martes, 31 de enero de 2017

“Si quieres puedes”




Dios siempre espera esta frase, tal vez no tengamos esa lepra como él señorín que se lo dijo, pero la nuestra es grave también, porque es del alma. Los milagros físicos fueron para que creyéramos, hoy son más los del alma. 

-“¡SÍ QUIERO, QUEDA LIMPIO!”, radiante como una patena. Esto nos dice también a nosotros antes de la Comunión, pero nosotros se lo hemos pedido automáticamente (“Señor no soy digno…). 

Analicémonos después de la Eucaristía y veremos si nos ha limpiado o quiso hacerlo.

Pues quiso, pero con la mísera fe que nos adorna, hace que pase lo que pasa y en cuanto salimos del templo ¡hala!, a “acordarnos de todo el mundo”, a las “ñoras” se nos da genial. ¡Esto no puede ser!!!

¡Madre mía! ¡Qué desastre más desastroso!

¿Es que no podemos hablar en serio, decir: “Señor, si quieres puedes, déjame limpia”, y escuchar?  

- Constantemente quiero y puedo, eres tú, amigo mío, quien pasa de mí y no me pide aumentar la fe… ¡Así no hacemos nada! que te quede claro ¿he?

- ¡Jopé que enfado! Dice las cosas a la cara…

- Además, la próxima vez que salgas de la Iglesia, acuérdate de Mí y llévate la revista de salud o de viajes, si te digo el periódico, la liamos parda… 

- Pues vale y aumenta mi fe para decirte de corazón un “Si quieres puedes” como el del señorín. 

- No te preocupes, siempre estaré para curarte, pero háblame de corazón.

Emma Díez Lobo


lunes, 30 de enero de 2017

La felicidad no está en venta




Como hoy todo se vende y todo se compra, uno también se imagina que puede comprar la felicidad, pero la felicidad ni está en venta ni se puede comprar. Hay tiendas donde se vende de todo y a todos los precios. Aún no he visto ninguna que venda la felicidad. Dicen que Dios puso una tienda con el título de “Se vende la felicidad”. Inmediatamente la gente acudió, pero se llevó una desilusión. A cada cliente, Dios le ponía en sus manos unos granos. ¡Nos has engañado! Decían algunos. Otros: “¡Así es la publicidad!” Hasta que Dios levantó la voz diciendo: “Aquí no se vende la felicidad sino las semillas de la felicidad”.

Es que la felicidad no es algo que se pone o quita como un vestido. La felicidad es algo que tiene que brotar de dentro y las bienaventuranzas que hoy nos ofrece Jesús, no son sino semillas de esa felicidad que nace del corazón.
Las bienaventuranzas no son recetas como pudiera pensarse. Las bienaventuranzas son semillas de actitudes capaces de cambiarnos interiormente y crear en nosotros una nueva experiencia de nosotros mismos y una experiencia de los demás.
Cuando decimos “bienaventurados los pobres”, ya estamos pensando en que Dios nos quiere quitar lo que tenemos, cuando en realidad lo que Dios pretende es liberarnos de nuestras esclavitudes del tener, las esclavitudes de las cosas.
Cuando nos dice bienaventurados los que lloran, no está pensando en cristianos llorones, sino en corazones capaces de compartir el sufrimiento de los demás. ¡Que eso también es fuente de felicidad! Lo único que no causa felicidad es el egoísmo de encerrarnos sobre nosotros mismos olvidándonos del resto. Eso no puede ser fuente de alegría para nadie.
Cuando nos dice que tengamos hambre de justicia y de paz, esa es otra semilla de felicidad. ¿Acaso el preocuparnos por los derechos de los demás y luchar por sus derechos no es una fuente de felicidad?
Una cosa debe quedar clara. Felicidad no es igual a placer, ni el placer es fuente de felicidad. ¡Cuántas veces el placer de unos tragos termina en una borrachera donde a los borrachitos les da por llorar! ¡Cuántas veces el placer de una rica comida termina con una acidez de estómago! El placer es válido y es bueno y Dios nos ha dado la capacidad del placer, pero la felicidad, la alegría interior, va mucho más lejos…

J. Jauregui

sábado, 28 de enero de 2017

¡Si presientes que Dios te llama, no acalles su voz!






