domingo, 29 de mayo de 2016

Comieron todos hasta quedar saciados (Lc 9,11-17)







Trabajamos por construir una sociedad fraterna comprometida con todas las personas, sin dejar a ninguna fuera.

Por eso debemos practicar la justicia, velar y hacer posibles los derechos fundamentales de todos, esto es necesario para erradicar la pobreza.

Queremos invitar a toda la sociedad a practicar la justicia, como una responsabilidad común que implica un compromiso activo con los que más lo necesitan.

Tal como nos pide el Papa Francisco en su encíclica Laúdato sí, donde nos invita a asumir un nuevo estilo de vida y a recuperar nuestra responsabilidad por los demás.


DAR DE LO NUESTRO PARA COMPARTIR CON EL OTRO


Practica la justicia, ama la misericordia y camina humildemente ante Dios.


sábado, 28 de mayo de 2016

Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo





Signo del banquete escatológico

El Evangelio de hoy recuerda el signo de la multiplicación de los panes realizado por Jesús. Hay que ver los milagros de Jesús como cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento en que se anunciaba cómo sería el futuro Reino de Dios. En ellas se anunciaban para estos tiempos la desaparición del dolor y de la muerte y una época de saciedad para todos.

 Cuando Jesús curaba enfermos y resucitaba muertos estaba diciendo que con él había llegado el comienzo del cumplimiento de estas promesas. Y en esta misma línea hay que ver el signo de los panes proclamado en el Evangelio de esta fiesta. Lo realiza Jesús en el contexto del anuncio de la llegada del Reino de Dios, en que, además de curar a muchos, da de comer a una multitud  como signo de que ya se empezaba a cumplir lo anunciado por Isaías 25,6: Hará Yahvé Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados. Para Jesús Dios reina en la humanidad cuando todos sus hijos se pueden realizar plenamente en cuerpo y alma. Es un proceso que empieza en este mundo trabajando por una sociedad que responda a los planes de Dios Padre y culminará en el mundo futuro por obra de Dios.

La segunda lectura nos trae a la memoria que Jesús se sirvió del pan para profundizar en sus enseñanzas. Como es sabido, alimento básico de la persona humana  es el pan material, que Dios ha creado para todos los hombres, aunque desgraciadamente, por el egoísmo humano, no llegue a todos. Pero este no basta ni sacia plenamente el hambre del hombre, que es cuerpo y espíritu y que tiene hambre infinita de felicidad, bondad y belleza. Es que Dios, como dice san Agustín, ha creado el hombre para él y su corazón está insatisfecho hasta que descanse en él. Jesús se ha presentado como pan que satisface esta hambre infinita: « Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed »(Jn 6,35). Más aún, nos  ha dejado en la Eucaristía su presencia real destinada a alimentar esta hambre: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. » (Jn 6,51).

La primera lectura recuerda el sacrificio de Melquisedec, que era un anuncio profético del sacrificio de Jesús, el que se entrega para dar vida al mundo.

Como en toda comida, para alimentar no basta comer, es necesario también digerir. Y se digiere la Eucaristía cuando la persona se une a Jesús, « el que da su vida por los demás ». Es importante el vocabulario que empleamos para designar esta comida: comunión, comulgar. Comulgar es entrar en comunión con Jesús. Y no se entra en comunión con Jesús sin entrar en comunión con todos sus miembros, especialmente con los más necesitados. Lo mismo que Jesús vivió para los demás, entrar en comunión con él implica vivir para los demás. Este fue el sacrificio de Jesús y este es el de sus discípulos. Desgraciadamente muchos comulgan materialmente y no entran en comunión con Jesús, y no les alimenta.

En la oración de la misa se pide venerar de tal modo tu Cuerpo y Sangre que experimentemos el fruto de tu redención.  Venerar a Jesús es agradecer su obra y comulgar con ella. Entonces nos alimentará.

La Iglesia recuerda en esta fiesta  que Caritas es fruto lógico de la veneración de la Eucaristía. El que se une a Jesús, se preocupa de todas las necesidades y comparte con los necesitados. Una Caritas floreciente es signo de una comunidad cristiana que venera dignamente la Eucaristía.


Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 26 de mayo de 2016

«Vivid en el asombro eucarístico. Contempladlo»




