miércoles, 26 de marzo de 2014

En soledad con Dios





Dios permite en nuestra vida acontecimientos que no son sobrenaturales sino de lo más normales, y que abren nuestros ojos y los dirigen hacia Él como el único en quien podemos asentarnos. El Señor Jesús, enviado del Padre, ha descendido a los infiernos, al centro de la mentira de nuestro corazón, para poder redimensionarnos, siempre contando con nuestra libertad. Seguiremos siendo débiles y pecadores, pero nuestros pies están asentados sobre la Verdad, ella es la roca firme que garantiza la permanencia de nuestro querer y amor a Dios y a los hombres.
Una vez que los discípulos se alejaron en el lago, subió al monte para orar. Entramos aquí en una dimensión de la oración: la oración como combate contra la mentira. Combate absolutamente necesario, cuya victoria nos posibilita el entrar en la voluntad de Dios. A final de cuentas, la razón más profunda de la oración es que ella te abre a la voluntad de Dios. Hay una línea muy tenue entre la verdad y la mentira. Jesucristo también es hombre, lo que quiere decir que tiene una sensibilidad y unos deseos exactamente como los nuestros, y que también Él está sujeto a la tentación. También a Él le podría gustar su momento de triunfo, las miles de personas que le aclaman; por eso necesita retirarse a solas con su Padre.
Esta puntualización de que Jesús entra en oración a solas con su Padre, es muy importante para entender lo que veremos más adelante: su caminar sobre las aguas, su manifestación a los apóstoles, y también la experiencia de fe de Pedro quien saltó de la barca y se dirigió hacia Jesús caminando sobre el mar.
Vemos a Jesús en oración y entendemos que ésta es para Él el arma y la medicina que Dios le ofrece para ser fiel a su misión. A la luz de esta oración de Jesús, entendemos que la medida de nuestra comunión con Dios viene marcada por la comunión con su voluntad. Esto es imposible si el hombre no tiene el discernimiento y la sabiduría que nos vienen de Dios, la confianza de saber y entender que su voluntad es buena para él, no un estorbo que hay que sobrellevar con esfuerzo inhumano.
Esta calidad de oración no es un lujo, como no es un lujo comer; comemos porque si no la vida se nos escapa. De la misma manera, sin esta clase de oración la vida espiritual, la de la fe, se nos diluye. Recordemos que el mismo Hijo de Dios entra en esta modalidad de oración en el momento crucial de su pasión. Se dirige al Huerto de los Olivos para recibir de su Padre la fortaleza a fin de poder hacer su voluntad. 

Sabemos que su oración terminó con estas palabras: ¡Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya!
                  Así pues, una vez que fuerza a sus discípulos a subir a la barca, Jesús se dirigió a un monte para orar a solas. En soledad con el Padre, sin nadie en quien apoyarse, que esto es lo que significa estar en soledad con Dios. Esta predisposición para la oración tiene como objeto que el orante tenga a Dios como único apoyo.
Todos los discípulos del Señor Jesús somos llamados en orden a una misión confiada por Él. Son estos espacios y experiencias de soledad con Él los que fortalecen y, si es el caso, recuperan la misión que nos ha sido confiada. Misión que resplandece y se viste de urgencia en el cara a cara del hombre orante con Dios.
Los discípulos somos prolongación de la misión de Jesús confirmada por sus últimas palabras: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo… He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,19-20). Quizá nos parezca muy atrevido decir que el discípulo es prolongación de Jesucristo en el mundo. Señalemos que con estas palabras textuales se expresaron los santos Padres de la Iglesia como, por ejemplo, san Gregorio de Nisa.
Volvemos al texto evangélico que nos decía que Jesucristo se dirigió al monte a solas para orar. Y observamos que Mateo, con su peculiar estilo de pormenorizar los acontecimientos, nos hace notar que al atardecer estaba solo allí.
Al atardecer, al caer la noche, imágenes que nos hablan tanto de la tentación como de la acción creadora de Dios. ¿Por qué también imagen de su acción creadora? Fijémonos que así es como nos relata el Génesis el paso del tiempo en la obra creadora de Dios: “Pasó una tarde y pasó una mañana…” Pasa la mañana, y al atardecer Dios vuelve a crear.
En estos atardeceres que preanuncian las tinieblas, el discípulo conoce la tentación profunda y angustiosa. Da la impresión de que el Dios tantas veces cercano, está completamente ausente. En ese desvalimiento y soledad, Dios está creando la misión dentro de él, está pronunciando para él una palabra nueva. La Palabra de Dios,    –la escrita es siempre la misma-  en cuanto suya y pronunciada por Él, es siempre nueva y con el mismo poder creador.

La misión del discípulo es siempre una creación de Dios, por lo que está siempre totalmente por encima de sus cualidades y posibilidades. Recordemos el miedo que tenían los profetas cuando eran llamados y enviados por Yahvé para cumplir su misión. No era falta de disposición o generosidad para obedecerle, sino la conciencia de su más absoluta incapacidad para llevar a cabo lo que Dios les confiaba. Recordemos que, ante esos miedos y temores, Dios mismo les ponía en camino diciéndoles: ¡no temas, yo estoy contigo!
Vayamos nuevamente a la Escritura, y entremos en la experiencia de soledad con Dios que vivieron algunos de los que Él llamó para hacer posible la historia de salvación del pueblo de Israel y, a partir de él, de toda la humanidad. Hombres y mujeres cuyas historias son también eslabones de nuestra fe.
Abrahám recibe la Palabra de Yahvé que le dice que lleve a su hijo Isaac para sacrificarlo en el monte. Se dirige al lugar indicado con sus criados; mas al llegar al pie del monte les dijo: “quedaros aquí, el muchacho y yo subiremos para adorarle”. ¡Vaya que si adoró Abrahám a Dios! Él se le manifestó en toda su gloria salvando a su hijo y anunciando al Cordero que vendría a salvar a toda la humanidad. El cordero sustituyó a su hijo Isaac en el sacrificio. Isaac es la figura de todo hombre rescatado por el Cordero que fue elevado en la cruz.
 Recordemos que, en este trance, Abrahám no quiso el apoyo de sus criados por más  que lo podría necesitar. Imaginemos a este hombre anciano llevando al sacrificio al hijo de sus entrañas, el hijo de la promesa. Podría alegar: ¿cómo es posible esto si Él mismo me lo dio? Abrahám obedeció en la vorágine de una soledad despiadada, con el alma atravesada por la aflicción. Sabía, sin embargo, que su historia no la llevaba él sino Dios, y que era poderoso para cambiar las tinieblas de su alma en luz, ¡y vaya que si las cambió! Su confianza total en Dios le ha valido el título de nuestro padre en la fe.
Jesús camina sobre las aguas       

 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva



sábado, 22 de marzo de 2014

La fragilidad de los pies




Veamos algunos textos bíblicos que nos hablan acerca de esta realidad que alcanzó al pueblo de Israel: “Oíd esto, pueblo necio y sin seso, tiene ojos y no ven, orejas y no oyen, ¿a mí no me temeréis?, ¿delante de mí no temblaréis?... Pero este pueblo tiene un corazón traidor y rebelde: traicionaron llegando hasta el fin”     (Jer 5,21-23).
Más allá de estas duras palabras, Dios siempre se compadece y, por eso, envía al Mesías para curar a su pueblo de tanta ceguera y necedad. Pero el pueblo tiene en su mente y en su corazón otros planes que no son los de Dios; parece como si se pusieran una venda en los ojos, como si taparan con las manos sus oídos, y quieren arrastrar a Jesús hacia sus intereses.
Vamos a ver la misma realidad del pueblo desde el profeta Isaías: “Idiotizaos y quedad idiotas, cegaos y quedaos ciegos… Toda revelación será para vosotros como palabras de un libro sellado, que se da a uno que sabe leer diciendo: ea, lee eso; y dice el otro: no puedo, porque está sellado…” (Is 29,9-12). Es decir, que se puede saber la Biblia de memoria y, al mismo tiempo, tener el corazón sellado para su comprensión. El profeta está denunciando que su pueblo tiene un corazón ignorante, incapaz de entender la Escritura que lee con los labios.
Ante esta realidad, entendemos que Dios le visite por medio de su Hijo; mas lo único que les interesa es que éste les libre del poder de los romanos. Esta actitud de Israel es como un espejo para que todos entendamos lo enfermos que nos deja el Príncipe del mal y su mentira que, como hemos dicho, así es como le llama Jesús. Pero la misericordia de Dios es siempre mayor que nuestro pecado; y así, en el mismo Isaías, escuchamos en el capítulo siguiente una promesa impresionante y esperanzadora: “Sin embargo, aguardará Yahvé para haceros gracia, y así se levantará para compadeceros, porque Dios de equidad es Yahvé: dichosos todos los que en él esperan… No llorarás ya más; de cierto tendrá piedad de ti, cuando oiga tu clamor… Con tus ojos verás al que te enseña” (Is 30,18-20).
He ahí la promesa. Dios se va a abrir al hombre, se va a manifestar para romper su ceguera y sus oídos sordos, para cambiar su corazón obstinado. No importa que, ante su Hijo, el corazón de este pueblo se manifieste tal y como es, con sus propias y obstinadas ideas acerca de lo que Dios tiene que hacer. No por esta cerrazón, Jesús dejará de cumplir su misión de salvar a toda la humanidad, incluido Israel.

Ahora sí estamos en condición de entender por qué, ante la situación que se ha presentado, Jesús obligó a los apóstoles a subir a la barca. Percibe el peligro, la tentación que se está cerniendo sobre ellos que, de por sí, ya eran bastante débiles. Les apremió a subir a la barca, algo así como urgiéndoles a poner tierra por medio ante el canto de sirenas que estaba sonando a sus oídos.
Dios, en cierto modo, nos obliga, nos fuerza, a volvernos a él. ¿Cómo? Con acontecimientos concretos que nos pasan que, por otra parte, son hechos normales; como puede ser una enfermedad, un fracaso personal que redimensiona toda nuestra vida, el mismo hecho de constatar que las expectativas que tenías a los veinte años no se están cumpliendo del todo, y que están ahí pululando entre la energía y el desmayo. Eran expectativas, proyecciones, indudablemente buenas, pero tan idealizadas que pensabas que llenarían toda tu existencia. No es que se hayan echado a perder, no hay que ser negativos, pero sí es cierto que, a una altura de tu vida adulta, comprendes que no han respondido a lo que tú pensabas que sería tu plenitud personal. No estoy hablando de maldad ni de perversidad; estoy hablando de la imposibilidad que el hombre tiene para realizarse por sí mismo en todo lo que es como persona.
Recordemos el sueño de Nabucodonosor. Vio aquella estatua imponente y deslumbrante, imagen de los proyectos del hombre: la cabeza de oro, el pecho de plata, los brazos de bronce, etc. ¿Sobre qué se sostenía aquella impresionante estatua?, ¿esos proyectos maravillosos, esas expectativas deslumbrantes…? Sobre unos pies mitad de barro, mitad de hierro. Y ¿qué nos dice el libro de Daniel? “De pronto una piedra se desprendió, sin intervención de mano alguna, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pulverizó. Entonces quedó pulverizado todo a la vez: hierro, arcilla, bronce, plata y oro” (Dn 2,34-45).
 Esto es lo que acontece a todo hombre que proyecta sus expectativas al margen de Dios. Y si Dios no está, los ídolos se hacen tus señores. Cuando llega un momento en que tu vida es golpeada como la estatua, es entonces cuando, desde la sabiduría que nace de esta experiencia, te vuelves a Dios. No te vuelves a Él desde el sentimiento, que es voluble, sino desde la verdad.
Jesús camina sobre las aguas       

 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva

jueves, 20 de marzo de 2014

El sentido alegórico del Antiguo Testamento




En el Evangelio de la Transfiguración
Mt 17,1-9 (léase)
 
El Evangelio de La Transfiguración lo podemos tomar como una invitación a leer la Sagrada Escritura durante el tiempo de cuaresma. Lo dice el mismo Padre: “Este es mi Hijo amado, escuchadlo”. Y una de las mejores maneras de escuchar a Jesús es leer los Evangelios donde están sus palabras, y leer el resto del Nuevo Testamento que nos explica los Evangelios, y el Antiguo Testamento que prepara todo el misterio de Jesús. Además nos indica cómo se debe leer la Sagrada Escritura, sobre todo Antiguo Testamento. Se le debe leer a la luz de Jesús, que es la única Palabra del Padre.
Jesús toma a tres discípulos aparte: Pedro, Santiago y Juan; el Evangelio lo cuenta así no por menosprecio de los demás, sino por dar idea de la intimidad con que debemos leer la Biblia, como dialogando personalmente con el Padre. Y leerla en grupos pequeños donde todos podamos hablar para ayudarnos a entenderla, sin caer en el peligro de la ociosa habladu­ría; “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”, dice Jesús.
Y los lleva a un monte alto, cerca de la casa del Padre, y allí Jesús se transforma todo en luz, Jesús es todo palabra, todo mensaje. En esto, aparecen Moisés y Elías, Moisés represen­tando la Ley y Elías representando los profetas; entre los dos representan todo el Antiguo Testamento, preparando el mensaje de Jesús. Es que el Antiguo Testamento es preparación para el Nuevo.
Pedro se entusiasma al ver a los dos personajes, y se queda satisfecho, se siente a gusto con el Antiguo Testamento, quiere perpetuarlo sin avanzar, “Hagamos tres tiendas” dice, como indicando, “Quedémonos aquí para siempre”. Pero en este momento viene una nube que simboliza la presencia del Padre, y declara que al que hay que escuchar es a Jesús; el Padre no dice que escuchen a Moisés, a Elías y a Jesús, sino sólo a Jesús. Y en este momento Moisés y Elías desaparecen porque ya han cumplido su misión de presentar a Jesús. Desde este mo­mento el Antiguo Testamento ha cambiado radicalmente, Moisés y Elías tienen un valor relativo, hay que leer el Antiguo Testamento de una manera distinta y nueva, iluminado por la luz del Evangelio de Jesús.
No es que ya no debamos leer el Antiguo Testamento; el Antiguo Testamento es muy importante, su autor es Dios, pero ya no debemos contentarnos con su sentido literal, hemos de esforzamos por entender el sentido alegórico de cada pasaje. El sentido alegórico es el que todo lo refiere a Jesús.
¿En qué se distinguen el sentido literal y el sentido alegórico?
 
Un Ejemplo lo explicará. En el libro de Isaías (63,1-6) tenemos un poema de gran inspiración, aunque bastante brutal si se entiende en sentido literal. Está escrito en forma de diálogo entre Dios y el profeta. El profeta ve que se le acerca alguien con los vestidos todo salpicados de sangre y pregunta:
Profeta: ¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra, con ropaje todo rojo escarlata?

¿Ése del vestido esplendoroso y de andar tan esforzado?
DiosSoy yo que hablo con justicia, un gran libertador.
Profeta: Y, ¿Por qué está todo de color rojo tu vestido y tu ropaje todo salpicado como el de uno que ha estado pisoteando racimos de uvas en el lagar?
Dios: El lagar lo he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo. Los pisé con ira, los pisé con furia, y salpicó su sangre mis vestidos, y toda mi vestimenta ha manchado ¡Era el día de la venganza que tenía pensada! Miré bien a un lado y a otro y no había auxiliador; me asombré de que no hubiera quien me apoyase. Así que me salvó mi propio brazo, y fue mi furor el que me sostuvo. Pisoteé a pueblos en mi ira, los pisé con furia e hice correr por tierra su sangre.
Este pasaje hay dos maneras de leerlo: en sentido literal y en sentido alegórico.
 
En sentido literal es como lo entendía el propio Isaías que lo escribió, y como lo entendían las personas del Antiguo Testamento que lo leían, cuando todavía no se conocía a Jesús, cuando Elías y Moisés eran los grandes maestros. Por desgracia esta es la manera como todavía hoy lo entienden algunos.
Edom era una nación vecina y enemiga de Israel, el pueblo escogido, y una de sus grandes ciudades era Bosra. Cuando los Israelitas fueron deportados a Babilonia, los Edomitas se alegraron mucho de su desgracia y participaron en el saqueo de la ciudad de Jerusalén. Ahora los Israelitas están deseando venganza contra Edom, y se imaginan que Dios está tomando venganza en su lugar. Con un lirismo estupendo, el lector ve a Dios que regresa de la batalla todo cubierto de sangre, igual que uno que vuelve del lagar de pisotear las uvas para sacar el mosto viene todo manchado de vino. Lo ha hecho todo Dios, sin ayuda de nadie. Él ha aplastado con ira a los edomitas en Bosra, de ahí que venga todo salpicado de sangre. Y lo mismo hará con los demás enemigos de su pueblo escogido.
Para la mentalidad primitiva de entonces, la idea tiene su hermosura: no debemos vengamos personalmente, debemos dejar la venganza para Dios. Pero nosotros ya no lo podemos entender así. Una persona del Nuevo Testamento que ha escuchado a Jesús, sabe que ya no hay naciones enemigas, y que las palabras “ira” y “venganza” ya no están en nuestro vocabulario. Dios es todo amor.
 
Entonces el pasaje de Isaías tenemos que entenderlo en sentido alegórico, refiriéndolo a Jesús. Edom y Bosra ya no son nación y ciudad enemigas sino que son nuestros pecados, nuestras mentiras, nuestra soberbia, nuestras faltas de caridad, y nuestras pasiones e inclinaciones al mal; éstos son nuestros peores enemigos. El que viene todo teñido en sangre es Jesús, teñido, no en sangre de enemigos humanos, sino en su propia sangre que derramó en la cruz. La ira de Jesús es su determinación de limpiamos en su sangre de todo pecado. El lagar es la cruz donde derrotó el pecado; él sólo sufrió en la cruz, librándonos a todos del castigo merecido.
El mirar a un lado y a otro a ver si había alguien con él, es un deseo de Jesús de le acompañemos. Es una invitación personal para cada uno de nosotros; nos está diciendo: salta al lagar conmigo, y abraza la cruz para que del todo no me falte compañía, “Si quieres ser mi discípulo, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme” (Mt 16,24).
              
Santiago Alonso

martes, 18 de marzo de 2014

Antes






“Contigo está la Sabiduría que conoce tus obras, que estaba presente cuando hacías el mundo, que sabe lo que es agradable a tus ojos, y lo que es conforme a tus mandamientos.
Envíala de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria para que a mi lado participe en mis trabajos y sepa yo lo que te es agradable”,
Sb 9, 9-10


Antes, mi paz y mi tranquilidad residían en tenerlo todo atado, bien planificado, nada fuera de control.

Cuanto más orden, más seguridad.

Ahora, anhelo y te pido que me enseñes a dejar reposar mi cabeza en tu corazón.

A dejar mi vida en tus manos

A confiar en que Tú te ocuparás

A disfrutar de la maravillosa  quietud del “no saber”, del “no querer”.

A no existir, para poder estar plenamente en Ti.

A no pensar, para sentirte enteramente en mí.


El Señor es mi Pastor, nada me falta
En verdes praderas me hacer recostar
Me conduce hacia aguas tranquilas y repara mis fuerzas

Salmo 22
Olga Alonso

sábado, 15 de marzo de 2014

El hombre radio





Sorprende ver como a lo largo de la historia muchos hombres han defendido sus ideas por encima de todo, incluso de su propia vida y/o la de los demás. Yo, sin ir más lejos, creo que lo mejor que tienen las ideas es que se van o, mejor dicho, que se olvidan.
Reconozco públicamente que soy un ignorante en muchas materias. Por ello, me niego a adjudicarme cosas que no son mías y, mucho menos, a poner las ideas por encima de la vida propia y/o la de los demás.
Realmente, ¿de quién son las ideas?
Yo reconozco que la mayor parte de las ideas que “tengo” las he aprendido por ahí, o bien, las he oído, las he leído, me las han contado y algunas las he deducido fruto de la observación. Pero incluso de estas últimas tampoco puedo decir que son mías, estaban ahí y mostraban una ley o una mecánica, que existía antes de que yo me diera cuenta.
Quiero decir que las leyes no eran de Newton, de Pitágoras, de Einstein, o de fulanito. Ellos simplemente descubrieron algo que ya estaba ahí y nos lo enseñaron a los demás.
Las ideas se cogen de aquí y de allí dependiendo del lugar, tradición, momento o influencias que uno recibe. De pronto, las hace suyas, como si fueran parte de la propia persona. Es exactamente igual que el que se pone una vestimenta para tapar su desnudez y llega a pensar que su ropa es parte de su cuerpo.
Y así vemos como la gente viste siempre con las mismas ideas, ya gastadas y descoloridas. Incluso me atrevería a afirmar que, al igual que la moda, todo el mundo va con el mismo tipo de ideas, aburridas y aprendidas en los mismos sitios, pero, eso sí, dispuestos a defenderlas “a muerte”.
Resulta doloroso ver cómo defender ideas (como las propias del Nazismo o el Comunismo en Rusia y otros países) ha causado millones de muertes en el siglo pasado.
Las ideas vienen a ser lo más parecido a las emisoras de radio; el hombre sería un aparato receptor capaz de captarlas. Un gato no podría captarlas porque no tiene acceso a esas frecuencias por la configuración de su mente; sólo la mente humana es capaz.
Así el “Hombre Radio” capta emisoras de aquí y de allí (emisoras que otros hombres también captan), y acepta o rechaza aquellas que le gustan o convienen para “vestir” su supuesta personalidad.
Pero las ideas son en el mundo sutil lo que las herramientas son en el mundo físico, es decir, uno debería utilizarlas y dejarlas hasta que fueran necesarias de nuevo. Así por ejemplo, yo utilizo ideas de Newton, de Manning y otros físicos en mi trabajo; pero, cuando termino ese trabajo, dejo las ideas para otra ocasión y procuro no ir cargado con ellas, como un carpintero utiliza el martillo o el serrucho y lo deja cuando acaba su trabajo.
Sin embargo muchas veces cargamos todo el tiempo con “nuestras” ideas de forma que se convierten en una pesada carga que llevamos siempre encima, como si un carpintero llevase todo el día encima el martillo, el serrucho, la escuadra, la lima etc, como para demostrar que, antes que un hombre, es un carpintero, o un ingeniero o un filósofo, o un político o cualquier otra cosa.
Y así el “Hombre Radio” se siente como un ente pensante al que le ocurren cosas y cree ser una mezcla entre sus experiencias del pasado y sus ideas actuales; hecho en parte a sí mismo y olvidado de su verdadera naturaleza divina a imagen de su Creador.
Y de esta forma, el “Hombre Radio” (creyendo ser sus ideas y sus acontecimientos) crea su mundo propio que piensa cada día: pensándose a sí mismo cada mañana, pensando a los demás y a todo, juzgando lo que es bueno o malo en función de “sus ideas” sin ver el mundo real que Dios le ha dado, ocultado de Dios y alejado del Paraíso. Vive en un mundo onírico creado por él, donde él es el máximo protagonista, por encima de Dios y de sus hermanos.
Y ésta y no otra es la vida que Jesús dijo que un hombre debía perder para ganar la vida eterna… …”la vida propia”.
Afortunadamente, hombres sabios de todas las tradiciones (conscientes de este problema) han dado fórmulas para poder aliviar la carga mental del hombre, a través de la meditación, la contemplación y la Oración.
Pienso que no es casualidad que la primera petición que se hace en la Oración que Jesucristo nos enseñó sea… …”Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”…, que para mí muchas veces es como decir que deje ya todas “mis ideas”, mi aburrido mundo particular y alivies mi carga, para que solo Tú Dios mío gobiernes mi vida y pueda ver la realidad: el Paraíso que nos has dado.



J.J. Prieto Bonilla.

martes, 4 de marzo de 2014

Cuaresma 2014





Cristo nos da la libertad,
Cristo nos da la salvación,
Cristo nos da la esperanza,
Cristo nos da el amor.

Cuando luche por la paz y la verdad, la encontraré;
cuando cargue con la cruz de los demás, me salvaré.
Dame, Señor, tu palabra;
oye, Señor, mi oración.

Cuando sepa perdonar de corazón, tendré perdón;
cuando siga los caminos del amor, veré al Señor.
Dame, Señor, tu palabra;
oye, Señor, mi oración.

Cuando siembre la alegría y la amistad, vendrá el Amor;
cuando viva en comunión con los demás, seré de Dios.
Dame, Señor, tu palabra;
oye, Señor, mi oración.



sábado, 1 de marzo de 2014

Israel, ciego y sordo






Esto nos lleva a una reflexión muy importante: la de que la Biblia no es tanto objeto de estudio cuanto de deseo y amor. Los judíos conocían muy bien los textos bíblicos acerca del Mesías; sin embargo, los dejaron de lado porque sus pretensiones chocaban con los anuncios proféticos. Por eso, si la Palabra  está en la mente pero no está sembrada en el corazón, éste la manipula a su antojo. El corazón es el elán vital donde se fragua la búsqueda y el encuentro con Dios.
Vamos a ver algunos textos proféticos que nos dan pie para afirmar que los judíos estaban más que suficientemente instruidos acerca de la misión del Mesías que esperaban.
El profeta Isaías anuncia al Mesías bajo la figura de siervo. Esta palabra tiene dos significados en la espiritualidad bíblica: hace referencia al esclavo y también al Cordero. Oigamos al profeta: “Yahvé desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre… Ahora, pues, dice Yahvé: el que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a Él, y que Israel se le una” (Is 49,1-5). El profeta señala al Mesías como aquel que hará que Israel, y con él toda la humanidad, entre en comunión con Dios. Jesucristo es el eslabón que hace posible la comunión de todo hombre con Dios.
Dios envía a su Hijo con esta misión porque, como dicen los profetas, Israel se ha separado de Yahvé y se ha emparentado, unido, a los ídolos de los dioses de los pueblos vecinos. Israel está de espaldas a Yahvé y de cara a la idolatría. A esta realidad los profetas le dan un nombre: adulterio. Es evidente que los judíos que escuchan a Jesús conocen perfectamente su misión. Tengamos en cuenta que los judíos, también los judíos piadosos de hoy, aprenden a leer con la Biblia. Y ello hasta el punto de que un niño de diez años se sabe los Salmos, el Éxodo, etc.

A pesar de esto, vemos cómo el corazón perverso y manipulador de los oyentes de Jesús, se olvida de lo que bien sabe, y corre tras sus deseos: ¡hagámosle nuestro rey!  Él hará de nosotros nuevamente un pueblo fuerte, soberano y temido. No importa lo que hemos oído en la Palabra, hagamos lo que pide nuestro corazón. En realidad no hay mucha diferencia entre el corazón de este pueblo y el de cualquier hombre. Es una forma más de las muchas en las que se presenta la tentación y el deseo de Adán y Eva: querer ser como dioses (Gén 3,5).
En el mismo capítulo 49 de Isaías, leemos que, a causa de la misión del Mesías, “no tendrán hambre ni sed, ni les dará el bochorno y el sol, pues el que tiene piedad de ellos los conducirá y los guiará a manantiales de agua. Convertiré todos mis montes en caminos, y mis calzadas serán levantadas” (Is 49,10-11). Vemos en este texto un Mesías liberador que conduce al hombre a un descanso total y completo que va mucho más allá de los pequeños horizontes del hombre.
Sin abandonar nuestro contexto, entresacamos esta cita del profeta: “Haré andar a los ciegos por un camino que no conocían, por senderos que no conocían los encaminaré. Trocaré delante de ellos la tiniebla en luz y lo tortuoso en llano” (Is 42,16).
En la primera predicación que Jesús hace en Nazaret, dice a sus oyentes: todo aquello que Dios os había prometido que el Mesías iba a hacer entre vosotros, se cumple hoy. Sabemos que, llegando a la Sinagoga, desenrolló un texto de la Escritura y proclamó: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Cuando terminó de leer dijo: Esta Palabra que acabáis de oír se ha cumplido hoy. La promesa que Dios ha dado  a través de los siglos, por medio de los profetas, se cumple conmigo.
El problema es que, hasta que el hombre no se convierte según la Verdad, no le interesa Dios, sólo le interesan sus milagros. Ante el Mesías, los judíos hicieron oídos sordos a todo lo que rezaban sin cesar en sus sinagogas, y desean hacerle rey. La cuestión es que Israel ya tiene la experiencia histórica de haber tenido reyes. Recordemos cómo, con David y Salomón, conocieron el poder, el dominio, la riqueza y el respeto de sus enemigos. Bajo su reinado, se llevó a cabo la construcción del Templo, signo de su identidad religiosa y de su grandeza.
Sin embargo, mucho Templo, mucha magnificencia, mucho rito, muchas palabras, pero Dios no pasa de ser sino una figura decorativa. Y fue justamente cuando se embriagaron con tanta opulencia, hasta el punto de situarse en la cresta de la ola, que Israel quedó ciego y sordo. Siempre pasa así cuando Dios no es más que un objeto de adorno, y que, además, viene muy bien para adormecer la conciencia.

Jesús camina sobre las aguas    
 A. Pavia.  Editorial Buena Nueva