jueves, 30 de julio de 2020

Réquiem por una pandemia


Se van sumando gestos varios que desde la nobleza humana y desde la esperanza creyente vamos entonando nuestro particular recuerdo por los que en estos meses de pandemia el virus dañino se ha llevado por delante. Los cristianos hemos querido tener un gesto de celebrar el mismo día y a la misma hora en todas las Catedrales de España, una Misa en sufragio por cuantos han fallecido en todo este tiempo. En Asturias, he pedido a todos los sacerdotes que hagan lo propio en sus parroquias, incluso leyendo unas palabras mías que yo leeré en la homilía de la Catedral. Será este domingo 26 julio, a las 12h.

No pocas personas que directa e indirectamente han sufrido la pandemia que nos tiene asolados, han querido ver en el coronavirus una especie de maldición punitiva, como si de un castigo imprevisto se tratase tras el enojo de no sé qué dioses. Ante esta deriva de fetiche, sólo queda arrebujarse tras los muros de la casa, guardando una distancia que nos haga extraños sospechosos y enmascarándonos como si fuésemos maleantes. El hombre creyente, ante algo que supera nuestras expectativas y recursos, ante lo que nos deja perplejos y heridos, no reacciona esperando simplemente a ver si escampa para volver a lo de antes, a lo de siempre, como si no hubiera sucedido nada reseñable.

Al nacer somos esperados por quienes más nos quieren. Se asoman a ese trocito de vida vulnerable que comienza su vida llorando, para que podamos sentir el calor que hemos perdido al salir del cálido seno de nuestra madre y la protección que ella nos brindaba dejándonos crecer en sus adentros maternos.

Ellos nos han visto crecer día tras día, levantándonos cuando caíamos, colmando nuestras ignorancias con su sabiduría, transmitiéndonos sus valores que guiarán nuestros pasos en la jungla de la vida, mostrándonos su afecto lleno de sentimiento veraz, su fe que nos permite ver los horizontes eternos en las coyunturas limitadas de nuestro camino. En ese hogar fuimos recibidos y con la gente que más queremos y nos quiere somos al final también despedidos. Hoy tenemos un recuerdo especial por las personas que durante este tiempo de pandemia han fallecido: por todos ellos. Nosotros hoy estamos para otra cosa, y en la casa de Dios no cabe otro homenaje que no sea ante la muerte de un ser querido el que siempre hacemos los cristianos: rezar a Dios pidiendo la salvación, poner unas flores que exprese la humilde gratitud por tanto recibido de ellos durante la vida, y avivar el recuerdo de sus palabras y ejemplos que han sembrado en nosotros la sabiduría.

Los cristianos no creemos en la vida larga como creen firmemente los que no tienen fe, afanándose en apurar sus años que terminan irremediablemente caducando dando paso al vacío de la nada que termina en el olvido progresivo. Los cristianos no creemos en la vida longeva, sino en la vida eterna. Amamos la vida y la deseamos larga y serena, pero nos sabemos llamados a una eternidad que no acaba, junto a Dios y a cuantos aquí en la tierra Él nos puso cerca. Esta es la Buena Noticia que Jesús nos vino a traer venciendo su muerte y la nuestra. Esta es la deriva final que deseamos para quienes han sufrido en esta pandemia la muerte sobrevenida en esta circunstancia. Los recordamos con toda la gratitud y en nuestro corazón quedan sus gestos y palabras. Los encomendamos en nuestras plegarias pidiendo para ellos lo que a ellos en Dios les aguarda. Y ponemos en su memoria las flores que no se marchitan cuando las riegan nuestro afecto y la esperanza cristiana.

Llega ahora el trabajo de seguir construyendo cada día nuestra historia inacabada, poniendo lo mejor de nosotros mismos, siendo responsables en lo personal y en lo comunitario, para favorecer que se pueda superar cuanto antes esta difícil prueba. Que Dios os guarde y que la Santina siempre os bendiga.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


miércoles, 29 de julio de 2020

SALÍ POR LOS CAMINOS DEL VIENTO


Salí por los caminos del viento,
tarareando melodías de libertad.
Salí con el candil encendido, en mi pecho,
brillando con la luz de tu mirar.
Salí con el contento del corazón ardiendo,
que te hace de gozo los pies danzar. 
Salí a encontrarme…
con su Majestad.