La fiesta del Corpus Christi surge a mediados del siglo XIII, en el año 1264, en Lieja, y se extiende por voluntad del Papa Urbano IV a la Iglesia universal. La celebración litúrgica alcanza su máxima expresión cuando comienza a introducirse la procesión del Santísimo con la participación de todo el pueblo. De tal manera que esta procesión asumió un carácter solemne de manifestación de la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, de adoración pública del Señor.
San Agustín es probablemente entre los Santos Padres de la Iglesia quien expresó de forma más precisa y profunda el vínculo que existe entre la Eucaristía y la Iglesia. La Eucaristía engendra y genera que el mandamiento del amor sea vinculante para los discípulos de Cristo. Quienes nos alimentamos de Cristo, hemos de hacer las obras de Cristo, y hemos de dar y vivir con el amor de Cristo. Si no vivimos en este amor, si no lo mostramos en obras y palabras, ofendemos la Eucaristía. Es en ella y desde ella donde engendramos un nuevo tipo de relaciones entre los hombres, las que nacen de la comunión con Cristo. Por eso, os invito, en el día del Corpus Christi, a vivir la procesión que se hace en todas las iglesias particulares: «Miradlo, contempladlo: crea y educa para la comunión». Y así entendemos las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. […] El que me come vivirá por mí» (Jn 6, 56-57). La comunión con Nuestro Señor Jesucristo cura heridas, rupturas, enfrentamientos y nos lleva siempre a buscar el encuentro con el otro. Así lo hizo nuestro Maestro.
La encíclica Ecclesia de Eucharistía (17 abril, 2003), en el capítulo cuarto, “Eucaristía y comunión eclesial”, nos recuerda que no podemos olvidar lo que san Pablo decía a los Corintios, cuando les mostraba el gran contraste que existía entre sus divisiones y enfrentamientos y lo que celebraban en la Cena del Señor. San Agustín lleva al culmen estas enseñanzas que nacen de la Cena del Señor, y de la reflexión que hace san Pablo. Dirá así: si los cristianos somos el cuerpo de Cristo y somos sus miembros, entonces, cuando el Señor está realmente presente en el altar, sobre la mesa, allí está el misterio que somos nosotros mismos. Somos uno en Cristo, los miembros no pueden separarse de la Cabeza. De ahí que la conclusión sea clara: hemos sido consagrados para la unidad y la paz, para recrear y educar en la comunión a todos los que nos encontremos en la vida. Si hacemos lo contrario, estamos negando lo que somos y negando a Cristo. Por eso es una gracia para la Iglesia esta fiesta del Corpus Christi: saliendo el Señor por las calles, nosotros los cristianos, podemos mirarlo, contemplarlo, y en esa actitud se crea en nuestra vida una nueva manera de vivir y se convierte en una escuela para la comunión.
La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta expresión encierra en sí misma, y en una síntesis perfecta, el núcleo del misterio de la Iglesia. De ahí que el Concilio Vaticano II proclamase el Sacrificio eucarístico diciendo que es «fuente y cima de toda la vida cristiana» (LG 11). La fiesta del Corpus Christi quiere suscitar en los cristianos y en quienes ven el paso del Señor, lo que podemos llamar el asombro eucarístico. Pido al Señor, que se suscite en todos el asombro eucarístico, que en definitiva es la invitación a que contemplemos el rostro de Cristo. Ahora que la humanidad padece la enfermedad de las tres D, de la que os he hablado en otras ocasiones, pues desconoce su rostro, desconoce su meta y la desesperanza se establece en su vida, os invito a que contemplemos a Cristo. Él es Fuente de Misericordia. Los hombres estamos necesitados de saciar nuestra sed en esa Fuente. La humanidad para renovarse desde dentro necesita de esta agua viva.
La Eucaristía es el corazón de la Iglesia. En la Eucaristía, nos hace cuerpo suyo. Recuerdo unas palabras del Papa Francisco: «La Eucaristía es el sacramento de la comunión; nos lleva del anonimato a la comunión, a la comunidad […] nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él». La Última Cena es para Jesús un momento cumbre, muy esperado y anhelado por Él. Es la hora suprema y definitiva de su existencia terrena. Se puede ver el acto con que Jesús, al instituir la Eucaristía, manifiesta en un denso resumen sus intenciones respecto a la Iglesia. El Pueblo de la Alianza Antigua había surgido con los acontecimientos del Éxodo. Todos los años, los judíos hacían memoria solemne de esos acontecimientos fundadores en la celebración de la Pascua. La Última Cena se dibuja como el acontecimiento fontal de la Iglesia. Es la fuente de la Iglesia. Es la memoria actualizada de la Alianza Nueva y definitiva que reúne al Israel de los últimos tiempos. El Pueblo reunido por la Cena del Señor es signo para todos en la historia del presente y del futuro de la promesa de Dios.
En la Eucaristía recibimos el don de sí mismo de Jesucristo ¡Qué grato resulta a los discípulos de Cristo tomar conciencia, cada día más viva, de que la Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, y no solamente como un don, sino como el don por excelencia, ya que es el don de sí mismo, de su persona, de su humanidad santa, de su obra salvadora! La Eucaristía muestra de una manera palpable el amor del Señor que llega hasta el extremo, pues es un amor que no conoce medida. Míralo, contémplalo. Haz el gran descubrimiento de lo que engendra en tu vida, pues crea una manera de vivir y educa para una manera de estar con los hombres.
Contemplar al Señor en el Misterio de la Eucaristía, su presencia real, dar culto a la Eucaristía fuera de la Misa, es un privilegio para aprender el arte de la oración. En la fiesta del Corpus Christi se quiere resaltar el culto que se da a la Eucaristía, también fuera de la Misa. Es extraordinario estar con el Señor, palpar el infinito amor de su corazón en el culto eucarístico, particularmente con la exposición y adoración del Santísimo Sacramento. El Papa san Juan Pablo II nos dijo en la carta apostólica Novo millennio ineunte que el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo, sobre todo, por al arte de la oración, por ser un pueblo de diálogo permanente con Dios. Es verdad que la oración se puede hacer de muchas maneras. Pero, ¿cómo no sentir necesidad de largos ratos de conversación y de adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente realmente en el Santísimo Sacramento? Un cristiano que quiere anunciar al Señor y ser testigo suyo, tiene que contemplar el rostro de Cristo para no ser testigo falso, y decir y hablar de quien desconoce.
Para un cristiano que celebra y adora la Eucaristía, nada de rupturas, divisiones, cerrazones en las relaciones y la convivencia social, cultural, económica o política. La Eucaristía nos compromete de lleno al servicio, al testimonio y a la solidaridad con los hermanos, es decir, a la vivencia del mandamiento del amor nuevo: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». Por eso, en este día del Corpus Christi se nos recuerda a través de la organización de Cáritas, que el sacramento de la Eucaristía no se puede separar del mandamiento de la caridad. No se puede recibir el Cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, son explotados o extranjeros, están encarcelados o se encuentran enfermos. Hay que dar de lo que nos alimentamos y contemplamos.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Osoro,
Arzobispo de Madrid


