domingo, 31 de mayo de 2020

El Papa: “El Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad”





El Papa en su homilía en la Misa en la Solemnidad de Pentecostés, pide al Espíritu Santo, que nos libre de la parálisis del egoísmo y encienda en nosotros el deseo de servir, de hacer el bien. Porque como dijo, lo peor de esta crisis es desaprovecharla, encerrándonos en nosotros mismos. “Debemos ser constructores de unidad, para llegar a ser una sola familia”.

“«Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu», escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios». Diversidad-unidad: San Pablo insiste en juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo”.

Con estas palabras, el Papa Francisco explicó en la homilía, en la misa por la celebración de la Solemnidad de Pentecostés, que así como los apóstoles eran diversos entre ellos, sin embargo formaron “un solo pueblo: el pueblo de Dios, plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da armonía, porque el Espíritu, es armonía, dijo el Papa. El Espíritu es la unidad que reúne a la diversidad. Jesús no cambió a los apóstoles, no los uniformó, ni convirtió en ejemplares producidos en serie. Jesús dejó las diferencias que caracterizaban a cada uno de ellos: los pescadores, quien era gente sencilla, quien recaudador de impuestos.

Había dejado sus diferencias y, ahora, expresó Francisco, ungiéndolos con el Espíritu Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.

Alcanzar la unidad por el Espíritu Santo

Y hoy día, se preguntó el Santo Padre, nosotros en medio de nuestras diferencias: de opinión, de elección, de sensibilidad. El Papa nos pide que no caigamos en la tentación de querer defender a capa y espada las propias ideas, considerándolas válidas para todos, y en llevarnos  bien sólo con aquellos que piensan igual que nosotros. Esta es una fe, manifestó, construida a nuestra imagen y no es lo que el Espíritu quiere. La humanidad, dentro de las diferencias, alcanza la unidad por el Espíritu Santo, porque, como dijo Francisco, el Espíritu Santo nos recuerda que, ante todo, somos hijos amados de Dios.
“El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí, miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo”.

El secreto de la unidad: donarse

La mirada mundana, dijo el Pontífice, ve estructuras que hay que hacer más eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas irremplazables de su mosaico. El día de Pentecostés, en la primera obra de la Iglesia: el anuncio, los Apóstoles salen a proclamar el Evangelio, sin ninguna estrategia ni plan pastoral. Se lanzan, dijo el Papa, corriendo riesgos, poco preparados, salen con el solo deseo que les anima: dar lo que han recibido. Porque es ese el secreto de la unidad, y del Espíritu, donarse.

“Porque Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos, haciéndonos partícipes del mismo don. Es importante creer que Dios es don, que no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos: ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de que lo que somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos gustaría hacer de nuestra vida un don”.

Examinar nuestro corazón

El Papa pide a cada uno de nosotros, que examinemos que nos impide darnos al otro, si dentro de nosotros tenemos a los “tres enemigos del don”: el narcisismo, el victimismo y el pesimismo.

El narcisismo, que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. Y en esta pandemia que el mundo sufre, duele ver en la humanidad el narcisismo, gente que se preocupa de sus propias necesidades, que es indiferente a las de los demás, que  no admite las propias fragilidades y errores.
El victimismo, es peligroso, dijo Francisco. El victimista está siempre quejándose de los demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra mí!”.  Y al respecto, en el drama que vive actualmente la humanidad, que grave es el victimismo, exclamó el Papa, pensar que no hay nadie que nos entienda y sienta lo que vivimos. Y el pesimista que “arremete contra el mundo entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse? Es inútil”. Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes”.

El pesimista, es quien piensa que ya no hay esperanza, y hoy día dijo por último el Papa Francisco, nos encontramos ante una carestía de esperanza y necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del narcisismo, del victimismo y del pesimismo.

(vaticannews.va)

sábado, 30 de mayo de 2020

Domingo de Pentecostés.


