martes, 30 de abril de 2019

En defensa de


                                                     


                                              
 En defensa de la caridad deberíamos hacer un examen de conciencia. No es bien comprendida excepto por los mensajeros de Cristo.  
  
Difícil poner esta virtud en acción, difícil “amar” a quien no conoces y difícil aceptar a alguien “incómodo”… En mil lugares te encuentras “los incómodos” y mil veces se les critica por mil razones.

Los “perfectos” lo saben, no pueden callar o lanzan miradas de verdadero rechazo...   
    
Criticar y juzgar es casi lo mismo y, no hay tema en que no salgan estos dos males donde escucharás la típica coletilla: “Yo no soy perfecto, ni juzgo a nadie, pero…” Y en ese pero se arroja todo juicio de valores. 
  
Somos un YO tan grande que la humildad se convierten en un chiste: Lo que YO digo, lo que YO no admito, lo que YO veo… Qué casualidad que siempre, por regla general, sean los mismos, aquellos a los que les cuesta ver más allá de su zona de “confort”. 

Efectivamente, la capacidad de “amar” es relativa y concreta. El segundo Mandamiento no se lleva, no es moderno, es mucho más divertido hablar sin caridad…  
          
Trabajo diario para comprender que Dios te oye, que lo que tú digas será en ti volcado. Tengamos mucho cuidado con nuestra lengua y pongamos la caridad por encima de cualquier virtud.

Menos vanidad y más compresión; menos YO y más humanidad; menos orgullo y más humildad.  

El mundo cambiaría si imitáramos en algo a Jesús… ¡SOLO EN ALGO!    

Emma Díez Lobo



lunes, 29 de abril de 2019

El peso de la conciencia





El hombre, en su andar errabundo por la vida, comete actos que ni él mismo, cuando recapacita, cree haber sido capaz de ello; se dice: ¡Cómo habré sido capaz de perder de esa forma los nervios!… o: no me reconozco en lo que dije…

Y siempre encontrará una disculpa para justificar lo injustificable. “estaba nervioso, me hicieron una injusticia…”.
Pablo lo entendió muy bien cuando dice: “… Realmente mi proceder no lo comprendo: Pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco…” (Rom 7,15)

Pero la realidad es que hay algo impreso en nuestro interior que nos delata, aunque no queramos: la conciencia. El Señor, al crear al hombre, deja su Huella en él, como el alfarero deja su dactilar en el barro que amasa. Podríamos decir, que, al amasar nuestro “barro”, deja la impronta de su Ser: es lo que llamamos conciencia, que se rige por los conocimientos de la Ley Natural. Y ésta, queramos o no, en lo más íntimo de nuestra alma, nos delata. Dice san Agustín que Dios, que habita en el interior de nosotros mismos, es “interior íntimo meo”, lo más íntimo de nuestro propio ser. Él buscaba a Dios en las criaturas, torpemente, en su belleza, fuera del Creador, hasta que el Señor se le reveló; “…yo te buscaba fuera, y Tú estabas dentro…”, comentará en su libro de “Las confesiones”.

Es lo que el salmista dice: “…mientras callé se consumían mis huesos, rugiendo todo el día, porque día y noche tu Mano pesaba sobre mí; mi savia se había vuelto un fruto seco…” (Sal 31)

Nuestra savia se había vuelto un fruto seco. Nos lo recordará Isaías: “…Una viña tenía mi amigo en un fértil otero. La cavó y la despedregó, y la plantó de cepa exquisita. Edificó una torre en medio de ella y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agraces…” (Is 5, 1 y ss) 

(Tomás Cremades) 
www.comunidadmariamadreapostoles.com

domingo, 28 de abril de 2019

Yo quiero ir al cielo


       



                                                                                
No sé si sabrás que todo pecado lleva implícito dos consecuencias: La pena y la culpa. Por la culpa, penas el pecado perdonado en confesión, pero te salvas. Sin confesión, por la culpa del pecado, te condenas eternamente. 