miércoles, 25 de mayo de 2016

En la Fiesta del Corpus Christi



El domingo próximo celebramos la Solemnidad del Corpus Christi -del Cuerpo y la Sangre de Cristo- y la tradicional procesión de la Sagrada Hostia por nuestras calles. En este día, los católicos manifestamos públicamente nuestra fe en la presencia real, sacramental y permanente de Jesucristo en la Eucaristía y ofrecemos al mundo el Amor y la Misericordia de Dios, hecho Eucaristía.
Como nos dice el papa Francisco, “La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos”. Recibir la comunión o comulgar significa “que en el poder del Espíritu Santo, la participación en la mesa eucarística nos conforma de modo único y profundo a Cristo, haciéndonos pregustar ya ahora la plena comunión con el Padre que caracterizará el banquete celestial, donde con todos los santos tendremos la alegría de contemplar a Dios cara a cara” (Audiencia 5.2.2014).
En la Eucaristía, el Señor nos da comer su mismo Cuerpo y a beber su Sangre, nos atrae hacía sí, se une con cada uno de los que comulgan, crea y recrea la fraternidad entre los que comulgan, alimenta nuestra fe y vida cristiana y genera una comunión que envía a la misión para que su amor y misericordia lleguen a todos. Además, el Señor se queda entre nosotros para que podamos estar y hablar con él, contemplarle y adorarle, para ser manantial permanente de nuestra caridad fraterna y de nuestro ardor misionero.
El Corpus Christi es una magnífica ocasión para entrar en el corazón del misterio de la Eucaristía. Todos deberíamos empeñarnos en que esta Fiesta recobre una mayor participación en la Misa y en la procesión de todo el pueblo de Dios. Necesitamos avivar la fe y el aprecio por la Eucaristía: es el bien más precioso que tenemos los cristianos. Es el don que Jesús hace de sí mismo, revelándonos y ofreciéndonos el amor y la misericordia infinitos de Dios por la humanidad, por cada hombre y mujer y, de manera muy especial, para los más pobres y necesitados.
Cuando celebramos con fervor la Eucaristía y cuando adoramos con devoción a Cristo presente en el sacramento del altar se aviva en nosotros la conciencia de que donde hay amor brilla, también, la esperanza. Donde el ser humano experimenta el amor se abren para él puertas y caminos de esperanza. No es la ciencia, sino el amor lo que redime al hombre, nos recordaba el Papa Benedicto XVI. Y porque el amor es lo que salva, salva tanto más cuanto más grande y fuerte es. No basta el amor frágil que nosotros podemos ofrecer. El hombre, todo hombre, necesita un amor absoluto e incondicionado para encontrar sentido a la vida y vivirla con esperanza. Y este amor es el amor de Dios, que se ha manifestado y se nos ofrece en Cristo y que tiene su máxima expresión sacramental en la Eucaristía, fuente inagotable del amor.
Cuando se vive la Eucaristía, como misterio de presencia de Cristo que acompaña al hombre en el camino de la vida, se descubre también que la Eucaristía es el gran sacramento de la esperanza, anticipo de los bienes definitivos a los que todos aspiramos y esperamos en lo hondo de nuestro corazón.
Si se celebra y vive la Eucaristía como el gran sacramento del amor, esto se traduce necesariamente en gestos de amor, en obras de caridad y en obras de misericordia, que se convierten en signos de esperanza de un mundo nuevo. Es lo que hacen tantos cristianos en su compromiso de caridad cristiana; es lo que hacen nuestras Cáritas y tantas obras caritativas y sociales de grupos eclesiales y congregaciones religiosas.
Celebremos con fervor el Corpus Christi; entramos en el misterio de la Eucaristía, dejémonos configurar por ella, para ser testigos comprometidos del Amor y de la esperanza que no defrauda.
Con mi afecto y bendición,

+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón


martes, 24 de mayo de 2016

La educación de tus hijos, no te la juegues a la «ruleta rusa»


La Constitución Española garantiza «el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones». (Art. 27,3). Teniendo en cuenta esto pienso si no es urgente, ahora mismo, y en aras de la verdad, revertir la opinión pública sobre el tema de “la religión en la escuela”.. Porque la verdad es, aunque ciertos intereses partidistas la quieran negar, que la educación religiosa en la escuela no es un privilegio de unos pocos, sino que es un derecho de todos y que, sin esa educación, los hijos de las próximas generaciones se verán privados de una dimensión constitutiva propia de todo ser humano como es la dimensión trascendente.

Cuando me ha tocado bucear por el corazón de muchos jóvenes, escucharles, consolarles, sanar sus heridas, tratar de restituir su dignidad perdida… enseguida he descubierto que el ideal de persona que “han copiado” de la sociedad que les rodea no es el ideal cristiano propuesto por Jesús de Nazaret. Muchas veces “los valores sociales” son el individualismo, hedonismo, consumismo, relativismo, subjetivismo y secularismo. Y yo creo que existen otras propuestas de realización y de felicidad humana. Creo que existe una forma distinta de sentir, pensar y actuar que se fundamenta en estas cuatro “leyes” de signo cristiano:

1.- La comunión. No somos individuos aislados. Somos seres singulares. Somos personas. Nuestra humanidad se realiza en la comunión interpersonal y social con los demás y con Dios. Lo que nos humaniza es buscar cada uno el interés de los demás.

