sábado, 30 de noviembre de 2019

I Domingo de Adviento






PRIMERA LECTURA.
 Lectura del libro del profeta Isaías 2,1-5: El Señor reúne todos los pueblos en la paz eterna del Reino de Dios
SALMO
 121,1-2. 3-4ª.  4b-5. 6-7. 8-9: Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”
SEGUNDA LECTURA.
 Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 13,11-14: Nuestra salvación está más cerca
EVANGELIO.
 Lectura del santo evangelio según san Mateo: 24,37-44: Estad en vela para estar preparados.


la esperanza cristiana

         Recordando la venida de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, y su nacimiento en Belén, la Iglesia nos recuerda que ese nacimiento ha tenido consecuencias históricas importantísimas para la humanidad y para cada uno de nosotros. Vino y no se ha ido, pues sigue con nosotros. Primero vivió una auténtica existencia humana en todo igual a la nuestra menos el pecado y que culminó en su muerte y resurrección. Desde entonces sigue con nosotros de forma invisible como Señor resucitado en medio de la Iglesia y en el corazón de todos los que le acogen como salvador. Finalmente al final de la historia se hará visible a toda la humanidad. Por eso la Iglesia habla de las tres venidas de Jesús, en el pasado en Palestina, en el presente en el corazón de cada cristiano y en la Iglesia, y al final en su parusía. Al recordar la primera, nos invita a tomar conciencia de que nos encontramos en el contexto de la segunda, esperando la tercera, y de sus implicaciones y lo hace evocando la espera del pueblo de Israel a quien se prometió un Mesías.

        Si estamos entre la segunda y tercera venida, significa que la vida cristiana  es esencialmente espera. El tiempo de Adviento es una invitación a examinar nuestra esperanza.

        La esperanza es algo connatural con la persona humana. La razón es que tenemos un corazón ansioso de felicidad infinita y para llenarse necesita de pequeñas satisfacciones presentes y la esperanza de otras que acaben de llenarlo. Una persona que no espera está muerta. Dios nuestro padre, respondiendo a esta sed de esperanza que ha puesto en nosotros, ha prometido una felicidad total consistente en participar la gloria de nuestro Señor Jesucristo, resucitado de entre los muertos. De esto y sus exigencias nos habla en concreto hoy la palabra de Dios.
        La primera lectura evoca de forma figurada ese futuro. El pueblo de Israel esperaba un Mesías que iba a traer una época de paz y felicidad a Israel y a la que se invita a todos los pueblos, que responden gozosos a esta llamada, diciendo: «Venid, subamos al monte del Señor... él nos instruirá en sus caminos...» y vendrá una época de paz sobre la tierra. Es muy importante para la vida cristiana mantener viva la esperanza de lo que “ni el ojo vio ni el oído oyó de lo que Dios tiene reservado para los que le aman”, la felicidad plena que hambreamos continuamente, viendo a Dios cara a cara y compartiendo el gozo del Señor junto con todos sus hijos. El salmo responsorial invita a responder a esa llamada: «Vamos alegres a la casa del Señor». La meta vale la pena.

        La segunda lectura y el Evangelio explicitan que este ir implica vigilar porque no sabemos el día ni la hora, es decir, el cristiano tiene que vivir en estado de vigilancia, como viven los servicios sanitarios encargados de urgencias médicas o los encargados de sofocar fuegos, siempre dispuestos a prestar el servicio... Siempre preparados a la llegada del Señor, dispuestos a entregar la vida que hemos recibido en prenda.

        Esto exige a cada uno conocer su situación actual para corregir lo negativo, reforzar lo débil y agradecer lo que está en buen estado. Hoy se recomienda la medicina preventiva para conocer nuestra situación y corregir a tiempo las deficiencias. Igualmente es importante un buen examen de conciencia en este tiempo de Adviento que desemboque en una confesión sacramental. Es un modo provechoso de vivir este tiempo y prepararse. Primero hay que examinar si vivimos en gracia de Dios, es decir, si ya hemos recibido a Jesús en nuestro corazón y lo aceptamos como amigo y después cómo vivimos esta amistad.

        En cada celebración de la Eucaristía, mientras esperamos su gloriosa venida (III anáfora), Jesús resucitado viene a nuestro encuentro para alimentar nuestra amistad común y ayudarnos a crecer en ella, preparando así el encuentro definitivo.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 29 de noviembre de 2019

¡Dios busca corazones donde nacer!




Aunque el ángel se sentía inseguro e inexperto se ofreció para bajar a la tierra. La misión que le encomendaron fue combatir la soledad.

Era la primera vez que escuchaba tal palabra ¿Sería algo bueno o malo? ¿Una persona o un lugar? Lamentó no haberse quedado más tiempo en el cielo para averiguarlo.

