sábado, 14 de enero de 2017

II Domingo del Tiempo Ordinario



El sacrificio existencial de Jesús

Otra faceta de la obra de Jesús como Siervo de Yahvé: su vida fue un sacrificio existencial. El Evangelio ofrece otra presentación general de la obra de Jesús, otro eco de la fiesta de Epifanía, recordando la presentación pública que hizo Juan de Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La imagen remite al cuarto poema  del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12, esp. 53,4-7), donde se le presenta como un cordero que toma sobre sí el pecado del mundo y sufre en nombre de la humanidad como su representante. El salmo responsorial (salmo 39)  añade otro elemento que remite al sacrificio: Dios no quiere sangre de animales, sino el corazón del hombre. Por ello la respuesta del salmista que anuncia el ofrecimiento de Jesús en la encarnación: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Sacrificio en nuestra cultura es un concepto con implicaciones de dolor. Sin embargo no es éste su sentido primitivo. Etimológicamente significa lo hecho sagrado, y puesto que sagrado  por antonomasia es Dios, sacri-ficio es lo hecho sagrado, es decir, lo acercado a Dios, lo divinizado, y con ello lo perfeccionado, puesto que Dios es la perfección y la felicidad plena. El sacrificio pertenece a la historia de la humanidad. En todas las culturas el hombre ha expresado su hambre de  felicidad y perfección  intentando acercarse a la divinidad. El sacrificio era una forma concreta en la que el hombre ofrecía a Dios de diversas formas algo valioso  que lo representara, como un animal. En el AT consistía en una ofrenda de algo  aceptada por la divinidad.  El hombre ofrecía algo valioso que le representaba y por medio del sacerdote lo ponía en un lugar que representaba a Yahvé como expresión de que Dios la aceptaba. Todo era externo y simbólico. Con frecuencia los profetas denunciaron el carácter vacío de estos ritos, porque eran rutinarios y no significaban la entrega del corazón del hombre a Dios (Salmo responsorial).

La vida de Jesús fue un sacrificio existencial, desde la encarnación a la resurrección. El ofrecimiento tuvo lugar en la encarnación, en que hizo suyas las palabras del salmo: Heme aquí que vengo a hacer tu voluntad   (cf Hebr 10,5). Su vida fue la realización de esta entrega al Padre: por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios (Hebr 9,14). La primera lectura, el tercer poema del Siervo, ofrece una faceta de la ofrenda existencial de Jesús-siervo, su constancia en ella, a pesar del rechazo y de su aparente inutilidad. No fue inútil, fue luz-salvación para toda la humanidad, pues el Padre aceptó esta ofrenda resucitándolo. Así Jesús consiguió el objetivo de todo sacrificio, se hizo-sagrado, divinizó su humanidad para él y para toda la humanidad, a la que representaba. Realmente lo que Dios quiere del hombre no son sus cosas, sino su corazón, traducido en una vida entregada al servicio, pues Dios es amor. Así Jesús es sacerdote existencial y convierte a todos los que aceptan su obra en un pueblo sacerdotal.

En la Eucaristía ejercemos como pueblo sacerdotal en unión con Jesús. En ella se actualiza su sacrificio existencial como ocasión privilegiada para que nos unamos a él y así poder llegar al Padre, pues él es el camino, la verdad y la vida, y nadie va al Padre sino por él (cf Jn 14,6). En la consagración, Jesús  está dinámicamente presente, actualizando su entrega al Padre. Participar en la Eucaristía no consiste simplemente en asistir, cantar, responder... Lo fundamental es ofrecer la propia existencia al Padre por medio de Jesús, uniéndose a su dinamismo junto con toda la Iglesia.

D. Antonio Rodríguez Carmona


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