sábado, 30 de septiembre de 2017

Que Dios me ilumine

                                                  


                                     
Ayer noche leía algo que me sorprendió por completo, decían en un foro católico de la Virgen que todo aquél que no lleva a Cristo en su vida, no se salva y decir lo contrario era una herejía.

Varios “católicos” escribían juzgando y tachando de hereje a Mª Simma (Austriaca que “dijo tener visiones”) por sus declaraciones sobre el purgatorio, etc.
Yo no sé si dice verdades o es un invento, pero lo que sí sé es que no cometió herejía alguna, pues decir que muchos se salvan aunque sean de otras religiones, no me parece hereje, ni está llevada por el demonio.

Creo que Cristo no es bien entendido… Cristo es un camino, Cristo es aquello de lo que el mundo adolece, Cristo es humildad, caridad, amor, bondad y perdón.

No vino para que le siguiéramos como Hombre sino como Dios, porque Cristo es Palabra. De nade nos vale una estampa Suya si no leemos el Evangelio y hacemos lo que nos dice.   

Si un ser humano no conociera a Cristo pero es todo lo que Jesús vino a decirnos ¿por qué no ha de salvarse? Dios no rechaza a nadie, Dios no te preguntará a qué religión pertenecías sino cuales fueron tus obras con el prójimo.

Dios es eternidad feliz, Jesús su lengua para conseguirlo, pero entiendo que hay personas buenas no católicas desde su nacimiento.  

El privilegio de ser Católico es un honor y un premio incalculable, porque el camino a Dios te lo indica el Evangelio; los que no lo son y carecen de “Guía”, evidentemente, lo tienen más difícil; pero si eres cristiano (no católico) y no comulgas, ni confiesas como dice el Evangelio, lo tienes peor.

No foros sobre el Espíritu de Dios… Todo está Escrito en Su Libro.  

     Emma Díez Lobo



viernes, 29 de septiembre de 2017

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario




Lo importante son las obras, no las palabras

        Para conocer el sentido primitivo de este relato, hay que ver el contexto anterior inmediato: los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo preguntan a Jesús con qué autoridad han expulsado a los vendedores del templo. Jesús les pregunta por el origen de Juan Bautista y ellos no responden porque no les interesa. En el presente relato Jesús ofrece la respuesta: Juan vino como enviado de Dios invitando a la conversión, a la que ellos no han querido responder, a pesar de sus cargos y apariencias de personas religiosas; en cambio, los publicanos y prostitutas, los oficialmente malos, han respondido; más todavía, siguen respondiendo en el seguimiento de Jesús, mientras que ellos se mantienen en su incredulidad. Los oficialmente “religiosos” no hacen la voluntad de Dios, mientras que los oficialmente “pecadores” sí la hacen.

        Con este relato la palabra de Dios invita a fijarse en lo fundamental y no engañarse con lo secundario. Cada uno en el estado y situación en que vive, recibe la ayuda de Dios para hacer su voluntad; lo importante es hacerla, de lo contrario no le servirán de nada sus títulos oficiales (sacerdote, religioso/a, cofradía, hermandad...), pues cada uno será juzgado por lo que haya hecho (primera lectura). El pequeño relato es una invitación a la conversión de todos, a los que tienen títulos religiosos y no hacen la voluntad de Dios y a los que viven apartados de Dios, pues pueden volver al buen camino, como lo hicieron los que vivían así en tiempos de Jesús. A todos es posible la conversión, pues Dios padre los espera a todos.

        La segunda lectura concreta un aspecto de la voluntad de Dios: vivir con los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús, que se encarnó para servir y en el culmen de su humillación fue exaltado como Señor. Esta actitud de vivir buscando el bien de los demás es necesaria para mantener la unidad de la comunidad, que exige humildad y excluye envidia y egoísmo. La humildad y el servicio son el verdadero camino que lleva a la plena realización personal. 

        En la Eucaristía Dios padre nos envía a todos a su viña, trabajando por la unidad eclesial; compartir la Eucaristía implica unirse al sacrificio de Cristo, el que se rebajó y se sometió a la muerte y fue exaltado sobre todo. En ella el mismo Jesús se convierte en alimento para hacer posible compartir sus sentimientos.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


jueves, 28 de septiembre de 2017

Jesucristo y Barrabás, dos formas de mesianismo enfrentadas




Toda la muchedumbre se puso a gritar: ¡fuera ése, suéltanos a Barrabás! (Lc 23, 18).  A estas alturas del conocimiento, por poco que se tenga de los Evangelios, todos hemos oído algo sobre este preso que Mateo le define como “famoso”: “…Tenían, a la sazón, un preso famoso llamado Barrabás…” (Mt 27,16). Sería famoso, probablemente, porque sería muy conocido en los ambientes de aquel tiempo por la guerra de guerrillas que los más exaltados del pueblo judío mantenían con el invasor: el pueblo de Roma. Los Evangelios tratan este encuentro recordando la profecía de Isaías: “…Fue contado entre los malhechores…” (Is 53,12)

