domingo, 31 de marzo de 2019

Al Hades ni una




                                                                                                     
Mirad que Dios nos avisa de esta eternidad fatal y no somos conscientes.

Ni un alma más debería ir al Hades por falta de confesión… El problema es dar por hecho que Dios no permite que la “gente normal” se condene. ¡Error! El no cumplimiento… (Mt 7-22).  
   
Aunque solo fuera “por si acaso”, debemos hacer lo imposible por saber cómo salvarnos a la luz de sus Dogmas.  
   
¿Tienes verdadero conocimiento de lo que Dios te pide? Seguir a Jesús comporta renuncias y lucha interior. No es fácil te lo aseguro y, si hicieras un análisis de tu proceder -a la luz del Evangelio- te asombraría la cantidad de cosas que crees hacer bien pero que te dejan fuera del cielo. Ninguna excusa es válida ante Dios, a no ser dónde el Evangelio no haya llegado.

Miles de millones obviaron su Palabra y se condenaron por necios, tal vez iguales a ti o a muchos de los que pasan por nuestro lado.

No abandones tu alma a su suerte y, vete al Templo de Dios dónde te espera en la persona de su Consagrado: “Sobre ti edificaré mi Iglesia… A ti te daré las llaves del Reino…” (Mt 16,13-20). Solo ellos pueden reconciliarnos con Dios.

Cuando entiendas que nuestra conciencia, sin la Iglesia, no puede salvarnos, no habrá ni un alma más que por indiferencia y desconocimiento vaya al Hades, ni una más.

No olvides que de “la fogata” no se sale y en el juicio final ¡otra vez “pa dentro”!…

Emma Díez Lobo


sábado, 30 de marzo de 2019

IV Domingo de Cuaresma



Parábola del padre misericordioso

La liturgia de domingo nos  invita a reconciliarnos con Dios y a ser instrumentos de reconciliación (Evangelio). Todo ello es posible porque ya Jesucristo nos ha conseguido el perdón del Padre misericordioso, pues en cierta manera ya hemos llegado a la tierra prometida (1ª lectura) con la muerte y resurrección de Jesús (2ª lectura).

        El recuerdo de la primera Pascua del pueblo de Dios en Palestina  invita a tomar conciencia de nuestra situación actual: Cristo nos ha reconciliado con el Padre. El ha echado sobre sí el pecado del mundo y lo ha destruido. Si el pecado es fruto de los egoísmos humanos, el antídoto adecuado es el amor. Jesús, consagró su vida a hacer la voluntad del Padre por amor y, como era nuestro representante, borró en él el pecado de todos, por ello “Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por nuestro medio”.  Por eso “Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado” (2ª lectura). Es tiempo de acoger la invitación y ser criatura nueva.

        La Iglesia obedece el mandato de Cristo y proclama hoy la invitación a reconciliarnos con el Padre misericordioso. Por ello hoy de nuevo nos recuerda la parábola del Hijo Pródigo, que debe llamarse mejor del Padre misericordioso, invitándonos a ponernos en el lugar del hijo menor, del mayor y del Padre.

