miércoles, 30 de septiembre de 2020

Las exigencias del Maestro

 

  Tras una somera lectura de este fragmento evangélico (Lc 9, 57-62)   se le queda a uno un cierto mal sabor de boca. A primera vista las contestaciones del Maestro son secas y ásperas, quizá molestas para sus interlocutores –máxime que da la sensación de que se le habían acercado con buenas intenciones–, se quedarían sin palabras, no sabrían reaccionar.

 Pero dado que Jesús era de naturaleza no solo agradable, sino amorosa –a las pruebas nos remitimos– habrá que profundizar en ellas para darnos cuenta de que su mensaje es que no quiere mediocridades, que los cristianos no podemos ser ambivalentes, sino de total entrega y en toda circunstancia; que siguiendo el dicho popular los que respondan a su llamada no pueden poner una vela a Dios y otra al diablo, hay que tomar partido y significarse. El cristiano es cristiano siempre, en todas circunstancias y con todas las de la ley y para que no nos llamemos a engaño nos deja las cosas muy claras desde el primer momento.

 Además, si en el orden humano somos, y con razón, exigentes con los profesionales, pongamos por ejemplo los docentes o sanitarios, y buscamos e indagamos, por nuestro bien y el de los nuestro, los mejores; nunca nos ponemos en manos de desconocidos, sino que para entregarles a nuestros hijos seleccionamos, siempre que podemos, los que mejor garantía nos ofrecen.

 En el orden espiritual ¿como Jesús no va a hacer lo mismo con los seleccionados para transmitir su mensaje? Y ¿cómo el electo o mensajero no se va a esforzar en ser el mejor? Si en lo humano nos avergüenza ser vistos como mediocres o no tenemos el más mínimo miramiento en publicar los errores cometidos por tal o cual profesional para que los vecinos y amigos no caigan en el fraude, ¿por qué no vamos a usar la misma vara de medir en el orden espiritual? Debemos exigir y exigirnos muchísimo más los mismos parámetros en nuestra misión como anunciadores y testigos de la Nueva Buena.

 Por tanto mi extrañeza o desconcierto de esa superficial lectura, que decía al comienzo, es solo fruto de la irreflexión, pues en la escala de valores siempre tienen que estar por encima los espirituales sobre los materiales y si para estos somos exigentes ¿cuánto más para aquellos?

 Pedro José Martínez Caparrós

martes, 29 de septiembre de 2020

HERIDAS SIN CICATRIZAR

 Directa o indirectamente todos conocemos a alguien que de una forma u otra ha sido participe de alguna muerte por aborto. Muchas de estas personas o más bien todas ellas: padres, madres, sanitarios, inductores...etc., llevan en lo más profundo de su ser heridas que se resisten a desaparecer. Los hay quienes incluso volviéndose a Dios y habiendo sido perdonados por Él por el Sacramento de la Confesión aún sienten como un puñal que les destroza por dentro.

A estos especialmente van dirigidas estás palabras. A todos los que aún arrastran su culpabilidad les digo que el perdón de Dios elimina toda secuela, toda herida  que hace gemir  sus conciencias.

 Os invito a miraros en San Pablo; el confiesa que participó en la muerte por lapidación  de Esteban (Hch 22,20), al conocer a Jesús se dejó amar por El, con ese Amor incondicional que arrancó de sus entrañas ese puñal invisible que desgarraba sus entrañas recordándole sus pecados...y su crimen.

 Vemos que  Pablo alcanza su liberación exterior e interior cuando le oímos decir: "Ya no soy yo quien vive, es Jesucristo quien vive en " (Gal 2,20) Cuando una persona proclama esto y puede proclamarlo todo aquel que guarda el Evangelio en su corazón y en sus entrañas...ya está liberado...de sus heridas no quedan ni cicatrices.

 Sí, guardar El Evangelio dentro de ti es tener a Jesucristo Vivo en ti...como Pablo.

 !! Llevad este mensaje a tantos y tantos que tienen heridas internas aún sangrantes.


 P. Antonio Pavía

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lunes, 28 de septiembre de 2020

Cuando la provocación se hace camino

 


Es quizás una de las páginas más incómodas de leer, y en la que uno queda siempre con una sana mala conciencia. Lo cuenta sólo Mateo, al final de su Evangelio. Allí aparece la apuesta más solidaria de Jesús, Dios que se hizo hombre, igual en todo a nosotros menos en el pecado. Y para evitar que lo redujesen a pietismo dulzarrón, donde la devoción pudiera derivar en coartada para ensimismarnos en un Dios lejano y abstracto, un Dios que no tuviera hijos a los que hizo sus hermanos, entonces Jesús pronunció aquellas palabras: “Venid vosotros, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”. Y el rey les dirá: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 34-40). Una provocación, que nos señala un camino.

Es el abrazo más conmovedor por parte de ese Dios que nos hizo sus hijos, y que nos confió a los demás como nuestros hermanos. No hay condicionantes ni cláusulas menores: el hambre y todas sus formas, la sed con todas sus ansias, la inmigración y todas sus intemperies, la desnudez y todas sus indignidades, la cárcel y todas sus mazmorras. Ahí encontramos a este Dios humanado en Jesucristo. Y ahí ha cifrado Él la bendición de quienes han entendido tamaño abrazo bendito y secundan el mismo, alargando sus brazos, abriendo sus ojos, palpitando los mismos latidos de un Corazón infinito.

