lunes, 22 de abril de 2019

La Muerte no es el Final


                                                                       ¡Ha resucitado!
En la Semana Santa, el cristiano puede caer en lo que Martín Descalzo llamó «la tentación del Viernes Santo», quedarse en la muerte de Jesús sin dar el paso al domingo de Pascua. La espiritualidad cristiana se ha teñido con frecuencia de luto, «como los hombres sin esperanza» (1 Tes 4,13). El Cristo de nuestra fe es Cristo resucitado, «y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís en vuestros pecados» (1 Cor 15,17).
El teólogo Karl Rahner lo expresó así: Para algunos, «el obrar salvífico de Dios sólo se encuentra en la cruz, el único acontecimiento decisivo es el Viernes Santo como tal. La verdadera fiesta cristiana es el Viernes Santo y el objeto de la piedad del amor y de la meditación es el Crucificado y el Varón de dolores. La Pascua es interesante sólo para el destino privado de Jesús». Y prosigue así: «Pero cuando, movidos por el último anhelo de lo más íntimo de nuestro ser humano, lanzamos una mirada con un corazón puro, hacia Cristo, hacía su muerte y hacia la experiencia pascual de sus discípulos, entonces nos sentimos capaces y animados a decir: “Ha resucitado”. Y, al mirar hacia Él, creemos que al morir una vida no cae en el abismo del absurdo, sino en el abismo de Dios. Si recogemos todo esto en nuestro corazón con fe, la frase “ha resucitado” se transforma en el concepto central de nuestra fe y de nuestra esperanza. Ya no se interpone abismo alguno entre Dios y el mundo».
La resurrección es una realidad cargada de esperanza, dinamizadora de la vida creyente aquí y ahora, y no una adormidera de resignación pasiva. Cristo está vivo en la historia de la tierra, en todos sus triunfos y fracasos. Está en todas las lágrimas y en toda muerte como alegría escondida y como vida, que triunfa aunque parece morir. Como el grano de trigo, está en las tristes derrotas de sus siervos, que Él hace fecundas. Está incluso en medio del pecado, como misericordia del amor eterno, dispuesta a esperar con paciencia el retorno del hijo. Está en nosotros como luz del día y tan cierto como el aire que respiro. Quien cree en Él, dice en su corazón, lleno de esperanza: «¡Ha resucitado!».

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