lunes, 30 de septiembre de 2019

EL PADRE NUESTRO, enseñanza de Jesús



De sobra conocido el texto del PADRENUESTRO, en Mateo 6: “Cuando recéis no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo; danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonáis a los hombre sus ofensas, también os perdonará vuestro padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre 
perdonará vuestras ofensas”. (Mt 6, 7-15).

Podríamos llamar a este Evangelio como: “la Oración más bella salida de los labios de Jesús”. Antes de que Jesucristo enseñase esta oración a sus discípulos, los israelitas fieles a Yahvé rezaban con los libros sagrados del Pentateuco: Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio.

Pero los Apóstoles, al ver al Señor rezar a su Padre, le instaron: “…enséñanos a orar”(Lc 11,1-13). Concretamente fue uno de sus discípulos el que le pidió este maravilloso deseo. Y el Evangelio no dice quién fue el discípulo que lo solicitó. Se ha mantenido en el anonimato este discípulo, que ni siquiera sabemos que fuera uno de sus apóstoles. 

Sería hermoso imaginar que este discípulo anónimo pudiera ser cada uno de nosotros…Y es que esta petición, arranca del corazón humano, al ver cómo rezaba Jesús.

Dicen los Santos Padres de la Iglesia que un cristiano no lo es hasta que no ha visto a otro cristiano. Es decir: al ver la vida que vive un cristiano en sus múltiples facetas, ese ejemplo arrastra un deseo incontenible que le impulsa a ser también cristiano. Lo cual, dicho sea de paso, nos interpela enormemente.
Pues éste es el caso de ese discípulo. Y Jesús le enseña, curiosamente, con siete 
“enseñanzas”, que por el número indicado, el siete, ya nos lleva a la plenitud. El siete, como otros muchos números de la Escritura, tiene un significado simbólico, que nos acerca a la revelación. El siete es “la plenitud”. Siete son los sacramentos, siete los dones del Espíritu Santo…siete los días de la Creación, siete pecados capitales…y así podríamos continuar. 

Sirva este “entreacto” como un aperitivo que dejamos al lector como parte de la meditación, que debe siempre acompañar a cualquier ocasión que tengamos en donde se hable de Dios y sus enseñanzas.

Estas siete peticiones que elevamos en el Padrenuestro, ya nos indican que la plenitud de nuestra oración está encaminada por ahí.

La oración comienza con la llamada a un interlocutor: el Padre de Jesús. Pero tiene algo esencial: Dice: “Padre nuestro”, no “Padre mío”. Jesús nos está diciendo claramente que el discípulo que invoca a Dios reconoce en Él a su Padre, no solo al Padre de Jesús. 

Lo que implica que Jesús es nuestro excelso Hermano, Y nos dice que está en los Cielos. Sabemos que el Cielo no es un lugar físico, sino que es un “estado” del alma donde se encuentra Dios.

El fiel orante pide claramente que sea su Nombre santificado. El nombre para un israelita no tiene el mismo significado que para nosotros, que procedemos de una cultura greco-romana, y que nos sirve para diferenciar una persona de otra, simplemente. En el pueblo de Israel el nombre representa “la esencia del ser”. Recordemos que Adán “puso el nombre “a todo lo creado”. (Gen 2, 18-20).

Y en la Carta a los Filipenses dice Pablo: “…por eso Dios le concedió el Nombre sobre todo nombre, de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el Cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fp 2,6-11).

Así, pues, pedimos al Padre que el Nombre de Jesús, su Esencia de Dios, sea reconocido en todo el Universo, como criterio de salvación y honra y honor a Él.
Que venga su Reino es pedir que Jesucristo,- verdadero Reino de Dios-, venga a nuestros corazones. Y al pedir que se haga su Voluntad en la tierra y en el Cielo, podemos volver la oración por pasiva así: En el Cielo es indudable que se hace la Voluntad de Dios; entonces podemos decir, sin temor a errar, que donde se hace la Voluntad de Dios, ahí está el Cielo. Y de aquí deducimos que el Cielo comienza ya desde ahora y continuará después de la muerte.

Pedimos su pan; pero: “…no sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios…” (Mt 4,4),

El Padre conoce nuestras necesidades, no nos dejará sin el alimento que no perdura, el pan, pero hemos de pedirle el “Pan de su Palabra” que es su Evangelio, para alimento del alma, que perdura.

