sábado, 30 de abril de 2016

Domingo VI Tiempo Pascual





El Espíritu nos acompaña y enseña.

       El domingo pasado Jesús resucitado nos dijo que no nos ha abandonado, sino que está en medio de nosotros por medio del amor. Hoy nos lo vuelve a decir  y añade que esta presencia implica también la presencia dinámica del Padre y del Espíritu.

        Una de las facetas de la acción del Espíritu en nosotros es que nos ayuda a comprender y actualizar la palabra de Dios en las circunstancias concretas. Jesús habló anunciando la salvación en un contexto cultural concreto y con problemas concretos. Cuando cambian la cultura y los problemas,  ¿hay que repetir siempre literalmente sus enseñanzas y el resto de la palabra de Dios? ¿Es legítimo profundizar en ellas para poder iluminar los nuevos problemas  y la nueva situación cultural? ¿Es legítima la evolución doctrinal y organizativa en la Iglesia? No todos lo aceptan, como se ve después de los concilios, especialmente después del Vaticano II, en que han surgido grupos disidentes. Por otra parte surgen herejías, ¿cómo discernir la evolución correcta de la incorrecta?  Jesús anunció que es correcta y necesaria la evolución y que el Espíritu Santo ayudará a su Iglesia, especialmente a los apóstoles, sus testigos cualificados, a realizar esta profundización correctamente. El Espíritu Santo y la tradición apostólica es la respuesta correcta.  

La primera lectura ofrece un ejemplo de esta acción. Recuerda el conflicto que se dio en la Iglesia primitiva a propósito de la aceptación de los no judíos en la comunidad cristiana. Todos estaban de acuerdo en que la obra salvífica de Jesús estaba destinada al pueblo judío y a toda la humanidad, pero disentían en el modo. La razón era que en los oráculos de los profetas se anuncia la venida de los gentiles a Jerusalén para participar de la salvación mesiánica, por ejemplo Is 60. Unos interpretaban estas palabras en el sentido de que los gentiles tenían que hacerse previamente judíos circuncidándose y, como tales, recibir el bautismo, pero otros, con más razón, decían que los oráculos solo anunciaban el hecho de la llegada del Mesías salvador al pueblo judío y que esta salvación también se ofrecía a los no judíos, sin necesidad de que se circuncidaran. Se reúnen delegados de las comunidades con los apóstoles y dialogan sobre el problema, incluso discuten fuertemente. Y llegan a una conclusión: no se tienen que circuncidar los gentiles, pero en las comunidades en que haya judío y gentiles, éstos deben evitar acciones repugnantes para los judíos. Para esta conclusión se fundan en el hecho de que todas las verdades deben ser coherentes entre sí y que atribuir a la circuncisión un valor salvador implicaba deformar la fe, pues solo salva la muerte y resurrección de Jesús.

 Y lo interesante: se presenta la conclusión como obra del Espíritu Santo, con lo que enseñan que el Espíritu interviene por medio de estos diálogos e incluso fuertes discusiones, que son necesarias para llegar a la verdad. Lo importante es hacerlo con recta intención.

       La palabra de Dios tiene que iluminar la vida de la Iglesia y de sus fieles y en aplicación concreta hay que contar con la ayuda del Espíritu Santo en los diversos niveles (toda la Iglesia, diócesis, parroquia, grupo eclesial), que actuará en la medida en que se proceda con recta intención, con la debida preparación (el Espíritu no suple el esfuerzo humano) y a la luz de toda la palabra de Dios, pues el Espíritu no se puede contradecir.

       En la celebración de la Eucaristía el Espíritu nos ayuda a comprender la palabra de Jesús y llevarla a la vida.


Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 29 de abril de 2016

María es la Madre.





Toda madre es transparencia del amor,
es hogar de ternura,
es fidelidad que no abandona,
porque una verdadera madre ama
incluso cuando no es amada.
¡María es la Madre!

En ella, la feminidad no tiene sombras,
y el amor no está contaminado por rebrotes de egoísmo
que aprisionan y bloquean el corazón.

María es la Madre.

Su corazón permanece fielmente
junto al corazón del Hijo
y sufre y lleva la cruz,
y siente en la propia carne
todas las llagas de la carne del Hijo.

María es la Madre,
y sigue siendo Madre:
para nosotros, por siempre.

jueves, 28 de abril de 2016

La propuesta





Creo que es una gran idea aceptar esta propuesta, mirad:

La primera cosa buena es ganar amigos ¿cómo? Jamás jamás, hablar mal de nadie en un entorno conocido (en los desconocidos, no se habla) y eso procura confianza y amistad. Así que ¡Chitón!!!

La segunda cosa estupenda es ganar tranquilidad ¿Cómo? Con la conciencia en paz: Nunca hacer daño intencionado, ni por despecho, ni por venganza. ¡Dormiremos a pierna suelta!!! 

La tercera cosa fantástica, a pesar de nuestro sufrimiento (en silencio), es sacar sonrisas en los demás y los buenos momentos logrados compensarán en parte nuestra tristeza. ¡Me encanta!!! 

La cuarta cosa primordial es no pensar en lo que no podemos entender. La obediencia  a la verdad es la clave; se nos quitan un montón de paranoias existenciales. ¡Ufff qué relax!!!

La quinta cosa magistral es intentar ver en los ojos que se nos cruzan por doquier, el interés que Dios tiene por él. ¡Cómo nos cambia la visión del mundo!, es otra historia. ¡Magnífico!!!

La sexta cosa crucial es saber que no estamos solos: Tenemos a un Oyente a nuestra disposición cada segundo de nuestra vida y no hace ruido, con lo cual ¡Soberbio!!!

