jueves, 31 de diciembre de 2020

“Año de san José”: Con el corazón de padre, ante el hambre del mundo

 


El Papa Francisco ha querido conmemorar el 150º aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia universal convocando un “Año de san José” y escribiendo una carta apostólica, titulada Patris Corde (“Con corazón de padre”). Quiero dedicar los párrafos siguientes a reflexionar sobre qué puede significar este patronazgo de cara al compromiso por erradicar el hambre en el mundo. Lo haré siguiendo los siete puntos que destaca el Obispo de Roma en la mencionada carta.

Primero, san José “siempre ha sido amado por el pueblo cristiano” y eso incluye, de manera especial, a quienes se encuentran en situación de pobreza y exclusión social. Muchos de nuestros hermanos pueden vivir una cierta sensación de orfandad. Esa angustia se atenúa al encomendar la propia vida a la protección del Santo Patriarca. Su intercesión genera gran serenidad espiritual, un gozo especial, como el que experimentan los hijos cuando se acogen al amor paterno. Igual que hizo con Jesús en Belén y en su huida a Egipto, san José sabe hacerse presente en las intemperies y dificultades de la vida.

En segundo lugar, san José se muestra lleno de ternura. “Muchas veces pensamos que Dios se basa solo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad”. Por eso, sigue diciendo el Papa, “debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura”. Quien sufre el flagelo del hambre, no solo advierte la debilidad sino que puede incluso caer en la desesperación. El Esposo de María nos muestra que, “en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia”.

Un tercer aspecto relevante es que san José fue padre en la obediencia. El evangelista Mateo nos dice que, en cuatro ocasiones, el Custodio del Redentor recibió la palabra del Señor que le hablaba en sueños; y las cuatro veces supo escuchar y obedecer. El evangelista Lucas, por su parte, narra cómo “José afrontó el largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto, para empadronarse en su ciudad de origen”. Muchas veces, también los pobres deben obedecer leyes impuestas desde fuera, que no comprenden y que les provocan más incomodidad que provecho.

Cuarto, José aparece como padre en la acogida. “Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión”. Esto lo experimentamos todos, pero ¡cuánto más quienes sufren a diario para llevar la comida necesaria a sus hogares! “José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte”. Por eso, ni se conformó ni persiguió soluciones fáciles. “No buscó atajos, sino que afrontó ‘con los ojos abiertos’ lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona. La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil”.

El quinto rasgo es muy importante: se trata de la valentía creativa. “Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener”. De nuevo, esto se agudiza en las situaciones de penuria y privación. “Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar”. Y, de nuevo, aquí el ejemplo de san José viene en nuestra ayuda, hasta el punto de que el Papa dice que el Esposo de la Virgen María es “un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria”, reconociendo que es visto como “protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos”.

En sexto lugar, el Santo Patriarca es modelo para los obreros y asalariados. Esta faceta cobra especial sentido en estos momentos de crisis global, que exige “redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva ‘normalidad’ en la que nadie quede excluido”. Porque, sin duda, “una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución”. Por ello, anima el Papa: “Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!”.

Finalmente, la figura del Esposo de la Virgen brilla por su modestia y humildad, por su actuar en el silencio del amor. Es alguien que, con gran discreción y delicadeza, no abandona a su hijo: “Lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos”. El Custodio del Redentor supo vivir, desde la lógica de la donación, el don de sí mismo: “Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida”. También en los contextos más duros de pobreza, el Buen Padre Dios sigue animando a todos a ayudar a los desvalidos sin protagonismos malsanos, sin exigir aplausos ni caer en nocivas propagandas. Supliquemos a san José la creatividad para socorrer a todos con eficacia y fortaleza. Digámosle que nos alcance el vigor y la imaginación para ponernos junto a las nuevas generaciones, de manera que miren el futuro con confianza y puedan salir adelante.

En definitiva, como señala el Papa Francisco, “todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en ‘segunda línea’ tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”. También cada uno de nosotros. También ante el reto del hambre y de la pobreza.

Fernando Chica Arellano

Observador Permanente de la Santa Sede

ante la FAO, el FIDA y el PMA

 

miércoles, 30 de diciembre de 2020

FELIZ, ESPERANZADO Y MEJOR AÑO


 

El Belén de mis calles y plazas

 

Son días de remembranza especial, que se cuelan incluso en este panorama incierto por la pandemia que nos acecha. ¿Cabe decir “feliz navidad” este año? Por supuesto que sí. Porque esta fiesta, la más cristiana junto a la pascua, representa la certeza de que Dios no se ha marchado fugándose de nuestra pobre y complicada realidad asustada. Él está en el meollo de nuestros avatares como una luz discreta que sostiene nuestra esperanza. En mis años romanos, cuando allí preparaba mi doctorado, llegando los días previos de la Navidad dedicábamos un tiempo cada día para ir preparando el “nacimiento”, que en tantas iglesias romanas se instalaban como ambientación navideña. En Italia también prendió grandemente el gesto de San Francisco de escenificar el nacimiento de Jesús, reconstruyendo esa escena a través los llamados “belenes vivientes”, que luego fueron poco a poco transformándose en “belenes artísticos” con una reproducción en miniatura de aquella noche de salvación junto a la santa cueva de Belén, en aquellas majadas del oriente.

