jueves, 29 de enero de 2015

Quo Vadis? ¿A dónde vas?




Esta expresión es sobradamente conocida por los que ya peinamos canas, o, peor aún, no tenemos ya canas que peinar. Nos suena mucho la película de “romanos” de los años 60.

Actualmente, esta clase de películas se ha ido perdiendo de nuestras vidas, quizá por pasarse de moda, por  encontrarse descatalogadas, o, lo que es peor, porque todo lo que huele a cristianos, persecuciones y martirios de aquellas épocas, etc. no interesa y no vende.

Ahora vende bien todo episodio de violencia de cualquier género, sexo, adulterios, drogas, y demás temas que están a la orden del día; “venden” más. Se han perdido las virtudes-no los valores- palabra pagana, que ahora se emite en aras de una pretendida “solidaridad”. Que por otra parte es una virtud cristiana, aunque dé vergüenza denominarla así.

Pues en la película en cuestión, Pedro el Apóstol, se va de Roma cuando la persecución de Nerón, con su discípulo Nazario. De camino por la Vía Apia, siente un resplandor y, al mismo tiempo, como un viento suave que no mueve las hojas de los árboles. Muchas veces he pensado en ese momento que, de niño, me impresionó. Pero ahora encuentro un doble sentimiento ante este espectáculo: me recuerda la visión de Pablo camino de Damasco, cuando le habla el Señor, y le pregunta:” ¿Por qué me persigues?” que es lo mismo que decir: ¿Por qué persigues a mis ovejas? Y el momento del viento suave, se vuelve a desdoblar: Me recuerda el viento suave de Elías en el monte Carmelo, cuando Dios-Yahvé se le revela como un viento suave, no con el furor del trueno, o el estruendo de un terremoto; y el desconcierto de Moisés en el episodio de la Zarza ardiente.

Yo no sé si el director de la magistral película pensó en todo esto, pero, desde luego, no fue consciente del bien que me hizo al considerar esta situación.
En la película, ante la situación que se presenta, ambos, Pedro y Nazario quedan atónitos y sin poder hablar. Solamente Nazario habla estas palabras:”…Simón, a dónde vas? Ve a encontrarte en Roma con mis hermanos…”.Pedro le dice a Nazario que repita estas palabras y Nazario le responde diciéndole que no ha dicho nada. Es el Señor quien ha hablado por él.

Pedro, comprende la situación, y va al martirio a Roma, donde morirá crucificado como su Maestro, pero cabeza abajo, por no considerarse digno de tal honor.

Y nosotros, ¿no nos preguntamos adónde vamos? Es posible que un día nos encontremos con un determinado Nazario que hable por boca del Señor, y nos diga: ¿a dónde vas? ¿Qué buscas en la vida? Estás amontonando trigo para banquetear mañana, cuando a lo peor, mañana no va a llegar, como nos relata el Evangelio?

Nos ata tanto la comodidad de la vida moderna, que no tenemos libertad. Es curioso este aspecto. En la época donde más se habla de libertad, y el hombre es más esclavo: de su trabajo, del dinero, de sus pasiones. Es capaz de sacrificar a su familia, para echar unas horas más de trabajo. No es capaz de pararse a pensar a dónde se dirige, el por qué de su existencia; no se pregunta ni tan siquiera del origen y fin de su vida. En el mejor de los casos confiesa un agnosticismo en aras de afirmar que hay las mismas razones para creer que para no creer.

¡Qué buen trabajo del Príncipe de la Mentira, Satanás!

 Donde está tu tesoro ahí está tu corazón (Mt 6,21). Hemos de preguntarnos dónde ponemos el corazón; probablemente las riquezas estarán presentes en todas las encuestas. ¿Y el último día de nuestra existencia, cuando nos falten las fuerzas, nos acose la enfermedad o la vejez? ¿Tendremos también los mismos tesoros? Pidamos sensatez al Señor, pidamos sabiduría como Salomón, y Él se nos revelará en toda su generosidad.

