lunes, 31 de julio de 2017

No tienen vino



Nos relata el apóstol Juan un episodio en el Evangelio de Jesucristo (Jn 2, 1-11) – siempre el Evangelio es de Jesucristo, aunque lo relate alguno de los Apóstoles-, con referencia a una invitación  que se recibe para asistir a una boda en Caná de Galilea.

Da la impresión que a la boda ha sido invitada la Virgen María, y que es Jesús posteriormente el que es a su vez invitado con los discípulos. Sea como fuere, María, siempre atenta a las necesidades de los demás, se da cuenta de que falta el vino.

En la cultura judía, y en la nuestra, el vino es la alegría, es la bebida que alegra el corazón del hombre. Y la falta de él, en aquella ocasión podía interpretarse como un descuido del maestresala, o incluso de los novios. Es un detalle, si queremos, si no insignificante, es un detalle menor, para que en Evangelio se presente como algo digno de mención. Entonces por qué esta importancia, cuando, seguramente, en los Evangelios se nos relatan cosas de suyo mucho más importantes.

La clave debe estar en otro sitio. Yo creo que la clave está en el cuidado de María atendiendo a los más mínimos detalles, pero, sobre todo, en la forma de decirlo: “…Le dice a Jesús su Madre: no tiene vino…” No le dice: ¿cómo les podemos ayudar? O ¿qué podemos hacer, vamos a comprar antes de que se den cuenta los invitados? ¡No! Simplemente le expone el problema a Jesús. Y ante la respuesta de Jesús: “…No ha llegado mi hora…”, María no insiste; solamente les dice a los sirvientes: “…Haced lo que Él os diga…”

Hay un Evangelio que también nos relata Juan ( Jn 11,1-45) sobre la resurrección de Lázaro. El episodio es muy conocido, y quería detenerme en el “saludo” de Marta al Señor. Le dice: “…Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano…”

Está en la misma línea que Maria de Nazaret: expone el problema, no le pide la solución. Se aflige con el dolor propio del momento, de la ausencia de Jesús. Y le llama “Señor”, que es entre los judíos, el rango que sólo se le da a Dios. Marta le reconoce como tal.

Hay un paralelismo entre los dos casos: en ambos María nuestra Madre, y Marta, exponen el problema sin pedir nada; solo le exponen el problema. Saben que Jesús va a dar la respuesta más satisfactoria, como así fue.

Y nosotros, ¿qué conclusión podemos sacar? Hemos de pedir con fe; con la fe de María, con la fe de Marta. Sabiendo que el Señor sabe de nuestras necesidades, pero sabiendo nosotros también que Él no nos va a dejar en la estacada. El problema de las bodas de Caná es pequeño ante el problema de Marta que ha perdido a su hermano. Para Jesús, no es el tamaño del problema. Es, simplemente, un problema de fe. Es un problema de “fiarse“de Dios, que es lo que significa “tener fe”. No en vano nos dirá Jesús: “…Todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo… (Jn 14, 13)

Del mismo modo en (Mt 21,22): “…Y todo cuanto pidáis con fe en la oración, lo recibiréis…”

La clave está en que María nos enseña a rezar: Jesús ya sabe lo que necesitamos; incluso no podemos tener la “osadía” de decirle con nuestras peticiones en la oración, lo que Él debe hacer. Simplemente nos enseña a decir: “no tenemos vino”. Nos faltas Tú, nuestro “Vino nuevo”, el “novio de nuestra alma”.

Y por eso no tenemos que ayunar. Ayunaremos del pecado, de la comodidad de una vida “sin complicaciones”, cumpliendo con las obligaciones que nos manda “pesadamente” la Iglesia, como si fuera una carga que, indudablemente, dejaremos un día abandonándola.
Ayunando del “cumplimiento: cumplo y miento”. Nos falta el Vino, Jesús. Nos faltas Tú.

Esa será nuestra oración.    ¡Dame sed de Ti, dame hambre de Ti”!
Mi alma está sedienta de Ti, mi carne tiene ansia de Ti como tierra reseca, agostada…sin agua. (Sal 62)


Tomas Cremades Moreno

domingo, 30 de julio de 2017

La decisión más importante


  
El evangelio recoge dos breves parábolas de Jesús con un mismo mensaje. En ambos relatos, el protagonista descubre un tesoro enormemente valioso o una perla de valor incalculable. Y los dos reaccionan del mismo modo: venden con alegría y decisión lo que tienen y se hacen con el tesoro o la perla. Según Jesús, así reaccionan los que descubren el reino de Dios.

Al parecer, Jesús teme que la gente le siga por intereses diversos, sin descubrir lo más atractivo e importante: ese proyecto apasionante del Padre que consiste en conducir a la humanidad hacia un mundo más justo, fraterno y dichoso, encaminándolo así hacia su salvación definitiva en Dios

¿Qué podemos decir hoy después de veinte siglos de cristianismo?

¿Por qué tantos cristianos buenos viven encerrados en su práctica religiosa con la sensación de no haber descubierto en ella ningún «tesoro»?
 ¿Dónde está la raíz última de esa falta de entusiasmo y alegría en no pocos ámbitos de nuestra Iglesia, incapaz de atraer hacia el núcleo del Evangelio a tantos hombres y mujeres que se van alejando de ella, sin renunciar por eso a Dios ni a Jesús?

Después del Concilio, Pablo VI hizo esta afirmación rotunda: «Solo el reino de Dios es absoluto. Todo lo demás es relativo». Años más tarde, Juan Pablo II lo reafirmó diciendo: «La Iglesia no es ella su propio fin, pues está orientada al reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento». El papa Francisco nos viene repitiendo: «El proyecto de Jesús es instaurar el reino de Dios».