En estos días hemos celebrado la festividad de la Virgen de la Merced, patrona de las cautividades y de la pastoral penitenciaria. En Asturias tenemos una Hermandad cuyo titular es Jesús Cautivo. Y un área pastoral que tiene que ver con el mundo de la cárcel, donde se trabaja por parte de sacerdotes, religiosas y voluntarios laicos de una manera hermosa y muy comprometida. No es el ámbito bello y necesario de la catequesis infantil que tiene su ingrediente de ternura y de tanta gratificación viendo a nuestros pequeños crecer en su fe, en el amor a Dios y a los hermanos como hijos de la Iglesia. Aquí hablamos de ese otro mundo que es el de las periferias broncas donde hay detrás tanto dolor y desgarro por errores y delitos, algunos terribles, cometidos por la debilidad, el deterioro de la libertad mal usada, y no pocos desgarros que se originan en los que delinquen, en sus familias, y en quienes sufren las consecuencias en sus vidas.

Pero Jesús nos dijo eso precisamente: yo estuve encarcelado y tú viniste a visitarme. No es una presencia que reprocha, abronca y culpabiliza con sentencias. La Iglesia se hace presente con un mensaje de esperanza, donde ayudando a reconocer las penúltimas palabras que pueden haber sido muchas y muy graves en la vida de una persona encarcelada, queda una palabra última que tiene que ver con la reconciliación, la petición de perdón y el sincero deseo de volver a empezar una vida nueva. Porque el cumplimiento de una pena termina cuando se sale de la cárcel, pero ¿qué ocurre si nadie les ha ayudado en este proceso de rehabilitar el corazón y la conciencia desde el perdón y la misericordia? Trabajar pastoralmente como hace nuestra Hermandad de Jesús Cautivo, Cáritas, y especialmente el extraordinario grupo de la Pastoral Penitenciaria, es acercar la luz que no declina en un amanecer para la esperanza, que Dios saca al sol cada mañana.

Hemos de estar agradecidos y muy contentos a quienes viven las palabras de Jesús que hemos recordado más arriba. Así, como hijos de la Iglesia, hacemos creíble también el humilde beneficio a la sociedad de nuestra presencia cristiana.

Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

sábado, 26 de septiembre de 2020

Domingo XXVI del T. O.

 


 Ante el Evangelio de Jesús, se dan dos tipos de respuesta, la del sabio y la del necio, que se corresponden con dos formas de actuar ante la voluntad de Dios.

 Vemos primeramente al necio. Es tan soberbio, está tan cegado por "sus cumplimientos", que no se le ocurre pensar que lo de: "Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí"(Mt 15,8) tenga que ver con él. En su ceguera no cree que el Evangelio de Jesús sea la plenitud de su vida, sino una vuelta más de tuerca y "se planta".

 El sabio, en principio defiende su vida ante el Evangelio, pero es tan sincero con El Señor que le dice: No me interesa. Más adelante, con la misma sinceridad que dijo al Señor, no me interesas, quiero hacer mi vida, se pregunta a sí mismo: ¿Adónde voy con mi vida hecha jirones que no da más de sí? Decide entonces ponerla en manos del Señor que le promete engrandecerla hasta el infinito. No sabe si esto es verdad, pero le interesa hacer la apuesta. Se acerca entonces a Él y sabiendo que no le va a juzgar le dice: ¡Voy contigo Señor!

P. Antonio Pavía

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viernes, 25 de septiembre de 2020

“Como Jesucristo, obligados a huir”. Acoger, proteger, promover e integrar”

 


Este último domingo de septiembre celebramos la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con el lema “Como Jesucristo, obligados a huir”. El Papa Francisco nos envía un mensaje para esta Jornada, y los Obispos españoles nos dan pautas para su celebración.

Desde 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, el Papa san Pío X invitó a la oración por los migrantes que tenían que desplazarse por causa de la guerra. Su sucesor el Papa Benedicto XV instituyó el “Día del Migrante” y los Papas sucesivos nos hacen recordar continuamente a todas estas personas que por diversas razones se ven obligados a desplazarse. A partir de 1985, san Juan Pablo II envía un mensaje para esta Jornada, iluminando con su Magisterio esta realidad sangrante. En 2004 se añade el colectivo de “Refugiados”, los que son obligados a huir por razones políticas. El Papa Francisco ha situado esta Jornada el último domingo de septiembre, desde hace dos años.

Este año toma como referente el pasaje bíblico en el que Jesucristo aparece en su infancia perseguido para ser eliminado, mientras es salvado por el aviso de Dios a san José, que huyen a Egipto por la persecución de Herodes. Jesús, María y José experimentan esa situación de desplazamiento obligatorio de su casa para vivir en otro país con todas las circunstancias que ello supone, “marcadas por el miedo, la incertidumbre, las incomodidades” (cf Mt 2, 13ss). El Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, ha “tocado” esta realidad y la ha santificado, haciéndola redentora. Y este Hijo de Dios por la encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre. También hasta cada uno de estos migrantes o refugiados nos acercamos reconociendo en ellos el rostro de Cristo, nuestro Señor, y queremos servirle.

Recordemos algunas frases del Papa Francisco para esta Jornada: “Es necesario conocer para comprender”. No son números, son personas.- “Hay que hacerse prójimo para servir”. Como el buen samaritano que se acercó para vendar las heridas. Esto supone un riesgo, pero también en esto nos precede Jesús, que en el lavatorio de los pies, se quitó el manto, se arrodilló y se ensució las manos.- “Para reconciliarse se requiere escuchar”. Sólo a través de una escucha humilde y atenta podremos llegar a reconciliarnos de verdad.- “Para crecer hay que compartir”. Desde la primera hora, la comunidad cristiana aprendió a compartir.-“Es indispensable colaborar para construir”. La construcción del Reino de Dios es un compromiso común, y todos tenemos parte en ello.