Me sentí totalmente identificado con aquel PowerPoint que los responsables del Equipo Nacional de Vocaciones de Francia nos pusieron en el Encuentro Europeo de Vocaciones, celebrado hace varios años en Roma. Aparecía un niño de unos seis o siete años que decía:

—Cuando yo era pequeño soñaba con:

Salvar vidas humanas (y simulaba —disfrazado de «bombero»— cómo ayudaba a los que se encontraban atrapados en un incendio);
 Cuidar a las personas (y simulaba —disfrazado de «médico»— cómo atendía a los enfermos en un hospital);
 Desvelar las potencialidades de cada uno (y simulaba —disfrazado de «maestro»— cómo enseñaba a otros niños en una escuela rural);
 Ayudar a los demás a ser libres (y simulaba —disfrazado del «zorro»— cómo defendía las causas justas de los más desheredados);
 Jugar a ser mayores (y simulaba —disfrazado de «padre»— cómo acompañaba a su esposa embarazada al hospital para dar a luz);
 Llegar al cielo (y simulaba —disfrazado de «astronauta»— cómo se elevaba por encima de la tierra hasta llegar a «lo más alto»);
 Descubrir tesoros (y simulaba —disfrazado de «pirata»— cómo surcaba los mares en busca de «nuevas fortunas»);
 Etc.

Cuando era niño anhelaba con llegar a ser un hombre… Hoy, soy todo eso. Soy SACERDOTE. Y aparecía su rostro, vestido de clerigman.

Los creativos de este breve y sugerente spot publicitario han logrado ofrecer la verdadera identidad del sacerdote, del «pescador de hombres» que Jesús anda buscando entre los jóvenes de nuestra Diócesis. El sacerdote, tiene un poco de bombero (¡cuántos «fuegos» me ha tocado ayudar a «apagar» para que nadie se quemase!); de médico (¡cuántas «heridas» he tenido que suturar para que nadie se «desangrase» ante el desamor, la envidia, el rencor, el egoísmo…!); de maestro (¡cuántas «lecciones de vida», sin palabras, he dado o recibido de tantos, especialmente de los mayores, de los más jóvenes o de los niños!); de zorro (¡cuántas «injusticias» he tenido que detectar y denunciar para salvaguardar la dignidad de todos); de «padre» o «madre» ante la orfandad creciente que hoy experimentan tantos jóvenes en esta paradójica sociedad del bienestar que les hemos regalado los mayores; de astronauta cuyo ideal es conducir a todos hasta el «cielo» donde se vislumbra la vida desde otras coordenadas que la llenan de sentido y plenitud; de pirata para poder acompañarte en la conquista del único y verdadero tesoro de tu vida, JESUCRISTO. 

En el evangelio vemos cómo Jesús llama a dos parejas de hermanos, a Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan. Los cuatro vivían en Cafarnaúm, eran pescadores, tenían ya montada su vida. Pero el Señor, les cambia los planes. Les invita a ser pescadores de otra forma. Y les comparte su sueño: «que nadie se pierda». Y dejándolo todo, se ofrecieron a compartir con Jesús de Nazaret este ideal de vida y misión.

Hoy también Dios tiene un sueño para cada uno de los hijos del Alto Aragón que le gustaría compartir si estás dispuesto a escucharlo. Si alguna vez presientes que te llama a colaborar con Él, no acalles su voz. Nunca te sentirás tan feliz, tan fecundo, tan libre y tan auténtico. Esta ha sido, hasta ahora, mi pobre y humilde experiencia. Y ya son 37 años los que llevo embarcado con Él.

Seguir a Jesucristo es conformar tu corazón con el suyo. Sólo así se logra la comunión y la unidad entre todos. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos que nos regala también hoy, entre nuestros hijos, aquellas mediaciones privilegiadas que necesitamos para salvarnos. Ojalá vuestros padres nunca interfieran en vuestra vocación como trató de hacer esta madre. Lo que ella ignoraba es que Dios es «aragonés», esto es, constante: «Cuando mi hijo quiso ser sacerdote yo luché desesperadamente contra él. Lo quería demasiado. Esperaba mucho de él. Quería que fuese feliz. Su padre y yo soñábamos con un futuro brillante para él, con una buena carrera, con un buen empleo, con una buena posición social, con una buena esposa… Por más que lo intentamos no conseguimos nada. Fue mucho más fuerte que nosotros.
Hoy soy la madre de un sacerdote. De un humilde y sencillo servidor. Pero me siento feliz y orgullosa al verlo repartir a manos llenas «palabra» y «pan», «ternura» y «perdón». ¡Cuánto le agradezco al Señor que fuera más fuerte que nosotros!»
Termino pidiendo al Señor, con la oración de J. J. Pérez Benedí, que nos regale una docena de sacerdotes para que nunca falte en esta tierra el pan de la palabra, el pan de la eucaristía, el pan de la ternura de Dios que llene vuestras vidas:

AL INSTANTE LO SIGUIERON
Como en tiempos de Jesús,
el mundo está prisionero
de sombras, necesitado
de la luz del Evangelio.

