miércoles, 4 de mayo de 2016

La mirada de la Virgen

Queridos hermanos en el Señor:
Os deseo gracia y paz.

Con una sola mirada se pueden decir muchas cosas, se pueden expresar muchos sentimientos, se pueden compartir muchas experiencias. Con la mirada podemos transmitir afecto, aliento, atención, respeto, confianza, compasión y amor. También podemos comunicar temor, recelo, desconfianza, orgullo, altanería, soberbia y envidia.

Por eso, es importante aprender a mirar, a ver con detenimiento. Escribe san Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Cor 2,9). Hay algo más allá de nuestra capacidad de ver, de oír y de pensar que corresponde a un proyecto preparado por Dios.

La Virgen María nos enseña a mirar y nos anima con su mirada. Ella nos indica lo que no es visible a los ojos; lo que está más allá de la superficie; lo que no resulta evidente, ni palpable, ni tangible; lo que descubrimos en la raíz de las personas, de los acontecimientos y de todas las cosas.

Los ojos de la Virgen María siempre están atentos y centrados en su Hijo. Desde la Anunciación hasta Pentecostés, desde la pobreza de Belén al sufrimiento de la cruz. En todas las circunstancias y en todos los momentos, Ella supo contemplar en silencio, actuar con amor y delicadeza, creer con firmeza y esperar confiadamente. Por eso, vemos a la Virgen María como imagen y modelo de la Iglesia.

La Virgen María nos enseña a ver con admiración el designio de Dios, a reconocer la fidelidad de Dios a sus promesas y a apreciar la fuerza que viene de Él. De ella aprendemos a vivir con alegría y a distinguirnos por un comportamiento fiel y al mismo tiempo libre. Con la fidelidad que procede del amor y con la libertad que garantiza el Espíritu Santo.

La Virgen María nos mira con ternura, con misericordia, con amor de madre. Experimentamos su mirada y no nos sentimos aislados, ni separados, ni ignorados, sino miembros de una única familia congregada por su Hijo. Aprendemos a mirar a todos los demás con amor, sabiendo que somos amados, y que sentimos el impulso de amar no solamente con palabras, sino con las obras de cada día.

Ella está muy cerca de quienes se esfuerzan por llevar a casa el pan de cada día. Ella escucha el grito del dolor inocente. Conoce nuestras preocupaciones concretas y bien definidas: la falta de trabajo y la precariedad laboral; la inquietud por el presente y la incertidumbre ante el futuro; la pobreza y la discriminación; la injusticia y la violencia; la mentira y la mezquindad; la soledad y la enfermedad.   Ella nos anima para que acudamos confiadamente a su Hijo Jesús, para que encontremos acogida, misericordia, perdón y nuevo impulso para proseguir el camino. Como en las bodas de Caná, nos dice: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).

En la Virgen María la humanidad alcanza la máxima posibilidad de cooperación con el proyecto de Dios. Por eso, es la referencia más segura para comprender qué significa ser Iglesia, en comunión con Dios y con los hermanos.

En este mes de mayo rezamos con amor de hijos: “Reina y Madre de misericordia (…) vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición,

+Julián Ruiz Martorell,
Obispo de Jaca y de Huesca


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