viernes, 31 de marzo de 2017

¡Qué horror!


No sé ni cómo empezar para describir a María… ¿Cómo pudo soportar tanto sufrimiento? 

 -“Una espada te atravesará el alma”. Poco dijo Simeón, poco… Pues fue atravesada a espada casi toda su vida intentando comprender a su Hijo. No podemos olvidar que la muerte de su esposo José, también le dejaría en una terrible soledad.  

Corría entre las gentes, subiendo el interminable camino hacia el Gólgota, a media distancia de su Hijo ¡Qué horror! Jesús con paso lento y tembloroso, callaba y le miraba en cada “descanso” de su s caídas… ¡Cuánta Sangre derramada tras Él fue pisoteada a los ojos de su Madre! (tal que ahora).

El tormento de María continuaría para ver mucha más atrocidad. ¿Qué fuerza le dio Dios? (las demás somos tan blandas que por todo “nos caemos”).

Cuando su Hijo Murió, la tortura vivida por ambos, terminó, pero aún le quedaría Su ausencia, su pasión por Él y cumplir lo que le dijo antes de morir: “Mujer he ahí a tu hijo y al discípulo Juan: He ahí a tu madre” (Madre de todos en nuestra salvación). 
     
¡Hosanna María cuando supiste de Su Resurrección! Divina recompensa al horror vivido.

Unos 15 años después y cargada de amor por Él y por la humanidad,  murió.

 Estaban aún oficiando su muerte en Getsemaní (Monte Sión), cuando Tomás que había llegado tarde,  pidió ver a su Madre Santísima. Al abrir el sepulcro, María no estaba, en su lugar encontraron flores hermosísimas. Su Hijo se la había llevado en cuerpo y alma.

Gracias María por aceptarnos como heredad de tu Hijo.  

 Emma Diez Lobo


jueves, 30 de marzo de 2017

Europa, ¡vuelve a encontrarte! ¡No olvides a los pobres!


La se­ma­na pa­sa­da ce­le­bra­mos el 60 aniver­sa­rio de los Tra­ta­dos de Roma, que sen­ta­ron las ba­ses de la Unión Eu­ro­pea tal como hoy la co­no­ce­mos. La reunión de los je­fes de Es­ta­do y de Go­bierno de los paí­ses miem­bros, ha­cien­do me­mo­ria y pro­yec­tan­do fu­tu­ro, fue un gran acon­te­ci­mien­to en el que tu­vie­ron un eco sig­ni­fi­ca­ti­vo las pa­la­bras que el Papa Fran­cis­co les di­ri­gió. Un men­sa­je fra­terno, lleno de amor y ver­dad, ani­mán­do­los a se­guir tra­ba­jan­do por la aco­gi­da y la in­clu­sión para ser fie­les a los idea­les con los que na­ció el pro­yec­to co­mún. Son pa­la­bras cla­ras y pre­ci­sas para ir di­rec­ta­men­te a lo que ha de ser Eu­ro­pa en este mo­men­to, y no caer en «la ten­ta­ción de re­du­cir los idea­les fun­da­cio­na­les de la Unión a las exi­gen­cias pro­duc­ti­vas, eco­nó­mi­cas y fi­nan­cie­ras», ni tam­po­co creer­nos que Eu­ro­pa sea «un con­jun­to de nor­mas que cum­plir o un ma­nual de pro­to­co­los y pro­ce­di­mien­tos que se­guir.». Fue muy be­lla la for­ma en la que dijo: Eu­ro­pa, ¡vuel­ve a en­con­trar­te!, ape­lan­do a las en­se­ñan­zas de aque­llos «pa­dres fun­da­do­res».

Es bueno re­cor­dar que la his­to­ria del con­ti­nen­te eu­ro­peo tie­ne una ca­rac­te­rís­ti­ca muy pre­ci­sa: el in­flu­jo vi­vi­fi­can­te del Evan­ge­lio, que fue un fac­tor pri­ma­rio de uni­dad en­tre los pue­blos y las cul­tu­ras, y un fac­tor de­ter­mi­nan­te de la pro­mo­ción in­te­gral del hom­bre y sus de­re­chos. De tal modo esto es así, que cuan­do Eu­ro­pa lo aban­do­na, flo­re­cen los egoís­mos que nos en­cie­rran y as­fi­xian, ol­vi­dán­do­nos de mi­rar más allá, y em­po­bre­cién­do­nos más y más. Eu­ro­pa acu­ñó va­lo­res fun­da­men­ta­les que die­ron al mun­do idea­les de­mo­crá­ti­cos y mues­tras cla­ras de de­fen­der siem­pre to­dos los de­re­chos hu­ma­nos. Aca­ba­mos con un va­lor ne­ce­sa­rio y fun­da­men­tal: la so­li­da­ri­dad. So­li­da­ri­dad que im­pli­ca de­fen­der to­dos los de­re­chos del hom­bre sin am­bi­güe­da­des, para man­te­ner la uni­dad y ayu­dar a to­dos los hom­bres, es­tén don­de es­tén.

Cuan­do ol­vi­da­mos la so­li­da­ri­dad, cae­mos en esos po­pu­lis­mos que nos di­vi­den, que crean mu­ros y de­rri­ban toda cla­se de puen­tes de co­mu­ni­ca­ción, y que im­pi­den, como de­cía el Papa Fran­cis­co a los je­fes de Es­ta­do y de Go­bierno, que se im­pul­sen po­lí­ti­cas «que ha­gan cre­cer a la Unión Eu­ro­pea en un desa­rro­llo ar­mó­ni­co, de modo que el que co­rre más de­pri­sa tien­da la mano al que va más des­pa­cio, y el que tie­ne di­fi­cul­tad se es­fuer­ce por al­can­zar al que está en ca­be­za». Si algo es ne­ce­sa­rio hoy para la hu­ma­ni­dad, es re­cu­pe­rar con fi­de­li­dad crea­ti­va los va­lo­res fun­da­men­ta­les, aque­llos que vuel­van a po­ner al ser hu­mano en el cen­tro. De tal ma­ne­ra que la afir­ma­ción de la dig­ni­dad tras­cen­den­te de la per­so­na hu­ma­na, la ra­zón, la li­ber­tad, la de­mo­cra­cia, el Es­ta­do de De­re­cho y la dis­tin­ción en­tre po­lí­ti­ca y re­li­gión sean ele­men­tos esen­cia­les que sus­ten­ten nues­tra con­vi­ven­cia, y mos­tre­mos que ser aco­ge­do­res y maes­tros de aco­gi­da es lo que en­se­ña e ilu­mi­na a los pue­blos en la ne­ce­sa­ria ta­rea de cons­truir la fa­mi­lia hu­ma­na.