 2.- El servicio. No estamos para competir sino para colaborar por una existencia digna para todos. El camino de felicidad no es el consumismo sino el poner la vida al servicio de los demás para que vivan.

 3.- La dignidad humana y la libertad. Existen valores universales. Nuestra libertad no consiste tanto en poder elegir, desechar, cambiar, cuanto en buscar juntos, desde la diversidad, la verdad y conformar nuestra vida desde ella.

4.- La fraternidad. Formamos parte de un proyecto común que podemos construir juntos desde nuestra libertad. Somos una sola familia humana. Reconocer esta realidad es lo que nos humaniza.

Desde estas “leyes” creo que la clave de una vida con sentido es entender que lo esencial de todo ser humano es la vocación a la comunión en el amor y la libertad. Es vivir para los demás, para que los otros vivan. Los demás no son mis competidores sino los que hacen posible mi propia realización y felicidad.

Todo esto no se aprende de golpe. Se aprende, en primer lugar y de forma progresiva, en la familia y, en segundo lugar y de forma subsidiaria, en la escuela y en la Iglesia. Hoy también a través de las redes sociales… La educación no es neutra. Y hoy hay quienes, amparándose en un puñado de votos conseguidos a cualquier precio, pretenden generar un pensamiento único y hacer callar la conciencia del que piensa diferente Hay que desenmascarar esta falacia. No te juegues el futuro de tus hijos, su educación, su porvenir, a la «ruleta rusa».

Una buena educación es la mejor herencia que puedes dejar a tus hijos. Te propongo que elijas muy bien el centro al que los llevas y que pidas que les ofrezcan religión católica. Lo progre, lo moderno, lo liberal… sería, a mi juicio, que cada uno pudiera escoger el centro escolar y los valores educativos que conforman el modelo de hombre y de mujer que la sociedad necesita. Ojalá que nuestros jóvenes no tengan que acusar un día a sus padres de haberles “estafado” por haberles privado de aquella dimensión constitutiva de su persona que, aunque no les suprimiera los problemas, iluminaba y daba pleno sentido a su vida. Y es que, aunque nos neguemos a aceptarlo, hemos sido creados, como decía san Agustín, con un corazón que sólo puede ser satisfecho realmente por Aquel que lo ha creado.

Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

domingo, 22 de mayo de 2016

Vivir a Dios desde Jesús





El Espíritu os guiará hasta la verdad completa

Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad,
–tu encuentro con el Padre y el Espíritu–
es cuando yo “apago” mis luces y me dejo desbordar de la tuya,
luz que disipa las tinieblas y alumbra los rincones del alma…
Ante el misterio sólo caben dos opciones: aceptarlo o rechazarlo,
nunca entenderlo.
Y tú eres misterio, el inabarcable, el tres veces Santo.
Me basta saber que eres misterio de Amor.
No quiero perderme, pues, en cábalas inútiles
blandiendo mis “porqués” al aire,
sino encontrarme con la verdad de un Dios
que me envuelve en su infinitud.

Gracias, Jesús, por hacerme “ver” estas cosas.
Y gracias por enviarme tu Espíritu
que me “introducirá a la verdad total” (Jn. 16,13).




Los teólogos han escrito estudios profundos sobre la vida insondable de las personas divinas en el seno de la Trinidad. Jesús, por el contrario, no se ocupa de ofrecer este tipo de doctrina sobre Dios. Para él, Dios es una experiencia: se siente Hijo querido de un Padre bueno que se está introduciendo en el mundo para humanizar la vida con su Espíritu.

Para Jesús, Dios no es un Padre sin más. Él descubre en ese Padre unos rasgos que no siempre recuerdan los teólogos. En su corazón ocupan un lugar privilegiado los más pequeños e indefensos, los olvidados por la sociedad y las religiones: los que nada bueno pueden esperar ya de la vida.

Este Padre no es propiedad de los buenos. «Hace salir su sol sobre buenos y malos». A todos bendice, a todos ama. Para todos busca una vida más digna y dichosa. Por eso se ocupa de manera especial por quienes viven «perdidos». A nadie olvida, a nadie abandona. Nadie camina por la vida sin su protección.

Tampoco Jesús es el Hijo de Dios sin más. Es Hijo querido de ese Padre, pero, al mismo tiempo, nuestro amigo y hermano. Es el gran regalo de Dios a la humanidad. Siguiendo sus pasos, nos atrevemos a vivir con confianza plena en Dios. Imitando su vida, aprendemos a ser compasivos como el Padre del cielo. Unidos a él, trabajamos por construir ese mundo más justo y humano que quiere Dios.

Por último, desde Jesús experimentamos que el Espíritu Santo no es algo irreal e ilusorio. Es sencillamente el amor de Dios que está en nosotros y entre nosotros alentando siempre nuestra vida, atrayéndonos siempre hacia el bien. Ese Espíritu nos está invitando a vivir como Jesús que, «ungido» por su fuerza, pasó toda su vida haciendo el bien y luchando contra el mal.

Es bueno culminar nuestras plegarias diciendo «Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo» para adorar con fe el misterio de Dios. Y es bueno santiguarnos en el nombre de la Trinidad para comprometernos a vivir en el nombre del Padre, siguiendo fielmente a Jesús, su Hijo, y dejándonos guiar por su Espíritu.