La mayor Gracia que tenemos es el perdón que nos libera del infierno y una vez “salvados”, tenemos las “Puertas Santas” (Indulgencias Plenarias) para evitar los “miles de años” que habremos de estar penando los pecados perdonados -sufrimiento indecible-.

Yo lo hago y voy feliz, pero ¡qué desastre! en cuanto salgo del Templo… Incapaz de mantenerme santa y… ¡Venga! otra vez a esperar otra Puerta… 

Me pregunto si todos los bautizados vamos a librarnos, no ya de la pena temporal sino de la pena eterna (infierno).  Pues más bien no y dejan pasar los años sin ningún pudor (Jn 8: 31-42). Tremenda actitud irresponsable y tremenda tristeza de Dios.

No entiendo nada… Y no me extraña que llorara aquél día en Jerusalén (Lucas 19, 41-44), como hoy lo hace por ti que te comportas como aquellos incrédulos.   
        
No dudes de esta advertencia y lee La Palabra porque no tienes ni idea de lo que dice. Si no conoces la Verdad, no habrá perdón para ti que tuviste todas las oportunidades. Esto te preguntará:

-“¿Es que no me oíste? Te dejé a “Pedro” para salvarte y no lo hiciste” (Mt 16:19).   

Yo quiero ir al cielo y ¿tú? No te inventes, no imagines, no quites ni añadas una sola letra a la Palabra Escrita (Jn. 22: 18-19; Dt. 4:2), o te arrepentirás. 
      
Emma Díez Lobo

No seas incrédulo sino creyente


desea creer…
(Juan 20, 19-31)

La figura de Tomás como discípulo que se resiste a creer ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: «No seas incrédulo, sino creyente». Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: «Señor mío y Dios mío».
¿Qué ha experimentado este discípulo en Jesús resucitado?  ¿Qué es lo que ha transformado al hombre hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.
A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: «No seas incrédulo, sino creyente».
Tal vez, necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos «a tientas».
¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Ésta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez, ahora que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.
No hemos de olvidar que una persona que busca y desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces, no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada uno y ofrecerle su salvación.
Ed.  Buenas Noticias

sábado, 27 de abril de 2019

2º. Domingo del Tiempo Pascual



Testigos de la resurrección.

    El Evangelio nos presenta hoy en un apretado abanico los dones pascuales que nos ha conseguido Jesús resucitado: el Espíritu Santo, el perdón de los pecados, la paz, la alegría.
    Nos ha traído el Espíritu Santo, que nos ha incorporado a Jesús resucitado, nos ha dado vida nueva, nos ha dado ojos y corazón nuevos, nos fortalece en la fe y en amor y nos acompañará hasta la meta final.
 Con el Espíritu nos ha traído el perdón de los pecados, con el que recibimos amnistía de todas nuestras faltas y podemos estrenar corazón de carne, nuevo, capaz de amar y actuar como hijos de Dios.
 Con ello nos ha traído la paz, shalom, armonía¸ la verdadera armonía con todo lo existente: hijos de Dios y hermanos entre nosotros
    Con ello también nos ha traído la verdadera alegría, participación de su alegría, cuyo fundamento es la certeza de que él y el Padre nos aman, nos ofrecen un futuro, nos acompañan, y nos harán compartir su gloria. Es la alegría de tener una vida con sentido, incluso en las dificultades y el dolor.
    Nos ha encomendado la misión de anunciar como testigos estos dones a todos los hombres.
    Somos enviados en calidad de testigos de la resurrección. Testigo es el que ha visto y experimentado y lo dice. Por ello nuestro testimonio tiene que primariamente eminentemente vital: se nos tiene que notar en nuestra vida que somos  gente alegre, y pacificada, personadas que han recibido el Espíritu  y el perdón. Y además debemos darlo a conocer.
    La alegría cristiana es participación de la alegría de Jesús, a su vez participación de la alegría del Padre, el Dios de mi alegría. Jesús quiere que la compartamos plenamente;  por ello la pide al Padre: Ahora voy a ti, y digo esto en el mundo para que tengan en sí mismos plenamente mi alegría (Jn 17,13), y no indica el camino, el mandamiento nuevo: “ Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud” (Jn 15,9.11). Un cristiano triste es un antitestimonio.
    Otro signo testimonial importante es la paz, don de Dios, que ha creado en nosotros la verdadera armonía es ser y sentirnos hijos y hermanos. Y con la fuerza del Espíritu la capacidad de vivirlo con alegría, aceptándonos y aceptando a los demás. El cristiano es una persona interiormente pacificada y creadora de paz. La persona incordiante es un antitestimonio. Como creadora de paz el cristiano con la ayuda del Espíritu ha de dar testimonio denunciando con audacia todas las situaciones injustas contrarias al plan de Dios sobre los hombres.
    La celebración de la Eucaristía es el momento fuerte de la experiencia del resucitado, que fortalecerá nuestra alegría y nuestra paz.