Nun­ca ol­vi­de­mos a los po­bres, a los ne­ce­si­ta­dos, a los re­fu­gia­dos de hoy que no tie­nen al­ter­na­ti­va. La so­li­da­ri­dad es ver­da­de­ra cuan­do nace de la ca­pa­ci­dad de abrir­nos a los de­más. Es­te­mos aten­tos al pe­li­gro que en­gen­dra la fal­ta de so­li­da­ri­dad ha­cia los hom­bres, mu­je­res, an­cia­nos y ni­ños que hu­yen de la gue­rra, del ham­bre, de la per­se­cu­ción, de no te­ner un ho­ri­zon­te de fu­tu­ro. ¿Por qué no se­guir ha­cien­do hoy no­so­tros lo que en su mo­men­to hizo Eu­ro­pa, lle­van­do a to­dos los pue­blos de la tie­rra va­lo­res esen­cia­les? La gra­ve cri­sis mi­gra­to­ria no pue­de ges­tio­nar­se so­la­men­te como si fue­ra un pro­ble­ma nu­mé­ri­co, eco­nó­mi­co, cul­tu­ral, de se­gu­ri­dad o de pér­di­da de idea­les. Es ur­gen­te la reorien­ta­ción de la coope­ra­ción in­ter­na­cio­nal, con vis­tas a una nue­va cul­tu­ra de la so­li­da­ri­dad. Como sub­ra­ya­ba el Papa san Juan Pa­blo II, «de­cir Eu­ro­pa debe ex­pre­sar aper­tu­ra. Lo exi­ge su pro­pia his­to­ria, a pe­sar de no es­tar exen­ta de ex­pe­rien­cias y sig­nos opues­tos. Eu­ro­pa no es un te­rri­to­rio ce­rra­do o ais­la­do; se ha cons­trui­do yen­do, más allá de los ma­res, al en­cuen­tro de otros pue­blos, otras cul­tu­ras y otras ci­vi­li­za­cio­nes». Abier­tos y aco­ge­do­res. No po­de­mos de­sen­ten­der­nos de los po­bres de este mun­do. ¿Por qué no aco­me­ter ini­cia­ti­vas au­da­ces ofre­cien­do a los más po­bres la cons­truc­ción de un mun­do más jus­to y fra­terno?

Quie­ro re­cor­dar a dos per­so­nas muy di­fe­ren­tes, y en po­si­cio­nes exis­ten­cia­les muy dis­tin­tas: Jac­ques Ma­ri­tain, au­tor de Hu­ma­nis­mo in­te­gral, quien en Cris­tia­nis­mo y de­mo­cra­cia (1944) abor­da­ba el fra­ca­so de las de­mo­cra­cias y con este la cri­sis de la ci­vi­li­za­ción eu­ro­pea, in­ci­dien­do en que «la cau­sa prin­ci­pal es de or­den es­pi­ri­tual; re­si­de en la con­tra­dic­ción in­ter­na y en el ma­len­ten­di­do trá­gi­co del cual, en Eu­ro­pa so­bre todo, han sido víc­ti­mas las de­mo­cra­cias mo­der­nas. En su prin­ci­pio esen­cial esta for­ma y este ideal de vida co­mún que se lla­ma de­mo­cra­cia, vie­ne de la ins­pi­ra­ción evan­gé­li­ca y no pue­de sub­sis­tir sin ella». Y a Al­bert Ca­mus, que en ar­tícu­los como «Ha­cia el diá­lo­go» (1946) de­nun­ció el mie­do y el si­len­cio: «Lo que hay que de­fen­der es el diá­lo­go y la co­mu­ni­ca­ción uni­ver­sal en­tre los hom­bres. La ser­vi­dum­bre, la in­jus­ti­cia, la men­ti­ra, son los fla­ge­los que aca­ban con esta co­mu­ni­ca­ción e im­pi­den el diá­lo­go. […] Pero se pue­de pre­ten­der lu­char en la his­to­ria para pre­ser­var esa par­te del hom­bre que no le per­te­ne­ce».

¿Qué de­be­mos ha­cer los cris­tia­nos para que Eu­ro­pa se en­cuen­tre, sal­ga de sí y sea ella mis­ma?

1. Ser una Igle­sia en el mun­do, y no fren­te al mun­do: te­ne­mos que ser no unos cris­tia­nos que­jum­bro­sos, sino unos cris­tia­nos que to­me­mos la de­ter­mi­na­ción cla­ra y pre­ci­sa de anun­ciar el amor de Dios en los que más lo ne­ce­si­tan, los po­bres. El fu­tu­ro se jue­ga en mos­trar la mi­se­ri­cor­dia de Dios con el len­gua­je de la mi­se­ri­cor­dia. Lo pri­me­ro son las per­so­nas, por eso lo pri­me­ro es mi­rar el ros­tro del otro.

2. Abrir­nos a las nue­vas opor­tu­ni­da­des, para que los hom­bres vuel­van su mi­ra­da a Je­su­cris­to: es­ta­mos en una nue­va épo­ca. Como de­cía Mou­nier, «el acon­te­ci­mien­to será tu maes­tro in­te­rior». Por eso, mi­re­mos lo que acon­te­ce en to­dos los ór­de­nes de la vida del ser hu­mano. Re­cor­de­mos aque­lla pre­gun­ta que ha­cía el Papa Fran­cis­co en el co­mien­zo del Sí­no­do de la Fa­mi­lia de 2014, cuan­do plan­tea­ba la si­tua­ción de los jó­ve­nes que pre­fie­ren con­vi­vir a ca­sar­se: «¿Qué debe ha­cer la Igle­sia: ex­pul­sar­los de su seno o, por el con­tra­rio, acer­car­se a ellos?». Y a esto res­pon­de la Amo­ris lae­ti­tia. El mun­do cam­bia, y he­mos de ver, es­cu­char e in­ter­pre­tar con los ojos, el co­ra­zón y el pen­sa­mien­to del Se­ñor nue­vas lla­ma­das y nue­vas opor­tu­ni­da­des para acer­car­nos a los hom­bres y en­tre­gar­les el ros­tro de Cris­to de pri­me­ra mano.