Ed. Buenas Noticias

sábado, 21 de mayo de 2016

“Contemplad el Rostro de la Misericordia” En la Jornada Pro Orantibus


Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

 El mundo moderno se caracteriza por la prisa. Siempre tenemos prisa, todo lo hacemos con prisa. El instante se valora como pocas cosas y la espera desespera a nuestros contemporáneos. Incluso estas letras pueden estar escritas con prisa, al ritmo de un tiempo medido y limitado por las muchas ocupaciones. Nuestra impaciencia es de tal calibre que no sabemos valorar, de hecho no valoramos, la espera ni la paciencia. Y lo cierto es que cuanto más corremos nosotros más corre la vida; y lo más importante es que pasamos de puntillas por la vida sin vivirla. Quizás sabemos y nos movemos como nunca, pero no saboreamos. Cómo no recordar la palabras de San Ignacio de Loyola en el libro de los Ejercicios Espirituales, que podemos también referir a la prisa: “No el mucho saber harta y satisface al anima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente” (EE, 2).

 En la Iglesia hay hermanos y hermanas que viven el tiempo al ritmo de la contemplación, centrados en Dios que llena la vida del hombre como nada ni nadie puede hacerlo; ellos nos enseñan el valor del silencio, de la paz, de la paciencia. Sin embargo, atrapados por la visión de este mundo, hay muchas personas, incluso muchos católicos, que se preguntan qué hacen una religiosas dedicadas a la oración, viviendo en clausura, con tantas cosas que hay que hacer en el mundo. Parece que la esencia de la vida cristiana estuviera en el hacer, cuando no es así. Además un hacer al que le falta la esencia del ser está condenado a sobrevivir en la vaciedad, a terminar sin tener sentido. La vida cristiana hunde sus raíces y encuentra su fuerza en la contemplación del rostro de Dios.

            Este domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad, estamos llamados a entrar en la hondura de Dios. Podemos contemplar a Dios porque Él se ha revelado al hombre en la persona y en el misterio de Cristo, el Verbo Encarnado. Por el rostro de Cristo llegamos al misterio mismo de Dios. Dios es amor que se entrega, y así muestra al hombre su grandeza dignidad. En el misterio de la Santísima Trinidad encontramos también el camino y el modelo para nuestra propia vida.

 Por todo esto, la Iglesia ha querido que esta fiesta esté también consagrada a dar gracias a Dios y pedir por los hermanos y hermanas nuestros que viven la vocación monástica, consagrados a la contemplación del rostro de Dios.

San Juan Pablo II, en la Exhortación Apostólica Vita Consecrata, describía así la naturaleza y finalidad de la vida consagrada contemplativa: “Los Institutos orientados completamente a la contemplación, formados por mujeres o por hombres, son para la Iglesia un motivo de gloria y una fuente de gracias celestiales. Con su vida y su misión, sus miembros imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura. En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno, orientan toda su vida y actividad a la contemplación de Dios. Ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen, con una misteriosa fecundidad apostólica, al crecimiento del Pueblo de Dios” (n.8).

Los monjes y monjas contemplativos nos enseñan con su vida el camino de la misericordia. La contemplación es el camino de la misericordia. El amor de Dios llena el alma del que lo contempla haciéndole gustar de su misericordia. No hay más camino a la misericordia con los demás que el haber experimentado en nuestra propia vida la misericordia de Dios.

En nuestra diócesis existen cuatro monasterios de vida consagrada dedicados a la contemplación. Son estas hermanas las que acompañan y sostienen con su plegaria el camino de nuestra Iglesia. Por esto, os invito a dar gracias a Dios por este servicio callado e imprescindible, al tiempo que pedimos por cada una de ella para que no se cansen de orar y de inmolarse por la salvación de los hombres. Que no falten las vocaciones necesarias para que siga encendida la lámpara de estas comunidades enraizadas en el corazón mismo de la Iglesia.

 A la Virgen María, figura de la Iglesia y mujer contemplativa, encomendamos la vida de los contemplativos para que los haga, como ella, firmes en la fe, perseverantes en la esperanza y diligentes en la caridad. Que ella sea su ejemplo e intercesora.

Con mi afecto y bendición.

+ Ginés García Beltrán,
Obispo de Guadix


viernes, 20 de mayo de 2016

Domingo de la Santísima Trinidad



Vivir como templos de la Santísima Trinidad

            Desde Adviento hasta Pentecostés hemos recordado y celebrado los grandes misterios de nuestra salvación: Dios Padre envió a su Hijo que se encarnó en el seno de María virgen por obra del Espíritu Santo, su nacimiento en Belén, su ministerio público, su pasión, muerte y resurrección, su donación del Espíritu Santo,  su presencia entre nosotros. Ahora, al final, esta fiesta invita a agradecer toda esta obra en conjunto, adorando y alabando a nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Realmente no haría falta esta fiesta, pues este objetivo está presente en toda Eucaristía, que culmina en una doxología en la que, unidos en el Espíritu Santo, por Cristo damos al Padre todo honor y toda gloria. Incluso la Iglesia se opuso por esta razón a los primeros que quisieron introducirla en la Edad Media, pero al final la aceptó en el s.X. Es otra ocasión para insistir en la necesidad de buscar en todo la gloria de Dios.  