Me adentré en un bosque sombrío de silencio,
acechaban a lo lejos sombras de oscuridad,
grises nubarrones se cernían de misterio,
en el horizonte… acechaban dispuestas a usurpar… mi tranquilidad, 
Pero desde su oquedad, a través de las ramas de los chopos
salpicaban luminosos destellos de felicidad,
que como diamantes en la orilla del río brillaban de serenidad,
y en ellos Tu voz…
Me hacía confiar.
Mis pies y brazos se alzaban bailando, 
brincando y saltando de gozo por alcanzar…
los besos que como palomas en vuelo
lanzabas desde lo alto de tu cielo,
azul como el mar,
extendía mis manos hacia ellos              
atrapándolos con dulzura entre mis dedos,
y recogiéndolos los apretaba contra mi pecho,
para que ninguno se perdiera
y así guardarlos en el tiempo
de Tu eternidad ….
me hacían retozar…


Salí a llevarle al viento Tu recuerdo,
que estremecido escuchaba atento mi clamor.
Salí con el silbo de tu promesa en los labios
que exultante pregonaba alabanzas al creador.
Salí meditando tu palabra con las primeras luces del alba,
con los primeros rayos de sol
ellas guiaban mis pasos 
y siguiendo tus huellas me adentré…
por el camino interior.


Salí a buscarte entre arboles de silencio
que me animaban a adentrarme por tu senda cada vez más y más,
caminaba radiante, segura y expectante
hacia el valle donde nace y crece la más bella flor,
de entre todas la más hermosa…
la rosa de Sharon. 
Su aroma es penetrante como brisa suave,
que embriaga los sentidos y adormece la razón
que envuelve impregnando e inhalando... 
es el valle de mi corazón.

Salí por los caminos del viento,
salí por los senderos de Tu amor.
Salí buscando tus ojos
que me miraban desde el valle interior.
Salí a contemplar el agua clara del estanque, 
que como un espejo me devolvía en su reflejo
Tu rostro radiante de amor.
Salí alzando los ojos al cielo,
buscando tu sonrisa mi Señor.

Salí con el alma despierta,
envuelta con el manto de tu cielo
entre nubes de algodón.

Salí, salí…
salí por los caminos del viento,
para encontrarme a solas…
con el AMOR.


(Loles) 
https://www.comunidadmariamadreapostoles.com/

martes, 28 de julio de 2020

¡Vaya tozolada!




¡Quién iba a sospechar que, en este mundo tan tecnócrata como autosuficiente, pudiéramos vivir una situación tan dantesca! Con todo, creo humildemente que la «peste» más letal en nuestro siglo sigue siendo la amnesia. No es tiempo para justificarse, excusarse o culpabilizar a los demás, sino para preguntarse con sinceridad: ¿a qué jugabas hasta ahora?, ¿qué sentido tenía todo lo que hacías?, ¿quién te hubiera llorado o acompañado en tu último viaje si hubieras sido uno de los miles de fallecidos? La solidaridad vecinal, la cohesión social, la fraternidad, la comunión que ha aflorado entre las personas se ha convertido, una vez más, en el antídoto de «serie» que se activa automáticamente en nuestro corazón cuando emerge algún ser extraño que pretenda desestabilizar su vida o su hábitat.

La «tozolada», como dirían en mi pueblo, ha sido «morrocotuda» Nos ha tocado morder el polvo y descubrir qué fácilmente se desbaratan nuestros cálculos y proyectos personales. También nos ha hecho más humildes y realistas, cómo ante lo esencial nos sentimos desvalidos y experimentamos la dependencia más absoluta de Dios. La sanación física o espiritual no está a nuestro alcance sino que viene siempre de fuera.

Nuestro pueblo ha afrontado en otros tiempos retos similares: guerras, desastres naturales, epidemias… De todos ha sabido levantarse, y ha salido incluso más fortalecido. A través de estas líneas quisiera, en primer lugar, expresar mi gratitud a cada uno de los hijos del Alto Aragón que durante este tiempo de pandemia, arriesgando incluso su vida, han estado trabajando POR y PARA nosotros Y al mismo tiempo, expresar mi condolencia a quienes han sufrido en carne propia los efectos devastadores de esta pandemia, a los enfermos, a los fallecidos, a los familiares de unos y de otros.

Tengo el presentimiento de que ni la entrega, ni la generosidad, ni el sufrimiento, ni la muerte que ha acarreado este virus va a quedar infecundo. Ojalá logremos despertarnos del sueño letal en que estamos sumidos y logremos «revertir» el orden de la creación, anticipando ya aquí el cielo prometido.