La séptima cosa es “divertida” y nos enorgullece. Nunca despreciar al contrario por rarito o bicho que nos parezca… ¡Las caras que ponen a nuestra actitud, es un cuadro! ¡Ojo! No arrancarlo de nuestro lado, no sea que nos arrastre con él. Alguien se encargará después de la “cizaña…”. 

¡Hala, ya está la propuesta hecha!, genial ¿no?... ¡Ah, ah! Y lo mejor, nos vamos preparando sin darnos cuenta para el viaje súper guay que nos espera…

¡Yo acepto!, te mantiene en “forma” y no es nada aburrido, y tú ¿aceptas?  

Emma Díez Lobo


miércoles, 27 de abril de 2016

Caminar desde Cristo



 La Iglesia mira en el tiempo de Pascua a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de san Pedro, que lloró por haberle negado, y reanudó su camino confesando, comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21, 15.17). Lo hace unida a san Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó cautivado por Él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia (Fil 1, 21). Lo más grande es que la Iglesia vive estos acontecimientos, después de dos mil años, como si hubieran sucedido hoy. «¡Dulce recuerdo de Jesús –canta la Iglesia–, fuente de verdadera alegría del corazón!»

Pero el caso es que hoy suceden otros acontecimientos. Estamos en un Año jubilar, en el que vivir la misericordia de Dios y mostrarla en las catorce obras hacia los demás en las que debemos desplegar nuestro compromiso y el amor misericordioso del Padre en Cristo. Queremos ahondar en la Doctrina Social de la Iglesia, orientación fundamental para la vida pública de los católicos. Y miramos con cierto estupor la situación de España, cómo actúan las fuerzas y partidos políticos en circunstancias no fáciles. Conscientes, pues, de la presencia del Resucitado entre nosotros también preguntarnos, como aquellos que le decían a Pedro en Jerusalén inmediatamente después de su discurso el día de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2, 37).

Yo sé que hemos de sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Recuerdo aquí unas luminosas palabras de san Juan Pablo II, cuando se dirigía a toda la Iglesia en los inicios del nuevo milenio el 6 de enero de 2001, justamente haciéndose la misma pregunta que le hicieron a Pedro: «Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! (Carta apostólica Al comienzo del nuevo milenio, 29).

Se trata de conocer, amar y sobre todo imitar, para transformar la historia, la sociedad: el tiempo y la cultura por la que se mueve la gente está cambiando; hay que tener en cuenta el verdadero diálogo, pero nuestros objetivos pastorales no deben cambiar, sino intensificarse: centrarnos en un salir para evangelizar, mostrar qué es ser cristiano en los sacramentos de iniciación, enseñar a nuestros hijos y nietos lo que es la verdadera familia y la dignidad del ser humano sean o no de los nuestros. Y ser fieles a principios esenciales: la igualdad entre hombre y mujer, la defensa de la vida, la vida pública como servicio a los demás y no al propio interés, grupo o partido político y la ayuda mutua entre grupos, movimientos e instituciones católicas. Pero hay una cosa a hacer sin demora: «¡Tenemos que dar el honor debido al matrimonio y la familia!», son palabras del Papa Francisco del 22 de abril de 2015. Cristo promete gracia a la unión conyugal y a la familia. Es la semilla de la igualdad radical entre cónyuges hoy, que debe dar nuevos frutos.

¿No es un listón muy alto en una sociedad tan complicada como la nuestra actual? Sin duda. Pero sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre. Se pregunta al catecúmeno: «¿Quieres recibir el Bautismo?, que es como decirle: «¿Quieres ser santo?» Es nuestra vocación. El Señor no nos abandonará.

+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España

martes, 26 de abril de 2016

Campaña por la JMOV y Campaña por las vocaciones nativas



¡No hay peor ciego
que el que no quiere ver!

¿Os habéis fijado en el cartel de la Campaña? Te mira con (com)pasión. Qué ingeniosos los publicistas. Y tienen razón. Cada día estoy más persuadido que la enfermedad más grave que aqueja hoy al ser humano es la «miopía». Cuenta Mamerto Menapace, en uno de sus libros, que un hombre al llegar al cielo se sorprendió que estuviera abierto. No había ninguna puerta. Movido por la curiosidad y asombrado ante tantas maravillas fue pasando por las distintas dependencias hasta que llegó al despacho de Dios.

Sobre el escritorio había unas gafas. No pudo resistir la tentación y al ponérselas sintió vértigo. ¡Qué claro se veía todo! el dolor de los enfermos, las dificultades de los pobres, las inquietudes de los jóvenes por su futuro, la soledad de los ancianos, los intereses de los poderosos, la ternura de los enamorados, el amor de los esposos y la solicitud por sus hijos, las promesas de los políticos, la honestidad de hombres y mujeres en el trabajo y en la vida, etc. 

Enseguida le vino a la mente qué estaría haciendo su socio en la financiera. Estaba intentando estafar a una viuda. Al ver aquello, invadido por un profundo sentimiento de justicia, agarró un taburete y se lo lanzó con tan buena puntería que le dio en la cabeza.

En esto todo el cielo se llenó de algarabía. Era Dios que volvía de paseo con sus ángeles. Sobresaltado, dejó las gafas y trató de esconderse. Pero Dios ya se había dado cuenta y con picardía le había hecho comprender que echaba de menos un taburete. Al verse descubierto, trató de excusarse por haber entrado sin permiso en su despacho y haber utilizado sus gafas.