Dios es consciente de nuestras debilidades, conoce nuestro barro, por eso dice que pidamos: “…perdona nuestras ofensas…”. Sabe que vamos a pecar, y está dispuesto a perdonarnos si nosotros hacemos lo mismo con nuestros hermanos.

 Además nos brinda el auxilio para “no caer en el tentación”, librándonos de “ese mal” que es el Maligno Satanás.

Este es el camino de salvación que nos enseña Jesús, Hijo del Padre, nuestro Hermano. 

(Tomás Cremades) 
comunidadmariamadreapostoles.com

sábado, 28 de septiembre de 2019

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Am 6,1a.4-7: Los discípulos encabezarán la cuerda de cautivos.
Salmo Responsorial:
Sal 145,7.8-9a.9bc-10: Alaba, alma mía, al Señor.
Segunda lectura:
 1 Tim 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16,19-31: Recibiste bienes y Lázaro en cambio males; ahora a él toca recibir bienes y a ti males.


endiosar los bienes los convierte en alienantes e impide el reino de dios.

Dios Padre, el único salvador,  ofrece por medio de Jesús la plena felicidad y los medios que nos ayudan en el “buen combate de la conquista de la vida eterna” (segunda lectura). Los bienes materiales son buenos, porque han sido creados por Dios: “Y vio Dios que todo era muy bueno” (Gén 1,31), pero el hombre tiende a conseguir ya aquí la plena seguridad y felicidad, dando un valor absoluto a los bienes, especialmente al dinero, a costa de lo que sea, incluso medios injustos. La palabra de Dios denuncia esta tendencia engañosa, alienante y contraria a conseguir la seguridad y felicidad plena, porque impiden el reino de Dios, que exige justicia y defiende a los pobres y desposeídos (primera lectura y salmo responsorial). La parábola del rico y el pobre lo aclara; tiene dos partes. La primera se centra en la llamada “ley de Abraham”: se presenta un rico que actúa como rico y un pobre que sufre las consecuencias de su situación. No se alude a sus comportamientos éticos. Muere el rico y se condena, constata que sufre y que ha perdido todo su poder; muere el pobre y se salva. La razón la da Abraham: uno gozó en esta vida y le toca sufrir en la futura; el otro sufrió y le toca gozar, es decir, en la muerte se cambian las tornas de ricos y pobres. Hasta aquí todo parece un poco mecánico: ¿dónde queda la vida moral? ¿Todo rico se condena y todo pobre se salva? Realmente esta “ley de Abrahán” sólo quiere ser expresión de una constatación: a más bienes, menos religiosidad, pero no explica la razón. La segunda parte lo aclara: la palabra de Dios tiene poder para iluminar la vida del hombre y para ayudarle a caminar de acuerdo con el plan de Dios, pero los bienes ciegan y ensordecen a las personas, alienan y engañan y por eso “no creerán aunque resucite un muerto y se les aparezca”.

El cristiano vive en un ambiente que da valor absoluto a los bienes; por otra parte, sufre carencias si quiere ser fiel a sus convicciones cristianas, incompatibles con los medios injustos para obtener bienes. Por eso la palabra de Dios lo invita a saber relativizar todos los bienes, “lo ajeno”, y a vivir austeramente, con lo necesario para vivir, y a compartir con el necesitado, la mejor inversión para tener un tesoro en el cielo; y junto a esto a luchar contra toda injusticia, defendiendo el derecho de los pobres. Pero ¡atención! relativizar bienes no es despreciar ni dejarlos inactivos: hay que utilizarlos al servicio de un mundo mejor.

Compartir la Eucaristía, único bien absoluto que nos regala el Padre, adelanto y garantía de  la seguridad y felicidad plena del reino de Dios futuro, exige relativizar los bienes, vivir austeramente, compartir con los necesitados y sostenerlos en sus reivindicaciones.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 27 de septiembre de 2019

Visitemos al preso, acojamos al forastero



Hace unos días honramos a la Virgen de la Merced, patrona de instituciones penitenciarias, y este domingo celebramos la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado. Pensemos un momento en estas dos realidades por las que el Señor tiene una especial predilección: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme», «fui forastero y me hospedasteis» (cfr. Mt 25, 31-46). Son obras de misericordia que hay momentos y circunstancias en la vida que olvidamos.
Debemos tener un corazón grande, ese que se agranda cuando vivimos con todas las consecuencias el mandato de Jesús: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Tengamos la valentía de ser samaritanos: hombres y mujeres que no vivimos para nosotros mismos, sino que miramos de frente las situaciones que hacen sufrir a las personas, a quienes las padecen directamente y a sus seres queridos más cercanos.