Todavía desorientado y desconcertado decidió observar discretamente a las personas. Enseguida adivinó que no eran muy felices. No acababa de saber si la soledad de la que tanto hablaban era una carencia o un sentimiento. No acertaba a entender cómo la gente pudiera sentirse sola aun estando con alguien y en cambio otras que no tenían a nadie se sintieran tan acompañadas y fecundas.

¿Dónde se alojaba la soledad de tanta gente? ¿En su ámbito de trabajo, en su barrio, en su ciudad, en su pueblo, en su familia, en su propio hogar, en su mente, en su corazón…? A fuerza de escucharles adivinó que la verdadera soledad se alojaba en el fondo de su alma.

Su dilema era ¿cómo erradicarla? Enseguida tuvo una feliz ocurrencia. Compartir el sueño de Dios en cada persona, susurrándoles al oído: ¡El Señor quiere nacer en tu corazón! ¿Te atreves?

Cuando regresó al cielo todos lo aclamaban porque había logrado la felicidad que unos y otros anhelaban. Sólo un corazón habitado por Dios puede llenar y dar sentido a tu vida y también a la vida de los demás. La gratuidad, la compañía, la ternura con los más desfavorecidos, el servicio desinteresado a las personas de tu entorno, la relación con los demás… siguen siendo el mejor antídoto contra la soledad.

¡Cómo me gustaría al comenzar el adviento, tiempo de esperanza y de alegría contenida, que cada uno de los hijos del Alto Aragón engendrase a Dios en sus entrañas y lo «alumbrase» en el corazón de nuestra tierra para que nadie pudiera sentirse ni solo ni triste ni vacío ni desorientado!

Este es el sueño de Dios, renacer en tu vida y hacerla fecunda si realmente descubres que tú eres el mejor regalo que Él quiere ofrecerle al otro.

Con mi afecto y mi bendición,

+ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón

jueves, 28 de noviembre de 2019

Mi País derrapa


                                                               
 ¡Vaya por Dios! Ahora nos quieren convencer de que el “progreso” es ir en la proa con la marcha avante de mis antepasados, es decir ¡Vuelta a la crispación de 88 años atrás! El Socialismo es lo que tiene… La paz, la concordia y la libertad de nuestros descendientes, peligra.

La maldad se vuelve a instalar con nombres y apellidos. Unos con auras de infamia, adoctrinando desde sus poltronas socialistas-comunistas y, otros abajo obedeciendo con violencia, capuchas y fuego. 

¿Instalados en mi Parlamento? Sí. Pero es curioso, a mayor mentira política, mayor es mi Fe; a mayor agravio, más cuido a mi Dios. Porque el mal que es la ausencia del bien, por la Gracia no ganará más que un pequeño espacio de tiempo en la tierra y, un mucho que declarar ante Dios. De esto ellos se olvidan, pero nosotros no.

¡Ay de ti “Israel” que no quisiste Leerme ni escucharme! El fanatismo y la esclavitud se decantan en ti. No vives sino para el odio y el Poder a costa del trabajador que madruga y, del ignorante que os aplaude.   

No llaméis a la puerta de quien reza por vosotros ni busquéis traición a nuestros principios y valores. Os habéis ubicado en la popa de mi Nación y ese lugar no es el nuestro, sino el de nuestros muertos.  

¡Madre de Dios, apártame de mis enemigos y protégeme del cinismo y terror de los “progres” instalados en las Cortes de mi País!

Noviembre 2019 España

Emma Díez Lobo





martes, 26 de noviembre de 2019

¿Burlarse o invocar?


Sálvate a ti mismo
Lucas describe con acentos trágicos la agonía de Jesús en medio de las burlas y bromas de quienes lo rodean. Nadie parece valorar su gesto. Nadie ha captado su amor a los últimos. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios al ser humano.
Desde una cierta distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús haciendo «muecas»: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo si es el Mesías». Los soldados de Pilatos, al verlo sediento, le ofrecen un vino avinagrado muy popular entre ellos, mientras se ríen de él: «Si tú eres rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Lo mismo le dice uno de los delincuentes, crucificado junto a él: «¿No eres el Mesías? Pues sálvate a ti mismo».
Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser éste si no tiene poder para salvarse a sí mismo? ¿Qué clase de «Rey» puede ser? ¿Cómo va a salvar a su pueblo de la opresión de Roma si no puede escapar de los cuatro soldados que vigilan su agonía? ¿Cómo va a estar Dios de su parte si no interviene para liberarlo?
De pronto, en medio de tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Es el otro delincuente que reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa y lleno de confianza en el perdón de Dios, sólo pide a Jesús que se acuerde él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre.
¿Qué sería de nosotros si el Enviado de Dios buscara su propia salvación escapando de esa cruz que lo une para siempre a todos los crucificados de la historia? ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos dejara hundidos en nuestro pecado y nuestra impotencia ante la muerte?
Hay quienes también hoy se burlan del Crucificado. No saben lo que hacen. No lo harían con Che Guevara ni con Martin Luther King. Se están burlando del hombre más humano que ha dado la historia. ¿Cuál es la postura más digna ante ese Crucificado, revelación suprema de la cercanía de Dios al sufrimiento del mundo, burlarse de él o invocarlo?
Ed. Buenas Noticias