Si esta es la fe de la Iglesia, ¿por qué hay cristianos que ni siquiera han oído hablar de ese proyecto que Jesús llamaba «reino de Dios»? ¿Por qué no saben que la pasión que animó toda la vida de Jesús, la razón de ser y el objetivo de toda su actuación, fue anunciar y promover ese proyecto humanizador del Padre: buscar el reino de Dios y su justicia?

La Iglesia no puede renovarse desde su raíz si no descubre el «tesoro» del reino de Dios. No es lo mismo llamar a los cristianos a colaborar con Dios en su gran proyecto de hacer un mundo más humano que vivir distraídos en prácticas y costumbres que nos hacen olvidar el verdadero núcleo del Evangelio.

El papa Francisco nos está diciendo que «el reino de Dios nos reclama». Este grito nos llega desde el corazón mismo del Evangelio. Lo hemos de escuchar. Seguramente, la decisión más importante que hemos de tomar hoy en la Iglesia y en nuestras comunidades cristianas es la de recuperar el proyecto del reino de Dios con alegría y entusiasmo.

Ed. Buenas noticias
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sábado, 29 de julio de 2017

XVII Domingo del Tiempo Ordinario



Alegría por el don recibido

Las dos pequeñas parábolas del Evangelio de hoy ofrecen otra enseñanza sobre la postura del cristiano ante la incredulidad, una realidad que desalienta: alegría por el don recibido, alegría como móvil de la acción de vender para adquirir un tesoro que vale la pena.

        La incredulidad, especialmente cuando es masiva y ambiental, en la que el cristiano se ve como una isla, aislado de todos, produce desaliento y cansancio, mientras que, al contrario,  ayuda el verse acompañado por personas que comparten el mismo ideal. Por eso Jesús nos ha organizado en familia, en pueblo que peregrina unido. Realmente ayudan las manifestaciones comunitarias de la fe que profesamos y, en este contexto, tienen plenamente sentido los esfuerzos para algunas de estas celebraciones, como las Jornadas Mundiales de la Juventud.  Pero además y, especialmente para estas situaciones de aislamiento ante la incredulidad, es necesario saber defenderse y para ello Jesús nos ofrece un medio extraordinario: la alegría por ser creyente cristiano.  Es una elección que vale la pena, aun en el caso de que yo fuera el único creyente.

Esto implica valorar los dones recibidos, descubriendo el valor de Dios padre, de Jesús señor y maestro, de la Iglesia, y de los demás dones recibidos por ellos, como la fe, la palabra de Dios, una vida con sentido...  La segunda lectura resume brevemente nuestra situación: Dios padre es el primero que ha pensado en cada uno de nosotros, nos ha pensado con amor para gozar con él, y para eso nos ha destinado a ser hijos en su Hijo. Y este plan ya está en marcha, pues hemos recibido la vocación a la fe, se nos han perdonado los pecados y somos hijos de Dios, y por lo que a Dios toca, ya estamos glorificados. El final depende de nuestra colaboración. Para ello hace colaborar todas las cosas para nuestro bien. Este descubrimiento debe crear conciencia de haber hecho la mejor elección, en la que uno se mantiene aunque se quede solo.

Por otra parte, todos estos dones implican corresponder a ellos con alegría,  alegría que irá en proporción a la conciencia del don. Hay una moral cristiana, que tiene que estar movida por la alegría, para que sea “yugo llevadero y carga ligera”. Sin alegría seguirá siendo moral, pero no es “cristiana”. Esta es la sabiduría existencial que hay que pedir a Dios (1ª lectura).
Si Dios es padre, corresponder es vivir como hijo, vocación a la que nos ha destinado (2ª lectura), sintiéndose dependiente y pequeño ante el Padre, amándolo y confiando en él,  haciendo su voluntad... Si Jesús es señor y maestro, corresponder es vivir de acuerdo con sus enseñanzas sobre la voluntad del Padre, que tienden a que crezcamos en filiación... Si la Iglesia es una familia en la  que crecemos  y realizamos la vocación cristiano, tenemos que salir de nuestros aislamientos egoístas y vivir más en comunión y ayuda con los demás, especialmente en tiempos de incredulidad.

La Eucaristía de cada domingo es motivo de alegría, por una parte,  por la celebración de los grandes valores que hemos recibido, y, por otra, porque la celebración comunitaria nos fortalece para la vivencia  tantas veces  solitaria de la fe.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


domingo, 23 de julio de 2017

Importancia de lo pequeño



Al cristianismo le ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos el triunfalismo, la sed de poder y el afán de imponerse a sus adversarios. Todavía hay cristianos que añoran una Iglesia poderosa que llene los templos, conquiste las calles e imponga su religión a la sociedad entera.

Hemos de volver a leer dos pequeñas parábolas en las que Jesús deja claro que la tarea de sus seguidores no es construir una religión poderosa, sino ponerse al servicio del proyecto humanizador del Padre -el reino de Dios- sembrando pequeñas «semillas» de Evangelio e introduciéndolo en la sociedad como pequeño «fermento» de una vida humana.

La primera parábola habla de un grano de mostaza que se siembra en la huerta. ¿Qué tiene de especial esta semilla? Que es la más pequeña de todas, pero, cuando crece, se convierte en un arbusto mayor que las hortalizas. El proyecto del Padre tiene unos comienzos muy humildes, pero su fuerza transformadora no la podemos ahora ni imaginar.