He tenido la gracia y la oportunidad de vivir un año más la fiesta de la Virgen de la Merced en la cárcel y encontrarme con los internos y con el personal que los atiende. Ese día pensaba en la visita de la Virgen María a Isabel, pues yo también visitaba a mis hermanos. Esta visita de María a su prima tiene una mística que debe estar presente en nuestra vida cuando escuchamos en el Evangelio: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme». María va a ver a su prima Isabel, ya anciana. Ella no puede moverse. Va recorriendo una región montañosa, que quiere decir que no era fácil de atravesar. Y va para llevarle la noticia de que Dios la ha amado mucho y de que para Él nada hay imposible. Isabel va a tener un hijo y percibe ese amor de Dios en el mismo saludo que le hace María, y su hijo salta de gozo en el vientre, pues también siente la cercanía del Señor.

Hay que llevar la presencia de Dios a toda realidad humana. «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme». Llevemos a los internos la humanidad de Cristo, su sabiduría, su amor, su entrega y su cercanía. Saltará de gozo su corazón porque encontrarán la libertad en el amor que el Señor les da. El hombre está creado para amar y para vivir en la libertad de los hijos de Dios; para amar al prójimo sea quien sea, tal como nos enseña Jesucristo. Él es el Buen Samaritano que, como el de la parábola, ve a uno tirado medio muerto y se para a atenderlo; no mira quién es, simplemente es un hermano. Y nos invita a nosotros a ser samaritanos. Hay personas privadas de libertad por algo que hicieron. La respuesta de los amigos del Señor ha de ser regalarles gratuitamente lo que más necesitan en estos momentos: el amor y la consideración que Dios mismo tiene de ellos y que desea que les llegue a través de nosotros. Quiere que seamos Jesús para ellos, pues esto los rehabilita. Estamos invitados a vivir la experiencia de un amor incondicional a todos, pero estos días os invito a dárselo de forma especial a quienes, por los motivos que fueren, perdieron la libertad y se sienten señalados en lo oscuro que hicieron. Necesitan ser señalados por el amor mismo del Señor que se canaliza también a través de nosotros.

Nunca olvidemos a nuestros hermanos que están en la cárcel. Superemos como María las dificultades que encontremos e, igual que Ella, llevemos a Jesús y hagámoslo presente. Ella nos ayuda a vivir con la confianza absoluta de quien rehabilita, cura, impulsa la vida, regala un corazón limpio y con capacidad de ayudar a todos siempre: Jesucristo. Nuestra visita a la cárcel es curativa para nosotros y para quienes visitamos; ninguno es más que otro, somos iguales y con una necesidad inmensa de amar a los demás.  

Por otra parte, también tenemos la gracia de celebrar este 29 de septiembre la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, una invitación a vivir y recuperar una dimensión de nuestra existencia cristiana que tiene el riesgo de adormecerse: «Estaba sin casa, sin tierra, y me hospedasteis, me acogisteis y me dejasteis entrar en vuestra tierra». Somos hermanos-prójimos y no extranjeros, lo cual incluye en nuestra vida la imitación al Señor en el amor al prójimo. Qué fuerza y belleza tiene pensar algo así: «Me diste la oportunidad de compartir conmigo lo que tú tenías y a mí me faltaba».

¿Cómo no conmovernos a la manera que lo hacía Jesús cuando veía las necesidades que tenían los que encontraba por la vida? Hemos de aprender a rezar bien el padrenuestro, que supone sabernos hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Rezarlo como lo hacían nuestros abuelos, que lo ponían en práctica cuando llamaba a la puerta de casa un pobre o un extranjero, haciéndolos partícipes de lo que ellos tenían. Nunca nos cerremos a las necesidades de los demás. Nunca nos cerremos a la fraternidad. El auténtico desarrollo es aquel que pasa por incluir a todos los hombres y mujeres del mundo, promoviendo su crecimiento integral y preocupándose por las generaciones futuras. Recuperemos la centralidad de la persona y busquemos el desarrollo de todas las dimensiones de la misma, incluyendo la espiritual.