lunes, 25 de noviembre de 2019

El trono de la cruz


El año litúrgico concluye con la solemnidad de Cristo Rey. La liturgia nos dice así, gráficamente, que al final Dios, el Bien, la Verdad, la Justicia y la Vida triunfarán sobre las aparentemente invencibles e insuperables fuerzas del mal, la mentira, la injusticia y la muerte. En realidad, dice mucho más: que Cristo ya ha vencido, que ya es Rey del Universo, y que esa victoria, pese a todas las apariencias, está ya operando en la historia. Esto es lo que dice la liturgia y la Iglesia que la celebra al concluir el año. Pero no es difícil encontrar objeciones contra lo que la Iglesia dice con su liturgia, y también contra el modo de decirlo. Empecemos por esto último.
¿Por qué para proclamar la victoria final de Cristo hay que usar el título de rey? ¿No significa eso asimilarse a los usos de este mundo, a los deseos de un poder que se impone sobre los demás, pues donde hay victoria tiene que haber derrotados, y donde hay reyes hay por necesidad súbditos, siervos?
En realidad, usar el título de rey, pese a las reminiscencias políticas que parece tener, no carece de sentido. A diferencia de los otros títulos políticos que se pueden evocar (presidente, primer ministro), el de rey habla de un poder que no se tiene por delegación, sino por derecho propio, por causa de la propia ascendencia. Y si, como es probable, se objeta que hoy precisamente nadie o casi nadie cree en un poder así, pues incluso las monarquías que quedan requieren del consenso popular para su legitimación, se podrá responder que así es, y que, hablando con propiedad, sólo Cristo es rey por derecho propio y no por delegación, pues es el primogénito de toda criatura, imagen del Dios invisible, el hijo del Eterno Padre. Si, pese a todo, la imagen monárquica sigue produciendo rechazo en algunos, conviene meditar lo que nos dice hoy la palabra de Dios para comprender que aquí se trata de un reinado muy peculiar, en el que la formalidad del símil sirve más para marcar las diferencias que para establecer paralelismos. Más que de asimilación habría que hablar de contraste y oposición.
Lucas lo ha expresado admirablemente en el texto evangélico que hemos leído, dibujando un escenario perfecto de entronización, en el que no falta detalle. El pueblo contempla la escena desde una cierta distancia; cerca del trono en el que se sienta el rey están, rodeándole, las autoridades civiles y militares, que son las únicas que pueden dirigirse a él directamente; aunque entre ellos destacan los consejeros más próximos que le hablan de tú a tú, sin intermediarios ni protocolo. Este escenario formal, dibujado por Lucas con toda intención, se llena de un contenido que poco o nada tiene que ver con alegato alguno a favor de la monarquía o de cualquier otro sistema político. Aquí la analogía usada funciona por contraste, pues se trata de algo completamente distinto. El pueblo que contempla de lejos no aclama, sino que primero ha exigido la ejecución de Jesús (cf. Lc 23, 18), aunque, como indica el mismo Lucas, después se duele de lo que ha visto (“se volvieron golpeándose el pecho”). Las “autoridades civiles y militares”, son los altos magistrados judíos y los soldados romanos, que insultan a Jesús, tentándole, igual que el diablo en el desierto (“si eres hijo de Dios…”), para que use el poder en beneficio propio. Los consejeros más próximos son criminales, uno de los cuales también apostrofa al Rey escarneciéndolo. El rey del que hablamos tiene por trono la cruz, instrumento de tortura y ejecución para los criminales y los esclavos. Incluso el letrero en escritura griega, latina y hebrea, anunciando “éste es el rey de los judíos”, no deja de estar cargado de ironía, que denigra no sólo al supuesto rey en su extraño trono, sino también (ahí los romanos no perdieron la oportunidad) al pueblo que tiene un rey así. La Iglesia y la liturgia, al decirnos que Jesús es Rey y que ha vencido, nos presentan una imagen de esta realeza y su victoria que no puede dar lugar a equívocos o asimilaciones.