Con mi afecto y bendición,

+ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón


lunes, 27 de julio de 2020

VIVE EN DIOS





Vive en Dios y Él iluminará cada recodo de tu existencia.

Aprenderás a dejarte abrazar por su paz y a recibir cada mañana su aliento y su fuerza.

Vive en Dios y tu corazón estallará de alegría, tus noches se convertirán en días y no necesitarás nada más.

Espera en Él como espera la naturaleza en silencio la llegada de la primavera.

Sabiendo que, a cada invierno, le sigue la plenitud, que hay que saber morir, morir y nacer de nuevo.

Vive en Dios, espera, Él llega, seguramente ya está.

Pero a veces necesita que aprendamos a esperar. 

(Olga) 


sábado, 25 de julio de 2020

Domingo XVII T. O.


                                                                          EL TESORO O los tesoritos

Cuando Israel llegó a la Tierra Prometida Dios le dijo: "Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (DT 6,5) sellando así su elección y predilección por él.

Estas palabras nos identifican como discípulos de Jesús. Los que se dejan llevar por sentimentalismos se emocionan y hasta lloran al leerlas pero de ahí no pasan. Los que se conocen bien, también lloran pero de impotencia al no poder cumplirlas, como le pasó a Pedro. Sin embargo nos podemos alegrar al leer lo que Dios dice a Israel a continuación: "Queden en tu corazón estás palabras...” (DT 6,6).

Dios nos dice que guardemos sus palabras aunque sean inalcanzables….guárdalas como María...y Dios mismo hará que se cumplan en ti.

El Evangelio de hoy nos habla de esto.

Todos los  buscadores de Dios de corazón sincero, tarde o temprano comprenden que el Evangelio de Jesús es el Tesoro de todos los tesoros porque encierra la Vida que buscan y  desean. Al encontrarlo lo esconden -es su guardar la Palabra- y dejan de lado sus tesoritos, por los que tanto se han agobiado, para poder hacerse con el Tesoro por excelencia.

Una disposición así es tan agradable a Dios que reviste sus corazones con su Fuerza y su Sabiduría haciendo así alcanzable el Evangelio  considerado hasta entonces inalcanzable. Así las cosas nos toca escoger entre nuestros tesoritos o el Tesoro por excelencia: ¡El Evangelio de Jesús! 

(P. Antonio Pavía) 