Visitar al que está en la cárcel y acoger al que ha dejado su tierra, tener presentes a aquellos cuyos derechos se ven cuestionados (migrantes, refugiados, víctimas de trata…), supone tener la mente de Cristo, cuidar nuestra fe y no convertirla en una idea más. Vivamos como discípulos de Cristo la experiencia eclesial de los primeros cristianos. Salieron del solar de Palestina al mundo conocido de entonces, retirando muros y construyendo puentes, haciendo un nosotros fraternal y universal con el amor mismo de Cristo, dando la vida por quienes se encontraban.

Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Cardenal Osoro,
Arzobispo de Madrid


jueves, 26 de septiembre de 2019

Pero.. ¿Qué lugar buscamos?



 Pero qué lugar buscamos en el mundo, si tenemos el mejor: la primera fila, ante ti, capaces de verte y capaces de escucharte
¿Qué otro lugar, inventado por los hombres o por nosotros mismos en nuestra carrera errática, puede superar al que me reservaste el día que lanzaste un hilo desde el cielo y ataste mis sentidos a ti para poder verte, escucharte y entenderte?

Me diste la necesidad de buscarte desde el momento que abro mis ojos al nuevo día. 

Retiraste el velo de tu voz que resuena en la tierra sólo para los que tú quieres, los que pequeños, casi nada, levantan sus ojos al cielo pidiendo tu luz

¿Qué otro sitio puede haber mejor que éste?

¿A qué gloria aspiramos si vivimos envueltos en tu atenta mirada, si nos has puesto ojos en el alma y vemos el mundo por detrás de su escenario descubriendo el dolor de los hombres más allá de lo que muestran?

Si supiéramos que el mundo no nos humilla porque tú nos recoges, si nos diéramos cuenta que todo lo que somos y tenemos está guardado en tu seno - viene de ti y vuelve a ti - no habría tiempo para lamentar, para buscar en el mundo lo que ya hemos ganado, lo que tu mano de Padre nos entrega cada día. 

(Olga) - comunidadmariamadreapostoles.com


lunes, 23 de septiembre de 2019

Mes de octubre, Mes Misionero Extraordinario





En 2019 se cumplen 100 años de la Carta Apos­tólica Maximum illud del papa Benedicto XV. Para celebrar dicho centena­rio, el papa Francisco ha convoca­do y declarado el mes de Octubre de 2019, como Mes Misionero Ex­traordinario. Con él, el Santo Padre quiere despertar la conciencia de la misión evangelizadora en nosotros, alimentar el ardor de la actividad evangelizadora de la Iglesia, y reto­mar con nuevo impulso la respon­sabilidad de proclamar el Evangelio de todos los bautizados. Este acon­tecimiento nos urge y nos invita a reflexionar sobre la misión en el co­razón de fe cristiana.