¿Era casualidad el encuentro entre Jesús y Barrabás? Hemos de prescindir de la casualidad. Y mucho más cuando el tema que nos ocupa trata directamente con la historia de la salvación de la humanidad. Realmente la casualidad no existe, es palabra pagana que trata de explicar lo inexplicable a los ojos de los hombres, ni debe formar parte del lenguaje cristiano. Para nosotros, es Providencia Divina, ya que todo está previsto por Dios.

Si vamos a la etimología de la palabra Barrabás, Bar-Abbas significa “hijo del padre”, concepto de carácter mesiánico, en cuanto a libertador del oprimido pueblo de Israel. Al hilo de esto, la gran guerra mesiánica del año 132 fue acaudillada por un tal Bar-Kokebá, que significa “hijo de la estrella”, con una composición etimológica similar y con la misma intención (Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret, cap 2).

Orígenes, uno de los Padres de la Iglesia Primitiva, nos añade un concepto realmente curioso: en muchos de los manuscritos de los Evangelios hasta el siglo lll, el nombre del citado revolucionario era nada más y nada menos que el de “Jesús Barrabás, Jesús hijo del padre”. Es, como si dijéramos, el doble de Jesús, con una misión similar, pero defendida totalmente diferente. Jesús es el Príncipe de la Paz, atributo que nunca fue, ni sería, del tal Barrabás.

Aquí, pues, hay un mesías, un libertador, que acaudilla un pueblo esclavo por el poder romano, que llevaría al tal libertador a un caudillaje puramente humano, con toda la violencia que nos cuenta la historia, frente al verdadero Mesías Jesucristo, Hijo de Dios Padre, que libera al hombre de todo mal en la tierra pero sobre todo en el camino hacia el Cielo, que se inmola voluntariamente para la remisión de los pecados de todos los hombres en aras de su salvación.

Siguiendo el razonamiento, podríamos inferir que: “…Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni mis caminos no son vuestros caminos…” (Is 55, 8-9).
El tal Barrabás en su concepto mesiánico, en nada tiene que ver con el Mesías prometido por Dios, Jesús de Nazaret

Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades Moreno

miércoles, 27 de septiembre de 2017

A Dios lo que es de Dios



En la historia de la humanidad y en la historia del cristianismo hay dos maneras de concebir la autoridad. De las dos nos habla el Nuevo Testamento y a ellas aluden explícitamente algunos dichos de Jesús.
La primera es la autoridad despótica de quien la ejerce no para servir a los súbditos, sino para aprovecharse de ella en beneficio propio o de una élite. A esta autoridad tiránica alude Jesús cuando responde a la estrafalaria petición de la madre de los Zebedeos, que pretende que sus dos hijos, Santiago y Juan, se sienten a su derecha e izquierda en su reino. “Vosotros sabéis que los príncipes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen” (Mt 20,25).
La segunda concibe a la autoridad como algo querido por Dios para el servicio y el gobierno de la sociedad. En este sentido dice san Pablo que la autoridad viene de Dios y que el insumiso se opone a las leyes divinas y forja su propia condena (Rm 13,1-3). Más explícitamente afirma san Pedro que el emperador y los gobernantes son emisarios divinos para castigar a los malhechores y premiar a los que hacen el bien (1Pe 2,14). Seguramente los dos se inspiraban en la respuesta de Jesús a Pilato: "No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de arriba" (Jn 19,11). Toda autoridad, pues, viene de Dios.
Jesús enfatiza muchas veces que toda autoridad existe para servir. Lo hace en su respuesta a la madre de los Zebedeos citada más arriba: “El que entre vosotros quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que entre vosotros quiera ser jefe, que sea vuestro esclavo, pues el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a entregar su vida en rescate por todos” (Mt 20,25-28).
Jesús además nos ilumina en el evangelio de este domingo sobre el comportamiento que el cristiano ha de tener ante la autoridad. Lo hace cuando los fariseos intentan envolverlo con aquella pregunta capciosa: “¿Es lícito pagar el impuesto al César? (Mt 22,17). Pagar impuestos nunca fue apetecible para nadie. Aún lo era menos para los judíos, que sabían que el destinatario era el poder opresor de los romanos. Jesús hubiera sido aplaudido si hubiera respondido como los zelotas: "al César, nada; al César ni agua". Pero con esta actitud habría firmado su propia sentencia de muerte. Esa era la intención de los fariseos.
Jesús era, como reconocen sus enemigos en el evangelio de hoy, un maestro sincero, que enseñaba el camino de Dios sin importarle el juicio de los hombres; y así, en asunto tan grave como era definir la naturaleza del poder temporal, siguió la norma consignada en otro lugar del evangelio de San Mateo: “No he venido a abolir la ley sino a cumplirla” (Mt 5,17). Al fin y al cabo su reino no era de este mundo, como Él mismo manifiesta ante Pilatos (Jn 18, 36).
Jesús está convencido de que la autoridad temporal no puede prevalecer sobre los intereses de Dios. De ahí la respuesta de Jesús llena de sabiduría: Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22,21). Sobre la segunda parte de la respuesta nadie le había preguntado. Jesús, sin embargo, sabía que la colisión entre las dos potestades, la terrena y la celestial, iba a ser un obstáculo para la implantación de su Reino. De hecho, ya en el siglo I, pocos años después de su ascensión a los cielos, los cristianos, que rezaban por el emperador y pagaban los tributos, se negaron a darle culto y, como consecuencia, se produjeron los primeros martirios, entre ellos los de los apóstoles Pedro y Pablo, a los que seguirán martirios innumerables.
Pero frente al César y a las autoridades temporales no sólo se peca desobedeciendo sus leyes justas, sino concediéndole más derechos de los que le corresponden. El protestantismo no se habría consolidado y el cisma de la Iglesia de Oriente no habría subsistido si sus seguidores no se hubieran refugiado en los príncipes. La Iglesia católica también habría ganado en caridad y calidad si para su expansión y desarrollo no se hubiera servido del llamado brazo secular.
Esta es la lección de la historia, que, como maestra de la vida, nos obliga a tener siempre presente esta famosa sentencia de Jesús: "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". La Iglesia debe respetar y honrar a las autoridades, pero sin enfeudarse, sin perder la libertad evangélica para cumplir su misión, aunque ello conlleve ser más pobre y desvalida. Lo suyo es confiar en la fuerza y el poder de Dios. Las autoridades seculares, por su parte, han de respetar la libertad de la Iglesia y de ningún modo utilizarla para sus propios fines.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla

martes, 26 de septiembre de 2017

La luz de la lámpara







Muchas veces se ha dicho y repetido de una u otra forma que los caminos de Dios son distintos a los de los hombres. Esto es casi un axioma para el cristiano, infinidad de pasajes evangélicos avalarían la anterior aseveración por lo que no es menester ejemplificar, pero con todo y con ello refresquemos la memoria aunque solo sea como vía argumentativa con unos pocos ejemplos: la parábola de los jornaleros (los primeros protestan porque ellos, que han aguantado el peso del día y el bochorno, han sido tratados como los últimos, que solo han trabajado una hora); parábola del perdón (nosotros cuantificamos: ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿hasta setenta veces?, Jesús dice que siempre); el ejemplo más palmario sería que Él murió para salvarnos, ¿quién de los humanos ha hecho o hará jamás otro tanto? Los ejemplos podrían ser muchísimos más, pero no es necesario para algo que es lo suficientemente nítido.

Sin embargo hay un pasaje evangélico en que coincide el punto de vista divino y el humano, este es  el relato de la lámpara escondida (Lc 8, 16-18). Parece que todos estamos de acuerdo en que “nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz”. La cita es tan evidente que no merece explicación, pero tratemos de exprimirla un poco más a fin de sacarle algún fruto espiritual.

El sentido que Jesús quiso darle parece que no puede ser otro que el de que nos insta a ser una luz clara y radiante para dar luz en lo espiritual al prójimo; ¿cómo podemos hacerlo? Quizá antes de responder a esta pregunta sería más prudente y práctico pensar en el modelo, en el ejemplo a seguir para ser una buena lámpara y este no puede ser otro que Jesús de Nazaret. Él es el único modelo para los cristianos ‒e incluso los no cristianos lo citan como ejemplo en ciertas ocasiones‒. Siendo el Ser Supremo se abajó a hacerse uno como nosotros, vivió de una forma humilde y sencilla, estuvo tres años explicando su doctrina y como colofón murió de la forma más humillante. Ahí lo tenemos en lo alto de una cruz sobre un monte iluminando al mundo entero.