3. Vi­vir y sa­lir des­de un en­cuen­tro ra­di­cal con Je­su­cris­to: con una vi­ven­cia de Je­su­cris­to tan fuer­te que ha­ga­mos vi­vir la ex­pe­rien­cia de Emaús a quie­nes nos en­con­tre­mos. De­je­mos que nos vi­si­te y en­tre Je­sús en nues­tra vida, e in­cor­po­re­mos su mi­ra­da, sus pre­fe­ren­cias y sus prio­ri­da­des. Ten­ga­mos una vida con­tem­pla­ti­va para ver y es­cu­char la reali­dad, la que tuvo Je­sús en el ca­mino de Emaús. Quie­nes iban a su lado no lo re­co­no­cie­ron, pero sin­tie­ron los efec­tos de su pre­sen­cia y por eso le di­je­ron: «Qué­da­te con no­so­tros que atar­de­ce».
Con gran afec­to, os ben­di­ce,

+Car­los Card. Oso­ro Sie­rra,
Ar­zo­bis­po de Ma­drid


miércoles, 29 de marzo de 2017

La alegría en el sufrimiento



Exis­te un mis­te­rio­so víncu­lo en­tre el gozo y el do­lor, aun­que des­de el pun­to de vis­ta hu­mano pa­rez­can dos con­cep­tos an­ta­gó­ni­cos. Sin em­bar­go, des­de la fe en un Dios, que mues­tra su amor a la hu­ma­ni­dad, per­mi­tien­do que el pro­pio Hijo se en­car­nar­se y mu­rie­se en la cruz (cf. Jn 3,16), esa apa­ren­te in­com­pa­ti­bi­li­dad ha cam­bia­do: “vues­tra tris­te­za se con­ver­ti­rá en gozo” (Jn 16,20). Por­que en el Mis­te­rio Pas­cual de Cris­to, se re­ve­la cómo el amor di­vino es la úni­ca fuer­za que nos hace pa­sar de la tris­te­za de la pa­sión a la ale­gría de la re­su­rrec­ción. Por eso dirá san Agus­tín: “quién ama no su­fre de nin­gún modo el su­fri­mien­to, o si su­fre se lle­ga a amar al mis­mo su­fri­mien­to”. No es­ta­mos ante nin­gún ma­so­quis­mo, sino fren­te a un cam­bio de sen­ti­do to­tal: el amor a Dios es la cla­ve para su­perar y ven­cer el enig­ma del do­lor y vi­vir la ale­gría del alma.

Los cris­tia­nos pa­sa­mos por los tran­ces más amar­gos de la vida, como cual­quier per­so­na. La fe no los im­pi­de, ni los anu­la, sino que por el ím­pe­tu que pro­du­ce el amor a Cris­to, se pue­de lle­gar a trans­for­mar en gozo, los ma­yo­res su­fri­mien­tos per­so­na­les o co­lec­ti­vos. Esto es lo que ve­mos en los tes­ti­mo­nios de los már­ti­res de los to­dos los si­glos, en el ejem­plo de tan­tos cris­tia­nos pro­ba­dos con lar­gas en­fer­me­da­des, los que su­fren la ex­tre­ma po­bre­za y los que vi­ven en de­sola­ción es­pi­ri­tual o cor­po­ral. Ellos, no han per­di­do la son­ri­sa de sus ros­tros y la se­gu­ri­dad en la jus­ti­cia di­vi­na.

 ¿Cómo se lle­ga a ello? Ma­du­ran­do en la fe cada día. Así, aque­llos que es­tán co­men­zan­do lle­va­rán el do­lor con pa­cien­te su­mi­sión; para los que van pro­gre­san­do en la con­fian­za en el Se­ñor, car­ga­rán con las con­tra­rie­da­des co­ti­dia­nas de bue­na gana; pero aque­llos que es­tán con­su­mi­dos en el amor a Dios, abra­za­rán con ar­dor lo que les ven­ga, por­que han apren­di­do que todo su­ce­de para el bien de los ele­gi­dos de Dios (cf. Rm  8,28). Si no, qué otro sen­ti­do pue­den te­ner sus pro­pias pa­la­bras: “Bie­na­ven­tu­ra­dos se­réis cuan­do os in­sul­ten y per­si­gan….ale­graos y re­go­ci­jaos, por­que gran­de será en los cie­los vues­tra re­com­pen­sa” (Mt 5,11-12).

+ Juan del Río
Ar­zo­bis­po Cas­tren­se


martes, 28 de marzo de 2017

El temido color púrpura



                                                                             

Éste color me aterra pero bendigo. Es el color del sufrimiento, de la tortura en el rostro de Cristo y el color de su túnica por la Vía Dolorosa, pero aún así, bendigo ése color de nuestra salvación.

Señor, no puedo imaginarte cayendo destrozado una y tres veces, con tu espalda descarnada y oculta tras la túnica púrpura. Tu mirada triste, una sed espantosa y un corazón al borde del colapso.  Pero más y peor sufrimiento Te esperarían…

Recuerdo cuando fui por donde Tú pisaste; una cuesta de cientos de metros agónicos y ansiedad  insoportables. Es difícil de explicar si no se ha revivido in situ la escena. La angustia te quebranta y la pena te inunda. 

No hiciste más que el bien salvando a muchos de una “muerte” segura; dando alegría a familias y VIDA eterna a todo aquél que quiso ESCUCHAR LAS PALABRAS DE TU PADRE.

Y todo cuanto hiciste, terminaría con tres clavos que atravesaron Tu Cuerpo casi sin vida… No puedo por menos ver tantos pecados convertidos en dolor. Cada célula de tu Sangre, una ofensa, una piedra contra el Paraíso que nos ofreciste a cambio del infierno.
  
Me alegro en el alma de ser Católica, de seguir Tu camino y aunque soy una completa miserable, te prometo, Contigo, mejorar mi alma. Tu valor y fuerza demostrados en el Calvario, me fortalecen el corazón.   