Punto de partida es el hijo menor. Vive en la casa del padre, pero no lo aprecia y cree que fuera puede ser feliz. El padre respeta la libre decisión del hijo y le da su parte de la herencia, que dilapida, perdiendo sus derechos filiales y la posibilidad de reclamar al padre otros bienes. El estado de postración le lleva a valorar los bienes de la casa del padre. Pero el padre es padre y no puede dejar de serlo: para él su hijo es su hijo y no puede dejar de serlo. Por ello el padre se mantiene fiel a sí mismo y a su hijo. Aunque se ha marchado, no pierde la esperanza de un retorno, lo que le empuja a otear el horizonte para verlo regresar. Y un día, su presentimiento se hizo realidad: el hijo aparece en el horizonte y se le conmovieron las entrañas. Por eso no espera que llegue sino que sale a su encuentro, lo abraza y besa, lo viste con vestiduras dignas de hijo, le pone el anillo y lo declara de nuevo hijo suyo, restituyendo sus derechos filiales y reconociendo de nuevo su dignidad.  La misericordia del Padre desborda toda medida esperada humanamente. No se ajusta a la justa distribución de los bienes sino a la dignidad filial. Este es el criterio del amor. Esta es la justicia suprema, pues la misericordia es la más perfecta realización de la justicia, ya que su finalidad es la desaparición del mal y la curación perfecta del dañado, en este caso del pecador arrepentido. La misericordia de Dios no humilla al hombre. El texto no alude a la alegría del hermano menor, obvia, sino la del padre, y en contraste el enfado y la crítica negativa del hermano mayor, que representa a los escribas y fariseos que critican el comportamiento de Jesús. Ante él, de nuevo el padre toma la iniciativa y, comprensivo, sale a su encuentro suplicando. El mayor tampoco valora su situación en la casa del padre. Vivía su relación con el padre no como filial confiada sino como obediencia laboral (dice: te sirvo, verbo típico de esclavos). Vive su situación como un contrato y cree que es suficiente guardar el reglamento. Consideraba sus relaciones con el padre como laborales. Se niega a reconocer al menor como hermano y juzga que el padre ha roto el contrato de trabajo, dando a su hermano lo que no le pertenece y nada a él, que tampoco lo ha pedido. El padre no defiende al menor ni aprueba al mayor, sino que reprende que deje de considerar hermano al menor, que no lo ame ni se alegre de su regreso, y le invita a entrar en la casa y a acoger a su hermano. ¿Entra? El texto no responde. Es una parábola abierta que espera la respuesta del oyente. Hay dos formas de huir de la casa paterna: 1) huir de la casa buscando fuera la alegría. Cuando se constate el engaño existencial es posible el retorno; 2) estar en la casa pero sin conciencia de hijo, con conciencia de esclavo laboral sin alegría y con resentimiento por la acogida de los pecadores. Es el tipo fariseo cumplidor legalista sin amor. La parábola pone de manifiesta la misericordia de Dios padre que quiere el regreso de todos sus hijos, el pecador y el fariseo. Cada uno tenemos el corazón dividido, una parte es hermano menor y otra hermano mayor.

En cada Eucaristía el Padre nos invita a regresar a su casa  con todo el corazón y a hacer extensiva esta invitación a todos los hombres.


D. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 29 de marzo de 2019

Cómo perdona Dios


   


                                                                                     
De una sola manera: Reconociendo lo gran pecador que eres y pidiéndoLe perdón en confesión con espíritu de enmienda. No existe otra manera para el que se hizo hijo de Dios por el Bautismo. El “ya estoy salvado porque se llevó mis pecados”, no es cierto -se los irá llevando según confieses-. 
   
¿De dónde se saca la gente semejante barbaridad? No basta el “Acto de contrición” en casa; no es de Dios creerte “buena persona” ¡hay tan pocos justos!, y nada de lo que pienses por ti mismo viene del Altísimo si no cumples lo que dice El Evangelio. 
   
A ti que te sobra la misa, la confesión y la Iglesia, no vivas tranquilo porque no estás perdonado. No sé cómo advertirte de que tu vida peligra por asemejarte a “las cinco vírgenes necias… ” (Mat 25, 1-13).No estaban preparadas para “el día” con Dios.

¿Por qué no abres tu Biblia?, ¿te has preguntado para qué sus cuatro años de Evangelio? Jugarte, por propia voluntad “una puerta cerrada”, es la mayor locura. 
       
¿Qué significa “cumplir” para muchos bautizados?, no sé qué implica para ellos la Pasión de Cristo… Es tal incoherencia…

El pueblo de Dios anda equivocado, necios y fariseos lo pueblan y, me pregunto en qué creen que no sea en su propia religión “católica” sin atender la Palabra.