Los años se cumplen para algo; la naturaleza es sabia, y nos hace entrar en razón. La vida nos pone a cada uno en su lugar. Has luchado por muchas cosas en tu vida; muchas de ellas son buenas, otras son hasta excelentes, otras nos pueden avergonzar, pero ¿En qué lugar está Dios? Pensemos también en el bien que pudimos hacer y no hicimos, en la omisión de ayuda que nunca dimos, en el sufrimiento que dimos en vez de amor, en las veces que no nos inmolamos hundiéndonos en la tierra como el trigo para salir mañana como alimento para los demás. Como nos dice San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”.

¿Has pensado alguna vez en las veces que pudiste decir a tu esposo o esposa que le amas, o te has privado de dar un aliento de cariño a los hijos, a los amigos…?

Quizá nunca dijiste una palabra de cariño a tus padres o hermanos, y ahora ya no están contigo y no se lo puedes decir. ¿Pediste perdón a alguien con quien discutiste, y que ahora, ya, no lo puedes hacer porque quizá no vive?

Dice Jesús: “…cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo” (Lc 12, 57-59)

Procuremos, pues, dar amor; a los que nos aman y a los que no nos aman. “…Amad a vuestro enemigos, y rogad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Vosotros sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”  (Mt 5, 44-48)

Revisemos, pues, nuestra vida, buscando la Verdad que es Jesucristo, revelado en su Evangelio. Él nos da la verdadera libertad, la verdadera felicidad, y nos guiará por el sendero justo, por el honor de su Nombre (Sal 22).
Éste es, y no otro, nuestro particular QUO VADIS.

Alabado sea Jesucristo.


Tomás Cremades





viernes, 23 de enero de 2015

Me gustaría gritar




Me gustaría gritar a todos aquellos que no creéis en Jesucristo si nunca habéis pensado como podría estar hoy tan vivo este amor entre Dios y la humanidad, si no fuera VERDAD.

Cómo habría sido posible que durante miles de años, millones de personas hayan confiado sus tesoros mas preciosos a Dios: su salud, sus anhelos, su futuro, la vida de sus hijos, sus angustias, sus desvelos, sus miedos, sus frustraciones…..
¿Cómo?, pregunto, ¿Cómo sería posible que hoy, después de 20 siglos de historia, todavía haya personas que confiadamente entregamos a Jesús nuestras vidas?
¿de dónde nos vendría esta confianza si todo fuera un fraude?.

Mirarnos a nosotros, sujetos a una esperanza que nos alimenta día a día, nos conforta y nos llena de vida.
Mirad a esos millones de personas que desde que Cristo vino a la tierra han sentido la misma pasión, y………… venid con nosotros.

Animaros a acompañarnos en este maravilloso camino en el que, cada día, nuestras pobres personas abandonan su pequeñez y se transforman en seres increíbles, creados de nuevo por la mano de Dios.

Venid, cantemos con gozo al Señor, aclamemos con júbilo a la roca de nuestra salvación.  Vengamos ante su presencia con acción de gracias
Salmo 95, 1-2

Volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis  Os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron; y oír lo que vosotros ois, pero no lo oyeron
Lc 10, 23-24

Olga Alonso

sábado, 17 de enero de 2015

Siempre igual…


                                                                                          
Creo que a muchos cristianos nos pasa en Navidad. Resulta que das con uno que te dice:

- No me gusta nada la Navidad, yo no creo en tonteras de curas, estáis abducidos…

- Y yo lenta de mí… le digo:

Ah, ¿sí?, pues a ver por qué estamos en el 2015, anda contesta… Pues que yo sepa debió ser por algo súper importante que ocurrió en el año 0 ¿No?, si no de qué vamos a estar en este año… Dime, dime 

¿Porque a un señor le dio la gana?

-¡Juer! porque nació Jesús…

-¡Mira, por fin dices algo sensato!... Y qué pasa ¿te hierve la sangre?, ¿es que te gusta más otro señor? Pues porque no empezamos otra vez el año cero desde Einstein ¡a ver!, porque éste no abduce y ha sido muy importante…  

Mira!, respétame que no piense como tú…

-Oye perdona, pienses o no pienses como yo, estamos en el 2015… Y sólo te digo que Jesús tuvo que ser “la bomba” para que hoy digas tú: “feliz año 2015 o el que sea”, o es que no lo habías pensado… A ti lo que te molesta no es la Navidad sino la fe de creyentes basada en hechos y Palabras reales que no te convienen…  

-¡Anda ya!, yo soy dueño de mi mismo, de mi vida y no necesito comecocos…

-Jajajaja, que te lo crees tú… Es que ¿no has escuchado nada de lo que Él dijo?

