lunes, 30 de julio de 2012


ENTRAR EN LA VOLUNTAD DE DIOS



Dios no quiere cosas, sino el oído del hombre que escuche, que obedezca y, con ello, le quiere a él mismo. Esta es la acción de gracias verdadera y digna de Dios: entrar en la voluntad de Dios.
(Benedicto PP. XVI.).

La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un "maravilloso intercambio" -admirabile commercium- entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que El pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este "intercambio" no se logra entender como puede suceder que un joven, escuchando la palabra ´´¡sígueme!´´, llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente.





  
«Espíritu Santo, llena mi alma
con la abundancia de tus dones.

Dame el don de la SABIDURÍA
para gustar las cosas que Dios ama
y apartarme de los valores
que me apartan del Evangelio de Jesús.

Dame el don de INTELIGENCIA
para vivir con fe viva
toda la riqueza de la verdad cristiana.

Dame el don de CONSEJO
para que en medio de los acontecimientos
pueda descubrir lo mejor
y crecer en la fe bautismal.

Dame el don de FORTALEZA
de manera que sea capaz de vencer
todos los obstáculos que encuentre
en el camino del seguimiento de Jesús.

Dame el don de CIENCIA
para discernir claramente
entre el bien y el mal,
la falsedad y la mentira,
el camino ancho y la puerta estrecha
que conduce al Reino.

Dame el don de PIEDAD
para amar a Dios como Padre
y reconocer en los hombres y mujeres
a los hermanos que tengo que servir
y donde Dios me está esperando.

Dame el don de TEMOR DE DIOS
para escuchar y acoger con fidelidad
la plenitud de la revelación
realizada en el Hijo de Dios,
Jesús de Nazaret, el Mesías.»


“Alegraos en el Señor siempre; lo repito: alegraos. Que vuestra bondad sea notoria a todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna, sino más bien en toda oración y plegaria presentad al Señor vuestras necesidades con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, considerad lo que hay de verdadero, de noble, de buena fama, de virtuoso, de laudable; practicad lo que habéis aprendido y recibido, lo que habéis oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con vosotros.” San Pablo en su carta a los Filipenses 4, 4-9vs.


Gracias por venir a visitarnos y por vuestras oraciones por las vocaciones.








domingo, 29 de julio de 2012

“…Por los elegidos”



“Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decidan seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad” (Juan Pablo II, Nagasaki, Japón, 25.II.1981). “




                                                       


                                                           … POR LOS ELEGIDOS"


Dicen los exegetas que las dos cartas del apóstol Pablo a Timoteo son las más autobiográficas. De hecho es en ellas donde vemos al apóstol abrirse confidencialmente como si su corazón se desprendiese de todo secreto, a su gran e íntimo amigo Timoteo, a quien llama “verdadero hijo mío en la fe” (1Tm 1,2). A este apelativo tan cariñoso nosotros añadimos el de “compañero de fatigas apostólicas” por buena parte de Europa y Asia Menor. A todo esto no podemos dejar de lado el hecho de que Timoteo fue el ángel confortador previsto por Dios ante todas las desazones y pruebas vividas por Pablo como, por ejemplo, las sufridas durante su primera estancia en las cárceles de Roma. A la luz de estos datos nos parece más que normal que Pablo se abriese entrañablemente a Timoteo y que compartiese con él lo que más les unía: su pasión por el Evangelio. Pasión que marcaba e incluso podríamos decir que medía la calidad de su entrega a Jesús, su Señor y Maestro. No hay duda de que la altura de un hombre se calibra por la grandeza y calidad de la fuerza pasional que le mueve. Pablo y Timoteo, amigos del alma que comparten la misma pasión, escalaron, por medio de ella, hasta lo más sublime del corazón-intimidad de Dios. Sobre las riquezas y sublimidades de sus confidencias no vamos a explayarnos. Nos faltaría papel y tinta para abordar tantos misterios divinos acontecidos entre ellos. Sí vamos a sondear un aspecto de la misión que Pablo comparte con Timoteo y que se nos muestra nítidamente en su segunda carta. Hablamos de un aspecto que revela el corazón de pastor de Pablo, corazón marcado y moldeado por el sufrimiento; el que comporta el hecho de dar a luz tantos hijos en la fe. Es en este sentido que, dirigiéndose a Timoteo como quien se vuelve a un hijo querido o a un amigo del alma, le exhorta así: “Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio, ayudado por la fuerza de Dios” (2Tm 1,8). Soporta, sufre conmigo. No se está refiriendo a un soportar pasivo, como quien carga un peso terrible e inhumano y sin posibilidad de quitárselo de encima. Es un soportar que apunta a un compartir amorosamente el Evangelio que su Señor, en un gesto de confianza sin precedentes, ha puesto en sus corazones y en sus bocas. Siguiendo con esta entrañable confidencia -soporta, comparte conmigo los sufrimientos por el Evangelio-, oímos al prisionero por Cristo (Ef 3,1) unir a su exhortación esta confesión de amor por su Señor y por las ovejas que le ha confiado, difícilmente superable en belleza, intensidad y altura. “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio; por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso todo lo sufro por los elegidos” (2Tm 2,8-10). Nos centramos en las últimas palabras, “todo lo sufro por los elegidos”, que tanta importancia tienen en el engranaje de la vida de Pablo en cuanto apóstol. Es como un adentrarnos, con su tácito permiso, en su intimidad, en su riqueza espiritual. Descubrimos así que, a través de su experiencia como anunciador del Evangelio y como pastor que se entrelazan inseparablemente, Pablo se asocia a Jesús, su Pastor; Aquel que antes que él y por amor a él soportó, tomó sobre sí la cruz sin miedo a la ignominia, como atestigua el autor de la carta a los Hebreos.