Nos dice el Génesis que la serpiente era el animal más astuto. Diréis que qué tiene que ver esto con El Espíritu Santo; tiene que ver con el don de la Sabiduría. Satanás con su astucia instó a Adán y Eva tras otra sabiduría (Gn 3,1-6). Sembró y sigue sembrando en el hombre su astucia y éste, en su necedad, la llama sabiduría. El problema es que, por esta astucia, medramos con engaños, calumnias, murmuraciones, intrigas… etc. a costa de los demás; la siembra del mal está servida. Dios, compadecido de nuestra dependencia de esta astucia ponzoñosa, encarnó por medio de su Hijo su Sabiduría entre nosotros… Pablo llama a Jesús: Sabiduría del Padre (1Co 1,24). 

Ahora te toca a ti escoger entre la Sabiduría de Dios, se llama Evangelio de Jesús, o la Astucia satánica. La Sabiduría de Dios nos hace amigos suyos… y sobretodo... dejemos que la misma Escritura nos lo diga: "Considerando en mi corazón que se encuentra la inmortalidad en emparentar con la Sabiduría... busqué por todos los medios la manera de hacerme con ella" (Sb 8,17-18).





(Antonio Pavía) 
comunidadmariamadreapostoles.com


viernes, 29 de mayo de 2020

Cien años. Juan Pablo II: Magno súbito





Era un hombre eslavo, que venía de detrás de los telones más acerados, apoyado sobre un cayado que culminaba en la cruz de Cristo, se asomó al mundo entero en aquella mañana de octubre de 1978, cuando comenzaba su joven pontificado que llegaba desde su Polonia natal. Traía en la trastienda de su mirada tantos horrores vividos en su patria en la guerra y luego en la dictadura comunista, pero palpitaba en su corazón la esperanza que es más fuerte que la muerte y que la nada. Yo comenzaba la teología en el seminario cuando quedé desde entonces prendado de su grito de paz al escuchar aquellas sus primeras palabras que desde siempre me han acompañado: «¡No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo Él lo conoce!».

¿Cómo se llaman hoy nuestros miedos? Cuando nos movemos en una lenta e incierta carrera de normalización de nuestra vida tan confinada por las pandemias y tan asustada por la crisis económica y laboral que nos abruma, es un bálsamo en las heridas y temores, escuchar ese grito de paz que nace de un corazón lleno de la esperanza que no defrauda.

Estamos celebrando un centenario, porque se han cumplido los cien años del nacimiento de Karol Wojtyla, San Juan Pablo II. Y cuanto más tiempo pasa desde que se despidió de nosotros, más se agranda su estatura de grandeza humana y moral, su estatura magna de santidad cristiana. Podemos decir que no sólo fue alguien genial o un pensador sólido, ni únicamente nos asombra su profunda fe de vieja y cristiana raigambre, sino también su humanidad conmovedora, su solicitud ante las heridas de los hombres, su arrojo valiente en la denuncia de todo cuanto ofende a Dios y destruye a los hermanos, su amor a la Iglesia. Ahí está todo ese inmenso perfil, la grandeza de alma, el providencial regalo con el que Dios ha bendecido a la Iglesia de esta época, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Y, como acaba de recordar Benedicto XVI, él podrá pasar a la historia con el título que otros dos papas han gozado: magno. Al igual que la noche de su viaje al cielo el pueblo sencillo proclamaba con ese sentido de los fieles (sensus fidelium): Santo súbito (Santo pronto, enseguida), ahora decimos también Magno, súbito (Grande, enseguida). La Iglesia lo tomó en serio haciendo los deberes debidos para verificar si era cierto lo que el Pueblo de Dios ya había intuido. Poco a poco llegaron, primero la beatificación con Benedicto XVI, y luego la canonización con Francisco.

Fue una expresión preciosa en la homilía que pronunció el cardenal Ratzinger durante las exequias de Juan Pablo II, que hoy cobra un significado mayor en las fechas del centenario de su nacimiento: «Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendícenos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro». Esto es lo que pedimos que haga por cada uno de nosotros.