 La falta de humildad para reconocerse fuera del Evangelio, es patente. 
     
-Señor, Señor, ábreme yo he “cumplido”... ¿Esto dirás?
-“Alejaos de mí, no os conozco…”  (Mt. 7:21-23).  
¡Puffffffff, qué chasco! Ya no hay solución…   

Emma Díez Lobo



jueves, 28 de marzo de 2019

Tu Reino





Un día, sin yo saberlo, nací a tu Reino.

Un día, me abriste la puerta y entré.

Me hablaste y te oí; escuché y comprendí,
y ese día, empecé a caminar por tus sendas.

A obedecer y constatar que no hace falta hacer nada más allá que desearte.

Aquel día, yo sentí tu compañía y nunca me ha abandonado.

No sé dónde estás pero te siento y me enseñas.

Y eres más  imprescindible que el aire que hoy respiro.

Ni siquiera reconozco quién fui antes de conocerte.

Toda mi vida es ahora un caminar hacia ti.

Un desvelar tu secreto, un esperar a que vuelvas.

En el aire, en las cosas, en la gente, en la luz.

He aprendido tantas cosas, pero aún no sé casi nada.

Y el sentido de mi vida es levantar la mirada y cruzarme con tus ojos, solo eso, nada más.

Y en ese intercambio nuestro, de tus ojos a los míos y de mis ojos a ti.

Crezco y encontré el sentido de vivir para encontrarte.

Vivo, respiro y anhelo que esta vida se termine para empezar a Vivir.

(Olga Alonso)
www.comunidadmariamadreapostoles.com


miércoles, 27 de marzo de 2019

Viniste Señor porque me amas




Viniste Señor, a enseñarme  a reconocerte en mi prójimo.
Viniste Señor, para grabar en mi alma tu bendita Palabra que me alimenta, me sacia y me hace estremecer.
Viniste Señor, para alimentar y hacer crecer la semilla de mi bautismo, para que llegue a  dar buen fruto acogiendo tu Palabra.         
Viniste Señor, para abrir mis oídos entaponados a la escucha de tu voz.
Viniste Señor,  a descolocar  “mis cosas” para colocar en su lugar “las tuyas”.
Viniste Señor, para ejercitar mi espíritu con el arte de orar, y de esa manera, enseñarme a amar como tú amas.
Viniste Señor, a decirme que el que ama, ora, y por lo tanto el que ora, no puede dejar de amar.
Viniste Señor, para que mis ojos puedan recrearse en la maravilla de tu creación.
Viniste Señor, para asumir mis pecados y borrar mi culpa.
Viniste Señor, a decirme: “Te amo y eres preciosa para mí”.
Viniste Señor, porque querías escuchar de mis labios, mi respuesta a tu amor por mí. Que  desde lo profundo de mi alma, yo también te amo Señor, Tú lo eres todo  para mí.
Viniste Señor, para dar tu vida por mí, y un día llevarme junto a Ti.
Viniste Señor, para ser mi Salvador.
Gracias Señor! Que el mundo entero conozca tu amor y sepa que en Tí está la salvación.
(Por María Pilar Pérez)

martes, 26 de marzo de 2019

¿Dónde estaba Dios?





Cuando me preguntas por qué no interviene Dios en las fatalidades humanas, es que desconoces por completo el Evangelio, desconoces a Dios.  

Todo sufrimiento, causado por la libertad inalienable del ser humano y la naturaleza de la tierra -a veces alterada por el hombre- está escrito en las Bienaventuranzas
   
-Pero ¿Qué hace Dios, es que Le da igual?

Siempre cuestionando a Dios. Y no, no Le da igual y llora contigo como un “madaleno”, pero como no Le escuchas, ni Le escuchan Pregúntate mejor del porqué vino y sabrás cómo somos, qué dice y qué hace. Su Evangelio es un libro abierto de nuestra vida.   