 D. Antonio Rodríguez Carmona 

viernes, 26 de abril de 2019

Resucita mi vida de la muerte




Resucita mi vida de la muerte y déjame amar.

Derriba en mi interior las barreras que la vida construyó mientras caminaba por el mundo.

Devuélveme al inicio, sálvame porque no está a mi alcance.

Arrodillada ante ti, en obediencia……en obediencia y escucha.

Saber que no puedo, saber que lo quiero.

Lo que tú me dices, lo que me sacude por dentro.

Lo que hiere y lo que ansío: tú imposible.

Amar desde un corazón que no ama, que no es capaz.

Y ver cómo tú lo haces.

Verte amar y ansiar hacerlo.

Adivinar como sería, si algún día.

Resucitaras mi vida de la muerte.

(Olga Alonso) 
www.comunidadmariamadreapostoles.com

jueves, 25 de abril de 2019

Volver a la Vida



                                                                                                   
Cuando Jesús volvió a la vida, su semblante había cambiado; sus ropas eran nuevas y su cuerpo, manos y pies aunque conservaban las heridas, para decirnos que su Resurrección es cierta, ya estaban limpias de sangre.

Cuatro heridas hechas por los cuatro puntos de la tierra. El “más peor”, el del pecho, el que enseña a Mateo (nosotros) y está cerca de su Corazón.

Porque del Corazón de Dios nació el hombre y por el hombre se dejó Crucificar.

 Dicen que ha vuelto a la vida, pues perdón, pero ya volvió hace 2019 años. Lo que ha de volver es el hombre a Dios, cada año y cada día es una oportunidad para resurgir de las sombras. 
   
Pero después de “las vacaciones” en la playa… Decidme, ¿quién ha “desechado sus viejas ropas y revestido de Dios”?

¡Feliz Pascua, Feliz Pascua…! Ya, mucha Pascua y mucho feliz, pero no veo que el mundo sea sensible a esta bendita frase. Supongo que hay milagros ¡Claro que sí!, pero pocos, pocos… Tal vez los suficientes, Dios sabe y yo no tengo ni idea.

Si buscas la Verdad, no la encontrarás; si deseas “cambiar de ropa” no habrá basurero… Deja que Dios te encuentre y no mires para otro lado cuando lo haga. Ese día tus ropas se volverán diferentes, tu semblante distinto y tu corazón renovado porque habrás vuelto a la Vida. No lo digo porque quede bien, es la verdad. 

Emma Díez Lobo



miércoles, 24 de abril de 2019

El termómetro espiritual




A estas alturas de la vida, yo creo que no hace falta explicar lo que es un termómetro: un aparato para medir la temperatura corporal. Ésta debe estar entre 36º y 37ºC, siendo así que cuando sube mucho indica alteración o infección en nuestro cuerpo, que, si pasa de los 43 º, las proteínas comienzan a deteriorarse y hay riesgo de muerte. Y si baja mucho de los 35ºC, nos conduce a una hipotermia que desemboca en el mismo camino. Esto es sabido por todos, y es casi un insulto a la sabiduría humana la explicación. Pero nos introduce en lo que viene a continuación.