El Papa Francisco lo recordaba en la misa que ofició en la fecha del centenario, 18 mayo: las huellas que San Juan Pablo II nos ha dejado son su profunda vida de oración, su amor por la justicia y la cercanía a la gente. Tres muestras bellas de un gran pastor bueno, que Dios nos ha dado como regalo en esta época, en San Juan Pablo II, el Magno.

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo



jueves, 28 de mayo de 2020

…para que todos sean uno…

         Para cualquier proyecto humano la unidad de acción es vital, si se trabaja disgregados o sin unidad de criterio, tenemos todas las posibilidades del fracaso; mejor, no posibilidades, sino fracaso asegurado.

Jesús, en cuanto hombre, vino con su proyecto de salvación y a la hora de hacer balance antes de su vuelta al Padre, pide, ruega y le suplica por la unidad de los que le ha dado. La unidad es la única posibilidad de llevar a cabo su proyecto; es la argamasa que traba las piedras que formarán los muros que conjuntan su Iglesia; es la red que nos atrapa en su entorno y nos hace posible ser salvados en su seno. Por esto insiste tanto en el ruego a su Padre, porque de esa unidad depende la culminación y éxito de su plan: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy.

Pero esa unidad no es una unidad cualquiera es, nada más y nada menos, que la misma que tienen el Padre y el Hijo, es el amor que hay entrambos y que traspasan, infunden e inyectan en nosotros y que engendra una tercera cara amorosa. Tres caras iguales de la misma pirámide: Padre, Hijo y nosotros. Al menos esto parece  desprenderse de sus propias palabras: yo en ellos y tú en mí, luego… nos dignifica hasta endiosarnos, nos une al amor Trinitario.

Si verdaderamente estamos implicados en su plan, no queremos ver fracasar el proyecto divino y estamos dispuestos a seguir su plan salvífico, debemos ser coherentes, como él, en nuestro decir con nuestro obrar. Pongamos nuestros pies en sus huellas para no desviarnos y seguir su criterio de unidad: escuchemos a los que por cualquier motivo están sin voz social; démosle vista y guiemos a cuantos por los avatares de la vida han perdido la luz; démosle la mano, de la forma que sea, a los que en nuestro caminar nos encontremos caídos; démosles algo de nuestro tiempo a aquellos que nos lo demanden en nuestra sociedad; seamos responsables en la administración de nuestra economía; cuidemos nuestra lengua para no caer en la difamación; pongamos amor donde hay rencor u odio… Puesto que nos pide unidad y no uniformidad, estas solo son una lista de ideas, cada cual tendrá las suyas.

Pedro José Martínez Caparrós

JESÚS, FIEL CON SUS DISCÍPULOS


Nos preguntamos qué pensarían los Apóstoles cuando estuvieron frente a sus verdugos en su martirio pues todos menos Juan fueron ajusticiados por amor a Jesús y su Santo Evangelio. Lanzo esta pregunta porque años atrás estos mismos hombres huyeron como pudieron cuando Jesús fue condenado a muerte. A punto de morir estos hombres vieron cumplida en ellos la promesa que Jesús hizo en la Última Cena a Pedro y que alcanza a todos: "Ahora no puedes seguirme, me seguirás más tarde" (Jn 13,36).

Efectivamente, llenos del Espíritu Santo y desafiando todos los peligros dieron testimonio de Jesús y su Palabra porque.." no amaron tanto su vida que temieran la muerte" (Ap 12,11) Nos imaginamos a estos hombres "venciendo ya a la muerte" y rebosantes de gratitud a su Señor por haber cumplido en ellos su Promesa: " Me seguirás más tarde". Bien sabían ante sus enemigos que la vida que les quitaban era solo un paréntesis al lado de la Vida Eterna que ya tenían pues ya conocían al Padre… como les y nos había dicho Jesús: "Esta es la Vida Eterna, que te conozcan a ti Padre…" (Jn 17,3) Si gracias a Jesús, su Santo Evangelio ya conocían al Padre, por eso en su martirio pudieron cantar con el Salmista: ...Por todas las edades, cantaré tu fidelidad" (Sl 89,2).