Pero da igual lo que digas, “Dios no debería consentir tanto mal”… O sea, que para hacer lo que nos viene en gana, que no se meta pero cuando estamos en desgracia, “su obligación es evitarla”. Alucino con este planteamiento.  

Llega una avispa asiática, te pica te mueres y ¿por qué Dios no lo evitó?; te haces un chalet sobre una placa tectónica, hay un terremoto, se come el chalet y ¡tate! ¿Por qué Dios dejó que la tierra se moviera?; hay una guerra, mueren 1000 inocentes y ¿dónde estaba Dios? En verdad, cuánta ignorancia sobre la vida y Dios.  

En el Evangelio están las contestaciones y, el Evangelio -Al que no se hace caso- es consuelo y esperanza ante la adversidad. La oración continua es el milagro. Pero como si hablara con la pared “Sordos y ciegos”…

Cuando entiendas su Calvario y su Muerte, cuando Le escuches, ofrecerás a La Cruz la enfermedad, las tragedias y la injusticia. Entonces muchas cosas en ti, cambiarán.
                                                                            Emma Díez Lobo


lunes, 25 de marzo de 2019

Ninguna se pierde


                                                          

                                     
¿Te has puesto alguna vez a rezar porque sí, quiero decir, a rezar por el pasillo, poniendo el micro-ondas, yendo a trabajar, lavándote los dientes o caminando hacia el kiosco?

Pues te digo una cosa que probablemente no sepas, rezar “por todas partes” es genial. No salen destellos por ningún lado ni pasa nada a la vista, pero te puedo asegurar que vuelan directamente a ese “mundo” dónde todos queremos llegar.

La Virgen las coloca donde haga falta, los Santos las recogen y las utilizan en tu favor o en favor de quien le digas -tienen licencia- y Dios las mira con gracia.

Para las almas del purgatorio, son esenciales, las necesitan como “agua de mayo” y si se las dedicas -cuando salgan del atolladero- agradecidos,  harán cosas por ti.

Piensa, un día de oración restan mil años de condena, pero como no vas a estar todo el día rezando porque no se puede, al menos al pobre señorín le rebajas “cientos” de una pena horrorosa. No es una tontería, es así si crees en la oración.

Ninguna oración se pierde, ni la primera frase -aunque te duermas- porque son cosas de Dios.

Jesús siempre oraba cada vez que se despistaba de sus apóstoles ¡Claro! Él lo hacía arrodillado y casi en trance ¡Nada parecido a mí, la verdad!, pero aunque seamos un desastre, las oraciones no se pierden y como decía Santa Teresa “cada uno que rece como sepa”.

Así pues cuando “andes por ahí”, ya sabes, un Padrenuestro, Ellos saben dónde ubicar la más grande Oración de Dios. 
      
Emma Díez Lobo





domingo, 24 de marzo de 2019

Jornada por la Vida



El amor cuida la vida

«Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4, 16).

 Es la Buena Noticia que la Iglesia ha recibido como un tesoro magnífico y que ha de proclamar a tiempo y a destiempo. En cuanto anuncio, despierta la esperanza de las personas que sienten el amor y la llamada a amar como algo suyo.

Frente a una idea de un Dios lejano que nos ha dejado solos y al que no interesan las cuestiones humanas, se nos presenta una verdad muy diferente de la cercanía de Dios en todas nuestras cosas, incluso las más cotidianas. San Juan sabe que lo que verdaderamente mata el amor es la indiferencia y revela entonces que ese deseo profundo de amor que hay en el corazón humano tiene una fuente que muchas veces desconoce la persona y que se le puede manifestar.

Los cristianos estamos llamados a manifestar ese amor. Es el mismo san Juan el que declara en primera persona: «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4, 16). La Iglesia, al recibir esta misión, es bien consciente de que «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras»1 . Que 1 San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales [230]. Jornada por la Vida 2019 4 repetir palabras de amor sin que de verdad cambie algo en la vida es un modo de falsearlas.