La actividad de Jesús en Galilea sembrando gestos de bondad y de justicia no es nada grandioso ni espectacular: ni en Roma ni en el Templo de Jerusalén son conscientes de lo que está sucediendo. El trabajo que realizamos hoy sus seguidores parece insignificante: los centros de poder lo ignoran.

Incluso los mismos cristianos podemos pensar que es inútil trabajar por un mundo mejor: el ser humano vuelve una y otra vez a cometer los mismos horrores de siempre. No somos capaces de captar el lento crecimiento del reino de Dios.

La segunda parábola habla de una mujer que introduce un poco de levadura en una masa grande de harina. Sin que nadie sepa cómo, la levadura va trabajando silenciosamente la masa hasta fermentarla por completo.

Así sucede con el proyecto humanizador de Dios. Una vez que es introducido en el mundo va transformando calladamente la historia humana. Dios no actúa imponiéndose desde fuera. Humaniza el mundo atrayendo las conciencias de sus hijos hacia una vida más digna, justa y fraterna.

Hemos de confiar en Jesús. El reino de Dios siempre es algo humilde y pequeño en sus comienzos, pero Dios está ya trabajando entre nosotros promoviendo la solidaridad, el deseo de verdad y de justicia, el anhelo de un mundo más dichoso. Hemos de colaborar con él siguiendo a Jesús.

Una Iglesia menos poderosa, más desprovista de privilegios, más pobre y más cercana a los pobres siempre será una Iglesia más libre para sembrar semillas de Evangelio y más humilde para vivir en medio de la gente como fermento de una vida más digna y fraterna.

Ed. Buenas noticias
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viernes, 21 de julio de 2017

XVI Domingo del Tiempo Ordinario




Postura ante la incredulidad: Paciencia.

        La parábola de la cizaña forma parte de las enseñanzas de Jesús sobre la postura del discípulo ante la incredulidad, en la que se le invita a la paciencia ante este fenómeno, sin precipitarse en condenar y excluir de la comunidad, pues es una tarea que se ha reservado él en el juicio final.  Esta enseñanza se completa con la explicación alegorizada de la misma parábola, que la aplica al campo de la Iglesia, donde, por una parte, se siembra y crece la palabra de Dios, pero, por otra, el Maligno también siembra y crece cizaña. El problema está en distinguir adecuadamente el brote de trigo del de la cizaña, pues, querer hacerlo precipitadamente es exponerse  a arrancar trigo creyendo que es cizaña.  Si es difícil conocer nuestro propio corazón, ¡mucho más difícil es conocer el corazón de los demás! Es el Señor quien conoce los corazones (Hch 1,24) y por eso se reserva el juicio definitivo. La parábola pide realismo: no todo es trigo del Reino en el campo de la Iglesia, pero hay que proceder con calma hasta que no se pueda distinguir claramente quién es trigo y quién cizaña. Y la última palabra siempre la tiene Jesús en el juicio final.

La comunidad cristiana es santa, porque está integrada por hijos de Dios, que por medio del Espíritu son hijos en el Hijo; quieren vivir haciendo la voluntad del Padre, que se resume en amar; se reúnen en nombre de Jesús y él está dinámicamente presente en medio de ellos (Mt 18,20). Su vocación es crecer en santificación (1 Tes 4,3), es decir, crecer en la participación de la vida divina por medio de una vida de amor servicial. Pero es también una comunidad pecadora, incluso puede llegar a tener miembros gravemente pecadores, anticristos (1 Jn 2,18-19). La parábola invita a mirar con objetividad esta realidad. ¿Qué hacer? En principio no juzguéis y no seréis juzgados (Mt 7,1), donde “juzgar” significa condenar. Es verdad que el hermano peca, pero la tarea de la comunidad no es condenarlo y considerarlo sin remedio ni salvación, sino ayudar a llevar las cargas mutuamente (Gal 6,2). Dios es el protagonista y siempre en el pecado da lugar al arrepentimiento (1ª lectura). La misión de la comunidad es favorecer la acción de Dios dialogando y corrigiendo fraternalmente (Mt 7,3-5; 18,15-18), una corrección que incluso puede llegar a la exclusión de la comunidad (Mt 18,18), si es necesario para defender el bien común comunitario, pero excluir de la comunidad siempre es una medida medicinal y una invitación a la conversión. La ley suprema de la Iglesia es la salvación de las almas (CIC 1752).

        En la historia de la Iglesia no han sido infrecuentes las posturas puritanas de grupos que se creen poseedores de la exclusiva de la ortodoxia doctrinal y moral y condenan a los demás, viendo herejes por todas partes. Con razón, el auténtico Magisterio los ha rechazado aludiendo a esta parábola. Realmente la Iglesia es una fraternidad santa y pecadora, en lucha constante por su purificación. La palabra de Dios invita a caminar unidos dentro de la diversidad legítima, afrontando la diversidad con talante de diálogo, viendo lo positivo de cada persona y cada postura, evitando la tentación de servirse de situaciones de poder para imponer la propia opinión o costumbre como la única y auténtica. Todo esto con realismo, “prudentes como serpientes, sencillos como palomas”  (Mt 10,16).