No, no, dijo Dios. No me molesta que hayas entrado en mi cuarto. Ya ves que en el cielo no hay puertas. Todo es transparente. Tampoco me importa que hayas usado mis gafas. ¡Cuánto daría porque todos mirasen el mundo como yo lo miro! Lo que echo de menos es un taburete que había aquí. 

–Se lo lancé a mi socio, replicó. He descubierto que es un usurero. Estaba tratando de estafar a una pobre viuda.
–Vuelve a por él, le dijo Dios. Hay un secreto que debes conocer. Sólo podrás utilizar mis gafas cuando estés plenamente seguro de tener mi corazón.

La historia, desgraciadamente, se repite: ¡Como no os consideráis dignos de la vida eterna, de la salvación que Dios ofrece a los que creen, nos recuerda Pablo y Bernabé en la primera lectura, permaneceréis en las tinieblas! Sin embargo, no basta sólo con ver… Hay que mirar con pasión, sentir, tener entrañas de padre-madre para abrazar como propio el dolor ajeno. Tener compasión. Ponerte en su lugar. Sentir como propio su dolor, su sufrimiento, su inquietud, sus anhelos, sus sueños. Sufrir contigo y sufrir como tú. Cargarte sobre sus hombros, tal como refleja el evangelio de este cuarto domingo de pascua, conocido tradicionalmente como el domingo del buen pastor.

¡Cómo me gustaría que cada uno de los feligreses de esta comunidad cristiana de San Cristóbal y San Rafael, confiada a la Hermandad de Sacerdotes Operarios, que tanto han trabajado al servicio de las vocaciones en la Iglesia española,  así como todos los televidentes que nos siguen a través de las ondas desde su casa, pudiera adquirir las  gafas de Dios no sólo para tener su «visión providente» de las cosas, de los acontecimientos y de las personas sino también sus mismas «entrañas» que nos hicieran  sentir como propio el dolor ajeno y fuésemos bálsamo, medicina, caricia de Dios… que lo alivia y lo sana!

Felicito a la Conferencia Episcopal Española por la feliz iniciativa que ha tenido de hacer converger en este domingo del Buen Pastor las campañas de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y la campaña por las  Vocaciones Nativas. Más allá de la pura coordinación pastoral que tan eficientemente han llevado a cabo la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades, el Departamento de Pastoral Juvenil Vocacional de CONFER y el Secretariado de San Pedro Apóstol de las Obras Misionales Pontificias, cuyos directores Don Alonso, Don Oscar y Don Anastasio concelebran conmigo, pone de relieve que las vocaciones tienen su origen en la mirada compasiva de Jesús, nacen y se desarrollan en el hogar, en la  Iglesia que es la casa de la misericordia.

Damos gracias a Dios por cada una de las vocaciones  ―al ministerio ordenado (diáconos, presbíteros, obispos), a la vida consagrada y al apostolado laical―  por ser para el mundo un auténtico regalo, don y gracia, verdadera «parábola» del Reino, continuadores del «Misericordioso»… Y nos comprometemos a promoverlas y sostenerlas con nuestra ayuda económica y con nuestra oración, especialmente las vocaciones nativas (comprueben ustedes mismos las cifras de ayuda a tantos seminaristas y novic@s en tierra de misión). Y lo mejor es que no se sienten héroes, simplemente misioneros que sirven a la  humanidad porque han sabido dejarse seducir por Dios y depositar en Él su confianza. Saben hacer «sublime» lo cotidiano. Y con su testimonio de vida, logran seducirnos, fascinarnos, contagiarnos…

Es Dios mismo quien va trazando la ruta de cada uno de sus elegidos. Sin embargo, trabajar por las vocaciones sacerdotales, como diría Mosén Sol, sigue siendo «la llave de la cosecha» porque es ir al origen mismo del bien, a la raíz de todo apostolado. Nos hace descubrir que es el medio más eficaz para la promoción de todos los demás campos pastorales, de cada uno de los carismas con que Dios ha adornado a sus hijos.
Esta es la razón por la que nos urge descubrir entres los jóvenes de nuestras comunidades cristianas, movimientos, cofradías, grupos apostólicos… aquellos que el Señor ha dotado con las cualidades necesarias. Animarles a que den el paso cuando la Iglesia se lo ofrezca, sostenerlos y prepararlos adecuadamente para que sean hombres recios, de buen carácter, cercanos, abiertos, acogedores, comunicativos, transparentes, de espíritu alegre y ánimo firme, solidarios y corresponsables en la tarea proyectada y realizada en común…; creyentes firmes que vivan la espiritualidad específica del clero diocesano: recia e integradora que centra todo su ser y actuar, enraizada en la eucaristía y con un celo apostólico ardiente, que descubran, valoraren y potencien todos los carismas eclesiales…; y pastores santos, libres de toda ambición de cargos y honores, de seguridades y comodidades, a los que se les encuentra para todo, con una total disponibilidad… De buena y sólida formación intelectual y capacitación práctica para el ejercicio del ministerio presbiteral. Que vivan y ejerzan su sacerdocio fraternamente.
Los sacerdotes nos ayudan a descubrir nuestra verdadera identidad, esto es, lo que somos y significamos para Dios. Su vida y ministerio nos permiten «abrir los ojos», mirar a las personas desde adentro y desde arriba, en toda su profundidad y anchura.  Nos ayudan a entender que NADA SE PIERDE PARA SIEMPRE… que todo ser viviente, en un cierto momento, cambia de estado para vivir eternamente en la LUZ del amor de AQUÉL que nos ha creado.