Nuestra comunidad franciscana estaba en el barrio más popular y antiguo de la Ciudad Eterna: el Trastévere. Yo tenía un compañero fraile dotado de verdaderos talentos arquitectónicos. Era bueno en la teología, en la música, y en la virtud con la que vivía su entrega sencilla llena del amor de Dios. Pero, también el cielo le bendijo con el arte que sus manos sabían amasar bellamente. Entonces ideó hacer un belén diferente. Reconstruyó en escayola nuestra calle: los edificios reproducidos a escala de modo perfecto, las tiendas que en la acera par y la impar llenaban la vía de escaparates (tiendas de comestibles, de ropa, librerías, peluquerías, restaurantes y pizzerías…), la plazuela frente a nuestra iglesia, la fontana del fondo y, la fachada de ese templo tan característico del barroco romano.

En medio de esa postal costumbrista, donde no faltaban las cuerdas con la ropa tendida de lado a lado de la calle, quiso nuestro buen fraile colocar el corazón de todo nacimiento: la escena de María y José, con el pequeño Jesús recién nacido, más la mula y el buey, y algunos curiosos adoradores que como pastores modernos se postraban ante el misterio del nacimiento de Dios hecho hombre. Parecía algo anacrónico, porque esa escena en miniatura que representaba el paisaje de nuestra vida cotidiana, aparentemente no se avenía con lo que había sucedido en la ciudad de Belén de Judá dos mil años antes. O… quizás sí, más de lo que pudiera parecer. Y así se explicaba a los fieles cristianos, muchos de ellos turistas curiosos en estas calendas frías de diciembre, que en realidad lo que entonces sucedió en Israel veinte siglos atrás, sigue sucediendo en cualquier rincón de nuestro mundo actual dos mil años después.

Dios ha querido domiciliar su gesto de hacerse hombre en las calles que a diario frecuentamos. Lo que ven mis ojos en el vaivén cotidiano tejido de tantos momentos, tantos colores, tantos climas y circunstancias, es lo que contemplan sus divinos ojos también. Lo que me arruga, me entristece y enajena, lo que me hace crecer y madurar llenando mis pasos de alegría, todo eso es lo que Él acompaña.

No era anacrónico nuestro belén del Trastévere romano, sino un modo de meternos en el belén de la vida cotidiana como hace el mismísimo Dios, por donde deambula y discurre su mensaje de gracia y esperanza. La vida es un inmenso nacimiento viviente, como lo soñó San Francisco, y como lo han expresado con arte y talento nuestras familias y parroquias que han mantenido esta hermosa tradición cristiana. Por eso nos felicitamos la Navidad cada año, deseándonos que siga sucediendo aquella gracia de Dios que se hace niño para bien de toda la humanidad que vino a salvar. Es Navidad, confinada pandémicamente, en donde, no obstante, hay una palabra que escuchar y un don que recibir si tenemos los oídos y el corazón abiertos ante la presencia de un Dios sorprendente. Con María, José y el pequeño Jesús, Feliz Navidad cristiana.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

martes, 29 de diciembre de 2020

ARRÓPAME CON TU GLORIA

 

En la narración que hace Lucas del Nacimiento de Jesús señala que a los pastores les envolvió  Luz de la Gloria del Señor mientras escuchaban al Ángel. Recordemos que los pastores estaban vigilando sus rebaños por turno, dado que los robos, con sus respectivas violencias eran frecuentes en la región. ¿Cómo se entiende entonces un cambio tan radical, ya que dejando sus pertenencias en el descampado se encaminaron presurosos al encuentro del Hijo de Dios? Se entiende porque... "Les envolvió, les arropó la Luz de la Gloria de Dios al escuchar el Anuncio”.

Esta es una Palabra para los que tenemos la audacia de pretender ser Discípulos de Jesús… No podremos dar un paso serio en nuestra conversión si la Luz de la Gloria de Dios rebosante en el Evangelio no nos envuelve, no nos arropa ante nuestros miedos y dudas. El Apóstol Pablo instruía a Timoteo acerca del Evangelio de la Gloria de Dios (1 Tm 1-11).

 Esta bellísima y liberadora noticia jamás la acogerán ni entenderán los que rebajan El Evangelio a una devoción más o una pieza de su puzle religioso. ¡¡Los pastores, ladrones, avariciosos, violentos, etc...!! Sí que la acogieron, la entendieron... y les cambio la vida… porque encontraron... la VIDA.

 P. Antonio Pavía

https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

 

 

 

 

 

lunes, 28 de diciembre de 2020

Cuatro pandemias para una eutanasia

 

Son cuatro las pandemias que porfían por doquier. Cuatro por lo menos. Pero el cómputo no es fácil de hacer con precisión, de tantas otras que surgen concatenadas como consecuencia de una u otra de entre las primeras señaladas. No será fácil ir adquiriendo las cuatro vacunas correspondientes para estas cuatro pandemias.

Está la pandemia sanitaria de un virus real que extrañamente se ha expandido por todo el mundo sin respetar fronteras ni controles de aduanas, sin reparo de lenguas ni culturas, pero incidiendo como siempre en los más pobres sin que nadie esté seguro ante su despiadado mordiente que contagia y que mata a mansalva. Habrá que observar y hacer observar las medidas razonables que nos permitan cuidarnos y protegernos ante algo que es objetivo y grave.