Es muy complejo este fenómeno a escala mundial, pero se concreta a escala local en cada uno de nuestros pueblos y ciudades, y por tanto, en cada una de nuestras comunidades cristianas. Personas que se cruzan en nuestra vida, obligadas a migrar por razones de trabajo, buscando un futuro mejor para sus hijos, o víctimas de la trata de personas, que son esclavizadas para el trabajo esclavo, para la servidumbre sexual, o migrantes que giran por el mar como marionetas de las mafias y objetos de mercadeo, hasta encontrar un puerto seguro donde empezar de nuevo. La inmensa mayoría hubiera preferido permanecer donde estaba, pero han sido obligados a huir como Jesucristo, buscando su seguridad, otra vida posible, que a veces se convierte en peor que la anterior.

La Jornada Mundial del Migrante y Refugiado es una llamada a nuestra conciencia para salir al encuentro de todas estas personas, en la medida de nuestras posibilidades. En esta acción social resuenan las palabras de Jesucristo: “Lo que hicisteis con cada uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). Os invito en cada parroquia a tener alguna acción concreta en este campo de atención a los migrantes y refugiados. Saldremos ganando todos.

 Recibid mi afecto y mi bendición.

+ Demetrio Fernández,

Obispo de Córdoba

jueves, 24 de septiembre de 2020

LA PALABRA

 

Queridos amigos, durante unas semanas hemos disfrutado del Padre, Hijo y Espíritu Santo; vivos y presentes en la Palabra. 

 Hoy  enviamos un vídeo y  lanzamos la iniciativa  de que, guiados por Jesús, partamos nosotros sus Palabras de forma que su Evangelio sea el Alma de nuestra alma. 

 El término hebreo LA YESHIVÁ,  que significa: La Escuela de la Palabra. Los yeshivot existen en Israel desde tiempo inmemorial, y en ellos los israelitas aprendían a amar y entrar en las Escrituras.

 Probablemente Jesús también los frecuentó, pues quiso ser uno más entre sus contemporáneos, hasta que por indicación de su Padre diera inicio a su vida pública. El centro de estudios de la Palabra sigue vigente en la Iglesia, quizás con otros nombres. Puntualizo que al ser Jesús la Plenitud de las Escrituras, la Escuela de la Palabra que nos abre con su Evangelio, supera amplísimamente en Sabiduría y Gracia a la yeshivá previa a su evangelio. Queremos decir, que el Evangelio de Jesucristo, es la Nueva Yeshivá y que en ella Jesús nos da, como dice Juan Bautista "El Espíritu sin medida" (Jn 3,34).

 Anunciamos  que esta experiencia de Partición de la Palabra, que hoy compartimos, se repetirá sirviéndose de las citas bíblicas.

 Escuchando nuestro vídeo "Jesús nos enseña a intimar con Él" encontraremos toda la información para realizar esta experiencia maravillosa. 

 Un abrazo y que Dios os bendiga, 

 P. Antonio Pavía

https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

   

https://youtu.be/QyDj3CO5ksA

 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Samaritanus bonus

 

«Samaritanus bonus», la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe aprobada por el Papa, reitera la condena de toda forma de eutanasia y de suicidio asistido, teniendo en cuenta los casos de los últimos años. Se da apoyo a las familias y a los trabajadores de la salud.

“Incurable no es nunca sinónimo de ‘in-cuidable’”: quien sufre una enfermedad en fase terminal, así como quien nace con una predicción de supervivencia limitada, tiene derecho a ser acogido, cuidado, rodeado de afecto. La Iglesia es contraria al ensañamiento terapéutico, pero reitera como “enseñanza definitiva” que «la eutanasia es un crimen contra la vida humana», y que «toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave» que “ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo”. Esto es lo que leemos en «Samaritanus bonus», la Carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe «sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida», aprobada por el Papa Francisco el pasado mes de junio y publicada hoy, 22 de septiembre de 2020.

La actualidad del Buen Samaritano

El texto, que reafirma la posición ya expresada varias veces por la Iglesia sobre el tema, se ha hecho necesario debido a la multiplicación de noticias y al avance de la legislación que en un número cada vez mayor de países autoriza la eutanasia y el suicidio asistido de personas gravemente enfermas, pero también que están solas o tienen problemas psicológicos. El propósito de la carta es proporcionar indicaciones concretas para actualizar el mensaje del Buen Samaritano. También cuando “la curación es imposible o improbable, el acompañamiento médico y de enfermería, psicológico y espiritual, es un deber ineludible, porque lo contrario constituiría un abandono inhumano del enfermo».

Incurable, pero jamás ‘in-cuidable’

“Curar si es posible, cuidar siempre”. Estas palabras de Juan Pablo II explican que incurable nunca es sinónimo de “in-cuidable”. La curación hasta el final, «estar con» el enfermo, acompañarlo escuchándolo, haciéndolo sentirse amado y querido, es lo que puede evitar la soledad, el miedo al sufrimiento y a la muerte, y el desánimo que conlleva: elementos que hoy en día se encuentran entre las principales causas de solicitud de eutanasia o de suicidio asistido. Al mismo tiempo, se subraya que «son frecuentes los abusos denunciados por los mismos médicos sobre la supresión de la vida de personas que jamás habrían deseado para sí la aplicación de la eutanasia». Todo el documento se centra en el sentido del dolor y el sufrimiento a la luz del Evangelio y el sacrificio de Jesús: «el dolor es existencialmente soportable sólo donde existe la esperanza » y la esperanza que Cristo transmite a la persona que sufre es «la de su presencia, de su real cercanía». Los cuidados paliativos no son suficientes “si no existe alguien que ‘está’ junto al enfermo y le da testimonio de su valor único e irrepetible”.