            Nuestra fe en la Santísima Trinidad es un acto de obediencia a las enseñanzas de Jesús. Algunos monoteístas, como musulmanes y judíos, la critican, porque solo hay un solo Dios. Y es verdad que hay un solo Dios, pero Jesús nos ha revelado que él es Dios, junto al Padre y el Espíritu Santo. Por ejemplo, en el Evangelio que se ha proclamado hoy, nos dice que “Todo lo que tiene el Padre es mío”, luego se iguala a Dios Padre; igualmente nos dice que el Espíritu todo lo comparte con él. De forma semejante hemos escuchado en la segunda lectura una enseñanza de san Pablo en la que iguala la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu. Esto mismo aparece en muchísimos pasaje del Nuevo Testamento. Es verdad que la palabra trinidad no la dijo Jesús sino que se acuñó en el s.III por Tertuliano para enseñar este misterio, pero esto es secundario. Lo importante es que Jesús nos ha enseñado esta realidad y la Iglesia siempre la ha creído, enseñado y vivido, aunque, siendo profundamente monoteísta como Jesús.

            Jesús no nos ha explicado el contenido profundo, un solo Dios y tres personas distintas, por ello es para nosotros un misterio que aceptamos con fe, sino que nos ha dicho qué es lo que hace cada persona divina, básicamente que el Padre es origen y fuente de todo poder y vida, que el Hijo es servicio  que nos trasmite la vida divina, y que el Espíritu Santo es amor gratuito y fuerte que nos da esta vida divina y nos capacita para obrar a lo divino.

Los tres actúan en común, pero cada uno deja su sello en la acción común. Por ello todo don que recibimos de Dios es poder del Padre, servicio del Hijo, regalo del Espíritu Santo y lo hemos de ejercer como tales, es decir, la vida es un poder recibido del Padre y he de vivirla como un servicio en unión con el Hijo y en contexto de amor en unión con el Espíritu Santo. Y así todas las facetas de la vida: hablar, enseñar, trabajar, servir, paternidad y maternidad, etc. Como dice san Pablo  “hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de poderes, pero un mismo Dios que obra todo en todos (1 Cor 12,4-6).

            Esto mismo ayuda a conocernos mejor. Si el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es importante conocer cómo es Dios y el misterio de la Trinidad nos ayuda a ello. Si Dios es unidad en la trinidad, el hombre es una persona individual abierta a la pluralidad; por ello el egoísta, cerrado a los demás, traiciona su identidad. Igualmente el hombre es vida-poder, servicio, amor y su vocación es crecer en estas tres facetas inseparables; crecer en hacerse persona para servir mejor y así realizar su vocación de amor.

No se trata de imitar algo que está fuera de nosotros, pues somos templos de la santísima Trinidad, que habita en nosotros por el amor, como nos enseña Jesús: Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.  El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14,20-21 cf. 1 Cor 6,19). El hombre, pues, viene de Dios uno y Trino y debe vivir en este ambiente vital. A  él fuimos incorporados en el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y él es nuestra meta final, cuando compartamos plenamente el gozo de la vida trinitaria.

            Siendo un misterio central en nuestra vida, la Iglesia nos invita a recordarlo constantemente. Cuando entramos en el templo y tomamos agua bendita, nos santiguamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, recordando, agradeciendo y renovando nuestro bautismo; cuando comenzamos una acción, nos santiguamos de igual forma, recordando y agradeciendo que lo hacemos con el poder del Padre para servir como el Hijo con el amor del Espíritu Santo. Igualmente esta celebración de la Eucaristía la realizamos plenamente en contexto trinitario, pues el Espíritu nos purifica el corazón, nos capacita para orar y nos une a Jesús, y unidos a Jesús, ofrecemos nuestra vida al Padre y le deseamos todo honor y toda gloria.        



Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona

jueves, 19 de mayo de 2016

Tu corazón, el mejor «sagrario de Dios»



Con emoción contenida quisiera felicitar a través de estas líneas a cada uno de los niños y niñas de nuestra Diócesis que durante este mes de mayo recibirán sacramentalmente por primera vez a Jesucristo en la Eucaristía.

Todavía recuerdo mi primera comunión como uno de los momentos más significativos de mi vida. Desde aquel día siempre tuve un hueco en la mesa de los mayores ¡Toda una hazaña, para un crío de siete años!

 ¡Me conmueve comprobar cómo en los niños el MISTERIO EUCARÍSTICO se hace nítido y visible porque logran ver a Dios con los «ojos del corazón» y sienten un verdadero anhelo de COMUNIÓN con Aquel que sabe que los creó por amor! Lo viven como si Jesús estuviera jugando al «escondite» con ellos. A través de la Eucaristía, Jesús se oculta en el corazón de cada uno. Son los demás quienes tienen que descubrirlo a través del testimonio de su vida, de su bondad, humildad, generosidad, laboriosidad, de su amor y entrega a los demás... Un MISTERIO que está sólo al alcance de quienes aciertan a vivir la vida no sólo con la ingenuidad de un niño sino también como un verdadero regalo de Dios.

¡Qué privilegio poder decir como san Pablo que «no soy yo sino que es Jesucristo quien vive en mí»! De esta forma tan sencilla y tan sublime, los demás pueden descubrir que quienes me ven a mí, a quien debieran ver realmente es a Jesús y que quienes me oyen a mí, a quien debieran oír realmente es a Jesús… Sólo así unos y otros llegarán a descubrir que son TODO del Señor, que es Jesucristo quien realmente mueve y sostiene sus vidas.