        La Eucaristía es celebración de una fraternidad santa y pecadora, que agradece al Padre los dones recibidos  y pide fuerzas para caminar todos unidos, ayudándose mutuamente en llevar las cargas.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

lunes, 17 de julio de 2017

De vacaciones

 Unos antes, otros después, a lo largo del verano hay tiempo para vacaciones. No todo el mundo puede tomárselas, pero todos, de una manera u otra disminuyen el ritmo de actividad de la vida ordinaria, y muchos lo hacen para dedicarse a otra actividad complementaria. Porque vacaciones no es tiempo de no hacer nada, sino de hacer otra cosa, que complemente nuestra formación, que ayude al descanso, que nos dé oportunidad de desarrollar aspectos que no pueden desplegarse en el ritmo ordinario del año.
Hay quienes plantean las vacaciones como tiempo de desenfreno. Como si estuvieran todo el año reprimidos y en vacaciones de desatan. Cuando estos vuelven a la vida ordinaria experimentan una fuerte depresión. Las vacaciones no pueden plantearse desde el desenfreno, sino haciendo aquello que nos gusta –supuesto que tenemos buen gusto- poder vivir un tiempo sin la presión de los horarios y de las agendas. Cuando uno piensa en las vacaciones, piensa en visitar a los amigos, en convivir con la familia, en hacer turismo, en tomarse un tiempo de mayor descanso. Quizá no pueda hacer todo lo que se le ocurre, pero ha dejado suelto el espíritu y ha recuperado energías para afrontar de nuevo la vida ordinaria.
En este descanso, un lugar preferente lo ocupa Dios. A lo largo del año, vamos con el tiempo justo. En vacaciones, podemos dedicar más tiempo a la oración, a la lectura pausada, a la contemplación de la naturaleza. Dios está ahí, y quiere ser nuestro descanso, y además es un descanso gratuito. “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”, nos recuerda san Agustín en sus Confesiones. Descansemos en Dios, conectemos con las motivaciones positivas que han dado sentido a nuestra vida, renovemos aquel amor primero que es capaz de impulsarnos a grandes empresas.
Durante las vacaciones, muchos niños y jóvenes de parroquia acuden a campamentos de verano. Son una ocasión preciosa para crecer, para convivir, para hacer nuevos amigos, para estar con Jesucristo en el fresquito de la mañana o en la Misa del atardecer. El tiempo de ocio es tiempo para la evangelización, es decir, para la experiencia más fuerte de Jesús en medio de nosotros, en medio de su Iglesia, en esa cadena de adultos, jóvenes y niños que se anuda en estas ocasiones. En vacaciones, muchos adultos toman unos días de retiro espiritual en un monasterio, en una casa de ejercicios. Es un tiempo intenso de relación con Dios, que restaura muchas heridas y fortalece para la misión que cada uno ha recibido.
Celebré hace pocos días la Eucaristía con un numeroso grupo de misioneros de toda Andalucía (se habían ofrecido más de tres mil, y fueron seleccionados unos cuatrocientos). Durante ocho días se han dedicado a evangelizar por las calles y plazas, viviendo aquella experiencia que describe el Evangelio de san Lucas 10,1ss: “los envió de dos en dos a todos los pueblos y lugares… sin alforja, sin sandalias… llevando la paz a todos”. Al regreso, venían desbordantes de gozo, porque habían experimentado la verdad de esta Palabra en sus vidas, en medio de múltiples privaciones e incluso rechazos. Habían experimentado sobre todo la fuerza y la verdad del Evangelio, habían constatado que los pobres eran los mejor dispuestos a recibir la buena nueva. Todos nos contagiamos de la alegría de este anuncio. Otro tanto les ocurrirá a los que van en misión ad gentes, como los de Picota/Perú (tres expediciones este verano), o los que dedican tiempo para servir a los más pobres. Algunos han viajado a Calcuta. La fe se fortalece dándola, nos decía Juan Pablo II.
He participado en convivencias sacerdotales, donde también los sacerdotes tienen la oportunidad de descansar con el Señor y en la amistad de los hermanos. He visitado campamentos de niños y jóvenes, donde la algarabía de la edad aprende la disciplina y el servicio sacrificado, al tiempo que la supervivencia en contacto con la naturaleza y liberados de tantos cachivaches que tienen en sus casas. Varias expediciones hacen el Camino de Santiago o una peregrinación a Fátima en el centenario de las apariciones. Hace pocos días acompañaba a la primera peregrinación de la Hospitalidad de Lourdes en Córdoba, que tiene como objetivo llevar enfermos a Lourdes, y en esta primera edición ha acudido un buen grupo.
Que las vacaciones sean tiempo de provecho, de descanso, de hacer otras cosas, de llenarse de Dios. Felices vacaciones para todos.
Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández,
Obispo de Córdoba


domingo, 16 de julio de 2017

Dios Padre Bueno y Misericordioso



Dios Padre Bueno y Misericordioso,
te damos Gracias y te Bendecimos
porque tu Palabra enriquece nuestra vida
y porque Tú nos permites acogerla
en el interior de nuestro corazón
a pesar de las dificultades y los problemas
que surgen en nuestro camino de cada día.

Dios Padre nuestro, Bendícenos a diario
con  tu Presencia  a través de tu Palabra.

Que tu Palabra de Vida, Dios nuestro,
llegue a nuestro corazón, lo alimente
y lo fortalezca cada día de nuestra vida
para que dé frutos abundantes en medio del mundo.

Que tu Palabra nos llene de ánimo y esperanza
para comunicarla a cada uno de nuestros hermanos,
para que Ella llegue a todo el mundo,
y esté presente en el interior cada persona.

Ayúdanos Tú, Dios Padre Bueno y Misericordioso
a ser constantes en la oración con tu Palabra de Vida
y a esperar con paciencia los frutos necesarios
que Tú, Dios nuestro, quieras regalarnos cada día. 