El valor inviolable de la vida

“El valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico”, afirma la Carta. “Así como no se puede aceptar que otro hombre sea nuestro esclavo, aunque nos lo pidiese, igualmente no se puede elegir directamente atentar contra la vida de un ser humano, aunque éste lo pida”. Suprimir un enfermo que pide la eutanasia “no significa en absoluto reconocer su autonomía y apreciarla”, sino al contrario, significa “desconocer el valor de su libertad, fuertemente condicionada por la enfermedad y el dolor, y el valor de su vida”. Actuando de este modo “se decide al puesto de Dios el momento de la muerte”. Por eso, “aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”.

Obstáculos que oscurecen el valor sagrado de la vida

El documento menciona algunos factores que limitan la capacidad de acoger el valor de la vida. El primero es un uso equívoco del concepto de «muerte digna» en relación con el de «calidad de vida», con una perspectiva antropológica utilitarista. La vida se considera «digna» sólo en presencia de ciertas características psíquicas o físicas. Un segundo obstáculo es una comprensión errónea de la «compasión». La verdadera compasión humana «no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, en sostenerlo», ofreciéndole afecto y medios para aliviar su sufrimiento. Otro obstáculo es el creciente individualismo, que es la raíz de la «enfermedad más latente de nuestro tiempo: la soledad». Ante las leyes que legalizan las prácticas eutanásicas, «surgen a veces dilemas infundados sobre la moralidad de las acciones que, en realidad, no son más que actos debidos de simple cuidado de la persona, como hidratar y alimentar a un enfermo en estado de inconsciencia sin perspectivas de curación».

El Magisterio de la Iglesia

Ante la difusión de los protocolos médicos relativos al final de la vida, existe la preocupación por «el abuso denunciado ampliamente del empleo de una perspectiva eutanásica» sin consultar al paciente o a las familias. Por esta razón, el documento reitera como enseñanza definitiva que «la eutanasia es un crimen contra la vida humana», un acto «intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia». Por lo tanto, cualquier cooperación inmediata, formal o material, es un grave pecado contra la vida humana que ninguna autoridad «puede legítimamente» imponer ni permitir. «Aquellos que aprueban leyes sobre la eutanasia y el suicidio asistido se hacen, por lo tanto, cómplices del grave pecado» y son «culpables de escándalo porque tales leyes contribuyen a deformar la conciencia, también la de los fieles». Por lo tanto, ayudar al suicidio es «una colaboración indebida a un acto ilícito». El acto eutanásico sigue siendo inadmisible aunque la desesperación o la angustia puedan disminuir e incluso hacer insustancial la responsabilidad personal de quienes lo piden. «Se trata, por tanto, de una elección siempre incorrecta» y el personal sanitario nunca puede prestarse «a ninguna práctica eutanásica ni siquiera a petición del interesado, y mucho menos de sus familiares». Las leyes que legalizan la eutanasia son, por lo tanto, injustas. Las súplicas de los enfermos muy graves que invocan la muerte «no deben ser» entendidas como «expresión de una verdadera voluntad de eutanasia», sino como una petición de ayuda y afecto.

No al ensañamiento terapéutico

El documento explica que “tutelar la dignidad del morir significa tanto excluir la anticipación de la muerte como el retrasarla con el llamado ‘ensañamiento terapéutico’”, que es posible gracias a los medios de la medicina moderna, que es capaz de «retrasar artificialmente la muerte, sin que el paciente reciba en tales casos un beneficio real». Y por lo tanto, ante la inminencia de una muerte inevitable, «es lícito en ciencia y en conciencia tomar la decisión de renunciar a los tratamientos que procurarían solamente una prolongación precaria y penosa de la vida», pero sin interrumpir el tratamiento normal debido al enfermo. La renuncia a los medios extraordinarios y desproporcionados expresa, por lo tanto, la aceptación de la condición humana frente a la muerte. Pero la alimentación y la hidratación deben estar debidamente garantizadas porque «un cuidado básico debido a todo hombre es el de administrar los alimentos y los líquidos necesarios». Son importantes los párrafos dedicados a los cuidados paliativos, «un instrumento precioso e irrenunciable» para acompañar al paciente: la aplicación de estos cuidados reduce drásticamente el número de los que piden la eutanasia. Entre los cuidados paliativos, que nunca pueden incluir la posibilidad de eutanasia o de suicidio asistido, el documento también incluye la asistencia espiritual al paciente y a su familia.

Ayudar a las familias

En el tratamiento es esencial que el paciente no se sienta una carga, sino que «tenga la cercanía y el aprecio de sus seres queridos. En esta misión, la familia necesita la ayuda y los medios adecuados». Por consiguiente, es necesario, dice la carta, que los Estados “reconozcan la función social primaria y fundamental de la familia y su papel insustituible, también en este ámbito, destinando los recursos y las estructuras necesarias para ayudarla”.