P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com


miércoles, 27 de mayo de 2020

El Amor incomprendido


                 

                                          
 - Escucha, Dios te quiere.

- ¿A mí? Pero si me pasa de todo lo habido y por haber… porque vamos, es que voy de desgracia en desgracia, y eso de que “no hay mal que cien años dure”… pues no sé si serán cien, pero ¿qué si dura?, ni te cuento.

- ¿Y?

- ¡Cómo qué Y! pues que no digas que Dios me quiere porque yo no lo veo por ningún lado.

- ¿Ah no? El Padre quería infinito a su Hijo Jesús y que yo sepa Le torturaron y crucificaron “delante” de Él.

- Bueno pero yo no hablo de eso, hablo de lo que nos pasa a nosotros, los humanos.

-Ya, como que Jesús no era humano y no llamó a su Padre para que Le liberara del sufrimiento… No claro, Él era extraterrestre…

- No, tú no me entiendes.

- Perfectamente, quien no entiende el Amor de Dios eres tú que para ti significa te libre de toda desgracia. No amigo, ese no es el Amor de Dios, esos son milagros que nada tienen que ver con su Amor por ti -los milagros tienen trascendencia universal-.

- O sea, que los males… hasta los cien años no me libro.

-Exactamente. La vida es dolorosa, a veces tanto como la de Cristo y eso a Él le entristece enormemente, tanto que te Abre las puertas del cielo = Su Amor, además estará contigo en toda adversidad. .

- Ya, ya entiendo, mi pena aquí es buuuufff…

- Sí, pero si confías, Él te sostendrá de mil maneras.

- Es un alivio genial, pero buuuufff…

- ¡Pues lo de buuuufff es un chiste comparado con la eternidad!

Emma Díez Lobo

! SOLO JESUS AMA TANTO!



 Antes de dirigirse al Huerto de los Olivos donde Judas le va a traicionar, Jesús se abre confidencialmente al Padre poniendo de relieve las dos columnas de la fe adulta: El Amor a Dios, no nos sorprende, y al prójimo, a toda la humanidad representada por los apóstoles que reflejan la debilidad que a todos nos atañe. Debilidad que les impide amar al Señor hasta dar la vida por Él, como proclamaron sus sentimientos pero no posible para su corazón aún deshabitado de la Palabra. Jesús que les ama y nos ama como jamás nadie ha amado a nadie ruega al Padre que cuide de ellos ante el escándalo que supone su Pasión....escándalo...del aparente triunfo del mal que nos alcanza a todos (Mt 26,31)

Continúa Jesús orando con el Padre y le dice que les ha dejado como herencia el Evangelio recibido de El mismo. (Jn 14,24) Se y nos lo deja en herencia ante el Padre que actúa de Testigo y Notario..." Les he dado tu Palabra..." Con esta Sacrosanta herencia… solo con esta herencia acogida en el corazón es que podemos desplazar nuestra debilidad y llegar a ser Discípulos de Jesús. Sin ella, sin el Evangelio podremos ser unas buenas personas… pero nada más que eso...buenas personas, encomiable pero no sufriente para ser discípulos de Jesús.

P. Antonio Pavía
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martes, 26 de mayo de 2020

LÍNEA ASCENDENTE O DESCENDENTE.



En general la sociedad  mide a las personas según su rendimiento y eficacia y esto tiene su Talón de Aquiles. De hecho todo hombre por muy productivo que haya sido en su quehacer profesional, en el mundo empresarial e incluso en el ámbito de la política llegada una cierta edad o por otras causas su línea ascendente entra en declive... su eficacia no es la misma y poco a poco va siendo relegado hasta que llega un día en el que en medio de agradecimientos, homenajes y demás, se le da elegantemente el adiós. No es así ni mucho menos para aquellos que incluso inmersos en el mundo laboral se preocuparon de buscarse su tiempo para realizar en el mundo su misión como discípulos de Jesús.