Ángel Javier Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón



lunes, 25 de abril de 2016

“Sígueme”


                                                                                                         
Así empezó todo:

Iba andando por una calle para encontrarme con mi hermana y allí estaba ella, en una Iglesia, reunida y escuchando a Dios. Yo no escuché, era tarde y simplemente quería ver a quien hacía mucho tiempo no veía.

Al sábado siguiente volví y ¿sabéis con quien me encontré?, con Pedro, Felipe, Tomás, Judas… Me vi en el pellejo de ellos, con las mismas incertidumbres, negaciones, males… Y Dios debió decirme: “Sígueme”.

Y Le seguí emocionada pero yo no dejé nada tras de mí, yo iba con una tonelada de mercancía ¡Es lo que toca me dije! Sí, como tú que me estás leyendo, hasta los topes.

Pensé que Jesús suspiraría diciendo: ¡Madre mía´´!, ¿dónde voy con ésta que pesa más que el “Titánic”?

Le dije, dónde Tú quieras, pero o me llevas con todo o no voy, porque monja a estas alturas, pues como que… Y me contestó: ¿Cuándo te he propuesto ser mi “esposa”?.

¡Jo, es verdad!, anda y ¿porqué no me lo propusiste?, no habría hecho tantas burradas.

- A ti NO, á ti te tenía preparado otro tema: Encontrar almas despistadas…  

Y me sentí como el del programa aquél de “Quien sabe dónde” o “¿ande andarán?”. Y así fue que en mi atardecer de la vida, me paro, encuentro y hablo de mi gran Porteador; también lo hago en mis “Chispangelios” o en mi librito explicativo (a mi modo) de los mensajes de Dios: “Ese Loco Magistral”
  
Lo paso genial, aunque confieso que a veces tengo celos de las “esposas” Santas de Dios, pero sufren tanto con los demonios… Que mejor me quedo tal cual.


Emma Díez Lobo

sábado, 23 de abril de 2016

Domingo V Tiempo Pascual



Jesús resucitado está en medio de su comunidad por el amor.

 En el discurso de despedida (Jn 13-16), Jesús anuncia a sus discípulos su ida al Padre y los consuela sobre las ventajas de esta separación, va a prepararles un lugar junto al Padre y después volverá y estará a su  lado dinámicamente presente por medio de su Espíritu y el amor.

       En una ciudad debidamente electrificada, el fluido eléctrico está presente en todos los edificios, pero no es efectivo en una habitación si no se pulsa el correspondiente interruptor. Igual sucede con Jesús resucitado que está presente en el corazón de todas las personas por medio de su Espíritu, suscitando buenos deseos y dando fuerzas para realizarlos. Y esto explica que la fuerza salvadora de Jesús esté presente en toda la humanidad. Pero para que todo sea efectivo, siempre es necesaria la libre colaboración de la persona, aceptando su presencia con una vida consagrada al amor,  porque Jesús no nos trata como máquinas sino como personas libres. Está dentro de nuestro corazón invitándonos a establecer una relación de amistad con él y el amor exige libertad. Y como Jesús es inseparable del Padre y del Espíritu Santo, tener relación con Jesús es tenerla con la Santísima Trinidad y convertirse en templos trinitarios. Puesto que Dios es amor, vivir inmersos en Dios es vivir inmersos en el amor.
 
       Este tipo de amor es un don de Jesús, que nos ha amado y capacitado para amar y con ello nos da la máxima felicidad: Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado (Jn 15,9-11).

Este amor no es un sentimentalismo: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.  Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.  Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando (Jn 15,12-14).

Esto explica las palabras de Jesús: conocerán que somos sus discípulos por el amor. Lógicamente una vida consagrada al amor en la vida diaria implica la cruz, como lo implicó para Jesús. Es lo que recuerda la 1ª lectura, que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios, pero la meta, que recuerda la 2ª lectura, lo merece:  « Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él Dios - con - ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el  mundo viejo ha pasado. » (Ap 21,4-5).

       La celebración de la Eucaristía es celebración del amor del Padre, que nos entrega su Hijo, y del amor del Hijo que se entrega a sí mismo como alimento de nuestro amor: si podemos amar es porque él nos ama y alimenta nuestro amor en la Eucaristía.
        
Rvdo. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 22 de abril de 2016

Antes de cerrar los ojos



Antes de cerrar los ojos,
los labios y el corazón,
al final de la jornada,
¡buenas noches!, Padre Dios.

Gracias por todas las gracias
que nos ha dado tu amor;
si muchas son nuestras deudas,
infinito es tu perdón.
Mañana te serviremos,
en tu presencia mejor.
A la sombra de tus alas,
Padre nuestro, abríganos.
Quédate junto a nosotros
y danos tu bendición.

Antes de cerrar los ojos,
los labios y el corazón,
al final de la jornada,
¡buenas noches!, Padre Dios



Bernardo Velado Graña

jueves, 21 de abril de 2016

¡Perdonar las injurias!


«LA REVOLUCIÓN DE LA TERNURA, SE LLAMA MISERICORDIA»
LA CUARTA OBRA ESPIRITUAL DE MISERICORDIA (4)

Con lo fácil que resulta «reiniciar» o «formatear» un ordenador para dejarlo operativo, organizado y limpio… y, sin embargo, lo que me cuesta personalmente «vaciar mi corazón» de posibles resentimientos, suspicacias, recelos, dimes y diretes. Perdonar las injurias y, sobre todo, dejarme perdonar (abrazar) por el Padre cuando fallo. «Formatear nuestro disco duro», esto es, celebrar este tiempo jubilar de gracia, en sentido bíblico, significaría también hoy «vaciar», «limpiar», «perdonar las deudas» para iniciar una etapa nueva en mi vida.