Está luego la pandemia política, cuando hay mandatarios que tienen en un puño a su país, con algunas medidas dudosas e intermitentes, que no responden tantas veces a su eficacia sanitaria sino al cálculo oportunista de los controles demagógicos que se aliñan con mentiras repetidas, con tramposos paternalismos que cercenan la libertad, censuran la protesta legítima impidiéndola, mientras se ensaya un confinamiento de diseño para ir introduciendo leyes liberticidas que manipulan ideológicamente la educación, e imponen cauces matachines para una eutanasia sin debate y sin escucha de la sociedad civil a la que se niega la palabra. Es una pandemia esta que tiene su hoja de ruta, y que se acelera con su prisa propia para ganar terreno antes de que por algún motivo puedan perder las siguientes elecciones quienes esto cocinan con su alquimia venenosa que reescribe la historia, divide y enfrenta a los pueblos para imponer su fracasada dictadura destructiva.

Viene después la pandemia laboral, en la que sectores de la población activa quedan al pairo del más devastador desamparo destruyendo puestos de trabajo, la viabilidad de empresas y de pequeños negocios. Esto origina no sólo la vulnerabilidad social de un pueblo confinado ideológicamente, sino la tristeza desesperada de tantas familias que ven caer lo que con tanto esfuerzo y generosidad habían ido construyendo a través del tiempo. Una sociedad empobrecida y sin trabajo es una sociedad manipulable desde un subsidio que la hace dependiente, convirtiendo en rehenes al dictado a quienes han vapuleado hasta noquearlos en el más desarmado desarme sin que puedan rechistar bajo las amenazas penalizadoras.

Y está la pandemia personal, que con todas las anteriores en curso, suscita miedo, tristeza y desesperanza en tanta gente. He visto ese rictus en rostros cercanos, en personas inocentes que sufren en su propia piel lo que no pueden ocultar en la mirada de sus ojos cuando se asoman a este horizonte devastador.

Y en este horizonte se cuela de modo exprés también la ley de eutanasia, sin una demanda social real, que evita tener que afrontar el compromiso por lo que realmente pide la gente: ser sostenida en su debilidad terminal con los cuidados paliativos que no le imponga la muerte. Este es el camino justo y humano, el que respeta la dignidad y acompaña debidamente a quien desea vivir hasta el final, sin encarnizamiento terapéutico, pero aliviado en sus dolores con ese cuidado que palía el sufrimiento y la angustia. Los médicos y enfermeras así lo están diciendo en su inmensa mayoría, así lo reclaman las familias y hasta los mismos ancianos o enfermos graves. No que se obligue a “ofertar” la muerte eutanásica como suicidio asistido y subvencionado en todos los centros de salud; no que se puentee al médico o enfermera que por motivos de conciencia no acepte ser cómplice de lo que más contradice su profesión, mandando en ese caso, desde un macabro banquillo, a un matarife suplente. Es jugar a ser dios, controlando la vida antes de nacer, al término de su periplo, y cuando, vulnerada, sobrevive entre acosos y derribos. Es poner a disposición del egoísmo la voracidad ante una herencia que se anticipa impunemente.

Como decía el Papa Francisco: «La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta a la que estamos llamados es no abandonar nunca a los que sufren, no rendirse nunca, sino cuidar y amar para dar esperanza». Los obispos hemos invitado a responder con la oración y el testimonio público que favorezcan un compromiso personal e institucional a favor de la vida, verdadero don de Dios, los cuidados y una genuina buena muerte en compañía y esperanza hasta la eternidad.

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Arzobispo de Oviedo

 

domingo, 27 de diciembre de 2020

La familia, un valor seguro (IV)

 

La “matriz cultural” de nuestra sociedad, lo queramos o no, es de productores y consumidores. La cultura dominante constituye un proyecto de realización y felicidad que nos deshumaniza. Sus rasgos fundamentales son:

a) El individualismo: cada uno busca su propio interés, gusto y conveniencia. Esto deriva en una competencia feroz y en la disolución paulatina de las relaciones sociales.

b) El hedonismo-consumismo: la felicidad consistiría en la búsqueda permanente del propio gusto. El consumo incesante de bienes y sensaciones es lo que supuestamente nos realiza como personas. La verdadera libertad consiste en poder elegir, desechar o cambiar cualquier producto.

c) El relativismo y subjetivismo: al no reconocer ningún valor universal, cada uno establece el criterio de su propia moralidad.

d) El secularismo: vivir en la práctica como si Dios y los otros no existieran.

Frente a este sistema de producción y consumo, la “matriz cultural” de la antropología cristiana tiene los siguientes rasgos fundamentales:

1) La comunión: aunque seamos singulares no somos individuos aislados sino personas sociales-comunitarias. Nuestra humanidad se realiza en la comunión interpersonal y social con los demás y con Dios. Buscar el interés de los demás es lo que realmente nos humaniza y planifica.

2) El servicio: no somos creados para competir sino para colaborar por una existencia digna para todos. El camino de la felicidad no es por tanto el consumismo sino el poner la vida al servicio de los demás para que todos puedan vivir.

3) La dignidad humana y la libertad: los cristianos creemos que existen valores universales, una Verdad sobre el ser humano. Nuestra libertad no consiste en poder elegir, desechar o cambiar tal o cual producto, sino en buscar juntos la verdad aunque seamos diferentes o pensemos distinto. Los otros son el criterio fundamental de la moralidad personal y social: especialmente los empobrecidos o los más desfavorecidos.