Volvamos atrás. ¿Cómo podemos hacerlo? Pues, si Él es nuestro modelo de luz, es evidente que habrá que hacer lo mismo y de la misma manera que Él: llevar su doctrina lo más clara y fiel posible a los demás, esto es, haciéndonos presentes en medio del mundo como tales cristianos y sin tapujos, hablar sin complejo y sobre todo vivir, dar ejemplo con nuestra vida, con las obras, con nuestro actuar. De ninguna manera puede haber disensión o contradicción entre nuestro decir y nuestro proceder. El primer, mayor y mejor ejemplo son las obras. Que nadie pueda decir aquello de haced lo que yo diga, pero no hagáis lo que yo hago. Así de sencillo es nuestro iluminar: el ejemplo; es la mejor forma de que los demás vean, es la mejor forma de que la casa esté iluminada y nadie pueda tropezar. Ahora bien, si llevamos doble vida entre el decir y el obrar, seguro que crearemos confusión en vez de claridad; no seríamos de fiar y esto es una de las peores cosas que le puede ocurrir al cristiano. Por tanto, podemos concluir que no hay otra forma mejor para que nuestra lámpara ilumine a los demás que el ejemplo de vida. Con un pequeño cambio de la palabra “imagen” (del dicho periodístico) por “ejemplo”, se podría decir que un ejemplo vale más que mil palabras.


Pedro José Martínez Caparrós

lunes, 25 de septiembre de 2017

¡Más allá de la justicia y la bondad, está la "excelencia"!


Siempre me costó entender la parábola «de los obreros en la viña». Ni te cuento lo que sudaba cuando tenía que predicar sobre ella. Fue mi director espiritual quien, con toda sencillez y naturalidad, me ayudó a «caer del guindo». Le bastó una palabra mágica: «la excelencia». Desde entonces se ha convertido personalmente en mi «comodín» espiritual.
Ángel, me decía, en la vida una cosa puede ser justa, incluso hasta buena. Da gracias a Dios si percibes que el Señor te «descoloca», amplía tu horizonte de miras y te pide que no te conformes con menos, ¡apuesta por la «la excelencia»!
Os confieso que cuando soy capaz de hacerlo, funciona. Palabra. Me hace sentir la vida como «gratuidad». Me hace experimentar que más allá de la justicia y de la bondad… está su misericordia divina que alcanza a todos, ofreciendo a cada uno de sus hijos lo que en cada momento necesitan. Y aquellos obreros, que no fueron contratados sino al final del día, necesitaban sentir la dignidad de saberse hijos, igual que los primeros. ¡Qué fuerte…! ¡Qué miope soy a veces!
El 26 de agosto, en la explanada de Lourdes, traté de explicárselo a los cuarenta jóvenes voluntarios que peregrinaron con la Hospitalidad. Y se emocionaron. Os comparto las siete pinceladas que adapté de J. Jauregui, por si os pueden ayudar:
1) ¡Dios sueña con tu «excelencia». No te conformes con menos! La arcilla cuando es barro, vale muy poco. Pero modelada por el ingenio del artista se hace obra de arte. Del lodo de los caminos pasa a los grandes museos… ¿Qué puedes hacer con tu arcilla (vida)?
2) ¡Dios sueña con tu «excelencia». No te conformes con menos! El tronco de un árbol puede pudrirse en el bosque o ser cortado para leña. También puede ser tallado por el alma de un artista y convertirse en una magnífica estatua. ¿Qué escultura querrías que Dios modelase en ti?
3) ¡Dios sueña con tu «excelencia». No te conformes con menos! El estiércol puede quedarse para siempre en «excremento». Sin embargo, aplicado a la tierra se convierte en abono que la vivifica. La vida es y vale aquello que tú eres capaz de hacer con ella.
4) ¡Dios sueña con tu «excelencia». No te conformes con menos! Después de mil trescientos años, se encontraron unas semillas secas en las pirámides. Todos pensaron que ya no servirían. Alguien las sembró. Volvieron a dar trigo. Nunca tu vida estará tan seca que no pueda reverdecer.
5) ¡Dios sueña con tu «excelencia». No te conformes con menos! La tierra puede ser puro erial. O puede ser un lugar de sementera donde la primavera hace florecer de espigas los tallos. Puede ser también alfombra de flores. De ti depende hacer de la vida un desierto o un vergel.
6) Dios sueña con tu «excelencia». No te conformes con menos. No pidas que sea Él quien lo haga todo en ti. El respetará tu libertad y tu conciencia, no hará por ti lo que no quieras hacer. Que nadie pueda decir que eres menos de lo que Dios soñaba de ti.
7) ¡Dios sueña con tu «excelencia». No te conformes con menos! Todo depende de tu decisión. Decídete. No estés jugando con tus miedos ni con tus indecisiones. Juega a ganar. Juega a SER. Y lo serás.
Esta «miopía» también puede llegar a los que estamos en nuestras comunidades cristianas que, movidos por el espíritu evangelizador y misionero que el Papa Francisco nos ha imbuido de salir a los caminos, cuando regresen al hogar muchos de sus hijos alejados, tratemos de hacerles «purgar» su extravío o su inconsciencia en lugar de tratarlos con la dignidad que lo hiciera el dueño de la viña con los últimos jornaleros.
En los planes de Dios la misericordia sobrepasa a la justicia. La gratuidad de la salvación y del perdón forma parte del pensamiento de AQUEL cuyos planes, afortunadamente, no coinciden con los nuestros. Menos mal.
¡Veis cómo ser cristiano, cuando uno es coherente y encarna los valores evangélicos, es lo más fascinante, progre y novedoso...! No te conformes con menos. Apuesta por la «excelencia». Y sabrás lo que es  «FLOTAR», esto es, «VIVIR EN GRACIA», sostenido por Dios.
Con mi afecto y bendición,
Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