 El sonido de las cornetas, los bombos y los tambores de nuestra Semana Santa nos invitan a restablecer relaciones verdaderas, nuevas, con la tierra, con la propiedad, con los propios hermanos. El mensaje del jubileo, que tenían los judíos en el Antiguo Testamento, es simple en sí mismo. Nos evoca la vuelta a la creación cuando salió de las manos de Dios. Es vivir en justicia y en fraternidad en la tierra que Dios le ha dado. La tierra es de todos porque la tierra es de Dios y Él la ha dado para todos sus hijos. Cada hombre, rico o pobre, inocente o culpable, tiene derecho a vivir y por tanto a recuperar su propia tierra, su propia casa si por desgracia tuvo que enajenarla. La institución del año sabático y sobre todo del jubileo al final de siete semanas de años es como un gesto de recreación, de creatividad.

Con Jesús llega definitivamente este tiempo nuevo. Esta es la utopía de Dios: suprimir el infierno en que se convierte la tierra cuando la voluntad de poder prevalece. Convertir la humanidad en un ámbito de vida plena para todo hombre. Celebrar el jubileo desde esta perspectiva bíblica no es nada fácil. ¿Estamos dispuestos a conjugar el respeto a la naturaleza con el final de la explotación sistemática del hombre por el hombre que denuncia el Papa, o vamos a edulcorarlo reduciéndolo a simples peregrinaciones turísticas o signos de culto vacíos de contenido?

Una trompeta (jubal) rasgaba el silencio. Anunciaba el jubileo. Apagado su eco se entraba en la gran pacificación. El jubileo indicaba la dimensión sabática constitutiva del hombre, hecho a imagen de Dios. El séptimo día era el reposo de Dios. Siempre despiertos para la paz se esperaba el séptimo año. Cada siete años «perdonarás las deudas (injurias)». La «sabaticidad» se hacía acontecimiento social, comunitario. La paz interior debía hacerse don, gesto concreto de reconciliación (cfr. Dt. 15,7-8). La «sabaticidad» comporta “corazón y mano”, “interioridad y justicia”. En efecto, la pobreza que hay en el mundo es reflejo de la injusticia de los corazones, que se hacen duros. En la Biblia existía además el «siete por siete»: declarar santo el año quincuagésimo y proclamar la liberación para todos los habitantes de nuestra tierra. Este año lleva el nombre de jubileo (cfr. Lev 25.8-11) donde emergen estos elementos: descanso-reposo, cambio de dones para suprimir necesidades, liberación para todos.

En Jesús se inaugura el jubileo definitivo. Lo que nos enriquece es la bendición de Dios. Es ponernos en camino hacia el corazón del otro. Es sentirnos perdonados por Dios. Aceptar el jubileo es convertirse. Fuera de esto el jubileo sería puro «desfile». El jubileo es una propuesta para todos y una reconciliación de todos y entre todos.

 El gozo de un jubileo es siempre de un modo particular el gozo por la remisión de las culpas, la alegría de la conversión. Reconocer los errores, infidelidades, incoherencias, lentitudes… «purificar la memoria», reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe. Este año jubilar debiera ser como una invitación a una fiesta nupcial.

 El sacramento de la penitencia ofrece al pecador una nueva oportunidad de convertirse y reencontrar la GRACIA, inserirse en la VIDA DE DIOS y con plena participación en la vida de la IGLESIA. El perdón concedido gratuitamente por Dios implica como consecuencia un verdadero cambio de vida. Ojalá que la alegría del perdón en este año jubilar sea más fuerte que cualquier resentimiento y ninguno quede excluido del abrazo del Padre.

Con mi afecto y bendición,

Ángel Pérez Pueyo

 Obispo de Barbastro-Monzón

miércoles, 20 de abril de 2016

«Espiritualización»




 “¡Oh Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!” (Ant. Magníficat II, Vísperas del Corpus Christi). Cuando comulgamos dignamente, Cristo entra en nosotros para llenarnos de su Espíritu y quedamos llenos de la vida del Espíritu, llenos del Amor de Dios que es el Espíritu Santo, el Amor eterno con que el Padre y el Hijo se aman. El cuerpo de Cristo nos espiritualiza porque nos sumerge en el Espíritu Santo, en el abrazo de Amor y de Unidad que es la persona del Espíritu Santo. No recibimos un cuerpo carnal sino espiritual. “Quien se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1Cor 6,17).

No formamos una sola carne con Él sino un solo espíritu, ya que la carne “perece como flor del campo” (Is 40,7). Por gracia quedamos unidos al Cuerpo de Cristo que ha vencido la muerte resucitando en la mañana esplendorosa de Pascua; al Cuerpo de Cristo que ha vencido los dolores, las fragilidades, los sufrimientos de nuestra naturaleza herida.

Ese cuerpo glorioso de Cristo posee la fuerza que da vida a quien lo recibe. Así lo expresa san Cirilo en un precioso texto que quizás pueda sorprendernos pero que está imbuido de gran sabor evangélico: “Para que no nos contagiemos del tétano viendo o tocando la carne y la sangre expuesta sobre la mesa santa de las iglesias, Dios, por una gran condescendencia, ha enviado sobre los dones presentados sobre el altar la fuerza de la Vida y los transforma en energía de su propia Vida. (In Mat 26,27)

Ese Cuerpo glorioso de Cristo nos incorpora a Él, nos hace habitar en Él, nos transforma y nos espiritualiza en Él.