Cuidados en edad prenatal y pediátrica

Desde su concepción, los niños que sufren malformaciones o patologías de cualquier tipo «son pequeños pacientes que la medicina hoy es capaz de asistir y acompañar de manera respetuosa de la vida». La Carta explica que «en el caso de las llamadas patologías prenatales ‘incompatibles con la vida’ – es decir que seguramente lo llevaran a la muerte dentro de un breve lapso– y en ausencia de tratamientos capaces de mejorar las condiciones de salud de estos niños, de ninguna manera son abandonados en el plano asistencial, sino que son acompañados hasta la consecución de la muerte natural» sin suspender la nutrición y la hidratación. Son palabras que también pueden referirse a varias noticias recientes. Se condena el uso «a veces obsesivo del diagnóstico prenatal» y el afirmarse de una cultura hostil a la discapacidad que a menudo conduce a la elección del aborto, que «nunca es lícito».

Sedación profunda

Para aliviar el dolor del paciente, la terapia analgésica usa drogas que pueden causar la supresión de la conciencia. La Iglesia «afirma la licitud de la sedación como parte de los cuidados que se ofrecen al paciente, de tal manera que el final de la vida acontezca con la máxima paz posible». Esto también es cierto en el caso de los tratamientos que «anticipan el momento de la muerte (sedación paliativa profunda en fase terminal), siempre, en la medida de lo posible, con el consentimiento informado del paciente». Pero la sedación es inaceptable si se administra para causar “directa e intencionalmente la muerte”.

Estado vegetativo o de mínima consciencia

Siempre es engañoso «pensar que el estado vegetativo, y el estado de mínima consciencia, en sujetos que respiran autónomamente, sean un signo de que el enfermo haya cesado de ser persona humana con toda la dignidad que le es propia”. Incluso en este estado de “falta persistente de consciencia, el llamado ‘estado vegetativo’, y la del enfermo en estado ‘de mínima consciencia’”, el enfermo “debe ser reconocido en su valor y asistido con los cuidados adecuados”, y tiene derecho a la alimentación y la hidratación. Aunque, como se reconoce en el documento, «en algunos casos, tales medidas pueden llegar a ser desproporcionadas», porque ya no son eficaces o porque los medios para suministrarlas crean una carga excesiva. El documento afirma que «es necesario prever una ayuda adecuada a los familiares para llevar el peso prolongado de la asistencia al enfermo en estos estados».

Objeción de conciencia

Por último, la carta pide posiciones claras y unificadas sobre estos temas por parte de las iglesias locales, invitando a las instituciones sanitarias católicas a dar testimonio, absteniéndose de comportamientos «de evidente ilicitud moral». Las leyes que aprueban la eutanasia «no crean ninguna obligación de conciencia» y «establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia». El médico «no es nunca un mero ejecutor de la voluntad del paciente» y siempre conserva «el derecho y el deber de sustraerse a la voluntad discordante con el bien moral visto desde la propia conciencia». Por otra parte, se recuerda que «no existe un derecho a disponer arbitrariamente de la propia vida, por lo que ningún agente sanitario puede erigirse en tutor ejecutivo de un derecho inexistente». Es importante que los médicos y los trabajadores de la salud se formen en el acompañamiento cristiano de los moribundos, como han demostrado los recientes acontecimientos dramáticos relacionados con la epidemia de Covid-19. En cuanto al acompañamiento espiritual y sacramental de quien pide la eutanasia, «es necesaria una cercanía que invite siempre a la conversión», pero «no es admisible ningún gesto exterior que pueda ser interpretado como una aprobación de la acción eutanásica, como estar presentes en el instante de su realización. Esta presencia sólo puede interpretarse como complicidad».

http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2020/09/22/carta.html

(Vatican News)

 

martes, 22 de septiembre de 2020

ÉL NO PREGUNTÓ

 


Él no preguntó cómo me llamaba.

 No me preguntó de dónde venía y por qué había llegado tan tarde.

 Él no quiso saber por qué lo habían hecho ni las razones por las que había malgastado mi vida hasta entonces.

 Él no se detuvo en mis miserias, ni las quiso conocer.

 Él se negó a preguntarme por qué había llegado hasta allí.

 Él solo me miró como si llevara esperándome toda una vida, giró su rostro y caminó.

 Y le vi alejarse con una Cruz sobre el hombro, camino al Monte Calvario.

 Él retoma ese camino cada vez que un alma cansada, decide acercarse a ÉL

 Él espera y no descansa y, cuando al final llegues tú, tampoco preguntará por qué vienes y qué hiciste, como preguntan los hombres.

 Sólo tomará su cruz y caminará de frente hacia el lugar donde todo lo que fuiste, lo que hiciste, lo que hasta allí te llevó, muere con Él y tu vida, que es desde entonces su Vida, se abrirá paso ante ti, tras la Luz que trae su muerte.

 (Olga)

https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

 

 

domingo, 20 de septiembre de 2020

¡Pregúntame Señor!

 


 Jesús Resucitado va al encuentro de Pedro y mirándole a los ojos le pregunta: ¿Me amas? Acariciamos en la sencillez evangélica de su respuesta !Señor sabes que te amo! Si grande fue  estremecimiento interior de Pedro ante esta pregunta mayor aún fue la ternura de Jesús al decirle: Apacienta mis ovejas. El mayor milagro que el Hijo de Dios hace a una persona es el de darle Sabiduría para apacentar sus ovejas; significa que pone en su corazón y en sus labios sus mismas Palabras de Vida y Espíritu (Jn 6,63) para que las ovejas que le confía crezcan hasta alcanzar el Discipulado.

San Agustín dice que  apacentar las ovejas de Jesús supone el mayor grado de amor hacia Él. Hacemos nuestra  la pregunta-propuesta de Jesús, más divina que humana y creo que solo podemos decirle: Señor, sabes que no estoy a la altura de esta misión que me confías...pero no dejes de preguntarme que si te amo. Cada vez que me lo preguntas mi alma salta de gozo apretándose contra ti.