Amén

viernes, 14 de julio de 2017

XV Domingo del Tiempo Ordinario



Sembrad,  pues habrá cosecha     

El Evangelio de este domingo, junto con el de los dos domingos siguientes, está tomado de una sección de san Mateo (Mt 13) cuya finalidad es iluminar con la palabra de Dios el fenómeno de la incredulidad y la postura que tiene que tomar el cristiano ante ella. Se trata de un fenómeno presente en toda la Historia de la salvación, que vivieron los profetas, vivió Jesús y vivimos nosotros, los que vivimos en una época en que aparentemente son cada día menos los creyentes, situación que puede desmoralizar.

Jesús vivió esta situación. Los primeros momentos de su ministerio fueron de acogida popular calurosa: ha surgido un profeta que hace el bien, habla de Dios como padre, vive en medio del pueblo sencillo: “Al ver la gente la señal que había realizado, decía: « Este es verdaderamente el profeta  que iba a venir al mundo. » Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo (Jn 6,14-15). Pero Jesús no halagó al pueblo con falsos mensajes, sino que expuso con sinceridad el plan de Dios: « Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios»... (Mc 12,14). El Reino de Dios que anunciaba no era un reino político-religioso como esperaba la mayoría, sino un reinado de Dios Padre que crea un pueblo de hijos que viven fraternalmente; su ley será el amor, el servicio, el dar la vida por los demás.

El anuncio de la Eucaristía lo resume todo.  Naturalmente este mensaje no agradaba al pueblo. Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: « Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?...  Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. (Jn 6,60.66). Es lo que se conoce como “crisis de Galilea”, un momento en que la masa abandona a Jesús y sólo le sigue un pequeño grupo. Este es el contexto de la parábola del sembrador, cuya enseñanza básica es la convicción que tiene el sembrador de que habrá cosecha, por eso siembra y trabaja, aunque es consciente de que parte de la semilla se perderá y no todas las semillas darán el mismo rendimiento. Éste dependerá de la calidad del terreno, como se explica un poco más adelante en el mismo evangelio de Mateo.  Con esta y otras enseñanzas semejantes Jesús mantenía la moral de sus seguidores.

Es una enseñanza también necesaria para los cristianos que vivimos en un mundo aparentemente cada día más descristianizado. ¡Habrá cosecha! Mejor, la cosecha ya existe, porque ya ha tenido lugar con la resurrección de Jesús. El problema no es si vendrá o no plenamente el reino de Dios, que vendrá, sino la respuesta que damos los hombres, que el Padre quiere que sea lo más amplia posible y por eso nos envía a continuar la misión de Jesús. A pesar del ambiente negativo hay que seguir sembrando el Evangelio, porque habrá cosecha.

Es interesante constatar que en el libro del Apocalipsis, cuando  se narran las dificultades que vivirá la comunidad cristiana,  se la invita a cantar el himno de victoria del final, cuando triunfe plenamente la salvación de Dios y comprendamos todos los porqués que ahora nos desconciertan: ¡Grandes y maravillosas tus obras, Señor Dios omnipotente! ¡Justo y verdaderos tus juicios, oh rey de los siglos!... (Ap 15,3. La liturgia nos invita a hacer lo mismo, integrando estos himnos en la hora de vísperas).

Por otra parte, la palabra sembrada tiene un dinamismo propio, que realiza su contenido (1ª lectura). Hay que sembrarla con fe en su propia eficacia. El que la acoge tiene vida eterna (Jn 1,12), el que la rechaza se excluye de ella. Por eso Jesús afirma que su palabra juzga, pues pone de manifiesto el tipo de tierra que hay en cada corazón: Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día;  porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí. » (Jn 12,47-50).

Celebrar la Eucaristía es celebrar, por una parte, la cosecha final, y, por otra, la eficacia de la Palabra que se nos entrega para alimentarnos y transformarnos.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

miércoles, 12 de julio de 2017

El tamaño de la mostaza

         

                                                                     
 ¿Os acordáis cuando dijo Jesús que la fe de su gente era del tamaño de un grano de mostaza? Y eso que veían los milagros que hacía… Entonces nosotros que no Le vemos ¿Qué tamaño tendrá la nuestra?

Me entra la risa por no llorar. Primero porque no Le veo; segundo porque no hay milagros a mi vera y tercero, Él hablaba de cerca, a mí me lo tienen que contar…  
¿Pues sabéis qué? Que en mi caso, bueno en el de todos nosotros, es mucho más interesante, es un reto, una lucha constante… Tal vez no tenga siquiera el tamaño de un grano mostacil, pero nos dijo estas palabras, precisamente a ti y a mí: “Benditos los que creéis sin ver”. ¿No es más grandioso? Yo creo que sí.

¡Pues aumentemos el dichoso grano! Bien, hagamos cosas, por ejemplo: Recordar siempre esas palabras dedicadas a nosotros; Comulgar para tenerLe a nuestro lado en todo momento y lugar (antes no podían, Le veían y ¡zaca!, se marchaba a otro sitio); y rezar para que hayan más apóstoles de los que hay, entonces eran 12 para el mundo, ahora son 418.200, pero en el mundo somos 7.000 millones de almas… Y no, no son suficientes, nos toca ayudarles en nuestra medida.
  
Espero si Dios lo quiere, porque nosotros lo queremos, pasar del “granin” de mostaza, a una pipa de sandía y algún día, a una ciruela Claudia ¡Sería genial, felicidad a tope!!!   


Emma Díez Lobo

lunes, 10 de julio de 2017

¿Libertad religiosa?