Jesús es brillante “sol”
que limpia los ojos ciegos,
cura las enfermedades
y las dolencias del pueblo.

Es urgente que nosotros
nos convirtamos por dentro,
que cambiemos nuestros planes
por los valores del Reino.

Andrés, Pedro, Juan, Santiago
nos convencen con su ejemplo:
“Dejando redes y padre,
al instante lo siguieron”.

Ya no pescarán más peces
que venderán por dinero
serán pescadores de hombres,
heraldos de un “mundo nuevo”

Hoy Jesús sigue llamando:
Necesita mensajeros
para llevar a los hombres
su Palabra y su consuelo.

Señor, la pesca es inmensa
y pocos son los obreros.
Cuenta siempre con nosotros.
queremos ser misioneros.

Con mi afecto y bendición,

Ángel Pérez Pueyo
Obispo Barbastro-Monzón


viernes, 27 de enero de 2017

Dos posturas ante Dios.- El Hijo pródigo




(NOTA DEL AUTOR):

Dado que es un texto largo, y, por consiguiente, ocupa un lugar excesivo para una catequesis escrita y enviada a la red, omito el texto remitiendo su lectura a Lucas 15,11-32. De esta forma se aprovecha el espacio para dedicarlo a reflexionar sobre la Parábola del mismo.

Se le acercan a Jesús muchos publicanos y pecadores a escuchar la Palabra de Dios; los fariseos y escribas, estaban alerta, no para escuchar su Palabra, sino para encontrar en ella señales por donde atacar a Jesús. Son dos posturas ante la Palabra de Dios: la de los pecadores, que se saben pecadores, pero se acercan a Él, y la de los “sabios de este mundo”, los doctores de la Ley, que solo buscaban murmurar. Estos “sabios” son los que luego dirá Jesús que son aquellos a quienes el Padre les ha ocultado su Mensaje.

Y Jesús, que no hace acepción de personas, admite a todos: los que se acercan a Él quizá con curiosidad, de buena voluntad, para hallar Luz en su vida, y los que se acercan con otra intención. El Evangelio, en boca del Maestro, es para todos.

Y comienza con una parábola; no tiene que ser necesariamente cierto el acontecimiento como caso real - para eso es una parábola -, aunque de hecho podemos vernos reflejados en cualquiera de los dos hermanos.

Resulta que el menor de los hijos, pide al padre le de la parte de la herencia que le corresponde. Ya se empieza mal. La herencia, normalmente, se reparte cuando la persona-el padre-, ha fallecido. Este hijo pide en vida la herencia porque para él, su padre ya no cuenta. Quiere salir de la casa del padre y vivir por su cuenta.
Y el padre, lejos de reprocharle nada, “les reparte la herencia”, es decir hace tres partes: una para él, otras dos para los dos hijos. Textualmente el texto dice “les reparte la herencia”.

El hijo menor, coge su parte y se va de la casa, aun país lejano; no le basta salir de casa, sino que se va hasta del país. Para un judío, salir del país es algo muy grave: su tradición es vivir en su patria, cerca de la Sinagoga; hay que pensar en la mentalidad de la época. Sale del país. Y malgasta su dinero, como sabemos, viviendo con todos los placeres que en casa del padre no tenía. Gasta todo, y viene la cruda realidad. Al no tener fortuna, tiene que buscar trabajo y lo encuentra en donde peor lo puede hallar: es para cuidar cerdos. Para los israelitas el cerdo es un animal impuro; él  pasa de vivir una vida en casa de su padre conforme a la tradición judía, con las comodidades propias de su casa, dentro de su religión, a vivir en la mayor de las impurezas.

El cristiano, elegido que es por Dios, tiene la misión de pastorear a las ovejas, llevándolas a los “verdes prados del Evangelio” que nos dirá san Agustín. Este hijo, en lugar de pastorear ovejas, pastorea cerdos, es decir cae en los pecados de impureza e idolatría.