Y es que hay también lo que podríamos llamar un “termómetro espiritual”. Entre 36 y 37 grados, es decir, en el devenir normal de la vida diaria, si es que somos personas religiosas, o con inquietudes religiosas, realizamos actos normales de piedad, tales como alguna oración en el día, la repetición de actos buenos, cumplir bien en el trabajo…llevamos una vida “normal”. Y en ese orden de cosas, estamos contentos, no nos duele nada, o sea, no nos duele el alma, porque está en el equilibrio de nuestra vida. No sentimos el alma. Dios está ahí, yo cumplo con Él, pero deseo y espero que no me complique mucho la vida. Además voy a Misa los domingos…

A veces la temperatura aumenta, la del cuerpo, y enfermamos; entonces nos acordamos de Dios, y aumenta nuestra piedad, por temor, no por amor. Es posible que sea un “guiño” de Dios…Nos curamos y seguimos nuestro plan de vida anterior.

Otras personas viven en una temperatura espiritual de 40ºC. Son los que caen en el lado “fundamentalista”: todo es pecado, hay que combatir al infiel, al que no cumple, envío por Internet mensajes amenazantes o murmuro con quien se ponga, de los errores y maldades de los políticos. Pienso que sólo es bueno el que va a la Iglesia, y los demás se van a condenar…No me miro adentro de mi alma, para ver cómo está de salud!! También, en el extremo opuesto, hay quien su temperatura es de menos de 35ºC, está en “hipotermia espiritual”, y piensa: yo voy a Misa los domingos, ya recé de joven en el “cole” muchísimos rosarios, por tanto no necesito más, eso sí: creo todo lo que enseña la Iglesia, pero no me complico la vida. Son tibios, ni fríos ni calientes.

De ellos dice el Apocalipsis: “…como no eres frío ni caliente, te vomitaré de mi boca…”(Ap 3, 15-19)Entonces qué hacer? Ponerse en Manos de Dios. Es el Camino. No podemos rezar por miedo, hemos de rezar por necesidad. Y si no la tenemos, decirle ante el Sagrario lo que nos pasa. “…no necesitan médico los sanos, sino los enfermos…” dice Jesús.

Decirle que me falta fe, que quiero creer. Que tengo miedo al Infierno, que no se si siquiera existe, y que acudo a Él porque es mi única salvación. Me duelen mis errores y pecados, no quiero seguir así.

Algún padre no se enternecería con una confesión así.

Probemos con Dios.

(Tomás Cremades) 
www.comunidadmariamadreapostoles.com


martes, 23 de abril de 2019

Pasaron tres días


        



                                                                                       
 Y Tú, Hijo de Dios, abres los ojos a la luz, y yo también. Recorriste infiernos de dolor y dimensiones para dejar nuestro pecado, y yo no pasaré por ellos, gracias a Ti. Hoy  me resuelves la vida con tu Vida y yo no pereceré.

Cada gota de tu Sangre, un pecado de la tierra, ahí estaban también los míos desde que nací. Ya no los tengo, ya soy libre de la esclavitud del mal, ya puedo elegir si estar Contigo o morir.

Te negaron tres veces y yo cien, pero Tú me has perdonado; te dejaron solo la noche más triste y yo mil, pero Tú jamás me abandonaste. 
      
Te juzgaron y yo seré juzgado; fueron contra Ti y hoy muchos van contra mí, pero Tú estabas solo ante Pilatos y yo nunca estuve sin Ti.  

Me prometiste tu cielo, Resucitaste para mí y Te hiciste visible para que el más incrédulo creyera y yo te creí. A mí también me verán donde tu Gracia me lleve.  

Copiaré tus maneras y virtudes; tengo en mis manos tu Evangelio, tu amor y tu Reino. Señor, me dejaré llevar por la Fe en tus Palabras y me levantaré de las cenizas. 