La Iglesia es por naturaleza misio­nera, si no lo fuera no sería la Igle­sia de Cristo, por eso tenemos que hacernos preguntas sobre nuestra identidad cristiana y sobre nuestras responsabilidades, en medio de un mundo herido por tantas frustracio­nes, preguntas como estas: ¿Cuál es el fundamento de nuestra misión? ¿Cuál es el corazón de la misión y cuáles son las actitudes vitales que esta misión nos pide?
La misión de la Iglesia se funda­menta en la fuerza transformadora del Evangelio que, como buena no­ticia, trae consigo una alegría conta­giosa, ofreciendo una nueva vida, la de Cristo, que se convierte en camino, que nos invita a seguirlo con confian­za y valor y desde este seguimiento experimentamos la verdad y recibi­mos la vida, que consiste en la plena comunión con el Padre en la fuerza del Espíritu.
La misión de la Iglesia, y a través de ella Jesucristo, es seguir evangeli­zando y actuando. La misión repre­senta el kairós, el tiempo propicio de la salvación en la historia y quienes lo acogen por la fe y el amor, experi­mentan la fuerza transformadora de su Espíritu. No se trata, por tanto, de propaganda ni de una ideología re­ligiosa.
Como decía el papa Benedicto XVI, no se comienza a ser cristia­no por una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y una orientación decisiva.
El mundo actual necesita el Evan­gelio de Jesucristo, necesita encontrar con Jesucristo algo realmente esen­cial para su vida. Jesucristo, a través de la Iglesia, continúa la misión cu­rando las heridas sangrantes de la humanidad como Buen Samaritano.
La misión de la Iglesia está anima­da por una espiritualidad de éxodo continuo, de continua peregrinación a través de los diversos desiertos de la vida y de las diversas experiencias de hambre y sed, de verdad y de jus­ticia desde donde experimentará su condición de exiliado en camino ha­cia la patria final.
La misión está diciendo a la Igle­sia que ella no es un fin en sí misma, sino un h u m i l d e instrumen­to y una mediación del Reino, y que, para conseguir serlo, deberá, tantas veces, ser una Iglesia acciden­tada, herida y manchada por salir a la calle y no una Iglesia enferma, cómoda, que se aferra a sus propias seguridades.
La misión evangelizadora de la Iglesia, y de cada uno de nosotros, jóvenes, adultos, familias, sacerdo­tes, y religiosos, donde quiera que cada uno se encuentre; cada cual es un buen instrumento para susci­tar en cada comunidad cristiana y en cada seguidor de Jesús, el deseo de salir de sus propias seguridades para entregarse del todo y sin con­diciones a la tarea evangelizadora y misionera; de anunciar a todos los hombres de todos los tiempos y lu­gares la Buena Noticia de Jesús y su mensaje salvador.
Que Jesús, el más grande de los evangelizadores de todos los tiem­pos, nos ayude a todos a tener un nuevo celo y un nuevo ardor de resu­citados, para llevar a todos el Evan­gelio de la vida y la audacia necesa­ria para buscar y encontrar nuevos caminos para que llegue a todos el don de la salvación.
 + Gerardo Melgar
Obispo de Ciudad Real


domingo, 22 de septiembre de 2019

Cristianismo imposible


No podéis servir…
Lc 16,1-13


Jesús era ya adulto cuando Antipas puso en circulación monedas acuñadas en Tiberíades. Sin duda, la monetización suponía un progreso en el desarrollo de Galilea, pero no logró promover una sociedad más justa y equitativa. Fue al revés.
Los ricos de las ciudades podían ahora operar mejor en sus negocios. La monetización les permitía «atesorar» monedas de oro y plata que les proporcionaban seguridad, honor y poder. Por eso llamaban a ese tesoro «mamona», dinero «que da seguridad».
Mientras tanto, los campesinos apenas podían hacerse con algunas monedas de bronce o cobre, de escaso valor. Era impensable atesorar «mamona» en una aldea. Bastante tenían con subsistir intercambiándose entre ellos sus modestos productos.
Como ocurre casi siempre, el progreso daba más poder a los ricos y hundía un poco más a los pobres. Así no era posible acoger el reino de Dios y su justicia. Jesús no se calló: «Ningún siervo puede servir a dos amos pues se dedicará a uno y no  hará caso del otro… No podéis servir a Dios y al Dinero» (mamona). Hay que escoger. No hay alternativa.
La lógica de Jesús es aplastante. Si uno vive subyugado por el dinero pensando sólo en acumular bienes, no puedes servir a ese Dios que quiere una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos.
Sus palabras tuvieron que sacudir la conciencia de quienes le escuchaban. Para ser de Dios, no basta formar parte del pueblo elegido ni darle culto en el templo. Es necesario mantenerse libre ante el Dinero y escuchar su llamada a trabajar por un mundo más humano.
Algo falla en el cristianismo de los países ricos, cuando somos capaces de afanarnos por asegurar y acrecentar más y más nuestro bienestar, sin sentirnos interpelados por el mensaje de Jesús y el sufrimiento de los pobres del mundo. Algo falla cuando somos capaces de vivir lo imposible: el culto a Dios y el culto al Bienestar.
Algo importante falla en la Iglesia de Jesús cuando, en vez de gritar con nuestra palabra y nuestra vida que no es posible la fidelidad a Dios y el culto a la riqueza, contribuimos a adormecer las conciencias, desarrollando una religión burguesa y tranquilizadora.
Ed. Buenas Noticias


sábado, 21 de septiembre de 2019

XXV Domingo del Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Am 8,4-7: Contra los que compran por dinero al pobre.
Salmo Responsorial:
Sal 112,1-2.4-6.7-8: Alabad al Señor, que ensalza al pobre.
Segunda lectura:
 1 Tim 2,1-8: Que se hagan oraciones por todos los hombres a Dios, que quiere que todos los hombres se salven.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 16,1-13: No podéis servir a Dios y al dinero.

invertir sabiamente.