Después de todo, el color del sufrimiento, el temido color púrpura, dio lugar a la resplandeciente luz de la Vida.

Gracias infinitas, Dios.    
    
 Emma Diez Lobo


lunes, 27 de marzo de 2017

«Gracias a los abuelos»

    
Este es el cuen­to: Érase una vez un rey muy cruel que de­ci­dió des­te­rrar a to­dos los an­cia­nos de su reino y en­viar­los a vi­vir a un país re­mo­to. Así se lo dijo a sus sol­da­dos: “Lle­váos­los le­jos de aquí. No sir­ven para nada. Solo co­men y duer­men, pero no tra­ba­jan”.
 Todos los sol­da­dos si­guie­ron sus ins­truc­cio­nes, ex­cep­to uno de ellos, lla­ma­do Ja­nos, que ama­ba mu­cho a su pa­dre. De modo que le acon­di­cio­nó una ha­bi­ta­ción se­cre­ta en su casa, don­de lo man­te­nía ocul­to y le pro­di­ga­ba to­dos los cui­da­dos ne­ce­sa­rios. 

Pa­sa­ron los me­ses y una gran se­quía aso­ló el reino. Los ríos y los la­gos se que­da­ron sin agua, los ár­bo­les sin fru­to y los gra­ne­ros se va­cia­ron en cues­tión de días. Preo­cu­pa­do por el ries­go de ham­bru­na, el rey lla­mó a los sol­da­dos: “Os or­deno que en­con­tréis tri­go para ali­men­tar al pue­blo. De lo con­tra­rio, os en­ce­rra­ré a to­dos en un ca­la­bo­zo”. Los sol­da­dos sa­lie­ron muy tris­tes, pues en reali­dad no ha­bía for­ma de cum­plir ese man­da­to. Ja­nos lle­gó ca­biz­ba­jo a su casa y fue di­rec­ta­men­te a la ha­bi­ta­ción don­de su pa­dre per­ma­ne­cía ocul­to. “¿Qué te pasa, hijo?”, pre­gun­tó el an­ciano. Ja­nos le ex­pli­có en de­ta­lle la gra­ve si­tua­ción en que se ha­lla­ba. No te preo­cu­pes, ten­go la so­lu­ción para vo­so­tros”, lo tran­qui­li­zó el pa­dre. “Cuan­do tra­ba­ja­ba como la­bra­dor, hace mu­chos años, me lla­ma­ba la aten­ción ob­ser­var a las hor­mi­gas que lle­va­ban cien­tos de gra­nos de tri­go a sus hor­mi­gue­ros. 

Di­les a tus com­pa­ñe­ros que abran to­dos los que en­cuen­tren en el cam­po por­que es­ta­rán lle­nos”. Sin re­ve­lar de dón­de ha­bía sa­ca­do la idea, Ja­nos fue con los de­más sol­da­dos en bus­ca de los hor­mi­gue­ros. A to­dos les ale­gró mu­cho en­con­trar gran­des de­pó­si­tos de tri­go y lle­nar va­rios cos­ta­les. Al día si­guien­te los pre­sen­ta­ron al rey. Este se sor­pren­dió al en­te­rar­se de la in­ge­nio­sa ma­ne­ra en que los ha­bían con­se­gui­do. “¿Cómo se os ocu­rrió?”, les pre­gun­tó. “Fue idea de Ja­nos”, con­tes­ta­ron. “Ex­plí­ca­me tú, en­ton­ces”, or­de­nó el rey.“ Ma­jes­tad, temo ha­cer­lo pues sé que me cas­ti­ga­rá”. “Dí­me­lo y no te pa­sa­rá nada malo”, pro­me­tió el rey lleno de cu­rio­si­dad. Ja­nos le con­tó que su pa­dre an­ciano, a quien man­te­nía ocul­to en su casa, le ha­bía dado el con­se­jo. 

El rey que­dó en si­len­cio por un lar­go rato y lue­go tomó la pa­la­bra: “Aho­ra me doy cuen­ta de que fui muy tor­pe al des­te­rrar a los an­cia­nos de este reino. Los co­no­ci­mien­tos que han acu­mu­la­do en su vida son una va­lio­sa fuen­te de sa­bi­du­ría”. De in­me­dia­to or­de­nó que los an­cia­nos des­te­rra­dos re­gre­sa­ran a la ciu­dad, y así ocu­rrió. Cuan­do pasó la se­quía, to­dos los ha­bi­tan­tes re­cor­da­ron que uno de ellos los ha­bía sal­va­do de mo­rir de ham­bre. Que­ri­dos an­cia­nos: gra­cias por lo que sois y lo que ha­béis sido. Gra­cias por vues­tra gran ex­pe­rien­cia, que nos trans­mi­tís en tan­tos y tan­tos con­se­jos. Los pe­que­ños, vues­tros nie­tos, os es­cu­chan con mu­cho agra­do. Oja­lá que to­dos se­pa­mos te­ner en cuen­ta vues­tras en­se­ñan­zas. Se­gu­ro que si lo hi­cié­se­mos más a me­nu­do no nos equi­vo­ca­ría­mos tan­to.

Que Dios os ben­di­ga y os dé su paz.

+ Juan José Ome­lla Ome­lla
Ar­zo­bis­po de Bar­ce­lo­na


domingo, 26 de marzo de 2017

Los caballos del Apocalipsis en España





Esta tierra se convirtió en terreno de conquista de los caballos del Apocalipsis: el caballo rojo, que trajo la guerra; el caballo negro, del hambre y la destrucción y el caballo verde, portador de muerte y exterminio… parecía que el reino del Anticristo se había adueñado de vuestra tierra bendita… en estos años todas las diócesis hicieron su contribución martirial. Nos incumbe el deber de la memoria de este patrimonio incomparable" (Cardenal Amato).

La gozosa celebración de beatificación de José Álvarez-Benavides y de la Torre y 114 compañeros mártires, contó con la presencia del Cardenal Ángelo Amato como Legado Papal para dicha celebración; y, finalmente, con la asistencia de otros dos cardenales: el presidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Ricardo Blázquez y el Emérito de Sevilla, monseñor Carlos Amigo.