Tu eternidad será la mía, Tu Amor, mi fin y mi Dios visible. No necesito imaginarme nada más porque Tú, Hijo y Padre, has hecho todo por mí.

Gracias por tu Muerte para liberarme; gracias por quedarte conmigo hasta el final de los tiempos y gracias por tu Amor absoluto y darme tu Misericordia infinita.

 Por todo y más ¡GRACIAS!      

 Emma Díez Lobo


lunes, 22 de abril de 2019

Encontrarnos con el Resucitado



Buscar el contacto…

Según el relato de Juan, María de Magdala es la primera que va al sepulcro, cuando todavía está oscuro, y descubre desconsolada que está vacío. Le falta Jesús. El Maestro que la había comprendido y curado. El Profeta al que había seguido fielmente hasta el final. ¿A quién seguirá ahora? Así se lamenta ante los discípulos: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Estas palabras de María podrían expresar la experiencia que viven hoy no pocos cristianos: ¿Qué hemos hecho de Jesús resucitado? ¿Quién se lo ha llevado? ¿Dónde lo hemos puesto? El Señor en quien creemos, ¿es un Cristo lleno de vida o un Cristo cuyo recuerdo se va apagando poco a poco en los corazones?
Es un error que busquemos “pruebas” para creer con más firmeza. No basta acudir al magisterio de la Iglesia. Es inútil indagar en las exposiciones de los teólogos. Para encontrarnos con el Resucitado es necesario, ante todo, hacer un recorrido interior. Si no lo encontramos dentro de nosotros, no lo encontraremos en ninguna parte.
Juan describe, un poco más tarde, a María corriendo de una parte a otra para buscar alguna información. Y, cuando ve a Jesús, cegada por el dolor y las lágrimas, no logra reconocerlo. Piensa que es el encargado del huerto. Jesús solo le hace una pregunta: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?”.
Tal vez hemos de preguntarnos también nosotros algo semejante. ¿Por qué nuestra fe es a veces tan triste? ¿Cuál es la causa última de esa falta de alegría entre nosotros? ¿Qué buscamos los cristianos de hoy? ¿Qué añoramos? ¿Andamos buscando a un Jesús al que necesitamos sentir lleno de vida en nuestras comunidades?
Según el relato, Jesús está hablando con María, pero ella no sabe que es Jesús. Es entonces cuando Jesús la llama por su nombre, con la misma ternura que ponía en su voz cuando caminaban por Galilea: “¡María!”. Ella se vuelve rápida: “Rabbuní, Maestro”.
María se encuentra con el Resucitado cuando se siente llamada personalmente por él. Es así. Jesús se nos muestra lleno de vida, cuando nos sentimos llamados por nuestro propio nombre, y escuchamos la invitación que nos hace a cada uno. Es entonces cuando nuestra fe crece.
No reavivaremos nuestra fe en Cristo resucitado alimentándola solo desde fuera. No nos encontraremos con él, si no buscamos el contacto vivo con su persona. Probablemente, es el amor a Jesús conocido por los evangelios y buscado personalmente en el fondo de nuestro corazón, el que mejor puede conducirnos al encuentro con el Resucitado.
Ed.  BUENAS NOTICIAS