martes, 24 de julio de 2012

Lo que habéis contemplado


          En la espiritualidad bíblica saber y sabor comparten significado. En este sentido, el hombre que llega a saber y, por lo tanto, degustar y saborear la Palabra –como, por ejemplo, Jeremías- en realidad está degustando y saboreando a Dios. Recordemos a este respecto a san Agustín, quien nos dice que el alma tiene su propio paladar con el que podemos llegar a saborear a Dios.








                                                                   LO QUE HABÉIS CONTEMPLADO

Jesús  se presenta ante el mundo entero y ante cada hombre en particular como el revelador del Padre, como la luz que nos permite sondear su misterio; el oftalmólogo por excelencia que tiene poder para sanear las pupilas de “los ojos interiores del alma” (San Jerónimo), capacitándolos así para contemplar el Rostro.

No hace falta ningún milagro para que esto suceda; me refiero, claro está, a cómo entendemos a nivel popular el concepto de milagro en cuanto fenómeno esporádico que traspasa la naturaleza y vinculado a personas concretas, específicas, en situaciones y momentos específicos.

Sí es, sin embargo, el gran milagro de Dios, el de hacerse fiable e incluso visible por medio de la Palabra en su Hijo, a quien constituye como su Revelador; y por si fuera poco -y aquí ya el asombro nos desborda- también sus discípulos participan de esta misión del Hijo de ser reveladores del Rostro y del Misterio de Dios. En definitiva, todo aquel que con sus ojos interiores contempla en las entrañas de la Palabra de Dios su luz, la irradian; por eso son luz de Dios para el mundo. Porque son por participación irradiadores del Rostro de Dios al igual que el Hijo, participan también de la excelencia de su pastoreo: son pastores según su corazón. Lo son porque, al igual que Juan Bautista, han recibido y acogido con gratitud la misión de “iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte” (Lc 1,79).

La Iglesia siempre tuvo conciencia clarísima de cuál era su misión en el mundo: darle a conocer lo que “habían visto, oído, palpado y contemplado acerca de la Palabra de la vida” (1Jn 1,1). Juan se refiere al anuncio de Jesús resucitado, a quien todos los cristianos encontraban cada día vivo en el Evangelio. Este tipo de anuncio y predicación no tenía como finalidad ganar adeptos o prosélitos; sus miras eran mucho, muchísimo más elevadas. Con las entrañas paterno-maternales con las que el Hijo de Dios les había enriquecido y formado en su pastoreo, iban con su Palabra-luz al encuentro de los hombres a fin de tejer con ellos una comunión desconocida, puesto que solamente es posible desde Dios. El fundamento de esta comunión no era otro que el participar con ellos del: oír, ver, palpar y contemplar a Dios en la Palabra de la vida. Es el mismo Juan quien nos lo dice: “Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros” (1Jn 1,3).