Junto al Nuncio Apostólico, monseñor Renzo Fratini, los Arzobispos de Granada, de Sevilla, de Mérida-Badajoz, el Arzobispo Castrense, y el Emérito de Burgos... además de una docena de Obispos entre los que destacaba por su labor al frente de la Pastoral Gitana, monseñor Xavier Novell, obispo de Solsona.
Más de un centenar de sacerdotes concelebrando. Religiosas y religiosos y casi 6.000 fieles que llenaron el Palacio de Exposiciones y Congresos de Aguadulce (Almería)...

Excelente la actuación de la Orquesta y Coro Musicalma de Linares (Jaén), que junto a la Escolanía de la Catedral de Jaén interpretaron los cantos de la celebración.

Intensísimo, como siempre, el momento de la proclamación de los nuevos beatos con la lectura de la Carta Apostólica y emocionante la procesión de las reliquias que se colocaron en el Altar, momento después de que se mostrará el cuadro con los nuevos Beatos Mártires de Almería.

De nuevo, muchísimas felicidades por el excelente trabajo desarrollado por la diócesis de Almería; de cuyos frutos ayer pudimos beneficiarnos todos.

La homilía

Nuevamente el Cardenal Ángelo Amato ha vinculado la presencia del Mal al exterminio que la Iglesia Católica padeció en la España de los años treinta, durante los días de la persecución religiosa. Esta vez la imagen usada por el Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos ha sido la de los caballos del Apocalipsis.


"Hermanos y hermanas:

Álvarez-Benavides y de la Torre era el decano de la Catedral de Almería, fue martirizado con otros 114 compañeros, durante el período trágico de los años 1936-1938, cuando en España se desató contra la Iglesia, sus ministros y sus fieles la gran persecución que costó la vida a miles de personas, hombres y mujeres, laicos y consagrados, matados sólo porque eran católicos. 

En aquel periodo doloroso España, tierra de santos, de teólogos, de misioneros, de fundadores de grandes órdenes religiosas se convirtió repentinamente en terreno de conquista de los tres funestos caballos del Apocalipsis: el caballo rojo de fuego que sembraba la guerra en la tierra; el caballo negro, que traía hambre y destrucción; el caballo verde, que llevaba la muerte, que exterminaba la humanidad con su guadaña fatal. En aquel periodo parecía que el reino del Anticristo se hubiera adueñado de vuestra tierra bendita. Todas las diócesis hicieron su contribución martirial...

Nos incumbe el deber de la memoria, para no descuidar este patrimonio incomparable... [estos nuevos 115 mártires] fieles a las promesas bautismales han perseverado firmes en la fe y han recibido la corona de la gloria".

Tras hablar de los lugares martiriales en los que fueron asesinados, como estaciones de un Vía Crucis de pasión, semejante al de Jesús: en el pozo de Cantavieja... en el Barranco del Chisme... en el Pozo de la Lagarta... en el cementerio de Berja (Almería) o en el cementerio de Almería…


Luego citó especialmente a cuatro de los nuevos beatos:

José Álvarez-Benavides y de la Torre, deán de la Catedral de Almería que murió fusilado por no renegar de su fe.

Luis Belda y Soriano de Montoya, laico miembro de la Asociación Católica de Propagandistas.

Emilia Fernández «La Canastera de Tíjola», la primera beata gitana que murió por no querer revelar el nombre de quién le enseñó a rezar el rosario, y
Carmen Godoy Calvache, violada y golpeada antes de ser ahogada en el puerto. Era miembro de la Acción Católica.

"Los procesos sumarios, cuando se hicieron, se concluían fatalmente con condenas a muerte. En aquella larga Cuaresma de Pasión, en el Calvario español, no había solo tres cruces sino miles y miles de crucificados diseminados por todo el país".

El Cardenal Amato instó a los que le escuchábamos a seguir el ejemplo de los mártires y perseverar en la fe porque Jesús siempre estará con nosotros hasta el fin del mundo.

(Texto tomado de Religión en Libertad, firmado por Jorge López Teulón)

Aquí pueden escuchar la homilía completa:


https://youtu.be/vEgPSo3OR2o

sábado, 25 de marzo de 2017

IV Domingo de Cuaresma



cristo, luz del mundo, cura nuestras cegueras.

El hombre necesita luz y ojos sanos para ver y caminar por el camino correcto. En estos domingos pasados el énfasis de la palabra de Dios estaba en la necesidad de conocer el don de Dios. Este domingo la palabra de Dios invita a reflexionar sobre la acogida a la revelación de Jesús. El Hijo de Dios, su Palabra, se ha hecho hombre para darnos a conocer al Padre, su amor y su designio salvador en lenguaje humano. Pero la acogida es muy desigual: hay quien la acoge plenamente, quien la acoge a medias y quienes la rechazan en distintas medidas.

        La segunda lectura invita a todos a despertar y acercarse a Cristo para ser iluminados por él; por su parte, el Evangelio invita a asumir la postura del ciego de nacimiento, que reconoce su situación y recupera la vista en el “baño del Enviado” (alusión al bautismo), y a rechazar la actitud del fariseo, que realmente está espiritualmente ciego, pero no lo reconoce y persevera en su ceguera sin recibir la luz de Cristo.

        Realmente el hombre se abre o se cierra a una enseñanza con un juicio que realiza la cabeza bajo en control del corazón, que juega un papel determinante. Según los valores o antivalores que dominen en el corazón, así reaccionará la inteligencia; cuando en el corazón dominan valores acordes con el Evangelio, la razón asimilará la enseñanza de Jesús en mayor o menor medida, cuando prevalecen antivalores evangélicos, la mente rechazará la enseñanza.

        Los evangelios recuerdan algunos de los antivalores que determinan la postura farisea y que impiden aceptar la revelación de Jesús. (Recuérdese que, cuando los evangelios hablan de los fariseos, no piensan en aquellos hombres que se opusieron a Jesús, pues éstos no leerían estas obras, sino a los fariseos de todos los tiempos, ya que el fariseísmo es una deformación religiosa propia de toda religión que exige compromiso) Algunos son generales, como no amar a Dios sino a sí mismos, no buscar la gloria de Dios sino la propia (cf. Jn 5,37-38.41-43), no buscar sinceramente la verdad ni la libertad (cf. Jn 8,31ss), otras son más concretas, como el dogmatismo propio del que se cree poseedor de la verdad absoluta, que identifican con su punto de vista (Mc 2,1-12), el puritanismo propio del que no se reconoce pecador (Mc 2,17), el legalismo (Mc 2,23-3,5)…

Jesús invita a los fariseos de todos los tiempos a reconocer su ceguera y ver para tener vida. La invitación se extiende a todos los hombres de buena voluntad, incluso no creyentes, para que con sinceridad se abran a la búsqueda de la verdad, pues llegar a la verdad es el camino para aceptar la Verdad. Por ello Jesús reprendió a los discípulos que querían impedir la actuación de los que “no eran de los nuestros”, pues todo el que no esté contra nosotros, está con nosotros (Mc 9,39-40) 

        La Eucaristía exige una postura sincera, pues es celebración de la entrega sincera que nos hace el Padre de Jesús.