domingo, 24 de septiembre de 2017

Los jornaleros




En una somera lectura, sin apenas reflexionar, la interpretación de este pasaje evangélico (Mt 20, 1-16) nos puede causar un cierto desacuerdo con el Maestro, porque ¿cómo van a tener la misma recompensa aquellos que han entregado toda su vida a vendimiar en la viña del Señor, que aquellos que se han incorporado a última hora?, ¿cómo van a ser iguales ante Dios aquel misionero, que derrite su vida en la tórrida selva intentando llevar consuelo material y espiritual a los nativos, que aquel otro traficante de armas, droga, mujeres, etc., que aniquila las vidas de esos mismos nativos para beneficio propio? Parece que no es justo que tenga la misma recompensa, el mismo denario, unos seres que están en clausura toda una vida rezando por los demás, que los que toda una vida son unos disolutos y entregados al vicio. Pues sí al final unos y otros tendrán el mismo denario: la Redención. ¿Entonces?

Pues cambiemos el punto de vista, no miremos con nuestros ojos humanos, sino hagámoslo con el punto de vista de Dios. Es que los planes y formas de pensar de Dios son muy distantes y distintos a la de los hombres. No se trata de la paga o “jornal” que se va a recibir al final, pues será el mismo, sino de la “llamada”, lo importante es ser llamados, en la llamada está el “quid” de la cuestión. La ventaja la tienen los que han sido llamados los primeros, ellos son los que van a gozar toda su vida del privilegio de haber sido llamados antes, tendrán el privilegio de trabajar más tiempo en la viña del Señor, tendrán más tiempo recibiendo las gracias divinas.

A ver si con un ejemplo humano, que es lo que entendemos, aclaramos algo la idea divina, que nos cuesta más entender. Imaginemos un matrimonio que han tenido un hijo natural y mucho tiempo después, a los 20 o 30 años, deciden adoptar otro. Al final de la vida de esos padres los dos hijos recibirán la misma herencia, ambos tendrán el mismo valor de las cosas materiales y dinero que les dejen, pero ¿quién habrá recibido a lo largo de su vida más mimos, caricias, amor, desvelos, risas o llantos de su padres? ¿Cuál de los dos habrá tenido más oportunidad de mirar por los padres?, ¿cuál de los dos habrá tenido más oportunidades para mostrar el respeto, cariño, amor y agradecimiento debidos? ¿Quién ha gozado más tiempo de la presencia de los padres? En el fondo deberíamos valorar estas últimas cosas inmateriales más, nos deberían llenar más que aquellas otras materiales.

Por tanto demos gracias a Dios por habernos dado más oportunidades, démosle las gracias por haber sido llamados antes, por habernos dado más tiempo para trabajar en su viña. No sintamos envidia de los que también hayan sido agraciados con la muerte de Jesús, aunque haya sido a última hora y por casualidad, sino alegrémonos con ellos. No censuremos la misericordia divina ni nos resintamos con aquellos que también la reciben y se aprovechan de la misma. Goza de tu porción de tiempo.


Pedro José Martínez Caparrós

viernes, 22 de septiembre de 2017

XXV Domingo del Tiempo Ordinario



Los dones de Dios son gratuitos

Todo es fruto de la misericordia infinita de Dios, cuyos planes con frecuencia nos desbordan. Todos están inspirados en el amor y ordenados a la salvación de toda la humanidad (primera lectura). No sólo tienen en cuenta a los que ya están en camino de salvación, sino que abarcan a toda la humanidad, invitando constantemente de múltiples maneras por medio de su Espíritu a los que aún no se han puesto en camino (Evangelio).