viernes, 24 de julio de 2020

Festividad de Santiago Apóstol


La festividad del Apóstol Santiago nos recuerda que él fue nuestro padre en la fe. Así lo dice la tradición cristiana, que Santiago es­tuvo en España y aquí anunció al Se­ñor, sembró la semilla de la fe y nos ofreció la Buena Noticia de la salva­ción de Señor.
Encargado de esta misión, la cum­plió a la perfección y fue capaz de ser testigo de Cristo hasta la muerte por defender su fe.
Celebrar la festividad de Santia­go Apóstol hoy nos trae al recuerdo la España de la fe, la tierra abierta al mensaje en Jesús, que por la palabra y el testimonio del Apóstol Santiago, se convirtió en un modelo de nación creyente y cristiana.
Es esta una realidad que contrasta con la situación actual que estamos viviendo en nuestra sociedad españo­la respecto a la fe. En ella el laicismo se ha instalado hasta los más recón­ditos rincones de la misma, y parece que la fe y la presencia de Dios, que otro tiempo fue tan brillante en nues­tras tierras hoy no se valora, siendo así que ni su cultura, ni su historia española, puede entenderse sin esa referencia a Dios y a la fe.
No se trata solo de recordar tiem­pos pasados, ni añorar los mismos, pero sí de reconocer nuestras raíces, de recordar que nuestra nación fue un lugar donde los valores del evangelio tuvieron cabida y se desarrollaron fuertemente, y nuestra gente los vivió profundamente, y fueron algo esen­cial para ellos Cómo no recordar a aquellas fa­milias en las que se respiraba un am­biente creyente y cristiano, en el que los padres transmitían a sus hijos los valores cristianos como la mejor he­rencia que podrían dejarnos, en las que rezaban juntos, y Dios tenía un puesto realmente relevante en ellas.
Cómo no recordar la vivencia cris­tiana de nuestros abuelos, de nuestros padres, que en todo momento tenían presente a Dios y los valores cristia­nos era la norma principal por la que regían sus vidas.
Los tiempos han cambiado, por desgracia, y hemos llegado a esta rea­lidad actual en la que se quiere borrar todo vestigio de fe, de Dios y de acti­tudes creyentes.
Hemos pasado de una situación en la que los españoles iban a tierras de misión para cumplir el encargo de Je­sús de «predicar a todas las naciones el mensaje de salvación» (Mc 16, 15); a otra muy distinta, en las que las voca­ciones de entrega al servicio del evan­gelio atraviesan por una verdadera y dura sequía, porque no son rentables.
Hoy necesitamos que otros ven­gan a recordarnos lo que fuimos, para que sepamos valorar la fe en Jesús, porque:
Las familias han dejado de ser cristianas, en ellas no hay sitio para Dios y su mensaje, preocupadas úni­camente por lo material. Los padres ya no son transmiso­res de fe para sus hijos, porque ya no tienen punto de referencia en sus pro­pias fami­lias, de las que viene cada uno de los que forman el matrimo­nio. Preocupan muchas cosas y existe una despreocupación y falta de valo­ración por todo lo que suene a fe, reli­gión y Dios.
Fuimos evangelizados por Santia­go. Lo mismo que él, con su predica­ción y testimonio, logró sembrar la semilla de la fe entre nosotros, tam­bién nosotros estamos llamados a ha­cer hoy testigos de Jesús en medio del mundo.
El momento actual es para no­sotros el mejor de los momentos de evangelizarnos y evangelizar. Y es el mejor porque es el único que tene­mos: el pasado ya pasó y el futuro no sabemos cómo será, nos queda solo el presente, y en él hemos de hacer rea­lidad el encargo del Señor de ser sus testigos.
La evangelización de nuestro mundo depende de todos. Todos de­bemos sentirnos responsables y todos tenemos algo muy importante que aportar.
Que Santiago Apóstol nos ilumine en la tarea evangelizadora, para que todos sepamos cumplir con la parte que nos corresponde.
+ Gerardo Melgar
Obispo de Ciudad Real

miércoles, 22 de julio de 2020

Tu diestra me sostiene (S-63,9)


 Señor, "Mi alma está unida a ti, y tu diestra me sostiene...". Cuántas veces mi Jesús, como Pedro te habré negado....y sin embargo no me has rechazado porque desde siempre me has amado.

Si tantas veces te he fallado....otras tantas me has perdonado.  Tu Palabra es mi garante porque dices la verdad: " Hasta setenta veces siete has de perdonar" (Mt. 18,21-35)

Tantas veces ignorado....pero tú siempre a mi lado.

Tantas veces por el peso de mis pecados,  intenté salir del redil...pero otras tantas saliste a por mí. Como a la oveja descarriada, nunca apartas de mí tu mirada. 

Cuántas veces quería escapar....pues con cuerdas de amor me hiciste regresar. (Oseas 11,4)

Cuántas veces me he cansado, otras tantas en tus brazos me has llevado. En la Cruz, mi querido Jesús,  los abriste del todo por mí. 

Cuántas veces no te escuché....tu paciencia una y otra vez..."no pasa nada,  te lo repito otra vez".

Pero también,  cuando mi alma te ha buscado....al final siempre te he encontrado. Ten en cuenta: "El que busca encuentra". (Mt. 7,7-11)

Tantas veces he llorado....y siempre tus Palabras me han consolado; sí, cuando te he necesitado, junto a mí has estado...me dices... "No temas siempre estaré contigo" (Is.41, 10) donde vayas yo te sigo. 

Cuántas veces he tropezado....con tus manos me has levantado.

Señor, adónde iré lejos de tu aliento? Si mi camino se desvía guíame por el camino eterno (S. 139). Tu Palabra me ha hecho comprender que sin ti mi vida y mi futuro no conducen a ningún sitio seguro. 

¿Adónde voy a ir....? A pesar de todo tú me amas tal como soy....para qué escapar si tú sólo tienes Palabras de Vida Eterna? (Jn. 6-68). Fuera de ti mi vida se agota, no hallo descanso. Siento deseos de poderte escuchar porque es la única manera de conocerte mejor,  amarte y aceptar tu voluntad porque tú me conduces por caminos de eternidad. 

No tengas miedo alma mía....tan solo deja que Dios sea Dios y permítele actuar,  siempre....hasta el final. 

Padre mío,  sostén mi fe para que no me pueda soltar,  ya que..."mi alma está unida a ti si tu diestra me sostiene".

