A los pies del Maestro
Cuando una persona cae en la cuenta de que su corazón, con todo lo que él comporta en proyecciones, está inacabado, es porque ha sido visitado por la gracia. Ha recibido como una llamada de atención, un soplo que hace chispear su mecha humeante. Ha sido visitado por Dios; y, atención… Dios tiene su forma de visitar a cada uno.
A LOS PIES DEL MAESTRO
Figura de la
raíz que crece y se desarrolla en tierra aparentemente árida e infructuosa es
María, la hermana de Marta, y Lázaro, los tres, amigos de Jesús. Lucas nos la
presenta a sus pies escuchando su Palabra. No nos es difícil ver la comparación
entre Jesús, que en presencia del Padre escucha su Palabra (Jn 12,50), y esta
mujer que, fijos los ojos en su Maestro y Señor, escucha, recibe y acoge su
Evangelio. El Pastor de pastores está modelando con sus palabras el corazón de
la discípula.
Jesús, Maestro
y Señor, también Modelador, forma discípulos-pastores según su espíritu por
medio de la Palabra ,
su Evangelio. A lo largo de todo este proceso el discípulo conoce el Fuego, mas
también el terrible témpano de hielo: la tentación, la crisis y el desánimo.
Diríamos que todo le es asumible menos el anonimato, el sin sentido aparente
que supone crecer en tierra árida, el no ser tenido en cuenta por nadie. Por supuesto
que la frondosidad de las zarzas y los matorrales tienen mayor proyección
social que esta raíz solamente perceptible a los ojos de su Señor.
Hablamos
entonces de la inevitable crisis de maduración, de identidad como persona, de
fe; esa crisis existencial por la que el discípulo tiene la sensación de que
nunca va a atracar en puerto alguno. Es también la crisis de dudar de la
validez y autenticidad de las palabras que oye de su Maestro y Señor: el
Evangelio.
Crisis
terrible. Porque si el que le habla es un embaucador (Jn 7,47), todo en él no
es más que una gran mentira. Si el que le habla no es más que un iluminado, un
loco (Mc 3,21), él, que se pone a sus pies, terminará también fuera de sus
cabales. Si el que le habla y enseña es un fanático y un blasfemo (Jn
10,31-33), todo en el que le escucha se ve abocado al delirio y desajuste
psicológico… Y así podríamos ir desgranando de la vida de Jesús toda una serie
de títulos honoríficos con los que los suyos le agasajaron. Juan lo resume en
pocas palabras: “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11).
Largo, tenaz e
interminable es el invierno que el discípulo pasa a los pies de su Maestro y
Señor en esta tierra árida. Sólo las palabras de su Señor van dando forma a la
diminuta raíz que pugna por abrirse paso en su desierto. La finalidad de tanto
esmero no es otra que la de modelar un corazón de pastor semejante al suyo;
toda una obra de arte salida de las manos del Alfarero.
Obra sublime
que el Maestro y Señor ve a lo lejos con total nitidez mientras que el
discípulo la intuye con su fe, digamos que también la ve, mas con muchos,
demasiados velos. En esta situación no queda sino saber esperar y confiar. La
fuerza y los ánimos escasean; justamente por ello Jesús viene en ayuda de su
debilidad. Él mismo será quien dé testimonio de sus discípulos de la misma
forma que el Padre lo dio en su favor. De ahí que ante la objeción de Marta,
“di a mi hermana que no pierda más el tiempo y me ayude”, responda con un
testimonio inapelable acerca de quien había puesto su oído y todo su ser en
sintonía con su Palabra: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas
cosas… María ha elegido la parte buena, que no le será quitada” (Lc 10,41-42).
Nos parece
seguir oyendo a Jesús que dice: Tu hermana representa a los pastores según mi
corazón. De la misma forma que mi Padre dijo acerca de mí “Éste es mi Hijo, mi
Elegido, escuchadle” (Lc 9,35), así lo digo yo acerca de todos mis pastores,
porque lo son según mi corazón: ¡Escuchadles, llevan mi Palabra en su alma! Sí,
escuchadles porque yo mismo grabé mi Evangelio en sus entrañas; porque no
desdeñaron ser raíz en tierra árida que, al final, ha resultado ser “la buena
tierra que da su fruto” (Mc 4,20).
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