 D. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 24 de marzo de 2017

El testimonio del Bautista



Al día siguiente, al ver Juan a Jesús, que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo”. Yo no lo conocía; pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu que bajaba del Cielo como una paloma y se posó sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre Él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. (Jn 1, 29-34)

Comienza Juan Bautista con un: “Al día siguiente…”. Ese día anterior, era el día en que fue interpelado Juan por los fariseos para saber exactamente su personalidad y en nombre de quién bautizaba. Juan es un hombre honesto que solo declara lo que el Espíritu le ha revelado: no es el Cristo esperado y profetizado como Mesías en los Libros sagrados, no es ni tiene el espíritu de Elías, y no se considera profeta.

Llama la atención que declara no conocerlo, siendo así que Jesús es su primo, pero este término no se aclara en ningún punto; tampoco es relevante, dado que el término “conocer” en la terminología bíblica refiere más bien a un “conocer” en sentido  casi “esponsal”, de forma tan entrañable como pudiera ser entendido entre esposos; recordemos las palabras de María de Nazaret: “… ¿Cómo ser eso pues no conozco varón…? Es decir, no he mantenido relaciones con ningún hombre.

Por tanto, es claro que Juan Y Jesús no se conocen en ese sentido, que no tiene en este caso, que ser el explicado. Y Juan explica que su bautizo de agua es para dar testimonio de Jesús como el Mesías prometido; de hecho habla de “alguien” que le envió a bautizar con agua.

Es estremecedor este término: Juan revela que ha habido “Alguien” que le envió;  y ese “personaje”, le envió con una misión muy concreta: dar testimonio de que el bautismo de Jesús es Bautismo de Gracia, es auténtico Bautismo de Espíritu Santo. Y le nombra, a Jesús, como el único Hijo de Dios. Por eso dice: éste es el Hijo de Dios. De donde se deduce que es Dios mismo ese “Personaje” que le ha enviado. Es el mismo Padre celestial quien le ha encomendado ser testigo ante el mundo de su época – y por ende – de las generaciones futuras, de la Divinidad de Jesucristo, Hijo único del Padre, el Mesías esperado, el Cristo.
Y es más: es el cordero que quita el pecado del mundo. “Qui tollis peccata mundi…”, decíamos antes cuando la Misa se celebraba en latín. Y este verbo “tollis tolere”, tiene una fuerza de traducción aún mayor que “quitar” el pecado del mundo. Es un verbo que significa: “arrancar” el pecado del mundo. Nuestro pecado va a ser “arrancado” del pensamiento de Cristo, que es mucho más que quitado o limpiado. Dios clava en la Cruz gloriosa nuestros pecados, ofreciéndose como Víctima ante el Padre por ellos, de forma que ya no los guarda en su “memoria”.

La palabra “cordero” empleada por Juan es la traducción de la palabra hebrea “siervo”. Y aquí Juan Evangelista refiere al “Siervo de Yahvé, que es Jesucristo, anunciado por el profeta Isaías, cuando dice: “…He aquí a mi Siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi Espíritu sobre Él, dictará Ley a las naciones. No vociferará, ni alzará el tono, y no hará oír en la calle su Voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará…” (Is 42, 1-3)

Más tarde, en el Bautismo de Jesús, se oye la Voz del Padre: “…Este es mi Hijo amado, ¡escuchadle!...” (Mt 17,5)

Vemos, pues, que el testimonio de Juan Bautista, ya se apoyaba no sólo en el episodio del Éxodo capítulo 12 que nos habla de la sangre del Cordero que ahuyentará al Ángel de Yahvé el día del exterminio sobre los israelitas, sino también en el Canto del Siervo de Yahvé, de Isaías, que será refrendado por Juan, y de forma mucho más clara y terminante por el testimonio del Padre en el episodio del Bautismo de Jesús y en la Transfiguración del Señor.

¡Es hermosa nuestra fe! Recordemos a Jeremías: “…cuando encontraba palabras tuyas las devoraba, eran para mí un gozo y alegría de mi corazón, porque se me llamaba por tu Nombre. Yahvé Sebaot…” (Jer 15,16)

 Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades Moreno

jueves, 23 de marzo de 2017

Amar la vida, defenderla y cuidarla


La vida nos im­por­ta, toda la vida. En cual­quie­ra de sus tra­mos y en to­das sus cir­cuns­tan­cias. Es el don pri­me­ro que se nos da por par­te de Quien nos la re­ga­la: an­tes que cual­quier otro ta­len­to se nos en­tre­ga la exis­ten­cia como tal, con ojos abier­tos de par en par, ma­nos bus­can­do el abra­zo, y un co­ra­zón que apren­de a pal­pi­tar con los la­ti­dos que nos ha­blan por den­tro. Dios nos lla­ma así en el pri­mer ins­tan­te, nos lla­ma con­ti­nua­men­te como en el pri­mer mo­men­to. Y no deja de de­cir­nos la pa­la­bra para la que na­ci­mos, que aun sien­do siem­pre la mis­ma ja­más se re­pi­te al pro­nun­ciár­nos­la Aquel que hace to­das las co­sas sen­ci­lla­men­te di­cién­do­las. Sí, la vida im­por­ta como lo más pre­cio­so y lo más pre­cia­do por Dios que con sus ma­nos de di­vino al­fa­re­ro la for­ma del ba­rro de to­dos los tiem­pos y de to­dos los es­pa­cios ha­cien­do de cada ser una obra de arte úni­ca que lle­na de be­lle­za inimi­ta­ble y que ru­bri­ca lue­go con la fir­ma de su maes­tra au­to­ría.