En su contexto histórico la parábola del Evangelio es un texto antifariseo, dirigido a personas que ya están trabajando en la viña de la salvación, pero que han olvidado de que todo se debe a la misericordia de Dios padre que los ha llamado a trabajar. La fe es un don de Dios, que no sólo concede el perdón y una vida nueva, sino también la capacidad de hacer obras buenas (Ef 2,10). Los cumplidores fariseos están molestos con Jesús porque come con publicanos y pecadores y les ofrece la salvación, igual que a ellos, pues la llegada del Reino de Dios exige la conversión de todos. Jesús quiere hacerles ver que todo lo que hacen bueno es una gracia de Dios, que tienen que agradecer con un corazón amplio, que desee que todos los demás puedan compartir la gracia que ellos han recibido.

Para entender la parábola hay que situarse en el contexto sociológico de la época: un propietario sale a buscar trabajadores y elige libremente a los que quiere. Ya la misma elección tiene carácter de favor. Como el propietario era “bueno”, quería que todos los habitantes del poblado trabajaran y por ello a diferentes horas del día continúa llamando y enviando a su viña, y al final, “comenzando por los últimos” a todos da un denario. A los llamados a primera hora (mundo fariseo) se les dio también un denario, lo que se les ofreció, por lo que propietario  fue justo con ellos; pero ellos no valoraron el trabajo realizado como don de Dios sino como fruto de su esfuerzo y mérito y por eso con lógica humana pensaban que recibirían más. Sin embargo la lógica divina, inspirada en el amor, supera la lógica humana; lo que debería ser motivo de alegría es para el fariseo motivo de envidia, “pesar por el bien del prójimo”.

        Al cristiano de hoy invita la parábola a la alegría por todos los dones recibidos, todo es don de Dios. Si ha tenido la suerte de estar trabajando en la viña desde la primera hora, debe considerarse bienaventurado, porque el Señor lo ha elegido desde el comienzo y ha tenido la suerte de experimentar que Cristo es su vida (segunda lectura) y vive una vida con sentido, acompañado de múltiples gracias y ayudas en la Iglesia. Por eso debe desear que su situación se extienda a todos, incluso a las “prostitutas y los publicanos” de nuestro tiempo, que caminan por el camino ancho y se ríen del camino estrecho del que ha sido llamado. Hoy día no es rara la postura de rechazo por parte de “los de toda vida” ante los conversos, que se incorporan a la comunidad cristiana con ánimo nuevos.

La Eucaristía es invitación universal al banquete que nos prepara el Padre. Hay que agradecer estar entre los reunidos y verlo como una gracia de Dios, y pedir al Padre que sean cada vez más los que se reúnen.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

miércoles, 20 de septiembre de 2017

El ángel de Dios

     


              
                                                           
El otro día me preguntaba cómo se llamaría mi ángel de la Guarda y algo me respondió: Pues no, no tienes un ángel propio que te cuida todo el día…

-Ah ¿no?

-No, ni naces con él, ni está 24 horas a tu lado como el mundo cree.

-¡Vaya por Dios!!! Pero…

-Ya, lo sé. Dios creó ángeles guardianes, cierto, y yo soy uno de ellos, pero de ahí a que tengáis uno pegado todo el día, pues como que no. ¿Recuerdas cuando Jesús estaba solo en Getsemaní?, estaba SOLO sin ángel, pero su Padre envió a uno de nosotros para que Le consolara y soportara aquél cáliz. Dios nos envía…

-Ósea, que no estáis en permanencia como “los cascos azules” ¿no?

-Pues no hija, estamos cuando Él lo cree conveniente y de hecho nos ha enviado muchísimas veces, siempre por alguna razón misteriosa que ni yo conozco.

-¡Qué contrariedad! Yo que pensaba que dormía conmigo…

-¡Qué más te dará si Dios nos envía cuando quiere! y sin sus mandatos, no podemos hacer nada, de hecho lo habrás visto miles de veces en niños, por ejemplo, atropellados. Cuando bajamos del cielo, contravenimos la evidencia y la lógica.

- ¡Pufffff! estoy un poco…

-¿Por qué, si tienes a Dios preparándote permanentemente para lo que suceda? Si quisiera hacer un milagro y enviarnos, lo haría.

¿Sabes dónde estamos siempre con vosotros? En la Eucaristía, pero solamente con aquellos que Comulgan perdonados en confesión por su real arrepentimiento. Hay personas que no llevan ángel… ¡Sabrás el motivo!

- Sí, adiós ángel. Ahora entiendo.  


Emma Díez Lobo

martes, 19 de septiembre de 2017

“70 veces 7”

                                                       

                                    

70 veces 7 son las veces que un sacerdote te perdonará durante toda tu vida.

 Sí, es suficiente y sobran; lo he calculado, son más de las veces que nos acercaremos a la confesión a lo largo de los años sin accidente o enfermedad temprana mortales, en cuyo caso, las veces sobran por todos lados.  