Estos jamás conocerán el declive, la curva descendente en su vida. Efectivamente los discípulos de Jesús también en la ancianidad llena de la Sabiduría que da el Discipulado dan abundancia de frutos. Nos lo dice Dios por medio del salmista: "...Aún en la ancianidad seguirán dando fruto, se mantienen frescos y lozanos para anunciar que Dios es recto... (Sl 92,15-16) Son estos  frutos los que testifican que Dios no les ha mentido ni fallado...su línea vital siempre ascendente lo demuestra.

P. Antonio Pavía
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Buscarte



Desear encontrarte es ya estar en tu camino porque para querer buscarte uno se debe desprender de la arrogancia del saber y confiar en ti para caminar por lugares desconocidos donde Tú ciñes la cintura y abres las puertas para entrar.

Buscarte  implica cansancio de la vida vieja y anhelo de una vida nueva.

Buscarte es un riesgo, riesgo de perder la vida y osadía para ganar la tuya.

Buscarte es abrazar la incertidumbre, es salir de casa cada día a encontrarse en una cita donde ni siquiera tenemos la certeza de que acudirás.

Buscarte es ya amarte, anhelarte. Es haber construido en nuestra mente una vida contigo.

Buscarte es la renuncia de buscar otras cosas, es volver de un mundo donde hemos encontrado todo y hemos descubierto “nada”.

Buscarte es responder al instinto de respirar, de volar alto, de no conformarse con el suelo que uno pisa con sus pies.

Buscarte es la antesala, la preparación del encuentro.

Buscarte es ya pertenecerte, es haber sido embriagados por el perfume de nuestro Dios y no poder renunciar a perseguir ese aroma.

Buscarte es ya poseerte y en esa búsqueda ser ya parte de ti porque hemos sometido nuestra voluntad a la tuya y hemos elegido soltar amarras y salir…….salir a buscarte.

(Olga) 
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lunes, 25 de mayo de 2020

DAME SEÑOR " TUS " PALABRAS



Juan escribe en el Prólogo de su Evangelio que " En la Palabra de Dios estaba la Vida" Este anuncio ante tanto clamor de negativismo y desánimo que nos invade nos debería de llenar de esperanza. El Evangelio rebosa como dijo Pedro a Jesús de " Palabras de Vida Eterna " (Jn 6,68) por eso no debemos de leerlo como se lee un libro piadoso sino para encontrar en sus páginas la Vida. Jeremías comparte con nosotros a este respecto una experiencia testimonial que nos ilumina, conmueve y arrastra. Oigamosle conversando con Dios: "Cuando encontraba " tus" palabras las devoraba; eran para mí la alegría y el gozo de mi corazón…" (Jr 15,16).

El Evangelio no se lee de corrido como se lee el periódico sino en actitud de búsqueda esperando que Dios nos revele algo de su Misterio que navega oculto en sus palabras…a esto se refería Jeremías a decirnos " cuando encontraba " tus " palabras. Tenemos que leer el Evangelio como pobres de espíritu…con las manos del alma tendidas a Dios esperando su Alimento. Leer la Palabra con el espíritu del salmista: "Como la cierva sedienta...así mi alma te busca a ti mi Dios vivo"(Sl 42,2-3).

P.Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.


domingo, 24 de mayo de 2020

Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con firmeza...



Creo en Ti, Señor, pero ayúdame a creer con firmeza; espero en Ti, pero ayúdame a esperar sin desconfianza; te amo, Señor, pero ayúdame a demostrarte que te quiero; estoy arrepentido, pero ayúdame a no volver a ofenderte. 

Te adoro, Señor, porque eres mi creador y te anhelo porque eres mi fin; te alabo, porque no te cansas de hacerme el bien y me refugio en Ti, porque eres mi protector. 

Que tu sabiduría, Señor, me dirija y tu justicia me reprima; que tu misericordia me consuele y tu poder me defienda. 

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, ayúdame a pensar en Ti; te ofrezco mis palabras, ayúdame a hablar de Ti; te ofrezco mis obras, ayúdame a cumplir tu voluntad; te ofrezco mis penas, ayúdame a sufrir por Ti. 