Cada 21 de mar­zo da co­mien­zo ofi­cial­men­te la pri­ma­ve­ra. Pue­den que­dar atrás o guar­dar sus gua­ri­das los sig­nos del in­vierno llu­vio­so y ne­va­do que ha sido algo más hu­ra­ño con la luz del sol de ama­ne­ci­da. Pero re­sul­ta im­pa­ra­ble que la vida se haga hue­co por las es­ta­cio­nes de nues­tras cir­cuns­tan­cias con sus go­zos y sus cui­tas.

En esta pri­ma­ve­ra a flor de vida, hay una fies­ta en­tra­ña­ble para los cris­tia­nos el 25 de mar­zo: la Anun­cia­ción a Ma­ría y la En­car­na­ción del Ver­bo. El ar­cán­gel Ga­briel le tra­jo a aque­lla don­ce­lla el men­sa­je más de­ci­si­vo de toda la his­to­ria, un anun­cio que ve­nía grá­vi­do de vida, en­car­nan­do hu­ma­na­men­te a quien hizo el ser hu­mano. Un sí que pen­día en aque­llos la­bios de jo­ven mu­jer, del cual des­pués tan­to de­pen­día. Aquel sí se pro­nun­ció, te­nien­do la mis­ma pa­la­bra, idén­ti­co ar­gu­men­to, que el que Dios crea­dor uti­li­za­ra en el prin­ci­pio de las co­sas: há­ga­se, fiat. Y al igual que al prin­ci­pio todo fue he­cho des­de el há­ga­se en los la­bios crea­do­res de Dios, así aho­ra Ma­ría di­cien­do su há­ga­se, su fiat, la nue­va crea­ción lle­gó re­cién na­ci­da des­de su en­tra­ña vir­gi­nal nue­ve me­ses des­pués de ha­ber sido vir­gi­nal­men­te con­ce­bi­da. Es una re­fle­xión de pri­ma­ve­ra cre­yen­te, cuan­do la flor rom­pe su ano­ni­ma­to de se­mi­lla y bro­ta con toda su po­ten­cia chis­tán­do­nos des­pa­cio que tras ella ven­drá el fru­to siem­pre. Por­que en ese día ben­di­to, 25 de mar­zo, nue­ve me­ses an­tes de la Na­vi­dad, la Igle­sia ha que­ri­do que tam­bién ce­le­bre­mos la Jor­na­da por la Vida.

Es­ta­mos en unos tiem­pos en los que has­ta la mis­ma vida se pone en en­tre­di­cho, y los hay que una vez más es­ce­ni­fi­can la úni­ca ten­ta­ción que el hom­bre erran­te y erra­do ha sen­ti­do siem­pre: que­rer ser como Dios ju­gan­do a ser dio­ses. Les mo­les­ta la crea­ción y lle­gan a odiar­la has­ta el pun­to de que­rer per­ver­tir­la de tan­tos mo­dos en la ru­le­ta de la con­fu­sión y en la no­ria del vale todo. Es la vida la que fuer­zan con ar­ti­fi­cio ar­ti­fi­cial has­ta des­na­tu­ra­li­zar­la del todo pre­ci­pi­tan­do su or­den y su ar­mo­nía, su be­lle­za y bon­dad, su mis­mo ser tal y como fue so­ña­do y re­ga­la­do por las ma­nos crea­do­ras de su Dios crea­dor.

Este año tie­ne una par­ti­cu­la­ri­dad es­pe­cial en nues­tra ar­chi­dió­ce­sis de Ovie­do: la inau­gu­ra­ción del nue­vo Cen­tro de Orien­ta­ción Fa­mi­liar (COF). Du­ran­te años nues­tra Igle­sia en As­tu­rias ha aco­gi­do a per­so­nas que te­nían ne­ce­si­dad de ser aten­di­das en las di­fi­cul­ta­des que com­por­ta una fa­mi­lia. Es jus­to agra­de­cer la la­bor rea­li­za­da por quie­nes de modo pio­ne­ro lle­va­ron ade­lan­te esta im­pa­ga­ble la­bor con ver­da­de­ra en­tre­ga pas­to­ral y de­sin­te­re­sa­da­men­te. Como una con­ti­nua­ción se abren los lo­ca­les del COF en Ovie­do con la in­ten­ción de acom­pa­ñar no sólo la fa­mi­lia sino tam­bién la vida, es­pe­cial­men­te en los pri­me­ros mo­men­tos cuan­do ésta se ha­lle ame­na­za­da. Una bue­na no­ti­cia que nos lle­na de ale­gría y de es­pe­ran­za.

 + Fr. Je­sús Sanz Mon­tes, ofm
Ar­zo­bis­po de Ovie­do


miércoles, 22 de marzo de 2017

Respetar o ¿corregir?



-Emma, hay que respetar las creencias de los demás…

-Si eres de otra religión, eres libre, pero si dices ser católico… No lo eres. No te importan los Evangelios, no crees en la Primacía de Pedro y por tanto, te sobra la Iglesia. Dices ser una buena persona, no un pecador…  Genial, Jesús no vino por ti ni murió por ti.  

- Pues soy católica

- ¡No sé por dónde! Ser Cristiano Católico es oír la Palabra y dijo muchas cosas…
- “A los que perdonéis los pecados (habla a los Consagrados), les serán perdonados en el cielo”. No te confiesas.

- “El último será el primero y el primero será el último”. Te crees por encima de muchos.

- “Si te dan en una mejilla, pon la otra (no respondas igual)”. La devuelves, si puedes.

- “Tomad y Comed, este es mi Cuerpo… Haced esto en conmemoración Mía”. No te es prioritario ni primordial; no crees que Dios esté vivo en la Hostia. No te EMOCIONA tenerLe en ti. 
    
- “Bienaventurados los que sufren porque ellos serán consolados”. No admites el dolor ni la desgracia. No confías en Él.  

- “Lo que hagáis a los demás me lo estáis haciendo a Mí. Amaos los unos  a los otros…”. Jamás lo pensaste; ni le miras cuando pasas por “su” lado.

Ser de Dios después de venir su Hijo al mundo y conocerLe, sin su Evangelio es imposible.  (Serás judío, musulmán, protestante…).