Un cristiano católico “normalucho” del montón, no llega a confesarse 449 veces en toda su vida, he dicho los del montón, no de los sanos maravillosos que desde la infancia llevan los Mandamientos de la Santa Iglesia a rajatabla.

La mayoría de nosotros tuvimos épocas, años y largas rachas de “pasar” del alma; son esos “espacios” de tiempo donde el hombre descubre el mundo… A mí me sucedió y recuerdo no darle gracias por ser católica y vivir atesorando oportunidades salvadoras.  

Un día te llama Dios y te dice: ¿Quieres volver Conmigo?, deseo recordarte el camino de tu salvación… Y ahí empieza la difícil andadura de la verdad donde la confesión es parte de tu vida y la Eucaristía, la fuerza para amar y superar los “breakings” de la vida. Te conviertes en amante de almas de la tierra y del purgatorio; entonces, sólo entonces, entiendes el amor de Dios.

Os imagino haciendo cálculos… Sí sale, sí. Y aunque Dios lo dice de forma figurativa para que entendamos que tantas veces como deseemos, siempre seremos perdonados a través de su representante, el cálculo coincide.  

Emma Díez Lobo



domingo, 17 de septiembre de 2017

Vivir perdonando



Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que los persiguen, el perdón a quien les hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario, pero poco realista y muy problemático.

Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos y conflictos. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos? En concreto: «¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda?».

Antes de que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios, que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.

Sin embargo, Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía, donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.

La respuesta de Jesús exige ponernos en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.

Entre los judíos era conocido el «Canto de venganza» de Lámec, un legendario héroe del desierto, que decía así: «Caín será vengado siete veces, pero Lámec será vengado setenta veces siete». Frente a esta cultura de la venganza sin límites, Jesús propone el perdón sin límites entre sus seguidores.

Las diferentes posiciones ante el Concilio han ido provocando en el interior de la Iglesia conflictos y enfrentamientos a veces muy dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de Internet para sembrar agresividad y odio, destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.


 Ed. Buenas noticias

sábado, 16 de septiembre de 2017

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario



Perdónanos, pues perdonamos.

        Esta parábola es un comentario a la petición de perdón del Padrenuestro,  donde Jesús presenta en forma de oración los elementos más importantes de su mensaje sobre la paternidad de Dios y de su Reino. Mateo, en su evangelio, la inserta en un contexto concreto de la predicación sobre el reino de Dios, que es el de las condiciones de vida de la Iglesia, el capítulo 18 llamado “Discurso eclesial”.

La expresión hebrea abstracta Reino de Dios hay que entenderla en sentido concreto de acuerdo con la mentalidad judía, para la que decir Reino de Dios equivale a decir que Dios reina, es decir, ejerce su poder salvador aquí y ahora. La Iglesia nace como consecuencia del comienzo del Reino y a su servicio, pues es un grupo numeroso que ya está experimentando el poder salvador de Dios, son hijos de Dios y hermanos entre ellos, son la familia de Jesús y el signo visible del Reino de Dios en la historia.

        Condición indispensable para que sea posible  esta realidad es el perdón, pues ¿cómo será posible vivir en amistad con Dios padre si lo ofendemos continuamente? Es posible porque Dios nos perdona continuamente; ¿cómo será posible vivir fraternalmente entre nosotros si nos ofendemos continuamente? Es posible porque nos perdonamos continuamente. El perdón por parte de Dios está asegurado, cuando se pide con las debidas condiciones y una de ellas es el perdón al hermano: Así hará mi Padre celestial con vosotros si cada uno no perdona a su hermano de corazón (Mt 18,35).

        La parábola compara dos perdones totalmente diferentes. A la primera deuda, que evoca el perdón de Dios, se le asignan 10.000 talentos, cantidad desorbitada en aquella época que el deudor nunca podrá pagar. Es difícil ofrecer equivalencias de monedas, especialmente cuando se trata de monedas antiguas, pues se trata de sistemas cambiantes y, por otra parte, la cantidad hay que verla en su contexto económico concreto. No es lo mismo tener 100 ptas en 1950 que su equivalente 6 euros en 2011.  10.000 talentos equivalen aproximadamente a 4.520.000 euros, unos 75 millones de ptas. oro de aquella época. A la segunda deuda se le asignan 100 denarios, cantidad irrisoria al lado de la anterior, pues equivalía a 7,53 euros, unas 1.250 ptas oro.  Se trata de una deuda, que el deudor podría pagar, pues en aquella época un denario equivalía al salario de un día. Es una invitación a tomar conciencia de la ofensa a Dios, en un tiempo en que se ha perdido el sentido de pecado.
        Hay que tomar conciencia de la diferencia existente entre la deuda a Dios y la del prójimo. Jesús, en el Padrenuestro, emplea el término deuda (Mt 6,12), sugiriendo con ello  que entiende el pecado como algo que debíamos dar a Dios y no lo hemos dado. Tenemos que dar a Dios amor “con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas” (Mt 22,37), cosa que no hacemos porque por  nuestros pecados positivos y por nuestras omisiones nunca llegamos al todo; por otra parte, “pertenecemos totalmente a Jesús”, como recuerda Pablo (segunda lectura), cosa que tampoco realizamos. En cambio la deuda  al prójimo es diferente, pues la regla es “amarlo como a uno mismo”, regla que exige esfuerzo pero a nuestro alcance con la gracia de Dios, ya que el perdón divino nos capacita para ello. El perdón divino reconstruye la persona y le da un corazón de carne capaz de amar y perdonar al hermano. Pero no es un perdón mágico, sino que necesita que la persona acoja la misericordia divina, se deje transformar y lo manifieste en el perdón del hermano.