-Yo, ¿eso?, no me interesa…

-Sí eso, eso que fue escrito para ti por los que Le conocieron, sus milagros y su Calvario silencioso… 

¡Las puertas del cielo estaban cerradas, amigo y Él las abrió para toda la humanidad con su tremenda Muerte, como tremenda fue, es y será la maldad y ego del mundo!  

Por eso llega cada año la Natividad y ¿sabes lo mejor? Para ver si caes del guindo de una santa vez… 

¡Pues anda que no te da oportunidades, tantas como años tienes!, ¡ya se lo podías agradecer!, quiso darte el cielo desde antes de nacer; a otros no les dejan vivir… El hombre los liquida con su libertad y ¡Ojo con la tuya, como yo con la mía!, hay un gran precipicio…

 ¡Escucha, vino para evitárnoslo!!! 

-¡Mira tía, no me líes qué no soy creyente!!!

-¡Qué irresponsable eres con tu alma! Esa, no se evapora… También te digo que el CRISTIANO jamás discutirá contigo, SOLO AVISA a tu inalienable libertad como me avisaron a mí. Y ahora ¡A ver qué haces con esa Llama que quiere prender en ti!!!

Lee como tembló y se oscureció  la tierra el día de su muerte el 3 de Abril del año 33.


Emma Díez Lobo

domingo, 11 de enero de 2015

El paso de Jesucristo






 En la crisis-reacción de Pedro, tenemos presente una realidad que se llama la tentación. Hemos visto que se presentó en forma de la violencia del viento y de la tempestad. Esto nos pasa a todos. ¿Cómo nos mira Dios cuando la vorágine de los acontecimientos nos envuelve y, a pesar de ello, continuamos gritándole? Los salmos nos ayudan a responder a esta pregunta: “De Yahvé penden los pasos del hombre, firmes son y su camino le complace; aunque caiga, no se queda postrado porque Yahvé le sostiene la mano” (Sl 37,23-24).

El hombre de fe también cae, pero la mano de Yahvé le sostiene en su caída. Su mano es la de Jesús que levantó a Pedro de las aguas. Aunque, por su falta de confianza y por su debilidad, Pedro duda y se hunde, el Señor Jesús conoce bien su amor y adhesión hacia Él. De hecho, los otros discípulos, que quedaron en la barca, no tienen posibilidad de hundirse, no le amaron tanto como para arriesgar su vida. El que hace la experiencia es Pedro. Los demás, muy formales todos ellos, están de espectadores para ver qué es lo que pasa. Ni saltan de la barca, ni caminan ni se hunden…; no van hacia Jesús. De los doce, el que le complació es Pedro; y porque le complació, aunque cayó no le dejó postrado, su mano le sostuvo.

Todo verdadero discípulo de Jesús habrá de oír más de una vez en su vida las mismas palabras que oyó Pedro: hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Aún así, su camino es agradable a Dios. Él prefiere y valora más tu caminar con caídas que permanecer en la barca sin arriesgar. De éstos que no arriesgan decimos en nuestro refranero que son los que “nadan y guardan la ropa”.

En tu caminar arriesgando tu vida bajo la palabra del Señor Jesús, se manifiesta que realmente le amas y confías en Él. Todo aquel que se aferra a la barca no busca a Dios. Está más bien pendiente de ver si puede agarrarse a un tablón para salvarse cuando se haga pedazos, pero a Dios no le busca. El salmo citado anteriormente termina así: “La salvación de los justos viene de Yahvé, él su refugio en tiempo de angustia; Yahvé los ayuda y los libera, de los impíos él los libra, los salva porque a él se acogen”.