Y Dios le habla, como nos habla cada día, aunque muchas veces estemos tan inmersos en nuestros asuntos, que no “tenemos tiempo para escuchar a Dios”. Pero las penurias por donde está pasando son tan grandes, que piensa en su casa; entonces sí se acuerda de su padre, de que nunca tuvo necesidad con él; se acuerda del cariño que despreció, y de la despedida que no le permitió ni volver la cabeza para mirar atrás. Ahora sí recapacita, y, en su arrepentimiento se pone en camino. El padre, que todas las mañanas oteaba el horizonte buscando la imagen de aquel hijo amado que despreció su amor, El padre, le espera; y, al verlo llegar, se enternece su corazón, se abren sus entrañas de padre y madre, y no le deja ni hablar. “He pecado contra el Cielo y ante ti, y no merezco ser llamado hijo tuyo…”, sollozaba el hijo. El padre, lleno de alegría manda poner en sus manos el sello de hijo, el anillo familiar; le pone el mejor vestido,-estaba desnudo, es decir en pecado-, y celebra con él una fiesta. Manda incluso matar el ternero cebado, que preparaba para las grandes celebridades. Y, comenta: “Este hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”. Así es nuestro Dios. Él entrega a su Hijo por nosotros llevándolo a la Cruz, para nuestra salvación. ¿Alguien nos amó así alguna vez?

Entretanto, el hermano mayor oye el bullicio de la fiesta y se informa de los acontecimientos. Lleno de envidia, se niega a participar. E increpa al padre diciendo: “…en tanto años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para comerlo con mis amigos…” es decir, la fiesta la quiere hacer él con sus amigos, pero sin contar con su padre; y continúa: “…en cambio a ese hijo tuyo, que ha malgastado tu dinero le matas el ternero cebado…” Es decir, ni le reconoce como hermano.

El padre trata de convencerlo: “…hijo, todo lo mío es tuyo, pero convenía celebrar la fiesta porque este hermano tuyo estaba perdido y lo hemos encontrado…” El padre, reconoce a los dos como hijos, y entre ellos como hermanos. No le ha reprochado nada ni a uno ni a otro; ha perdonado a ambos, a pesar de sus maldades.

Este padre del episodio que nos narra Jesucristo es nuestro Padre Dios, con entrañas y ternura de Madre, que nos ama hasta el infinito, que nos quiere como somos, que comprende nuestros pecados, que derrama su Misericordia con su corazón volcado hacia el nuestro lleno de miseria. Debería ser llamado no como la parábola del hijo pródigo, sino del Padre de la Misericordia.

Así nos lo cuenta nuestro Hermano Jesucristo para conocer y amar al que es todo AMOR Y MISERICORDIA, Dios.

Alabado sea Jesucristo.

Tomas Cremades Moreno



jueves, 26 de enero de 2017

IV Domingo del Tiempo Ordinario


la alegría de la salvación

Frecuentemente, comentando las bienaventuranzas (Evangelio), se pone el acento en el compromiso cristiano, sin tener en cuenta la primera palabra que es básica y ofrece la clave para entender el conjunto como Evangelio, “alegre noticia”: bienaventurado.  Se trata de una invitación a la alegría por lo que Dios ha hecho en nosotros y por la colaboración que estamos prestando ya, lo que implica que caminamos hacia un futuro de plenitud, es decir, que vivimos una vida con sentido.

Todo esto responde a la sabia pedagogía divina, totalmente conforme con nuestra psicología y que Jesús expuso en la parábola del Tesoro escondido: Es tanta la alegría por el tesoro que… (Mt 13,44): primero es el don y con él la alegría por lo que se ofrece, después es la colaboración con el don.

En el AT primero fue el don de la liberación de Egipto, consumado con la donación de la alianza que convertía a los liberados en pueblo de Dios, después el compromiso de guardar los mandamientos como medio de perseverar y crecer en el don. Igualmente el NT comienza con la invitación a la alegría, hecha a María, por el don ya recibido alégrate, llena de gracia (Lc 1,28), después la misión aneja a él.

En nuestro caso, Dios primero ofrece el perdón de los pecados, como consecuencia de que “quiere reinar”, y con ello un corazón nuevo de hijo y de hermano. No sólo esto, en el momento en que Jesús dirige estas palabras a sus discípulos, los felicita porque ya han acogido esta invitación y están colaborando con el don, como aparece en los primeros miembros de cada bienaventuranza. Todo esto es motivo de alegría, porque el discípulo llegará a la plenitud del reino.

Un cristiano que vive su cristianismo triste, como un fardo insoportable, no está evangelizado. En Hechos de los Apóstoles se lee que Felipe evangelizó una ciudad y como consecuencia la ciudad “se llenó de alegría” (Hch 8,4-8). Se trata de una alegría, situada en el fondo del ser, y es compatible con las dificultades y el dolor. La alegría de saberse amado por Dios y de vivir una vida con sentido.