Dios ha hecho suyo, por amor, todo lo que el ser humano vive, y desea comunicarle lo más grande: «he venido para que tengan vida y una vida abundante» (Jn 10, 10). Cristo, al resumir así su propia misión, no ignora el dolor y el abandono de muchas personas. Más bien es esta debilidad humana la que le impulsa a manifestar su amor. Conocer esta verdad del corazón de Cristo nos obliga a reconocer que: «La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia (…). La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo» .

Unidos en un único amor

Creer en el amor que Cristo nos tiene y al que nos llama implica una «lógica nueva» que necesariamente hemos de asumir y enseñar. Es verdad. Como dice el papa Francisco: «El amor mismo es un conocimiento, lleva consigo una lógica nueva. Se trata de un modo relacional de ver el mundo, que se convierte en conocimiento compartido, visión en la visión de otro, o visión común de todas las cosas». 
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Se trata de hacer nuestro un amor incondicional, anterior a las circunstancias concretas y a los estados de ánimo por los que podemos pasar. Esta condición rescata al amor humano de ser solo una “chispa” incapaz de servir plenamente a la vida4 . El amor de Dios Padre al hombre es una «roca firme» (cf. Mt 7, 24-27) ante los ríos que chocan contra la casa y tienden a hacer líquidos el amor y la 2 Francisco, bula Misericordiae Vultus, n. 10. 3 Francisco, carta encíclica Lumen fidei, n. 27. 4 Benedicto XVI, carta encíclica Deus caritas est, n. 17: «Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor». Nota de los obispos 5 sociedad. Es un amor que permanece. De otro modo, se «cede a la cultura de lo provisorio, que impide un proceso constante de crecimiento».

 La universalidad de la experiencia del amor requiere un aprendizaje. En esto observamos grandes carencias en nuestra cultura actual que inunda a las personas de reclamos emotivos, pero no las acompaña en ese camino de crecimiento en el amor verdadero. El papa Francisco llama la atención acerca del pernicioso emotivismo ambiental que puede disfrazar el egoísmo en la pretendida sinceridad de las emociones. Es verdad: «creer que somos buenos solo porque “sentimos cosas” es un tremendo engaño».

Amantes de la vida

Solo es posible ver en verdad la vida humana desde la luz de ese amor primero de Dios, donde encuentra su verdadero origen. Esto es lo que hace proclamar a la Iglesia con fuerza: «la vida es siempre un bien»7 . Ha nacido de ese amor primero y por eso pide ser acogida y reconocida como digna de ser amada. No hay vidas humanas desechables o indignas que puedan ser por eso mismo eliminadas sin más. Dios es el garante de su vida: «Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial» (Mt 18, 10). Reconocer la dignidad de una vida es empeñarse en conducirla a su plenitud que está en vivir una alianza de amor.

Hemos de esmerarnos especialmente con «los pequeños», es decir, los más necesitados por tener una vida más vulnerable, débil o marginada. Aquellos que están por nacer y necesitan todo de la 5 Francisco, exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, n. 124. 6 Francisco, Amoris laetitia, n. 145. 7 San Juan Pablo II, carta encíclica Evangelium vitae, n. 34. Jornada por la Vida 2019 6 madre gestante, aquellos que nacen en situaciones de máxima debilidad, ya sea por enfermedad o por abandono, aquellos que tienen condiciones de vida indignas y miserables, aquellos aquejados de amarga soledad, que es una auténtica enfermedad de nuestra sociedad, los ancianos a los que se les desprecia como inútiles, a los enfermos desahuciados o en estado de demencia o inconsciencia, a los que experimentan un dolor que parece insufrible, a los angustiados y sin futuro aparente. La Iglesia está llamada a acompañarlos en su situación para que llegue hasta ellos el cuidado debido que brota de la llamada a amar de Cristo: «haz tú lo mismo» (Lc 10, 37).

