que no es algo que el hombre pueda construir con sus propias y solas fuerzas. La tentación de crear torres de Babel es permanente en la historia humana. Sabemos bien cómo suelen terminar: puesto que una tarea imprescindible para alcanzar la plenitud del bien (el bienestar y la justicia) es la eliminación del mal en todas sus formas, los intentos de realizar la utopía suelen empezar por la tarea de destruir el mal y lo que se consideran sus causas, lo que suele terminar en algún régimen de terror que se dedica sobre todo a destruir a los malvados (a los que la utopía de turno así califica).

Lo que la fe cristiana nos dice es que ese anhelo que habita en el corazón del hombre, y que lo sostiene en la dificultad y le hace esperar la superación del mal que le atenaza, es un don de lo alto, un don de Dios, igual que la vida, la libertad y la dignidad humana. ¿Supone esto, acaso, una invitación a la pasividad, a “esperar sentados”? No, en modo alguno. La esperanza cristiana es una espera activa, que prohíbe toda pasividad. Jesús lo expresa hoy con una plasticidad insuperable: estar a la espera significa velar; y velar significa realizar con responsabilidad la tarea que se nos ha confiado. Decía Ortega que la vida es quehacer, pues la vida nos da mucho que hacer. Y es verdad. Se nos ha entregado un espacio de responsabilidad y, lo queramos o no, tenemos cosas que hacer. Para vivir con responsabilidad y hacer las cosas que tenemos que hacer, no de cualquier manera, sino “bien”, como se deben hacer, hay que vivir conscientemente, con los ojos abiertos, con el corazón despierto. De esa manera, emerge a nuestra conciencia la tensión de la esperanza que se activa por ese anhelo originario de bien que nos habita por dentro inevitablemente, pero a veces de manera inconsciente, a veces aturdida por el aluvión de las preocupaciones cotidianas, como árboles que nos impiden ver el bosque. La esperanza activa y consciente nos abre los ojos para descubrir que nuestro anhelo de bien y plenitud tiene sentido y, por eso, tienen sentido nuestros esfuerzos y quehaceres cotidianos, que no se limitan a maniobras de distracción para una supervivencia efímera y condenada a la nada.

La Navidad es el rostro concreto de la esperanza cristiana, la respuesta que la fe cristiana ofrece a ese anhelo latente del corazón humano. Pero hemos de tener cuidado. Celebramos litúrgicamente la Navidad, le ponemos fecha, podemos programarla gracias al calendario. Más lo que la Navidad significa y representa no es posible programarlo a fecha fija. No es posible programar, por ejemplo, la adquisición de la virtud, ni el acontecimiento del amor. Nos haría sonreír con incredulidad que alguien nos dijera que, dadas sus ocupaciones, ha planeado enamorarse justo dentro de un año y medio, y que calcula que en tres años de ejercicios continuados habrá alcanzado la virtud de la paciencia (y, ya puestos, en uno más, la de la prudencia). Las dimensiones más importantes de la vida no son el cumplimiento voluntarioso y previsible de un plan, sino un acontecimiento que se hace presente en la vida como un don. Y, sin embargo, no es un don totalmente inesperado: es, por el contrario, aquello que hemos esperado largo tiempo, por lo que nos hemos esforzado poniendo las condiciones para que ese acontecimiento tenga lugar alguna vez, sin que, sin embargo, podamos forzar su advenimiento.

El Señor viene a nuestra vida. La Navidad no es sólo el recuerdo de un hecho histórico sucedido de una vez y para siempre, no es, sobre todo, una efeméride en el calendario. La encarnación del Hijo de Dios en la historia de la humanidad hace unos 2020 años es un acontecimiento que debe suceder de nuevo en la vida de cada uno de nosotros. Cada cual tiene su historia. Aquí no caben esquemas fijos ni fórmulas preconcebidas. Pero sí cabe permanecer en vela, abrir los ojos, purificar el corazón, esforzarse por el bien, elevar al Señor una plegaria, en definitiva, vivir en esa activa esperanza en que una conciencia despierta convierte el anhelo humano de plenitud y felicidad.