Si ser proclamado rey significa ser enaltecido y elevado, es claro que la “elevación” de Jesús es de un género completamente distinto. En el evangelio de Juan se habla de “elevación” y “glorificación” para referirse a la cruz. En Lucas no se habla, pero se “ve” lo mismo. Si la exaltación significa ponerse por encima de los demás, en Jesús significa, al contrario, abajarse, humillarse, tomar la condición de esclavo (cf Flp 2, 7-8). Aquí entendemos plenamente las palabras de los israelitas a David cuando le proponen que sea su rey: “somos de tu carne”. Jesús no es un rey que se pone por encima, sino que se hace igual, asume nuestra misma carne y sangre, nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Por eso mismo, lejos de imponerse y someter a los demás con fuerza y poder, él mismo se somete, se ofrece, se entrega.
Y ahora podemos comprender un nuevo rasgo original y exclusivo de la realeza de Cristo: pese a ser el único rey por derecho propio, es, al mismo tiempo, el más democrático, porque Jesús es rey sólo para aquellos que lo quieren aceptar como tal. De nuevo en la primera lectura comprendemos que el sentido pleno de la elección libre del rey David por parte de los israelitas se da sólo en Cristo. De hecho, a lo largo de la pasión de este extraño rey, tal como la narra Lucas, van apareciendo personajes que lo eligen y aceptan pese a su terrible destino o precisamente por él: de entre el pueblo, las mujeres que se dolían y lamentaban por él (cf. Lc 23,  26) y otras que con sus conocidos se mantienen cerca de la Cruz (cf. 23, 49); de entre las “autoridades civiles y militares”, José de Arimatea, que reclama el cadáver, y el centurión romano que confiesa la justicia de Jesús y glorifica a Dios (cf. 34, 47. 50-53). Por fin, también uno de los “consejeros más próximos”, el buen ladrón, que expone su causa al tiempo que reconoce el Reino que los ojos simplemente humanos son incapaces de ver (cf. Lc 23, 40-43).
Todos los que aceptan a Jesús como Rey y creen en su victoria sin escandalizarse del trono de la cruz no se hacen súbditos ni siervos, sino que, al contrario, adquieren la plena libertad. Porque la victoria de Cristo no es sobre nadie, no hay aquí derrotados y sometidos, sino que es la victoria (en su propio cuerpo, en su carne, la misma que la nuestra, no lo olvidemos) sobre el pecado y la muerte y, por eso, a favor de todos. Siendo rey por derecho propio (el primogénito de toda criatura), Jesús ha conquistado una realeza que, gracias a ser de su misma carne, nos alcanza a todos: es el primogénito de entre los muertos. Y esta es la carta de ciudadanía y libertad que adquirimos cuando libremente aceptamos a este rey: la redención, el perdón de los pecados, la reconciliación con Dios y con todos los seres.
En realidad, al aceptar a este extraño rey victorioso sobre el trono de la cruz, además de en ciudadanos del Reino, nos convertimos nosotros mismos en reyes. Pero, claro, reyes como este rey aceptado y confesado: reyes que se abajan para servir, que se ofrecen por el bien de los demás, que se entregan sin imponerse, pues lo que están dispuestos a entregar es, como Jesús, la propia vida. Podemos hacerlo de muchas maneras: como las mujeres de Jerusalén que se apiadan del que sufre, o como las otras que lo seguían desde Galilea y están con él en las duras y en las maduras, o como José de Arimatea o el centurión, que confiesan sin temor al ambiente hostil y peligroso; o como el buen ladrón, que se engancha al Reino en el último momento… Pero lo importante es que al hacerlo, nosotros mismos, todos, cada uno según su circunstancia biográfica y su particular vocación, nos convertimos en reyes porque nos hacemos imágenes visibles de ese rey que a su vez es imagen del Dios invisible. Y como la más profunda verdad del hombre es ser imagen de Dios, por este camino llegamos a ser plenamente lo que somos.
El Reino del que habla Jesús, del que él mismo es el rey, no es de este mundo, pero no es ajeno a este mundo. En la respuesta a la petición del buen ladrón Jesús no hace como los burócratas de reinos y repúblicas, que remandan la petición “ad calendas graecas”, sino que cursa la solicitud inmediatamente: “hoy estarás conmigo”. Ese “hoy” quiere decir que el Reino de Dios, el reinado de Cristo, ya ha empezado, precisamente en la Cruz. Y nosotros, que oramos cada día para que ese Reino venga a nosotros, podemos estar en él ya, hoy; a veces junto a la cruz (pues esa es la llave de entrada), pero siempre en la esperanza de gozar después, plenamente reconciliados, en el hoy eterno de Dios.
José María Vegas, cmf.