La parábola presenta el caso, que pudo ser real, de un mal administrador a quien su señor va a quitar la administración. Se supone un gran terrateniente de Galilea, que vive lejos y tiene un administrador con plenos poderes para que actúe en su nombre. El arrendador debía pagar al dueño una cantidad por el arriendo y unos intereses de acuerdo con la cantidad. El dueño de las fincas solía pagar al administrador cediéndole los intereses con que se cargaba la deuda, normalmente exagerados. En este contexto el administrador despedido se plantea su futuro y solo ve dos medios para vivir, cavar en el campo como jornalero o mendigar, sintiéndose incapaz de ambas cosas. Por el trabajo burocrático llevado hasta ahora, ni tiene fuerzas físicas para trabajos de campo ni fuerza moral para mendigar. Entonces decide aprovechar el poco tiempo que le queda en la administración para ganarse amigos que le ayuden en el futuro. Para ello llama a los diversos deudores de su señor y les rebaja sensiblemente la deuda a base de renunciar a sus intereses, dejando intacta la cantidad debida al amo. Esto explica que el amo alabe el comportamiento del administrador por la astucia que manifiesta de cara al futuro, aunque esto haya supuesto pérdidas  al administrador. Jesús aplica el hecho a la conducta del discípulos ante los bienes: el discípulo debe aprender de esta astucia, intentando igualar la que tienen los hombres para afrontar sus problemas mundanos, en concreto, debe saber aprovechar los bienes que tiene ahora durante la vida en administración de cara al futuro en que se los quitarán (cf. Lc 12,20), aunque esto suponga aparentemente pérdidas de sus intereses materiales. La forma concreta de hacerlo es ganarse amigos compartiendo con los necesitados (cf. 12,33-34).

Es curioso que Jesús llame lo que tenemos: “dinero injusto” (dos veces), “lo menudo””, “lo ajeno”. Todos necesitamos de medios para poder vivir, representados aquí por el dinero, el medio por excelencia. Pero son solamente eso, medios, “lo menudo”, “lo ajeno”, contrapuesto a lo importante o “lo que vale de veras” y a lo “nuestro”. En el plan de Dios hay bienes que son los “nuestros” y son la participación plena, perfecta y gozosa de la filiación divina, a la que el Padre nos ha destinado para siempre, pues nos ha predestinado a ser sus hijos por medio de Jesús (Rom 8,29). Es la plena participación del amor de Dios.

Pero esta participación requiere que el hombre libremente la acepte, pues no se puede amar por real decreto. Por eso el Padre pone en nuestras manos ahora bienes para que hagamos prácticas de amor, utilizándolos correctamente en nuestro servicio y en el de los demás, pues todos los bienes tienen una hipoteca social. Ya Jesús nos enseñó que al final seremos examinados de amor (Mt 25,31-46). El que lo hace así, invierte correctamente de cara al mundo de Dios. Esto vale para todo tipo de bienes que ahora poseemos.

Nacemos sin nada, sólo con la vida, que tampoco es nuestra, pues nos la ha dado Dios por medio de nuestros padres. Nacemos sin dinero, cultura, cargo, poder... Y todo esto lo dejaremos aquí al morir. Por eso es fundamental saber invertir todo lo que tenemos de “ajeno” de cara a lo “nuestro” y permanente, que Dios padre quiere para todos los hombres (segunda lectura).

Jesús llama al dinero injusto, vil. Realmente merece esta calificación por su gran poder esclavizador y alienante del hombre, que lo busca y acumula creyendo encontrar en él la seguridad y salvación y, por ello, comete injusticias (primera lectura). Hasta el dinero ganado honradamente tienen una gotita de sangre. ¡Si un billete pudiera hablar y contar su historia, diciendo para qué ha sido utilizado!...