Que nadie piense que ese acontecimiento está vetado para uno mismo: Dios adquiere rostro humano para todos, y llama a la puerta de cada uno. Y que nadie crea que para él eso ya ha sucedido (pues tiene ya fe y la practica): el que cree haber abierto ya la puerta ha de saber que ese acontecimiento nunca está concluido del todo, y debe realizarse siempre de nuevo a un nivel de mayor profundidad. Pues así como nadie le es a Dios extraño, tampoco puede creer nadie que ya lo conoce o posee suficientemente.

La verdadera esperanza consciente y activa nos libra de la desesperación y de la presunción. La palabra que Jesús nos dirige hoy es una llamada esencial, que apunta al centro del corazón humano, de todo hombre: “Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!”; es decir, no os encerréis en esquemas estrechos y rígidos; no os dejéis amodorrar por la rutina; no seáis prisioneros de vuestras seguridades (ni siquiera de vuestras pretendidas virtudes y buenas obras); no le pongáis puertas al campo, ni queráis encerrar al sol en aerosoles; abríos a dimensiones nuevas, abrid los ojos y el corazón, levantad la cabeza, el horizonte es más grande que vuestra mirada y la medida de vuestros sueños mayor que el recorrido de vuestras piernas.

Que nuestras limitaciones (que tan claramente experimentamos) no nos hagan desesperar de nuestras posibilidades, infinitamente mayores que aquellas, gracias sencillamente a la fuente inagotable de nuestro origen: “Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano”.

José María Vegas, cmf.

sábado, 28 de noviembre de 2020

Domingo I de Adviento

 

 ¡VELAD Y ORAD!

 En este Evangelio Jesús nos dice una y otra vez: ¡Velad!

 No es que tengas que velar porque Dios te necesite sino porque tú le necesitas a Él. Es un velar que nos remite a la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. Acuciado por la debilidad -en cuanto hombre- siente tal angustia ante la inminencia de su Pasión que elevando sus ojos al Padre le dice: "Si es posible, que pase de mí este cáliz...".

 Jesús necesita la Fuerza de lo alto para asumir su misión, es por eso que vela y ora. Fortalecido por su Padre puede decirle... “no se haga lo que yo quiero sino lo que quieres tu" (Mt 26,39).

 Esa es la razón por la que insiste tanto en que velemos y oremos: para poder hacer la Voluntad de Dios. Sólo con esta disposición adoraremos a Dios "en espíritu y verdad” (Jn 4,24). Solo desde la Sabiduría y Fuerza que nos vienen por velar y orar así puede alguien decir a Dios: Aquí estoy. Velar con este espíritu nos introduce en la Adoración perfecta, la que agrada a Dios, la que excava los cimientos del Discipulado.

  P. Antonio Pavía

  https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

 

 

 

viernes, 27 de noviembre de 2020

La ofrenda más valiosa es dar la vida (V)


El tercer pilar de nuestro plan para mayores y enfermos es que, aunque somos conscientes de que cualquier fecha que se estableciera resultaría siempre aleatoria, es aconsejable establecer una fecha de voluntariado (de los 65 a los 80 años) que permita:


1.   a) Hacer todo el bien que una pueda, sin ningún tipo de responsabilidad. Ofrecerse al párroco -dependiendo de la salud, del estado de ánimo, del temple apostólico, de los intereses y aficiones personales, de las potencialidades, habilidades pastorales que cada una tenga y de las necesidades que haya en cada parroquia- para poder colaborar eclesialmente ¡Cuántas tareas quedan, a veces, relegadas o inconclusas por falta de tiempo! La colaboración que podrían prestar no sólo sería valiosa y eficaz sino también cualificada y creativa. El párroco, cada curso, revisaría la encomienda con el interesado y con la comunidad parroquial.


2.   b) Experimentar el afecto y la fecundidad de sus vidas no tanto por lo que hacen cuanto por lo que son realmente, una familia.


3.   c) Prepararse adecuadamente para el Encuentro verdadero con el Señor. A pesar de ser creyentes maduros, des–cubrimos que tampoco nos resulta fácil vivir con serenidad y altura de miras esta etapa. Ver la vida desde la otra orilla nos puede ayudar a relativizar lo superfluo y a subrayar lo esencial y sustantivo. Saber envejecer. Aprender a morir. Llegar a VIVIR en Él.

Dada la complejidad del tema, de los intereses personales diversos que cada persona tiene al respecto, de los sentimientos encontrados que este tema provoca en unas y en otras, de los recursos y medios que cada familia o parroquia ofrece para la atención de sus mayores y enfermos… me parece maravilloso que lo podamos afrontar abiertamente en los grupos de vida ascendente que me gustaría que se recuperasen.