                                         


                                                 
No, no es eso, está mal dicho, es libertad de la religión Cristiana; los demás campan a sus anchas con sus religiones o sin ellas y no es que me moleste, simplemente está mal dicho.

La envidia a los cristianos (de los que no respetan nada) es terrible, nos odian a muerte por la fe, y yo me digo: 

¡Jopé, si tienen las mismas oportunidades que yo!!!... Pues va a ser que pasan de oportunidades y usan el “intelecto” para fastidiar y, lo peor es que van en aumento como predijo Jesús, y sabiendo esto ¿no reaccionan?, pues ni por esas.

Si la envidia fuera verde, la mitad de los humanos serían pimientos…

La fe te hace libre y los cristianos lo somos. Me apenan estos pobres que no conocen ni un gramo de libertad sino el libertinaje y la maldad, encadenados al trajín de la mofa, el insulto, la blasfemia e incluso la muerte. ¡Qué manera de perder el tiempo que tienen de vida!, y tan acomplejados que ni la razón les funciona. Están fatal.

Ser Católico es lo más. Nos ayudamos y apoyamos, nos caemos y nos levantamos, rezamos y salvamos, nos suceden cosas tristes y no perdemos la sonrisa y… ¡Claro! cada vez más “pimientos verdes”. Pues han de saber que a la envidia se le pega la cochambre. ¡Con lo fácil que es lavarse!

Este escrito va por aquellos que quieren hacer daño sin conseguirlo para hacérselo a sí mismos.
   
Mi libertad anda dentro de mí así me quiten el Templo. Jesús dijo: “No temáis yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.    

Emma Díez Lobo


sábado, 8 de julio de 2017

XIV Domingo del Tiempo Ordinario



La moral cristiana es vivencia del don de la filiación

        Las palabras de Jesús en el Evangelio proclamado hoy reciben todo su sentido del contexto inmediato anterior, en que Jesús alaba al Padre porque ha querido revelarse a los pequeños por medio de él, su Hijo, el único que conoce al Padre y lo revela. Como consecuencia a continuación Jesús invita a todos los cansados y agobiados a acoger su mensaje filial. Es una invitación de carácter antifariseo dirigida a todas las personas de buena voluntad que viven sus prácticas religiosas como una carga insoportable, compuesta de mandatos y prohibiciones, frecuentemente realizadas de forma rutinaria, en las que lo importante es “cumplir” con lo mandado para quedarse tranquilo ante uno mismo  y ante el juicio de los demás miembros del grupo religioso.

        Jesús no niega la necesidad de una moral cristiana sino su motivación, pues habla de mi “yugo” y de mi “carga”. Lo que niega es la motivación farisea, que concibe las obras como una exigencia realizada con las propias fuerzas para asegurarse la salvación eterna. De donde a veces la pregunta angustiada: He hecho esto y esto, ¿me puedo quedar tranquilo?, pregunta a la que subyace la idea de un Dios caprichoso y tirano que vende la vida eterna amargando la vida de la gente.

Para Jesús Dios es amor, es un Padre que ama a sus hijos y por eso ofrece a todos gratuitamente el ser hijos suyos con la única condición de que sean “pequeños”, radicalmente humildes, se dejen transformar y acojan el don con amor. Al que acoge el don, el Padre le da con él fuerzas para corresponder con amor, entrando así  en una dinámica de vida filial y fraternal, actuando sólo de cara a Dios Padre (Mt 6,1). En este contexto hay un “yugo” y una “carga”, es decir, obligaciones morales que implican un esfuerzo, pero que se realiza por amor por lo que el yugo es llevadero  y la carga ligera.

        Jesús se ofrece como modelo y compañero para llevar esta yugo y carga: Venid a mí todos los que estáis cargados y agobiados y yo os aliviaré. ¿Cómo aliviará? No quitando las obligaciones morales sino motivándolas en el amor. En concreto, tomad  sobre vosotros mi yugo  y aprended de mí que soy manso y humilde corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera: primero tomad mi yugo. Es interesante esta imagen usada por Jesús. Yugo es un instrumento que sujeto a  la lanza del carro o al timón del arado permite que la yunta de bueyes o mulas tire de la carga. Implica que Jesús es nuestro compañero de fatigas y nos ayuda a llevar la carga. La frase siguiente explica cómo ayuda: porque es manso y humilde corazón. Puesto que el corazón es el centro de toda la vida, un corazón humilde es una vida radicalmente dependiente del Padre y solidaria con todos los hombres; por otra parte, manso  es una consecuencia de lo anterior y se refiere a la capacidad de perdonar. Gracias a ello Jesús nos ha conseguido el perdón, se ha convertido es nuestro modelo al que tenemos que imitar y en hermano solidario que nos ayuda constantemente como compañero de yugo. La consecuencia es que encontraremos nuestro descanso y la alegría de una vida como hijos de Dios, que sigue implicando compromisos que en estos contextos son yugo llevadero y carga ligera.

        En la 2ª lectura san Pablo explicita en qué consiste la ayuda de Jesús: con su Espíritu ayuda a dar muerte a las obras del cuerpo, las diversas manifestaciones del egoísmo (Cf Gal 5,19-21) y a realizar el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz... (Gal 5,22-23).