En conjunto las bienaventuranzas se componen de tres miembros, la felicitación, alusión a un estado de colaboración, y una promesa de plenitud en el Reino futuro. El conjunto de estados de colaboración con el don ofrece las situaciones típicas de la vida filial y fraternal. Todas ellas implican, por una parte, dependencia, y, por otra, compromiso activo. Las tres primeras bienaventuranzas subrayan situaciones pasivas, es decir, el que quiere vivir como hijo y hermano tiene que depender del Padre y de los hermanos, no puede vivir de forma totalmente independiente. La primera es tener un corazón pobre (1ª lectura), que reconoce y vive la dependencia existencial de la creatura respecto al Creador, del salvado respecto del Salvador, del “siervo inútil” (Lc 17,10), del respecto del Protagonista de la salvación (2ª lectura). Igualmente vive la dependencia respecto de los hermanos, sabiendo que todos somos iguales, limitados y llamados a complementarnos mutuamente mediante la solidaridad. A continuación se añaden dos situaciones especiales de dependencia, la de la ofensa que exige perdón (mansos), y la del dolor absurdo y ciego, sin explicación, que suscita muchos “porqués” y que pide confiar ciegamente en el amor del Padre (los que lloran). Las otras bienaventuranzas nos hablan de la actividad cristiana, cuya raíz ha de ser un corazón limpio, solo motivado por la filiación y la fraternidad, y de un deseo radical o sed y hambre de hacer la voluntad de Dios,  que es la justicia que exige su don; finalmente se nos habla del objeto de la acción cristiana, que tiene dos caras inseparables, hacer misericordia y paz. La consecuencia de este obrar será la persecución.

El último miembro es una exhortación a seguir colaborando, pues se llegará a la plenitud del Reino, que es seguridad existencial, consuelo, ver a Dios y saciarse de él, misericordia y plenitud de la filiación. Por último hay que notar  que dos promesas, la primera y la última, se presentan en presente de indicativo y no en futuro como las restantes. Realmente el que tiene un corazón pobre se puede decir que ya ha llegado a la meta. Lo mismo hay que decir del que es perseguido por hacer la voluntad de Dios.

El conjunto tiene carácter de test para evaluar si realmente y hasta qué punto nuestra vida está evangelizada. Las bienaventuranzas son un retrato de Jesús, el Hijo y Hermano por excelencia, cuya filiación y fraternidad todos los discípulos compartimos.

En la Eucaristía nos unimos a él, le agradecemos el don y le pedimos ayuda para seguir creciendo en él hasta llegar a la plenitud.

D. Antonio Rodríguez Carmona  


miércoles, 25 de enero de 2017

Señor…

                                                                                                                

¡Mira Señor como ando!, por favor quítame este dolor de espalda, es horroroso; ¡fíjate!, mi hijo sin trabajo, haz que encuentre uno; ¡Ah! me dan  unos calambrinos nocturnos que se me quedan los pies rizados como las rosquillas y duele… ¿Sabes?, no tengo ni para la “pelu”; Señor, déjame como estoy que estoy muy bien (de lujo pirujo)… Pues “chorradas” como estas por muy serias que sean, las que queramos.

¡Pero vamos a ver! ¿Quién es Dios? Dios “son” tus armas en la vida, el cómo afrontar el dolor y la desgracia, también la alegría ¡por supuesto! Él no resuelve vidas ni dolores, no es un mago a pedir de boca, ni tampoco es la solución a tus problemas, es… Tu sonrisa a pesar de… (Lo más genial). 

Si a Él tienes nada te falta, la mayor verdad del Evangelio, porque con un espíritu fortalecido por Él, no te tambalearás en la roca por muy rizados que tengas los pies. 

Entender el Evangelio es la mayor protección ante la vida. Te conoce muy bien y tiene tu nombre escrito en su lista. Pidamos siempre que se haga su voluntad ante cualquier dificultad y, dejemos de preguntarnos por qué deja que pase esto o lo otro, pues siempre nos dirá lo mismo:

-Sois libres, haced lo que os parezca: “El que no está Conmigo está contra Mí”. (Mateo 12:30); y no contar con Él cuando de la muerte no te libras, es infantil, absurdo y una aberración sin sentido. ¿Vamos a quitarnos de su lista? ¡Por favor, qué nos abrió el cielo!

Pongámonos en sus manos, oremos y dejémosle hacer: Vivir será un don y la muerte un anhelo.

 Emma Díez Lobo

   

martes, 24 de enero de 2017

Cuando



Cuando falta el amor en casa, aun el pan que comemos no tiene sabor, no llena.

Con algo menos de pan y con un poco más de amor en casa, ya es fiesta.

Cuando alguien te pida una sonrisa, no le des un billete.

Pero cuando te pida un billete, regálaselo envuelto en una sonrisa.

Cuando no tengas nada que dar, no busques en los bolsillos.

Aun los bolsillos llenos, cuando no hay amor, parecen vacíos.

Entonces mete la mano en el corazón y saca de él lo que tengas.

Cuando alguien te pida algo y en tu corazón no haya nada que ofrecerle, pídele a él que te ame y tu corazón volverá a sentir calor.

Cuando los demás te causen fastidio, piensa que sin ellos no serías nada.

No podrías hablar.

No podrías amar.

Vale la pena aguantarlos por lo mucho que recibimos de ellos.

Cuando te sientas solo, no te lamentes ni busques quien te haga compañía.

Piensa en otro que estará más solo que tú y vete a visitarlo.

Cuando no tengas nada que decir, calla.

Entonces podrás escuchar mejor la voz de tus hermanos 
y tú mismo silencio les dirá más que tus palabras.

Y Dios se hizo Palabra de vida.

Hay palabras que no dicen nada.

Hay palabras que hieren.

Hay palabras que matan.

Hay palabras que reviven el corazón.

Hay palabras que apagan las esperanzas.

Hay palabras que despiertan las esperanzas dormidas.

¿Y las tuyas… qué hacen?


J. Jáuregui

lunes, 23 de enero de 2017

Tiempo de Comunicar


                                                                                    
Ahora es Tiempo Ordinario (mira que suena raro eso de ordinario). Tiempo del Hijo de Dios, para el cual Nació, dándonos la Palabra de su Padre.

Son unos meses de escuchar, hacer y cumplir. Si no pudieras escucharle, léele. Un genio único de la Sabiduría ¡Aprovecha este tiempo, alucinarás! 

Después ya no tendrá más que decir: “Todo está dicho y hecho”. En tres años largos de su vida se estrujó para que tú y yo entendiéramos la felicidad, el amparo, cómo el dolor, cómo la salvación… A cualquier situación, respuesta inmediata  ¿No os parece súper extra genial?

Murió joven, no necesitábamos más. Nos dio las herramientas para el angosto camino, ¿las usamos? El hombre se desespera por falta fe y de fe habló por los codos.  

Sordos “modelo tapia”; pastillas a “tutiplén” para la ansiedad; “mallot amarillo” en pecados… ¡Jopé!

Pero nos dejó su Iglesia, ¡Vayamos pues a sus Consagrados!!! (“A quien perdonéis los pecados, les serán perdonados…”). Ellos nos darán de Su parte Paz y perdón. Si no lo hacemos como dijo, su venida, salvación y consuelo (conociéndole), habrá sido inútil.    

Mirad las frases que el mundo utiliza: 
  
“Al Cesar lo que es del Cesar…”; “El que tenga oídos que oiga”; “Voz que clama en el desierto”; “Nadie es profeta en su tierra”; “Ve la astilla en ojo ajeno y no la viga en el suyo”; “Más vale un buen acuerdo (ponte de acuerdo antes con tu adversario, no sea que…) que un buen juicio”; “Si quieres puedes”… ¡Son interminables!  

Será por algo después de 2017 años ¿no? Hoy es Tiempo de comunicar.

 Prestémosle atención ¿vale?  

Emma Diez Lobo


domingo, 22 de enero de 2017

Las sorpresas de Dios




Aquel día amaneció como un día cualquiera. Era un amanecer como cualquier otro. Era la hora de acercar las barcas a la orilla y lavar las redes. Era la hora de regresar a casa y tomarse un legítimo descanso.
Cuando de repente alguien pasa por la orilla. Es Dios que también madruga y le gusta el fresco del agua del lago. Y la gran sorpresa: “Venid conmigo y os hará pescadores de hombres”. Es la hora de la llamada, de la invitación, del cambio, de lo nuevo y lo inesperado.
No los llamó cuando estaban en el Sinagoga, tampoco cuando estaban en el Templo, aunque tengo dudas que frecuentasen mucho el Templo. Los llamó cuando estaban en sus propias faenas de pesca. Ninguno de ellos estaba rezando, estaban en su propio mundo de trabajo.
Es que para Dios no hay tiempos apropiados, tampoco lugares adecuados, tampoco momentos en los que uno está preparado. Dios es siempre sorpresivo. Aunque te imagines que Dios no se preocupa de ti, aunque te imagines que tú no vales para esas cosas, cuando Dios pasa a tu lado y te llama todo cambia.
Jesús no anduvo buscando gente preparada, gente con una cultura adecuada, ni tampoco gente de prestigio. A Jesús le bastaron unos simples pescadores que algo sabían de pesca, pero poco más.
Cuando Dios llama no vale eso de “yo no valgo”, “yo no estoy preparado”, “yo no sirvo”. Tanto mejor si no sirves ni vales porque es entonces donde mejor se pone de manifiesto el poder de la gracia.
Las piedras fundamento de la Iglesia no fueron escogidas en las grandes canteras de la gente preparada del templo sino gente que sabe de peces, de barcas, de redes y de lago.
El resto lo hace Dios en nosotros. Son las sorpresas de Dios. Son esos
momentos de Dios que llama, que toca a la puerta de nuestros corazones. Puede que tú seas de los que ni pienses en Él, como tampoco pensaban ellos. Y de repente, tu vida puede dar un vuelco y comenzar un nuevo camino. No sé si estarás recogiendo las redes o estarás camino de la oficina. Pero puede que Él pase a tu lado y tu vida dé un viraje que nunca te has imaginado…