 La Iglesia, consciente de ello, se empeña con las personas de buena voluntad en la construcción de una sociedad del cuidado de la vida en todas sus manifestaciones, cuidado que nace de la conciencia de la verdadera responsabilidad ante el otro. «Esta capacidad de servicio a la vida y a la dignidad de la persona enferma, aunque sea anciana, mide el verdadero progreso de la medicina y de toda la sociedad»8 . Esto significa de verdad amar la vida, anunciar que es un bien, celebrar su acogida y crecimiento y, mediante el testimonio, saber denunciar lo que la desprotege, la aísla, la abandona o la considera sin valor. Sí, hemos de romper con una «cultura del descarte» tan perniciosa para la vida de los hombres .

 Ante las amenazas y los peligros contra la vida

No es sencillo recibir el don de la vida y acompañarlo. Ese amor completo a la vida supone sacrificio y pasa por la prueba del dolor. La compasión que sabe participar del dolor ajeno es en verdad una muestra de humanidad. Somos capaces de vivir una especial 8 Francisco, Discurso a la Plenaria de la Pontificia Academia de la Vida (15.III.2015): AAS 107 (2015), 275. 9 Cf. Francisco, exhortación apostólica Evangelii gaudium, n. 53. Nota de los obispos  solidaridad en medio del sufrimiento. Por ello, sufrir no es simplemente un absurdo que debe ser eliminado, sino que, entre otras dimensiones, es una llamada a una respuesta de amor que puede encontrar un sentido más grande. La respuesta del amor frente al sufrimiento es un gran bien porque la misericordia no es solo compadecer, sino que tiende a establecer una alianza con el otro. De otro modo, sería una falsa compasión que puede poner en juego la dignidad humana.

El cristiano sabe que Cristo ha asumido el sufrimiento humano. No lo ha eliminado, ni lo ha explicado, sino que lo ha hecho suyo, y lo ha iluminado con su amor. Es la única respuesta total a la gran pregunta: «¿cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía?»12. La gran manifestación del amor del Padre es que ha entregado a su Hijo en la Cruz (cf. Jn 3, 16), por lo que podemos decir con san Pablo: «me ha amado y se ha entregado por mí» (Gál 2, 20). Si como dice el Apóstol de los gentiles «nuestro vivir es Cristo» (cf. Gál 2, 20), lo hemos de manifestar en el cuidado de los hermanos.

El Evangelio de la vida debe iluminar el sentido de vivir desde el amor. Esto es, reconocer los bienes relacionales, espirituales y religiosos de nuestro existir. Aparece la necesidad de no dejar solo al enfermo, de establecer una relación íntegra con él. Esto incluye el deber de curar esa enfermedad tan grande de nuestra sociedad que es la de la soledad y el abandono. Es cierto: «El deseo que brota del corazón del hombre ante el supremo 10 Cf. Francisco, Amoris laetitia, n. 64. 11 Cf. Francisco, Discurso a una representación de médicos españoles y latinoamericanos (9.VI.2016): AAS 108 (2016), 727-728. 12 Concilio Ecuménico Vaticano II, constitución pastoral Gaudium et spes, n. 10. 13 Cf. Francisco, Discurso al Congreso de la Asociación de Médicos Católicos Italianos en el 70.º aniversario de su fundación (15.XI.2014): AAS 106 (2014), 976. Jornada por la Vida 2019 8 encuentro con el sufrimiento y la muerte, especialmente cuando siente la tentación de caer en la desesperación y casi de abatirse en ella, es sobre todo aspiración de compañía, de solidaridad y de apoyo en la prueba»14. Es lo que permite humanizar la sociedad para que se descubra en esa relación fraterna la presencia de Dios que da sentido a ese dolor.

 Una tarea con sabor profético: «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado».

Somos testigos verdaderos de ese Dios amante de la vida, precisamente porque somos capaces de transmitir una esperanza. Es lo que los profetas a lo largo de los siglos realizan como expresión de un Dios que se hace presente en cada momento de la historia, llamando la atención de esos signos que dan vida.