Ojalá cuando comulguen por segunda, tercera, quinta, milésima vez, sus manos o sus labios se constituyan en el mejor «altar» de Jesús, su corazón en el mejor «sagrario» y toda su vida en el mejor «templo» para que con su ejemplo puedan mostrar (desvelar) a Jesús, su amigo del alma, especialmente a sus padres, hermanos, abuelos y familiares; a sus profesores, catequistas y curas de la parroquia; a sus compañeros de clase, a sus vecinos y a sus mejores amigos. Lo mismo le sucedió a la Virgen María. Ella llevó nueve meses a Jesús en sus entrañas. Fue el primer «sagrario» de Dios en el mundo.

Todavía recuerdo, de aquellos años, un par de gestos cómplices que mis padres tuvieron con mi hermana y conmigo. Cada noche, al terminar el telediario, mi madre nos cogía en brazos y nos llevaba a la cama. Allí, antes de despedirnos con un beso, nos enseñaba a santiguarnos y a pedirle a la mamá de Jesús que nos ayudara y protegiera. Y rezaba con nosotros la Salve. Costumbre que todavía conservo si no me duermo respondiendo los whatsaps o los emails pendientes.

Permitidme que en este mes de mayo ofrezca este hermoso poema de Unamuno a todas aquellas madres que todavía mantienen este elocuente gesto con sus hijos:

Madre, llévame a la cama./ Madre, llévame a la cama,/ que no me tengo de pie./ Ven, hijo, Dios te bendiga/ y no te dejes caer. No te vayas de mi lado,/ cántame el cantar aquél./ Me lo cantaba mi madre;/ de mocita lo olvidé,/ cuando te apreté a mis pechos/ contigo lo recordé. ¿Qué dice el cantar, mi madre,/ qué dice el cantar aquél?/ No dice, hijo mío, reza,/ reza palabras de miel;/ reza palabras de ensueño/ que nada dicen sin él. ¿Estás aquí, madre mía?/ porque no te logro ver.../ Estoy aquí, con tu sueño;/ duerme, hijo mío, con fe.

El otro gesto se repetía cada domingo. Antes de ir a misa y a la catequesis con mis padres, esperábamos a que mi madre se levantara a preparar el desayuno para ir a acostarnos con mi padre y escuchar el cuento (el relato novelado del evangelio del domingo) que siempre tenía preparado… y tomar todos juntos en la cama, chocolate con fullatre (torta típica de Ejea).

¡El alma infantil se va tejiendo y conformando, como podéis ver, con signos pequeños… que te van curtiendo y que te sostienen cuando te llegan las adversidades!

Con mi afecto y bendición.
Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

miércoles, 18 de mayo de 2016

¡Consolar al triste!



                   «LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA, SE LLAMA MISERICORDIA»

LA QUINTA OBRA ESPIRITUAL DE MISERICORDIA

«Una sonrisa cada día» era más que suficiente para que aquel anciano pudiera seguir viviendo. Hay historias que te conmueven y que bien valen toda tu vida ministerial (sacerdotal o episcopal). La historia, que a buen seguro os conmoverá a más de alguno, la presencié en una residencia de ancianos. Había una sección de infecciosos celosamente separada del resto por una reja. Dentro de aquel recinto todo era rabia, desesperación, impotencia… Pero en medio de aquella tragedia, llamaba la atención la sonrisa permanente de uno de los ancianos. Vivía con ilusión y trataba a todos con gran dulzura. ¿Cuál era el misterio? Todos los días, al punto de la mañana, se acercaba a la verja porque del otro lado acudía una señora también anciana. La mujer no hablaba. Sólo le dirigía una hermosa sonrisa. El anciano le respondía con otra sonrisa. Y luego cada uno regresaba a su pabellón. Con aquella sonrisa podía aguantar hasta el día siguiente. Era una especie de comunión diaria... Era su mujer. Antes, era ella quien le curaba. Le ponía la pomada en la cara, dejando unos centímetros, para poder darle un beso. “Cuando me trajeron al pabellón de los aislados, comenta, no le permitieron estar conmigo. Su sonrisa diaria me sigue sosteniendo, confortando, consolando. Sólo para ella me gusta seguir viviendo”. ¡Qué bien sabe hacer Dios todas las cosas! y ¡con qué poco nos conformamos para sentirnos reconfortados!

Perdonad mi osadía, cofrades que integráis la sección de instrumentos, no guardéis vuestros tambores. «Vendedle» (regaladle) a vuestro obispo, una hora de vuestro tiempo, de vuestro ocio… Pasad por nuestras residencias de mayores, «perded» («ganad») una hora a la semana alegrándoles la vida. Quién sabe si vuestra sonrisa llegue a hacer más ruido que vuestro bombo, vuestro tambor o vuestra corneta. Quién sabe, si a la postre, serán ellos mismos quienes os devuelvan la alegría, la autenticidad, la libertad o la misma VIDA.

La medalla que con tanto orgullo colgáis de vuestro cuello, simboliza el «PASO» que cargáis sobre los hombros. Es el rostro vivo de Jesús en aquellos que están solos. Coged vuestra medalla entre las manos. Miradla. Estrechadla en vuestro pecho. Experimentad conmovidos la alegría que engendra vuestra entrega generosa. No la recojáis en todo el año. No la guardéis con vuestra túnica. Dejadla en la mesilla. Escucharéis sorprendidos cada noche cómo resuena en silencio vuestro bombo, vuestro tambor o vuestra corneta. Sed auténticos. Sed valientes. No tengáis miedo. Atreveos, como Jesús, a ponerle rostro a los sin rostro, a ser bálsamo de Dios para sus vidas. Al terminar cada día la jornada, repasad, evocad a cuántos ha besado Dios por medio de vuestros labios. De cuántos habéis sido su caricia. Sólo así perpetuaréis la PASCUA cada día. Y antes de cerrar vuestros ojos, cada noche, elevad lentamente a Dios esta plegaria que condensa la esencia de toda la vida: GLORIA AL PADRE. GLORIA AL HIJO. GLORIA AL ESPÍRITU SANTO…!!! como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. AMEN.