Pregúntamelo una y otra vez. Sé muy bien que en el lecho de mi muerte me lo preguntarás por última vez y también sé que entonces -con la misión de apacentar ya cumplida - mi alma saltará exultante de gozo hacia ti y tú te apretarás contra mí. Podremos decir entonces juntos..." Bienaventurados los que mueren en el Señor" (Ap 14,13).

 

P. Antonio Pavía

https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

 

 

El amor de Dios es gratuito

 


El Evangelio nos desvela este domingo que en la viña de nuestro corazón es Dios el verdadero dueño y nosotros somos los operarios, llamados personalmente por Él para trabajarla. A lo largo de toda nuestra vida va saliendo a nuestro encuentro y nos llama, no busca su provecho, sino el nuestro y no se cansa, cualquier hora es buena para comenzar. En este texto resalta la justicia de Dios, a nadie le faltará lo necesario para vivir con la dignidad de un hijo de Dios, de eso ya se preocupa Él; aunque a nuestro alrededor se oigan voces de crítica, sin embargo, Dios no hace ninguna injusticia, porque les ha pagado lo que acordaron, lo que se creía correcto por jornada. A los “cotilleos” no les hace caso el Señor, lo que le interesa es que no nos falte lo necesario y la paga que nos regala es la vida eterna. A todos nos paga más de lo que merecemos, aunque hayamos comenzado a primera hora, así es el corazón de Dios, esa es su bondad. El amor es lo que hace a Dios salir al encuentro de los necesitados y no los abandona; como siempre, Él lleva la iniciativa, va en su busca, incluso cuando no se le ha pedido, porque el amor de Dios es muy grande y su misericordia es lo que nos salva.

Los textos de la Palabra de Dios nos están abriendo a un horizonte exigente de vida, porque nos preparan para ponernos en marcha y buscar al Señor, se nos pide hacer un éxodo, un abandono de todo lo caduco, de todo pecado, para volver el rostro a Dios, a ponernos en camino para un reencuentro con Cristo. En esto insiste san Pablo cuando nos hace valorar la cercanía, el poder y la ternura del Señor, por eso pudo decir que, «para mí, la vida es Cristo». Así de directo, sin rodeos, convencido y avalado por su misma historia y con una contundente seguridad nos dice que «lo importante es llevar una vida según el Evangelio». La noticia de la presencia de Dios en nuestra vida nos anima: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20) y todavía hay algo más que considerar, la razón más importante que nos debe acercar a Cristo: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Jesucristo es la respuesta para toda persona que tenga sed de un amor infinito, para el que busque la verdad. Ya nos ha preparado el Señor para que podamos sentirlo muy cerca de nosotros, para que aprendamos a reconocerlo como Padre. Lo cierto es que Dios está cerca de todos los que lo invocan, al alcance de quien lleva una vida entregada en fidelidad a Él y visible para el que se alejó, porque Dios siempre se hace cercano, ya que es misericordioso y fiel a su palabra de salvación; Dios tiende siempre la mano, es especialista en establecer puentes para que nos sea más fácil el acceso. Dios es amor.

La Palabra nos lleva a confiar en Dios, porque tenemos la seguridad de que los sistemas, las ideologías, las consignas… todo eso cae, se derriten en el camino, pero el Señor permanece para siempre y nunca dejará de salir a nuestro encuentro, desde la madrugada hasta el atardecer.

Ruego por vosotros y pido por los que andan por otros caminos que no son los del Señor, para que todos tengan la gracia de conocer y amar a Dios. Ánimo, evangelizadores. Con mi bendición.

 

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

sábado, 19 de septiembre de 2020

Domingo XXV del T.O.

 

                                                                                    TARDE TE AMÉ

 "Id a trabajar a mi viña", dice su propietario a unos jornaleros en distintas horas del día. Trabajar en la viña de Jesús, vemos en Él a este propietario, apunta a la misión por excelencia de sus discípulos: Anunciar el Evangelio que rehabilita al hombre abriéndole a la Vida Eterna... las distintas horas de la llamada representan el arco de nuestra existencia.

 Vamos a la esencia de esta parábola. En la viña del Señor encontramos en primer lugar a los  siervos. Están en la viña por miedos internos, presiones, e incluso por querer ser alguien ante los demás. Está claro que no saben para qué sirve el Evangelio aunque hablen de Él, es más, no les sirve ni a ellos, justamente por ser siervos. Trabajan a disgusto "soportando el peso del día y el calor" (Mt 20,12). En cambio, Jesús a sus discípulos no les considera siervos, sino amigos (Jn 15,15)...y la palabra amigo en la Escritura significa "mi otro yo".

 Estos disfrutan predicando el Evangelio aún en regiones lejanas y siempre expuestas a incomprensiones y desprecios por los sabios de este mundo... pero son inmensamente felices pues todo en ellos rezuma Vida. El Señor se la da sobre todo cuanto más son visitados por la tribulación. Los que han sido llamados al atardecer, no se frotan las manos por trabajar apenas unas horas...en absoluto.

 Recordemos el lamento de San Agustín llamado en hora tardía...  ¡Tarde te amé, tarde te descubrí Belleza Infinita...! 

 Una experiencia así, está a años luz de los siervos.

 P. Antonio Pavía

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viernes, 18 de septiembre de 2020

CUANDO DIOS PERDONA, PERDONA

  





Cuando Dios perdona nuestros pecados, no queda en nosotros rastro de culpa y por lo tanto tampoco de castigo y sabemos que Jesús dio este poder de perdonar los pecados a su Iglesia : "A quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados" (Jn 20,23).