Esto nos dice el Padre en la Eucaristía de hoy, a la vez que nos entrega a su Hijo, el que mejor supo invertir su vida, consagrándola al servicio de los demás y consiguiendo así que los hombres, sus hermanos, tengamos posibilidad de tener “lo nuestro”. Compartir la Eucaristía es ratificar en nuestra vida la inversión que hizo Jesús con todo lo “ajeno” que poseemos.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 20 de septiembre de 2019

Los caminos del silencio





"Necesitamos imperiosamente volver a encontrar los caminos del silencio. El primer nivel de este silencio está al alcance de todos y no precisa una lectura de sabios tratados sobre el tema. No esperar a «reventar» para inventar, al menos periódicamente, otra forma de vivir y hacer de nuestras vacaciones, por ejemplo, un tiempo verdadero de descanso para el cuerpo y el espíritu. Primera forma de desintoxicación del ruido.

Volver a encontrar el sabor de los placeres senci­llos. El de andar muy temprano por la mañana a la ori­lla del mar. Respirar por todos los poros de la piel el perfume de los aromas de nuestra tierra natal.

Oír el rugir de las olas o el chapoteo regular del flujo y reflujo, eco de nuestra historia multimilenaria. Oír el silencio de las montañas nevadas cuya majestad cuenta la pequeñez del hombre y también su grandeza, pues es capaz de pensar en ella.

Vagar por el campo. Preferir los pequeños senderos encajonados a las luces de los casinos. Acercarse con paso lento a un manantial. Admirar la delicadeza de las nerviaciones de una hoja, la laboriosa habilidad de una hormiga, la perfección de una flor, una tela de araña en la que el rocío ha depositado perlas de luz.

Volver a encontrar algunas virtudes en la pereza dis­frutando de quedarse en la cama hasta tarde. Acostarse en la hierba al pie de los grandes árboles. Y allí, con la frente vuelta hacia el cielo, dejarse acariciar por el viento, abrazarse con el apacible balanceo de las ramas. No pen­sar en nada. Ser sencillamente un árbol. Captar la energía vital de su savia que sube desde las raíces al asalto de la cima. Convertirse por algunos momentos en esa asom­brosa encrucijada del reino mineral, vegetal y animal.

Placer de conversar con un viejo sentado a la puerta de su casa. Unirse a una partida de petanca con la gente del terruño. Volver a encontrar los gestos simples de la felicidad, de saborear la densidad y lo imprevisto de lo cotidiano. Saborear el encanto y la humilde penumbra de una capilla cuya llave hemos tenido que ir a buscar en casa de una vecina. Callarse. Callarse. Sumergirse en el silencio como en un baño que regenera.

Librarse de la tiranía de la «tele» o el celular para tejer de nuevo los lazos familiares con tanta frecuencia deshe­chos por las exigencias y los horarios del trabajo. Rela­jarse y reír juntos. Jugar al parchís, coger de la mano al más pequeño para correr, a merced del viento, por las campiñas perfumadas o leer con él, sentados en el suelo, su último tebeo.

Pero veremos que este descanso psíquico solo es una etapa. El silencio no es únicamente ausencia de ruidos. Tiene que acompañarle el silencio psicológico para abrirse sobre los otros niveles del silencio, el de la con­ciencia y el del alma o del «corazón» que escucha al Espíritu".

M Bault

jueves, 19 de septiembre de 2019

¿No nos conoces? Pero…


  


                                                                              
Pues no os conoce ¡No!, fariseos y fariseos responsables de la condena de muchos. No solo se inventan su propio evangelio sino que arrastran a otros… Al final todos condenados ¡Vaya panorama macabro!

El Evangelio advierte de ello… Pero la gente no Lee y cree que por ser millones los que no Leen y hablan sin saber, tienen más razón que un solo Hombre que Habló por boca de Dios. 
     
La “Puerta estrecha” ¿Crees que entrarás? Si el Evangelio lo has confeccionado a tu medida pero dices “seguirLe”, tendrás que oír esto: “No sé de dónde eres, retírate de mi… Allí será el  llanto y el rechinar de dientes” (Lc 13, 22-30).