La palabra salvación tiene unas proyecciones amplísimas en la Escritura. Podemos hablar de salvar en cuanto a librar, en cuanto a perdonar, y sobre todo y a la luz del Evangelio, salvar es la fe que da la vida eterna. Por eso oímos con frecuencia a Jesús que dice a los que sana: “Vete, tu fe te ha salvado”. Es la fe que lleva consigo las semillas de la vida eterna.

Pedro, como en general los personajes de la Escritura, es una radiografía de cada hombre que se acerca a Dios. ¿Qué significa, pues, para nosotros que se ponga a caminar, dé unos pasos, se hunda y se acoja a Jesucristo con su grito: Señor, sálvame? Nos encontramos ante la pedagogía que Dios tiene con el hombre; es la pedagogía de la fe. La fe solamente es real cuando está situada en la dinámica de un crecimiento continuo (Lc 11,23).

Pedro se acoge a Jesucristo porque en su opción no tiene, ni a la derecha ni a la izquierda, ni delante ni detrás, a nadie a quien acogerse. Así es cómo el Evangelio, por el que hemos optado, nos sitúa con frecuencia en nuestra vida. Nos empuja a la más terrible de las soledades para que podamos hacer la experiencia de apoyarnos en Dios. Es en esta soledad que se abre para el hombre la presencia que le salva. Dios, en su pedagogía, nos ha de conducir hacia allí donde no tengamos ningún apoyo de nadie. Si, aun con las mejores intenciones del mundo, buscamos y encontramos un apoyo en alguien que no sea Él, es fácil que pasemos a ignorarlo. Es en este contexto que cobran fuerza las palabras de Jeremías: “Maldito sea aquel que se fía en hombre, y hace de la carne su apoyo, y de Yahvé se aparta en su corazón” (Jr 17,5).

Es en estas soledades en las que Dios educa en la fe al hombre y le capacita para recibir su Sabiduría. Estas situaciones dolorosas, producidas por el riesgo de la fe, no son castigo de Dios ni mala suerte ni nada parecido. Son el momento, la ocasión oportuna, como dicen los Padres de la Iglesia, el paso de Dios por excelencia en nuestra vida.

En este kairós, -ocasión oportuna- de poco te sirven tus apoyos humanos: dinero, afectos, posición, etc. Es una experiencia que sería trágica si no fuera porque Dios está detrás y delante de ella. Desde ella, todo aquel que repita el grito de Pedro será encontrado y levantado. La terrible experiencia de soledad se convierte en comunión con Dios y, por extensión, comunión también con los hombres, todos los hombres… Se desborda tu círculo tan afanosamente trabajado. Ésta es la buena noticia: ¡Dios contigo, y tú, Emmanuel para los hombres!

La experiencia de Pedro es para todos. Esto lo vemos reflejado en todos los amigos de Dios a lo largo de la historia. Todos ellos pasaron por la misma experiencia para poder acceder desde el infantilismo a la fe adulta. Entendámonos bien; a Dios le agrada que hagas esta experiencia no porque te hundas, sino porque al asumir el riesgo de tu adhesión al Evangelio, manifiestas que verdaderamente y sin florituras confías en Él. De este confiar  en Él nace el Shemá. Tu relación con el Evangelio es el termómetro que marca tu amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Dt 6,4-5). Es un amor acrisolado, como el oro, por el fuego, como dice el apóstol Pablo (1Co 3,13).

El pueblo de Israel, a través de su historia de salvación, es instruido catequéticamente por Dios a fin de que pueda saber y entender que sólo Él, y nadie más que Él, es quien le ha salvado; sólo en sus manos está la salvación y liberación. Recordemos, por ejemplo, el cántico de Moisés que encontramos en el libro del Deuteronomio: “En tierra desierta le encuentra, en la soledad rugiente de la estepa.  Y le envuelve, le sustenta, le cuida, como a la niña de sus ojos. Como un águila incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así él despliega sus alas y le toma, y le lleva sobre su plumaje. Sólo Yahvé le guía a su destino, con él ningún dios extranjero”.
Jesús camina sobre las aguas       
 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva









lunes, 5 de enero de 2015

El buen olor de Dios como sello del discipulado





Hay multitud de situaciones en la Escritura que nos revelan ese, diríamos “buen olor” de Dios, lo que Pablo llama el buen olor de Cristo: “… ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos asocia siempre a su triunfo en Cristo, y por nuestro medio, difunde en todas partes el olor de su conocimiento! Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden, para unos olor de muerte que mata, para los otros  olor de vida que vivifica…” (2 Cor 2, 4-17)

Es como una intuición, una sensación de que ahí esta Dios, aunque no se pueda decir con palabras.