        En cada celebración de la Eucaristía Jesús ejerce como “compañero de yugo” que nos afianza en la vida filial, nos lleva al Padre y nos alimenta.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 7 de julio de 2017

Amar en la indiferencia


Queridos hermanos y hermanas:
El papa Juan Pablo II escribió que “el hombre no puede vivir sin amor”, [pues entonces es]“ para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido… si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10). La vocación al amor está inscrita en nuestro corazón. En esta vida podemos permitirnos fracasar en muchas aspiraciones, pero ningún fracaso tendrá consecuencias tan lamentables como fracasar en el amor.
Son cada vez más numerosos los matrimonios que se rompen y las familias desestructuradas. Es frecuente también el fenómeno de las parejas de hecho, las familias monoparentales, la fecundación artificial, los embarazos no deseados, el negocio de la pornografía, el aumento de las enfermedades de transmisión sexual, la anticoncepción, la práctica homosexual, los abusos sexuales y la violencia familiar. Nos encontramos ante una verdadera “emergencia educativa”, de la que nos alertara Benedicto XVI.
La crisis del amor humano ha sido descrita por el papa Francisco como un gran “desafío antropológico y cultural” (AL 31-57), un desafío que nos invita a seguir educando a los jóvenes en el amor, con renovado empeño, ayudándoles a valorar y respetar la diferencia y a aceptar el propio cuerpo tal y como ha sido creado (AL285). De ello depende que el amor humano conserve su dignidad y su valor para revelar el amor divino en el nuevo milenio. De ello depende también la dignidad y el misterio de la persona humana, de la que el amor es su expresión y epifanía.
Por lo que respecta al significado del cuerpo y de la diferencia sexual, los ataques más directos que está sufriendo el amor humano en nuestro tiempo provienen de la “ideología de género”, que se mezcla en nuestros días con las reivindicaciones de los teóricos de la “revolución sexual” y el “feminismo radical”. El resultado es una mentalización constante, una “colonización ideológica”, como ha señalado el papa Francisco, que se infiltra en todos los poros de nuestra sociedad, generando en nuestros jóvenes una tremenda confusión y desorientación personal.
El postulado fundamental de la ideología de género, según Judith Butler, tal vez su teórica principal, es eliminar el supuesto de que los seres humanos se dividen en dos sexos. Las diferencias hombre-mujer, más allá de las diferencias anatómicas, no proceden de la naturaleza. Son producto de la cultura de un país y una época. Son una convención social. Hay que liberar, por tanto, a la persona de sus condicionamientos biológicos. La naturaleza no debe imponer ninguna ley. La persona ha de tener libertad para configurarse según sus propios deseos. De este modo, cada uno puede “inventarse” a sí mismo, eligiendo su propio género y su propia identidad y orientación sexual, con independencia de su sexo biológico.
Hay otro aspecto a señalar: La ideología de género afirma que la reproducción humana debe ser totalmente libre, existiendo por lo tanto el derecho al aborto, y en contraposición, el “derecho al hijo”, por medio de las técnicas de reproducción artificial posibles, ya que la reproducción no es más que el resultado fortuito de algunos encuentros heterosexuales.
Con esta antropología dualista, el sexo se separa de la persona. El sexo es considerado un mero dato anatómico, sin relevancia antropológica, que no habla de la persona ni de complementariedad alguna. Una mirada no ideologizada nos permitiría comprender, en cambio, el misterio de la creación, que se encuentra inscrito como una huella en el cuerpo sexuado. En esta dirección apuntan los más recientes hallazgos de la anatomía, fisiología, la embriología y las neurociencias.
Urge hoy releer las catequesis de Juan Pablo II sobre la “teología del cuerpo”, y enseñar a “amar en la diferencia”. Juan Pablo II nos enseñó el significado esponsal que está inscrito en nuestro cuerpo. El cuerpo, en efecto, es mucho más que un envoltorio de la persona. Está cargado de un profundo significado simbólico y espiritual, que en nuestros días es urgente redescubrir. Por lo que respecta a la diferencia sexual, la misma palabra “diferencia” (dif-ferre) sugiere cómo en el amor el “yo” es llevado hacia el “tú” del otro sexo. El Cardenal Scola, en sus escritos sobre el “misterio nupcial”, ha demostrado que la separación arbitraria del amor, la diferencia sexual y la fecundidad tiene consecuencias muy destructivas para el ser humano y la sociedad.
El hombre moderno que, con el ateísmo, intentó liberarse de Dios; y con el materialismo, intentó liberarse de su dimensión espiritual, con la ideología de género pretende liberarse de su “ser” cuerpo. De este modo, como señalaba Benedicto XVI, el hombre moderno quiere ser pura autonomía, quiere crearse a sí mismo y ser “dios”, y esto es metafísicamente imposible, ya que el hombre, al querer emanciparse de su cuerpo, de la esfera biológica, acaba por destruirse a sí mismo.
Con el deseo de que estas reflexiones hagan algún bien a mis lectores, para todos mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

jueves, 6 de julio de 2017

El Se­ñor en­se­ña su ca­mino a los hu­mil­des

Os de­seo gra­cia y paz.
El li­bro de los Nú­me­ros afir­ma: “Moi­sés era un hom­bre muy hu­mil­de, más que na­die so­bre la faz de la tie­rra” (Nm 12,3). Un poco más ade­lan­te, Dios dice que si hay en­tre el pue­blo un pro­fe­ta “me doy a co­no­cer a él en vi­sión y le ha­blo en sue­ños” (Nm 12,6). Pero no su­ce­de de la mis­ma ma­ne­ra con Moi­sés, del cual ase­gu­ra: “mi sier­vo Moi­sés, el más fiel de to­dos mis sier­vos. A él le ha­blo cara a cara; abier­ta­men­te y no por enig­mas; y con­tem­pla la fi­gu­ra del Se­ñor” (Nm 12,7-8).