 Sin embargo Satanás, maestro en infundir zozobras en nuestro interior hace resonar en nosotros el grito angustioso de Caín al matar a su hermano Abel: "Mi culpa es demasiado grande para soportarla"(Gn 4,13).

 Satanás el Gran Ponzoñoso siembra la incertidumbre del perdón de Dios en nuestros corazones recordándonos pecados anteriores. Frente a Satanás, acusador infame, Dios proclama que su misericordia y su bondad son infinitas..."  (Sl 89,1) y para que estas palabras no queden en un simple titular intrascendente,  insiste en su perdón absoluto; le oímos por medio de Isaías: " Aunque vuestros pecados fuesen como la grana quedarán blancos como la nieve" (Is 1,18) Volvemos al grito angustioso de Caín !No puedo soportar- cargar con mi culpa!! Es cierto...y por eso mismo Dios mismo interviene enviándonos a su Hijo, "El Cordero que carga con el pecado del mundo" (Jn 1,29 ) 

El sacramento de la Confesión instituido por Jesús como vimos antes (Jn 20,23) no es un Tribunal sino el Atrio Santo en el que somos perdonados, en ella descargamos  nuestros pecados en el Cordero que haciéndose con ellos los suprimió en la Cruz como dice Pablo ( Col 2,14) Si ,con su muerte Jesús blanqueo nuestros vestidos inmundos por medio de su Sangre. ( Ap 7,14b ) 

 

P. Antonio Pavía

comunidadmariamadreapostoles.com

jueves, 17 de septiembre de 2020

Cuidado paliativos, sí. Eutanasia, no

 

Vuelve a primera línea el tema de la vida, ahora con la nueva ley de eutanasia. ¿Qué es la eutanasia? –La muerte provocada en aquellas personas que ya no valen. A ello se añade el suicidio asistido, que consiste en favorecer la muerte a la persona que lo pida.  En uno y en otro caso, se trata de eliminar la vida en la fase en que ya se considera de poca calidad. Con la eutanasia, la vida humana es despojada de toda su dignidad, sobre todo por parte de quien la ejecuta.

Rebrota esa lucha que está en el fondo de la historia humana, la lucha entre el bien y el mal, la lucha entre la Mujer portadora de la vida y el Dragón rojo que quiere eliminarla. Y en la que la Mujer, que representa a María y a la Iglesia, salva a la humanidad de las garras del Dragón rojo, el diablo, Satanás (cf Ap 12). Rebrota de esta manera la acción fratricida de Caín que mató a su hermano Abel, introduciendo en el mundo el odio como fruto del pecado y de la envidia.

Cuando el hombre se aparte de Dios, es capaz de todo lo malo, es capaz incluso de ir contra el hombre, de destruirlo. Estamos viviendo con el covid-19 una de las pandemias más duras de la historia, que está haciendo temblar los cimientos de nuestra época, la sanidad, la actividad económica y laboral, el bienestar social. Y en medio de esta situación, el gobierno de turno saca a la palestra el tema de la eutanasia, la matanza de los débiles, con una ley demoledora.

Se cumplen aquellas palabras del Papa Juan Pablo II, el gran defensor de la vida en todas sus etapas: se trata de una guerra de los poderosos contra los débiles, se trata de una verdadera conjura contra la vida, se trata de una verdadera cultura de la muerte. Y que el Papa Francisco actualiza en sus alocuciones y escritos: “No es compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto” (Laudato sì 120).

Hemos vivido ya varios envites en esta misma dirección. A estas alturas casi que nos hemos acostumbrado a que se practiquen en España más de cien mil abortos cada año. Y nos doran la píldora apelando a la libertad de la madre para elegir tener su hijo o matarlo en el seno materno, si es un embarazo no deseado. Sin embargo, la vida es sagrada, sigue siendo sagrada y nadie puede eliminar a un ser inocente. El claustro materno debiera ser el lugar más seguro y acogedor para el ser humano, y se ha convertido en el lugar más amenazado y agresivo en millones de casos concretos.

Y ahora, propaganda por todas partes sobre la eutanasia hasta llevar una ley al Congreso, que probablemente será aprobada. Se intenta dorarnos la píldora con una falsa compasión hacia el que sufre, “para que no sufra” lo eliminamos. Ciertamente, el sufrimiento no es plato de gusto para nadie. Y cuando el sufrimiento es insoportable, llega a desearse la muerte. Pero para eso están los cuidados paliativos que consisten en aliviar el dolor mediante el acompañamiento personal, el cariño y la atención al que está sufriendo y el recurso a la medicina, que hoy cuenta con remedios que alivian e incluso eliminan el dolor. Cuando el dolor es aliviado o eliminado, nadie quiere morirse.

Entonces, ¿por qué prospera la eutanasia? Sencillamente porque es más barata que los cuidados paliativos. Es más económico eliminar a los ancianos que mantenerlos bien atendidos. Es más barato eliminar a los discapacitados que mantenerlos durante años hasta su muerte natural. En la Seguridad Social es más rentable eliminar vidas que cuidarlas y extender a toda la población los cuidados paliativos hasta que llegue la muerte natural. Es cuestión de egoísmo llevado a su extremo.

Si se nubla el horizonte de Dios, se nubla el horizonte de la dignidad humana, se nubla el valor de la vida humana en todas sus fases. En medio de esta situación brilla el testimonio abundante de muchos familiares que cuidan a sus enfermos con todo esmero hasta el final. Yo lo he visto. En medio de esta situación, me he encontrado con discapacitados que son atendidos con todo cariño por sus familias y con toda profesionalidad por parte de personas dedicadas. Ese amor es el que salvará al mundo, de la mano de la Mujer (María, la Iglesia) que protege al ser humano.