Todo aquello que quieres Tú, Señor, lo quiero yo, precisamente porque lo quieres Tú, como Tú lo quieras y durante todo el tiempo que lo quieras. 

Te pido, Señor, que ilumines mi entendimiento, que fortalezcas mi voluntad, que purifiques mi corazón y santifiques mi espíritu. 

Hazme llorar, Señor, mis pecados, rechazar las tentaciones, vencer mis inclinaciones al mal y cultivar las virtudes. 

Dame tu gracia, Señor, para amarte y olvidarme de mí, para buscar el bien de mi prójimo sin tenerle miedo al mundo. 

Dame tu gracia para ser obediente con mis superiores, comprensivo con mis inferiores, solícito con mis amigos y generoso con mis enemigos. 

Ayúdame, Señor, a superar con austeridad el placer, con generosidad la avaricia, con amabilidad la ira, con fervor la tibieza. 

Que sepa yo tener prudencia, Señor, al aconsejar, valor en los peligros, paciencia en las dificultades, sencillez en los éxitos. 

Concédeme, Señor, atención al orar, sobriedad al comer, responsabilidad en mi trabajo y firmeza en mis propósitos. 

Ayúdame a conservar la pureza de alma, a ser modesto en mis actitudes, ejemplar en mi trato con el prójimo y verdaderamente cristiano en mi conducta. 

Concédeme tu ayuda para dominar mis instintos, para fomentar en mí tu vida de gracia, para cumplir tus mandamientos y obtener mi salvación. 

Enséñame, Señor, a comprender la pequeñez de lo terreno, la grandeza de lo divino, la brevedad de esta vida y la eternidad futura. 

Concédeme, Señor, una buena preparación para la muerte y un santo temor al juicio, para librarme del infierno y obtener tu gloria.  

Por Cristo nuestro Señor. Amén. 

(Papa Clemente XI - 1649 +1721) 






sábado, 23 de mayo de 2020

REFLEXIÓN AL EVANGELIO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR



Antes de abordar el texto de Mateo, veamos cómo describe Lucas la Ascensión de Jesús. Dice que mientras iba subiendo al Padre bendecía a sus discípulos. Tengamos en cuenta que etimológicamente bendecir en términos bíblicos significa decir  algo bueno sobre alguien… y Dios hace lo que dice (Ez 37,14). En este sentido, Jesús al subir al Padre está dejando a sus discípulos el Evangelio como herencia; el Evangelio que es la Plenitud de la Bendición sobre el hombre.

 Es la Bendición que alcanza nuestra alma llenándola de palabras de "Espíritu y Vida" (Jn 6,63). Quien las acoge y se hace con ellas está en disposición de relacionarse con Dios "de espíritu a Espíritu" inmensamente superior a  nuestra cercanía cara a cara. Con este don, con la Bendición de Jesús en todo su ser, los discípulos de Jesús recorren el mundo entero sabiendo que ofrecen a los hombres que así lo deseen las riquezas divinas: el Evangelio de la Fuerza y Sabiduría de Dios como diría el Apóstol Pablo (1Co 1,23-24). Todo esto es el  Evangelio de Jesús, la Bendición de todas las bendiciones. Y...el Evangelio es el cumplimiento de la promesa de Jesús a sus discípulos al subir al Padre: "Sabed que estoy con vosotros hasta el fin del mundo"

P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com


Catequesis

https://youtu.be/ZSpCCjNGikM

viernes, 22 de mayo de 2020

Casa encendida, donde somos esperados



Poco a poco, se restablece la vuelta al hogar donde encontramos la luz que disipa nuestras penumbras y el horizonte que dilata la frontera del desánimo. Volver a la iglesia está significando para tantos creyentes saber que Dios no sólo está “entre los pucheros”, como decía nuestra santa de Ávila, Santa Teresa, en medio de todos los vaivenes y encrucijadas que determinan nuestros pasos. Él está en ese espacio sagrado que es su casa entre nosotros, la de un Dios vecino que ha querido ser uno más sin ser uno cualquiera.

