Esto
nos lleva a una reflexión muy importante: la de que la Biblia no es tanto
objeto de estudio cuanto de deseo y amor. Los judíos conocían muy bien los
textos bíblicos acerca del Mesías; sin embargo, los dejaron de lado porque sus
pretensiones chocaban con los anuncios proféticos. Por eso, si la Palabra está en la mente pero no está sembrada en el
corazón, éste la manipula a su antojo. El corazón es el elán vital donde se fragua
la búsqueda y el encuentro con Dios.
Vamos
a ver algunos textos proféticos que nos dan pie para afirmar que los judíos
estaban más que suficientemente instruidos acerca de la misión del Mesías que
esperaban.
El
profeta Isaías anuncia al Mesías bajo la figura de siervo. Esta palabra tiene dos
significados en la espiritualidad bíblica: hace referencia al esclavo y también
al Cordero. Oigamos al profeta: “Yahvé desde el seno materno me llamó; desde
las entrañas de mi madre recordó mi nombre… Ahora, pues, dice Yahvé: el que me
plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob vuelva a
Él, y que Israel se le una” (Is 49,1-5). El profeta señala al Mesías como aquel
que hará que Israel, y con él toda la humanidad, entre en comunión con Dios.
Jesucristo es el eslabón que hace posible la comunión de todo hombre con Dios.
Dios
envía a su Hijo con esta misión porque, como dicen los profetas, Israel se ha
separado de Yahvé y se ha emparentado, unido, a los ídolos de los dioses de los
pueblos vecinos. Israel está de espaldas a Yahvé y de cara a la idolatría. A
esta realidad los profetas le dan un nombre: adulterio. Es evidente que los
judíos que escuchan a Jesús conocen perfectamente su misión. Tengamos en cuenta
que los judíos, también los judíos piadosos de hoy, aprenden a leer con la
Biblia. Y ello hasta el punto de que un niño de diez años se sabe los Salmos,
el Éxodo, etc.
A
pesar de esto, vemos cómo el corazón perverso y manipulador de los oyentes de
Jesús, se olvida de lo que bien sabe, y corre tras sus deseos: ¡hagámosle
nuestro rey! Él hará de nosotros
nuevamente un pueblo fuerte, soberano y temido. No importa lo que hemos oído en
la Palabra, hagamos lo que pide nuestro corazón. En realidad no hay mucha
diferencia entre el corazón de este pueblo y el de cualquier hombre. Es una
forma más de las muchas en las que se presenta la tentación y el deseo de Adán
y Eva: querer ser como dioses (Gén 3,5).
En
el mismo capítulo 49 de Isaías, leemos que, a causa de la misión del Mesías,
“no tendrán hambre ni sed, ni les dará el bochorno y el sol, pues el que tiene
piedad de ellos los conducirá y los guiará a manantiales de agua. Convertiré
todos mis montes en caminos, y mis calzadas serán levantadas” (Is 49,10-11).
Vemos en este texto un Mesías liberador que conduce al hombre a un descanso total
y completo que va mucho más allá de los pequeños horizontes del hombre.
Sin
abandonar nuestro contexto, entresacamos esta cita del profeta: “Haré andar a
los ciegos por un camino que no conocían, por senderos que no conocían los
encaminaré. Trocaré delante de ellos la tiniebla en luz y lo tortuoso en llano”
(Is 42,16).
En
la primera predicación que Jesús hace en Nazaret, dice a sus oyentes: todo
aquello que Dios os había prometido que el Mesías iba a hacer entre vosotros,
se cumple hoy. Sabemos que, llegando a la Sinagoga, desenrolló un texto de la
Escritura y proclamó: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-19). Cuando terminó
de leer dijo: Esta Palabra que acabáis de oír se ha cumplido hoy. La promesa
que Dios ha dado a través de los siglos,
por medio de los profetas, se cumple conmigo.
El
problema es que, hasta que el hombre no se convierte según la Verdad, no le
interesa Dios, sólo le interesan sus milagros. Ante el Mesías, los judíos
hicieron oídos sordos a todo lo que rezaban sin cesar en sus sinagogas, y
desean hacerle rey. La cuestión es que Israel ya tiene la experiencia histórica
de haber tenido reyes. Recordemos cómo, con David y Salomón, conocieron el
poder, el dominio, la riqueza y el respeto de sus enemigos. Bajo su reinado, se
llevó a cabo la construcción del Templo, signo de su identidad religiosa y de
su grandeza.
Sin
embargo, mucho Templo, mucha magnificencia, mucho rito, muchas palabras, pero
Dios no pasa de ser sino una figura decorativa. Y fue justamente cuando se
embriagaron con tanta opulencia, hasta el punto de situarse en la cresta de la
ola, que Israel quedó ciego y sordo. Siempre pasa así cuando Dios no es más que
un objeto de adorno, y que, además, viene muy bien para adormecer la
conciencia.
Jesús camina sobre
las aguas
A. Pavia.
Editorial Buena Nueva
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