Consciente de vuestra grandeza de corazón termino con las palabras del Presiente John F. Kennedy el día de su investidura: «Así pues mis queridos americanos [«diocesanos ancianos»], no se pregunten qué puede hacer por ustedes su país [la Diócesis] sino más bien lo que ustedes pueden hacer por él [ella]. Amigos míos, ciudadanos de todo el mundo, no se pregunten qué podrá hacer América [la Diócesis] por ustedes sino lo que todos juntos podemos hacer por la libertad del hombre» (Tumba de J. F. Kennedy. Cementerio de Arlington. Discurso de investidura).

+ Ángel Javier Pérez Pueyo

Obispo Barbastro - Monzón

miércoles, 25 de noviembre de 2020

¡Vaya día!

 

                                                                       

 Te soñé mamá, apoyada tu cabeza sobre la mesa de castaño del hall, llorando, intentando escribir sobre una hoja de papel a mi padre; de fondo una canción “Reloj no marques las horas” y, quise darte un abrazo pero me desperté y las lágrimas brotaron. Llamé a mi Madre María pero no vino, llamé a Jesús pero tampoco vino, llamé a varios Santos pero ninguno vino…

Me han dejado sola con tu recuerdo, con tu amor disuelto en el ayer. Tengo una tristeza enorme a pesar del Rosario, el Padrenuestro y de abrir los Evangelios cada día… La soledad no se disipa, la tristeza tampoco, la pena me envuelve.

Soy insignificante y cometido más errores y pecados que nadie, lo sé. ¿Es por eso que no vinisteis a mí?   

No me parece justo pensar solo en la muerte como salida a la alegría. Sí, son los años que pesan, los recuerdos que ahogan y un “viaje” que se acerca para enfrentarme a Dios.      

¡Madre mía! Tiene que haber algo más que melancolía… Me pregunto, si sabiendo que esto sería un valle de lágrimas, porqué crear este mundo y solo lo entiendo si es por AMOR eterno. Decía mi padre: “Quien bien te quiere, te hará llorar”, desde luego, no fallaba ni una…        

Se me olvida que esta vida no es más que un puente a la VIDA pleno de agujeros y peligros -¡Ángel caído porqué no te quedaste calladito!-

Por algo Dios creó los lacrimales, el pelo cano y nos abrió el cielo

Todo concuerda.  

¡Vaya día que llevo!!!   

Emma Diez Lobo

martes, 24 de noviembre de 2020

CADA CUAL ELIGE A SU PASTOR

 


Todos morimos según la calidad de vida de nuestro existir.

 Calidad  no tanto respecto a logros profesionales y sociales, que también cuentan, sino esa calidad de vida que elevándose majestuosamente frente a la llamada ineludible de la muerte, la somete. Una calidad de vida así, que somete a la muerte no se alcanza por haber tenido más o menos suerte; la tiene todo aquél que escoge como acompañante de sus pasos a Jesús, El Buen Pastor; su Evangelio es la Fuente, el Manantial de la Vida. Quien se deja pastorear por Él, incluso con momentos de "tira y afloja" porque las dudas, que son normales, le asaltan, encara la muerte amparado por Aquél por quien se dejó pastorear, Jesús que tomándole en sus brazos como un cordero, lo lleva hasta su Padre: Dios.

 Hay quienes viven ingenuamente como si la muerte no fuera con ellos. La verdad es que no viven, más bien malviven y como dice el Salmista, se dejan pastorear por la Muerte, encima "están contentos con su suerte" (Sal. 49,14-15).

 P. Antonio Pavía

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lunes, 23 de noviembre de 2020

Mis “Talentos”

                                                           

                      Qué nadie crea que se libra de los “talentos” que Dios le ha dado para que produjeran “intereses”…  

Madre mía… Uno lo enterré (¡Dónde quedó mi Catecismo!); otro, lo perdí (me olvidé del Evangelio); y el que me quedaba lo gasté en chorradas (me sumergí en asuntos de la tierra)…    

- He venido a por ti, a ver,  dame lo que me pertenece y te doy mi Reino.