La historia de la humanidad representa el viaje de vuelta desde que salimos de aquella casa con forma de jardín, en el edén de la primera mañana. Aquella belleza y bondad, quedaron trucadas y truncadas por un pecado de origen cuando el hombre porfió al mismo Dios queriendo ser como Él, como colega que mercadea, en vez de hijo que agradece. Ante la belleza manchada y la bondad envilecida, Dios no se fue a otra galaxia para probar mejor suerte con otras criaturas debidas a sus manos creadoras, sino que se quedó con nosotros reconstruyendo nuestra historia.

Siglos y siglos de compañía, haciéndonos ver el sueño del inicio que se cambió en fatal pesadilla, rehaciendo lo que torpemente se había desbaratado con aquella triple ruptura de la que nos habla el libro del Génesis: Dios dejó de ser el amigo que cada tarde venía a hablar con el hombre y la mujer a la hora de la brisa, y hubo que esconderse de Él y taparse las vergüenzas cuando se perdió el pudor de la inocencia. Pero no sólo se rompió la relación con Dios, sino con el prójimo más próximo que se dio para salir de la nociva soledad solitaria: Adán y Eva dejaron de ser complementarios y empezaron a ser rivales alcahuetes de la mentira y del engaño. La tercera ruptura correspondió a la misma vida como tal, esa que el texto bíblico dibuja en términos de sudor en la frente del varón trabajador y en términos de dolor de la mujer en el parto de la vida. Tres rupturas que ponen fatiga e incertidumbre en la historia que a partir de ese momento se inaugura.

Dios no quiso abandonar a su criatura más querida y mejor creada: sólo ella se parecía a Él siendo su más cabal semejanza. Entonces comenzó una historia de regreso, una vuelta al hogar entrañable de una casa encendida. Así denominaba nuestro poeta Luis Rosales ese espacio particularmente querido y ensoñado: la casa encendida. Sí, encendida por una lumbre que acoge con la calidez de unas brasas para entrar en calor tras tantas intemperies; y encendida por una luz que alumbra sin deslumbrar nuestras andanzas de aquí para allá, yendo a ciegas y a oscuras.

Las iglesias que en estos días reabrimos, son ese espacio para la esperanza, esa casa encendida con su lumbre y su luz que más nos corresponden. Tal vez lo teníamos ahí sin valorar lo mucho que significaban, cuando sus campanarios se levantan en medio de nuestros pueblos y nuestros barrios. Cuando sus capillas nos adentran en el misterio de una Presencia dulce y discreta como un Sagrario. Cuando las imágenes de María y de nuestros Santos, nos recuerdan que hay una compañía que sostiene nuestros pasos, caminen por donde caminen, para ayudarnos a devolvernos de los caminos errados.

¡Cómo agradecemos volver a nuestras parroquias, y recuperar despacio el espacio que llena de lumbre y luz las penumbras que han sembrado de dolor nuestros días imponiéndonos la negrura de nuestra vulnerabilidad más desarmada! No somos dioses, por más que tantas veces nos lo hemos creído. Ha bastado una pandemia de este calibre, para recordarnos el barro del que fuimos hechos. Polvo seremos, más polvo enamorado, como decía nuestro agudo Quevedo. Con el equipaje más ligero hemos vuelto a la casa.


+ Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


jueves, 21 de mayo de 2020

A DOS PASOS


A dos pasos, solo a dos pasos estás mi Señor para liberarme de estas cadenas que me atan al pasado, solo dos pasos y me habrás soltado de estos grilletes que me hieren, haciéndole tanto daño…

Ayer…Ayer fue pasado, esta mañana… ya ha pasado y ahora cuando mis ojos parpadeen, en ese mismo instante, también eso se habrá tornado… pasado.