La esperanza siempre está puesta en un ser humano que nace, en una vida que se desarrolla. La luz que recibe el pueblo es que «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9, 5). En una vida que acogemos y que vemos crecer es donde el hombre puede esperar algo nuevo, capaz de cambiar este mundo, porque nace de un amor primero y generoso de Dios y está llamada a desarrollarse amando.

 Creer en ese amor saca del ser humano lo mejor de sí mismo y le permite superar los obstáculos. Así es posible que se genere la esperanza por algo nuevo que está brotando y que pide la atención de todos (cf. Is 43, 18). Es el testimonio dirigido a los hombres y mujeres de buena voluntad que pueden responder a este signo y que nos hace constructores de una civilización del amor15, capaz de superar 14 San Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 67. 15 Cf. san Pablo VI, Homilía en la misa de clausura del año Santo (25.XII.1975), AAS 68 (1976) 145. La hace suya Francisco en la carta encíclica Laudato si’, n. 321. Nota de los obispos 9 las amenazas de muerte: «En una civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta porque crean problemas, esta sociedad lleva consigo el virus de la muerte»16. Quienes formamos parte de esta sociedad, sus gobernantes, sus responsables y de modo particular quienes trabajan en el ámbito del cuidado y de la salud estamos llamados a responder con verdad a esta necesidad urgente de construir una sociedad basada en la confianza mutua y el acompañamiento en el servicio a la vida que llega también a los más necesitados y los alienta en su camino.

Una tarea común por parte de la Iglesia, con la alegría de vivir

El amor a la vida en todas sus manifestaciones es la respuesta primera al don que todos hemos recibido en nuestra existencia y que nos une por eso en un mismo camino donde Cristo es el dador de vida, precisamente desde la cruz. La respuesta a la acción profética que nos pide el amor de Dios y nos hace colaborar en la construcción de esta sociedad, es una fuerza que exige una verdadera comunión eclesial. Se trata de responder como un «Pueblo de la vida»17, consciente de la necesidad de ir sembrando este sentido grande de una vida en plenitud. Nadie en la comunidad eclesial puede sentirse ajeno a esta llamada tan directa y amorosa por parte del Padre Dios.

En el fondo, el testimonio de nuestra alegría es la respuesta verdadera al Dios amante de la vida. Un gozo que nace de la certeza de la fe en un Dios que es amor, de que: «Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable»18. Comunicar el gozo de un sentido grande de vivir es la misión que todo cristiano 16 Francisco, Catequesis (4.III.2015). 17 San Juan Pablo II, Evangelium vitae, n. 6. 18 Francisco, Evangelii gaudium, n. 3. Jornada por la Vida 2019 10 recibe de Cristo y que consiste en: «dejarse llevar por el Espíritu en el camino del amor, de apasionarse por comunicar la hermosura y la alegría del Evangelio y de buscar a los perdidos en esas inmensas multitudes sedientas de Cristo».



Con gran afecto:
Mario Iceta Gavicagogeascoa Obispo de Bilbao. Presidente
Francisco Gil Hellín Arzobispo emérito de Burgos
Juan Antonio Reig Pla Obispo de Alcalá de Henares
José Mazuelos Pérez Obispo de Asidonia – Jerez
Juan Antonio Aznárez Cobo Obispo Auxiliar de Pamplona y Tudela

sábado, 23 de marzo de 2019

III Domingo de Cuaresma



todos nos tenemos que convertir

El Evangelio denuncia una trampa de cuño fariseo en que todos podemos caer, el creer que la conversión es algo que no nos afecta. Los que comentan a Jesús lo sucedido a los galileos con Pilato, creen que ha sido un “castigo de Dios”, porque eran pecadores, aunque lo disimulaban y nadie lo sabía; sin embargo, Dios lo ve todo y castiga a todos los “malos”. A ellos no les sucede nada porque son “buenos”. Jesús niega radicalmente este planteamiento. No tiene sentido dividir el mundo en “buenos y malos”. Todos somos pecadores, pues no respondemos a los dones de Dios y todos debemos convertirnos.