4) Hijos y hermanos: todos formamos una única y misma familia, parte de un proyecto común que podemos construir juntos desde nuestra libertad. Reconocer esto es lo que más nos dignifica y humaniza.

La pandemia nos está dando una gran cura de realismo y de humildad. Nos ha ayudado a descubrir lo esencial del ser humano: la vocación a la comunión en el amor y la libertad es lo propio del ser humano, y el «vivir para los demás», ayudándoles a descubrir su verdadero origen y su meta definitiva. Los otros no son mis competidores sino los que hacen posible mi propia realización y felicidad. Nuestra humilde contribución social como creyentes será ofrecer al mundo nuestro proyecto de humanización y felicidad: el Evangelio, encarnado en la vida cotidiana.

Con mi afecto y bendición,

+ Ángel Pérez Pueyo

Obispo de Barbastro-Monzón

 

sábado, 26 de diciembre de 2020

Fiesta de la Sagrada Familia (Lc 2,22-40)

 


 AHORA SEÑOR

 Presentación de Jesús en el Templo.

 Nos fijamos en Simeón, fiel israelita que esperaba la Venida del Mesías. Sabía por inspiración de Dios que no moriría sin haber visto antes al Señor Jesús. Movido por esta inspiración se dirige al Templo donde van a ser circuncidados unos recién nacidos. Simeón es un hombre de fe serio. El Espíritu Santo no le indico ninguna señal por la que podría reconocer al Hijo de Dios entre tantos niños. En él se cumple está promesa: "Dios se manifiesta a quien no le exige pruebas" (Sb 1,2).

Fortalecido por esta fe entra en el Templo, se abre paso entre la multitud y al llegar junto a José y María, movido por el Espíritu Santo tomo al Niño en sus brazos y supo que Él coronaba su existencia… Exultante de gozo exclamó: "Ahora Señor ya puedo morir en paz porque te han visto mis ojos". No envidiemos a Simeón... todo el que se abraza al Evangelio de Jesús termina viéndole con sus ojos y escuchándole con sus oídos porque sus Palabras son "Espíritu y Vida" (Jn 6,63b).

  P. Antonio Pavía

 https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

 

viernes, 25 de diciembre de 2020

Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad.

 



El papa Francisco, en su última encíclica, nos recuerda que «la falta de hijos, que provoca un envejecimiento de las poblaciones, junto con el abandono de los ancianos a una dolorosa soledad, es un modo sutil de expresar que todo termina con nosotros, que solo cuentan nuestros intereses individuales. Así, «objeto de descarte no es solo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos». Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así»

Esta realidad no nos puede dejar indiferentes y debemos recordar las palabras del papa Benedicto XVI en el Encuentro mundial de las familias de Valencia, cuando se refirió a los abuelos como «un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones»

Con el presente Mensaje queremos subrayar que los ancianos son un verdadero tesoro para la Iglesia y para la sociedad.

Tesoro de la Iglesia

En la tradición de la Iglesia hay todo un bagaje de sabiduría que siempre ha sido la base de una cultura de cercanía a los ancianos, una disposición al acompañamiento afectuoso y solidario en la parte final de la vida.

Esta cultura se ha manifestado en las constantes intervenciones magisteriales y en múltiples iniciativas de caridad que a lo largo de la historia de la Iglesia han tenido a los ancianos como destinatarios y como protagonistas; entre estas iniciativas cabe señalar las realizadas por congregaciones religiosas al servicio de los ancianos, asilos, voluntariado… A principios del presente año tuvo lugar en el Vaticano el Congreso «La riqueza de los años», en el que se centró la atención en la pastoral de los ancianos.

En «álzate ante las canas y honra al anciano» (Lev 19, 32) es el mismo Señor de la Vida el que, a través de su Palabra, nos invita a venerar a los ancianos. Su conocimiento y su experiencia los convierten en personas dignas de ser consultadas: «¡Qué bien sienta a las canas el juicio, y a los ancianos saber aconsejar! ¡Qué bien sienta a los ancianos la sabiduría, y a los ilustres la reflexión y el consejo! La mucha experiencia es la corona de los ancianos, y su orgullo es el temor del Señor» (Eclo 25, 4-6).

Ellos no son meros destinatarios de la acción pastoral de la Iglesia, sino sujetos activos en la evangelización. Ampliemos nuestros horizontes para volver a descubrir la gran labor que desarrollan los mayores en nuestras comunidades. Recordaba el documento sobre La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo que entre los ámbitos que más se prestan al testimonio de los ancianos en la Iglesia no se deben olvidar el amplio campo de la caridad, el apostolado, la liturgia, la vida de las asociaciones y de los movimientos eclesiales, la familia, la contemplación y la oración, la prueba, la enfermedad, el sufrimiento, el compromiso en favor de la «cultura de la vida».

Esta verdad que contemplábamos referida a la Iglesia en general se hace especialmente palpable en la familia, que es la Iglesia doméstica, espacio sagrado que agrupa un conjunto de generaciones.

Las familias cristianas deben estar vigilantes para no dejarse influir por la mentalidad utilitarista actual, que considera que los que no producen, según criterios mercantiles, deben ser descartados. Sin embargo, como afirma el santo padre, aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar.

¡Qué necesario es en nuestros días recuperar la figura de los abuelos! Esto se concreta en que los abuelos son mucho más que los “niñeros” que se encargan de cuidar a los nietos cuando los padres no pueden atenderlos. Tampoco debemos verlos ni aceptar que sean meramente un sostén económico cuando vienen tiempos de crisis.