- ¡Jesús, María y José! Pues… Un día con otro, un día con otro, fui abandonando tus cosas y ahora tengo las manos vacías ¡Pero no he hecho nada grave!    

- Te dije que vendría a buscarte sin avisar y te preguntaría por “lo mío”. Te di una vida, te Bauticé, te hice sacerdote de mi Palabra, te di mi Cuerpo y mi Sangre… y ¿De verdad me dices que pasaste de ser mi hijo y solo pensaste en ti?

- ¡Uy Padre, qué desastre!... Dime ¿Qué me va a pasar?

- Mejor, sal del sueño y recupera el Amor que te di en talentos: Difunde mi Palabra, cúmplela -no es solo no matar ni robar ni mentir- y cuando llegue el último día,  entrégame tanto y más de lo que te di.     

Esta deuda con Dios es una Verdad del Evangelio para la eternidad. La virtud de la Caridad es el mejor interés a los talentos. “Si no tengo caridad, no tengo nada” y nada que dar a Dios.

No tengáis miedo, estamos a tiempo de sumar intereses al “haber” del cuaderno de los talentos…

Emma Díez Lobo

 

domingo, 22 de noviembre de 2020

¿Jesús reina entre nosotros?

 


Hoy es el último domingo del año litúrgico. El próximo domingo empezamos el tiempo de adviento. Es la fiesta de Cristo Rey. Ciertamente Cristo es Rey, puesto que él mismo lo reconoció ante Pilatos en el momento dramático de su juicio civil. Ahora bien, contemplando el momento actual de nuestro mundo, leyendo datos estadísticos de una reflexión del centro de estudios Cristianismo y Justicia sobre “ser cristiano en Europa”, me he hecho la pregunta de si Jesús reina de verdad entre nosotros. Pienso en Cataluña, España, Europa…

Que Jesús sea el Rey del Reino de Dios, de eso no tenemos ninguna duda. Incluso Pilatos lo remarcó –si bien con ironía– con aquel letrero clavado en la cruz.

Jesús empieza su predicación anunciando que el Reino de Dios “está entre vosotros” (Lc.17, 21), y que el Reino de Dios está cerca (Mt 1,15). Es lo que pide que anuncien sus discípulos antes de enviarlos en misión a los pueblos. Y Jesús también habla de ello a menudo, con parábolas.

Esto significa que el Reino ya está aquí, que ya ha llegado. Pero, ¿de qué reino se trata? En la plegaria del prefacio de esta fiesta lo recordamos con estas palabras: “Reino de verdad y de vida, Reino de santidad y de gracia, Reino de justicia, de amor y de paz”. También hay que notar que en las parábolas se habla del Reino como un tesoro y una perla fina, como una pequeña semilla de mostaza, como la levadura que hace fermentar la harina, como un banquete de boda al cual los primeros invitados renuncian a ir.

Desear y realizar todo lo que desea Dios, y desearlo siempre y en todas las circunstancias y sin limitaciones, esto es el Reino de Dios.

Pero sucede que, cuando contemplamos la realidad, nos quedamos perplejos. Aparentemente no parece que Dios reine, porque la justicia, la verdad, la vida, la paz, la santidad y el amor no son realidades prioritarias entre nosotros. Sí que encontramos hechos y señales de este Reino que nos hacen pensar en el crecimiento sencillo y lento anunciado en las parábolas. Pero, como ha dicho alguien, “no parece que Jesús reine entre nosotros”.

Además, la Iglesia, la comunidad de los discípulos, tendría que ser la punta de lanza de la realización del Reino, y algunos datos nos interrogan. España es el tercer país europeo en abandono del Cristianismo. Ocupa la decimosexta posición en la lista de países menos religiosos del mundo. Desde 2006 el número de católicos practicantes se ha reducido un 27 %, y las nuevas generaciones son cada vez menos creyentes. Ciertamente, hay un cambio de una religión sociológica a una religión del convencimiento, y esto es positivo.

Entonces, ¿Qué podemos notar de la realización del Reino de Dios y del reinado de Cristo?

En Jesucristo ha empezado a estar presente el Reinado de Dios en la historia. Este Reinado de Dios no se ha cumplido del todo, y no lo hará con plenitud hasta el fin de los tiempos. Ahora ya podemos observar algunos hechos y signos de la presencia de este Reino, siempre desde las características que el mismo Jesús anuncia en las parábolas y que encontramos en muchas situaciones. Hechos de vida, de amor, de justicia, de paz… como pequeñas semillas sembradas que van creciendo para el bien de todo el mundo.