Hoy día somos alérgicos al tema del pecado. Hay quienes incluso le niegan la existencia, llamándolo error, pero esto en realidad sirve de poco; es como llamar error del organismo a una enfermedad y no hacer caso: seguirá su proceso destructor. Ciertamente, hay que “evangelizar” la idea de pecado, librándola de connotaciones psicológicamente negativas. El pecado en el contexto del Evangelio es incluso una “buena noticia”. Lo es porque se trata de un mal interno en nuestra vida de hijos de Dios y es necesario conocerlo para poderlo erradicar. Lo es porque Dios Padre nos ama y quiere nuestra vida; por ello nos ilumina para ver lo que nos destruye y nos ofrece los medios para superarlo. La primera lectura presenta la revelación de Dios a Moisés como el Dios que no quiere la opresión, la esclavitud ni el mal, el Dios cuyo nombre es “plenitud del ser” y quiere la vida plena de sus hijos. En este contexto nos invita a erradicar de nuestra vida con su ayuda lo que nos esclaviza y destruye.

Porque es el Dios de la vida, el Dios amor, nos quiere hacer hijos suyos. Por la fe y el bautismo lo hemos aceptado y, desde entonces, nos une a él un cordón umbilical permanente, por el que recibimos constantemente la vida-amor de hijos de Dios. Pecado mortal es romper el cordón umbilical, una acción que nos produce la muerte como hijos; pecado venial es acumular “colesterol” en el cordón umbilical, reduciendo el caudal de amor que se recibe, con detrimento de la vida del hijo de Dios que languidece poco a poco en lugar de crecer y madurar en el amor, que es lo importante, pues al final seremos examinados de amor.

Una de las palabras con que la Biblia designa el pecado es deuda. Si Dios nos ama y nos da sus dones, tenemos que corresponder para que los dones den su fruto (2ª lectura). Dios nos ama con totalidad y nos pide que correspondamos con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y que amemos al prójimo como a uno mismo, es decir, con totalidad, que es como nos amamos. Desgraciadamente no lo realizamos, por lo que todos somos deudores. Lo que falta para llegar al todo es nuestra deuda. El pecado no solo es un mal para uno, es también un mal para los demás. Reducir la deuda es tarea de toda la vida y exige conocerla de forma concreta para irla reduciendo con la ayuda de Dios. De aquí la necesidad de conocernos. La Eucaristía es revelación del Dios que quiere la vida y que nos liberemos de esclavitudes. En ella le ofrecemos nuestra debilidad y pedimos ayuda para superar nuestras deudas.

D. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 22 de marzo de 2019

La fiesta




Los que nos sacaron de tu camino, nos piden que hagamos fiesta.

Los que nos invitaron a abandonarte despliegan ante nosotros su oferta de vida.

Vida enlatada, empaquetada, sucedáneo de vida ofrecida en pequeñas dosis para calmar nuestra sed, nuestra sed de fiesta, de celebración.

Los hombres, Señor, se confunden tanto… y terminan buscando calmar su sed en lugares secos, que parecen ríos. Lugares donde Tú no estás.

Donde el alma se hiela y huye hacia delante, desesperada, sin rumbo, sin preguntar por miedo a la respuesta.

Tratando de beber en lugares en los que el agua se escapa, el agua de la vida.

Agua que se escurre entre los dedos, sin poder retenerla.

Solo hay una fiesta y es la tuya.

Solo se ensancha el corazón y se calma la sed, si en la fiesta estás Tú.

Solamente tu Palabra se derrama como agua que calma la sed, solo ella.

Por eso, cuando falta, todo parece y no es, todo es mentira, y solo queda buscarte para no desesperar.

Olga Alonso
www.comunidadmariamadreapostoles.com