Pero solo hay dos pasos para soltar y fluir. Fluir como pluma que se eleva en la suave brisa de tu aliento, ligera y perfecta ante la mirada de tus vibrantes y ardientes ojos, más, en esos dos pasos ¡qué largo y cansado se me figura solo el hecho de pensarlo!, demasiado estrecho y angosto el camino para dar el primer paso, arrastrando conmigo el peso de mis pecados. Anclada…anclada estoy en este banco, miro mis pies y bajo ellos se ciernen agitadas aguas que tambalean mi corazón angustiado, siento el movimiento de mi pecho el aire que entra y sale despacio…despacio… todo está callado, y Tu al otro lado, pasas delante de mi esperando, pero…que es lo que me detiene, ¿qué es lo que me impide ir a refugiarme entre Tus brazos? Estas cadenas pesan tanto que mis ojos se pierden en el profundo abismo de un pozo silenciado…

Que he hecho mi Señor, ¿porque hago lo que no quiero?

Miro Tu cuerpo y me detengo en Tu hermoso cuerpo sobre Tu Altar Sagrado. Límpiame mi Señor, hazme renacer de nuevo como brote de hierba que crece liviana y fresca junto al arroyo de tus manos, borra mi culpa, limpia mi pecado, dame vida…la vida que sopla de tus labios…os lo ruego. Solo son dos pasos mi Señor, solo dos pasos... pero que agotada estoy de herirte tanto, que cansada estoy de esta carne de pecado.

¡Ay!  mi pecho como las olas en un mar en calma, se agita, aguardándote en lo secreto.

Me postré ante Ti donde Tú me aguardabas y Te oí decir: no temas, soy yo. Con el alma henchida de pena fuiste desprendiendo cada eslabón que me aprisionaba, despacio, muy despacio apartaste mis hombros de la carga y erguida pude dar el primer paso.

Ahora aquí estoy de nuevo mi Señor en este banco anclada, avergonzada. No ha pasado tanto tiempo… y de nuevo debajo se agitan aguas oscuras que hacen tambalear mis pies cansados, frente a un viento impetuoso que no me deja dar el primer paso y tú al otro lado aguardando vuelves a tenderme la mano… lo siento tanto… me aferro a ella con fuerza ¡no me sueltes que me hundo, mi Señor! Caigo y me levantan tus manos y te oigo decir: Soy Yo, no tengas miedo, SIEMPRE te estoy esperando. 

Y de repente se abrió ante mí tu tienda de luz, toda ella resplandecía nítida y serena, y por fin pude escuchar y decir: prendida esta mi alma, mi alma sobre tu pecho, como suave olor a incienso que se eleva hasta las puertas de Tu cielo.

(Loles)


ESPIRITUALIDAD DE LA PALABRA


Acostumbro nombrar, con cierta frecuencia,  la Espiritualidad de la Palabra y sobre ella escribo hoy. Sabemos que el Espíritu Santo desentraña la Vida que subyace en el interior de la Escritura, Vida que atraviesa  nuestra alma llenándola de Divinidad (1P 1,22-25). La Palabra así prendida en nuestro ser nos sitúa en Presencia de Dios  y contemplamos su esencia: El Gran Corazón volcado hacia nosotros y que "conoce a fondo nuestras angustias" (Sl 31,8) más aún " recoge en sus manos nuestras humillaciones y fracasos" ( 10,14).Jesús es el Gran Corazón de Dios Encarnado que compadecido de nuestras penas dice: " Venid a mí los que estáis agobiados y desanimados..."(Mt 11,28) Gran Corazón que se aprieta contra ti, si es que le dejas, en tus situaciones límite; que late en la Palabra sobretodo en el Evangelio infundiendo en sus entrañas su Espíritu. 

Los discípulos de Jesús se hacen con este Tesoro que no cabe ni en todas las cajas fuertes de todos los bancos del mundo y que Él se lo pone en bandeja. Oigamos lo que les dice: "…os anuncio que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros y no lo oyeron." (Lc 10,23-24) Esta es la riqueza insondable de la Espiritualidad de la Palabra.

P. Antonio Pavía
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