- Yo soy buena persona…

-¡Y dale, una suerte que yo no tengo, hija! Ni a empujones entro yo por la puerta estrecha… ¡Pero amiga! Confío en Su Misericordia porque soy pecador Católico y vino por mí. 

Se oye otra voz en el grupo: “Cada uno es libre de pensar como quiera”.

- Has dado en el problema; El Evangelio no dice eso y ser Católico es “aplicarte el cuento” seriamente. Después no digas eso de Señor, Señor… Porque oiréis decir en su día: “Apartaos de Mí, no os conozco” (Mateo 7, 21-27). O te ciernes al Evangelio o simplemente no eres católico y me voy que tengo prisa.

Las caras (un cuadro)… ¿Es que no se puede hablar de Dios y corregir? Pues Él dijo que se hiciera.


 Emma Díez Lobo

martes, 21 de marzo de 2017

Ciegos que ven



Pasaba un astrónomo junto a un ciego y le echó unas monedas en el sombrero. ¿Y usted a qué se dedica? le preguntó el ciego. Yo soy astrónomo que dedico mi vida a contemplar las estrellas del firmamento. Yo también soy astrónomo, respondió el ciego.
¿Cómo es posible que usted sea astrónomo si es ciego? Sí, ya sé que usted no me va a comprender, pero yo contemplo en mi interior cada día esas estrellas y disfruto de la belleza del firmamento. No se imagine que yo me lo paso aburrido.
Hay quien no puede ver con los ojos de la cara, pero ha aprendido a ver demasiadas cosas en su interior. Es posible que no pueda ver los cuerpos físicos, pero cada moneda que suena en su sombrero le hace contemplar un corazón bondadoso y compasivo.
Hasta sabe distinguir a los que pasan a su lado.
A los que pasan indiferentes.
A los que ni le miran para nada.
A los que se detienen y meten la mano al bolsillo y dejan caer unas monedas.
No ve las monedas ni la mano que las deja caer, pero contempla el corazón que mueve esas manos y se desprende de esas monedas. Incluso hasta han aprendido a distinguir los pasos de la gente. A mí me impresionó uno que estaba sentado en una esquina por la que yo solía pasar y siempre le dejaba un Euro. Un día me dice: “Usted es bien bueno, siempre que pasa me deja algo.” ¿Cómo sabe que soy yo? Lo siento por sus pasos.
Es maravilloso ver con los ojos de la cara, pero pienso que debe ser un mundo mucho más maravillo cuando uno es capaz de ver y reconocer con los ojos del corazón. A veces me pregunto: ¿Y no será Jesús el que ve en su corazón? ¿Acaso no dijo Él que “tuve hambre, sed, desnudo…”?
J. Jáuregui


lunes, 20 de marzo de 2017

Dios y la Verdad


Es llamativa la vergüenza de muchos cristianos a la hora de hablar de Dios en nuestras conversaciones habituales. Disfrazado de respeto a la intimidad, el hecho de sacar el tema de Dios nos parece intromisión en la vida del otro.

Dios ha llegado a ser, en el lenguaje ordinario, un tema tabú, exclusivo de la conciencia individual. La Iglesia, sin embargo, nos invita a evangelizar, algo imposible si no hablamos de Dios. El Papa Francisco propone en Evangelii Gaudium el método de persona a persona: «Llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los más desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación… Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino» (nº 127).

Hay que vencer los falsos pudores. Dios es actual, lo más actual y definitivo de la vida del hombre. «En él vivimos, existimos y somos», dice Pablo a los atenienses. Quizás nos falte la convicción de que, por nuestro medio, Dios puede llegar al otro. En el encuentro de Jesús con la samaritana, tenemos un ejemplo precioso de cómo hablar de Dios. Es un encuentro fortuito, junto al pozo de Jacob, en el camino a la aldea de Sicar. Jesús se detiene cansado junto al pozo e inicia un diálogo con una samaritana, partiendo de lo concreto e inmediato: el agua que necesita para apagar su sed. Y de lo concreto salta a lo universal y absoluto: el agua de Dios, la gracia que nos lanza a la vida eterna. No es un diálogo fácil, porque la mujer, interpelada por Jesús, tiene que reconocer que no vive en la verdad: Jesús le descubre que ha tenido cinco maridos y vive con otro que no es su marido. Aceptar este envite o desafío no fue fácil para la mujer. Pero reconoció la verdad. Y entonces la conversación tomó un cariz distinto: las cartas estaban sobre la mesa. Se comenzó a hablar de Dios sin tapujos ni máscaras. Porque Dios se convirtió en el verdadero problema moral de la mujer. Dios no en un monte sagrado ni en el pozo de Jacob. Dios estaba en la verdad de la vida. Al final, la mujer pasó de reconocer que Jesús era un profeta a confesarlo como Mesías. Y de retorno a su pueblo, se convirtió en una misionera de Cristo con un sencillo argumento: «Me ha dicho todo lo que he hecho».

Este evangelio ofrece una clave esencial para el diálogo sobre Dios, a saber, que Dios afecta a la vida personal. Quizás sea este el motivo por el que no nos atrevemos a hablar de Dios, porque le dejamos al margen de la vida diaria. Dios nos compromete hasta la médula. Si es Dios, tiene derecho a regir nuestra existencia. Y, si no aceptamos este presupuesto —lo que Jesús llama adorar a Dios en la verdad— nuestro diálogo con Dios y sobre Dios es pura comedia. Mientras la samaritana discute con Jesús sobre quién de los dos puede sacar agua del pozo, no sucede nada. Cuando Jesús, sin embargo, le pone el dedo en la llaga, y lo hace con una exquisita delicadeza, todo se vuelve trascendente. Ya no se trata de si los judíos y los samaritanos compiten sobre el verdadero monte donde dar culto a Dios; se trata de si la samaritana vive o no conforme a la verdad de Dios. Este evangelio pone de manifiesto que Dios es lo más real de cuanto existe, porque determina que una vida sea verdadera o falsa.

Es evidente que para dialogar así sobre Dios se necesitan dos convicciones: creer que Dios es más grande que nuestras ideas sobre él, y no tener miedo a proponerlo a los demás como Aquel que conoce nuestros entresijos vitales y se sirve de nosotros para conducir a la fe.

+ César Franco
Obispo de Segovia.