Por la Eucaristía, Dios nos transforma por dentro penetrando “hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas” (Heb 4,12) de nuestro ser. Es decir, hasta esa parte inmortal y divina depositada en nosotros: “ese Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5,5) y “enviado a nuestras almas” (al 4,5) para santificarnos, vivificarnos y espiritualizarnos poco a poco.

Jesucristo, concediéndonos la gracia de participar de su Espíritu, quiere arrancarnos, progresivamente, de las cosas de la tierra para hacernos renacer de lo alto porque “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”(1Cor 15,50), sino la carne y la sangre transformadas por la Eucaristía. Fortalecidos por la presencia de su Espíritu, avanzamos llenos de seguridad y podemos decir llenos de confianza, como decía Job desde el lecho del dolor: “Sé que mi Defensor está vivo, que con mi carne le veré; sí, yo mismo le veré” (Jb 19,25-26). Dios, nuestro Padre, en quien tenemos puesta nuestra confianza, “dará la vida a nuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en nosotros” (Rm 8,11).

La Eucaristía nos diviniza y nos abre las puertas de la vida. ¡Qué misterio tan asombroso! Adoremos en silencio. Adoremos en la acción de gracias. Adoremos con el deseo de acercarnos más y más a la Eucaristía, fuente de nuestra santificación.
Que Dios os bendiga a todos.
+Juan José Omella Omella

Arzobispo de Barcelona 

martes, 19 de abril de 2016

Club selecto



Hay personas que pertenecen a algún tipo de club. El hecho de ser socio de ciertos clubes es motivo de orgullosos y da un cierto prestigio social.

El más importante de todos, aunque quizá no sea el más prestigioso socialmente es el club de los cristianos. Pertenecer a él, según en qué países, últimamente no solamente carece de ese prestigio, sino que sus socios están mal vistos, cuando no, perseguidos y predestinados al martirio. Esta adversidad es lo que nos produce la mayor honra, honor y orgullo; precisamente por dichos contratiempos, todos los que lo engrosamos estamos muy satisfechos y sentimos un gran gozo de pertenecer al mismo.

Los fundadores de esos clubes suelen ser personas tenidas por muy honorables, pero ninguno tanto como el nuestro.

Nuestro fundador, Jesús, les supera a todos en dignidad y prestigio. Nadie hizo por sus miembros tanto como Él por sus seguidores. Murió en el intento, pero no solo murió, sino ¡qué clase de muerte eligió!  Además se presentó voluntario para tal fin. Vio que el ser humano estaba condenado a llevar una vida desesperanzada en este mundo y una insatisfactoria condena eterna en la futura.

Entonces se propuso solucionarlo, no le éramos necesarios, pero su amor por la humanidad le impedía no hacer nada.

 Sabía que le íbamos a fallar, que le íbamos a ser infieles, que ni siquiera se lo íbamos a agradecer, pero no le importó, siguió con su plan. También no solo nos rescató, sino que se las compuso para marcharse a prepararnos unos aposentos eternos y a la vez permaneció entre nosotros para ser nuestro acompañante diario, para ser nuestro soporte esperanzador, para ser nuestro paño de lágrimas, para que pudiéramos acudir a Él siempre que lo necesitáramos, fuese para lo que fuese, para ser la roca firme en la que fundamentar nuestra debilidad y en el colmo de la locura de amor para ser nuestro sustento diario. Y todo esto totalmente gratis, solo nos pide una cuota mínima de amor; e incluso pasando a ser morosos Él sigue ayudándonos y no nos expulsa y nos sigue permitiendo la entrada  y participación en todos los actos organizados en club tan selecto.

¿Es o no para estar orgullosos del fundador de nuestra Iglesia?

Gracias, Jesús.


Pedro José Martínez Caparrós

lunes, 18 de abril de 2016

María, la zarza ardiendo.- (Ex, 3)



Sucedió que Moisés pastoreaba los rebaños de su suegro Jetró, sacerdote de Madián. Estando en el desierto observó a lo lejos que una zarza ardía sin consumirse. Seguramente habría visto en el monte Horeb esta situación muchas veces; es un acontecimiento normal en zonas de desierto que al efecto del calor, de repente los matorrales puedan ser víctimas del fuego.

Pero este caso era algo distinto: la zarza no se consumía. Era un fenómeno extraño, y Moisés quiso acercarse para verlo. Oyó una voz que le llamaba por su nombre: “Moisés, Moisés”. Heme aquí, respondió. Le dijo: Quita las sandalias de tus pies, porque el lugar es suelo sagrado.

Luego continúa con la Teofanía de Dios al manifestar que es el Dios de su padre, el Dios de Abrahán,  el Dios de Isaac, el Dios de Jacob.

Me llama la atención la forma en  que el exégeta explica el acontecimiento: la Voz, con mayúscula, la Palabra de Dios, le llama por su nombre. Esto ya nos recuerda al Buen Pastor-Jesucristo, que a cada oveja-nosotros- la llama por su nombre. A Moisés también le llamó por su nombre, para encomendarle una misión; sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto.

Moisés responde como el niño Samuel, en casa de Elí: “Habla Señor, que tu siervo escucha” (1 S 3,1-10).

Así debe ser la actitud del discípulo: Habla Señor. No pongo en duda tu Palabra, no pregunto o cuestiono si seré o no capaz de llevar adelante la misión que me encomiendas. Y es que el Señor habla para encomendarte grandes o pequeñas misiones. Es una gracia de Dios el encomendarte llevar su Palabra, a tu modo, a tu estilo, con tus características dialécticas, con tus carismas, con tus circunstancias, a los demás.