¿Qué pueden aportar los abuelos en la familia? Muchos de nuestros abuelos, desde la atalaya de su experiencia, habiendo superado muchos contratiempos, han descubierto vitalmente que no merece la pena atesorar tesoros en la tierra, «donde la polilla y la carcoma los roen», y se han esforzado por hacerse un «tesoro en el cielo» (cf. Mt 6, 19-21). Por eso, ellos, que son la memoria viva de la familia, tienen la trascendental misión de transmitir el patrimonio de la fe a los jóvenes. Agradecemos la labor silenciosa que llevan a cabo al enseñar a los más pequeños de la casa las oraciones y las verdades elementales del credo. La Palabra de Dios nos dice: Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza. Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor. Porque la compasión hacia el padre no será olvidada (Eclo 3, 12-14a).

En consecuencia, los padres deberán educar a sus hijos en el respeto y la consideración de los abuelos siempre, ya que el amor del abuelo a los nietos, con su gratuidad, su cercanía, su espontaneidad, sus caricias y abrazos, es necesario para ellos. Animamos a aterrizar estas ideas en la vida cotidiana de la familia. Promovamos la dedicación de largos períodos de tiempo con los abuelos en la familia y especialmente con los nietos. Sigamos el consejo del papa Francisco a los jóvenes: Por eso es bueno dejar que los ancianos hagan largas narraciones, que a veces parecen mitológicas, fantasiosas –son sueños de viejos–, pero muchas veces están llenas de rica experiencia, de símbolos elocuentes, de mensajes ocultos. Esas narraciones requieren tiempo, que nos dispongamos gratuitamente a escuchar y a interpretar con paciencia, porque no entran en un mensaje de las redes sociales. Tenemos que aceptar que toda la sabiduría que necesitamos para la vida no puede encerrarse en los límites que imponen los actuales recursos de comunicación. Se trata de una comunicación de otra dimensión en el fondo y en la forma. a dar una respuesta. Con admiración contemplamos la entrega heroica de tantos profesionales y voluntarios que desde el ámbito civil y desde su compromiso de fe se han desgastado por atender a los más golpeados por esta crisis sanitaria. Entre estas víctimas ocupan un lugar privilegiado nuestros mayores. Aprendamos esta lección de la historia, ya que «en una civilización en la que no hay sitio para los ancianos o se los descarta porque crean problemas, esta civilización lleva consigo el virus de la muerte» . De manera especial, esmeremos nuestros cuidados por los ancianos que están enfermos, sin olvidar que el enfermo que se siente rodeado de una presencia amorosa, humana y cristiana, supera toda forma de depresión y no cae en la angustia de quien, en cambio, se siente solo y abandonado a su destino de sufrimiento y de muerte.

Muchos de nuestros mayores, en la plenitud de su vida, elevan su mirada a la trascendencia, sabiendo discernir lo importante y prescindir de lo pasajero. Esta mirada suya es imprescindible en medio de esta sociedad que muchas veces se aferra a lo temporal y olvida nuestra condición de peregrinos en esta tierra que encaminan sus pasos a la eternidad. No dejemos de educar para la muerte, que está en la esencia del ser; para la vejez, que forma parte de la existencia; para el sufrimiento y la dependencia, frente a la idolatrada autonomía, que nos ayudan a sentir la filiación y la humildad, y nos sitúan frente a Dios. Tengamos presente que «la fe sin obras está muerta» (Sant 3, 26). Busquemos modos concretos para vivir este cariño y veneración por nuestros mayores. Sirva de ejemplo la campaña lanzada por el Dicasterio de Laicos, Familia y Vida «Cada anciano es tu abuelo», que invita a utilizar la fantasía del amor y llamar por teléfono o por video y escuchar a las personas mayores. Terminamos haciendo nuestras las palabras que el papa Francisco dirigía a los mayores: La ancianidad es una vocación. No es aún el momento de «abandonar los remos en la barca». Este período de la vida es distinto de los anteriores, no cabe duda; debemos también un poco «inventárnoslo», porque nuestras sociedades no están preparadas, ni espiritual ni moralmente, para dar a este momento de la vida su valor pleno.

Que la Sagrada Familia de Nazaret, hogar de caridad, interceda por nuestras familias para que seamos custodios del tesoro que hemos recibido en nuestros mayores.

Mons. D. José Mazuelos Pérez, obispo de Asidonia-Jerez. Presidente de la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida 

Mons. D. Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares 

Mons. D. Ángel Pérez-Pueyo, obispo de Barbastro-Monzón Mons. 

D. Santos Montoya Torres, obispo auxiliar de Madrid Mons. 

D. Francisco Gil Hellín, arzobispo emérito de Burgos

jueves, 24 de diciembre de 2020

Catequesis del Papa: "pidamos la gracia del estupor contemplando el pesebre"

 

El Papa Francisco ofrece algunos puntos de reflexión en preparación a la celebración de la Navidad: “no es una fiesta sentimental o consumista, rica de regalos pero pobre de fe cristiana”. También ha invitado a contemplar el pesebre y seguir el camino de la ternura que nos muestra Jesús.