Al afirmar que Jesucristo es rey afirmamos que, a pesar de las dificultades, el Reino continúa realizándose entre nosotros.

Mons. Francesc Pardo i Artigas

Obispo de Girona

 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Domingo XXXIV del T.O. Fiesta de Jesucristo Rey.

 

 A FAVOR O EN CONTRA DE JESÚS

 El Evangelio de este domingo no puede ser más explícito; lo que hacemos o dejamos de hacer por los demás, especialmente por los más vulnerables, lo hacemos o dejamos de hacer por Jesús, el Señor.

 Nos ilumina enormemente a este respecto lo que le preguntó a Pablo cuando le hizo caer del caballo: ¿Por Qué "me" persigues? (Hch 9,4-5) No le dice: ¿Por qué persigues a estos hombres y mujeres cuyo único delito es que creen en mí y en mi Evangelio? Sino ¿Por qué me persigues a mí? Pablo solo acierta a decir: ¿Quién eres Señor?

Jesús le responde: Soy Jesús a quien "tú" persigues. El Apóstol de los Gentiles  comprendió que  aquellos  a quienes perseguía con tanto odio personificaban a Jesús y se rindió ante Él, sí, se rindió ante Dios que no se avergüenza de vivir en el corazón  de sus discípulos, en el corazón de los más pobres y abandonados.

La inmensa mayoría de los Santos canonizados lo fueron, ayudados - indirectamente- por  estos pobres y abandonados a quienes sirvieron porque en ellos reconocieron y vieron vivo a Jesús. Y como muestra de nuestros tiempos, ahí tenemos a Santa Teresa de Calcuta.

 P. Antonio Pavía

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viernes, 20 de noviembre de 2020

La ofrenda más valiosa es dar la vida (IV)

 

Llegamos hoy al séptimo y último de los tópicos sociales imperantes, que considero necesario revisar de forma crítica para afrontar, en diálogo con vosotros, un modelo de atención humana y espiritual, especialmente para nuestros mayores y enfermos.

LA JUVENILIZACIÓN SOCIAL Los medios de comunicación nos han logrado convencer que es lo único bueno y valioso. Y no es verdad. Todos hemos sido jóvenes y sabemos de los sueños, de las ilusiones, expectativas y proyectos que se tienen en esa época. También de las inquietudes, preocupaciones, penalidades, luchas que hay que librar para abrirse camino. Todas las etapas de la vida tienen su cara y su cruz. Todo depende de cómo se sepa uno situar en ella.

Es necesario, por tanto, abrazar la etapa que te toca vivir. Aceptar quién eres y gozar de ello. Encontrar lo que hay de bueno, de verdadero y de hermoso en tu vida tal como es ahora. Cuando uno añora el deseo de volver a ser joven, en definitiva, es porque su vida sigue estando insatisfecha, no se ha sentido realizada, no han encontrado sentido. Porque si uno ha encontrado sentido a su vida, no quiere volver atrás. Desea seguir creciendo, madurando, ver más y con mayor profundidad. Por otra parte, si luchas contra el envejecimiento, vas a ser siempre infeliz porque te va a llegar en todo caso (Mitch Albom, “martes con mi viejo profesor”, Ed. Maeva, Madrid 2000).

A la luz de todo esto, me gustaría expresarte, aun a riesgo de equivocarme, cuáles son las convicciones de las que parto a la hora de diseñar un proyecto coherente y realista para las «personas mayores, jubiladas o enfermas» en nuestra Diócesis:

1.   Necesidad de afrontar de cara y sin eufemismos la última etapa de su vida que no significa renunciar a seguir siendo y sentirse verdaderamente hombres y mujeres creyentes. No circunscribir tampoco la jubilación al puro ámbito laboral o profesional (quehacer).

2.   Importancia de que haya hombres y mujeres ancianos en todas nuestras comunidades cristianas que sean signo creíble, referencia, testigos silenciosos de los grandes valores que conforman la vida: gratuidad, fidelidad, disponibilidad, fraternidad, servicio (oblación total), etc.

La semana que viene te ofreceré mi tercera convicción.