 Recibid mi afecto y mi bendición,

+ Demetrio Fernández,

Obispo de Córdoba

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Todavía a vueltas con la pandemia

 

Estamos aun padeciendo la pandemia del Covid-19, que irrumpió a principios de marzo de manera abrupta, causando estragos en vidas humanas, comunicación social, limitaciones laborales, confinamiento en las casas y lugares de residencia. Los más débiles por el paso de los años o por previas enfermedades padecieron particularmente el contagio. Desde entonces nuestra vida personal y familiar, laboral y pastoral, está seriamente condicionada por la pandemia. Estamos cansados de su presencia e influjo. Hablando cristianamente podemos decir que es una cruz pesada, prolongada y destructiva. No está en nuestras manos sacudirla como un insecto molesto ni eliminarla del camino como un obstáculo que nos hace tropezar. Estamos bajo su influjo, del que no podemos evadirnos. No sirve de nada, más bien hace más insoportable la carga, ponernos nerviosos y acusarnos unos a otros. ¡Pongámonos todos bajo la providencia de Dios cuyos designios son inescrutables! “Confía en el Señor, sé valiente y Él actuará”. Después de rezar el “Padre nuestro” en la Eucaristía, prosigue el Sacerdote: “Líbranos, Señor, de todos los males”, también del mal presente y peligroso de la pandemia. La confianza en Dios y la oración no son alternativa ni excluyen la actuación responsable que todos debemos asumir. Por la oración se pone el hombre como creyente ante Dios para descargar sus inquietudes, serenar su corazón y renovar las fuerzas sin desfallecer en las pruebas, ni desistir de sus esfuerzos y perder la esperanza.

La pandemia, que tanto se prolonga, que recorta nuestras actividades y proyectos, gravita sobre la humanidad entera. Antes o después, con mayor o menor virulencia, afecta a todos. Por eso, todos debemos aportar nuestra colaboración para superarla. Saldremos de ella con la aportación de todos y cada uno, de cada persona y de cada institución. Quienes presiden la sociedad, las autoridades sanitarias y otras, deben prestar servicio a la sociedad suscitando la participación y decidiendo con normas para actuar y con oportunas recomendaciones. Pueden y deben los constituidos legítimamente en autoridad cumplir esa responsabilidad porque poseen la información, el asesoramiento y la capacidad jurídica para custodiar el bien común. Es preciosa la colaboración de investigadores con sus tanteos, experimentos, hallazgos y pruebas para vencer el coronavirus y despejar incertidumbres de la humanidad. También es importante la relación de unos países con otros para comunicarse experiencias; el que formemos parte de un área social y cultural amplia, como es Europa, con sus instrumentos y posibilidades es una ayuda valiosa. La colaboración de las autoridades estatales, autonómicas y locales tranquiliza a todos y lo contrario irrita. La actuación disciplinada de los ciudadanos es insustituible para esa aspiración tan anhelada alcanzar esta ingente tarea.

La distribución justa y equitativa de cargas, costes, empobrecimientos y limitaciones forma parte de esta lucha contra un enemigo poderosísimo. ¡Que la pandemia no ahonde la brecha entre pobres y ricos! Los medios de comunicación de que dispone hoy una sociedad avanzada y democrática como la nuestra impiden el ocultamiento; al contrario, la transparencia es un signo de respeto que suscita colaboración. La comparación con lo que hacen otros Estados del entorno suministra información que favorece los aciertos y evita las equivocaciones. La pandemia, que es global, exige colaboración de todos según las diversas posibilidades y responsabilidad. Es una oportunidad para crecer en solidaridad y para ejercitar la corresponsabilidad. Solo unidos podemos salir de esta pesadumbre.

Produce tristeza y desaliento contrastar cómo en ocasiones hay más reproches que manos tendidas a la ayuda. Cabe la crítica fundada, razonada y convenientemente comunicada; las desacreditaciones personales, en cambio, no son argumentos, predisponen al rechazo, impiden la unidad en la tarea que a todos incumbe. Los insultos son indicio de la debilidad de las razones y de la inseguridad personal. ¡Fuera pendencias, cuando hay tanto que padecer juntos y que reconstruir unidos!


De cara al futuro nunca tenemos seguridad plena ni el riesgo es nulo. A la vida humana personal y social aguardan sorpresas en un sentido y en otro, o gratas o desagradables. Forma parte de la trama de la existencia el convivir con peligros. No somos señores del futuro. Existen numerosos factores que nos hacen vulnerables, que nos exponen al riesgo. Desde esta perspectiva pido a los sacerdotes, religiosos y laicos que afrontemos las tareas pastorales con decisión y confianza. La incertidumbre no es motivo para la paralización. En la acción pastoral hay actividades que pueden ser realizadas “virtualmente”, pero la comunicación “presencial” es más elocuente.

Ante este tiempo, condicionado seriamente por la pandemia, invito a todos a vivir humildemente ante Dios, a no “confinarnos” por miedo en nuestro pequeño mundo, a actuar serenamente, a dedicar el tiempo disponible a lo fundamental, a compartir con otras personas experiencias y esperanzas.

El Padre Bernardo de Hoyos murió el día 29 de noviembre 1735, con apenas 24 años, víctima de una epidemia de tifus, que había invadido la ciudad de Valladolid.  ¡Que el Beato Bernardo interceda por nosotros!

+ Cardenal Ricardo Blázquez

Arzobispo de Valladolid