Recordemos la feliz intuición catequética de san Ireneo: “La vida del hombre es ver a Dios”. Ahora le vemos como en un espejo; más adelante le veremos cara a cara, como dice el apóstol Pablo (1Co 13,12). Para ello hemos de ir a la Palabra con tanta pobreza como amor, con la certeza interior de que si Dios no se nos abre en ella, no hay predicación de lo alto, la que realmente llega al interior del hombre. Es un ir a la Palabra “sin sabérsela”, de la misma forma que lo finito se sitúa hambriento y expectante ante el Infinito. Es un situarse ante Dios esperando que asome su Rostro para contemplarlo. Esto no son consideraciones poéticas ni veleidades literarias, es el eje fundamental de la predicación. Sin esta experiencia contemplativa de la Palabra, el predicador se ve abocado a hablar solamente de lo “mucho que sabe” o, peor aún, de sí mismo, de sus obras o de la institución eclesial de la que es miembro.

“Contemplar y predicar a los otros lo que habéis contemplado”, dice Santo Tomás en sus escritos. Si bien es cierto que los destinatarios eran en aquel tiempo sus hermanos los dominicos, su intuición catequética es patrimonio de la Iglesia entera, de todos los predicadores del Evangelio.  Es toda una declaración que marca un estilo o, para ser más exactos, el único estilo posible que identifica a los pastores según Dios. Al no predicar desde ellos mismos sino desde la luz que irradia la Palabra bajo la cual han plantado su tienda, se convierten, tal y como les había prometido y profetizado su Señor y Maestro, en luces para el mundo entero.

Recojamos, ahora sí con calma, las palabras que a este respecto Jesús dirigió a sus discípulos, y que trazaron, al menos en parte, las líneas maestras de su misión, su pastoreo, su servicio a la humanidad: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte… Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,14-16).

Brille así vuestra luz para que los hombres vean vuestras buenas obras, les dice Jesús. Si nos fijamos bien en el hablar y hacer de Jesús tal y como consta en el Evangelio,  descubriremos que, dada la lógica dificultad que los israelitas tienen para reconocer su divinidad, apela a las obras que hace desde y en nombre de su Padre; es a través de ellas que pueden llegar a saber que, como Él mismo atestigua, “el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,37-38).

Como muestra de lo que estamos afirmando, podemos recordar lo que dice Jesús cuando se dispone a curar al ciego de nacimiento citado por Juan. Recordemos que sus discípulos le preguntaron si la ceguera de este hombre era debida a sus pecados o bien a los de sus padres. La respuesta de Jesús es categórica: “Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios” (Jn 9,3). Viendo esta obra, Israel podrá reconocer que Jesús es el Mesías, luz de las naciones, profetizado por Isaías (Is 46,49-6). Anunciado, pues, por los profetas y confirmado por Simeón cuando recién nacido lo tuvo en sus brazos: “… Mis ojos han visto tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc 2,30-32).

Jesús, Luz del mundo entero, Revelador del rostro del Padre, envía a sus pastores como antorchas luminarias del misterio de Dios. De hecho vemos cómo pasa a Pablo lo que podríamos llamar el testigo de su misión, la de ser luz de las naciones; le envía a los gentiles con la urgencia evangélica de anunciarles lo que ha visto de Él y lo que continuará viendo, dado que seguirá manifestándosele a lo largo de su pastoreo: “Me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los cuales yo te envío, para que les abras los ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz” (Hch 26,16-18).

“Para que vean vuestras obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”, había dicho Jesús a sus discípulos, aquellos que iban a continuar su pastoreo. Volviendo a Pablo, fijémonos en el impacto que tuvo en la primera cristiandad su encuentro con Jesucristo así como la aceptación de su llamada: “Personalmente no me conocían las Iglesias de Judea que están en Cristo. Solamente habían oído decir: El que antes nos perseguía ahora anuncia la buena nueva de la fe que entonces quería destruir. Y glorificaban a Dios a causa de mí” (Gá 1,22-24). He aquí a Pablo a quien vemos, por supuesto que al igual que a los demás apóstoles, como paradigma de los pastores según el corazón de Dios. Nos impresiona su respuesta ante la llamada recibida. Toda su vida fue una irradiación de la gloria, el amor, la salvación y el rostro de Aquel que ama al hombre con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas… Así son también sus pastores.