Todo esto no es cuestión de “sentir”. Normalmente no se siente nada cuando se recibe el perdón de Dios, pero se tiene la certeza de haberlo recibido y de estar capacitado para perdonar. Igualmente perdonar al hermano no es cuestión de sentir. Las ofensas suelen dejar en muchas personas una herida psicológica que es difícil de curar, aunque el paso del tiempo la va debilitando e incluso puede llegar a desaparecer. Perdonar es obrar con el hermano buscando su bien e impidiendo que el recuerdo de la ofensa interfiera en la decisión.

Todas las lecturas son un canto a la misericordia de Dios que perdona y transforma. En la Eucaristía se celebra de forma especial esta misericordia y sus frutos. Comenzamos pidiendo perdón de nuestras deudas, nos damos la paz como expresión de amor fraternal, nos ofrecemos al Padre todos unidos en Jesús, comulgamos con Jesús y con todos los hermanos.


Dr. Don Antonio Rodríguez Carmona

viernes, 15 de septiembre de 2017

Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá



Himno

Reina y Madre de Colombia,
te corona nuestro amor;
Virgen santa del Rosario,
protege al pueblo y nación.-

El santuario provinciano
redunda en gracia y piedad,
es centro de romerías,
Centro de culto filial.-

Dichosa la tierra amada
que goza de tu favor;
irradia, Madre, en tus hijos
de tu imagen el fulgor.-

Concurre el fiel a tu templo
para ofrecer su oblación;
por campos y valles se oyen
sus cánticos y oración.-

Gloria a ti, Jesús nacido
de la Madre virginal;
al Espíritu y al Padre
se rinda gloria inmortal. Amén 

Oración de su Santidad Juan Pablo II
Santuario de Chiquinquirá, Colombia, 1986

Oh Virgen, bella flor de nuestra tierra, envuelta en luz del patrio pabellón, eres tú nuestra gloria y fortaleza, madre nuestra y de Dios.

En burda tela avivas tu figura con resplandor de lumbre celestial, dando a tus hijos la graciosa prenda de la vida inmortal.

Orna tus sienes singular corona de gemas que ofreciera la nación, símbolo fiel del entrañable afecto y del filial amor.

A Ti te cantan armoniosas voces y te aclaman por Reina nacional y el pueblo entero jubiloso ofrenda el don de su piedad.

Furiosas olas a la pobre nave contra escollos pretenden azotar; tu cetro extiende y bondadosa calma las olas de la mar.

Brote la tierra perfumadas flores que rindan culto a tu sagrado altar; prodiga siempre a la querida patria los dones de la paz.

A Ti, Jesús, el Rey de las naciones, a quien proclama el corazón por Rey, y al Padre y Padre y al Espíritu se rinda gloria, honor y poder. Amen.

Reina y Madre de Colombia, te corona nuestro amor; Virgen Santa del Rosario, protege al pueblo y nación. El santuario provinciano redunda en gracia y piedad, es centro de romerías, centro de culto filial.

Dichosa la tierra amada que goza de tu favor, irradia, Madre, en tus hijos de tu imagen el fulgor.

Concurre el fiel a tu templo para ofrecer tu oblación; por cánticos y valles se oyen sus cánticos y oración.

Gloria a Ti, Jesús, nacido de la Madre virginal; al Espíritu y al Padre se rinda gloria inmortal. Amén.


Oración 

Padre nuestro, en tu amorosa solicitud has querido favorecer a nuestra Patria dándonos en Chiquinquirá un signo de tu presencia; por la intercesión poderosa de la Virgen María, cuyo patrocinio hoy celebramos, concédenos crecer en la fe y lograr nuestro desarrollo por caminos de paz y de justicia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.-