Siempre Señor, Tú en mi....yo en Ti,

(Mari Pili)

martes, 21 de julio de 2020

La lección de la sabiduría: las personas mayores


Vivimos en la época de la publicidad y de la imagen. Campañas de promoción para cualquier producto, cualquier presentación de algo resultón, busca para encauzarlo la bella figura de una joven, de un joven, con una música adecuada que se te cuela pegadiza, evitando a toda costa lo que pudiera distorsionar el objetivo del éxito, el triunfo de la ocasión. Así, con esta envoltura, los ancianos no suelen figurar en los programas de ventas salvo que se trate de productos geriátricos, ni forman parte de ningún protagonismo en una sociedad que parece privilegiar a toda costa lo que deslumbra, lo que seduce, lo que conquista, lo que triunfa aunque haya que construir ídolos de plesiglass en el arte, en la cultura, en la política, cuya fecha de caducidad está controlada rigurosamente por quien en la sombra tiene el mando a distancia que maneja los hilos del mundo.

Los ancianos, los viejos, los jubilados, los abuelos… no cuentan. Tanto no cuentan que empiezan a molestar cuando su edad o su deterioro físico les hacen sospechosos de un estorbo fatal que se arrincona, se censura o se llega incluso a eliminar. Bajo el eufemismo de una “muerte digna” se pretende excluir a quienes se ha decidido que su vida no debe contar ya, que cuesta demasiado mantenerlos, que no producen nada, que complican los cálculos del egoísmo insolidario. Es lo que el Papa Francisco llama “eutanasia cultural”.

Frente a esta actitud, destaca el aprecio y la defensa por la vida que la Iglesia siempre ha mantenido y mantendrá. La vida en todas sus fases y circunstancias: desde la del no nacido hasta la del anciano o enfermo terminal. La vejez no es un estigma de castigo, sino un momento en donde poder testimoniar el gusto por la vida, esa vida cargada de experiencia. Decía el papa Francisco: “la desorientación social y, en muchos casos, la indiferencia y el rechazo que nuestras sociedades muestran hacia las personas mayores, llaman no sólo a la Iglesia, sino a todo el mundo, a una reflexión seria para aprender a captar y apreciar el valor de la vejez”. Lo decía igualmente con belleza el Papa emérito Benedicto XVI: “Los ancianos son un valor para la sociedad, sobre todo para los jóvenes. No es posible el verdadero crecimiento humano y educación sin un contacto fecundo con los ancianos, porque su existencia es como un libro abierto en el cual las jóvenes generaciones pueden encontrar indicaciones valiosas para el camino de la vida”.

Tenemos un recuerdo emocionado hacia todas esas personas mayores que mayoritariamente han sufrido las consecuencias del zarpazo de la pandemia que nos sigue preocupando enormemente. La experiencia vivida durante este tiempo de pandemia tendría que ayudarnos también a todos, especialmente a quienes tenemos algún tipo de responsabilidad en el ordenamiento civil y en la convivencia social, a descubrir que hemos de cambiar nuestra forma de pensar y de actuar en las relaciones sociales y, especialmente, con nuestros mayores. Desde el exquisito respeto a su dignidad y desde la valoración de sus aportaciones a la estabilidad familiar y al bien común de la sociedad, hemos de ofrecerles una atención y unos cuidados ricos en humanidad y en verdaderos valores.

Por eso, estando cerca la fiesta de San Joaquín y Santa Ana, “abuelos” de Jesús, con inmenso respeto y con mucha alegría hacemos un homenaje a los abuelos, que siguen sosteniendo en tantos sentidos aquello que permite que la familia siga unida, no pierda sus raíces humanas y cristianas, y representan la sabiduría de quien ha relativizado lo que es secundario y trivial, mientras que no renuncian a lo que de suyo es lo único importante cuando del amor, la vida, la fe, la paz, o la fidelidad se trata. Por tanta entrega generosa y gratuita, sincera y entera, por un amor que no se ha caducado sino mejorado con el paso de los años, por todo ello: gracias. Que sigamos aprovechando la sabiduría y el impagable regalo que suponen los mayores en nuestra vida.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo


lunes, 20 de julio de 2020

El arte de esperar



Hoy continuo reflexionando sobre el acompañamiento espiritual cuya finalidad es ayudar a descubrir la voluntad de Dios en la propia vida y responder debidamente, a recorrer el camino de maduración de la fe, para alcanzar la perfección en el seguimiento de Cristo. Se trata de ayudar a encontrar y amar a Dios en la vida misma, en los acontecimientos y en las personas. Para ello, según el Papa Francisco, se necesitan personas con prudencia, con capacidad de comprensión, que sepan esperar, que sean dóciles al Espíritu Santo (cf. EG 171). Hoy trataré de estas características.