+ Ángel Pérez Pueyo,

Obispo de Barbastro-Monzón

 

jueves, 19 de noviembre de 2020

Nuestra alegría colmada

  


Apasionante el susurro de Jeremías con Dios: "Cuando encontraba tus palabras las devoraba pues eran la alegría de mi corazón" (Jr 15,16).

 Los que leen la Biblia por curiosidad o por cumplir con una práctica religiosa se limitan a eso, a leerla y no la disfrutan. Los buscadores de Dios la leen con tanta hambre de Dios que Él les concede palpar la Vida con las manos del alma y llegan a conocer la alegría del corazón de la que habla Jeremías.

 Volvamos al profeta. No se limita a  comer la Palabra, alimento del alma, sino que la devora; la exultación de alegría de su corazón es muchísimo más que una emoción, es su certeza íntima de que, por su relación tan entrañable con las palabras que Dios le da como alimento de lo alto, recibe junto con ellas el Nombre de Dios, es decir, que su nombre pasa a ser: ¡Jeremías de Yahvé! ¡Jeremías de Dios! Ya es pertenencia suya. A esa alegría incontenible y colmada se refiere Jesús cuando dice a sus discípulos de todos los tiempos: "Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y sea colmada" (Jn. 15,11).

 P. Antonio Pavía

https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

 

 

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

¿Qué no existe?

 

¡Claro que sí! Es un lugar medio aterrador donde arde el alma; solo las oraciones de la tierra, la blanquean. Es un lugar de inmensurable esperanza de ver a Dios pero que muchos dicen que no existe.  

Lo verán, lo comprobarán, lo vivirán igual que yo. Me da pavor, es verdad, pero terrible sería no pasar por él… ¡Mil purgatorios si fuera necesario con tal de ver a Dios!   

Pero seamos inteligentes y acortemos desde aquí nuestra expiación -después ya no será posible- y visto como está el mundo, tal vez no recen por nuestras almas y nos quedemos allí ¡Ni se sabe!!!   

Recemos bien y mucho por nosotros y por los que se han ido, pero no como yo que me duermo en el primer Misterio y esto no es serio; después pienso ¡Qué desastre! sé que se me van a quemar las cejas y me quedo como las marmotas ¡Por favor!

El que no cree en el Purgatorio ¡qué piensa!, ¿qué va a ir al cielo como un cohete? Pues de eso nada, no van los niños que tienen malas ideas, vamos a ir nosotros…

La gente no sabe lo que es la “Puerta estrecha” claro, si no Leen… Y lo que nos espera es de órdago. Lo dicho, no dejemos a los que se quedan todo “nuestro paso al cielo“  y procurémonos con la Gracia de la Comunión, confesión e indulgencias, una estancia lo más corta posible -así necesitaremos menos ayuda-.

Gracias Dios por darnos ese lugar de salvación.   

Emma Diez Lobo

 

  

martes, 17 de noviembre de 2020

¿Cómo llevas la esperanza?

 

Al final de este mes comenzamos el tiempo de Adviento, tiempo para la esperanza porque el Señor viene tal como lo celebramos en la Navidad. Ante él, el que más y el que menos puede tener la tentación de pensar si son oportunos este año el Adviento y la esperanza, a lo que hemos de responder: este año, más que nunca, porque en la situación de crisis que vivimos nada necesitamos más que la esperanza. La esperanza es la semilla pequeña que nace de la fe y da como fruto la pequeña, pero llena de sentido toda nuestra existencia, lo que somos y lo que hacemos. Es el camino que ilumina el futuro. Necesitamos la esperanza y, al hablar de ella, me viene a la memoria el hermoso Charles Péguy: La fe es una iglesia, una catedral. La caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo. Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.

Hay motivos suficientes para desesperar, pero no son más poderosos que los motivos para esperar. El Señor viene.

La misma palabra que identifica el tiempo litúrgico de la esperanza –Adviento– nos recuerda que la esperanza no es el fruto de nuestro esfuerzo, sino de la confianza en el Señor. Me gusta particularmente repetir la oración que hacemos en laudes durante el tiempo de Adviento: Sobre ti, Jerusalén, amanecerá el Señor. Es una imagen preciosa. El Señor llega como el amanecer, sin hacer ruido, con suavidad, poco a poco invade nuestra vida y no se detiene hasta llegar a lo más profundo. En el amanecer, la luz vence a la oscuridad, y donde reinaban las sombras de la muerte ahora brilla la luz de un nuevo día que muestra la belleza que la noche había robado.