sábado, 21 de julio de 2012

10 cosas que hay que hacer (o evitar) en la evangelización online






Copio de libertad digital este artículo de Matthew Warner ingeniero, padre de familia, creador de la red Flocknote (www.flocknote.com), de www.tweetcatholic.com y uno de los autores que escriben en el libro“The Church and New Media”. También es responsable del blog “Fallible Blogma” (www.fallibleblogma.com). Aquí se recogen sus ideas muy brevemente:

1. EVITA: Fingir, representar un papel, posar. LO QUE HAY QUE HACER: Sé tú mismo.

”No pasa nada porque no seamos perfectos, de hecho es una ventaja. La gente puede entenderlo. La forma más segura de ser original es ser tú mismo. No finjas”.

2. EVITA: Juzgar y condenar a las personas. LO QUE HAY QUE HACER: Decir la verdad sobre sus actos

”San Efrén decía: sé amable con todos los que encuentres, porque cada persona lucha una gran batalla. No sabes lo que está viviendo ni por lo que pasa otra persona. Dale el beneficio de la duda y empieza amándola. Pero, si la amas de verdad, asegúrate de compartir la verdad con ella acerca de sus acciones, por su bien, no por el tuyo”.

3. LO QUE HAY QUE HACER: Predicar siempre el Evangelio. EVITA: Usar palabras, excepto cuando sea necesario.

”La mejor forma de evangelizar son tus acciones, no tus palabras. Esto también se aplica online. No uses los medios de comunicación sólo para promover la fe. Úsalos para practicar la fe”.

4. EVITA: Discutir para ganar debates. LO QUE HAY QUE HACER: Relacionarse con personas para ganar corazones para Cristo.

”No busques peleas. Busca personas con necesidad y pregúntales cómo puedes ayudarlas”.

5. EVITA: Olvidar que la evangelización eficaz empieza con relaciones. LO QUE HAY QUE HACER: Empieza con las relaciones que ya tienes.
”Dios ya ha colocado gente en tu vida a la que servir. Quizá no te gusten. Pero quizá esa es la clave”.

6. EVITA: Centrarte en señalar que todos los demás hacen mal. LO QUE HAY QUE HACER: Comparte lo que has descubierto que es bueno.

“Cualquiera puede sentarse a señalar lo mal que lo hacen todos los demás. Es más eficaz si puedes compartir lo magnífico lo bueno. Detrás de cada no en las reglas de la Iglesia hay un sí profundo que da plenitud. Que la gente lo sepa”.

7. EVITA: Fingir que siempre tienes la razón. LO QUE HAY QUE HACER: Admitirlo cuando te equivocas.

Es bueno para la humildad, es bueno para construir relaciones… porque es cierto. No es necesario que tengas respuesta para todo. Súmate al viaje en su busca. La Iglesia es un hospital para pecadores, no un museo para santos.

8. EVITA: Decir lo que te viene en gana. LO QUE HAY QUE HACER: Repasar, editar y corregir lo que dices: piensa a quién puede afectar.
Tus palabras y acciones pueden tener ramificaciones que no pensabas. Hay gente que puede leer o escuchar lo que dices. Unas palabras descuidadas pueden hacer daño a mucha gente.

9. EVITA: Hablar más de lo que escuchas. LO QUE HAY QUE HACER: Dedicar más tiempo a conocer tu fe que a predicarla.

Si vas a compartir algo de algún valor, asegúrate que dedicas tiempo a llenarte primero de cosas buenas.

10. EVITA: Olvidar que tu alegría es evangelizadora. LO QUE HAY QUE HACER: Dejar una sonrisa alegre en tu presencia online.

“Santa Teresa de Ávila decía que un santo triste es un triste santo. La alegría es atractiva y contagiosa. No vende mucho hablar con enfado del gozo y la paz que la fe te dan. Hazlo con corazón alegre”.

Y Matthew Warner concluye con una pregunta a los lectores:¿qué más cosas añadirías que hay que hacer y evitar para evangelizar en Internet?



martes, 17 de julio de 2012

REVELADORES DE SU ROSTRO


         Cuando la relación entre  los discípulos del Señor Jesús y su Evangelio es conforme a la Verdad, provoca caminos que iluminan las noches de los hombres. Éstos son bañados por la Luz que nace de la escucha de la predicación, confiada por el Hijo de Dios a los que hicieron de su Evangelio la gran pasión de sus vidas.