He recogido tres momentos en la Escritura que nos ayudarán a entender lo que yo llamaría la intuición de la Presencia del Espíritu de Dios.

Nos lo revela el primer libro de Samuel en el capítulo 16; sucede que el profeta Samuel llora la muerte del rey de Israel, Saúl. Yahvé le indica: ¿Hasta cuándo vas a estar llorando por Saúl, después que yo le he rechazado para que no reine sobre Israel? Voy a enviarte a Jesé de Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí. (1 Sam 16,1-3)

Samuel va entrevistando a todos los hijos de Jesé, y ninguno le satisface. Decide abandonar, y pregunta: ¿No quedan ya más muchachos? Jesé respondió: Todavía queda el más pequeño, que está cuidando rebaños.

Contestó Samuel: Manda que lo traigan porque no comeremos hasta que haya venido. Mandó, pues, que lo trajera. Era rubio, de bellos ojos y hermosa presencia. Dijo Yahvé: Levántate, y úngelo, porque ese es.
¡Qué olfato el de Samuel! Se hizo presente este “tacto”, esta inspiración de Dios, para que Samuel conociera sus designios en la unción de David, de cuya estirpe  nacería el Mesías.

Es cuando menos, curiosa, esta descripción de David: Era el pequeño, y además, pastor de rebaños. Bella imagen del Mesías: Jesús-Mesías se hace pequeño ante los hombres, y es nuestro Pastor, el único Pastor.

El Espíritu de Dios se hizo presente al anciano Simeón: “Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al  Niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu Palabra, dejar a tu siervo irse en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,25-32)

Es lo que se conoce como El Cántico de Simeón, que rezamos en la oración de Completas, al término de la jornada.
Qué inspiró a Simeón para reconocer al Niño, fue, simplemente ese “buen olor de Cristo”, esa inspiración de Dios, providente con todas sus criaturas. Dios le había hecho esa promesa, y Él siempre es fiel.

El Niño no tenía ningún rasgo identificativo de ser el Ungido de Dios, y sus padres tampoco llevarían el sello de Dios a flor de piel. Pero tenían “algo” que sólo los “pequeños de Dios”-Simeón- podían percibir. Y Simeón era ese “pequeño de Dios”. Se fiaba de Él, de su Promesa; se fiaba como un “niño en brazos de su madre” (Sal 131)

La Escritura dice de Simeón que estaba en él el Espíritu Santo; cuando el Espíritu vive en nosotros, se siente, se percibe, ese “olor de Cristo”. Los hijos de la Luz- que es Jesucristo y su Evangelio-tienen ese carisma que nos relata san Pablo, ese SELLO que da el DISCIPULADO.

Es tanta la inspiración de Simeón, que dice del Niño que es “LUZ para iluminar a las gentes…”. ¡Hermosa y auténtica profecía!

Más adelante, Jesucristo nos dirá ser la Luz del mundo, (Jn, 9-5), y es más: nos invita a nosotros también a ser luces en medio de las tinieblas. ¡Qué hermosa nuestra fe! En el devenir de los tiempos vemos que la Palabra de Jesús se cumple en nosotros, pobres, y amados de Dios, como cantamos con san Francisco.

Para terminar, quiero fijarme en el anuncio de Juan Bautista. Juan está bautizando en el río Jordán, y al ver a Jesús, da testimonio de Él diciendo: “He visto al Espíritu que bajaba como una paloma y se quedaba sobre Él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquel a quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre Él, ESE ES el que bautiza con Espíritu Santo. Y yo le he visto y doy testimonio de que ese es el Elegido de Dios”(Jn 1,31-35)

“Y al día siguiente, fijándose en Jesús, que pasa, dice: He ahí el Cordero de Dios”.
El texto está lleno de notas catequéticas, pero creo que debemos meditar en tres:

Dice: “el que me envió…”.Es decir, Juan ha tenido una revelación de Dios que le ha llevado al desierto a bautizar. No ha ido por su cuenta, ha sido Dios quien le ha enviado como Precursor, para anunciar al pueblo la salvación de Jesucristo.