En primer lugar la prudencia, la virtud que dispone para discernir en toda circunstancia el verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1806). Santo Tomás de Aquino considera que la prudencia rige y gobierna todas las virtudes de la voluntad, que indica la medida recta de las demás virtudes y es el origen o fuente de todas ellas. Una persona que acompaña espiritualmente a otra debe ser prudente, es decir, ha de ser equilibrada, moderada, discreta; ha de saber aconsejar discerniendo el mejor momento para ayudar a la otra persona, para motivarla y ayudarla a sacar lo mejor de sí misma, a crecer, confiando en Dios y en su gracia.

En segundo lugar saber comprender al otro como algo esencial en el proceso de acompañamiento. A esto ayuda la empatía, que es la capacidad de percibir, compartir y comprender los pensamientos y las emociones de otras personas; es saber ponerse en el lugar del otro sin perder objetividad y capacidad de análisis. Esta capacidad genera una sensación de simpatía y comprensión. Comprender al otro no significa tener que justificar sus ideas, sentimientos o actuaciones. Llegarán los momentos en que será preciso corregir, para ayudarle a crecer y madurar, pero para corregir con acierto son imprescindibles el conocimiento y la comprensión.

También es importante saber esperar. El ser humano va haciendo camino a lo largo de la vida, está en un proceso continuo, y Dios va actuando en él. Quien acompaña el proceso no debe caer ni en las prisas ni en las pausas ya que los ritmos pueden ir variando según muchas circunstancias, y se requiere paciencia y perseverancia. El que acompaña es un testigo del desarrollo y crecimiento de la persona acompañada, y ha de saber discernir los modos y los tiempos en los que el Espíritu Santo va actuando. Ha de tener mucha paciencia, ha de saber esperar, porque sus tiempos son diferentes a los del otro, y siempre ha de respetar su ritmo y su libertad. Es muy importante que tenga una mirada de conjunto, un horizonte amplio, y mucha confianza en la Providencia.

El acompañamiento espiritual, en definitiva, ayuda a vivir según el Espíritu, a ser dóciles a sus impulsos. El Espíritu Santo habita en nosotros, como en un templo, y actúa en nosotros. Es el maestro interior que nos guía hacia la verdad, que nos enseña el misterio de Dios, de sus palabras y obras, de la historia, de la vida y del mundo; nos da la luz y la capacidad para enseñar las cosas de Dios; nos conduce interiormente para vivir como auténticos hijos suyos; viene en ayuda de nuestra flaqueza para orar como conviene. El Espíritu obra una nueva creación conformando progresivamente los pensamientos y sentimientos con los de Jesucristo y da la luz para entender las palabras de Jesús y la fuerza para ser sus testigos ante los hombres.

Dios acompaña siempre a sus hijos. Tenemos que aprender a acompañar a los demás como Dios nos acompaña a nosotros, como nos enseña Jesús, con amor y paciencia, respetando nuestra libertad, sanándonos con su gracia, potenciando y desarrollando lo mejor de cada uno, para que podamos llegar al ideal de perfección que nos propone y que nos concede.