domingo, 24 de noviembre de 2019

Jesucristo Rey







La fiesta de hoy cuestiona las bases y la dirección que están tomando la globalización y universalización actual. El título habla de unidad y universalidad: Cristo «rey del universo». ¿De qué universo se trata?; ¿quiénes formarán parte de ese reino? Desde él y desde el evangelio tenemos razones para proponer hoy: «Otra globalización es posible…, otra globalización es necesaria».
Cristo se identifica con los colectivos de los más pequeños; a éstos, los que pasan a tu lado, los que viven en tu calle, los que gritan desde los márgenes, es a los que hay que mirar y lo que se haga o deje de hacer con ellos, aquí y hoy, es lo que decidirá la suerte final de los hombres. La salvación está en nuestras manos… y en los pobres. Estamos a tiempo; sabemos lo que hay que hacer.
La petición del buen ladrón era la oración más hermosa que encontrábamos en el evangelio: sin exigencias, sin urgencias, sin querer que suceda como nos parece mejor; sencillamente, «acuérdate de mí», tenme en tu presencia. Y en la respuesta que le da Jesús se ve su cariño bondadoso con los pobres hasta el final. Muere vinculándose con ellos: «Hoy estarás conmigo». Estar con Jesús es ponerlo en el centro de nuestra vida, en el centro real de nuestros deseos, decisiones y afectos. Eso es lo único que de verdad nos transforma. Porque está al lado. Jesús le «salva». Es esa cercanía amorosa la que nos da sentido. Tras épocas en que la imagen de Jesucristo Rey del Universo acercaba a la Iglesia a los poderosos de este mundo, las palabras y los gestos del papa Francisco nos han ayudado a restituir esta imagen a su justo lugar: «Los pobres, los mendigos, son los protagonistas de la historia… En mitad de un mundo que duerme agazapado entre pocas certezas, los humildes preparan la revolución de la bondad».




sábado, 23 de noviembre de 2019

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo




Primera lectura:
 2 Sam 5,1-3: Ungieron a David rey de Israel
Salmo Responsorial:
Sal 121,1-2.3-4a.4b-5: Vamos alegres a la casa del Señor
Segunda lectura:
 Col 1,12-20: Nos ha trasladado al reino de su Hijo querido
Evangelio:
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas 23,35-43: Señor, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino.

venga tu reino

El final del año litúrgico evoca a la Iglesia el final de la Historia de la salvación, que culminará con la plenitud del reinado de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo.
En la antigua Alianza Dios puso al frente de su pueblo reyes, primero a Saúl y después a David para que en su nombre gobernaran a su pueblo, cuidando especialmente la justicia y los derechos de los pobres. Para ello se les “ungía” para significar que Dios los capacitaba para actuar en su nombre (primera lectura). El segundo de ellos, David, quiso construir un templo a Dios, pero Dios no aceptó este propósito porque sus manos estaban manchadas de sangre; ante su buen deseo le  prometió un trono perpetuo (1 Sam 7). Sus descendientes lo hicieron mal, por lo que el pueblo empezó a esperar un hijo de David ideal que de verdad reinara en nombre de Dios. Era una esperanza de sentido religioso nacionalista, que asignaba a este hijo de David la tarea de establecer un gran imperio con centro en Jerusalén.

Pero los planes de Dios iban por otro camino. Si reinar es ejercer un poder, lo propio del mandar de Dios padre es ejercer un influjo paternal, cuyo fruto necesario es convertir al hombre en hijo suyo en un contexto de amor y a la humanidad en una gran fraternidad en que reine la paz, la justicia y la felicidad, sin dolor ni muerte.

Al servicio de esta tarea  está la misión del Hijo, que es rey al servicio del reino del Padre (evangelio). Se hizo hombre para hacerse solidario de todos los hombres y convertirse en su representante ante Dios padre. Desde ahora todo lo que él haga vale para él y para todos los hombres. Su vida fue un sacrificio existencial consistente en hacer la voluntad del Padre por amor, que se tradujo en proclamar el plan del Padre y hacerlo posible con su entrega. El Padre aceptó esta ofrenda, glorificándole a él y a todos los que representaba, a toda la humanidad. Así ha adquirido  para todos los hombres el derecho de ser hijos de Dios y miembros de la nueva familia. El Padre nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación… El principio, el primogénito de entre los muertos para que sea el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud y reconciliar por él y para él todas las cosas (segunda lectura).

Jesús hace realidad el reino de Dios perdonando los pecados y transformando el corazón del hombre, que debe colaborar en un proceso que culminará en su resurrección.

Al servicio de su obra, Jesús ha creado la Iglesia, integrada por todos los que ya viven en la esfera del reino y la ha enviado con la misión de invitar a toda la humanidad a integrarse. La Iglesia primitiva lo entendió muy bien al aplicar a la resurrección de Jesús el salmo 110,1: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies. Jesús ya tiene todo poder salvador  y ahora lo está ofreciendo a todos los hombres hasta que llegue el momento de su parusía en que culminará esta tarea con la salvación plena de todos los que han aceptado la realeza de Dios, viviendo como hijos suyos. Es el momento que celebra hoy la Iglesia.

La fiesta de hoy, por una parte, invita a echar una mirada optimista sobre la historia; a pesar de todos los males presentes, el mundo camina hacia una meta de salvación. Por otra parte, urge a renovar el compromiso de vida filial y fraternal para mantenerse dentro del reino, pues al final seremos examinados precisamente de vida filial y fraternal, de amor (Mt 25,31-46) y, junto a esto, urge a vivir como testigos, ofreciendo la salvación y trabajando por un mundo más fraternal y solidario, que sea reflejo del mundo futuro.

La Eucaristía nos sitúa en el momento presente, recordando su muerte y resurrección y esperando su venida gloriosa (anáfora III). El Señor resucitado sigue ofreciendo su cosecha salvadora para que la acojamos y llevemos a los demás, y nos alimenta para ello, mientras llega el momento de su manifestación gloriosa. Acogiendo la invitación de Pablo, damos gracias a Dios Padre que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona                     

       

jueves, 21 de noviembre de 2019

Solemnidad de Cristo Rey



En el último domingo del año litúrgico celebramos la solemnidad de Jesucristo, Rey de Universo. Existe un ansia de universalidad que inspira esta fiesta: la salvación de la Humanidad y de todo el Universo. La liturgia quiere abrir los ojos de los creyentes sobre el final de la historia humana, cuando se producirá la salvación universal que lleva a cabo Jesús.

La liturgia de esta celebración, así mismo, nos invita a reavivar en nosotros el deseo de que Cristo reine verdaderamente en nuestra vida. Para que esto tenga lugar, es menester renovar nuestra adhesión a Él, que nos amó hasta el extremo, renovar nuestra adhesión a su verdad.

Toda la existencia de Cristo revela que Dios es amor: por tanto, esta es la verdad de la que dio pleno testimonio con el sacrificio de su vida en el Calvario. La cruz es el “trono” desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor: ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del “príncipe de este mundo” (Jn 12,31) e instauró definitivamente el Reino de Dios. Reino que se manifestará plenamente al final de los tiempos.

La realeza de Cristo no es un misterio que quede fuera de nosotros. No, estamos dentro, como nos sugiere el apóstol Pablo en su carta a los Colosenses, cuando nos insta a dar gracias a Dios que “nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo querido” (Col 1,13). Realmente somos “trasladados”, es decir, somos “emigrantes” de este mundo, donde reinan las tinieblas, a otro mundo, donde reina el Señor Jesús. Y que este mundo de Jesús es distinto del nuestro se ve claramente en la escena de su entrega en la cruz, y de todo lo que la rodea.

El camino para llegar a la meta y para vivir ya el acceso a su Reino, que pedimos que “venga a nosotros” cada día en el Padre Nuestro, no admite atajos: en efecto toda persona debe acoger libremente la verdad del amor de Dios. Él es amor y verdad, y tanto el amor como la verdad no se imponen jamás: llaman a la puerta del corazón y de la mente y, donde pueden entrar, infunden paz y alegría. Es el modo de reinar de Dios; este es su proyecto universal de salvación.

En efecto, nuestro camino en la historia prosigue con sus cansancios, como constantemente experimentamos, pero hasta que se manifieste plenamente al final de los tiempos, el “traslado” ya realizado en nosotros a su Reino puede ser saboreado por su gracia de manera anticipada, no olvidando que en él solo se entra por la puerta estrecha de la cruz, cuya llave es el don del amor de Dios en nuestras vidas.

Al celebrar a Cristo Rey recordemos que a su realeza está asociada de modo singularísimo la Virgen María. A ella, humilde joven de Nazaret, Dios le pidió que se convirtiera en la Madre del Mesías, y María correspondió a esta llamada con todo su ser, uniendo su “sí” incondicional al de su Hijo Jesús y haciéndose con Él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por encima de toda criatura y fue coronada como Reina del cielo y de la tierra, como bellamente celebramos entre nosotros desde hace siglos, en “el Misteri”.

A ella encomendamos que el Espíritu Santo nos ilumine para saber desear llegar hasta Jesús, como ella deseó, para abrirnos a su Reino ya en esta vida, haciéndonos capaces de configurarnos con el humilde rey de la gloria, haciéndonos irradiación de su presencia de paz, y haciéndonos motivo de consuelo y de esperanza para esta Humanidad sufriente a la que somos enviados a servir. A ella pedimos que interceda para que el amor de Dios reine en nosotros, recordando que nuestra esperanza se apoya en ese amor y en sus designios de justicia y de paz.

Preparémonos, también, con María a iniciar un nuevo Año Litúrgico, a vivir el próximo Adviento, un tiempo tan propio de la Virgen; a ella nos acogemos, como gran referente que es para nuestra esperanza, todo, mientras caminamos en este mundo, siendo “trasladados” a la plenitud del Reino de su Hijo, a la plenitud del Amor que existe para siempre.