La esperanza no es obra nuestra. La esperanza es un don que recibimos si vamos a buscarla, si bebemos en su fuente. La cerrazón sobre nosotros mismos, la mirada egoísta del propio mal, nos impide mirar más allá, nos hunde. Basta que levantemos la cabeza, que miremos a los demás, que dejemos sitio a Dios. La esperanza, como la fe y la caridad, es una cuestión de confianza, de apertura a la gracia. Dice san Pablo, al referirse a la fe de Abraham, que “esperó contra toda esperanza”.

La esperanza se tiene que abrir un hueco en nuestro corazón. Y los cristianos, que estamos llamados siempre a dar razón de nuestra esperanza, en este momento de la historia tenemos que ser testigos alegres de que Dios siempre cumple; de que cada día viene a nosotros; de que no nos abandona, sencillamente, porque nos ama.

Os invito a preparar este Adviento con una renovada ilusión, a salir de nuestros problemas, que es salir de nosotros mismos, para buscar a Dios y a los demás; y no nos olvidemos de los pobres, como nos recuerda la Jornada de los Pobres de este año: Tiende tu mano al pobre. A Santa María, la Madre de la Esperanza, le pedimos que mantenga el ritmo de nuestra espera.

+ Ginés García Beltrán

Obispo de Getafe

 

lunes, 16 de noviembre de 2020

MADERA DE SANTO

 

  Una señal inequívoca de que la tibieza se ha adueñado de un hombre es que ante palabras del Evangelio como: "Ama a tus enemigos, perdona siempre, no devuelvas mal por mal...”etc., se excusa diciendo: "No tengo madera de Santo".

 A personas así hay que abrirles los ojos, no con sermones sino con la Luz de la Palabra con pasajes como por ejemplo este: "El Señor me ha abierto el oído y yo no me resistí... ofrecí mis espaldas a los que me flagelaban..." (Is 50,5-6).

 Es, como sabemos, una profecía de la Pasión de Jesús que alcanzan también a  los que pretendemos ser  Discípulos suyos... el mayor título que existe ante los ojos de Dios Padre. Dicho esto, los que somos o aspiramos "a este título" no nacemos con madera de Santos, eso sí, somos conscientes de que llegaremos a serlo apropiándonos de la Fuerza Divina con la que Jesús revistió su Evangelio, la misma Fuerza que le permitió a Él sobreponerse al terror y angustia que sintió en el Huerto de los Olivos ante la inminencia de la llegada de Judas y compañía (Mc 14, 33).

 Solo así, revestidos de la Fuerza que no tenemos, puede una persona acercarse a Jesús y decirle: “Aquí estoy Señor para ser tu Luz, tu Fuego, tu Esperanza para aquellos que de tanto fingir que son felices ya no son más que mechas humeantes". Sí,  mechas humeantes pero enormemente queridas por Ti (Is. 42,3).

 Tu Evangelio Jesús, es tu Fuego, dame Fuerza para ir con él a mis hermanos.

 P. Antonio Pavía

 https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

domingo, 15 de noviembre de 2020

Comunicar con nuestros difuntos

 

  

Podemos comunicarnos con nuestros muertos, ellos nos conocen y, aunque estén ahora en el cielo junto a Dios, conocen el mundo que dejaron, conocen ante todo su relación con Dios y con sus planes eternos que ahora pueden contemplar. A partir de Dios, por tanto, conocen nuestras cosas, nuestros problemas y hablan de ellos entre sí y con Dios.

 

Ellos no sólo nos conocen, sino que están cerca. Es cierto que han dejado el mundo para vivir en donde están los cuerpos gloriosos de Jesús y de María, es decir, fuera y más allá de todo el universo y de su espacio. Pero todavía intervienen en el mundo y están presentes en él con su oración, con la fuerza de su amor, con las inspiraciones que nos ofrecen, con los ejemplos que nos recuerdan, con los efectos de su intercesión.

 

El amor que tuvieron con las personas queridas, con nosotros, conmigo, con ustedes, no lo han perdido. Lo conservan en el cielo, transfigurado y no abolido por la gloria. La expresión de santa Teresa de Lisieux: “Quiero pasar mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”, no vale sólo para la Santa carmelita. Vale para todos aquellos que piadosamente creemos acogidos por la misericordia de Dios.