                                                         REVELADORES DE SU ROSTRO

El contenido catequético de Jesús en cuanto revelador del rostro y del misterio del Padre, ha sido tratado en un sinnúmero de libros, artículos, simposios, etc., a lo largo de la Historia. No obstante, es nuestra intención trascender el tema de “Jesús revelador de Dios Padre”, desde el punto de vista de investigación académica, y entrar en el campo de la experiencia que es donde emerge la fe como fuente de vida.

Situados en este espacio vital, iniciamos, por supuesto desde las Escrituras, nuestra andadura espiritual, nuestra búsqueda, con el fin de encontrar el Rostro del Padre en el Rostro de su Hijo, para no caer en el peligro de hacer afirmaciones apoyadas únicamente en corazonadas o en anhelos subjetivos.

Las primeras palabras de Jesús en las que fijamos nuestros ojos y oídos, son aquellas que proclama después de haber liberado a la mujer adúltera de las manos justicieras de unos hombres que ni siquiera eran conscientes de sus propios pecados. Después de decir a esta mujer, “vete y en adelante no peques más…”, se vuelve hacia ellos, que son víctimas de sus propios engaños y fanatismos, en estos términos: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Partamos con nuestras manos temblorosas, el temblor gozoso de quien se siente a gusto junto a Dios, estas palabras. Jesús, “resplandor de la gloria de Dios Padre” (Hb 1,3), hace partícipe de su Luz al mundo entero y, además, promete que las tinieblas se rendirán ante todos los hombres y mujeres que siguen sus pasos.

Grande, sublime es esta promesa del Señor Jesús a los suyos; nuestro asombro y perplejidad se agigantan al oír de la boca de su Maestro y Señor que, justamente porque participan de su resplandor, también ellos son “luz del mundo” (Mt 5,14). También, pues, los discípulos de Jesucristo, pastores según su corazón por su cercanía, son a causa de la llamada recibida y misión confiada, reveladores del Rostro de Dios Padre en favor del mundo entero.

De todas formas no adelantemos acontecimientos. Nos centramos, pues, en contemplar al Señor Jesús a fin de reconocerle como el revelador supremo del Rostro del Padre; por eso es el Pastor por excelencia según el corazón de Dios anunciado por los profetas (Jr 3,15). Ante su luz doblegó Pablo su cuerpo y su ser entero; fue tal la experiencia que le llamó “Imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Juan Pablo II comenta exegéticamente esta magistral definición del apóstol en los siguientes términos: “La luz del rostro de Dios resplandece en toda su belleza en Jesucristo”.

Dicho esto, pasamos al binomio creer-ver, es decir,  a su correspondencia. No es un binomio acuñado por ningún exegeta o estudioso de la Biblia, sino por el mismo Hijo de Dios. Él es quien proclama solemnemente que todo aquel que cree en Él, cree en el Padre, y que quien le ve a Él, ve al Padre: “Jesús gritó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado; y el que me ve a mí, ve a aquel que me ha enviado” (Jn 12,44-45).





         
       

miércoles, 11 de julio de 2012

LA MEJOR PARTE


 Evangelio y predicación: he ahí el binomio inseparable. Sólo la vinculación al Evangelio libra al predicador de hablar de sí mismo y de sus cosas. Recordemos lo que dice san Agustín: “Quien no se aplica a escuchar en su interior la Palabra de Dios será hallado vacío en su predicación externa”.






LA MEJOR PARTE
                                                       

Por supuesto que Dios continúa levantando en el mundo pastores según su corazón que, a su vez, levanten y afirmen sobre sus pies, a las inmensas muchedumbres de vejados y abatidos que malviven en todas y cada una de las naciones de la tierra. Llamados por la fuerza de su Palabra, encuentran su lugar, al igual que María de Betania, en el que pueden alargar sus oídos hacia su Maestro. Es por ello que esta mujer, en su estar junto al Hijo de Dios, se nos presenta como un espejo que les ayuda a reconocerse en su identidad de pastores. Saben que son administradores de los  Misterios de Dios (1Co 4,1) que les son confiados por su Maestro por medio de su Palabra, su Evangelio.