Con nuestro afecto, nuestra bendición para todos, 

+ Jesús Murgui Soriano
Obispo de Orihuela-Alicante


domingo, 17 de noviembre de 2019

Tiempos de crisis



                                        MOMENTOS PARA DAR TESTIMONIO…

En los evangelios se recogen algunos textos de carácter apocalíptico en los que no es fácil diferenciar el mensaje que puede ser atribuido a Jesús y las preocupaciones de las primeras comunidades cristianas, envueltas en situaciones trágicas mientras esperan con angustia y en medio de persecuciones el final de los tiempos.
Según el relato de Lucas, los tiempos difíciles no han de ser tiempos de lamentos y desaliento. No es tampoco la hora de la resignación o la huida. La idea de Jesús es otra. Precisamente en tiempos de crisis «tendréis ocasión de dar testimonio». Es entonces cuando se nos ofrece la mejor ocasión de dar testimonio de nuestra adhesión a Jesús y a su proyecto.
Llevamos ya cinco años sufriendo una crisis que está golpeando duramente a muchos. Lo sucedido en este tiempo nos permite conocer ya con realismo el daño social y el sufrimiento que está generando. ¿No ha llegado el momento de plantearnos cómo estamos reaccionando?
Tal vez, lo primero es revisar nuestra actitud de fondo: ¿Nos hemos posicionado de manera responsable, despertando en nosotros un sentido básico de solidaridad, o estamos viviendo de espaldas a todo lo que puede turbar nuestra tranquilidad? ¿Qué hacemos desde nuestros grupos y comunidades cristianas? ¿Nos hemos marcado una línea de actuación generosa, o vivimos celebrando nuestra fe al margen de lo que está sucediendo?
La crisis está abriendo una fractura social injusta entre quienes podemos vivir sin miedo al futuro y aquellos que están quedando excluidos de la sociedad y privados de una salida digna. ¿No sentimos la llamada a introducir algunos «recortes» en nuestra vida para poder vivir los próximos años de manera más sobria y solidaria?
Poco a poco, vamos conociendo más de cerca a quienes se van quedando más indefensos y sin recursos (familias sin ingreso alguno, parados de larga duración, inmigrantes enfermos…) ¿Nos preocupamos de abrir los ojos para ver si podemos comprometernos en aliviar la situación de algunos? ¿Podemos pensar en alguna iniciativa realista  desde las comunidades cristianas?
No hemos de olvidar que la crisis no solo crea empobrecimiento material. Genera, además, inseguridad, miedo, impotencia y experiencia de fracaso. Rompe proyectos, hunde familias, destruye la esperanza.  ¿No hemos de recuperar la importancia de la ayuda entre familiares, el apoyo entre vecinos, la acogida y el acompañamiento desde la comunidad cristiana…? Pocas cosas pueden ser más nobles en estos momentos que el aprender a cuidarnos mutuamente.
Ed.  Buenas Noticias


sábado, 16 de noviembre de 2019

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario





Primera lectura:
Mal 3,19-20a: Os iluminará un sol de justicia
Salmo Responsorial:
Sal 97,5-6.7-8.9: El Señor llega para regir los pueblos con rectitud
Segunda lectura:
2 Tes 3,7-12: El que no trabaje, que no coma
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 21,5-19: Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

el futuro del cristiano

El ministerio público de Jesús termina ofreciendo a sus discípulos una visión del futuro que les espera, que resume en tres datos: peligro de engaños, persecuciones, juicio de Dios sobre la historia.

El discípulo debe andar con los ojos bien abiertos ante el peligro de falsos salvadores que ofrecen salvaciones diferentes y contrarias a la de Jesús. Es una realidad que ha tenido amplio cumplimiento en la historia pasada y sigue presente en la actualidad bajo forma de comunismo materialista, materialismo hedonista, capitalismo, rebeliones armadas, sectas, secularismo... andar vigilante implica, por una parte, conocer bien la originalidad del mensaje de Jesús para mantenerse firmes en él, y por otra, espíritu crítico que sepa discernir el trigo de la paja, pues todas las salvaciones alternativas suelen venir envueltas en ropajes positivos y atractivos como lobos con piel de oveja. Muchos movimientos y corrientes actuales tienen elementos positivos, pero también otros incompatibles con el cristianismo. El discernimiento evitará rechazo o aceptación total acrítica y ayudará a asimilar lo positivo. Para ayudar en esta tarea están el magisterio autorizado de la Iglesia y los verdaderos profetas que suscita el Espíritu.

La segunda característica de la vida cristiana es la persecución, que reviste muchas formas: cruenta o simplemente ambiental por medio de prensa, radio y TV, parcial o general... Ante este hecho Jesús enseña, primero, que es una realidad normal de la vida cristiana, por lo que no hay que maravillarse. Si persiguieron y mataron a Jesús, también lo harán con sus discípulos. Lo que tiene que extrañar al cristiano es el no ser perseguido: Bienaventurados cuando, aborreciéndoos los hombres, os excomulguen y maldigan... alegraos... pues vuestra recompensa será grande en el cielo... ¡Ay cuando todos los hombres hablaren bien de vosotros, porque así hicieron sus padres con los falsos profetas (Lc 6,22-23.26). En segundo lugar enseña que hay que afrontar  esta situación como testigos con la ayuda del Espíritu, siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza, con mansedumbre y respeto y en buena conciencia (1 Pe  3,16). Finalmente nos dice Jesús que esto exige una buena dosis de aguante y paciencia para mantenerse fiel y compartir el triunfo de Cristo.