Sabemos que luego se entabla un diálogo entre Dios y Moisés al encontrase éste incapaz de la misión. Siempre igual: nos vemos sobrepasados por la petición del Señor. Nos falta fe y confianza en Él.

Yahvé le contesta: “¿Quién le ha dado la boca al hombre? ¿Quién hace al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? Vete que Yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que debes decir” (Ex 4, 10-13)

Por eso, no tengamos miedo de dar nuestro testimonio ante los demás; Él hablará por nosotros. ¡Qué gran diferencia con nuestra Madre, María de Nazaret: ella dijo sí al anuncio del ángel (que representa la Palabra de Dios mismo, el Anunciador de la Buena Nueva).

 Por eso María es como la zarza ardiente de Moisés, que lleva al Señor y no se consume.

Pidamos que Ella, dispensadora de las gracias, provoque en nosotros ese amor a Dios que nunca se consume.

Alabado sea Jesucristo


Tomás Cremades

domingo, 17 de abril de 2016

Mis ovejas escuchan mi voz


   
TU PALABRA ME DA VIDA,
CONFÍO EN Ti, SEÑOR.
TU PALABRA ES ETERNA,
EN ELLA ESPERARÉ

Señor, estamos aquí, reunidos en tu nombre,
para escuchar tu Palabra de vida
en nuestra realidad de todos los días y en la realidad de la Biblia.

Queremos que tu Espíritu nos ilumine y guíe
para que tu voz no nos pase desapercibida,
para que resuene con fuerza y capte nuestro corazón,
para que rumiemos con ganas lo que hoy nos dice,
para que encontremos sabor a tu Buena Noticia.

Que la escucha de tu Palabra nos desvele un poco más,
a través de la reflexión, el diálogo y el silencio,
que Tú eres el camino, la verdad y la vida,
y que nos ayude a verte en la realidad cotidiana,
para que podamos vivir, todos los días,
con la esperanza y la alegría firme de tenerte a nuestro lado.

Ahora que queremos y necesitamos ver, juzgar y actuar, 
convierte nuestra mirada en luz, nuestros juicios en elección,
nuestro actuar en compromiso.
y todas nuestras palabras y silencios en oración.

(J.A. Espinosa)



sábado, 16 de abril de 2016

Domingo IV Tiempo Pascual


Jesús, buen pastor, que “huele a oveja”

       En la homilía de la misa crismal del Jueves Santo del primer año de su pontificado  el Papa Francisco invitó a todos los sacerdotes presentes a ser pastores que “huelan a oveja”, es decir, que vivan entre sus ovejas, conozcan sus problemas y necesidades y compartan sus alegrías y sufrimientos, sabiendo tratarlas adecuadamente. Esta característica hay que aplicarla de manera especial  a Jesús resucitado, buen pastor, característica que subraya de una manera especial la liturgia de este domingo.

Jesús resucitado “huele a oveja” porque “huele a humanidad”, vivió una existencia como la nuestra menos en el pecado. Vino a nuestro “establo” encarnándose  y viviendo como uno de nosotros, mostrándonos con palabras y obras el camino que nos lleva al Padre. Por nosotros murió y resucitó, y ahora, resucitado, continúa su labor. Él nos conoce a cada uno de nosotros, nuestros problemas, dificultades, deseos y alegrías. Está en el corazón de cada hombre ofreciendo su salvación. Él comparte  su gloria con todos los testigos que han dado su vida por el testimonio (2ª lectura).

Ahora El nos guía y alimenta primero por medio de su Espíritu, que ha enviado a nuestros corazones, recordándonos sus palabras  y dándonos fuerzas para realizarlas.

Después por medio de su Iglesia. Todos los miembros del pueblo cristiano tenemos que ser conscientes de esta tarea, honor y responsabilidad. En la familia los cónyuges entre sí y con los hijos y con sus círculos de amistades;  en la sociedad “oliendo” a los problemas de los conciudadanos y comprometiéndonos lealmente como cristianos por el bien común; igualmente, dentro de la comunidad eclesial, como miembros del Cuerpo de Cristo, hemos de caminar juntos, preocupados mutuamente unos por otros, conociendo nuestros problemas y deseos, ayudándonos con el mutuo ejemplo, la amistad y el consejo, teniendo una preocupación especial por los miembros débiles y por los diversos tipos de ovejas que andan perdidas.

Finalmente por medio de nosotros sacerdotes, que por el sacramento del orden participamos de manera especial la tarea de Cristo buen pastor, a quienes ha encomendado la misión de hacer visible su amor y cuidado y en cuyas manos ha puesto los sacramentos que alimentan a su pueblo. Necesitamos comprometernos seriamente en oler a Cristo y oler a oveja. Jesús, antes de encomendar sus ovejas a Pedro por tres veces le pidió amor, igualmente nos pide esta amor a cada uno de nosotros, pues este amor será garantía del cuidado desinteresado de las ovejas:  « Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio hijo» (Hch 20,28). “Oler a oveja” como expresión de conocer y compartir la preocupaciones reales de los hombres de hoy y ayudarles a afrontarlas y superarlas como cristianos. El papa Francisco pide constantemente oraciones por su ministerio, igualmente los sacerdotes debemos pedir ser fieles pastores en nuestro ministerio.

En la Eucaristía Jesús resucitado ejerce como Buen Pastor, alimentándonos con su palabra y con su Cuerpo y Sangre.



Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 15 de abril de 2016

Reflexión Pastoral JMOV 2016

Hay algo de misterioso en la mirada. Ella nos pone, sin palabras, en contacto con los hermanos y transmite el sentimiento hacia el otro: ternura, cariño, deseo, desprecio, ira, enfado… Recordar las miradas de Jesús y el intercambio con los discípulos en Jn 1,35-42 es toda una lectura del interior de los protagonistas. El primero, el Bautista, que dirige a Jesús una mirada de confianza y alegría: “Este es el Cordero de Dios”, asumiendo su papel en la historia de la salvación. Los discípulos se acercan entre admirados y perplejos. Jesús los mira y les pregunta: “¿Qué buscáis?”. “Rabí, ¿dónde vives?”. Y se quedan todo el día con Él, contemplando. Esa mirada lleva implícita una llamada a la conversión y a la misión. 
Así lo señala el papa Francisco en su Mensaje para esta Jornada:
“La acción misericordiosa del Señor perdona nuestros pecados y nos abre a la vida nueva que se concreta en la llamada al seguimiento y a la misión. Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero”.
Esa mirada de Jesús implica comprensión, disposición a la amistad, a la acogida, al perdón hacia quienes se le acercan. El desenlace del cuadro nos presenta una forma nueva de vivir: seguir a Jesús. Solo quien ha sentido en su corazón la mirada penetrante y llena de vida de Jesús se atreve a dejar todo e ir tras Él. ¿Quién no se ha sentido tocado por la mirada confiada de un niño? Hay miradas que sanan y miradas que dejan frío y desconcertado. Son estas últimas miradas llenas de malos deseos: ira, enfado, maldad… vacío interior; miradas que, lejos de construir, destruyen; que no llevan a la conversión, porque el corazón, lleno de orgullo y autocomplacencia, no necesita, al menos eso cree, de nadie… ¿Para qué mirar a Dios, si él mismo es dios? Dios nos mira con pasión, para construir nuestra vida en la seguridad de su amor. Amor que cambia la debilidad en fuerza, la inseguridad en valentía, la resignación en esperanza; amor compasivo y misericordioso porque viene de un Dios Padre que “nos ama tanto que no puede vivir sin nosotros”.
Nuestra fe se vive en comunidad; allí nace la llamada y es punto de referencia para nuestro crecimiento personal y reflejo de la luz que Dios quiere transmitir a los hombres a través de la comunidad creyente. Somos el lenguaje con el que quiere el Padre comunicarse con los hombres de cada tiempo:
“Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y, después de madurar en su seno, nos concede una vocación específica. El camino vocacional se hace al lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala: es una con-vocación”.
Hemos de tomar conciencia de que no caminamos solos, hemos de comunicar, ayudar, responder: es una invitación a realizar la misión de servicio en la Iglesia para el mundo. Superar la creencia de que la vocación es patrimonio de personas “especialmente consagradas”. La llamada fundante es la que se realiza en el bautismo; cada uno tiene una misión importante; la diversidad de llamadas y respuestas prefigura al Cristo total con funciones y ministerios. El Papa nos dice que los hermanos que caminan a nuestro lado son un regalo de Dios:
“Respondiendo a la llamada de Dios, el joven ve cómo se amplía el horizonte eclesial, puede considerar los diferentes carismas y vocaciones y alcanzar así un discernimiento más objetivo. La comunidad se convierte de este modo en el hogar y la familia en la que nace la vocación. El candidato contempla agradecido esta mediación comunitaria como un elemento irrenunciable para su futuro. Aprende a conocer y a amar a otros hermanos y hermanas que recorren diversos caminos; y estos vínculos fortalecen en todos la comunión”.
¡Cuánta necesidad hay en la Iglesia de descubrir y cultivar la complementariedad de las vocaciones! Es sorprendente el “proselitismo miope”, la visión restringida de la llamada, el afán competitivo por “fichar”… La fluidez y generosidad en el acompañamiento de los jóvenes que sienten una inquietud de llamada al servicio (sea en la vocación al ministerio, a la vida religiosa o al compromiso laical) es más atractiva que el interés desorbitado por traerlo a nuestro terreno. Lo cual no implica abandono y falta de comunicación del propio carisma, sino ayudar a contemplar los diversos carismas para lograr un discernimiento más objetivo.
Mirada con pasión y mirada compasiva: para comprender al hombre de hoy, para sembrar misericordia ante las dificultades de los jóvenes, condicionados por el ambiente, lo política y socialmente correcto, las modas y los modos de vida que brotan en su grupo de coetáneos, el abandono de principios que den consistencia. Da la impresión de que la generación actual es algo gelatinosa, casi líquida, porque, al menos en apariencia, presenta poca solidez.
Pero es necesario aprender su lenguaje, los signos significativos, los elementos con valor comunicativo para ellos. Puede que necesitemos cambiar los signos que usamos por otros que signifiquen lo que queremos comunicarle. Compasión también es ayudarles a reforzar su personalidad de manera “cariñosa y comprensiva”, sin deseos de manipulación alguna, llevados por la “pasión” que Dios muestra por cada uno de los hombres. Mirada compasiva, mirada que sintoniza con cada tiempo e invita a ser transmisor del regalo de la Palabra de salvación recibida. Nuestra tarea está en no tergiversarla y en hacerla actual, no solo con la repetición, sino también con el tono de vida. ¡Ojalá la pasión en el amor nos mueva a compasión!
Compasión en la misión ad gentes. Sentido universal de la misión, apasionada y compasiva, con la fuerza de la pasión y el amor compasivo que sana: “Miserando atque eligendo”. Mateo se sorprende, al verse elegido inesperadamente, porque el amor de Dios es imprevisible y con su misericordia prepara el camino para la respuesta afirmativa.
 Alonso Morata
Secretario Técnico de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades