Sorprende
ver como a lo largo de la historia muchos hombres han defendido sus ideas por
encima de todo, incluso de su propia vida y/o la de los demás. Yo, sin ir más
lejos, creo que lo mejor que tienen las ideas es que se van o, mejor dicho, que
se olvidan.
Reconozco
públicamente que soy un ignorante en muchas materias. Por ello, me niego a
adjudicarme cosas que no son mías y, mucho menos, a poner las ideas por encima
de la vida propia y/o la de los demás.
Realmente,
¿de quién son las ideas?
Yo
reconozco que la mayor parte de las ideas que “tengo” las he aprendido por ahí,
o bien, las he oído, las he leído, me las han contado y algunas las he deducido
fruto de la observación. Pero incluso de estas últimas tampoco puedo decir que
son mías, estaban ahí y mostraban una ley o una mecánica, que existía antes de
que yo me diera cuenta.
Quiero decir que las leyes no eran de
Newton, de Pitágoras, de Einstein, o de fulanito. Ellos simplemente
descubrieron algo que ya estaba ahí y nos lo enseñaron a los demás.
Las ideas se cogen de aquí y de allí
dependiendo del lugar, tradición, momento o influencias que uno recibe. De
pronto, las hace suyas, como si fueran parte de la propia persona. Es
exactamente igual que el que se pone una vestimenta para tapar su desnudez y
llega a pensar que su ropa es parte de su cuerpo.
Y así vemos como la gente viste
siempre con las mismas ideas, ya gastadas y descoloridas. Incluso me atrevería
a afirmar que, al igual que la moda, todo el mundo va con el mismo tipo de
ideas, aburridas y aprendidas en los mismos sitios, pero, eso sí, dispuestos a
defenderlas “a muerte”.
Resulta
doloroso ver cómo defender ideas (como las propias del Nazismo o el Comunismo
en Rusia y otros países) ha causado millones de muertes en el siglo pasado.
Las
ideas vienen a ser lo más parecido a las emisoras de radio; el hombre sería un
aparato receptor capaz de captarlas. Un gato no podría captarlas porque no
tiene acceso a esas frecuencias por la configuración de su mente; sólo la mente
humana es capaz.
Así
el “Hombre Radio” capta emisoras de
aquí y de allí (emisoras que otros hombres también captan), y acepta o rechaza
aquellas que le gustan o convienen para “vestir” su supuesta personalidad.
Pero
las ideas son en el mundo sutil lo que las herramientas son en el mundo físico,
es decir, uno debería utilizarlas y dejarlas hasta que fueran necesarias de
nuevo. Así por ejemplo, yo utilizo ideas de Newton, de Manning y otros físicos
en mi trabajo; pero, cuando termino ese trabajo, dejo las ideas para otra
ocasión y procuro no ir cargado con ellas, como un carpintero utiliza el
martillo o el serrucho y lo deja cuando acaba su trabajo.
Sin
embargo muchas veces cargamos todo el tiempo con “nuestras” ideas de forma que
se convierten en una pesada carga que llevamos siempre encima, como si un
carpintero llevase todo el día encima el martillo, el serrucho, la escuadra, la
lima etc, como para demostrar que, antes que un hombre, es un carpintero, o un
ingeniero o un filósofo, o un político o cualquier otra cosa.
Y
así el “Hombre Radio” se siente como un ente pensante al que le ocurren
cosas y cree ser una mezcla entre sus experiencias del pasado y sus ideas
actuales; hecho en parte a sí mismo y olvidado de su verdadera naturaleza
divina a imagen de su Creador.
Y
de esta forma, el “Hombre Radio”
(creyendo ser sus ideas y sus acontecimientos) crea su mundo propio que piensa
cada día: pensándose a sí mismo cada mañana, pensando a los demás y a todo,
juzgando lo que es bueno o malo en función de “sus ideas” sin ver el mundo real
que Dios le ha dado, ocultado de Dios y alejado del Paraíso. Vive en un mundo
onírico creado por él, donde él es el máximo protagonista, por encima de Dios y
de sus hermanos.
Y
ésta y no otra es la vida que Jesús dijo que un hombre debía perder para ganar
la vida eterna… …”la vida propia”.
Afortunadamente,
hombres sabios de todas las tradiciones (conscientes de este problema) han dado
fórmulas para poder aliviar la carga mental del hombre, a través de la
meditación, la contemplación y la Oración.
Pienso
que no es casualidad que la primera petición que se hace en la Oración que
Jesucristo nos enseñó sea… …”Hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo”…, que para mí muchas veces es
como decir que deje ya todas “mis ideas”, mi aburrido mundo particular y alivies
mi carga, para que solo Tú Dios mío gobiernes mi vida y pueda ver la realidad: el Paraíso que nos has dado.
J.J.
Prieto Bonilla.
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