 Como cada miércoles, esta mañana el Pontífice ha celebrado su Audiencia General y ha pronunciado una catequesis propia para este tiempo en el que nos encontramos, ofreciendo algunos puntos para prepararse a la celebración de la Navidad. El primer punto de reflexión ha sido el consumismo que ha secuestrado la Navidad: “Es importante que no se reduzca a fiesta solamente sentimental o consumista, rica de regalos y de felicitaciones pero pobre de fe cristiana. Por tanto, es necesario frenar una cierta mentalidad mundana, incapaz de captar el núcleo incandescente de nuestra fe”. Francisco, insiste en que el cristiano “sabe que la Navidad es un evento decisivo, un fuego perenne que Dios ha encendido en el mundo, y no puede ser confundido con las cosas efímeras” de hecho – dice – incluso quien no cree “percibe la fascinación de esta festividad”.

 Por otro lado recuerda que la Navidad también nos invita a reflexionar, por una parte, sobre la dramaticidad de la historia, “en la cual los hombres, heridos por el pecado, van incesantemente a la búsqueda de verdad, de misericordia, de redención”; y, por otro lado, sobre la bondad de Dios, “que ha venido a nuestro encuentro para comunicarnos la Verdad que salva y hacernos partícipes de su amistad y de su vida”.

 Además, continúa el Papa: “Dios no nos ha mirado desde arriba, no ha pasado de largo, no ha sentido asco por nuestra miseria, no se ha revestido con un cuerpo aparente, sino que ha asumido plenamente nuestra naturaleza y nuestra condición humana. No ha dejado nada fuera, excepto el pecado: toda la humanidad está en Él” y esto – señala – “es esencial para comprender la fe cristiana”.

 Dejarse llevar por el estupor de como ha venido nuestro Salvador al mundo.

 Al final de su catequesis, Francisco ha insistido en la importancia de reflexionar delante del pesebre: “el pesebre es una catequesis de aquella realidad, de aquello que ha sucedido en aquel año, aquel día, que hemos escuchado en el Evangelio”. En este sentido, el Pontífice ha invitado a retomar la Carta Apostólica que escribió el año pasado “Admirabile signum” (Signo admirable) y siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, nos convirtamos un poco en niños y permanezcamos contemplando la escena de la Natividad, para dejar que renazca en nosotros el estupor por la forma “maravillosa” en la que Dios ha querido venir al mundo. De hecho – subraya – “pidamos la gracia del estupor”, pues esto “hará renacer en nosotros la ternura”, esa que “solo nos puede traer Dios” y que hoy “necesitamos”: “¡tenemos tanta necesidad de caricias humanas, delante de tantas miserias!” ha exclamado Francisco.

 “Si la pandemia nos ha obligado a estar más distantes, Jesús, en el pesebre, nos muestra el camino de la ternura para estar cerca, para ser humanos. Sigamos este camino”: es la recomendación final del Pontífice en este 23 de diciembre. 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

DIOS CON NOSOTROS

 

En líneas generales podemos decir que el Evangelio comienza con el Nacimiento de Jesús-Emmanuel y culmina con lo que este nombre significa: “Dios con nosotros”, como vemos en el último versículo del Evangelio de Mateo: "...Y he aquí que yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

 Jesús-Emmanuel no está con sus discípulos simplemente en sentido sentimental, emocional, sino sobre todo como El Buen Pastor que sosteniéndonos con su mano nos conduce al Padre que nos glorifica como profetiza el Salmista: "... A mí que estoy siempre contigo, me has tomado de la mano derecha, me guiarás con tu Palabra hacia la gloria" (Sal 73, 23-24).

 Está profecía-promesa nos fortalece ante el odio que el mundo descarga sobre nosotros por ser discípulos de Jesús (Jn 15, 18).

 Frente a toda persecución y desprecio Jesús nos sostiene, no con unos simples milagros, sino ¡con el mayor de todos ellos! Haciendo Emmanuel... Dios con nosotros… Dios con sus Discípulos... ¡¡Y se hace también Ithiel que significa Dios conmigo!! Es algo inaudito… difícil de creer…

 ¡¡Así es la relación de Jesús con sus Discípulos!!

 ¡¡Y todo esto empezó en Navidad...!! ¡¡Como para no celebrarlo por todo lo alto… a pesar de la pandemia!!


 P. Antonio Pavía

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martes, 22 de diciembre de 2020

Navidad, Bendita Locura

 

 Aviso importante: los más eximios especialistas en la materia avisan que corre por el mundo un tipo de locura muy seductora; se trata de la "Locura de Amor" que tiempo atrás movió a Dios a Encarnarse.

 A los que se dejan contagiar por ella, Jesús les llama Bienaventurados y Benditos de mi Padre. Hasta qué punto le alcanzó está Divina Locura al Emmanuel que aun siendo ignorado en su Venida y masacrado en su Muerte, en un último esfuerzo en su lecho de muerte - la Cruz- grito al Padre: ¡Perdónales, perdónales siempre, no saben lo que hacen!

 Queridos amigos los gérmenes de la Locura Divina corren por el mundo... y no es que corran…  vuelan cada vez  que los Discípulos del Emmanuel anuncian su Santo Evangelio. Quienes lo escuchan, también los que lo leen, están perdidos para el mundo y ganados para Dios (Mc 8,35).

 Una aclaración muy importante, los gérmenes de la Locura Divina sólo están activos en el Evangelio de Jesús, cuidado con los sucedáneos. Absténganse pues, curiosos, advenedizos y fanáticos...