El li­bro del Éxodo men­cio­na el ros­tro ra­dian­te y res­plan­de­cien­te de Moi­sés: “Cuan­do Moi­sés bajó de la mon­ta­ña del Si­naí con las dos ta­blas del Tes­ti­mo­nio en la mano, no sa­bía que te­nía ra­dian­te la piel de la cara, por ha­ber ha­bla­do con el Se­ñor. Aa­rón y los hi­jos de Is­rael vie­ron a Moi­sés con la piel de la cara ra­dian­te y no se atre­vie­ron a acer­car­se a él” (Ex 34,29-30). Cuan­do ter­mi­nó de ha­blar con ellos, Moi­sés se cu­brió la cara con un velo. “Siem­pre que Moi­sés en­tra­ba ante el Se­ñor para ha­blar con él, se qui­ta­ba el velo has­ta la sa­li­da. Al sa­lir, co­mu­ni­ca­ba a los hi­jos de Is­rael lo que se le ha­bía man­da­do. Ellos veían la piel de la cara de Moi­sés ra­dian­te, y Moi­sés se cu­bría de nue­vo la cara con el velo, has­ta que vol­vía a ha­blar con Dios” (Ex 34,34-35).

El con­tac­to con el Se­ñor tam­bién nos vuel­ve res­plan­de­cien­tes. Quien vive en ora­ción in­ten­sa, en es­cu­cha pro­lon­ga­da y diá­lo­go se­reno con el Se­ñor, que­da trans­fi­gu­ra­do. Po­see un res­plan­dor que no es pro­pio, sino con­ce­di­do por gra­cia. Quien par­ti­ci­pa del amor de Dios, co­mu­ni­ca amor y per­ma­ne­ce en el amor. Todo ello no es po­si­ble sin una au­tén­ti­ca ac­ti­tud de hu­mil­dad. Quien tra­ta a me­nu­do con el Se­ñor sabe de la dis­tan­cia en­tre Dios y los se­res crea­dos. Es­cri­be San­ta Te­re­sa de Je­sús: “la hu­mil­dad es an­dar en ver­dad”.

La Sa­gra­da Es­cri­tu­ra con­ce­de mu­cha im­por­tan­cia a la hu­mil­dad. Es muy co­no­ci­do el tex­to de Mi­queas: “Hom­bre, se te ha he­cho sa­ber lo que es bueno, lo que el Se­ñor quie­re de ti: tan solo prac­ti­car el de­re­cho, amar la bon­dad, y ca­mi­nar hu­mil­de­men­te con tu Dios” (Miq 6,8).

Lee­mos al­gu­nos ver­sícu­los de los Pro­ver­bios: “Tras la so­ber­bia lle­ga la ver­güen­za, con los hu­mil­des está la sa­bi­du­ría” (Prov 11,2); “Te­mer al Se­ñor edu­ca en la sa­bi­du­ría, de­lan­te de la glo­ria va la hu­mil­dad” (Prov 15,33): “Si eres hu­mil­de y te­mes al Se­ñor ten­drás ri­que­zas, vida y ho­nor” (Prov 22,4); “El or­gu­llo del hom­bre aca­ba hu­mi­llán­do­lo, el de es­pí­ri­tu hu­mil­de será res­pe­ta­do” (Prov 29,23). Tam­bién los sal­mos nos en­se­ñan: “El Se­ñor es bueno y es rec­to, y en­se­ña el ca­mino a los pe­ca­do­res; hace ca­mi­nar a los hu­mil­des con rec­ti­tud, en­se­ña su ca­mino a los hu­mil­des” (Sal 25 [24],8-9).

El mo­de­lo lo en­con­tra­mos en Je­sús, que nos dice: “apren­ded de mí, que soy man­so y hu­mil­de de co­ra­zón” (Mt 11,29). La Vir­gen Ma­ría pro­cla­ma la gran­de­za del Se­ñor y su es­pí­ri­tu se ale­gra en Dios, su Sal­va­dor “por­que ha mi­ra­do la hu­mil­dad de su es­cla­va” (Lc 1,48). El Se­ñor “de­rri­ba del trono a los po­de­ro­sos y enal­te­ce a los hu­mil­des” (Lc 1,52).

En los es­cri­tos pau­li­nos se in­sis­te: “Te­ned la mis­ma con­si­de­ra­ción y tra­to unos con otros, sin pre­ten­sio­nes de gran­de­za, sino po­nién­doos al ni­vel de la gen­te hu­mil­de” (Rom 12,16); “Así, pues, como ele­gi­dos de Dios, san­tos y ama­dos, re­ves­tíos de com­pa­sión en­tra­ña­ble, bon­dad, hu­mil­dad, man­se­dum­bre, pa­cien­cia” (Col 3,12).

La Pri­me­ra Car­ta de Pe­dro re­co­mien­da: “Y por úl­ti­mo, te­ned to­dos el mis­mo sen­tir, sed so­li­da­rios en el su­fri­mien­to, que­reos como her­ma­nos, te­ned un co­ra­zón com­pa­si­vo y sed hu­mil­des” (1 Pe 3,8). “Así pues, sed hu­mil­des bajo la po­de­ro­sa mano de Dios, para que él os en­sal­ce en su mo­men­to” (1 Pe 5,6).


Re­ci­bid mi cor­dial sa­lu­do y mi ben­di­ción,

+  Ju­lián Ruiz Mar­to­rell,
Obis­po de Hues­ca y de Jaca