Hay además en María de Betania, en su estar cara a cara con el Señor Jesús, una faceta, un matiz, que abre un campo infinito de libertad a aquellos que sienten la llamada a ser pastores como los que Dios busca: según su corazón. Podríamos definirles también pastores según la Palabra que les ha sido confiada. Hablamos de la libertad que nace del hecho de haber elegido, al igual que María de Betania, “la mejor parte”, como testificó Jesús. La eligieron para ellos y para que su servicio a los hombres tuviera como fundamento no su propia sabiduría sino la que reciben de su Señor, como confiesa Pablo: “Pues yo, hermanos, cuando fui a vosotros, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el misterio de Dios… Mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu…” (1Co 2,1-4).

Justamente por esta su diáfana y transparente libertad, así como por la persuasión interior de haber sido enriquecidos por la Palabra y Sabiduría de Dios de cara a la predicación, son y están inmunes a la lacra de la envidia, que no pocas veces actúa como auténtico carcoma en el alma de tantos bautizados, sea cual sea su servicio o carisma. Pablo llama a éstos pobres hombres “superapóstoles” (2Co 12,11).

No envidian absolutamente a nadie, sea quien sea, haga lo que haga, ocupe el cargo que ocupe, reciba los agasajos que reciba, pues son conscientes de que han recibido, y también aceptado, elegido, la mejor parte, y están a gusto. No envidian a causa de un ejercicio ininterrumpido de ascesis o sacrificios para dominarse, no. Si no envidian es porque no tienen nada que envidiar; viven su plenitud por el hecho de estar donde están y por hacer lo que hacen.

Están donde están y oyen a su Maestro que les dice confidencialmente: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). Por otra parte, están más que contentos con su hacer: dan, comunican al hombre palabras de Vida (Hch 7,38b). Se las pueden dar por su estar con el oído abierto ante el Evangelio. Su relación oído-Evangelio ha dado lugar a una simbiosis. Aclaro esto: De una escucha amorosa y constante del Evangelio por la que el Maestro se lo va explicando y revelando (Mc 4,34), acontece entre el discípulo y la Palabra una especie de simbiosis, una identidad. En realidad es como si se hicieran uno con las palabras que Dios pone en sus bocas, como en el caso de Jeremías (Jr 1,9).

Con estas palabras van al encuentro de los postrados y dolientes de la tierra, los engañados por Satanás, el mentiroso por excelencia (Jn 8,44). Estos hombres, tan urgentemente necesitados de amor, exultan y se abren a la vida ante la Voz: “En verdad, en verdad os digo: Llega la hora, ya estamos en ella, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán” (Jn 5,25). Ahora entendemos mejor por qué estos pastores nunca podrán envidiar a nadie. El ministerio que el Señor les confía es la música que emana de  la “mejor parte” que Él les propuso, y que ellos aceptaron y eligieron.

                                              




viernes, 6 de julio de 2012

LA VOCACIÓN





 


La vocación no es solo un gusto, no es solo una inclinación,

no es solo querer, no es solo poder.

Es  la vocación la que nos tiene a nosotros,

es ella la que nos va teniendo a medida que afinamos nuestro oído.

A medida que nuestros ojos descubren que alguien ha de repartir

el Cuerpo de Cristo, la Palabra de Cristo, el Amor de Cristo.



La vocación es algo esencialmente social.

No consiste en un sentimiento, ni en un gusto,

ni hay que esperar una llamada telefónica de Dios,

ni se nace con una señal especial en la frente.

Él llama cuando da ojos para ver las mieses granadas

que se pierden por falta de brazos.



La vocación  es el soplo del Espíritu que hincha nuestra pequeña vela.

Dios actúa cuando quiere y donde quiere.

No sabemos  por qué, no sabemos como.

Dios es un mar infinito  surcado de innumerables velas.

Hay cristianos que las arrían  cuando se levanta el soplo divino.

Tienen miedo de abandonar la orilla.

Demasiados cristianos  tienen miedo de Dios.

Algunos, los que le aman, se fían de Él.

No saben qué les espera, no lo saben, pero confían.

Son cristianos que no piden definiciones,

se lanzan  sencillamente Mar Adentro.



La vocación es como un itinerario con señales de pista.

Cada señal lleva a la señal siguiente,

sin saber  el término definitivo.

Más que un conocimiento del futuro

es una correspondencia amorosa, es una  amistad.



La vocación no es un problema individual (¿qué espera Dios de mí?),

ni algo exclusivamente moral (¿oponerse a Dios es pecado?),

ni siquiera ha de plantearse preguntándose ¿Cuál es la vocación mejor?.