  En cuanto a "los locos por el Evangelio de Jesús"... ¡Bienvenidos al Club!

 FELIZ NAVIDAD, amigos.

 P. Antonio Pavía

https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

lunes, 21 de diciembre de 2020

«Los ancianos, valorar sus cualidades, acogerlos y asistirlos»

 

En el ritmo celebrativo de la Navidad, la liturgia de la Iglesia nos propone, en la contemplación del misterio de la Encarnación, el ejemplo de la Sagrada Familia. El hecho de que Dios se haya hecho hombre en el seno de una familia, que se haya encarnado, nos hace pensar, como decía Benedicto XVI, que “este modo de obrar de Dios es un fuerte estímulo para interrogarnos sobre el realismo de nuestra fe, que no debe limitarse al ámbito del sentimiento, de las emociones, sino que debe entrar en lo concreto de nuestra existencia, debe tocar nuestra vida de cada día y orientarla también de modo práctico” (Audiencia 9-I-2013).

Este año, tan marcado por la pandemia que nos aflige, en esta Jornada de la Sagrada Familia, los obispos hemos querido fijarnos muy concretamente en los miembros de nuestras familias que son más vulnerables, en este caso los ancianos, proponiendo como lema “Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad”. Sobre todo, porque la vulnerabilidad de los mayores se ha hecho más patente en estos tiempos de la COVID-19, y porque nuestra sociedad, con frecuencia, cae en la insensibilidad con los mismos, como se demuestra en ocasiones incluso a nivel de proyectos legislativos, fruto, sin duda, de la cultura del descarte de la que nos habla tanto el papa Francisco.

Pero ellos son el tesoro de la Iglesia. Ellos nos han transmitido la fe católica y, con ella, el sentimiento de pertenencia a la comunidad cristiana. Generalmente lo han hecho a través de la familia, Iglesia doméstica, en la que nos han enseñado a creer en Dios, invocarlo y testimoniarlo entre los hombres. Mi llamada de atención quiere ir destinada, precisamente, a las iglesias domésticas de la Diócesis, a las familias, para que no se dejen influenciar por la cultura del descarte dominante, que “aparca” a los ancianos como si no tuvieran valor sus vidas y sus enseñanzas. Al contrario, como dice el Santo Padre: “Hoy en día, en las sociedades secularizadas de muchos países, las generaciones actuales de padres no tienen, en su mayoría, la formación cristiana y la fe viva que los abuelos pueden transmitir a sus nietos. Son el eslabón indispensable para educar a los niños y a los jóvenes en la fe.” (Discurso, 30-I-2020). Pues que tengan el lugar que les corresponde y valoremos su experiencia y su servicio. También los ancianos, discípulos misioneros del Señor, participan activamente de la Iglesia que se sabe llamada a una conversión pastoral misionera.

También los ancianos son el tesoro de la sociedad. Los cristianos tenemos que reaccionar, fundamentados en la comprensión de la persona que nos ofrece nuestra fe, a las “ideas mundanas” que ensalzan excesivamente lo joven y quieren prescindir de los ancianos, de su rica aportación y de su benéfica presencia. Animo a la comunidad diocesana a integrar a los ancianos en la familia eclesial, a intensificar las acciones que ya lleva a cabo para atender a los ancianos en sus necesidades espirituales y materiales, y a usar de la creatividad para que nuevas iniciativas den oportunidades a los ancianos para poner a disposición de los demás su propio tiempo, sus capacidades y su experiencia, a la vez, que todos nos esmeremos en la atención y el cuidado de nuestros mayores.

Por último, quiero agradecer a Dios el testimonio que nos dan tantas personas que se dedican al cuidado de los ancianos, tanto a sus familias, como a las comunidades religiosas, parroquias e instituciones que sostienen con grandes esfuerzos y mucho amor sus residencias para mayores. Y quiero destacar el servicio profesional y abnegado de tantas personas que trabajan en el sector sanitario y asistencial y que están volcados con los ancianos, especialmente en estos momentos de pandemia.

En esta fiesta tan entrañable resuena con fuerza el mandamiento del Decálogo: “Honra a tu padre y a tu madre”, que pone de manifiesto el vínculo que existe entre las generaciones. Honrar a los ancianos supone valorar sus cualidades, acogerlos y asistirlos.

Que el Señor nos ayude a todos los diocesanos a hacer realidad esta hermosa forma de vida y de relaciones entre nosotros.

Para todos, mi abrazo fraterno y mi bendición,

Santiago Gómez Sierra

Obispo de Huelva

sábado, 19 de diciembre de 2020

Domingo IV de Adviento

 


                                   Hágase en mí tu Palabra

 La Iglesia nos ofrece hoy el Evangelio del Anuncio del ángel Gabriel a María.

 Sabemos su respuesta: ¡Hágase en mí según su Palabra! Su aceptación  nos indica que la verdadera dimensión de la fidelidad a Dios no se mide conforme a lo que hacemos según nuestros criterios, sino acogiendo los de Dios, que fluyen de su Palabra.

 Cuando nuestra relación con Dios se apoya en nuestros criterios asumimos ciertos riesgos, compromisos, renuncias, etc., según nuestra generosidad. La respuesta de María supone un salto casi cósmico al decir a Dios: Hágase en mí tu Palabra. Pensemos que el creerse que el Hijo de Dios se encarnaría en ella por obra y gracia del Espíritu Santo no cabe en la mente de nadie, en la de María sí y por ello es Madre de la Iglesia, porque creyó que para Dios no hay nada imposible (Lc 1,37).