J. Jáuregui

sábado, 21 de enero de 2017

III Domingo del Tiempo Ordinario




Jesús, heraldo de la buena nueva del reino

Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado: así resume Mateo la alegre nueva que proclama Jesús. La presenta como proclamación, es decir, que en sentido estricto significa dar publicidad a una decisión inapelable tomada por otro, en este, por Dios Padre. Dios Padre ha decidido reinar sobre la humanidad. La decisión es inapelable y ante ella sólo cabe aceptarla o rechazarla. Jesús se remite a una promesa hecha por Dios de que iba a reinar sobre la humanidad de una manera especial, destruyendo los males de su pueblo y dándole en su lugar la plena felicidad (1ª lectura). Era una esperanza muy viva en su tiempo, aunque no todos la interpretaban de la misma manera. Era muy corriente pensar en una actuación divina desde fuera, destruyendo con la fuerza, incluso violenta, a los opresores del pueblo y a los pecadores, todo ello en favor de los fieles que se habían mantenido en el cumplimiento de la Ley.

En este contexto el anuncio de Jesús era ambiguo, pues, por una parte, anunciaba que Dios ya iba a reinar, ejerciendo su poder, pero, por otra, no aparecían signos de este poder revolucionario, invitaba a la conversión a todos, incluso a los que cumplían las leyes y, lo que es más grave, en lugar de destruir los pecadores, se juntaba con ellos e incluso llamó alguno a su seguimiento.

Es que Jesús tenía otra concepción del Reino. El que va a reinar es Dios Padre, todopoderoso y misericordioso y lo va a realizar de la única manera que sabe actuar, como padre.

Eternamente ha amado a su Amado, el Hijo de su amor. Ahora quiere prolongar esta relación a toda la humanidad convirtiéndola en hijos adoptivos.  Si reinar es ejercer un poder, Dios padre lo va a llevar a cabo amando a los hombres y convirtiéndolos en hijos suyos.  Padre es correlativo de hijo. Nadie puede llamarse padre si no tiene un hijo. Y para eso envío a su Hijo que se hizo hombre. Y por eso Jesús invita a la humanidad a aceptar esta  nueva relación, que la perfecciona y realiza plenamente. Ya todos los hombres, en cuanto criaturas, dependen necesariamente del Creador y son hijos suyos, pero ahora se trata de una relación especial, que participa la de Jesús, ser hijos adoptivos por medio de Jesús Hijo unigénito.

Jesús realiza esta invitación en la debilidad como Siervo de Yahvé, con solo su palabra, como medio de respetar la libertad del hombre. Y es que la aceptación del hombre implica amar  a Dios y sin libertad no puede haber amor.

Como todos los hombres, hijos de Adán, son pecadores, Jesús los invita a todos a la conversión para obtener el perdón de los pecados y con ello un corazón nuevo, de hijo y de hermano, con una vida nueva que culminará en la vida eterna, participando de la perfección y felicidad de Dios. Por eso el reino que propone Jesús quiere transformar el mundo, pero no desde fuera, sino desde dentro, transformando interiormente a la persona y convirtiéndola en agente de transformación del mundo. Por sus frutos los conoceréis.

Al servicio de este mensaje y esta realidad Jesús agrupa en torno a sí discípulos y ha creado a la Iglesia, ha proclamado y explicado su mensaje por los campos de Israel y lo ha acompañado de signos de curaciones que señalan el alcance escatológico de este dinamismo salvador que ya ha comenzado y que terminará en la resurrección, en un mundo nuevo y una tierra nueva.