Se pertenece a una Iglesia donde todo es mejor

y en la cual se vive como miembro.

La vocación es una amistad.


                                                                Jorge Sans Vila







lunes, 2 de julio de 2012

A los pies del Maestro 


          Cuando una persona cae en la cuenta de que su corazón, con todo lo que él comporta en proyecciones, está inacabado, es porque ha sido visitado por la gracia. Ha recibido como una llamada de atención, un soplo que hace chispear su mecha humeante. Ha sido visitado por Dios; y, atención… Dios tiene su forma de visitar a cada uno.






  A LOS PIES DEL MAESTRO

Figura de la raíz que crece y se desarrolla en tierra aparentemente árida e infructuosa es María, la hermana de Marta, y Lázaro, los tres, amigos de Jesús. Lucas nos la presenta a sus pies escuchando su Palabra. No nos es difícil ver la comparación entre Jesús, que en presencia del Padre escucha su Palabra (Jn 12,50), y esta mujer que, fijos los ojos en su Maestro y Señor, escucha, recibe y acoge su Evangelio. El Pastor de pastores está modelando con sus palabras el corazón de la discípula.

Jesús, Maestro y Señor, también Modelador, forma discípulos-pastores según su espíritu por medio de la Palabra, su Evangelio. A lo largo de todo este proceso el discípulo conoce el Fuego, mas también el terrible témpano de hielo: la tentación, la crisis y el desánimo. Diríamos que todo le es asumible menos el anonimato, el sin sentido aparente que supone crecer en tierra árida, el no ser tenido en cuenta por nadie. Por supuesto que la frondosidad de las zarzas y los matorrales tienen mayor proyección social que esta raíz solamente perceptible a los ojos de su Señor.

Hablamos entonces de la inevitable crisis de maduración, de identidad como persona, de fe; esa crisis existencial por la que el discípulo tiene la sensación de que nunca va a atracar en puerto alguno. Es también la crisis de dudar de la validez y autenticidad de las palabras que oye de su Maestro y Señor: el Evangelio.

Crisis terrible. Porque si el que le habla es un embaucador (Jn 7,47), todo en él no es más que una gran mentira. Si el que le habla no es más que un iluminado, un loco (Mc 3,21), él, que se pone a sus pies, terminará también fuera de sus cabales. Si el que le habla y enseña es un fanático y un blasfemo (Jn 10,31-33), todo en el que le escucha se ve abocado al delirio y desajuste psicológico… Y así podríamos ir desgranando de la vida de Jesús toda una serie de títulos honoríficos con los que los suyos le agasajaron. Juan lo resume en pocas palabras: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).

Largo, tenaz e interminable es el invierno que el discípulo pasa a los pies de su Maestro y Señor en esta tierra árida. Sólo las palabras de su Señor van dando forma a la diminuta raíz que pugna por abrirse paso en su desierto. La finalidad de tanto esmero no es otra que la de modelar un corazón de pastor semejante al suyo; toda una obra de arte salida de las manos del Alfarero.

Obra sublime que el Maestro y Señor ve a lo lejos con total nitidez mientras que el discípulo la intuye con su fe, digamos que también la ve, mas con muchos, demasiados velos. En esta situación no queda sino saber esperar y confiar. La fuerza y los ánimos escasean; justamente por ello Jesús viene en ayuda de su debilidad. Él mismo será quien dé testimonio de sus discípulos de la misma forma que el Padre lo dio en su favor. De ahí que ante la objeción de Marta, “di a mi hermana que no pierda más el tiempo y me ayude”, responda con un testimonio inapelable acerca de quien había puesto su oído y todo su ser en sintonía con su Palabra: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas… María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10,41-42).

Nos parece seguir oyendo a Jesús que dice: Tu hermana representa a los pastores según mi corazón. De la misma forma que mi Padre dijo acerca de mí “Éste es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle” (Lc 9,35), así lo digo yo acerca de todos mis pastores, porque lo son según mi corazón: ¡Escuchadles, llevan mi Palabra en su alma! Sí, escuchadles porque yo mismo grabé mi Evangelio en sus entrañas; porque no desdeñaron ser raíz en tierra árida que, al final, ha resultado ser “la buena tierra que da su fruto” (Mc 4,20).