La Muerte no es el Final


                                                                       ¡Ha resucitado!
En la Semana Santa, el cristiano puede caer en lo que Martín Descalzo llamó «la tentación del Viernes Santo», quedarse en la muerte de Jesús sin dar el paso al domingo de Pascua. La espiritualidad cristiana se ha teñido con frecuencia de luto, «como los hombres sin esperanza» (1 Tes 4,13). El Cristo de nuestra fe es Cristo resucitado, «y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís en vuestros pecados» (1 Cor 15,17).
El teólogo Karl Rahner lo expresó así: Para algunos, «el obrar salvífico de Dios sólo se encuentra en la cruz, el único acontecimiento decisivo es el Viernes Santo como tal. La verdadera fiesta cristiana es el Viernes Santo y el objeto de la piedad del amor y de la meditación es el Crucificado y el Varón de dolores. La Pascua es interesante sólo para el destino privado de Jesús». Y prosigue así: «Pero cuando, movidos por el último anhelo de lo más íntimo de nuestro ser humano, lanzamos una mirada con un corazón puro, hacia Cristo, hacía su muerte y hacia la experiencia pascual de sus discípulos, entonces nos sentimos capaces y animados a decir: “Ha resucitado”. Y, al mirar hacia Él, creemos que al morir una vida no cae en el abismo del absurdo, sino en el abismo de Dios. Si recogemos todo esto en nuestro corazón con fe, la frase “ha resucitado” se transforma en el concepto central de nuestra fe y de nuestra esperanza. Ya no se interpone abismo alguno entre Dios y el mundo».
La resurrección es una realidad cargada de esperanza, dinamizadora de la vida creyente aquí y ahora, y no una adormidera de resignación pasiva. Cristo está vivo en la historia de la tierra, en todos sus triunfos y fracasos. Está en todas las lágrimas y en toda muerte como alegría escondida y como vida, que triunfa aunque parece morir. Como el grano de trigo, está en las tristes derrotas de sus siervos, que Él hace fecundas. Está incluso en medio del pecado, como misericordia del amor eterno, dispuesta a esperar con paciencia el retorno del hijo. Está en nosotros como luz del día y tan cierto como el aire que respiro. Quien cree en Él, dice en su corazón, lleno de esperanza: «¡Ha resucitado!».

domingo, 21 de abril de 2019

El poema de Romano el Melode




Hemos anticipado un texto poético de Romano el Melode, el gran himnógrafo bizantino, especialista en dar movimiento y vida, expresión lírica y hasta dramatismo a las escenas evangélicas.

A este famoso himnógrafo debemos de los textos que la Iglesia canta en la liturgia bizantina pascual. Sobre todo a él hemos de referimos para recoger algunos acentos bellos y poéticos dedicados a las mujeres miroforas en uno de sus poemas que es casi como un auto sacramental o una dramatización poética en la que las mujeres evangelistas tienen un hermoso protagonismo. Esta pieza poética firmada por el "pequeño Romano" tiene un encanto singular y completa cuanto hemos podido escuchar en los textos litúrgicos.

Es suficiente una selección de los versos más significativos. Empezando por esta especie de invitatorio que abre el poema:

 "Puestas en camino desde la aurora, hacia el Sol que es anterior al sol que se había ocultado en la tumba, las jóvenes miroforas se daban prisa como quien siente el deseo ardiente de la luz del día y se decían unas a otras: Adelante, amigas, vamos a ungir con aromas el cuerpo vivificante y sepultado, la carne que yace en el sepulcro pero que resucita a Adán el caído. De prisa, vamos y como ya lo hicieran los magos adorémoslo, a El que ahora está envuelto no en pañales sino en la sábana, llevemos como dones los perfumes. Y llorando digamos: Resucita, Señor, tú que a los caídos concedes la resurrección."

Estas mujeres, dice Romano, son sabias y valientes, son "theoforas," portadoras de Dios, tienen la memoria abierta al recuerdo de los episodios evangélicos que podían ser preludios de la Resurrección de Cristo. Recuerdan que Jesús resucitó el hijo de la viuda de Naim, la hija de Jairo. Por eso no puede quedar en el sepulcro.

Romano, poeta y teólogo, pone en labios de Jesús esta apología de la mujer, una de las más bellas expresiones de su poema:

 "Que tu lengua, mujer, proclame públicamente estas cosas y las haga conocer a los hijos del reino que están esperando que me levante yo que soy el viviente. He encontrado en ti la trompeta con un sonido poderoso. Haz escuchar a los oídos de los discípulos miedosos y escondidos un canto de paz. Despiértalos como de un sueño para que puedan salir a mi encuentro con las antorchas encendidas. Diles: El Esposo se ha despertado y ha salido del sepulcro sin dejar nada allí dentro. Despejad, apóstoles, vuestra tristeza mortal, porque se ha despertado el que a los caídos da la resurrección."