La Palabra de Dios se dio para ser escuchada y leída, no para adornar bibliotecas y; dice muchas cosas que se ignoran y que conforman un “régimen alimenticio sano”, que si no se lleva, ni de perfil se entrará por esa puerta, ni de perfil.
   
Madre mía, qué pocos se salvan… De haber bastado el A.T. y las Tablas de la Ley, Jesús no habría venido para ampliar las Leyes, perdonar y abrir el cielo con su Resurrección.

El A.T. encauza al hombre, pero no habla de Misericordia, solo el Evangelio de Cristo en manos de Pedro (Ipse Christus, Alter Christus), es quien nos salva con la Remisión de los pecados (Confesión).    

No seamos uno de los que desgraciadamente dirá: “Pero si yo… ”. Creerse “buena persona”, es un engaño brutal.  
  
Por Amor te habló para salvar tu alma; por ti, escúchaLe.

Emma Díez Lobo

martes, 17 de septiembre de 2019

Descendiste




Descendiste aquí. 

Viniste al lugar de la miseria, al mundo que casi nunca te llama pero escuchaste a unos pocos que te pidieron venir.

Descendiste y nos hablaste, nos miraste y nos dijiste que la vida verdadera se descubre desde abajo

Descendiste y denunciaste, defendiste la verdad en un mundo que prefiere la mentira a la claridad, la oscuridad a la luz.

Descendiste y  salvaste a muchos de sus vidas sin sentido y otros muchos se sintieron denunciados por tu Luz. 

Descendiste y te entregaste, te rebajaste y aceptaste el lugar de los malhechores

Te mataron, te colgaron de una Cruz, te insultaron, te vejaron y se rieron de ti.

Y, justo en aquel momento, desde aquella Cruz de vida, descendiste y regresaste al amparo de tu madre que te recogió en sus brazos y  te entregó con amor  de nuevo al seno del Padre, desde dónde nos esperas a los que peregrinamos por este mundo, aprendiendo a descender.

(Olga)
comunidadmariamadreapostoles.com


domingo, 15 de septiembre de 2019

El gesto más escandaloso


                                                                         Dios perdona todo…

El gesto más provocativo y escandaloso de Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con simpatía especial a pecadoras y pecadores, excluidos por los dirigentes religiosos y marcados socialmente por su conducta al margen de la Ley. Lo que más irritaba era su costumbre de comer amistosamente con ellos.
De ordinario, olvidamos que Jesús creó una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los pecadores no huyen de él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su mensaje. Lucas nos dice que «los pecadores y publicanos solían acercarse a Jesús para escucharle». Al parecer, encuentran en él una acogida y comprensión que no encuentran en ninguna otra parte.
Mientras tanto, los sectores fariseos y los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio moral y religioso ante el pueblo, solo saben criticar escandalizados el comportamiento de Jesús: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». ¿Cómo puede un hombre de Dios comer en la misma mesa con aquella gente pecadora e indeseable?
Jesús nunca hizo caso de sus críticas. Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que hablaban con tanta seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros asientos en las sinagogas. El conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a los pecadores; ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo. Nadie ha de oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito.
Por eso, Jesús les ofrece su comprensión y su amistad. Aquellas prostitutas y recaudadores han de sentirse acogidos por Dios. Es lo primero. Nada tienen que temer. Pueden sentarse a su mesa, pueden beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su acogida los va curando por dentro. Los libera de la vergüenza y la humillación. Les devuelve la alegría de vivir.
Jesús los acoge tal como son, sin exigirles previamente nada. Les va contagiando su paz y su confianza en Dios, sin estar seguro de que responderán cambiando de conducta. Lo hace confiando totalmente en la misericordia de Dios que ya los está esperando con los brazos abiertos, como un padre bueno que corre al encuentro de su hijo perdido.
La primera tarea de una Iglesia fiel a Jesús no es condenar a los pecadores sino comprenderlos y acogerlos amistosamente. En Roma pude comprobar hace unos meses que, siempre que el Papa Francisco insistía en que Dios perdona siempre, perdona todo, perdona a todos…, la gente aplaudía con entusiasmo. Seguramente es lo que mucha gente de fe pequeña y vacilante necesita escuchar hoy con claridad de la Iglesia.
Ed. Buenas Noticias