Al día siguiente, es decir, cuando ya ha asimilado los acontecimientos que están sucediendo, y que rompen incluso las leyes naturales -(la paloma que se posa sobre Jesús, la Palabra Eterna del Padre que le habla sobre su Hijo Amado…)-fijándose en Él dice: éste es el Cordero que se ha de inmolar por los pecados del mundo, el que más adelante repetirá: el que BORRA los pecados del mundo…

Al hilo de esto, algunas traducciones nos dicen: el que quita los pecados. La traducción real del griego es EL QUE BORRA los pecados. Y el matiz es muy importante, porque, realmente, el Señor Jesús, BORRA, SE OLVIDA, NO TIENE EN CUENTA, los pecados del pecador arrepentido.

Dice la Escritura en este relato: “…Jesús que pasa…”. Jesús venía del Padre e iba al Padre; no tenía descanso ni morada, no tenía dónde reposar la cabeza. (Mt 8,20)
También Juan Bautista tuvo ese “buen olor de Cristo”, ese discipulado, que le llevó al martirio.

Alabado sea Jesucristo.

Tomas Cremades

viernes, 2 de enero de 2015

Ve guardando…

                                          



Sabes… Pensaba yo por ti y por mí, por ese miedo natural del hombre al desaparecer de la tierra. Sí, ese día especial de altos vuelos hacia la eternidad.   
Pensaba yo en el alma… ¿De qué la estamos llenando para el nuevo “mundo”?  

-¡Ufff qué difícil y con lo simple que es!, no tenemos que ir a comprar nada, no tenemos que salir del país, no nos cuesta gasolina, ni un riñón, ni medio hígado, en fin nada… Es gratis y además nos lo regalaron para ser usado e ir poniéndolo en la mochila del alma: El bien, lo bueno, lo que te hace dormir en paz contigo mismo cuando das algo de ti.   

 ¡Yo no he hecho nada malo!

 Dirás… Ya, pero… ¿Cuántas veces pasaste delante de Él sin mirarle, pidiéndote ayuda? 
        
¡Yo no hice nada malo! Dirás… Ya, pero… ¿Cuánta alegría le diste sin esperar una sonrisa?

¡Yo no hice nada malo! Dirás… Ya, pero sabiendo de su existencia ¿Cuántas veces Le defendiste después de nacer para morir por ti?

Un ángel dijo a un hombre creyente…  Aún así, sin matar, sin hacer nada que pueda herir y rezando… Tu alma la conducirás por propia voluntad dónde Dios no te pueda ver. Igual que yo, igual que muchos.

Una vez allí no podrás hacer ya nada por ti… Sólo lo harán los que aquí dejas, porque tu tiempo de gloriar a Dios con tu libertad, terminó con la muerte.

 Promúlgalo en la tierra, pues de ellos y sus oraciones dependerá la blancura de tu alma para ver a Dios. 
Y ellas, las almas purgantes, lo harán por ti desde ese triste y esperanzador lugar, hasta el final de los tiempos.

Cuando rezas por ellas, esa lluvia de oraciones serán su consuelo hasta el día que digan a Dios: “Mira, no tengo ni una mancha y sé que te desesperaba mi llegada, pero ya estoy contigo más limpio que los chorros del oro; sé que he sido un desastre, pero ya no lo soy y quiero ese amor eterno que deseas darme ¡El más grande desconocido!”
-Pues claro “bicho”. Llevo mucho tiempo esperándote, toda mi vida porque te quise hasta el extremo. 

Ya sabes después de leer esto, pon remedio ahora y vete reuniendo todo lo que necesitas para ese viaje sin vuelta. Mete pedazos de amor, sonrisas que alegran y lágrimas como perlas que solo se las dabas a Dios.

Y seremos felices, lo verás amigo, lo verás porque lo sé. No es una quimera, es tener CONFIANZA en Dios, Él nos lo pidió.
Él te ve…  


        Emma Díez Lobo