La lengua de la mujer es trompeta que anuncia el "kerigma" y lo hace resonar en los oídos y en el corazón de los discípulos. Pero es también pico de la paloma mensajera que tras el diluvio anuncia la paz:

"Date prisa María — le dice el Señor. — Tómame en tu lengua como un ramo de olivo para anunciar la buena noticia a los descendientes de Noé y hazles saber que ha sido destruida la muerte y que ha resucitado el Señor."

Y las mujeres se hacen solidarias del mensaje de María. Creen a sus palabras y forman un grupo compacto de testigos de Cristo que exclaman:

"Ojalá podamos ser muchas las bocas que ratifiquen tu testimonio. Vamos todas al sepulcro para confirmar la aparición que ha acaecido. Sea común a todas, compañera nuestra, la gloria que te ha reservado el Señor."

Juntas cantan la gloria del sepulcro vacío con un himno sencillo y sugestivo a la vez:

 "Sepulcro santo, pequeño e inmenso a la vez, pobre y rico. Tesoro de la vida, lugar de la paz, estandarte de la alegría, sepulcro de Cristo. Monumento de uno solo y gloria del universo."

A los Apóstoles dan la buena noticia con un anuncio cuajado de ternura, de comprensión, de entusiasmo que contagia: "Con una mezcla de temor y de gozo, como enseña el Evangelio, regresaron del sepulcro adonde estaban los Apóstoles y les dijeron: ¿Por qué tanta tristeza? ¿Por qué os cubrís el rostro? Levantad vuestros corazones: ¡Cristo ha resucitado! Formemos coros para danzar y decid con nosotras: El Señor ha vuelto a la vida.

He aquí la luz que brilla antes de la aurora. No os entristezcáis. Reverdeced!

Ha aparecido la primavera. Cubríos de flores, oh ramos. Tenéis que ser portadores de frutos, no de penas. Aplaudamos todos con nuestras manos cantando:

"Ha vuelto a la vida el que a los caídos da la resurrección."

Hasta aquí la poesía y el canto de Romano el himnógrafo en honor de las mujeres evangelistas y miroforas. Valga la pena evocar esta poesía eclesial y estos textos litúrgicos para recuperar un filón de la tradición cristiana que tan distante nos parece de ciertas interpretaciones antifeministas del misterio y de la misión de la mujer en la Iglesia.

sábado, 20 de abril de 2019

¡ALLELUYA!





                                                       LA COMUNIÓN DE LA SANTOS

¡ALELUYA! Gritamos y cantamos todos los cristianos y judíos de todas las tendencias, de todas las Iglesias, y en todas las liturgias. Quizás sea la palabra más identificativa de los que creemos en la Palabra de Dios.

Es la mejor expresión del estado de conciencia comunitario. ¡Allelouya! grito o canto de alabanza, que aunque se pronuncie o se cante en soledad se está en comunión con Dios y su Iglesia. En todos los que creemos en Cristo, católicos o no, es el término que, como el AMOR, da sentido a todo y a todos, nos hace reconocibles unos con otros y para otros. Es grito, canto y profunda teología, comprimidos en un solo fonema ¡ALLELUYA!  Pero ¿sabemos realmente lo que significa?

El libro de los Salmos Hebreos se llama “Hallal”. Y en la traducción al griego  los setenta sabios lo más parecido que encontraron para el grito de alabanza  fue “Hallelou-Ya”, alabemos a Yahvé.

En el Nuevo Testamento puede también tener otros sentidos y expongo uno de los que más me ha impresionado.

Cantar el amor, y sentirlo en alabanza, es una consecuencia del regalo, (mandato, envío o donación, entolé), que nos hizo Jesús: «para que os améis unos a otros —allelous dice el griego—, como yo os he amado». (Jn 13) El latín lo tradujo por “invicen”, pero no quedó como grito de amor y reconocimiento entre los cristianos

La plenitud cristiana es la comunión en la gracia de Jesús. En esa comunión se produce el conocimiento de la Verdad que permite vivir su mandamiento del amor, y la unión de Jesús con su esposa la Iglesia, y con cada una de las células vivas de su cuerpo, se puede gritar en una sola palabra ¡Aleluya!