Ambas dificultades las presenta Jesús en el contexto del juicio final de Dios sobre la historia (primera lectura) que se concretará en su parusía, en la que compartirá su gloria con los que han compartido sus dificultades.

En la Eucaristía nos reunimos con Jesús resucitado, el que vendrá en la parusía, que nos alimenta para compartir su muerte y poder compartir su resurrección: Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas, y yo dispongo del reino a favor vuestro, como el Padre ha dispuesto de él en favor mío, para que comáis u bebáis a mi mesa y os sentéis sobre doce tronos como jueces de las doce tribus de Israel (Lc 22, 25-26).

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 15 de noviembre de 2019

Jornada Mundial de los Pobres 2019: el Papa propone un «cambio de mentalidad» para optar por los pobres



Por tercer año consecutivo, se celebra la Jornada Mundial de los Pobres, una convocatoria puesta en marcha por iniciativa del papa Francisco y que se conmemora en todo el mundo el domingo 17 de noviembre con el objetivo, en esta edición, de «ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a acrecentar el bienestar superficial y efímero» que haga posible «un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios».
La Conferencia Episcopal Española y Cáritas se unen un año más para celebrar esta Jornada en nuestro país y ofrecer unos materiales que sirvan para dar protagonismo a los pobres y pueda ser vivida por toda la Iglesia —diócesis, parroquias, comunidades, movimientos, asociaciones, instituciones— como un momento privilegiado de evangelización.
El lema bajo el que se convoca esta III Jornada es «La esperanza de los pobres nunca se frustrará».
La idea de impulsar la Jornada nació el 13 de noviembre de 2016, coincidiendo con el cierre del Año de la Misericordia y cuando en la Basílica de San Pedro el Santo Padre celebraba el Jubileo dedicado a las personas marginadas. De manera espontánea, al finalizar la homilía, Francisco expresó su deseo de que «quisiera que hoy fuera la Jornada de los pobres».

Esta convocatoria –que se celebra cada año y en toda la Iglesia universal el último domingo del tiempo ordinario, el domingo XXXIII, previo a la fiesta de Cristo Rey— es una ocasión idónea para poner de relieve el protagonismo de los más pobres en la vida de las comunidades.

Ir al encuentro de los pobres

Como recuerda el Santo Padre en su mensaje, «los pobres no son números a los que se pueda recurrir para alardear con obras y proyectos. Los pobres son personas a las que hay que ir a encontrar: son jóvenes y ancianos solos a los que se puede invitar a entrar en casa para compartir una comida; hombres, mujeres y niños que esperan una palabra amistosa. Los pobres nos salvan porque nos permiten encontrar el rostro de Jesucristo».

Francisco se refiere a todos aquellos que hoy en día encarnan los rostros de la pobreza, como son las «familias que se ven obligadas a abandonar su tierra para buscar formas de subsistencia en otros lugares; huérfanos que han perdido a sus padres o que han sido separados violentamente de ellos a causa de una brutal explotación; jóvenes en busca de una realización profesional a los que se les impide el acceso al trabajo a causa de políticas económicas miopes; víctimas de tantas formas de violencia, desde la prostitución hasta las drogas, y humilladas en lo más profundo de su ser».

Junto a todos ellos, señala también “los millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos, tan a menudo instrumentalizados con fines políticos, a los que se les niega la solidaridad y la igualdad”, así como «las numerosas personas marginadas y sin hogar que deambulan por las calles de nuestras ciudades».

«Considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza; son vistos como una amenaza o gente incapaz, sólo porque son pobres», denuncia el Papa, que pone el foco en el escándalo que supone la invisibilidad de la que son objeto. «Se ha llegado hasta el punto de teorizar y realizar una arquitectura hostil para deshacerse de su presencia, incluso en las calles, últimos lugares de acogida», afirma.

La Fundación FOESSA ha analizado de manera exhaustiva en su VIII Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en España, publicado el pasado mes de junio, cual es la verdadera dimensión de la precariedad en nuestro país, donde se constata que la exclusión, en sus diferentes dimensiones, se ha enquistado en la estructura social. El número de personas en exclusión social en España es de 8,5 millones, el 18,4% de la población, lo que supone 1,2 millones más que en 2007, afectando principalmente a las familias con menores, jóvenes y mujeres. Son el rostro de la denominada «sociedad estancada», un nutrido grupo de personas para quienes el ascensor de la movilidad social no funciona.

Todos estos «expulsados», dice Francisco, «necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor». «A todas las comunidades cristianas y a cuantos sienten la necesidad de llevar esperanza y consuelo a los pobres, pido que se comprometan para que esta Jornada Mundial pueda reforzar en muchos la voluntad de colaborar activamente para que nadie se sienta privado de cercanía y solidaridad», concluye.

 (Cáritas)