Este mensaje continúa hoy actual por medio de la Iglesia. Dios Padre quiere mandar en nuestras vidas, la respuesta básica es “dejarle mandar” como padre, aceptando la vida filial y con ello la vida fraternal. Como consecuencia vendrán necesariamente otras formas de “construir el Reino”, trabajando por un mundo mejor. Para los que ya lo hemos aceptado por la fe y el bautismo es una invitación a tomar conciencia del don recibido, que da sentido a la vida, y renovar el compromiso de  vivir sus implicaciones filiales y fraternales.

La Eucaristía actualiza y celebra la obra del Reino, ya presente y aceptado por millones de personas, alimenta para vivir sus implicaciones y, a la vez, hace presente la certeza del futuro con la presencia sacramental del Señor resucitado.

D. Antonio Rodríguez Carmona


viernes, 20 de enero de 2017

El sábado se hizo para el hombre



El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado (Mc. 2,  27).

Además de las circunstancias en que pronunciaste estas palabras a causa de la terquedad de los fariseos, Señor, quiero hacer otra reflexión personal y sacar las consecuencias.

Está claro que todo lo que contiene el universo, incluido el hombre, salió de tu poder, pero igualmente claro es que todo fue creado para el hombre, para su uso y disfrute, que el hombre es el centro y todo converge en él. Ahora bien, algunos hombres han malinterpretado ese regalo tuyo y pretenden incorrectamente  que también los demás hombres estén a su servicio. Pero, claro, Tú nos hiciste a todos iguales y no superiores unos a otros, por tanto ese actuar va en contra del principio enunciado por ti.

Cuando el hombre abusa del poder que, con el engaño e incluso con la involuntaria ayuda de otros hombres, ha conseguido y ese poder lo convierte en dominio sobre los demás; cuando tiraniza con sus obras, fruto de ese dominio, a sus semejantes; cuando ese poder y dominio lo aprovecha para multiplicarlo más y más y lo reinvierte en sí mismo; cuan todo eso sucede es que no ha sabido interpretar tus palabras.

Pero igualmente equivoco mi actuación, yo que critico el comportamiento de esos hombres, cuando obro de tal forma que me esclavizo de las cosas que has puesto a mi disposición. Cuando vivo para la riqueza o cualquier otra cosa, es decir, la convierto en un fin en vez de un medio, estoy malinterpretando igualmente esta sentencia tuya. Cuando vivo para mi prestigio, esto es, solo me preocupa que los demás vean y alaben mis facultades y no pongo estos dones al servicio del prójimo, también estoy tergiversando este mensaje tuyo. Cuando vivo solo de apariencias y en realidad mi vida está hueca y vacía, estoy enredando tu mensaje.

Cuando despilfarro y abuso de esa naturaleza creada para mí; cuando no pongo medios para frenar el desenfrenado deseo de derrochar el agua, la comida o cualquier otro bien de la naturaleza; cuando no pongo medios a fin de contaminar lo menos posible creo que es una manera de no utilizar el sábado para lo que lo hiciste.

Perdón, Señor,  por las veces que no he sabido interpretar tus palabras y les he dado la vuelta a fin de ponerlas lo más favorable para mí en contra del correcto sentido.

Pedro José Martínez Caparrós

jueves, 19 de enero de 2017

Diferente




¿Puede decir algo al hombre o a la mujer de hoy el deseo de Dios de un creyente del siglo once?

¿Está permitido publicar su oración en un periódico de nuestros días?

¿Es una provocación de mal gusto? ¿Una ingenuidad?

¿Puede ser una «llamarada» diferente para quienes buscan algo más que bienestar material?

He dudado antes de transcribir estos fragmentos de la célebre oración de Anselmo de Canterbury. Tal vez sean para alguno un «regalo después de todo lo vivido estos días de Navidad».

«Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales;
entra un instante en ti mismo,
lejos del tumulto de tus pensamientos.
Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes;
aparta de ti tus inquietudes trabajosas.
Dedícate un rato a Dios
y descansa siquiera un momento en su presencia….
Excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte a buscarle…
Ahora di a Dios:
Busco tu rostro, Señor, anhelo ver tu rostro…
Enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte,
dónde y cómo encontrarte…
Si no estás aquí, ¿dónde te buscaré?
Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia?…
Nunca jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará éste tu desterrado lejos de ti?
¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor y tan lejos de tu rostro?
Anhela verte, y tu rostro está muy lejos.
Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible.
Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives.
No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro…
Tú me has creado… y me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco.
Me creaste para verte,
y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado…
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes,
y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas.
Deseando te buscaré,
buscando te desearé,
amando te hallaré
y hallándote te amaré».


J. Jáuregui