Dice S. Juan que Jesús no se entregaba a todos al principio, porque «El conocía lo que hay en cada hombre». Y por eso se entregó en cuerpo y alma a María y José. Con ellos tenía la comunión perfecta. No solo Él sabía lo que eran, lo que sentían ellos, sino que ellos estaban empapados de conocimiento de lo que era y sentía Él. Es el principio de la eterna Comunión de los Santos, de los que se aman unos a otros y a Dios en ellos.

La cumbre espiritual en el Nuevo Testamento, no cabe duda, es ese regalo del amor de unos a otros. Y ese amor no es un sentimiento solitario, es una corriente de vida que circula “de unos a los otros y de los otros a los unos”, porque circula y triangula del Uno a todos, y de todos al Uno y Trino. Es Dios mismo entre nosotros, en la relación de unos con otros, como él lo ha querido para manifestarse.

En griego, que  evolucionó y se sintetizó su lengua para dar nombre a las cosas y relaciones entre hombres, existe un pronombre que no tenemos en castellano, es el pronombre recíproco ALLELOUS, declinable con todos los casos y preposiciones de un pronombre, por eso “Allelous” hay que traducirlo con varios vocablos en español: “unos a otros”, “de unos para otros”, “unos hacia otros” etc. Cuando cantamos o gritamos de corazón ¡Aleluya!, lo que en realidad subyace es que en la relación de unos con otros (Allelou) está Dios,- Yavhé-, (Ya), salvándonos en su nombre y relación definitiva, YESUHA, Jesús, Yavhé salva, es el ALLELOU-YA perfecto.

No es retorcer la realidad que contiene la Palabra, sino saborear su contenido como vehículo en el que Dios se nos entrega, su Verbo, su Verdad que fue consagrada por Jesús para darnos vida eterna, (Jn 17) y con ella se consagra, el pan, el vino, el agua, el aceite, los cuerpos de hombres y mujeres, los utensilios para el culto… sin Palabra, esas mismas cosas son profanas, como nos pasa a nosotros.

Para Juan, Jesús no es solo el Verbo de Dios, es también el Verbo de hombre que se dirige, y lo dirige todo hacia Dios. (Jn 1). En esa trayectoria (pros ton Zeón) es como nos cuenta, nos explica, nos hace la exégesis de Dios, porque de nosotros nadie ha visto jamás a Dios, sino que lo conocemos por la Palabra. (Jn 1,18) Él lo ha interpretado entre nosotros.

Por eso José es el mejor cantor del alleluya cristiano de todos los tiempos. Él sabía lo que decía cuando aquel coro suyo -con las voces blancas de María, y el Niño en cuanto supo balbucear—, entonaban ¡¡Alleluoya!!, su Hallal hebreo, sus salmos de siempre, pero con el sentido pleno de que ¡Por fin entre nosotros está Dios! Sus sentimientos y pensamientos y movimientos espirituales, y fuerzas corporales en cada tarea y detalle de la vida diaria, se centraban y hacían una sola cosa divina en aquel Niño Jesús. El mandamiento nuevo era su vida: “os doy un regalo para que os améis los unos a los otros como yo os amo» (Jn 13)

Cuando cantamos o gritamos ¡¡Aleluya!!, expresamos el río de vida que circula de unos a otros, que es Dios en nosotros, el que fue hombre mortal entre nosotros, muerto, resucitado y eterno, haciéndonos como Él es ahora, de luz y palabra.

Cantar ¡ALELUYA! Es como decir, de ti para mí, y de mi para ti, Dios circula (Yavhé-Jeshoua-Jesús), o mejor triangula. Yo te amo y tú me amas, porque Dios nos ama y crea amor en nuestra relación. ¡¡ALLELUO-YA!!

Manuel Requena