 También el Evangelio de Jesús transciende nuestra mente "tan pragmática". María es Madre del Discipulado porque, quien desea ser discípulo de Jesús, no adapta su Evangelio a sus miedos y mediocridades sino que desde sus impotencias le dice: Haz en mí el Discipulado según tu Evangelio.

 P. Antonio Pavía

https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

 

 

viernes, 18 de diciembre de 2020

… Todo es gris

 

Caminaba por la calle de vuelta a casa… Hacía mucho tiempo que no salía y me aventuré a dar un paseo hasta una tienda cercana.  

¡Qué triste está la gente! No hay gestos ni ojos que iluminen vida, es descorazonador ver como la alegría ha desaparecido del rostro que asoma por las mascarillas del mundo.

El color gris de las calles se ha trasladado a las miradas y la desesperanza se transmite como si no hubiera futuro. ¡Qué pena y qué dolor de muchas almas huérfanas! Veo desde mi ventana a hijos desmantelando casas vacías de padres que no salieron adelante; luces que no se apagan día tras día…

Ambulancias que esperan bajo las ventanas a enfermos que no volverán en largo tiempo o nunca más. Tras los cristales de los hogares se vive la amargura y el miedo a ser el próximo en salir hacia “lo desconocido”.

La oración se ha vuelto el constante e imprescindible hecho para pedir que nadie enferme en tu casa, en tu familia y amigos; mientras, cientos de whats aparecen en los móviles para que sonrías por unos segundos en las habitaciones que atrapan la existencia.   

¡Qué curioso que la tv no haga anuncios con media cara tapada o en estado de reclusión! La falsedad de un mundo pasado que ya no existe, acrecienta la melancolía viviente y te lo recuerdan minuto tras minuto.    

¡Qué triste vivencia! El tiempo se ha vuelto gris… 

Emma Díez Lobo

 


 

jueves, 17 de diciembre de 2020

Nace la vida, por eso es Navidad

 

Quería hablar de la navidad, pero debo hablar de la eutanasia

Ésta será una Navidad especial, sin duda. Muchos hermanos y hermanas nuestros van a vivirla con el dolor de la ausencia de los seres queridos muertos por el virus, o con la herida de la enfermedad padecida; otros mirarán al futuro con desconfianza por la falta de trabajo o por la precariedad del que tienen, por la lejanía de los suyos, o por la po-breza en su variedad de rostros. A ellos, a todos, quiero anunciaros: Dios nace, nace en tu vida y en tu familia, nace para ti; acógelo, aunque no lo entiendas, a pesar de que te cueste trabajo, acógelo en tu corazón.

No es Navidad porque yo me sienta bien, o porque las circunstancias externas sean buenas. Es navidad porque Dios se hace hombre y nace para nosotros. Y Dios nace también en esta Navidad.

En el silencio y la paz de esta Navidad se ha introducido un ruido que nos inquieta y nos preocupa, un hecho que no podemos ni debemos callar. Me refiero a la presumible aprobación en los próximos días de la ley de la eutanasia, a la que llaman eufemística-mente muerte digna. Qué contradicción, nace la vida y nosotros la seleccionamos y la descartamos según el criterio de la utilidad y de un más que cuestionable concepto de la calidad. El nacimiento del Señor nos recuerda que la vida del hombre es sagrada en todo estadio y condición, y no hay ningún poder humano que deba quitarla, ni amenazarla.

Parece una ironía que en este tiempo en el que han muerto millares de ancianos en so-ledad, cuando la vida se ha hecho más vulnerable, una ley venga a segar las vidas de los más débiles. No necesitamos una ley de eutanasia sino de calidad de los cuidados palia-tivos. Nadie quiere morir; nos hace temer el hecho de sufrir, y el sufrimiento se puede quitar con medidas médicas, y, sobre todo, con la cercanía y la verdadera compasión. Los obispos de España acabamos de afirmar en una Nota: “La muerte provocada no puede ser un atajo que nos permita ahorrar recursos humanos y económicos en los cui-dados paliativos y el acompañamiento integral. Por el contrario, frente a la muerte co-mo solución, es preciso invertir en los cuidados y cercanía que todos necesitamos en la etapa final de esta vida. Esta es la verdadera compasión”.

La vida es siempre un don, la eutanasia un fracaso, en cualquier caso. Con el Papa quiero también afirmar: «La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta a la que estamos llamados es no abandonar nunca a los que sufren, no ren-dirse nunca, sino cuidar y amar para dar esperanza» Miremos, queridos hermanos, a la familia de Nazaret. Un ejemplo de vida sencilla en el amor, un testimonio de acogida y de fe. Que nuestras familias acojan en esta Navidad a tantos hermanos que se sentirán solos, pienso en nuestros mayores que con tanta dure-za han sufrido esta crisis del Covid-19, acojámoslos con cariño, y no olvidemos a todos los que trabajan por el bien común.

Os invito a celebrar con prudencia y sin miedo esta Navidad participando en las cele-braciones de nuestras iglesias con la comunidad.

Quisiera que mis mejores deseos para esta Navidad lleguen a todos, especialmente a los ancianos y a los enfermos, a las familias heridas y a los pobres. Que sintáis la caricia de Dios en vuestro corazón.

+ Ginés García Beltrán

Obispo de Getafe