† Josep Ángel Saiz Meneses
Obispo de Terrassa


domingo, 19 de julio de 2020

El misterio del mal y la paciencia de Dios


La parábola del sembrador respondía al desaliento de los discípulos por la aparente falta de frutos de la predicación del Evangelio. La parábola del trigo y la cizaña responde a una forma más dramática de desconcierto en los discípulos de Jesús y que, por tanto, todos nosotros podemos experimentar. Es el que procede del escándalo del mal en el mundo y en la Iglesia. No se trata sólo de que la Buena Noticia se extienda con gran dificultad, hasta el punto de que nos pueda parecer que la misión de la Iglesia es un esfuerzo estéril. Es que, además, con frecuencia, tenemos la sensación de que el mal es mucho más poderoso que el bien y se impone con mayor velocidad y eficacia. Y no se trata sólo del mal “en el mundo”, sino también en el campo de la Iglesia, en medio de aquellos que han acogido la buena semilla de Jesucristo. Esta es en verdad una gran causa de escándalo para creyentes y no creyentes, para miembros de la Iglesia y para los que se sienten fuera de ella. El mal (y hoy hablamos sólo del mal moral, el que depende exclusivamente de la voluntad del hombre), que parece dominar por todo el mundo en forma de injusticia, violencia, corrupción, pobreza, marginación, desigualdad y un etcétera que se podría prolongar casi indefinidamente, se hace presente también en la Iglesia: allí donde la semilla de la Palabra ha encontrado buena tierra y debería producir frutos sobreabundantes de vida nueva resulta que crecen también los amargos frutos del mal que Jesucristo ha venido a combatir.
El escándalo puede llegar hasta el punto de estar tentados de culpar al sembrador del crecimiento de la mala semilla. Es la clásica objeción que se ha esgrimido tantas veces contra Dios: si el Creador hizo todo de la nada y lo hizo bueno, y muy bueno (cf. Gen 1, 31), ¿cómo explicar la presencia del mal en el mundo? O Dios quiere eliminar el mal y no puede, y entonces no es todopoderoso, o puede y no quiere, y entonces no es bueno; en los dos casos parece que no se puede aceptar la existencia de Dios.
En la parábola de Jesús, pese a su aparente simplicidad, existen indicaciones muy profundas para entender la respuesta a estas graves objeciones. En primer lugar, Dios no ha creado un mundo totalmente acabado, sino sometido a la ley del crecimiento: ha sembrado buenas semillas que deben dar buenos frutos. Pero para que ese proceso llegue a buen puerto es necesaria nuestra colaboración. Dios nos ha confiado parte de esta tarea, y nos ha dado libertad y autonomía para realizarla responsablemente. Esto significa que, aunque es verdad que todo lo que Dios ha creado es bueno, esa bondad está llamada a crecer y perfeccionarse. Y esto, que se cumple en todo el mundo, es especialmente patente en el hombre. Precisamente porque ha recibido la semilla de la razón y la libertad, el hombre es responsable del mundo que Dios le ha confiado y, sobre todo, de sí mismo y de sus hermanos.
La semilla de la cizaña fue sembrada mientras “la gente dormía”. Vivir responsablemente es vivir en vela, con los ojos abiertos, sin abdicar de esa responsabilidad. Aquí dormir no significa simplemente descansar, sino desentenderse, vivir irresponsablemente, no asumir como se debe la propia libertad, abusar de ella. Es entonces cuando “el enemigo” aprovecha para sembrar la mala semilla. Es interesante subrayar que las buenas obras se siembran a plena luz, tienen un carácter sincero, abierto y sin tapujos, mientras que el mal se esconde, actúa a hurtadillas, tratando de cargar la responsabilidad sobre aquél que creó el bien y sembró la buena semilla. De ahí la pregunta de los criados, que bien podría ser un reflejo de las objeciones contra Dios de las que hablamos antes: “Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?” Cuando el señor responde que lo ha hecho “el enemigo”, podemos entender a ese enemigo de muy diversas formas: puede ser el diablo, pero también nosotros mismos cuando nos dejamos llevar de nuestros intereses egoístas y desoímos la Palabra de Dios, y nos negamos a realizar la tarea a la que Dios nos ha llamado. El denominador común de ese enemigo sembrador de cizaña es la libertad personal. Así que la cuestión es que existen actitudes, formas de vida, opciones vitales que se hacen libremente enemigas de Dios y de su obra y que siembran el mal en el mismo campo en el que Dios ha depositado la buena semilla.