 

Padres, familiares y amigos queridos, hablan a Dios de nosotros y le presentan nuestras intenciones y nuestras dificultades. Ellos conservan, ciertamente, en el cielo, las intenciones, los afectos, los intereses por los grandes valores de esta vida, esos intereses que son también nuestros, que ellos nos dejaron en herencia en los cuales nos educaron. Oran en favor nuestro para que estos intereses, intenciones y valores, crezcan en nosotros y sean llevados a esa perfección que nos permitirá gozar, un día, el rostro de Dios con ellos y como ellos.

 

Quiero subrayar un modo de presencia de nuestros muertos. Ellos están presentes en todo tabernáculo y en todo altar en donde se celebra la Eucaristía (La Santa Misa). En la Eucaristía está Jesús Resucitado, está la fuerza de su Resurrección y, con Jesús Resucitado, están presentes todos los Santos, todos los que murieron en el Señor. Están presentes con su adoración y con su amor por Jesús, que es también amor por nosotros que estamos alrededor de la Eucaristía. Y están presentes, en particular, los que nos aman más, que nos son queridos y que con nosotros adoran a Jesús.

 

Claro que permanece un terrible velo entre el mundo visible y el invisible. Sin embargo, también es cierto que el amor es más fuerte que la muerte, y el amor de Cristo Resucitado llena el corazón y la vida de nuestros queridos difuntos. El mismo amor de caridad que está en nosotros, en ellos está en plenitud.

 

Y precisamente partiendo de esta plenitud de ellos, nos alcanzan y nosotros también nos unimos a ellos con nuestro amor y con nuestra oración. Por el contrario, no lo podremos alcanzar y correríamos el riesgo de abrazar un vano fantasma, fruto de excitación y de falsa credulidad, si pretendiéramos comunicarnos con ellos a través de medios extraordinarios que nada tienen que ver con la fe y que no se basan en la oración.

 

Ciertamente se puede comprender que, a veces, personas probadas ante el dolor por la pérdida repentina de una persona queridísima, traten de ponerse en contacto con ella. Pero para esto no sirven los medios supersticiosos. Tenemos en la fe, en la oración y en la Eucaristía, el medio, el lugar y el ambiente para una comunicación real de amor con los difuntos.

 

Cardenal Carlos María Martini,

Arzobispo de Milán, Italia

sábado, 14 de noviembre de 2020

Domingo XXXIII T. O.

 

                                                 Los talentos y el Evangelio

Leemos en este Evangelio que un hombre se ausentó y que dejó sus bienes a cargo de sus siervos a quien dio 5, 2 y 1 talento para que los negociaran. Veamos el sentido alegórico de esta parábola.

El hombre es el mismo Jesús que confía sus bienes a sus discípulos.

Sus bienes son sus palabras que da a quien a ellas se abran a la vida eterna. (Jn 6, 68). La cuestión es qué criterio tiene Jesús para confiar los bienes eternos de su Evangelio a sus discípulos. Bueno, según nuestra perspectiva pragmática, criterio ninguno. Fijémonos por ejemplo en Pedro; es un bocazas: "¡Aunque todos se escandalicen… yo no te negaré!" (Mt 26, 33-35). A la primera de cambio le negó tres veces. ¿Cuál fue la reacción de Jesús ante un hombre tan poco o nada de fiar? ¡Confiarle sus ovejas rescatadas al precio de su sangre! Le pidió que las apacentara (Jn 21, 15). Así hace con todos y todos somos tan poco de fiar como Pedro.

 ¿Qué podemos decir de Pablo? Soberbio hasta la médula, perseguidor y asesino de cristianos (Hch 26, 10-11). Jesús le llamó. Me pregunto cómo temblaría todo su cuerpo cuando escribió: "Se fió de mí, me hizo capaz y me confío su Evangelio" (1 Tm 1, 12).

 Entendemos ahora lo necio que fue el que enterró el talento. Representa a quien se desvive por mil cosas, incluso dentro de la Iglesia y no sabe para qué sirve el Evangelio, quizás una pieza más en su puzle "de perfeccionismo"… eso es enterrarlo, pasar de él. 

 P. Antonio Pavía

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