Verás cómo no os vais a arrepentir. No dejéis muerto al Señor en vuestras vidas. Id más allá del Viernes Santo. Abrazad su cruz. Traspasadle vuestras «llagas». Aguardad la aurora de la pascua. Entenderéis entonces que vuestro dolor, sacrificio, cruz y muerte no habrán sido en vano, sino únicamente el pórtico inevitable que os abrirá un día las puertas de la gloria.

Con mi afecto y bendición.

Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

martes, 17 de mayo de 2016

Los cristianos en el mundo


"Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. 

Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho.

Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. 

Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres. 

El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar."  


De la Carta a Diogneto (Cap. 5-6; Funk 1, 317-321)  

lunes, 16 de mayo de 2016

Tueque con Dios




Meditando el Salmo 118, el más largo del Salterio, en sus versículos 145-152, encontramos una invocación inicial del salmista cuando dice: “Te invoco de todo corazón…”. Es curioso que siempre haya sido Dios el que ha solicitado la escucha del hombre. Nos dice el Shemá: “…Escucha, Israel, Yahvhé nuestro Dios es el único Yahvhé; amarás a Yahvéh con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas…” (Dt 6,4)  Y, efectivamente, el salmista invoca a Dios con todo su corazón. Es más, le dice: “…Respóndeme, Señor, y guardaré tus leyes, a Ti grito: ¡sálvame!, y cumpliré tus decretos…”

Y ahí es donde quería detenerme. Está en el sentimiento humano el premio o castigo del Señor por nuestras obras; la realidad es que Dios no castiga, somos nosotros los que, a causa de nuestros pecados, nos castigamos a nosotros mismos. Hasta ahí, la tradición religiosa de una religiosidad primaria, poco madura., pero necesaria en una primera etapa de conversión. Pero nos olvidamos de que es Dios mismo el que salva gratuitamente; después vendrá la etapa en que reconoceremos que, por causa de esta salvación, nosotros nos encontramos en la necesidad de reconocer su bondad y Misericordia, y actuamos.

Consideremos esta forma de actuar del hombre: “Si me consigues este trabajo, te encargo una Misa”; otra: “Si apruebo esta asignatura, estas oposiciones, etc, te pongo dos velas…”; más: “mi hija está enferma, si la sanas, voy de rodillas hasta el altar…” Es una sensación de “contrato” con Dios. “Si me haces esto que es bueno según mi criterio-no el tuyo-, te devuelvo el favor con algo que te guste: unas velas, una Misa, una oración…”. Es la religiosidad primaria que tiene mucho desconocimiento de Dios. Y así hemos sido durante mucho tiempo, y quizá ahora también. De ahí esa sensación de “trueque” con Dios.

“Si te ofreciera un holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un corazón quebrantado y humillado. Un corazón quebrantado y humillado Tú no lo desprecias…”nos recuerda David en el Salmo 50.

“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí…”(Is 29,13).

Pero Jesucristo es más claro aún: “¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías cuando dijo: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí…” (Is 29,13). En vano me rinden culto ya que enseñan doctrinas que son  preceptos de hombres” (Mt 15, 8-10), hablando a los fariseos que cargaban a los judíos con grandes cargas, mientras ellos sólo se ocupaban de aumentar el largo de sus “filacterias”, de sus vanidades.

Y el hombre se revuelve si no consigue su petición. Sólo Dios sabe lo que nos conviene. A veces no sabemos pedir. Pedimos cosas terrenales que ya conoce el Señor. Pidamos mejor “sabiduría” para conocerle; aumentar nuestra fe; ver a Jesús en los hermanos necesitados, responder con valor pero sin violencia ante los ataques a Dios o a la Iglesia. Pidamos amar en lugar de ser amados.

No nos vendría mal recordar la bellísima oración de san Francisco en el llamado “Cántico de las criaturas”, que dejamos al lector para que lo medite.

Por eso necesitamos, como dice Ezequiel, que cambie nuestro corazón de piedra en uno de carne, capaz de amar en la medida de Él.

Alabado sea Jesucristo,


Tomas Cremades Moreno

domingo, 15 de mayo de 2016

Recibid el Espíritu Santo ( Jn 20,19-23)




¡Ven, Espíritu Santo! ¡Acompáñanos en todo momento!

Sólo tú, enviado de Dios para iluminarnos,
puedes hacer de nuestra vida un camino hacia el amor de Dios,
con la paz y la esperanza
como fundamentos de nuestra existencia.

¡Renueva nuestro interior, nuestra personalidad,
con el fuego del amor que libera!

Espíritu de Dios, ¡ven y ayúdanos a responder
a la llamada que nos haces cada día, de manera constante,
para que proclamemos tu mensaje de amor
a todas las personas que coinciden con nosotros
en esta ruta que, a través de Jesucristo,
nos lleva hacia Ti, Padre del Cielo!

Espíritu de amor y de fortaleza, ¡ayúdanos a superar
todos aquellos obstáculos, pequeños y grandes,
que cierran la ventana que podemos abrir al amor auténtico!

Espíritu Santo, ¡borra todo lo que nos distancia de los demás,
de todos los hermanos y hermanas nuestros sin exclusión, 
empezando por nuestros familiares y seres queridos!