La respuesta sobre el origen del mal (que aquí sólo mencionamos de pasada) abre otra cuestión, que es la principal en el Evangelio de hoy: qué hacer ante la presencia del mal. La propuesta de los criados es una tentación permanente que se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia y que ha producido no pocos destrozos y sufrimientos: ir y arrancar la cizaña que ha empezado a despuntar junto con el trigo. No debemos entender la respuesta del dueño del campo como una llamada a la pasividad, como si ante la presencia del mal debiéramos simplemente no hacer nada, dejándolo campar por sus respetos, sin defendernos de él ni tratar de que triunfe la justicia. Son muchas las palabras de Jesús en el Evangelio las que nos hablan de una actitud comprometida con la causa del bien, de una resistencia activa ante las fuerzas del mal, empezando por el que encontramos en nosotros mismos. Pero cuando Jesús nos dice que no hay que arrancar la cizaña, para no arrancar al mismo tiempo el trigo, nos está diciendo que en la lucha contra el mal no podemos caer en la tentación de usar las mismas armas de aquello que combatimos. Es la tentación de pensar que el fin (bueno) justifica los medios (malos), que la causa de la verdad se puede defender con la imposición violenta, la de la justicia, con el engaño, la de la paz, con la injusticia. Cuántas veces a lo largo de la historia se ha querido implantar el bien, la justicia, la libertad o la igualdad al precio de pasar por encima de los derechos y hasta la sangre de los inocentes; cuántas veces se ha querido acabar con el mal a base de “cortar por lo sano” y haciendo pagar a justos por pecadores. También en la historia de  la Iglesia podemos encontrar por desgracia episodios de este tipo (tal vez menos de los que se dicen, pero siempre más de los que serían de desear). La tentación es tan fuerte, que hasta Jesús llegó a sentirla: “todo esto (todos los reinos del mundo) te daré, si te inclinas y me adoras” (Mt 4, 9; Lc 4, 7); es la tentación de servir al bien usando el mal, de extender el reino de la luz con los métodos del reino de las tinieblas. Es claro que cuando esto sucede no sólo no eliminamos el mal (la cizaña), sino que destruimos los frutos de la buena semilla. Y los que se pretenden justicieros de esa manera, se convierten, a sabiendas o no, en “enemigos” que, queriendo arrancar la cizaña, en realidad están arrancando el trigo y sembrando semillas de futuras cizañas.
Es necesario combatir el mal, pero sólo con las armas del bien, y esto requiere la fe, la esperanza y la paciencia a la que Jesús nos llama en el Evangelio de hoy: renunciar absolutamente a la injusticia, al engaño, a todo abuso de poder, a toda contravención de los derechos ajenos, a toda violencia injustificada. Para actuar así tenemos que soportar una cierta porción de mal, que es, por cierto, el corazón de la verdadera tolerancia, pero sólo de esa manera evitamos contagiarnos del mal que queremos combatir. Además, de este modo imitamos la paciencia de Dios con el tiempo de la historia, el tiempo en el que los hombres estamos llamados a cuidar y hacer crecer la buena semilla sembrada por Dios; e imitamos a Jesucristo, que echó las semillas del Reino sin imposiciones ni violencia, sin ceder a la tentación (en el fondo absurda, pero que nos acosa sin cesar) de ganar el mundo para Dios inclinándose ante el diablo. En él la paciencia de Dios se ha convertido en pasión, en padecimiento: el precio de la cruz, que Jesús asumió por no ceder a las insidias del diablo.
Que todo esto no tiene nada que ver con la pasividad que baja las manos ante los embates del mal se ve en la gran posibilidad que siempre tenemos frente a ese poder oscuro, de la que nos habla tan hermosamente la primera lectura: la posibilidad del perdón. La omnipotencia creadora de Dios no tiene nada que ver con la capacidad de destrucción, sino que se manifiesta en el perdón, la indulgencia, la paciencia. “El justo debe ser humano”: el Justo y fuente de toda justicia se ha hecho humano en Jesucristo, y en él, que ha cargado sobre sí los pecados del mundo, vemos cómo Dios, ante el pecado y el mal, nos da lugar al arrepentimiento, nos ofrece su perdón. También nosotros, discípulos de Jesús, debemos combatir el mal, no siendo prontos a condenar y arrancar, sino ofreciendo la fuerza divina y creadora del perdón. Dios cree en nosotros, cree que podemos cambiar; Dios no se cansa de esperar en nosotros, tiene la esperanza de nuestra conversión. ¿No deberíamos nosotros, que decimos creer y esperar en Dios, creer y esperar también en nuestros hermanos, también en nosotros mismos? Cuando lo hacemos, tal vez tengamos que soportar con paciencia una cierta dosis de cizaña, pero estaremos sembrando la buena semilla del trigo que Dios arrojó a nuestro mundo con la esperanza de encontrar buena tierra.
Si a veces nos cuesta entender el misterio del mal y la forma en que Dios reacciona ante él, podemos recordar que nuestras debilidades también afectan a nuestra mente y que siempre podemos pedir que el Espíritu venga en ayuda de esta debilidad nuestra; que él, que escudriña los corazones, nos dé la capacidad no sólo de entender, sino también de vivir conforme a la lógica de la paciencia y del perdón de Dios.
José María Vegas, cmf.